35 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXXIII
CICLO C
(14-26)

 

14.

Aquí tenemos la visión de Jesús sobre la historia del mundo que vendrá después de él. Mientras que la primera lectura ve por adelantado la última fase de la historia -separando a los malvados, que serán quemados como paja, de los justos, que brillarán como el sol-, Jesús en el evangelio ve la constantes teológicas dentro de la historia. La predicción de la destrucción del templo no es más que un preludio. Mientras está en pie, el templo es la casa del Padre que debe conservarse limpia para la oración. Pero Jesús no se ata a templos de piedra; tampoco a las catedrales o a los magníficos templos barrocos -ni al cuidado y conservación de los mismos-, sino sólo al «templo de su cuerpo», que será la Iglesia, sobre cuyo destino se predicen tres cosas:

1. «Muchos vendrán usando mi nombre...; no vayáis tras ellos». Pablo habló de la inevitabilidad de los cismas, todos los cuales ciertamente «vendrán en mi nombre». Jesús condenó irremisiblemente a todos aquellos por los que viene el escándalo (Mt 18,7); y sin embargo los cismas son inevitables: así «destacarán también los hombres de calidad» (1 Co 11,19). El que suplicó al Padre por la unidad de los cristianos no podía prever nada más doloroso. ¿Son irremediables los cismas? Casi automáticamente vienen a la mente estas palabras: «Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado» (Mt 9,16). Aquí se recomienda sólo una cosa: «No vayáis tras ellos».

2. Después viene la previsión de «guerras y levantamientos de pueblo contra pueblo y reino contra reino». Esto no es un empréstito del lenguaje apocalíptico que hoy ya no habría que tomar en serio, es más bien la consecuencia de que Jesús no viniera a traer la paz terrena sino la espada y la división hasta en lo más íntimo de las relaciones familiares (Mt 10,34). Lo que su doctrina suscita en la historia, es precisamente la aparición de las bestias apocalípticas. Y cuanto más aumentan los instrumentos del poder terrestre, tanto más absolutas llegan a ser las oposiciones. Esto es bastante paradójico, porque Jesús declaró bienaventurados a los débiles y a los que trabajan por la paz; pero justamente su presencia hace que las olas de la historia del mundo se enfurezcan cada vez más. La doctrina y la persona de Jesús fueron ya intolerables para sus contemporáneos; «¡Fuera, fuera! ¡Crucifícalo!». A su pretensión de ser la Verdad («se ha declarado hijo de Dios»: Jn 19,7), la historia del mundo responderá de una manera cada vez más violenta.

3. Por eso la persecución no será un episodio ocasional sino un «existencial» para la Iglesia de Cristo y para cada uno de los cristianos. En este punto Jesús es formal (versículos 12-17). «Os» perseguirán a vosotros, los representantes de la Iglesia, y por tanto a toda la Iglesia. Como lugares en los que los cristianos deben dar testimonio (martyrion) se mencionan las sinagogas y los tribunales paganos. Se anuncian arrestos, cárceles, traiciones y odios por todas partes, incluso por parte de la propia familia; en cambio, sólo «matarán a algunos» de estos mártires, lo que ha de tenerse presente para el concepto de martirio. (También en el Apocalipsis aparece más o menos lo mismo: se exige dar testimonio con el compromiso de la propia vida, lo que a veces implica ponerla en peligro, pero no necesariamente el testimonio de sangre).

¿Qué debe hacer el cristiano? Pablo da en la segunda lectura una respuesta lacónica: trabajar. Y trabajar como él. Tanto en la Iglesia como «en el mundo» Pablo ha trabajado «día y noche»: «Nadie me dio de balde el pan que comí». Al cristiano se le exige un compromiso en la Iglesia y en el mundo; visto desde la providencia de Dios: "Ni un cabello de vuestra cabeza se perderá" (Lc 21,18).

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 291 s.


15.

Frase evangélica: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas»

Tema de predicación: LOS ÚLTIMOS TIEMPOS

1. Los tres evangelios sinópticos concluyen el relato del ministerio público de Jesús con un discurso escatológico sobre el fin del mundo, a propósito de una profecía sobre la destrucción de Jerusalén y su templo. Jesús y sus discípulos observan admirados el templo. Lucas no vincula la ruina del templo con el fin del mundo y la aparición del Hijo del hombre. Jesús predice la ruina del templo a quienes se extasían en su belleza y magnificencia. Habrá un nuevo templo del Espíritu, que es Cristo resucitado.

2. Ante la llegada de ciertas catástrofes, Lucas previene a los cristianos frente a determinadas ideas apocalípticas auspiciadas por auténticos impostores: los que suplantan al Mesías y dicen endiosadamente: «yo soy» (afirmación propia de Dios), o los que pregonan que «el momento está cerca» y provocan fiebres pasajeras (no son capaces de discernir los signos de los tiempos, porque no tienen Espíritu ni juicio crítico). Evidentemente, en el mundo se producen constantemente terremotos, epidemias, guerras y hambrunas; pero todas estas cosas no son signos de la llegada del Mesías, sino hechos históricos que manifiestan las fisuras del sistema social. El viejo mundo se deteriora y se destruye sin la justicia del reino.

3. Los cristianos situados en el mundo son perseguidos, difamados o marginados, porque creen en el Evangelio, que trastoca todos los valores, descartan los pseudovalores y esperan el reinado de Dios en plenitud manifestando una actitud crítica frente a los sistemas imperantes. Lo profundamente nuevo del reino rebasa nuestras fuerzas y capacidades. El evangelio de hoy invita a los creyentes a «dar testimonio», a hacer suya la «palabra y sabiduría» de Jesús y a tener confianza en Dios y constancia en el trabajo y la misión.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Cómo desciframos las catástrofes? ¿Tenemos esperanza?

¿Damos crédito a las promesas de Dios para los últimos tiempos?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 310


16.

1. Perder para ganar

La temática de este domingo es, en gran medida, continuación de la del domingo anterior, coincidiendo con el final del año litúrgico y la expectativa del advenimiento del Hijo del Hombre como Señor y juez universal.

El texto evangélico se refiere directamente a la destrucción de Jerusalén y del templo, y al inicio de las primeras persecuciones de que fueron objeto los cristianos, continuando después Lucas con la visión apocalíptica de la destrucción del mundo actual y la instauración del reinado de Jesucristo.

Tal como decíamos el domingo anterior en casi todas las grandes culturas existieron relatos míticos de una o varias destrucciones del mundo, algunas de ellas sucedidas en los orígenes -como el diluvio, por ejemplo- y otras en el final definitivo de este tiempo y de esta historia. Estos mitos reflejan una idea esencial: la instauración de lo nuevo exige la destrucción de lo viejo, de la misma manera que el orden exige la supresión del caos informe.

Durante el primer siglo de nuestra era existía en los ambientes judeo-cristianos una fuerte tensión escatológica, con la idea de una gran irrupción del poder de Dios que, después de haber destruido el mundo del pecado y del caos, instauraría un nuevo mundo y una nueva humanidad, versión perfeccionada del Paraíso original.

Los escritos del Nuevo Testamento recogen abundante material de este final apocalíptico del mundo, alimentando así los cristianos la esperanza de que muy pronto terminarían sus males y el reinado de Cristo sería una realidad.

Lentamente esta expectativa y tensión fue disminuyendo y los cristianos se fueron resignando a la idea de que aún la historia tenía un largo camino delante de sí. La Iglesia se fue aceptando como una realidad de este mundo, atada a las contingencias históricas y sociales, y cada vez más lejana del «esjatón» o tiempo final.

Así llegamos a nuestros días, y podemos constatar que en las grandes confesiones cristianas prácticamente no existe expectativa alguna ni por la segunda venida de Jesucristo ni por un final renovador del mundo. Nuestro cristianismo carece de tensión histórica, al menos de una tensión universal y cósmica, y nuestros esfuerzos parecen más encaminados a transformar ahora y aquí la actual estructura más o menos opresora por la que pasamos. Sin embargo, en la última década el mundo vuelve a tomar conciencia de la inminencia de un posible final cataclísmico, no ya por fuerzas sobrehumanas o misteriosas, sino por la misma obra del hombre. Los misiles de medio y largo alcance con su apocalíptica carga nuclear han sembrado el miedo y la tensión, justamente en un momento histórico en que parecía que se iba a alcanzar el soñado paraíso de la libertad y del bienestar.

Pero existe una gran diferencia entre esta tensión moderna y la tensión escatológica a que aluden los evangelios: el hombre moderno no cree que esta posible destrucción del mundo humano pueda ser el paso a un mundo mejor; más bien nos sentimos como ante la amenaza de una muerte definitiva y total de la historia humana. Hay destrucción pero sin escatología; hay muerte pero sin salvación, como si hubiéramos llegado al final de un camino y nos encontráramos de pronto con que detrás de ese camino no hay absolutamente nada más que la muerte.

Aquí se inscribe, entonces, el marco para una primera reflexión, al terminar un año y comenzar otro, a pesar de que el final del año litúrgico no represente mucho en nuestros días. Tal como considerábamos el domingo pasado, los cristianos necesitamos hoy replantearnos el problema del sentido final de la historia; o lo que es lo mismo: el sentido de nuestra cultura, el significado de todo lo que estamos haciendo con tanto esfuerzo y que puede en cualquier momento terminar en un mar de fuego, no sólo de un fuego simbólico como en los textos apocalípticos, sino de un fuego real, como fue anticipado durante ]a segunda guerra mundial.

