36 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXXIII
CICLO C
(27-36)
27.
REFLEXIÓN EL TEXTO ¡Cómo ha sido utilizado este pasaje una y otra vez para infundir temor, cuando es un bello himno a la confianza! Analicemos detenidamente el cambio que Jesús hace al no responder a la pregunta del “cuando” y sí responder el “cómo”. Analicemos un poco la construcción de este texto. Sabemos que los evangelios son “recuerdos”, “memorias”, testimonios que la comunidad tenía de Jesús; y generalmente estos recuerdos eran evocados por algo que estaba sucediendo en la misma comunidad. Me explico: cuando los cristianos se empezaron a ver amenazados, perseguidos, traicionados por sus mismos familiares por ser cristianos, hubo algunos de ellos que recordaron cuando Jesús dijo: “no teman,… no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza”. Así, el evangelio se convertía para los cristianos en fuente de inspiración para sobrellevar lo que estaban pasando. Con esto en mente analicemos el texto. Jesús relativiza la belleza del templo al hablar de su destrucción. Para él, no es el Templo lo más importante, pues Dios está dónde “dos o más se reúnan en su nombre”. Esto era importante para los primeros cristianos, porque después de unos años, ellos serán expulsados de las sinagogas y del Templo de Jerusalén. Pero el mensaje más importante estaba por venir. A la pregunta curiosa del “cuándo sucederá esto”, Jesús responde con algo más importante para él: “cómo” han de afrontar esos tiempos en los que ya no tengan Templo. Jesús hace cinco exhortaciones: “no se dejen engañar”; “no se aterren”; ante la persecución, “den testimonio”; “no se preocupen por su defensa, pues yo los auxiliaré”; y por último, ¡PERSEVEREN! Sin duda fueron palabras de aliento y de confianza para toda la comunidad primitiva, pues no pasaron momentos fáciles los primeros decenios. Pero, ¿cómo hacer nuestras estas palabras? ¿Qué mensaje encontramos de fondo en ellas que nos pueda ayudar en nuestras vidas?
ACTUALIDAD Pensemos un poco, ¿cómo representamos el Templo en nuestras vidas? Es decir; ¿en qué cosas, situaciones o acciones está nuestra seguridad de que Dios está con nosotros? Por ejemplo, quien tiene salud dice que Dios está con él, pero cuando enferma piensa que Dios lo ha abandonado; igual con quien está pasando por un momento de prosperidad económica o emocional. Parecería en este primer ejemplo que donde está Dios, “no hay problemas”. Basta ver a Cristo en la cruz para desenmascarar esta creencia. Otro ejemplo está en nuestras prácticas religiosas: si cumplimos con los diez mandamientos, no robamos, ni matamos o cometemos adulterio y vamos a misa de vez en cuando, pensamos que estamos muy bien con Dios. Sin embargo, se nos olvidan nuestro prójimo a quienes hemos dejado de amar al estar tan preocupados por no portarnos mal. Así le podemos seguir con las prácticas de piedad popular que nos tranquilizan la conciencia pero no nos llevan a buscar la justicia y vivir la caridad. Todas estas cosas que he mencionado son buenas: cumplir los mandamientos, vivir la misa, las prácticas de piedad popular; pero no podemos poner nuestra confianza en ellas, eso sería hacerlas ídolos. Nuestra confianza está en el amor que Dios ha derramado sobre nosotros, en el testimonio que nos ha dejado en su cruz y resurrección, en su promesa de permanecer con nosotros hasta el fin del mundo. Por lo tanto, esta semana, ante tantas dificultades que se están viviendo a nivel económico y laboral, además de las guerras que no cesan, “no tengamos miedo”. Nuestra confianza está puesta en el Señor que hoy nos pide que perseveremos en la fe para salvar nuestras vidas.
PROPÓSITO Abramos nuestros corazones a Cristo! Sin poner nuestra confianza en nuestras obras sino en su misericordia. Haciendo a un lado nuestros “templos”, aprendamos a reconocer la presencia del Señor en la casa, la escuela, el trabajo y la calle. Ahí es donde Dios quiere ser reconocido.
Héctor M. Pérez V., Pbro.
28.
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Antonio Izquierdo
Nexo entre las lecturas
El presente y el futuro son dos categorías que descuellan de alguna manera en
este penúltimo domingo del ciclo litúrgico. Los "arrogantes y malvados" del
presente serán arrancados de raíz el Día de Yahvé, mientras que los "adeptos a
mi Nombre" serán iluminados por el sol de justicia (primera lectura). Las
tribulaciones y las desgracias del presente no debe perturbar la paz de los
cristianos, porque, mediante su perseverancia en la fe, recibirán la salvación
futura (Evangelio). San Pablo invita a los tesalonicenses a imitarle en su
dedicación al trabajo, aquí en la tierra, para recibir luego en el mundo futuro
la corona que no se marchita (segunda lectura).
Mensaje doctrinal
1. Ciudadanos de dos mundos. Todo hombre, quiera o no, está inscrito en
el registro de dos mundos diversos. Uno es el mundo presente, la tierra que
pisamos y el aire que respiramos, un mundo pasajero, sellado por el límite y la
caducidad. El otro mundo es el mundo en el que reina el siempre y la infinitud,
el mundo futuro al que el hombre y la historia se encaminan. Lo interesante es
que estos dos mundos se suceden cronológicamente, pero sobre todo se entrecruzan
y entrelazan en la vida de los hombres. Ninguno de ellos nos es ajeno, en
ninguno vivimos como si el otro no existiera. En el mundo presente no podemos
dejar de pensar en el futuro, y en el mundo futuro no se podrá olvidar el
presente. Las vicisitudes de la historia, sus conflictos y sus penas nos remiten
casi inexorablemente hacia el futuro. La dicha y la plenitud del mundo futuro
solicitarán nuestro interés porque todos los hombres de este mundo puedan
alcanzarla. Como ciudadanos del presente hemos de estar ocupados y dedicados a
la tarea del progreso, de la justicia, del avance en humanismo y en
solidariedad, del crecimiento en valores. Como ciudadanos del futuro hemos de
mirar por la instauración del Reino de Cristo y por la santidad de los
cristianos. El presente en que vivimos es tarea de elección y de renuncia, el
futuro será tiempo de posesión y de gozo. El presente es tiempo de ideales y de
realizaciones, el futuro será de encuentro y de intimidad. El presente es tiempo
de constancia en la lucha, el futuro será de descanso en la paz. El presente es
tiempo de esperanza en la fe y en el amor, el futuro será de triunfo pleno del
amor perfecto. Dos mundo distintos, pero no distantes, sino unidos en el corazón
del hombre. Dos mundos en los que el cristiano ha de vivir a tope, haciendo
honor a su nombre.
2. La luz de la justicia. En este mundo no siempre brilla con todo su
esplendor la luz de la justicia. Hay también mucha tiniebla de injusticia. Y por
eso al hombre honrado y bueno le acecha la tentación de decir: "¡Es inútil
servir a Dios! ¿Qué ganamos con guardar sus mandamientos?" (Primera lectura).
Tal vez llegan a nuestros oídos voces de falsos profetas que gritan: "¡Yo soy!"
o que predicen con presunción: "El tiempo está por llegar" (Evangelio). Y llegan
a preocuparnos esas voces y crean en los cristianos algo de perplejidad.
Oscurecidos sobre el futuro, había también entre los cristianos de Tesalónica
algunos que "no trabajaban y se metían en todo" (segunda lectura). Evidentemente
creaban confusión y perturbaban la vida y la paz de la comunidad. Esa tiniebla
de injusticia no es propia sólo del tiempo del Antiguo o del Nuevo Testamento,
sigue actualísima en nuestro tiempo. ¿No hay acaso mucha gente convencida del
triunfo del mal sobre el bien? ¿No hay quienes atemorizan a la gente, sobre todo
sencilla y sin mucha cultura, hablando de revelaciones recibidas sobre que el
fin del mundo está por llegar? ¿No abundan falsos profetas y doctores, que
merodean aquí y allá enseñando doctrinas erróneas? La revelación de Dios,
recogida en los textos litúrgicos de este domingo, nos recuerda: "Dios hará
brillar la luz de la justicia". Esa luz puede ser que ya comience a brillar en
este mundo, pero ciertamente el sol de justicia irradiará sus rayos de luz en el
mundo futuro. El cristiano, por tanto, en medio de las injusticias y de las
persecuciones, ha de mantenerse tranquilo, paciente y en grande paz, porque Dios
intervendrá a su tiempo. "Con vuestra perseverancia, nos dice Jesucristo en el
evangelio, salvaréis vuestras almas".
Sugerencias pastorales
1. El tiempo de la Iglesia. Entre Pentecostés y el final de la historia
está el tiempo de la Iglesia. Esta Iglesia que tiene ya 21 siglos de historia,
que vive el presente tratando de ser fiel a su Fundador, y que mira al futuro
con esperanza. Jesucristo a esta Iglesia no le ha ahorrado tribulaciones. Pero
tampoco ha sido parco con Ella en consolaciones. En su historia pasada y
presente vemos una innumerable fila de hombres y mujeres fieles a su Señor, y
juntamente defecciones, falsos maestros, apostasía, traición. A lo largo de los
siglos, en muchos lugares donde no había paz, los cristianos santos han sembrado
paz y concordia entre los hombres. Pero también ha habido cristianos, en esos
mismos siglos, que han esparcido discordia, guerra, revolución, desavenencias en
la familia, en los grupos humanos, entre las naciones. Ha habido en la larga
historia del cristianismo reyes y gobernantes cristianos, sumamente santos y que
han hecho tanto bien. A su lado, ha habido igualmente y continúa habiendo reyes
y gobernantes que han perseguido a sus hermanos en la fe por motivos políticos o
por intereses ideológicos. En la historia están también los enemigos de Dios y
de su Iglesia. Recordemos a los emperadores que durante tres siglos, con mayor o
menos intensidad, persiguieron al cristianismo como religio illicita y
consideraban a los cristianos como ateos porque no adoraban a los dioses del
Imperio. Pensemos en los tormentos que sufrieron los hijos de la Iglesia en
Japón y en China, por considerar el cristianismo como extranjero y como ajeno
completamente a las propia tradiciones religiosas. ¿Y qué decir de la brutal
persecución y hostigamiento del comunismo hacia los cristianos allí donde el
socialismo real fue o continúa siendo una triste y horrenda pesadilla de la
humanidad en su historia? El tiempo de la Iglesia ha sido y continuará siendo
así hasta el final: tiempo de tribulación, y tiempo de consolación y paz. ¡Esta
es la Iglesia en que vivimos, a la que amamos, y en la que trabajamos por el
Reino de Dios!
2. Vivir el presente desde el futuro. Frecuentemente se piensa que hay
que vivir el presente con un ojo en el pasado, para aprender del mismo, puesto
que "la historia es maestra de la vida". No niego que esto sea verdad. Quiero
señalar, sin embargo, un aspecto propio de nuestra fe cristiana. Hay que vivir
el presente como quien ya hubiera recorrido el camino de la vida y se hallara en
el mundo futuro. Es claro que las perspectivas y el modo de vivir el presente
serían muy diversos. Esto vale en la vida del hombre: si fuera posible vivir los
veinte años desde la perspectiva de los sesenta, sin duda alguna que se vivirían
de distinta manera. Con mayor razón vale cuando hipotéticamente nos colocamos en
el más allá. Preguntémonos: Desde la eternidad, ¿cómo hubiese querido vivir el
día de hoy, esta situación familiar, este momento personal de crisis, esta
relación afectiva, este ambiente en el trabajo? Ese futuro crea una distancia
entre nosotros y nuestro presente, y al crear distancia nos permite ver las
cosas con mayor paz y objetividad. Ese futuro nos mete en el mundo de Dios y de
esta manera nos otorga el poder de pensar en las diversas situaciones del
presente y de la vida con el mismo modo de pensar de Dios. Desde el futuro
conocemos mejor y sabemos aplicar con mayor exactitud y coherencia al presente
la regla de nuestra fe y la medida de nuestra conducta. No hay que caer en la
utopía, pero una chispa de futuro en nuestro presente es suficiente para
encender el ama con nuevo ardor y entusiasmo.
29. DOMINICOS 2004
Las palabras de Jesús tienen sabor a
despedida, en términos escatológicos. Pero más allá de la nostalgia y de las
lágrimas, tan inherentes a la condición humana, exhortan a la perseverancia y a
la praxis del discernimiento, fundamentalmente en los momentos difíciles. El
bien y el mal se entrelazan, incidiendo sobre justos y pecadores de manera
misteriosa. No obstante, a los que honran al Señor “los iluminará un sol de
justicia que lleva la salud en las alas” (Ml 3, 20).
La profecía es elocuente. Comienza por el Templo y alcanza a la humanidad, con
tintes apocalípticos. Jesús advierte que sus seguidores serán perseguidos y
maltratados, pero esta será la ocasión privilegiada para dar testimonio de la
Buena Noticia. Si es preciso, hasta entregar la vida. El Señor asistirá a sus
testigos con su fuerza y sabiduría, no abandonará a los que hablan y actúan en
su nombre. Esta certeza, invita a la confianza.
A través de los tiempos, se han confirmado las palabras de Jesús con el
testimonio de muchos mártires. Hombres y mujeres que gritan con su vida y con su
muerte que hay razones para la esperanza, pues “ni un cabello de vuestra cabeza
perecerá. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas” (Lc 21, 19).
Palabras que nos invitan a vivir intensamente, desde Dios, en nuestra historia
y, a la vez, trascenderla.
Comentario Bíblico
Esta Historia hay que vivirla con dignidad
Iª Lectura: Malaquías (3,19-20):
I.1. En la línea litúrgica de presentar los temas sobre las últimas cosas de la
vida y de la historia, al final del año litúrgico, la lecturas de este domingo
pecan un poco de apocalípticas. Este es un género literario religioso que tiene
sus contradicciones, acertado en algunas cosas por su inspiración profética y
desenfocado en otras. Es una literatura para tiempos de crisis, en que se
ambiciona una identidad frente a culturas nuevas que pretenden arrasar con todo
el pasado; refugio, en otros momentos, de mentalidades fundamentalistas. En la
Biblia existe de todo eso un poco y a lo largo de la historia siempre ha habido
grupos y personas que se encuentran demasiado a gusto en esos perfiles.
I.2. La lectura de Malaquías es un buen ejemplo de ese tipo de presentación. Es
un texto que se centra en un término consagrado de la teología profética del
Antiguo Testamento: el día de Yahvé, el día de la actuación de Dios. Para
aquella mentalidad se trataba de presentar el final de la historia. Y son obvias
sus afirmaciones: para los que han vivido arrogantemente, en la injusticia, en
la ceguera del poder y la corrupción, será su final. Pero los que han vivido
según el proyecto de Dios no tienen por qué temer. Es lógico pensar que alguien
tiene que denunciar a los arrogantes y soberbios que un día todo eso se acabará;
en ese sentido los mensajes apocalípticos tienen mucho de profético. Es, a
veces, el grito reivindicativo de los que han soportado la injusticia y el
oprobio.
IIª Lectura: 2ª Tesalonicenses (3,7-12): ¡No tengamos miedo al futuro!
¡Vigilemos!
II.1. La segunda lectura es un texto continuación del domingo anterior. Supone
una lección muy concreta, precisamente para corregir ciertos abusos que se
dieron en algunas comunidades donde, personas con mentalidad apocalíptica que
esperaban el fin del mundo, se cruzaban de brazos o se aprovechaban de los que
eran más sensatos y conscientes de que, mientras el mundo sea mundo y la
historia sea historia real, se debe vivir en ella con dignidad y
responsabilidad. Bajo la mentalidad religiosa desenfocada se pueden producir
abusos que no deben ser tolerados en la comunidad.
II.2. El autor -se pretende que sea Pablo- da su testimonio personal de que él,
aún siendo apóstol y teniendo derecho a vivir de ese trabajo (Cf 1Cor 9,6ss; Gal
6,6), sin embargo trabajó lo necesario para subsistir (Hch 18,3; 1Cor 4,12).
Este texto, pues, viene bien para no preocuparse demasiado por el final del
mundo y para no vivir en la fiebre de una mentalidad apocalíptica. Esto sigue
interesando mucho a ciertos grupos sectarios, que más allá de lo religioso,
embaucan a muchos por nada.
Evangelio. Lucas (21,5-19): No toda la felicidad está en esta historia
III.1. El texto del evangelio de Lucas corresponde a lo que se ha llamado el
discurso escatológico de Jesús que aparece en los tres evangelios sinópticos,
aunque con visiones diferentes entre uno y otro. El de Lucas es el más explícito
en cuanto a corregir los abusos de algunos que se presentaban en Jerusalén o en
cualquier comunidad para decir que llegaba el día del Señor, el fin del mundo,
para que les siguieran a ellos. Lucas tuvo mucho cuidado de catequizar a su
comunidad al respecto, en el sentido de que no fue un evangelista que se dejó
impresionar demasiado por el lenguaje y los símbolos apocalípticos. Conserva,
eso sí, el talante profético de este discurso que se pone en boca de Jesús como
en Mc 13. El discurso base de Mc 13 pudo ser redactado, tal como lo tenemos
ahora, en un momento de la crisis que Calígula provoca en la comunidad judía, y
por lo mismo en la comunidad cristiana: mandó que se le levantara una estatua en
la explanada del templo. Pero Lucas, por su parte y mucho más tarde de estos
acontecimientos, trata de serenar y tranquilizar, máxime teniendo en cuenta que
él conoció o tuvo noticia de la destrucción de Jerusalén en el año 70 de nuestra
era. Esta es una tesis no aceptada por todo el mundo, pero que parece lógica. De
hecho, Lucas es el autor del NT que mejor ha sabido asumir el mensaje
profético-apocalíptico de Jesús mirando a la historia como lo más positivo, sin
estar obsesionados por el final catastrófico de movimientos sectarios.
III.2. Con la destrucción de Jerusalén no llegó el fin del mundo, ni del
judaísmo siquiera. Los judíos pensaban que el día que el templo fuera destruido
desaparecería el pueblo de Israel. ¡No fue así! Porque sin templo, una religión
puede tener mucho sentido. Luego, había que reinterpretar todos esos
acontecimientos. Lucas prepara a su comunidad para las persecuciones, ya que los
cristianos serán perseguidos; pero eso no es el final. Las urgencias
apocalípticas no son la mejor manera para catequizar o hablar de Dios y de su
salvación, pero tampoco debemos vivir con la pretensión de instalarnos aquí para
siempre. El anhelo de un mundo mejor es lo radicalmente cristiano. Y ese mundo
mejor se ampara en una vida nueva, en una experiencia nueva de vida que no
podemos programar… como casi todo se programa hoy. No podemos avergonzarnos, los
cristianos, de decir y proclamar que eso está en las manos del Dios “amigo de la
vida”, que para eso nos ha creado.
III.3. No podemos menos de tener cuidado cuando nos adentramos en el sentido de
un texto como este. De hecho, el fin del mundo y de la historia, que en algunos
círculos cristianos surgía de vez en cuando, no se ha llevado a cabo. Es seguro
que Jesús nunca se definió por un fin del mundo y de la historia con la llegada
del reinado de Dios. No era un iluso, aunque fuera un “profeta” escatológico.
Pero con ello hay que entender que algo nuevo y “definitivo” estaba surgiendo
con su llamada a la conversión y a buscar a Dios con toda el alma y todo el
corazón. Porque los reinos de este mundo solamente provocan guerras y
catástrofes, pero el Reino de Dios al que él le dedica su vida, nos trae la
justicia y la paz. Si no es así es porque los poderosos de este mundo quieren
ocupar el lugar de Dios en la historia. Y es eso lo que se condena con este
discurso. Los cristianos deben saber que estarán en conflicto con los que
dominan en el mundo. En el caso de Lucas, el discurso prepara a los cristianos,
no para el fin del mundo, sino para estar dispuestos a la persecución y a la
lucha si en verdad son fieles al mensaje de profeta de Galilea. Por ello hay que
mantenerse “vigilantes”, pero no por catástrofes apocalípticas, sino porque el
reinado de Dios es una instancia crítica que no puede aceptar en muchas
ambientes de este mundo.
Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org
Pautas para la homilía
Perseverar en el bien
Es fácil comenzar algo bueno: un proyecto que puede beneficiar a otras personas,
una relación de amistad que puede hacernos crecer, una opción por Jesús que
comprometa nuestra vida entera. En general, lo bueno nos atrae y damos los
primeros pasos. Lo difícil es perseverar en aquello bueno que hemos emprendido.
Una opción seria por Jesús es extremadamente arriesgada, pues “os echarán mano,
os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel…por causa de mi
nombre” (Lc 21, 12). Hace falta, entones, fortaleza, paciencia y perseverancia
para llegar hasta el final. Todo esto nos viene de Dios.