Cuando los apóstoles contemplaron desde el monte de los olivos la magnificencia del templo y la solidez de las murallas de Jerusalén, quedaron sorprendidos ante la respuesta de Jesús: «Llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra.» Pero el suyo no era un presagio desesperanzador como no lo fue el anuncio de su propia muerte en manos de judíos y romanos. Desde su fe en Dios, el único «Yo Soy» que da solidez y garantía a las cosas, Jesús podía asumir la destrucción del templo y de la ciudad santa como un signo positivo. El templo y la ciudad no eran lo definitivo ni lo absoluto, y su destrucción no significaba más que el comienzo de otra construcción, esta vez sí absolutamente nueva y definitiva.

Es posible, por lo tanto, que aquí tengamos los cristianos de hoy un buen punto de partida para salir del callejón sin salida en el que nos encontramos. Es importante que aprendamos a destruir todo lo que representa caos, desorden, odio e injusticia para que cuando lleguen los tiempos difíciles no seamos sorprendidos. Si hubiéramos destruido a tiempo tantos elementos de odio, de explotación, de rivalidades y de injusticias, los cristianos occidentales no estaríamos en la encrucijada en la que hoy nos encontramos. Hasta el templo y vuestra ciudad deben ser destruidos, dice Jesús; como si con esto nos quisiera decir: No os aferréis a vuestras obras como si fueran perfectas y definitivas; no deis valor absoluto a lo que es relativo; no perdáis vuestro espíritu crítico acomodándoos a ciertas estructuras que están impregnadas de pecado.

El Evangelio lleva en sí mismo el germen de cierta revolución o, al menos, progresiva evolución de la historia. Siempre el Evangelio habló de la necesidad de destruir ciertas cosas para que pueda instaurarse un orden nuevo; una destrucción que no sólo atañe al interior de cada hombre en el proceso de conversión -la destrucción del pecado en uno mismo-, sino que también afecta al sistema social, político y religioso, como aparece con la clarividencia de Juan en el libro del Apocalipsis. Si el Evangelio nada tiene que ver con el terrorismo asesino, tampoco se conjuga con un cristianismo ambiguo que quiso estar a bien con Dios y con el diablo...

Lo característico del apocalipsis cristiano es que la destrucción del mundo entra dentro de los planes salvadores de Dios y no es la simple fuerza arrolladora del destino o de la inconsciencia de los hombres. Es una destrucción -como la de la semilla- que permite el nacimiento de algo mejor, de algo nuevo, de algo distinto, en concordancia con toda la trayectoria de la historia salvífica. Al fin y al cabo, la muerte de Jesús no es sino el capítulo crucial que reafirma la necesidad de destruir y matar al hombre-viejo para que, como en un nuevo nacimiento, resurja el hombre-nuevo.

Por tanto, esta destrucción apocalíptica -morir para renacer- no tiene que ver nada con la destrucción insensata a la que nos puede llevar el despliegue moderno de armamentos y la locura paranoica de ciertos dirigentes del mundo. Las dos últimas guerras mundiales son un buen ejemplo de ello: se destruyó para construir un hombre y una sociedad que no cambió nada sustancialmente, salvo en su potencial destructivo y, quizá, en un odio cada día más exagerado. A diferencia con el apocalipsis cristiano, el hombre moderno aprendió a autodestruirse sin ninguna esperanza de regeneración..., y esto es simplemente trágico.

A pesar de que estamos tratando un tema difícil, al menos quisiéramos que «despertáramos» y estemos alertas a fin de que hagamos a tiempo aquella destrucción del pecado que se ha enquistado en nuestra sociedad para que no seamos sorprendidos por una autodestrucción que nos puede sumir en el nihilismo total.

Hoy podemos recoger el mensaje escatológico de los evangelios porque la misma historia nos alecciona que no puede haber vida nueva ni un orden nuevo de justicia en el mundo si no estamos dispuestos a perder mucho para ganar el todo...

2. Perseverar en la fe

Pero el texto evangélico de hoy nos mueve a una segunda reflexión que, aunque sea brevemente, quisiéramos subrayar.

Jesús asocia la destrucción apocalíptica con la persecución de que serán objeto los cristianos "por causa de su nombre".

Esto significa que los cristianos podrán ser perseguidos precisamente por estar contra un orden actual de injusticia, orden que es defendido por las potencias del mal, o, como dicen los evangelios, por el Anticristo.

Este es el verdadero sentido de la persecución a la que deberán ser sujetos los cristianos si, en nombre de Jesús, luchan por la destrucción de un mundo cimentado sobre el odio, las divisiones, la opresión y la injusticia.

Lamentablemente, muy a menudo los cristianos somos perseguidos precisamente por motivos contrarios: porque defendemos con garra y uña un estado de cosas que atenta directamente contra los elementales derechos del hombre. En la medida en que establecemos regímenes dictatoriales, en que cercenamos la libertad de expresión, en que promovemos formas viejas y nuevas de esclavitud y colonialismo, en que propiciamos la denigración de ciertos sectores sociales o la prostitución de la mujer o la indefensión de los más débiles, etc., etc., en esa misma medida nos hacemos acreedores a una justa persecución que nos sume en el miedo y en la desesperanza, porque no podemos sufrir con alegría cuando no hacemos más que expiar nuestros crímenes a manos de quienes sufrieron antes persecución por culpa nuestra.

No se trata de tejer un cuadro pesimista. Es cierto; pero tampoco podemos atribuirnos el texto evangélico de hoy cada vez que somos objeto de la risa o de la persecución. Ojalá que el evangelio de hoy sea para todos una fuerte llamada de atención. Si vivimos en tensión por la angustia y el miedo en un momento ciertamente difícil de la historia del mundo, será bueno que prestemos atención a las palabras de Jesús: «Pero ni un solo cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.» Este es el mensaje final de un año litúrgico que finaliza: perseverar en la fe de Jesucristo y en le praxis del Evangelio es nuestra mejor garantía de que podremos caminar aun en medio de tantas dificultades con esperanza y con alegría.

Perseverar en la fe y recuperar el Evangelio perdido es lo que necesita un cristianismo que a menudo se pregunta por el sentido de su existencia en el mundo. La perseverancia en esa fe, la fe de Jesucristo, es nuestro aporte a la construcción de un orden más justo y de una paz más durable.

SANTOS BENETTI
CAMINANDO POR EL DESIERTO. Ciclo C.3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1985.Págs. 367 ss.


17.

¿A dónde va el mundo?

Hoy las tres lecturas nos hablan del final de los tiempos, del mundo y del universo. Es un tema que hoy tiene, curiosamente, una actualidad impensable hace pocos años, cuando creíamos ciegamente en un progreso indefinido, basado en un avance, también ilimitado, de la ciencia y de la técnica.

Acontecimientos como Hiroshima y Chernobyl nos han alertado sobre la capacidad de autodestrucción que la técnica humana, incluso con fines pacíficos, ha puesto en nuestras manos. Además, y desde hace unos veinte años, ha ido creciendo la conciencia de que el desarrollo tecnológico está creando unos desequilibrios medioambientales que ponen en peligro a las futuras generaciones humanas.

Al mismo tiempo, el interés por los grandes reptiles del Jurásico nos alerta sobre el peligro que nos puede venir de los aires, en forma de gigantescos meteoritos capaces de destruir nuestra civilización. Es verdad que los astrónomos nos tranquilizan al situar el fin de este impresionante universo, que se inició en el instante inicial del bing-bang, en la lejanísima fecha de miles de millones de años, pero también lo es que, ante el desconcierto por los grandes y acelerados cambios de nuestro tiempo, están surgiendo actitudes milenaristas, que vuelven a mirar al año 2000 con miedos equiparables a aquellos hombres medievales que se acercaban al año l000 de nuestra era.

Todo ello hace que, si hace veinte años escuchábamos los textos de hoy como si no tuviesen nada que ver con el mundo actual, ahora, por el contrario, los experimentamos más cercanos a nuestra situación.

¿Por qué la liturgia de la Iglesia ha escogido estas lecturas al final de un año litúrgico que concluirá el domingo próximo con la celebración de la festividad de Cristo Rey? Cada año y con una sabia pedagogía, la liturgia dominical nos hace un resumen del camino cristiano. Arranca del adviento, en que se nos presenta la búsqueda de sentido que anida en el corazón de todo hombre y que encuentra realidad en la navidad, en la palabra de Dios hecha carne. Después seguimos con la vida de Jesús, desde su infancia hasta su culminación en la pascua, en su muerte y su resurrección. Los llamados domingos del tiempo ordinario nos van presentando la vida y el mensaje de Jesús, que deben ser el cimiento en la construcción de la Iglesia, de la comunidad de creyentes en el Resucitado, que van construyendo el reino de Dios iniciado con Jesús, que camina hacia su plenitud. En este domingo, al final del calendario litúrgico de la Iglesia, se nos pone delante del acto final del drama litúrgico; se nos habla de la escena final de una historia que se inició cuando «en el principio creó Dios el cielo y la tierra», las primeras palabras de la Biblia, y que culmina con las últimas palabras del Apocalipsis: «¡Ven, Señor Jesús!».

¿Qué nos quieren decir los textos de hoy? El profeta Malaquías nos presenta uno de los muchos textos proféticos que se refieren, en un lenguaje apocalíptico, al «día del juicio», al «día del Señor», en que hará justicia a los hombres: ese día los malos arderán como la paja, mientras que a los justos «los iluminará un sol de justicia, que lleva la salud en las alas». El texto de Lucas reúne dos distintos acontecimientos. El primero es la ruina de Jerusalén, acontecida diez años antes de que Lucas escribiese su evangelio. Fue un hecho cruel, comparable con el holocausto en tiempos de Hitler: el historiador judío Flavio Josefo, que fue testigo del asedio de Jerusalén, narrará que perecieron entre las llamas del templo seis mil israelitas que se habían refugiado en él, que el ejército de Tito mató a más de un millón de personas y se llevó a Roma a casi cien mil cautivos.