El seguimiento de Jesús está inmerso en la historia. Con sus luces y sus
sombras. Por eso, nos advierte que no nos dejemos engañar ya que se dará la
confusión. Es necesario discernir los acontecimientos. Vigilar. Además, les
regala una certeza: “El final no vendrá enseguida” (Lc 21,9) Y es que en el
itinerario de Jesús, más allá de un trágico final, se resalta que el Reino de
Dios está dentro de nosotros.
Tener confianza
Las palabras de Jesús se han cumplido, a través de los tiempos. Y, lejos de
amedrentar a sus seguidores, han sido un estímulo. Pues, si bien no han faltado
las persecuciones y la muerte, tampoco ha faltado la fortaleza para llegar hasta
el final. Desde la confianza en un Dios fiel que nunca defrauda.
El Señor estará siempre cerca de las personas que hablan y actúan en su nombre
hasta las últimas consecuencias. Por eso, hay razones para ser pacientes y
constantes, pues, “ni un cabello de vuestra cabeza perecerá. Con vuestra
perseverancia salvaréis vuestras almas” (Lc 21, 18).
Dios no nos pide lo que supera nuestras fuerzas, aunque, a veces, pareciera que
sí. ¿Cómo asumir las duras palabras del Evangelio de Lucas? : “… hasta vuestros
padres, parientes, y hermanos y amigos os traicionarán, y matarán a alguno de
vosotros, y a todos os odiarán por causa de mi nombre”. Aquí se presenta una
situación doblemente dolorosa que subraya la radicalidad del seguimiento de
Jesús.
Ser testigos
Testimoniar a Jesús es exponerse a muchas situaciones que la condición humana
rechaza: el despojo, el sufrimiento, el martirio... Es seguir su camino que, al
parecer, continúa teniendo las mismas consecuencias en nuestro tiempo. Los
mártires en África y América Latina, Asia, entre otros lugares del mundo, por
causa del Evangelio, actualizan la muerte de Jesús. También su mensaje de
salvación.
La persecución o el martirio a causa de Jesús, es la mejor oportunidad para
testimoniar al Dios de la Vida y de la Historia. San Lucas presenta una
perspectiva, no tanto desde los poderosos y trasgresores, como desde las
víctimas. Y, en todo caso, resalta que El Señor asistirá a sus testigos con su
sabiduría para que no queden confundidos por sus adversarios.
Los testigos de Jesús son hombres y mujeres llenos de esperanza, por la fe en el
que los amó primero y que nunca les fallará. Por eso, no sólo se sienten
llamados a testimonios desmesurados, sino, también, desde la vida cotidiana, a
vivir una vida austera, sencilla, laboriosa, como la presenta San Pablo (2ª Ts
3,7-12). Situarnos en nuestra historia con lucidez y responsabilidad.
María Teresa Sancho Pascua
dmsfpg@terra.es
30. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO
En la tradición profética, el abandono del templo de Dios y su destrucción eran contemplados como la consecuencia de la ruptura de la alianza por parte del pueblo. Jesús, en continuidad con esta tradición, anuncia la destrucción del templo porque Israel no lo ha aceptado como el enviado para establecer la nueva alianza entre Dios y los hombres.
Algunos estaban impresionados por la construcción, por la enorme edificación, por los enormes bloques de piedra que componían el templo. Jesús les dijo algo que no se esperaban: ¿Verdad que es impresionante por su enormidad y belleza? Pues así como la ven, no quedará piedra sobre piedra, porque va a ser destruida de raíz. Jesús hace un juicio sobre el templo porque ha perdido su valor, en otro tiempo con vida; ahora se había convertido en una cueva de ladrones. Por eso sería destruido. Jesús no buscó purificar el templo, sino denunciar su esterilidad e iniciar un proceso que llevaría a buscar, en otro lugar, la verdadera vida, el verdadero culto, el verdadero Dios.
Los discípulos pensaban que, acabándose el templo, se acabaría Israel y con él, se acabaría todo el sistema edificado en torno a él. No habían entendido aún que lo que buscaba Jesús era reunificar y congregar al Israel renovado en torno al Padre, al margen del sistema, y que al llegar su Reino se transformarían las relaciones entre los seres humanos haciendo una historia humana de amor, de libertad, de justicia, y que ellos jugarían un papel fundamental en esa reconstrucción de la humanidad nueva. Pero eso no se iba a dar sin la persecución, el sufrimiento, la muerte. Jesús les dice: No se confundan, y pongan cada cosa en su lugar. Una cosa es lo que va a pasar con Israel y con ustedes en relación con los jefes judíos, y otra muy distinta es el final de la historia. Ante esto ustedes tendrán que ver la manera como actuar en el presente.
El fin del Templo no coincidía con el fin de la historia. No es más que el comienzo. Pero también existía la otra realidad futura: la historia humana, la individual y la colectiva, se encaminaba a un final, cuya cercanía o lejanía ningún humano podía determinar, pero a la que había que prepararse. Jesús usó imágenes muy conocidas para los judíos: las de la apocalíptica. Era una manera de hablar que, mediante símbolos, comunicaba una serie de verdades importantes sobre la victoria de Dios sobre el mal. La palabra apocalipsis significa revelación. Los discípulos querían fechas; Jesús no dirá nada sobre cómo sería el final, que es una pregunta estéril; les revelará cómo había que vivir la historia a fin de prepararse para ese final.
De esa manera Jesús dejó a sus discípulos -y a
todos nosotros, que lo hemos seguido para proseguir su causa- tres lecciones:
ante la conflictividad político-religiosa de la historia hay que vivir en
actitud de discernimiento de las señales que en ella encontramos para actuar;
frente al desconocimiento del momento y la certeza de su venida para llevar la
historia a plenitud, vivir en expectativa esperanzada; y frente a las tareas del
presente, actitud de vigilancia permanente.
Cabría también otro tipo reflexión ante este pasaje evangélico, que no deja de
ser más que un símbolo, no una profecía-adivinación del fin del mundo. En este
sentido. Los primeros cristianos pusieron estas palabras en boca de Jesús
remitiéndose quizá a actitudes radicales que Jesús de alguna manera reflejó en
su vida, pero poniendo en ellas también su propia experiencia. Los primeros
cristianos, no eran “cristianos” de religión, sino judíos. Durante bastante
tiempo siguieron participando en el Templo y en la Sinagoga, sin pensar para
nada en un abandono de su propia religión judía. Fue después, con el tiempo,
cuando los acontecimientos les mostraron y les indicaron que podía establecerse
una respuesta religiosa nueva, y que esa nueva perspectiva religiosa (nueva
respecto al judaísmo) podía ser fundamentada en Jesús. Venían de una tradición
bien antigua, y se sintieron con derecho -y quizá obligación- a crear su propia
tradición...
Hoy estamos también en un momento de inflexión en la historia. La crisis de la religión -paradigmática en Europa- da que pensar en muchas disciplinas (sociología, antropología cultural...) y también debe hacer pensar en teología. Son no pocos los analistas que creen que estamos en presencia de una metamorfosis de la religión. Algo se acaba (un Templo se está desmoronando), y algo está naciendo (una nueva respuesta religiosa). ¿Quién nos ha dicho que en tema de religión (o de religiones) no puede haber ya nada nuevo bajo el sol? ¿Quién dice que nuestra generación no tiene derecho a crear una nueva tradición religiosa? ¿Quién puede asegurar que no se está ya creando esa nueva tradición en los incontables movimientos religiosos? ¿Quién afirmaría hoy que Jesús quería fundar exactamente lo que de hecho luego se construyó sobre su testimonio y que no avalaría él una nueva refundación o refundición del futuro...?
En estos domingos ya finales del año litúrgico, la
liturgia nos hace reflexionar sobre el fin del mundo... Es el tema clásico. Pero
hoy hemos de introducir también el tema de la crisis de las religiones, el fin
de muchas formas religiosas que están realmente muriendo, el advenimiento quizá
de una nueva forma de religiosidad que todavía no podemos intuir...
Para la revisión de vida
Muchas sectas fundamentalistas anuncian desde estos textos el fin del mundo e
invitan a la conversión para ser parte de los que se van a salvar. Otra gente,
por sus múltiples ocupaciones, no se preocupa ni siquiera por el transcurrir de
la historia y el desenvolvimiento de los acontecimientos. ¿Soy insensible ante
los acontecimientos de injusticia, desigualdad y muerte que estamos viviendo?
Para la reunión de grupo
- La reflexión sobre la segunda venida de Cristo ha provocado continuamente en
la historia preocupaciones, temores y angustias. La venida del Señor no es una
amenaza, sino una esperanza. Por eso no puede producir pánico, temor o miedo,
sino confianza absoluta.
- Ante la conflictividad político-religiosa de la historia hay que vivir en
actitud de discernimiento de las señales que en ella encontramos para actuar.
¿Cómo estamos actuando ante los problemas políticos y religiosos que se viven en
nuestra sociedad?
- La realidad que vivimos está generando desconcierto, desilusión y
desesperanza. ¿Qué estamos haciendo para devolverle a tanta gente la esperanza?
- Muchos cristianos están luchando por construir una nueva historia y por eso
son perseguidos, calumniados y asesinados. ¿Qué estamos haciendo nosotros por
construir esta nueva historia?
Para la oración de los fieles
- Por las comunidades cristianas que trabajan solidariamente por los pobres,
marginados y excluidos, para que su testimonio de vida sea signo ante el mundo
del Reino.
- Por todos los que trabajan por implantar en la tierra un nuevo orden social,
para que sus luchas y esfuerzos vayan creando nuevos caminos de libertad.
- Por tantos cristianos insensibles ante el dolor y el sufrimiento de muchos de
sus hermanos, para que el Espíritu de Jesús los toque en su corazón y puedan
generar acciones que conforten y ayuden a los demás.
- Por los que son perseguidos por causa del evangelio, para que Jesús los
acompañe, los conforte y les dé valor.
- Por la Iglesia, para que sea ante el mundo testimonio de Jesús y fermento en
la construcción del reino de Dios.
- Por las victimas de la guerra; viudas, huérfanos y desplazados, para que el
Señor suscite en muchos cristianos la generosidad y el amor solidario.
Oración comunitaria
Dios Padre-Madre de la Humanidad, a quien todos los pueblos han buscado a
tientas desde el origen de la historia, en mil formas religiosas, en las más
diversas tradiciones espirituales que se han sucedido a lo largo de los
milenios. Abre nuestros ojos y nuestras mentes para saber valorar la inmensa
riqueza de tu acción en la historia, para que estemos abiertos a tu acción
imprevisible, capaz de sorprendernos con nuevos caminos religiosos allí mismo
donde nos parece ver crisis de la religión o increencia. Te lo pedimos
asociándonos al clamor universal de todos los hombres y mujeres, pueblos y
tradiciones, que te han buscado y encontrado a lo largo de la historia. Amén.
O bien:
Señor y Padre de la historia, enséñanos a transformar las relaciones entre los
seres humanos haciendo una historia humana de amor, de libertad, de justicia, y
de paz, que nos lleve a la construcción de la humanidad nueva donde se explicite
de manera efectiva el Reino de Dios. Por Jesucristo Nuestro Señor.
31. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO 2004
Comentarios Generales
Malaquías 4, 1-2:
Malaquías significa: “ángel” o “mensajero de Dios”.
Es profeta muy cercano a los tiempos Mesiánicos. El N. T. interpreta en sentido
Mesiánico sus vaticinios, especialmente el que leemos hoy:
- La expresión “Día del Señor” (1) la hereda Malaquías de los Profetas
anteriores. En Malaquías equivale a “Juicio discriminador” entre justos e
impíos, entre fieles e incrédulos. San Juan nos dirá: “En esto está el juicio o
condenación: Vino la Luz al mundo y lo hombres prefirieron las tinieblas a la
Luz. Quien no cree en Él queda ya condenado: el que no cree en el Hijo Unigénito
de Dios” (Jn 3, 18-20).
- Con grafismo muy expresivo nos presenta el “Día del Señor” como “Fuego”: Este
Fuego es horno que quema la paja (los malvados); y es Sol de salvación para los
fieles. También se aplicará al Mesías esta feliz expresión: “Sol de Justicia” o
de Salvación. El Padre del Bautista así canta al Mesías, que acaba de llenar de
luz y vida su casa: “Viene a visitarnos Sol de vida y de salvación que iluminará
a cuantos andan en tinieblas y sombras de muerte” (Lc 4,9).
-Y será el mismo Jesús quien orientará hacia su persona el rico sentido de estas
profecías: “Yo vine como luz al mundo para que todo el que en Mí cree no ande en
tinieblas. Yo soy la luz del mundo. El que me sigue tiene la luz de la vida” (Jn
5, 34). Cierto, el Nacimiento de Cristo es la Epifanía de un nuevo Sol: Sol de
vida y de salvación: “La salvación nos es otorgada en Cristo Jesús desde antes
de los siglos. Y se
ha manifestado ahora con la Epifanía de nuestro Salvador Jesucristo. Él ha
aniquilado la muerte y ha iluminado la vida y la inmortalidad (2 Tim 1, 9). “Es
que la Palabra, la Verdad, Cristo, es más abrasadora y más luminosa que el sol
en su cenit. Y penetra las profundidades del corazón y de la mente, conforme al
anuncio de los Profetas: Brillará más que el sol. Su nombre es: “Sol naciente”
(Justino: Dial c Trif 121). Nosotros, fieles de Cristo, nos dejamos iluminar y
vivificar por este Sol de Salvación (Mt 4, 2).
2 Tesalonicenses 3, 7-12:
En Tesalónica había sido mal interpretada la predicación de Pablo acerca de la
Parusía del Señor. Y los había que, a pretexto de la proximidad de la Parusía,
se daban a la holganza; y perturbaban la paz de la Comunidad. Pablo les ha
escrito corrigiendo estos desvíos. En el pasaje que hoy leemos insiste en el
deber del trabajo: de un trabajo asiduo y ordenado:
- Y ante todo les recuerda el ejemplo que les dio mientras estuvo entre ellos.
Bien que en razón de su dignidad de Apóstol y de las urgencias del ministerio
podía dispensarse de trabajos manuales, pero para evitar toda ocasión de
murmuración sobre su conducta o intenciones, y para no ser gravoso a nadie,
renunció a los derechos de vivir de limosna; y se impuso el deber de un trabajo
duro: “Con fatiga y con sudor noche y día trabajábamos” (8). Bien sabía Pablo
que con esto les daba una lección muy importante: “No que no tuviéramos derecho
(a vivir del ministerio), sino para daros en nosotros un modelo que imitar” (9).
- La ley del trabajo urge para todos: “El que no trabaja no tiene derecho a
comer” (10). Con la ociosidad se perjudica a los demás. Primero, porque se
perturba su paz. El ocioso ni trabaja ni deja trabajar. Y segundo, se alimenta y
aprovecha de los su-dores de los otros.
- Vemos, pues, que uno de los valores que más enaltece Pablo en el trabajo es el
de la caridad. El trabajo es caridad con los otros. Y la ociosidad, pecado
contra la justicia y amor fraterno. Paulo VI nos dirá: «El cristiano ha de amar
tanto a sus hermanos como para entregarse a ellos por entero. Y es una forma
eficaz de entregarse a sus hermanos estar presente en el proceso del mundo en
fase de aumento y desarrollo. Por tanto, la participación cristiana en el
desarrollo se sitúa en un nivel muy elevado, anclada no solamente en razones de
pura justicia, equidad o conveniencia; se proyecta en el plano del amor
verdadero y resulta una auténtica imitación de la caridad de Cristo, quien
dictará su sentencia de Juez sobre la relación de amor que nos haya tenido
vinculados a nuestros hermanos» (29-IX-1966). Hagamos, pues, de la ley del
trabajo ley de caridad con todos los hermanos.
LUCAS 21, 5-19:
Jesús, con ocasión de la pregunta que le hacen los Apóstoles: «Maestro, ¿cuándo
va a ser eso y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?» (7), les
habla del futuro. En los vv 20-24, del futuro trágico e inminente que espera a
Jerusalén. En los versículos 8-19, del futuro del Reino Mesiánico militante.
Antes de su epifanía gloriosa queda una larga Era:
Sus fieles deben preservarse de los seductores. Vendrán muchos falsos Mesías
(8).
-Igualmente, a más de estar sujetos a todos los accidentes, sucesos y peripecias
que el resto de los hombres (guerras, terremotos, hambres, pestes: vv 10-11),
tendrán que soportar persecuciones a muerte de parte de los judíos (12b) y de
parte de los gentiles (12c).
-No deben, empero, temer. Alégrense de poder dar testimonio del Nombre de Cristo
(13). El mismo Cristo hablará por boca de ellos. No tienen, por tan-to, que
ensayar qué van a decir (14). Los males físicos no dañarán su alma (18). Miren
de perseverar en la fe. Entonces la persecución y los sufrimientos les ganarán,
si perseveran, la más rica corona (19).
*Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros
de la Palabra", ciclo "C", Herder, Barcelona 1979.
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Dr. D. Isidro Gomá y Tomás
Introducción y signos precursores de la destrucción del Templo:
Explicación. — Con pena e indignación, por la proterva de los primates judíos,
salía Jesús del Templo, después de pronunciada la tremenda frase: «Quedará
vuestra casa desierta», es decir, destruida vuestra ciudad. Los discípulos, que
han oído la profecía, no pueden convencerse de que haya de quedar aniquilado el
magnifico edificio, gloria de Israel. Sea para que les diera el Señor más
detalles, o para moverle a que cambiase su decreto, le dirigen la pregunta que,
con la respuesta de Jesús, constituye la:
Introducción del discurso. — Y, habiendo salido Jesús del Templo, caminaba,
alejándose del mismo en dirección al Monte de los Olivos. Tan luego dejaron los
pórticos, recaería la conversación de los discípulos sobre las bellezas de la
excelsa fábrica, cuya ruina acababa de predecir el Maestro. Y, sea a la misma
salida, o costeando el Monte de los Olivos, desde donde aparecía con toda su
majestad la fastuosa fábrica, se llegaron a él sus discípulos, para mostrarle
los edificios del Templo, esta serie de construcciones, en las que tantos años
se había trabajado, para formar un conjunto grandioso y bello, diciendo que
estaba adornado de hermosas piedras, labradas con arte exquisito, y de dones,
aludiendo sin duda a los riquísimos presentes que encerraba aquella
«construcción de inmensa opulencia», como le llamó Tácito al templo herodiano. Y
díjole uno de sus discípulos, probablemente Pedro, inspirador de Marcos:
Maestro, mira qué piedras y qué edificios. La pregunta admirativa de los
Apóstoles estaba justificada: debía formar un contraste profundo en sus simples
espíritus la visión de aquel portento de riqueza y arte, y la imaginación de la
tremenda ruina que le esperaba.
Mas él, llamando la atención de todos sobre el edificio, les respondió,
diciendo: ¿Veis todo esto, todos estos grandes edificios? En verdad os digo,
añade con solemnidad, refrendando su anterior vaticinio, día vendrá en que no
quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada.
La profecía se cumplió a la letra, aunque lo ingente de los bloques de piedra de
sus muros la hacían inverosímil: los soldados de Tito, cuando no tuvieron ya que
matar ni robar en la ciudad, recibieron orden de arrasarlo todo, incluso el
Templo, excepto sus más altas torres y la parte de muralla que ceñía a la ciudad
por el lado de poniente; más tarde, el general de los ejércitos romanos mandó
roturar con el arado el área ocupada por el Templo, según cuenta Maimónides;
hasta que en tiempo de Juliano el Apóstata, según testimonio de Amiano
Marcelino, queriendo el impío emperador desmentir la profecía de Jesús, cave)
los antiguos cimientos del Templo para levantarlo de nuevo, saliendo de ellos
milagroso fuego que hizo imposible la prosecución de las obras. Ello acabó de
justificar la palabra del Señor. Más total ha sido si cabe la destrucción del
culto judío que allí se daba a Dios: aquel pueblo ha sido totalmente expulsado
del recinto donde estaba emplazado el Templo; ni puede un judío entrar en el
recinto de la actual mezquita de Omar, donde se levantó un día el altar de los
holocaustos, cuando puede hacerlo un pagano. Estos mismos días la sangre judía
ha corrido por las calles de Jerusalén, por expulsarles los árabes del pequeño
recinto donde está el «muro de los lamentos», enormes bloques que formaron un
día la subestructura de la grandiosa fábrica, ante los cuales, como único
consuelo en medio de su desgracia, llora y espera el pueblo maldito de Dios.