Lucas toma esta destrucción de Jerusalén como símbolo del final de los tiempos. Recurre a un lenguaje apocalíptico que habla de catástrofes cósmicas, pero el interés del evangelista no se centra en lo que ocurrirá al sol, a la luna, a los billones de estrellas y al mar que cubre el 70% de la superficie terrestre. Como dice W. Burghardt, lo que nos quiere decir es que esta tierra nuestra será liberada de la esclavitud -algo que repetirá Pablo-, «que este planeta paradójico que alimenta amor y odio, desesperanza y esperanza, escepticismo y fe, esta creación del amor divino donde hombres y mujeres mueren los unos por los otros y también se matan unos a otros, esta clase de existencia que experimentamos, no durará para siempre». Y nos dice Lucas que «el fin» será un principio, que el fin es un preludio, una obertura, que nos lleva a la plenitud del reino de Dios.

¿Qué nos quieren decir hoy estos pasajes, aparentemente perturbadores, aunque en realidad son una llamada a la esperanza? Creo que la clave puede estar en la carta de Pablo a la comunidad de Tesalónica. Allí había creyentes que estaban expectantes ante la inminente segunda venida del Señor, la parusía. Y, porque creían que la figura de este mundo tocaba a su fin, en una excelente e irónica expresión, Pablo los define como los que «viven sin trabajar, muy ocupados en no hacer nada», algo que, a veces nos pasa a nosotros, que vivimos como sobrecargados por no hacer nada.

A esas actitudes, Pablo, que también había estado convencido de la inminencia de la parusía, les contrapone el ejemplo de su vida: «Nadie me dio de balde el pan que comí»; «trabajé y me cansé día y noche» y, aunque, como predicador tenía derecho a no trabajar con sus manos, se esmeró en «no ser carga para nadie». Y, de forma muy gráfica, usa una expresión que sigue siendo actual, les dice: «El que no trabaja, que no coma», para exhortar, finalmente, a trabajar «con tranquilidad, para ganarse el pan».

Hoy menudean entre nosotros actitudes pesimistas y desesperanzadas. Se han caído muchas ideologías que proponían utopías a los hombres: la utopía de la ciencia y de la tecnología, la utopía de un progreso sin límites, la utopía del marxismo y del paraíso en la tierra. El mismo modelo de economía de mercado no ha salido triunfador del derrumbamiento del muro de Berlín y del telón de acero, sino que aparece amenazadoramente inestable, socavado por continuas crisis. Existe el peligro de encerrarse en la esfera privada ante un mundo que nos parece no tener solución, de dejarse arrastrar por la desesperanza y el desánimo. Otros buscan signos esotéricos y con frecuencia nos profetizan catástrofes sin número. Se preguntan, como decía el evangelio: «¿Cuándo va a ser eso? ¿Cuál será la señal de que todo esto está para suceder?», y nos amenazan diciendo: «El momento está cerca».

W. Burghardt dice que la actitud del cristiano debe ser sencillamente la del que vive «como si el día del Señor fuese mañana». Esa fue la actitud de Pablo: «Trabajar con tranquilidad para ganarse el pan», y no la de vivir «muy ocupados sin hacer nada», porque se cree en catastrofistas y supuestas apariciones que profetizan ruinas sin cuento. Malaquías decía que a los justos «los iluminará un sol de justicia, que lleva la salud en las alas». Hay que poner manos a la obra, hay que trabajar para construir «tranquilamente» el reino de Dios.

¡Cuántas personas hemos encontrado en la vida que viven así, «que llevan la salud en las alas»: que saben que los problemas del mundo son muy grandes, pero que, como Pablo, trabajan y se cansan día y noche poniendo pequeños granos de arena en la construcción del reino de Dios, de «recintos de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que los hombres puedan tener esperanza»!

¿Cómo y cuándo será el final de los tiempos? ¿Cuándo y cómo será el reino definitivo de Dios? «Cuidado con que nadie os engañe»: no sabemos cómo y cuándo será». Pero sí «sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto» y que será «liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios». No sabemos cómo y cuándo será ese momento que «ni ojo vio, ni oído oyó». Pero sí sabemos que llegará el tiempo en que «Dios será todo en todos». En la esperanza de ese momento, en la víspera de la fiesta de Cristo Rey, sólo podemos orar, con las últimas palabras de la Biblia: «¡Ven, Señor Jesús! Que la gracia del Señor Jesús sea con todos. Amén».

JAVIER GAFO
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C
Madrid 1994.Pág. 362 ss.


18. «EL AFÁN DE CADA DÍA»

Daos cuenta. Los acompañantes de Jesús se quedaron extasiados «ante la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Y Jesús les dijo: "De todo eso, no quedará piedra sobre piedra; todo será destruido"». Les previno también contra el confusionismo que sembrarían algunas personas y acontecimientos. Y les anunció cataclismos y convulsiones.

¡Todo un jarro de agua fría! El pueblo de Israel, ya lo recordáis, veía en su templo el compendio de su fe, la razón de toda su existencia, la ratificación concreta de la «alianza» que Dios había hecho con ellos. El templo daba sentido a la vida de cualquier judío. Significaba, por encima de todo, la seguridad. Y ya sabéis que el hombre, por muy aventurero que sea, necesita sentirse «seguro», protegerse, no encontrarse a la intemperie. Por eso, en épocas de destierro, el pueblo de Israel caminaba con el arca de la alianza y con su tabernáculo, realidades tangibles y concretas, que le daban «seguridad». Tener el templo y aceptar la normativa que de él emanaba, era tener una «póliza de seguros»: «A cambio de las leyes que yo cumplo, el Señor me protegerá», pensaban.

Pues, mirad: Escuchar las palabras de Jesús -«no quedará piedra sobre piedra»-, significaba otra vez la «inseguridad», la incertidumbre, el desamparo ante el nebuloso futuro.

Esa es la condición de la fe, su cualidad más descarnada y dura. Nos hubiera gustado la «quieta posesión» de un credo incuestionable, la clara orientación de una normativa moral aceptada por todos y el cumplimiento, más o menos mágico, de unas prácticas religiosas concretas. Algo seguro. Como un castillo sobre rocas. Pues, no: «Vendrán muchos usando mi nombre y diciendo "yo soy"».

Y es verdad. Muchos han venido en estos años. Y han puesto en tela de juicio, por ejemplo, «los principios básicos del amor cristiano y de la familia». Nos han dicho que el divorcio puede poner fin a una situación difícil y dolorosa. Nos han explicado que el amor libre puede compaginarse con la fidelidad. Nos han repetido que eso de «te amaré en las alegrías y en las penas todos los días de la vida» es un sueño de ilusos, una ingenua utopía.

Muchos han venido finalmente, para decir que «el fin justifica los medios». Y que, por tanto, para conseguir determinadas alternativas políticas, o sociales, o de confort, no hay que tener escrúpulos en emplear el engaño, el robo o la violencia.

En fin, poned los ejemplos que queráis. Y veréis que a muchos cristianos «se les ha derrumbado su templo». Y nacido el confusionismo.

Pero hay que leer despacio el último versículo del evangelio de hoy: «Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas». Ahí está el secreto: la perseverancia. La insistencia en nuestra búsqueda con madurez de adultos en la fe. El cristiano ha de levantarse cada mañana e «inventar» otra vez su jornada. Sabiendo que el éxito de ayer no le garantiza el acierto de hoy. El cristiano es un atleta que sabe que cada partido, cada etapa, sólo son «unos puntos». La victoria definitiva es siempre al final. De nada nos sirve que el equipo local se nos encarame al segundo puesto. Puede venir otro cualquiera, un colista, y puede «derrumbarnos el templo». Por eso, «bástele a cada día su propio afán».

ELVIRA-1.Págs. 274 s.


19.

Mal 4, 1-2a:

Al terminar el año litúrgico la Iglesia pretende recordarnos nuestras realidades últimas, antiguamente llamadas "postrimerías del hombre": muerte, juicio, destino eterno. Se escogen entonces textos bíblicos de literatura apocalíptica y escatológica. Estos géneros literarios usan un lenguaje lleno de imágenes, metáforas y símbolos. En el texto de Malaquías se dice que "llega el día ardiente, como un horno", y que los soberbios y prepotentes serán quemados como paja en el fuego de ese día. Aquí aparece Dios como Juez inexorable que viene a arreglar las cargas y dar su paga merecida a los malvados. El "día del Señor, día ardiente como un horno" es el hoy, el devenir de cada día, que nos llama a la conversión, al cambio y a la superación continua.

2 Tes 3, 7-12:

Pablo se coloca sin ambages como modelo de laboriosidad: "de noche y de día trabajamos duramente hasta cansarnos", y exhorta a los cristianos a "trabajar tranquilos" y a no ser carga para los demás. Ésta ha de ser la actitud del discípulo de Jesús, sin estar pendientes de cuando será el fin de los tiempos, ni siquiera si está próximo o lejano. El fin anunciado es cada día.

Pablo nos deja este consejo: "Ustedes Hermanos no se cansen de practicar el bien".

Lc 21, 5-9: A la espera del gran día.

Nos faltan dos años para asomarnos al tercer milenio y estamos seguros que en nuestra civilización ya están preparando sus baterías de augurios los astrólogos, videntes y charlatanes, y que no faltarán creyentes fundamentalistas que griten a los cuatro vientos la inminencia del fin del mundo. No faltaran incautos, que seducidos por sus palabras se congregarán en sitios estratégicos para esperar el gran día en que todo termine.

Para este fin de milenio habrá «falsos mesías» que arrastren a las multitudes con el anuncio de desastres catastróficos y las lleven a prácticas inusitadas para evitar un castigo, o incluso hasta a suicidios colectivos.

Los cristianos y los hombres y mujeres culturalmente adultos, en general, están ya liberados de la fe mágica en días o años "fastos y nefastos", en años santos o de mala suerte, en cábalas, supersticiones o fechas maléficas o de buena suerte. De todo eso fuimos "ya liberados, para la libertad, y no queremos volver atrás". El guarismo 2000, por más que en el sistema de numeración en base 10 -que no es cristiano, sino fenicio- luzca con toda la brillantez de los números redondos, no es ni más ni menos "kairótico" que el 1999 o el 2003. Todos los años son santos y buenos para aquellos para quienes tiene sentido la vida, y todos son un don que hay que aprovechar con febril pasión. Las celebraciones del año 2000 tienen sentido, siempre que no se extrapolen ni se revistan de más entidad que un simbolismo convencional.

Jesús nos pone en guardia contra los pseudoprofetas del 2000, portadores de mensajes dramáticos: "tengan cuidado y no se dejen engañar, porque muchos vendrán diciendo: yo soy el salvador, ésta es la hora de Dios; a estos, ustedes no los sigan".

Es cierto que, como fruto de las continuas guerras e invasiones, el templo de Jerusalén fue destruido hasta sus cimientos. El país judío a través de la historia ha sido tierra de paso de grandes imperios: Babilonia, Persia, Grecia, Roma. Destrucciones, reconstrucciones y nuevas destrucciones han marcado la suerte de este pueblo.

Pero no está ahí el interés de este texto, sino más bien en las palabras que en boca de Jesús predicen a los discípulos la persecución y el martirio. En todas las épocas de la era cristiana los seguidores de Jesús, los seguidores auténticos y comprometidos han sido signos de contradicción y "profetas incómodos". La persecución y el martirio son consecuencia necesaria y lógica de la profecía en la vida del cristiano. Seguir a Jesús es ir en contra de todas las convenciones de la sociedad, es manejar una escala de valores inversa a la escala que maneja el mundo y sus secuaces; por eso, seguir a Jesús con autenticidad causará siempre incomodidad, molestia y escándalo al mundo.

La causa de la persecución está bien expresada en el texto: "por causa mía" o "a causa de mi nombre". Es por Jesús signo de contradicción por quien los cristianos son perseguidos en toda época, hasta convertirse el martirio en sello de autenticidad cristiana.

Jesús termina su advertencia con una voz de aliento. No promete librar a sus discípulos de la persecución; promete su asistencia y su compañía: "yo mismo les daré palabras a las que ninguno podrá resistir".

Finalmente Jesús anima a la resistencia: "manténganse firmes y se salvarán". Ante las dificultades que le presenta el tiempo actual el cristiano no debe llevar un calendario para saber cuál es la fecha del fin del mundo, sino revestirse de la fuerza, de la confianza y la firmeza que le da la fe.

En todo caso hay que recordar que el final del mundo ocurre para cada uno de nosotros en nuestra propia muerte. Es ese día cuando ocurre la caída de todas las estrellas que nos pudieron seducir anteriormente. El pensamiento de la posibilidad de nuestra muerte nos ayuda a vivir con más corrección y seriedad. Charles de Foucauld decía: "vivid cada día como si hoy fueseis a ser mártires"; recomendaba en el fondo vivir con la intensidad de que quien sabe que está midiéndose los pasos con la muerte, con su fin del mundo, a la espera del Día del Señor.  

Para la conversión personal

Todos los años y días son santos y buenos para los que viven conscientemente en la presencia de Dios. ¿Vivo a fondo este 1998, con la misma ilusión e intensidad que si fuera ya el año 2000 ó el 3000? ¿Aprovecho conscientemente y desde la fe el kairós de cada día y de cada año?  

Para la reunión de comunidad o grupo bíblico

-¿Qué interpretaciones le ha dado la comunidad a la celebración del próximo milenio?

-¿Nuestra comunidad ha preparado a todos sus fieles para una adecuada interpretación del significado del tercer milenio?

-¿Qué alternativas pastorales hemos asumido para enfrentar a los movimientos milenaristas que falsamente engañan al pueblo anunciando catástrofes?

Para la oración de los fieles

-Por todos los que van a caer en el peligro que ya anunció Jesús de creer la predicación de falsos profetas que unirán el final del milenio con el fin del mundo, roguemos al Señor.

-Para que Dios nos dé "un corazón sensato que nos ayude a calcular nuestros años", nuestra muerte, de forma que vivamos más intensamente la vida...

-Para que nuestra fe cristiana esté libre de todo fundamentalismo...

-Para que siempre tengamos el realismo que san Pablo nos recomienda, de "trabajar tranquilos y con laboriosidad", sin dejarnos distraer por quienes distraen a la comunidad...

Oración comunitaria

Dios Padre Nuestro que a todos nos creaste sometidos a la ley inexorable del paso del tiempo y de la muerte: "enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato", de forma vivamos con toda intensidad y pasión la vida que tú nos das, para que como tu Hijo Jesús, también la dediquemos a que nuestros hermanos tengan Vida, y Vida en abundancia, ahora y siempre. Por Jesucristo N.S.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


20.

Estamos terminando el año litúrgico, y no es extraño que los textos de la misa de hoy den a nuestra oración un tono escatológico, o sea, que nos hagan mirar al futuro de la humanidad y nuestro. Como, por otra parte, ya venía sucediendo en los domingos anteriores.

DÍA DE FUEGO O DÍA DE LUZ Y SALUD

El profeta Malaquías quería orientar, de parte de Dios, a unos judíos que se sentían un poco defraudados, a la vuelta del destierro, porque no conseguían tan fácilmente como habían esperado la reconstrucción de su pueblo. Les invita a mirar hacia delante, hacia "el día del Señor".

Ese día, en el horizonte futuro mesiánico, será, por una parte, "ardiente como un horno", porque los malvados y perversos se quemarán como la paja. Y, por otra, un día de luz y de salud para los "que honran el nombre de Dios". Ese día se verá el destino de unos y otros y se pondrá de manifiesto la justicia de Dios.

Uno de los factores que más contribuyen a animarnos en el camino o en el trabajo o en la lucha, es la esperanza de los resultados finales, la mirada a la meta o a la convocatoria de exámenes o a los días de la cosecha. El profeta podría decir hoy que el día final será de esterilidad para los que no han trabajado el campo, y de cosecha gozosa para los que han sudado durante la temporada; de sobresalientes y matrículas para los estudiantes buenos, y de suspensos para los malos; de descalificación para los deportistas perezosos y de triunfos para los diligentes... El salmo nos ha hecho repetir que "el Señor llega para regir la tierra con justicia". Nosotros no sabemos hacer justicia, pero Dios, sí. Y esa convicción es la que ilumina de esperanza nuestro camino.

¿MIEDO O SERENIDAD?

Con un lenguaje ciertamente no fácil, Jesús nos orienta también, en el evangelio, a mirar hacia el futuro con realismo y seriedad.

El evangelista mezcla aquí dos planos: el anuncio de la caída de Jerusalén a manos de los romanos, cosa que sucedería muy pronto (el año 70, con los ejércitos de Vespasiano, que "no dejaron piedra sobre piedra"), y la visión enigmática del fin de los tiempos, que "no vendrá en seguida". No es fácil distinguir los dos estratos. El lenguaje que utiliza Jesús es el típico de esta clase de anuncios proféticos: guerras y revoluciones, terremotos, epidemias, espantos y grandes signos en el cielo.

Pero Jesús no quiere infundirnos miedo, sino una esperanza serena. Nos pone sobre aviso de falsas alarmas y, sobre todo, nos invita a ver en este anuncio un mensaje de salvación: "No tengáis pánico... ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas"

Cuando estamos terminando "el año del Espíritu", cara al Jubileo del 2000, estará bien que reafirmemos nuestra fe en ese Espíritu que sigue animando a la Iglesia. Acabará este año, pero no acabará el Espíritu ni su eficaz presencia en medio de nosotros.

HABRÁ QUE SUFRIR Y TRABAJAR

El final de los tiempos no es inminente. Pero sí es serio, y nos orienta a una vida comprometida, vida de peregrinos que avanzan hacia una meta y no se quedan distraídos en el camino.

Esta mirada hacia el horizonte futuro no pretende aguarnos la fiesta de la vida, sino ayudarnos a ser sabios. La vida hay que vivirla en plenitud, sí, pero responsablemente, siguiendo el camino que nos ha señalado Dios, y sin dejarnos engañar por presuntos mesías que nos ofrecen recetas salvadoras más apetitosas. Jesús nos advierte que encontraremos, en nuestro camino, persecuciones y dificultades, si queremos en verdad ser fieles y dar testimonio de él. Cuando Lucas escribía esto, ya la comunidad cristiana tenía experiencia de cárceles, envidias, odios y muertes. Jesús nos dice que sólo "con nuestra perseverancia" salvaremos nuestras vidas.

Pablo, en la segunda lectura -que participa hoy también del carácter escatológico de las otras-, desautoriza a los que, con la excusa del inminente fin del mundo, rehuían el trabajo. La vigilancia ante la vuelta de Cristo o el fin del mundo no consiste en desanimarse o en huir hacia la pereza, sino en tomar una actitud positiva, constructora de esos cielos nuevos y tierra nueva que están en los planes de Dios. Mirar al mañana no es olvidarse del hoy, sino tener luz y fuerza para vivirlo con mayor compromiso y espera activa.

Cada vez que celebramos la Eucaristía recordamos el pasado -"proclamáis la muerte del Señor", como decía san Pablo-, pero con una mirada profética al futuro: "hasta que venga". Cada Eucaristía nos hace vivir una cierta tensión entre el pasado y el futuro, concentrados ambos en el presente. En una de las aclamaciones que más veces repetimos se condensa esta situación: "anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección: ven, Señor Jesús". Y se nos hacen también familiares otras expresiones de esta mirada al mañana: "mientras esperamos la gloriosa venida de Nuestro SeñorJesucristo"... Nuestro destino y el del mundo está en el futuro, y se llama Dios. Pero el futuro ya está en el hoy de cada día. Y la Eucaristía es nuestro alimento para el camino.