Signos precursores de la destrucción del Templo. — Las últimas palabras, que
había pronunciado Jesús a la salida del Templo, impresionaron profundamente a
sus discípulos. Llegada la comitiva a la parte de la colina de los Olivos desde
donde se domina la ciudad y el Templo, sentose Jesús: Y estando él sentado en el
Monte de los Olivos, frente al Templo, que desde el monte se dominaba a vista de
pájaro, llegáronse a él sus discípulos en secreto, aparte de 1os demás, y
preguntáronle separadamente Pedro, y Juan, y Santiago, y Andrés, los tres
discípulos mas íntimos y el más antiguo de todos, diciendo: Maestro, dinos:
¿cuándo sucederá esto? ¿Y que señal habrá de que todas estas cosas están a punto
de cumplirse? ¿Y cuál es la señal de tu venida y del fin del mundo? Las
preguntas son varias y apremiantes. Los Apóstoles acaban de oír la predicción de
la ruina del Templo: para un judío, la ruina de la ciudad y del Templo es
equivalente a la ruina del mundo; por esto juntan preguntas que se refieren a
sucesos totalmente distintos, recordando la otra predicción de Jesús sobre el
fin del mundo y el advenimiento del Hijo del hombre para juzgarle (Mt. 13,
40.49; 16, 27, 19, 28).
Jesús les responde en forma que algunos creen referirse solamente a la
destrucción del Templo, y otros al fin del mundo; mientras creen otros que en su
sentido material se refieren a lo primero, y a lo segundo en su sentido
simbólico. La primera señal será la aparición de falsos cristos. Para prevenir a
sus discípulos, les exhorta, ante todo, a la vigilancia: Y respondiendo, Jesús
les dijo: Mirad que nadie os engañe: porque muchos vendrán en mi nombre,
diciendo: Yo soy el Cristo; y: Ya ha llegado el tiempo de la redención
mesiánica, y a muchos engañarán: no vayáis en pos de ellos. Refierese Jesús a
los falsos cristos que pulularon en la Palestina, antes y después de su muerte,
y que arrastraron a gran parte del pueblo (Cf. Act. 5, 36; 21, 38): como fueron
Simón Mago y su discípulo Dositeo el Samaritano, otro impostor llamado Teudas, y
otros muchos. También antes del fin del mundo aparecerán falsos mesías.
La segunda señal serán las guerras atroces: Y también oiréis guerras en las
regiones limítrofes, y rumores de guerras, fama de guerras lejanas, y
sediciones, o guerras civiles. Todo ello no debe espantar a los discípulos,
porque entra en el plan de Dios, y no es aún señal inmediata de la ruina de la
ciudad, y del mundo: Mirad que no os conturbéis: porque conviene que esto
suceda. Pero aún no es luego el fin. No faltaron, caso de que estas palabras se
refieran a la destrucción de la ciudad, sediciones en la misma Palestina y
frecuentes guerras en todas partes. Explica luego Jesús la forma de aquellas
guerras y sus consecuencias: Y entonces les decía: Porque se levantará nación
contra nación, en las sediciones populares, y reino contra reino, en las guerras
internacionales; y, consecuencia de las guerras, habrá pestes y hambres: y a
ello se añadirán grandes terremotos en varios lugares, en distintas regiones: y
en el cielo cosas espantosas y grandes prodigios, como refiere Josefo se vieron
en el asedio de Jerusalén; bien que otros refieran esta predicción al fin del
mundo. Todo ello es aplicable a la futura destrucción de la ciudad; en realidad,
hubo de todo ello, según cuenta la historia. Pero todas estas cosas son el
comienzo de los dolores, añade, para significarles que no ha llegado todavía el
fin: son como preludios de mayores catástrofes.
Otra señal más particular serán los vejámenes de toda suerte que experimentarán
personalmente sus discípulos: Mirad por vosotros mismos. Mas, entonces
simultáneamente con estas señales de orden general, antes de todo esto, pondrán
en vosotros sus manos, y os perseguirán. Pues os entregarán a los concilios,
seréis azotados en las sinagogas, y os meterán en las cárceles, y seréis
presentados por causa mía ante los gobernadores y reyes: y esto os acontecerá en
testimonio a ellos, es decir, para mayor estima ante ellos, como prueba de
vuestra fidelidad, para demostrar al mundo vuestra fe.
Como uno de los vejámenes que sufrirán los discípulos será tener que comparecer
ante los tribunales, de la nación y de fuera, porque Jesús tiene en este momento
ante su vista la larga serie de discípulos que deberán predicar su Evangelio,
les amonesta sobre la forma en que deberán presentarse ante los tribunales: Y
cuando os conduzcan al tribunal los que os entreguen, tened fijo en vuestros
corazones de no pensar antes cómo habéis de responder: sino decid lo que os será
inspirado en aquel momento: porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el
Espíritu Santo. Pues yo os daré elocuencia y sabiduría, a la que no podrán
resistir ni contradecir todos vuestros enemigos. No les manda que no cuiden de
precaverse en los trances difíciles en que se encontraran; sino que no se
acongojen por ello, porque en los momentos de crisis más agudas podrán contar
con la inspiración especial de Dios. La historia de las persecuciones nos
atestigua cuán espléndidamente se ha realizado esta profecía.
A los vejámenes que deberán sufrir de parte de los enemigos, se añadirá un mal
más grave, que es la deserción y la traición en las propias filas: Entonces os
entregarán a la tribulación vuestros padres y hermanos, parientes y amigos, y os
matarán. Y seréis odiados por todas las gentes, a causa de mi nombre, incluso
por los de vuestra sangre y amistad: y ni un cabello de vuestra cabeza perecerá,
porque o Dios os guardará de las persecuciones con especial protección, o, si
tiene a bien aceptar vuestro sacrificio, os premiará con amplia recompensa. Con
lo que muchos padecerán entonces escándalo, y se traicionarán unos a otros:
aquellas persecuciones harán vacilar y sucumbir la fe de los débiles, que
llegarán a ser los delatores de sus hermanos creyentes: Y entregará el hermano
al hermano a la muerte, como sucede en las luchas intestinal; rotos por el odio
los mas sagrados vínculos de carne y sangre, se cometerán los crímenes mas
atroces contra la naturaleza: Y el padre al hijo, y se levantaran los hijos
contra los padres, y les quitarán la vida, y mutuamente se odiarán. El Apóstol
se lamentará más tarde de estas defecciones (2 Cor. 7, 5; 11, 26), que fueron
numerosísimas, sobre todo en la persecución de Nerón.
A las persecuciones de los enemigos y defecciones de los afines, deberá añadirse
una gran calamidad: la de los falsos doctores, que enseñarán doctrinas
contrarias a las de Cristo y harán muchos prosélitos: son los herejes: Y se
levantarán muchos falsos profetas, como ha sucedido en todos los siglos, desde
los tiempos apostólicos, y engañarán a muchos. Y por haberse multiplicado la
iniquidad, se resfriará la caridad de muchos: en tiempo de grandes
prevaricaciones hasta los buenos se hacen tibios. Con todo, en medio de 1as
defecciones y tibiezas, quedarán los fuertes, los que guardarán la fe y las
Buenas costumbres cristianas; estos se salvarán: Mas el que perseverare hasta el
fin, será salvo: mediante vuestra paciencia, salvaréis vuestras almas: siendo
constantes lograréis la salvación.
Con todo, no hay que temer ni perder la esperanza: a las persecuciones sucederá
la paz; las tormentas no acabaran con la semilla del Evangelio: Mas primero debe
ser predicado el Evangelio a todas las naciones. Y será predicado este Evangelio
del Reino por todo el mundo, en testimonio para todas las gentes, para que a
todas partes llegue el testimonio de la salvación por Cristo, que traerán a
todas partes los predicadores del Evangelio. Y entonces vendrá el fin, no antes
de que el Evangelio sea predicado por todo el orbe. Aun así, queda incierto el
fin del mundo: porque ignoramos si, predicado ya el Evangelio, perdurará todavía
la humana historia.
Lecciones morales. — A) -Dinos: ¿Cuándo sucederá esto? Preguntan los discípulos
a Jesús cosas trascendentales, y se lo preguntan en secreto. Es deseo innato en
el hombre conocer lo futuro y lo escondido, y más aquello que a nosotros atañe
directamente. Jesús les responde con un lenguaje enigmático, dentro de la verdad
y de la precisión de los vaticinios que les hace. El tiempo cuidará de
aclararlos. Cuando podía decirles en pocas palabras cuándo seria la destrucción
de Jerusalén, y su advenimiento glorioso, y su juicio, emplea largos
razonamientos en que predomina el orden moral de las ideas. Es que Jesús, sin
dejar de responder a la pregunta con bastante claridad para que pudieran
conjeturar los hechos vaticinados, iba principalmente con su discurso a la
instrucción de los Apóstoles en orden a su vida práctica. Porque, ¿que
sacaríamos de conocer todos los secretos de la historia, si lleváramos mala vida
que nos llevase a la condenación el día del fin de la humana historia? Si
tuviese toda ciencia y no tuviese la caridad, dice el Apóstol, nada soy.
B) — Mirad que nadie os engañe... — Estas palabras de Jesús, dichas a los
Apóstoles para prevenirles contra los falsos cristos que a su muerte debían
pulular en tierras de Palestina, tendrán su valor moral hasta la consumación de
los siglos. Porque jamás le faltarán a la Iglesia anticristos que traten de
engañar a los hijos de Cristo. Yo creo, dice San Jerónimo, que todos los
heresiarcas son anticristos, porque enseñan en el nombre de Cristo doctrinas
contrarias a las de Cristo. Y no solo los heresiarcas, sino todos aquellos que
enseñan doctrinas de las que llaman hoy redentoras, principalmente en el orden
social, tergiversando el sentido y el alcance de la doctrina de Cristo para
hacerle predicar lo que jamás salió de su boca divina. Que nadie nos engañe,
presentándonos al
Cristo deformado, o su Evangelio mutilado o perversamente interpretado. Es una y
absoluta la verdad, y uno y absoluto el magisterio que nos la impone y debe
explicárnosla.
C) —Todas estas cosas son el comienzo de los dolores. — Tanto fueron el comienzo
de los dolores para el pueblo judío, que aquellos pasaron en breve espacio de
tiempo, y siguen todavía los dolores del desgraciado pueblo. Porque, ¿qué mayor
dolor para una nación que verse dispersa por todo el mundo, odiada por todas las
naciones, fallidas todas sus esperanzas, sin religión, ni sacerdocio, ni culto,
arrastrando a través de todos los siglos la pena de su deicidio, llevando la
marca de la maldición de Dios, que mereció un pueblo matador de Dios?