J. ALDAZÁBAL
MISA DOMINICAL 1998/14 47-48


21.

- La felicidad es servir a Dios y seguir a Jesús

No sé si os habéis fijado en la oración que hemos dicho hoy al empezar la misa. A veces, al empezar la misa, venimos con prisas de la calle (e incluso llegamos tarde) y no nos enteramos. Como sea que es un buen resumen del mensaje de las lecturas de hoy, fijémonos ahora en esta oración. Dice así:

Señor, Dios nuestro,
concédenos vivir siempre alegres en tu servicio,
porque en servirte a ti, creador de todo bien,
consiste el gozo pleno y verdadero
.

Es un buen resumen del mensaje de las lecturas de hoy. Porque cuando san Pablo, en la segunda lectura, regañaba a algunos de Tesalónica porque, con la excusa de esperar la venida del Señor, no trabajaban y se metían donde no les importaba, lo que les decia era esto: que la felicidad sólo se encontraba en el servicio del Señor, siguiendo su camino en la vida de cada día, en el trabajo, en el amor a los demás, en la oración.

Y aún más Jesús en el evangelio, que ante todas las desgracias que puedan pasar, todas las turbaciones que puedan venir, ante todos los desconciertos con que nos encontremos, nos invita a una sola cosa: confiar, y mantenerse firmes en la fidelidad al Señor, aunque a veces sea difícil y doloroso, como lo fue para los apóstoles y los primeros cristianos.

- El mensaje evangélico: mantenerse fieles en toda situación

Este evangelio de hoy siempre nos resulta un texto difícil de entender: cuestan de entender todas estas catástrofes que Jesús anuncia.

Jesús habla de todo esto hacia el final de su vida. Ya ha tenido lugar la entrada en Jerusalén el domingo de Ramos, y ya falta poco para que lo detengan y lo claven en la cruz. El ambiente es muy tenso, ya se ve que todo aquello acabará mal. Y Jesús quiere fortalecer a sus seguidores, decirles que por muchas catástrofes que haya, ellos podrán seguir adelante con confianza, porque Dios Padre sostiene siempre el camino de sus hijos, y la Buena Nueva del Evangelio no está destinada al fracaso, sino que la victoria final será de Dios y de su amor.

Por eso, con un lenguaje en que se mezclan anuncios históricos y fantasías cósmicas, les dice que, pase lo que pase, se mantengan firmes. Ahora vendrá la muerte de Jesús y sus discípulos quedarán desconcertados y se dispersarán. Después, en el año 70, tendrá lugar el sitio de Jerusalén y la destrucción de la ciudad santa a manos de los ejércitos romanos. Después, los cristianos serán perseguidos y parecerá como si todo se desmoronase... Y, en medio de todo esto, aparecerá gente iluminada diciendo que son el Mesías, u otros que dirán que determinada catástrofe es un anuncio del fin del mundo. Como ahora, que seguro que ante el año 2000 vendrá gente anunciando que el mundo se acaba...

- Los primeros cristianos perseguidos y nuestra situación actual

Cuando se escribió este evangelio, bastantes años más tarde de la muerte de Jesús, seguro que los cristianos que lo leyeron lo entendieron muy bien, y sentían como algo muy suyo las palabras de Jesús en que habla de persecuciones: "Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mia".

Seguro que sentían muy cercanas estas palabras, porque eran lo que ellos vivían entonces. Y seguro que el evangelista Lucas, al escribirlas, lo hacia con la intención clarisima de dar fuerza a sus hermanos y hermanas cristianos. A ellos, de manera especial, se dirigían las palabras finales de Jesús: "Confiad, perseverad, y salvaréis vuestras almas".

Todo esto es una enseñanza importante para nosotros. En algunos lugares, también ahora, hay hermanos y hermanas cristianos que son llevados a prisión o son asesinados por defender los que Jesús defendía, el amor de Dios, la justicia y la libertad para los pobres y para todo el mundo. A nosotros, esto no nos pasa: más bien los que nos persiguen son los ídolos de la pereza, de la superficialidad, del individualismo...

Pero en todo caso, para todos el mensaje siempre es el mismo: pase lo que pase, estemos en la situación que estemos, no nos hemos de dejar llevar por anuncios extraños o expectativas venidas de quién sabe dónde. Lo único que nos ha de mover es la fidelidad seria, exigente, entregada, a Jesús y a su Evangelio. Confiados en que Dios nos acompaña, y en que es así como ganaremos la vida.

EQUIPO MD
MISA DOMINICAL 1998/14 51-52


22.

 1. A la vuelta del exilio de Babilonia, los judíos habían esperado que después de tanto sufrimiento, encontrarían por fin, la paz y la felicidad definitivas. Pero la realidad les decepcionó. Llegados a su tierra, tuvieron que continuar viviendo bajo la dominación persa. Se les hundió la fe viva y sólo les quedaron formalismos muertos. Encontraremos más sentido a la lectura de hoy del profeta Malaquías leyendo los versículos anteriores donde el Señor increpa al pueblo: - “Hijos de Jacob, desde los días de vuestros padres os venís apartando de mis preceptos y no los observáis". -El pueblo se defendió contra la acusación del Señor: - "¿Qué hemos dicho contra tí?". - "Habéis dicho que es inútil servir a Dios. <No ganamos nada en seguir sus mandamientos>". - No ganamos nada material como ganan los soberbios, impíos y malvados. Ellos triunfan, nosotros fracasamos. Ellos disfrutan de la vida, nosotros somos siempre unos desgraciados. : "Por eso llamamos felices a los soberbios, que haciendo el mal, se multiplican y quedan impunes". Es el eterno problema de la prosperidad de los malvados y el sufrimiento de los justos. -En ese momento Malaquías lanza una vigorosa llamada a la renovación espiritual: -Los que temen a Dios están inscritos en el libro de la vida y el Señor tiene especial providencia de ellos. Son propiedad de Dios: - "Yo seré indulgente con ellos, como un padre con el hijo que le sirve", el día que ha de venir. El día en que yo actúe, la justicia divina se pondrá de manifiesto entre tantas arbitrariedades, favoritismos y atropellos humanos.

2 -"Mirad que llega el día, ardiente como un horno: malvados y perversos serán la paja, y los quemaré..." Serán destruidos los malvados, porque son paja. Si no hubieran sido sólo paja, el fuego no habría sido destructor, sino acrisolador. Este texto, con el apocalíptico de Lucas de hoy, inspiró en la Edad Media la terrible Secuencia del “Dies irae”, que hasta la renovación de la Liturgia del Vaticano II, nos aterrorizaba en las misas de difuntos. Aquel día que está preparando el Señor, brillará la justicia divina para reparar tantas injusticias humanas. Será un día tétrico, "que no dejará rama ni raiz". Para los buenos, en cambio, amanece un día feliz, "que lleva la salvación en las alas". “Pero a los que honran mi nombre, los iluminará un sol de justicia" Malaquías 3,19. La llama de amor viva, aún esquiva, les habrá purificado.

3. Es el día de la tan anhelada era mesiánica, en que la justicia será el alimento de todos los hombres que vivirán en paz perfecta, armonía y felicidad, sin discriminación de razas, ni clases; sin envidias ni egoismos, sin excesos ni defectos. Todos vivirán inundados por la justicia interior, cuyo fruto primero será la justicia social, exponente de desarrollo de la verdadera personalidad. Serán hombres plenos y consumados en perfección, que vivirán su relación con las cosas, con los hombres y con Dios, según el orden querido por su voluntad de amor.

4. Aquel será el día en que el amor gobernará la tierra, pues ya se habrá cumplido la hora "del Señor, que llega para regir la tierra con justicia". Habrá llegado el kairos, el momento del amor pleno, la hora de la sinceridad en la que triunfará la justicia de Dios, tan diferente de la de los hombres, que admiten sobornos, dilaciones, ssilencios, egoismos de partido, de amiguismos, de carrierismos y de sorpresas y engaños a los que desde arriba dominan y disponen a su talante y según sus políticas y conveniencias. Y habrá que celebrarlo “con el son de la cítara, de clarines y de trompetas y de todos los instrumentos. Y habrá que invitar “al mar para que retumbe, y a los ríos para que aplaudan y a los montes para que aclamen al Señor magnificente y rebosante de inmensidad de justicia, que llega para gobernar con rectitud”. Salmo 97. Es decir, invitar a todos los elementos terrenales que, no teniendo voz como la tenemos los humanos, demuestren con el lenguaje más poderoso de su estruendo y de su majestuoso poderío, que nuestro Creador y Padre ya ha puesto de manifiesto su excelsitud, su belleza y su amor que no tiene fin. Hay que llamad también a las alondras y a los lirios de los valles y al incienso de orobias para que derrochen sus perfumes a su paso.

.5. "Algunos ponderaban la belleza del Templo, por la calidad de la piedra. Jesús les dijo: "Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido". Teniendo en cuenta que la mole soberbia del Templo era el símbolo de la Ciudad Santa de Jerusalén y el orgullo religioso de todo el pueblo judío, la profecía de Jesús debió de caer como una bomba. Si alguien, antes de 11 de septiembre, hubiera dicho algo semejante a los admiradores de las Torres Gemelas, buque insignia del poderío y signo de la prosperidad de Estados Unidos de América, habría provocado la extrañeza y habrían estado tentados de responderle: Tú estás loco… Y espantosa y cruelmente ha sucedido. Como el año 70, se cumplió la profecía de Cristo, en la destrucción de Jerusalén por los ejércitos romanos deTito.

6. "Maestro, ¿cuándo va a ser eso?". Era natural que se lo preguntaran. Pero Jesús sólo respondió a la pregunta impertinente: "No les hagáis caso". Y les manda oración y vigilancia. "Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas".