Místicamente, al decir de Orígenes, en los comienzos de los dolores vienen
representados todos los de la tierra, por duros que sean, que son, para los
malos, preludio de los verdaderos dolores que se cebaran en ellos, acerbísimos,
por los siglos de los siglos.
d) — Con lo que muchos padecerán entonces escándalo...—Padecer escándalo es aquí
sinónimo de defección, de claudicación en los principios que se profesan. El
escándalo puede darse y puede recibirse; y de ordinario el escándalo activo
produce el pasivo. La profecía de Jesús se ha cumplido cada vez que la Iglesia
ha pasado por grandes tribulaciones. Cierto que son muchos los valientes que dan
su pecho a los enemigos y prefieren sucumbir a traicionar su fe y sus
conciencias; pero los de convicciones débiles y de voluntad fluctuante, ante las
amenazas, las promesas, los halagos, los ejemplos, caen en la prevaricación del
pensamiento y de la vida. Así se vio en las persecuciones de los primeros
siglos; así en la invasión de los árabes en nuestra patria. Fuera de estas
grandes conmociones espirituales, ¿cuántos escándalos hay que lamentar cada día
ante nuestros mismos ojos, por cobardía, por interés, por respetos humanos, por
congraciarse con los poderosos, etc.?
E) — Por haberse multiplicado la iniquidad, se resfriará la caridad de muchos.
Cuanto más aumenta la iniquidad en los corazones, tanto más se enfría en ellos
el amor de Dios y del prójimo. Y cuando aumenta lo que podríamos llamar
iniquidad social, tanta es mayor la frialdad social de los corazones. Es la
fuerza de repercusión del mal ejemplo que, a medida que se reproduce, causa el
enfriamiento en la masa social, que paulatinamente va corrompiéndose. En nuestra
conducta personal no debiéramos nunca olvidar este aspecto social de nuestra
vida. Debemos obrar en forma que iluminemos y calentemos a los demás; no seamos
tinieblas y causa de enfriamiento.
F) — Y entonces vendrá el fin. — Nadie sabe cuándo vendrá el fin del mundo:
porque nadie sabe cuándo el Evangelio habrá sido absolutamente predicado a todo
el mundo, dice San Agustín. Y cuando lo haya sido, aún no será ésta la condición
puesta por Dios para que el mundo se acabe. Todas las conjeturas que se hagan
fundadas sobre la revelación divina, son vanas. Todos los cálculos que se basen
en las conclusiones de la ciencia, son aventurados. Se acabará el mundo cuando
Dios querrá, sea por agotamiento de sus fuerzas naturales, sea por la acción
violenta del brazo de Dios. Pero Dios guarda su secreto.
(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, vol. II, Ed. Acervo, 6ª ed.,
1967, p. 425-431)
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P. Leonardo Castellani
"El Discurso Esjatológico"
La Santa Iglesia cierra y abre el año litúrgico con el llamado "Discurso
Esjatológico"; o sea la predicción de la Segunda Venida y el fin de este mundo;
lo que se llama técnicamente la "Parusía". Este discurso profético es el último
que hizo Nuestro Señor antes de su Pasión; y está con algunas variantes en los
tres Sinópticos (…). Este capítulo es llamado por los exégetas el "Apokalipsis
sucinto"; porque es como un resumen o bosquejo del libro profético que más tarde
escribirá San Juan; y que es el último de la Sagrada Biblia.
La Segunda Venida, el Retorno, la Parusía, el Fin de este Siglo, el Juicio Final
o como quieran llamarle, es un dogma de fe, y está en la Escritura y está en el
Credo, un dogma bastante olvidado hoy día; pero bien puede ser que cuanto más
olvidado esté, más cerca ande. Hay muchísimos doctores católicos modernos que,
las señales que dio Cristo -y a las cuales recomendó estuviéramos atentos- las
ven cumpliéndose todas. Desde Donoso Cortés en 1854 hasta Joseph Pieper en 1954,
muchísimos escritores y doctores católicos de los más grandes, comprendiendo al
Papa San Pío X, al cardenal Billot, al Venerable Holzhauser, Jacques Maritain,
Hilaire Belloc, Roberto Hugo Benson, y otros, han creído ver en el dibujo del
mundo actual las trazas que la profecía nos ha dejado del Anticristo... Papini
en su Storia di Cristo, Capítulo 86, ha escrito: “Jesús no nos anuncia el «Día»
pero nos dice qué cosas serán cumplidas antes de aquel día... Son dos cosas: que
el Evangelio del Reino será predicado antes a todos los pueblos y que los
gentiles no pisarán más Jerusalén. Estas dos condiciones se han cumplido en
nuestro tiempo, y quizás el Gran Día se viene. Si las palabras de la Segunda
Profecía de Jesús (la del fin del mundo) son verdaderas, como se ha verificado
que lo fueron las de la Primera (la del fin de Jerusalén) la Parusía no puede
estar lejos... Pero los hombres de hoy no recuerdan la promesa de Cristo; y
viven como si el mundo hubiese de durar siempre…”.
Cristo juntó la Primera con la Segunda Profecía -y esto es una gravísima
dificultad de este paso del Evangelio- o mejor dicho, hizo de la Primera el typo
o emblema de la Segunda. Los Apóstoles le preguntaron todo junto; y Él respondió
todo junto. “Dinos cuando serán todas esas cosas y qué señales habrá de tu
Venida y la consumación del siglo...”. “Todas estas cosas” eran para ellos la
destrucción de Jerusalén -a la cual había aludido Cristo mirando al Templo- y el
fin del mundo; pues creían erróneamente que el Templo habría de durar hasta el
fin del mundo. Hubiese sido muy cómodo para nosotros que Cristo respondiera:
“Estáis equivocados; primero sucederá la destrucción de Jerusalén y después de
un largo intersticio el fin del mundo; ahora voy a daros las señales del fin de
Jerusalén y después las del fin del mundo”. Pero Cristo no lo hizo así; comenzó
un largo discurso en que dio conjuntamente los signos precursores de los dos
grandes Sucesos, de los cuales el uno es figura del otro; y terminó su discurso
con estas dificultosísimas palabras:
“Palabra de honor os digo que no pasará esta generación
Sin que todas estas cosas se cumplan…
Pero de aquel día y de aquella hora nadie sabe.
Ni siquiera los Ángeles del Cielo.
Sino solamente el Padre”.
La impiedad contemporánea -siguiendo a la llamada escuela esjatológica, fundada
por Johann Weis en 1900- saca de estas palabras una objeción contra Cristo,
negando en virtud de ellas que Cristo fuese Dios y ni siquiera un Profeta
medianejo: porque “se equivocó”: creía que el fin del mundo estaba próximo, en
el espacio de su generación, “a unos 40 años de distancia”. Según Johann Weis y
sus discípulos, el fondo y médula de toda la prédica de Cristo fue esa idea de
que el mundo estaba cercano a la Catástrofe Final, predicha por el Profeta
Daniel; después de la cual vendría una especie de restauración divina, llamada
el Reino de Dios; y que Cristo fue un interesante visionario judío; pero tan
Dios, tan Mesías, y tan Profeta como yo y usted.
El único argumento que tienen para barrer con todo el resto del Evangelio -donde
con toda evidencia Cristo supone el intersticio entre su muerte y el fin del
mundo, tanto en la fundación de su Iglesia, como en varias parábolas- son esas
palabras; “no pasará esta generación sin que todo esto se cumpla”, las cuales se
cumplieron efectivamente con la destrucción de Jerusalén.
-Pero no vino el fin del mundo.
-Del fin del mundo, añadió Cristo que no sabemos ni sabremos jamás el día ni la
hora.
-Pero ¿por qué no separó Cristo los dos sucesos, si es que conocía el futuro,
como Dios y como Profeta?
-Por alguna razón que Él tuvo, y que es muy buena aunque ni usted ni yo la
sepamos. Y justamente quizá por esa misma razón de que fue profeta: puesto que
así es el estilo profético.
-¿Cuál? ¿Hacer confusión?
-No; ver en un suceso próximo, llamado typo, otro suceso más remoto y arcano
llamado antitypo; y así Cristo vio por transparencia en la ruina de Jerusalén el
fin del “siglo”; y si no reveló más de lo que aquí está, es porque no se puede
revelar, o no nos conviene.
La otra dificultad grave que hay en este discurso es que por un lado se nos dice
que no sabremos jamás “el día ni la hora” del Gran Derrumbe, el cual será
repentino “como el relámpago”; y por otro lado se pone Cristo muy solícito a dar
señales y signos para marcarlo, cargando a los suyos de que anden ojos abiertos
y sepan conocer los “signos de los tiempos”, como conocen que viene el verano
cuando reverdece la higuera. ¿Εn qué quedamos? Si no se puede saber ¿para qué
dar señales?
No podremos conocer nunca con exactitud la fecha de la Parusía, pero podremos
conocer su inminencia y su proximidad. Y así los primeros cristianos, residentes
en Jerusalén hacia el año 70, conocieron que se verificaban las señales de
Cristo, y siguiendo su palabra: “Entonces, los que estén en Judea huyan a los
montes; y eso sin detenerse un momento” se refugiaron en la aldea montañosa de
Pella y salvaron, de la horripilante masacre que hicieron de Sión las tropas de
Vespasiano y Tito, el núcleo de la primera Iglesia.
Los tres signos troncales que dio Cristo de la inminencia de su Segundo Advento
parecen haberse cumplido: la predicación del Evangelio en todo el mundo,
Jerusalén no hollada más por los Gentiles, y un período de “guerras y rumores de
guerras”, que no ha de ser precisamente la Gran Tribulación; pero será su
preludio y el “comienzo de los dolores”. El Evangelio ha sido traducido ya a
todas las lenguas del mundo y los misioneros cristianos han penetrado y
recorrido todos los continentes. Jerusalén que desde su ruina el año 70 ha
estado bajo el poder de los romanos, persas, árabes, egipcios
y turcos... desde 1918 y por obra del general inglés Allenby ha vuelto a manos
de los judíos; y un “Reino de Israel” que se reconstruye, existe tranquilamente
ante nuestros ojos; y finalmente nunca jamás ha visto el mundo, desde que empezó
hasta hoy, una cosa semejante a ésta que el Papa Benedicto XV llamó en 1919 “la
guerra establecida como institución permanente de toda la humanidad”. Las dos
guerras “mundiales”, incomparables por su extensión y ferocidad, y los estados
de “preguerra” y “posguerra” y “guerra fría” y “rearme” y la gran perra, que
ellas han creado, son un fenómeno espectacularmente nuevo en el mundo, que
responde enteramente a las palabras de la profecía del Maestro: “Veréis guerras
y rumores de guerra, sediciones y revoluciones, intranquilidad política, bandos
que se levantan unos contra otros, y naciones contra naciones... Todavía no es
el fin, pero eso es el principio de los dolores”. ¿Y cuál es el fin? El fin será
el monstruoso reinado universal del Gran Perverso y la persecución despiadada a
todo el que crea de veras en Dios; en la cual persecución a la vez interna y
externa parecerá naufragar la Iglesia de Dios en forma definitiva[1].
Otras muchas señales menores, que parecen cumplirse ya, se podrían mencionar;
pero no tengo lugar y además es un poco peligroso para mí. Baste decir que
aparentemente la herramienta del Anticristo, como notó Donoso Cortés, ya está
creada. Hace un siglo justo, el gran poeta francés Baudelaire, escribía en su
diario Mon Coeur mis a Nu acerca del gobierno dictatorial de Napoleón III -que
fue una tiranía templada por la corrupción-, que “la gloria de Napoleón III
habrá sido probar que un Cualquiera puede, apoderándose del Telégrafo y de la
Imprenta, tiranizar a una gran nación”; cosa que los argentinos sabemos ahora
sin necesidad de acudir a Baudelaire.
Pues bien, desde entonces acá, los medios técnicos de tiranizar a una gran
nación, y aun a todo el mundo, por medio del temor y la mentira, han crecido al
décuplo o al céntuplo. El Anticristo no tiene actualmente más trabajo que el de
nacer; si es que no ha nacido ya, como apuntó San Pío X en su primera encíclica.
El mundo está ablandado y caldeado para recibirlo por la predicación de los
“falsos profetas”, contra los cuales tan insistente nos precave Cristo; y que
son otra de las señales: seudoprofetas a bandadas.
El odio -y no el amor- reina en el mundo. Eso también está predicho en un
versículo que no es nada claro en la Vulgata, pero se entiende bien en el texto
griego. “Y porque sobreabundará la iniquidad, se resfriará la caridad en
muchos”, dice la traducción de San Jerónimo; que yo creo que no es de San
Jerónimo sino de Pomponio o de Brixiano; pues creo cierta la noticia actual de
que San Jerónimo no tradujo, sino solamente corrigió la Vulgata. E1 versículo
traducido así resulta una perogrullada, por no decir una paνada: el segundo
miembro de la frase es un anticlímax, en vez de ser un clímax, como
pedía la lógica. Para explicarme rápido, diré que es como si yo dijera: “Como
había una temperatura de 45 grados, no había muchos que dijesen que hacía
frío...” (no había nadie). O bien otro ejemplo. “El que asesina a su madre, no
se puede decir que tenga una virtud perfecta...” (ninguna virtud tiene). Y así,
si el mundo está inundado de injusticia, estúpido es decir que a causa de eso
“se enfriará la caridad”. No habrá caridad desde hace mucho, ni fría ni
caliente. La caridad es más que la justicia.
Pero el texto griego dice otra cosa, que es inteligente y lógica. Se puede
traducir así: “Habrá tantas injusticias que se hará casi imposible la
convivencia”; y eso es instructivo y luminoso, porque efectivamente el efecto
más terrible de la injusticia es envenenar la convivencia. A la palabra griega
agápee le dieron poco a poco los cristianos el significado de caridad en el
sentido tan especial del Cristianismo; pero originalmente agápee significa
“concordia, apego, amistad”; y por cierto amistad en su grado más ínfimo, que es
ese mínimum necesario para poder vivir mal que bien unos al lado de otros;
conllevarse como dicen en España; o sea la convivencia.
Que la convivencia entre los humanos se está destruyendo hoy más y más y a toda
prisa ¿quién no lo ve? Y que la causa de esa malevolencia que invade de más en
más al género humano sea la injusticia ¿quién lo duda? Las injusticias
amontonadas y no reparadas, que dejan su efecto venenoso en el ánimo del que las
sufre... y también del que las hace. “Que hablará muy mal de ustedes - Aquel que
los ha ofendido”, dice Martín Fierro; y “la injusticia no reparada es una cosa
inmortal”, dice el hijo de Martín Fierro.
No he escrito todo esto para desconsolar a la gente, sino porque creo que es
verdad; y Cristo nos mandó no nos desconsoláramos por eso, al contrario: “Cuando
véais que todo esto sucede, levantad las cabezas y alegráos, porque vuestra
salvación está cerca”. ¿Para qué ha sido creado este mundo, y para qué ha
caminado y ha trοpezado y ha pasado por tantas peloteras y despelotes sino para
llegar un día? Estos impíos de hoy día que dicen que el mundo no se acabará
nunca, o bien durará todavía 18 mil millones de años, se parecen a esos viajeros
que se empiezan a entristecer cuando el tren está por llegar. Y puede que ellos
tengan sus motivos para entristecerse; pero el cristiano no los tiene. Este
mundo debe ser salvado; no solamente las almas individuales, sino también lοs
cuerpos, y la naturaleza, y los astros (todo debe ser limpiado definitivamente
de los efectos del Pecado); que no son otros que el Dolor y la Muerte. Y para
llegar a eso, bien vale la pena pasar por una gran Angostura.
Yo no sé cuando será el fin del mundo; pero esos incrédulos que lo niegan o
postergan arbitrariamente saben mucho menos que yo. ¿Verán los jóvenes de hoy la
Argentina del año 2000? No lo sabemos. ¿Verán los chicos escueleros a la
Argentina con 100 millones de habitantes, de los cuales 90 millones en Buenos
Aires? No lo sabemos. ¿Verá el bebé que ha nacido hoy -y varios han nacido
seguro- el mundo convertido en un vergel y un paraíso por obra de la Ciencia
Moderna? Ciertamente que no. Si lo ven convertido en un vergel, será después de
destruido por la Ciencia Moderna, y refaccionado por el poder del Creador, y la
Segunda Venida del Verbo Encarnado; ahora no ya a padecer y morir, sino a juzgar
y a resucitar.
Lo que puede que vean y no es improbable, es a Cristo viniendo sobre las nubes
del cielo para “fulminar a la Bestia con un aliento de su boca”, y ordenar la
resurrección de todos nosotros los viejos tíos o abuelos, sí es que no lo vemos
también nosotros, porque nadie sabe nada, y los sucesos de hoy día parecen
correr ya, como dijo el italiano, “precipitevοlíssimevοlmente”.
(P. Leonardo Castellani, El Evangelio de Jesucristo, Ed. Dictio, Bs. As., 1977,
pp. 390-396)
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[1] De esta “Gran Tribulación” hemos hecho un cuadro imaginario en nuestra
novela Su Majestad Dulcinea
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Didajé
Signos de la Parusía
Vigilad sobre vuestra vida. No se apaguen vuestras linternas, y no dejen de
estar ceñidos vuestros lomos, sino estad preparados, pues no sabéis la hora en
que vendrá nuestro Señor. Reuníos con frecuencia, buscando lo que conviene a
vuestras almas, pues de nada os servirá todo el tiempo en que habéis creído. si
no consumáis vuestra perfección en el último momento. En los últimos días se
multiplicarán los falsos profetas y los corruptores, y las ovejas se convertirán
en lobos, y el amor se convertirá en odio. En efecto, al crecer la iniquidad,
los hombres se odiarán entre si, y se perseguirán y se traicionarán: entonces
aparecerá el extraviador del mundo, como hijo de Dios, y hará señales y
prodigios, y la tierra será entregada en sus manos, y cometerá iniquidades como
no se han cometido desde siglos. Entonces la creación de los hombres entrará en
la conflagración de la prueba, y muchos se escandalizarán y perecerán. Pero los
que perseveren en su fe serán salvados por el mismo que había sido maldecido.
Entonces aparecerán las señales auténticas: en primer lugar el signo de la
abertura del cielo, luego el del sonido de trompeta, en tercer. lugar, la
resurrección de los muertos, no de todos los hombres, sino, como está dicho:
«Vendrá el Señor y todos los santos con él» (Zac 14, 5). Entonces el mundo verá
al Señor viniendo sobre las nubes del cielo (cap.16).
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Juan Pablo II
VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA DE SAN ALEJO
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Domingo 18 de noviembre de 2001
1. "Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas" (Lc 21, 19). Estas
palabras, que acaban de resonar en nuestra asamblea, ponen de relieve el mensaje
espiritual de este XXXIII domingo del tiempo ordinario. Al acercarnos a la
conclusión del año litúrgico, la palabra de Dios nos invita a reconocer que las
realidades últimas están gobernadas y dirigidas por la Providencia divina.
En la primera lectura el profeta Malaquías describe el día del Señor (cf. Ml 3,
19) como una intervención decisiva de Dios, destinada a derrotar el mal y
restablecer la justicia, a castigar a los malvados y premiar a los justos. Aún
más claramente las palabras de Jesús, referidas por san Lucas, eliminan de
nuestro corazón toda forma de miedo y angustia, abriéndonos a la consoladora
certeza de que la vida y la historia de los hombres, a pesar de sucesos a menudo
dramáticos, siguen firmemente en las manos de Dios. A quien pone su confianza en
él, el Señor le promete la salvación: “Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá"
(Lc 21, 18).
2. "El que no trabaja, que no coma" (2 Ts 3, 10). En la segunda lectura, san
Pablo subraya que los creyentes deben comprometerse seriamente para preparar la
llegada del reino de Dios y, ante una interpretación errónea del mensaje
evangélico, recuerda con vigor este aspecto concreto. Con una expresión muy
eficaz, el Apóstol reprocha el comportamiento de los que se tomaban una actitud
de indiferencia y evasión, en lugar de vivir y testimoniar con empeño el
Evangelio, considerando falsamente que estaba ya muy próximo el día del Señor.
¡Quien cree no debe comportarse así! Al contrario, debe trabajar de modo serio y
perseverante, esperando con fe el encuentro definitivo con el Señor. Este es el
estilo propio de los discípulos de Jesús, que el Aleluya pone muy bien de
relieve: “Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor" (cf. Mt
24, 42. 44).
3. (…).
4. A la vez que damos gracias al Señor por este templo y los locales anexos, os
exhorto, queridos hermanos y hermanas, a seguir construyendo juntos vuestra
comunidad eclesial, constituida por piedras vivas que se apoyan en Cristo,
piedra fundamental. Son numerosos los grupos y las asociaciones que la componen
y se reúnen aquí para orar, para formarse en la escuela del Evangelio, para
participar asiduamente en los sacramentos -sobre todo en los de la penitencia y
la Eucaristía- y para crecer en la comunión y en el servicio. Recuerdo, entre
otros, a los scouts, a los diversos grupos juveniles, a los de Renovación en el
Espíritu y de la Lectio divina, así como a las personas que se dedican al Centro
de escucha Cáritas. Queridos hermanos, caminad juntos y dad generosamente
vuestra contribución a la Misión diocesana permanente. Ante los mensajes
negativos, difundidos por ciertas modas culturales de la sociedad contemporánea,
sed constructores de esperanza y misioneros de Cristo por doquier.