7. Pero los hombres han seguido preguntando por el cuándo y unos dijeron que cuando la desolación de las tropas de Atila asolaban Europa. Otros, al fin del primer milenio. Otros, espantados ante los avances de la Media Luna. San Gregorio Magno creyó ver el anuncio del fin del mundo en las calamidades de su tiempo (Homilías sobre san Mateo). San Vicente Ferrer lo vio en el gran cisma de Occidente, en la guerra de los Cien Años y en la hecatombe de la peste negra. Todas las sectas religiosas, los Adventistas del Séptimo Día, los Testigos de Jehová... lo han anunciado repetidas veces, y lo siguen anunciando. E incluso se ha especulado sobre el tercer secreto de Fátima, ya desvelado. Pero el tiempo del fin no la marcan las catástrofes humanas sino Dios.

8. Jesús nos habla también, como Malaquías, de la destrucción del templo, pero con la promesa de que todo esto ocurrirá antes de que amanezca el sol de la salvación para sus discípulos. Ante la admiración de los apóstoles frente al Templo, monumento de piedra, símbolo de duración y permanencia, Jesús habla de crisis y de destrucción. Todo lo material es destruible. ¿Habéis seguido alguna vez el nacimiento de un pollo? A partir del primer picotazo, se va desmoronando poco a poco la cáscara. Por fin, de la ruina del huevo, de entre los cascotes resquebrajados, sale aturdido el pollo, nace la vida. De un modo semejante, el Reino de Dios ha de nacer a partir de la destrucción de la actual construcción injusta. Las relaciones personales, familiares, internacionales, las instituciones y el mismo cosmos, entrarán en el torbellino de la destrucción. Pero sobre esa inseguridad cósmica, los discípulos de Cristo tienen la certeza de la presencia y la actuación de Jesús en medio de todos los avatares y persecuciones de la historia.

9. La seguridad de que sólo los valores que Jesús predica van a permanecer les dará claridad y fortaleza para no seguir los contravalores del mundo, cuando les asalte la tentación de claudicar. Quizá vista con ojos humanos nuestra vida puede ser un fracaso. Tendremos que sufrir soledad, desprecio e, incluso la incomprensión de la propia familia, que busca el éxito o la prosperidad en esta vida. Tendremos dificultades con los poderes de este mundo, que exigen adulación y que siempre marginan al que anuncia verdades y exigencias diferentes. Pero, cuando todo se haya derrumbado, y la contradicción entera se haya desplomada sobre vuestras cabezas, "ni un cabello de vuestra cabeza se habrá perdido: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas" Lucas 21, 28.

10. Jesús no perdió nada en la Pascua. El cristiano tampoco perderá nada después de su cruz y de su fracaso. Saltará hecho añicos este mundo, en lo que tiene de injusto y de perverso, y de entre los cascotes, saldrá reluciente como la aurora y el sol de justicia, el mundo nuevo, el mundo de Dios. Huracán en Centroamérica: Honduras, Guatemala, Nicaragua, El Salvador... Desbordamiento del río Yansé... Inundaciones en Eslovenia... Derrumbe de las Torres Gemelas. Guerras en Afganistán, en Irak, en Costa de Marfil, 200 muertos en Atocha, amenazas constantes, atmósfera de terror .... Cataclismos y más guerras, genocidios y terror. La naturaleza imperfecta por finita; la acción del mal en la historia; huracanes interiores de pecado, todo anuncia la era del día de Dios. Levantad la cabeza, porque vendrá la primavera... Mientras llega ese día: "Cuidado con que nadie os engañe", pues "el final no vendrá enseguida".

11. No nos ocurra como en tiempos del Apóstol Pablo. ¿Qué hicieron algunos seguidores de Cristo? Los cristianos contemporáneos de Pablo se dijeron: Si esto se acaba, ¿para qué trabajar?. A lo que contestará Pablo con el texto que leemos hoy: "Trabajad con tranquilidad para ganaros el pan" 2 Tesalonicenses 3,7. El mismo les había hablado de la inminencia de la venida del Señor, basada en las palabras de Jesús que leemos estas semanas, con lo que muchos de sus oyentes perdieron el estímulo del trabajo porque se decían, ¿para qué trabajar y hacer planes, para qué producir? Pablo les ofrece el testimo de su ejemplo de trabajador textil y a los que no quieren trabajar les dice que no coman. Les impone el mandato del trabajo. La espera del día del Señor no ha de amortiguar sino motivar al trabajo incesante y constante para mejorar el mundo, purificar las estructuras de pecado y estimular la solidaridad avanzando hacia un mundo más humano y justo.

12. Prepararse para utilizar y cultivar los inventos de la ciencia y los avances de la técnica para construir una sociedad mejor y más sabia y espiritual, que prepare la llegada del Reino de Dios. "Tenéis que imitar mi ejemplo de trabajador día y noche. Y el que no quiere trabajar que no coma". El Vaticano II dice que “la persona humana marca con su impronta la materia sobre la que trabaja y la somete a su voluntad. El trabajo es para el trabajador y para su famiIia el medio de subsistencia; por él, se une a sus hermanos y les hace un servicio, practica la verdadera caridad y coopera al perfeccionamiento de la creación divina.

13. No sólo esto. Con la oblación de su trabajo a Dios, los hombres se asocian a la propia obra redentora de Jesucristo, quien dio al trabajo una dignidad eminente trabajando con sus propias manos en Nazaret. De aquí se deriva para todo hombre el deber de trabajar fielmente, y el derecho al trabajo. Y el deber de la sociedad de ayudar a los ciudadanos para que puedan encontrar la oportunidad de un trabajo suficiente” (G et S, 67). El Apocalipsis dice de los justos que “sus obras los acompañan” (14, 13). Ellas serán fuente de gloria si se han bien, de castigo si se han hecho mal. Una vida de trabajo honesto y cuidadoso es un bien precioso ante Dios y ante los hombres y confiere dignidad a cada persona, no por el trabajo que se hace sino por el cómo se hace. La santidad no está en los verbos sino en los adverbios. Hay categorías y remuneraciones, a veces injustas y escandalosas. Una persona que ha desarrollado misiones humildísimas en la vida puede valer mucho más que quien ha ocupado puestos de gran prestigio. La historia de la Iglesia está llena de santos, que han ejercido los trabajos más humildes.

14. Por el trabajo, participamos en !a acción creadora de Dios y en la acción redentora de Cristo a la vez que se crece personal y socialmente. Pero también es fatiga, es dolor, sufrimiento y fuente de conflictos. Es el castigo, de que nos habla el Génesis, “someted la tierra” y después del pecado, “comerás el pan con el sudor de tu frente”. No sólo del pecado de Adán sino del pecado en todas sus formas, que procede del egoísmo. Hoy nos preocupa la falta de trabajo, causa de dramas, económicos, morales y sicológicos, por la frustración que crea en el parado, que se siente inútil, pierde la autoestima. A la vez, el exceso de trabajo que abruma y vacía el alma del hombre. Los hombres pueden convertirse en máquinas conlo que nuestras comunidades se exponen a convertirse en campos de concentración fréneticas, estresadas, que no viven más que para el trabajo. Al final “todo funcionará pero nada vivirá.

15. También hay que vigilar los motivos del trabajo: Tres hombres arrastran una carretilla de ladrillos, uno dice: cuánto pesan estos ladrillos! Dice el otro: Con este trabajo sostengo mi familia, esposa e hijos pequeños. Y el tercero: Estoy construyendo una catedral. Adivina quién vive más feliz y ennoblecido.

16. La Eucaristía que estamos celebrando cuya materia la ofrece el pan y el vino fruto del trabajo de los hombres, es ya el inicio de ese mundo que Jesús nos promete y que anticipa con su cuerpo repartido y con su sangre derramada.

J. MARTI BALLESTER


23. I/DIA-I-DIOCESANA

Al servicio de los hombres

1 Según el Concilio y Código de Derecho Canónico, "La Diócesis es una porción del pueblo de Dios que se confía a un obispo para que la apaciente con la cooperación del presbiterio, de forma que, unida a su pastor y reunida por él en el Espíritu Santo por el evangelio y la eucaristía, constituye una Iglesia particular en la que verdaderamente está y obra la Iglesia de Cristo, que es Una, Santa, Católica y Apostólica".

2 La Iglesia Diocesana es el Signo y el Instrumento de la salvación universal del hombre, que recibe varios nombres: Iglesia de Dios, Pueblo de Dios, Plantación y heredad de Dios, grey, Edificio, Templo, Casa de Dios, Familia de Dios, Iglesia de Jesucristo, Cuerpo de Cristo, Esposa de Cristo, Templo del Espíritu Santo.

3 Al ser designada la Iglesia como Pueblo de Dios, ha venido a superar una manera individualista de vivir la fe. Pues la salvación no se otorga a cada uno por separado, sino a una comunidad, en la que cada persona es recibida para que pueda participar en la salvación, como en el orden humano, ocurre con la familia humana.

4 Esta comunidad no nace de la agrupación de unas personas que sintonizan en lo religioso y ellas eligen, porque la Iglesia, como la familia, existe antes que la persona y es la Iglesia la que elige a la persona, que en ella crece y es cuidada por ella, y por eso, cada persona debe asumir la responsabilidad de ayudar a todos los niveles, a su Iglesia Diocesana, como ocurre con la familia.

5 Pero la Iglesia, pueblo de Dios, no significa el pueblo o la base en contraposición a los sacerdotes u obispos, sino que incluye a todos los cristianos en su totalidad y también en la diversidad de sus dones, oficios y ministerios y carismas. Todos somos Iglesia, pueblo de Dios. "Para vosotros soy obispo; con vosotros soy cristiano", decía San Agustín.

6 Cuando el pueblo de Dios se reúne no constituye una asamblea política o cívica, reunida para tratar o resolver asuntos comunes, sino para escuchar la palabra de Dios, orar y celebrar, unánimes incluso en los gestos, cantos y actitudes, la eucaristía, que es la que construye al pueblo, que es enviado al mundo para dar testimonio del evangelio con obras y palabras.

7 Pero no es la Iglesia el centro, sino Cristo, como lo dice la Lumen Gentium, poco entendida. Dice el Cardenal De Lubac, en su libro Diálogo sobre el Vaticano II: "Haga la prueba: Pregunte qué significan estas dos palabras y le dirán: "La Iglesia".- No. "Lumen gentium cum sit Cristus". Ese es el misterio de la Iglesia: Cristo enviado por el Padre y Ungido por el Espíritu Santo, para santificar al mundo. Para eso da a los obispos, sucesores de los Apóstoles y a sus presbíteros, colaboradores con ellos, el poder de proclamar la palabra, hacer y dar los sacramentos y de reunir a los hijos de Dios dispersos, que es un poder sacramental al servicio de la caridad divina".

8 Pero al mismo tiempo que es un misterio, pues en ella vive la Trinidad y es conducida por el Espíritu Santo, es una sociedad real, que se concreta en una Diócesis y que tiene sus necesidades de todo orden, también materiales, que deben ser atendidas por los creyentes. No debe caer en la tentación de ser rica, pero tampoco debe seguir siendo miserable, y las nóminas de los sacerdotes son miserables, ha manifestado un obispo español. Los católicos españoles tiene poco desarrollada la conciencia en lo que atañe a la contribución ecónomica, ha dicho otro obispo.

9 "Dígannos cuándo se van a autofinanciar", ha dicho el Gobierno a los obispos españoles. -"Ahora mismo", quisieran poder responder, pero no lo pueden decir, porque para decirlo haría falta que los creyentes se decidieran a hacerlo posible.

10. En la Iglesia de los Hechos: "La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma y nadie llamaba propia cosa alguna de las que poseían, pues tenían en común todas las cosas. No había pobres entre ellos porque todos los que poseían haciendas o casa las vendían, llevaban el precio de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles y se repartía a cada uno según necesitaba" Hechos 4,32

11. A vivir como aquellos hombres y mujeres nos debe conducir el recuerdo de las palabras de Jesús: "El cielo y la tierra pasarán", pero el Reino, la Iglesia sacramento y misterio, será entregada por Cristo al Padre. "Y él está cerca, a la puerta" Marcos 13,24. Cada día que pasa más cerca.

J. MARTI BALLESTER


24. COMENTARIO 1

¿QUE ES LO QUE SE ACABA?

¿El fin del mundo? ¿Qué mundo es el que se acaba? Desde los primeros días de su existencia la comunidad cristiana se encontró con el problema de que muchos de sus miembros no tenían otra preocupación que la del fin del mundo físico. Y no era ésa la cuestión. Se acababa, sí, un mundo; ¡pero para que naciera una nueva humanidad!



EL FIN DEL MUNDO

Algunos cristianos de Tesalónica estaban seguros de que el mundo estaba para acabarse y el Señor a punto de volver a este mundo para reunirse definitivamente con sus seguido­res.

Pablo se dirige a aquella comunidad con una carta en la que trata este tema, primero desde un punto de vista doctrinal y, al final, desde sus aspectos prácticos: a esta parte pertenece la segunda lectura de este domingo.

Por lo visto, algunos de los miembros de la comunidad, convencidos de que el mundo estaba ya para acabarse, no hacían otra cosa que esperar que el fin llegara: «Es que nos hemos enterado de que alguno de vuestros grupos viven en la ociosidad...»; en relación con ellos, Pablo no se anda con demasiadas contemplaciones: «el que no quiera trabajar, que no coma».

Con estas palabras, Pablo se refiere al trabajo en general, pero sin duda está pensando también en la tarea propia del cristiano: el anuncio del evangelio «para que el mensaje del Señor se propague rápidamente y sea acogido con honor como entre vosotros» (2 Tes 3,1).

Y es que todavía hay mucho trabajo por hacer. Porque la historia de la humanidad no ha llegado a su fin todavía; pero algunos mundos sí que se deben terminar.



NO HABRA RESTAURACION

Los discípulos de Jesús conocían las tradiciones que de­cían que antes del renacimiento de la nación judía y de la destrucción total de sus enemigos sucedería un gran desastre. Por eso no se extrañan demasiado cuando Jesús, refiriéndose al templo, cuya grandeza algunos estaban admirando, dijo que «Eso que contempláis llegará un día en que no dejarán piedra sobre piedra que no derriben». Ellos interpretaron aquellas palabras como el anuncio de la ruina que, según la tradición, precedería a la restauración definitiva, y piden a Jesús que les explique con detalle cuál será el momento en que sucederá el desastre («Maestro, ¿cuándo va a ocurrir eso?») y cuál la señal que revelará a los que hayan permanecido fieles que la restauración se va a producir («¿cuál será la señal cuando eso esté para suceder?»).

Jesús responde desengañando a sus discípulos: no habrá restauración. La ruina del templo de Jerusalén será definitiva; desde ahora, la relación de los hombres con Dios no estará limitada por un lugar, ni por las paredes de un templo, ni por unas leyes, ni por determinadas prácticas religiosas, ni por la pertenencia a una raza o a una nación.

Ese es uno de los mundos que llega a su fin. El de una religión hecha de ritos y de leyes, de miedos y de prohibicio­nes, que olvida que Dios no necesita nuestras alabanzas y oculta que Dios quiere que tomemos conciencia de que nos necesitamos unos a otros. Debe acabarse ya el mundo en el que la religión separa en vez de unir, asusta en lugar de ofrecer un camino para la alegría; debe desaparecer una religión que, convertida en un negocio, siente miedo ante la felicidad, el placer, la autonomía del individuo, la libertad de la persona... Ese mundo ya llega a su fin.



NO SERA FACIL

Pero antes de todo eso os perseguirán y os echarán mano, para entregaros a las sinagogas y cárceles y conduciros ante gobernadores y reyes por causa mía... Ahora haced el propósito de no preocuparos por vuestra defensa, porque yo os daré palabras tan acertadas que ninguno de vuestros adversa­rios podrá haceros frente o contradeciros.



Hubo gente que no pudo soportar que Jesús se atreviera a decir esas cosas: ya sabemos lo que hicieron con él. Y la historia volvería a repetirse, una y otra vez, desde los primeros días de vida de la comunidad cristiana. Jesús lo advierte a sus discípulos: ellos también serían objeto de la persecución de quienes siguen empeñados en que los viejos esquemas se man­tengan.

No será fácil, pero tampoco hay que tener miedo. El promete que estará junto a cualquiera de sus seguidores que sea perseguido y acusado y que se hará cargo de su defensa, y se compromete a asegurar la vida de aquellos que, fieles a su palabra y firmes en el compromiso, no vivan en la ociosidad, preocupados por el fin del mundo o por su propio fin, sino que se mantengan constantes en la actividad de acelerar el fin de este mundo y favorezcan el crecimiento de la nueva humanidad.

Jesús terminará su respuesta animando a sus discípulos e invitándolos a ser optimistas: «Cuando empiece a suceder esto, poneos derechos y alzad la cabeza, porque está cerca vuestra liberación» (Lc 21,28).



25. COMENTARIO 2

EN JERUSALEN PELIGRAN LAS PEREGRINACIONES

«Como algunos comentaban la belleza del templo por la calidad de la piedra y los exvotos, dijo: "Eso que contempláis, llegará un día en que lo derribarán hasta que no quede piedra sobre piedra"» (21,5-6). No hay duda de que los que hablan en voz alta pertenecen al grupo de discípulos (cf. Mc 13,1, de quien Lucas depende).

Apenas acaba Jesús de advertirles del peligro fariseo, cuando una facción del grupo de discípulos, que se ha sentido aludida, le recalca la grandiosidad del templo, sin darse cuenta -ni que­rer darse cuenta- de que ésta no es sino una concreción de la ampulosidad y fastuosidad que ostentan los letrados. Son los miembros más religiosos y observantes del grupo. Son los que se sentirían bien en cualquier religión que les ofreciese segurida­des. Los que siguen plenamente identificados con las estructuras sociales, políticas y religiosas de Israel. Se quedan boquiabiertos ante tanta belleza y magnificencia. Su fe, su religiosidad se apoya en estas piedras.

Los comentarios van dirigidos a Jesús, que -por lo que se ve - no se dejaba impresionar por la grandiosidad de aquellas construcciones. Tratan de llamar su atención con el fin de ganár­selo para su causa. La respuesta de Jesús más que una jarra es un balde de agua fría. También es la tercera vez que predice la destrucción del templo (cf. 13,35; 19,44). Esos 'días venideros' son los mismos de 5,35: la ejecución del Mesías, el Esposo, coincidirá con la destrucción del templo (cf. 23,45). El derribo material no será sino una consecuencia del éxodo definitivo fuera del templo de la presencia -gloria- de Dios por el hecho de haber convertido ellos 'este lugar', que había sido concebido como 'casa de oración' (19,46), 'tienda de reunión' (Hch 7,46), en 'una cueva de bandidos' (Lc 19,46b), un templo 'fabricado por mano de hombres' (Hch 7,48), para gloria y alabanza... de los poderosos. Dios no quiere edificios singulares que apuntalen el poder, sino lugares funcionales.



LOS FANATICOS ESPECULAN

SOBRE LA CAIDA DE JERUSALEN

«Entonces otros le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo va a ocurrir eso?, y ¿cuál será la señal cuando eso esté para suceder?"» (21,7). Mientras los fariseos proclamaban que era necesario orar y observar fielmente la Ley para que no sobreviniese el desastre y algunos discípulos todavía creían en el templo y en su fastuo­sidad, otros intentan sacar provecho de las palabras proféticas de Jesús -¡pero si se veía venir!- e instrumentalizarlo al servi­cio de sus ideales nacionalistas y patrióticos. El desastre para éstos no es definitivo, sino el momento en que Dios intervendrá con mano poderosa en favor de su pueblo, la señal para empezar la revuelta (el cumplimiento de la profecía de las setenta semanas de Daniel 9,24-27) -hoy la llamaríamos 'la cruzada' o 'guerra santa'-, revuelta que debería culminar con la derrota de los paganos (Dn 7,27). Cuando los poderosos están demasiado bien armados como para hacer guerras santas, entonces organizamos cruzadas moralizantes, campañas en pro de la vida (en abstracto), movimientos fundamentalistas, todo menos cambiar radicalmen­te la escala de valores de la sociedad consumista que provoca las crisis mundiales, las guerras civiles y los pequeños desastres familiares.



SIEMPRE EXISTEN MESIAS DISPUESTOS

A SALVAR A (SU) MUNDO

Jesús trata de conjurar la mentalidad zelota y fanática que los invade y que irá in crescendo en los momentos de la gran derrota nacional: «¡Alerta!, no os dejéis extraviar; porque mu­chos llegarán sirviéndose de mi título, diciendo: "Este soy yo" y "El momento está cerca"; no os vayáis tras ellos. Cuando oigáis estruendo de batallas y revoluciones, no tengáis pánico, porque es preciso que esto ocurra primero, pero el fin no será inmediato» (21,8-9). Para Jesús, el desastre no comporta restauración (des­pués de su fracaso en la cruz, los apóstoles le preguntarán si es entonces el momento de la restauración del reino para Israel, Hch 1,6; no han cambiado en absoluto de mentalidad). Ahora bien: dentro de la comunidad judeocreyente surgirán en el mo­mento de la gran prueba falsos profetas que atribuirán a Jesús el papel de restaurador de Israel («Yo soy»: el Mesías nacionalista) y anunciarán la inminencia de su intervención («El momen­to está cerca»). De profetas siempre los hay, verdaderos y falsos. Tenemos que recuperar el don del discernimiento de espíritus; hemos optado por lo más fácil: apagar el espíritu de profecía; así, no nos estorban los verdaderos profetas, pero hemos dejado vía libre a los profetas de desventuras.



LOS IMPERIOS CAEN COMO MOSCAS

Jesús amplía el horizonte mezquino y cerrado de los discípu­los, anunciándoles que, desgraciadamente, guerras, terremotos, hambre y señales asombrosas las habrá siempre (21,10-11). Re­sume, en pocas palabras, toda la historia de la humanidad futura. Todos los términos que emplea tienen doble sentido: luchas de poder, revoluciones sociales, miserias del tercer, cuarto y... ené­simo mundo, crisis económicas asoladoras. Entre la destrucción de Jerusalén y del templo, secuela de la ejecución del Mesías, y los desastres mundiales que se sucederán, se repetirá la historia: la persecución de los discípulos por parte de los poderes judíos y paganos. Esto los confirmará en la verdad de su postura.



PROFECÍA Y APOLOGETICA SON INCOMPATIBLES

Las persecuciones de que serán objeto los discí­pulos de Jesús deben ser consecuencia de una actuación inspirada por el Espíritu Santo. Para poder aplicar este criterio y discernir el futuro (o el pasado, en nuestro caso), Lucas nos depara un argumento inestimable: «Meteos en la cabeza (lit. "en vuestros corazones", por ser el "corazón" el equivalente de "mente" en nuestra cultura) que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras tan acertadas (lit. "una boca y una sabiduría") que ninguno de vuestros adversarios podrá haceros frente o contradeciros» (21,14-15). La puntualización que hace referencia a la 'defensa propia / apología' es típica de Lucas (no se encuentra en el pasaje paralelo de Mc 13,11) y, además, es la segunda vez que la formula (cf. Lc 12,11-12). La razón de esta precisión terminológica la hallaremos en el libro de los Hechos: Lucas ofrece aquí un criterio válido para emitir un juicio ecuá­nime sobre los múltiples intentos apologéticos de Pablo ante los tribunales religiosos y civiles de Jerusalén y Cesarea, todos ellos en vano (cf. Hch 22,1; 24,10; 25,8.16; 26,1.2.24). Pero no se detiene aquí. También nosotros podemos aplicarlo a presuntas persecuciones de que es objeto la iglesia o determinadas perso­nalidades eclesiásticas en nuestros días. Si se hace apologética, además de ser ineficaz y estéril, podría muy bien ser un signo de que no se cuenta con el Espíritu Santo ni con la profecía, como sucedió a Pablo. Tan eficaces como pretendemos ser, sirviéndonos de los medios de comunicación y de las técnicas mo­dernas, y cuán poco hemos avanzado -mas bien parece que retrocedemos- en servirnos de los medios más adecuados que nos proporciona el Espíritu. Su fuerza está en el interior del hombre... Pero nosotros debemos presentarle la expresión, para que hable por nuestra boca y piense con nuestra cabeza. Que eso funciona, Lucas lo deja entrever en el caso de Esteban, el modelo de discípulo. Sus adversarios, como en el caso de Jesús, no «podían hacer frente al espíritu y a la sabiduría con que hablaba» (Hch 6,10); por esto tuvieron que sobornar a falsos testigos y hacerlo callar por la fuerza... de las piedras. Hoy día se acalla a los profetas con la fuerza de las metralletas.


26. COMENTARIO 3

La situación de persecución, injusticia y opresión en que vivían los primeros cristianos les llevó a anhelar con toda el alma el fin del mundo y la consiguiente venida del Mesías. Tales eran las expectativas a este respecto en las primitivas comunidades cristianas que Pablo tuvo que ponerse serio con algunos de sus miembros. Así escribía a los Tesalonicenses: "a propósito de la venida de nuestro Señor, Jesús el Mesías, y de nuestra reunión con él, les rogamos, hermanos, que no pierdan fácilmente la cabeza ni se alarmen con supuestas revelaciones, dichos o cartas nuestras, como si afirmásemos que el día del Señor está encima" (2Tes 2,12). Hasta tal punto estaban convencidos muchos cristianos de la inminente llegada del fin del mundo que incluso habían dejado de trabajar para esperarla. Pablo no está de acuerdo con esta actitud cuando les dice: "No vivimos entre ustedes sin trabajar, nadie nos dio de balde el pan que comimos, sino que trabajamos y nos cansamos día y noche, a fin de no ser carga para nadie. No es que no tuviésemos derecho para hacerlo, pero quisimos darles un ejemplo que imitar" (2Tes 3,7-9), razón por las que los invita a "retraerse de todo hermano que lleve una vida ociosa," y afirma tajantemente: "el que no quiera trabajar, que no coma" (2Tes 3,6ss). Esto sucedía el año 51 de nuestra era.

El fin del mundo no tuvo lugar entonces y los cristianos se vieron obligados por las circunstancias a aplazar su llegada. En el evangelio de Lucas, escrito después del año 70 de nuestra era, fecha de la destrucción del templo de Jerusalén por las legiones de Tito, aparece clara la actitud que deben adoptar los cristianos ante este tema: "como algunos comentaban la belleza del templo por la calidad de la piedra y los exvotos, Jesús dijo: eso que contemplan llegará un día en que lo derribarán hasta que no quede piedra sobre piedra. Los discípulos le preguntaron: Maestro, y ¿cuándo va a ocurrir esto? y ¿cuál es la señal de que está para suceder?" Según la mentalidad judía, el mundo se acabaría el día en que el templo de Jerusalén fuese destruido; preguntar por la destrucción del templo equivalía a indagar sobre el fin del mundo.

Pero Jesús no respondió directamente a la pregunta de los discípulos. Dijo: "estén sobre aviso y no se dejen engañar; porque muchos usurparán mi nombre y dirán: yo soy el Mesías, el tiempo está cerca. No los sigan. No se asusten si oyen hablar de guerras y disturbios, porque estas cosas tienen que ocurrir primero, pero el fin no llegará tan de inmediato... Se levantará una nación contra otra y un reino contra otro. Habrá grandes terremotos, pestes y hambre en diversos lugares. Se verán también cosas espantosas y señales terribles en el cielo". Ni las guerras, ni las revoluciones, ni las catástrofes naturales, ni los falsos mesianismos de cualquier clase anuncian el fin del mundo, cuya fecha de caducidad desconocemos.

Más aún, antes de este final, el cristiano habrá de padecer mucho: "Los perseguirán, los entregarán a los tribunales judíos y los meterán en sus cárceles. Los harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre... Con todo, ni un cabello de su cabeza se perderá. Manténganse firmes y se salvarán." (Lc 21, 19).

En lugar de satisfacer la curiosidad de los discípulos sobre la fecha de la destrucción del templo y consiguiente fin del mundo, Jesús los invita a no desanimarse ante todo lo que tendrán que sufrir antes de que llegue el fin. Ni siquiera la destrucción del templo de Jerusalén será anuncio de la venida inmediata del Mesías (Lc 21, 20-24).

La tarea del discípulo en este mundo es dar testimonio de Jesús, en medio de persecuciones de todo tipo, apuntando con su estilo de vida a otro mundo y otro orden de cosas, que acabe con este sistema mundano, verdadero desorden de odios, guerras y luchas fratricidas. Cuando llegue ese final, a quienes se hayan empeñado en cambiar el sistema, "los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas", como reza la primera lectura del profeta Malaquías (Mal 3, 19-20). Las restantes indagaciones sobre el fin del mundo son embrollos que a nada conducen. Pura pérdida de tiempo.

  1. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Para que seáis hijos". Ciclo C. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991
  2. J. Rius-Camps, El Exodo del hombre libre. Catequesis sobre el evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro Córdoba.
  3. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).