¿No es este el programa pastoral de nuestra diócesis? Pero, para que el Espíritu
de Cristo penetre en todas partes, es preciso reforzar una extensa y orgánica
pastoral vocacional. Es necesario educar a las familias y a los jóvenes en la
oración y en la entrega de su existencia como don a los demás. Para esta acción
vocacional podrán ayudaros los contactos con los seminarios diocesanos, la
participación de los institutos religiosos y el apoyo de los servicios ofrecidos
por el Vicariato para el apostolado juvenil, universitario y familiar.
5. Preguntaos a diario: Señor, ¿qué quieres que haga? ¿Cuál es tu voluntad con
respecto a nosotros como familia, como padres, como hijos? ¿Qué esperas de mí,
como joven que se abre a la vida y quiere vivir contigo y para ti? Sólo
respondiendo a estas preguntas personales y comprometedoras podréis realizar
plenamente la voluntad de Dios, y ser luz y sal que ilumina y da sabor a nuestra
amada ciudad.
Jesús nos exhorta a estar en vela y preparados (cf. Aleluya). Nos invita a la
conversión y a la vigilancia continua. ¡Que vuestra vida se inspire siempre en
esta exhortación! Cuando el camino resulta duro y fatigoso, cuando parece que
prevalecen el miedo y la angustia, entonces, de modo particular, la palabra de
Dios debe ser nuestra luz y nuestro sólido consuelo. De esta manera se consolida
la fe, se mantiene viva la esperanza y se intensifica el ardor del amor divino.
¡Que María sea vuestro apoyo y vuestra guía! Ella, la Virgen fiel, es quien
puede enseñarnos a estar "siempre alegres en el servicio del Señor", como hemos
orado al inicio de esta eucaristía, obteniéndonos la fuerza para "perseverar en
la entrega a Dios", fuente de todo bien. Así podremos conseguir una "felicidad
plena y duradera". Así sea.
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Catecismo de la Iglesia Católica
Jesús y el Templo
583 Como los profetas anteriores a El, Jesús profesó el más pro fundo respeto al
Templo de Jerusalén. Fue presentado en él por José y María cuarenta días después
de su nacimiento. A la edad de doce años, decidió quedarse en el Templo para
recordar a sus padres que se debía a los asuntos de su Padre. Durante su vida
oculta, subió allí todos los años al menos con ocasión de la Pascua; su
ministerio público estuvo jalonado por sus peregrinaciones a Jerusalén con
motivo de las grandes fiestas judías.
584 Jesús subió al Templo como al lugar privilegiado para el encuentro con Dios.
El Templo era para El la casa de su Padre, una casa de oración, y se indigna
porque el atrio exterior se haya convertido en un mercado. Si expulsa a los
mercaderes del Templo es por celo hacia las cosas de su Padre: "No hagáis de la
Casa de mi Padre una casa de mercado. Sus discípulos se acordaron de que estaba
escrito: «El celo por tu Casa me devorará» (Sal 69,10)" (Jn 2,16-17). Después de
su Resurrección, los apóstoles mantuvieron un respeto religioso hacia el Templo.
585 Jesús anunció, no obstante, en el umbral de su Pasión, la ruina de ese
espléndido edificio del cual no quedará piedra sobre piedra. Hay aquí un anuncio
de una señal de los últimos tiempos que se van a abrir con su propia Pascua.
Pero esta profecía pudo ser deformada por falsos testigos en su interrogatorio
en casa del sumo sacerdote y serle reprochada como injuriosa cuando estaba
clavado en la cruz.
586 Lejos de haber sido hostil al Templo donde expuso lo esencial de su
enseñanza, Jesús quiso pagar el impuesto del Templo asociándose con Pedro, a
quien acababa de poner como fundamento de su futura Iglesia. Aún más, se
identificó con el Templo presentándose como la morada definitiva de Dios entre
los hombres. Por eso su muerte corporal anuncia la destrucción del Templo que
señalará la entrada en una nueva edad de la historia de la salvación: "Llega la
hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre" (Jn 4,21).
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EJEMPLOS PREDICABLES
Flavio Josefo
La destrucción de Jerusalén
“Cuando, en frase de Josefa, los judíos parecían una fiera furiosa y salvaje que
a falta de otros alimentos se enfurece contra su propia carne, no le fue difícil
a Tito acercarse a Jerusalén en la primavera del 70 y acampar a las puertas
mismas de la ciudad estableció un campamento a unos doscientos metros del
Gólgota, otro frente a la torre Hípico, junto a la actual puerta de Jaffa, y un
tercero, constituido por la décima legión, en el monte Olivote. Después de
inútiles tentativas para infundir sentimientos de paz en el ánimo de los judíos,
mandó Tito cercar la ciudad con trincheras. Terminadas éstas, y cuando
descomunales arietes comenzaban a batir en brecha por tres lados a la vez el
tercer recinto amurallado, los sitiados, reconociendo demasiado tarde la
necesidad de unirse, levantaron grandes alaridos, y aún de los más esforzados se
apoderó el desaliento. A pesar de la heroica defensa de los judíos, la muralla
fue expugnada a los quince días de asedio. A los cinco días consiguió
derribarlo, y con os más valientes de su ejército penetró en la ciudad.
Mas de todas partes le disparaban a mansalva los judíos: desde las calles, cuyo
exacto conocimiento los favorecía; desee los tejados y desde las murallas.
Durante tres días impidieron a los romanos la entrada; mas debieron ceder al
violento ataque del cuarto día. Entonces Tito mandó construir grandes
terraplenes (aggeres) para batir la Torre Antonia. Mas apenas levantados,
después de diecisiete días de trabajo, fueron destruidos, con cuantos ingenios
de guerra se habían allí conducido, por la valentía y astucia de los judíos, que
luchaban con el valor que presta la desesperación.
Por desgracia para los judíos, Tito comenzó el asedio de la ciudad después que
en ella se había congregado inmensa multitud de peregrinos para celebrar la
Pascua, de suerte que, en frase de Josefo, parecía como que todo el pueblo judío
se hubiera encerrado en una cárcel. Ello contribuyó a que fuese en aumento el
hambre en Jerusalén. Con peligro de la vida, salían de la ciudad de los judíos
al campo por la noche para recoger algunas hierbas que comer. Muchos de ellos
caían en poder de los romanos, los cuales, para amedrentar a los sitiados y
obligarlos a rendirse, azotaban y crucificaban a los infelices prisioneros frene
a los muros de la ciudad. No pocas veces crucificaron quinientos y aún más en un
solo día. A la vista de los desgraciados se alzaba el Gólgota. Para que los
judíos abandonasen toda esperanza de evadirse y con más certeza les obligase el
hambre a rendirse, bloqueó Tito la ciudad por medio de una estrechísima e
ininterrumpida línea de contravalación. El recinto de la ciudad medía treinta y
tres estadios, poco más de seis kilómetros; la línea de contravalación no pasaba
de los treinta y nueve estadios, poco más de siete kilómetros, una milla
geográfica. Partiendo del cuartel general de Tito, que estaba al noroeste de la
ciudad, aquel cinturón de hierro cortaba la parte inferior de Bezetha o la
Ciudad nueva, para bajar al valle del Cedrón y, atravesándolo, seguir de norte a
mediodía por el Monte de los Obvios hasta las Tumbas de los Profetas; torciendo
luego hacia el oeste, pasaba al sur de Siloé y, ciñendo la ciudad por el sur y
el oeste, venia a cerrarse en el punto de partida. Defendían aquel muro de
tapia, piedra y arbustos, trece reductos o castillos de diez estadios, o sea de
dos kilómetros de perímetro cada uno. Todo el ejército trabajó en la obra con
tanto celo, que, pareciendo exigir muchos meses su construcción, se terminó en
tres días, según Josefo. Te rodearán de trincheras tus enemigos, había predicho
el Salvador (Lc. 19, 43).
Al poco tiempo cebóse el hambre en la multitud con creciente furor, y la miseria
se vio aumentada por una epidemia mortífera. Lo que ordinariamente suele
producir repugnancia, se devoraba con avidez: cuero viejo, heno podrido,
estiércol, etc. Los hombres arrebataban a sus mujeres un bocado, las mujeres a
los hombres, los niños a sus padres y las madres a sus tiernas criaturas; y aún
hubo madre que mató al hijo de sus entrañas para devorar su carne. “Es imposible
– observa Josefo – describir por menudo todas las atrocidades de los habitantes;
jamás ciudad alguna sufrió tanto, y nunca, desde el principio del mundo, hubo
generación tan desenfrenada en crímenes”. Familias enteras, linajes enteros,
fueron muriendo por el hambre. LAs terraza estaban llenas de mujeres y niños
extenuados; las calles, de ancianos pálidos. Hombres y adolescentes andaban como
sombras y caían medio muertos, y hubo quienes, al ver que se acercaba su hora,
se encerraban ellos mismos en la tumba para no queda insepultos. Ningún lamento
se oía, ningún quejido rasgaba el aire; los que lentamente iban muriendo
contemplaban con ojos rígidos a los ya muertos y les envidiaban su suerte.
Por todas partes sobre muertos y agonizantes reinaba nocturno silencio, turbado
alguna vez por el estrépito de los zelotes, que asaltaban las casas para robar
hasta los vestidos de los cadáveres.
Después de muchos ataques infructuosos fue, por fin, expugnada la Torre Antonia,
y Tito pensó en atacar el monte del templo y su muro exterior. Ya antes había
invitado repetidas veces a los judíos a capitular; mas ahora renovó de nuevo su
oferta. “Pongo por testigos a los dioses de mi patria – mandó decir -, y si ha
habido algún dios que haya alguna vez tenido providencia de esta ciudad – pues
no creo que ahora la tenga -, le pongo asimismo por testigo, y también a mi
ejército y a los judíos que están conmigo, de que no os constriño a manchar el
templo. Si no os sometéis, ningún romano se acercará al Santuario. Yo lo
conservaré, aunque no lo queráis”. Pero los zelotes no vieron en la magnanimidad
del romano sino cobardía, y despreciaron sus avisos.
Entonces se encendió la lucha más terrible que nunca. Al golpe del ariete se
desplomaban los muros norte y oeste del Templo; pero resultaron vanos todos los
ataques dirigidos contra el muro oriental del atrio. Intenta el general romano
un asalto, y es rechazado con grandes pérdidas. Entonces Tito manda incendiar
las puertas; el fuego funde la plata de que están recubiertas, quema la madera y
penetra en los pórticos. Todo el día y toda la noche dura el incendio, y a la
otra mañana se ordena apagar el fuego. Pero mientras los soldados se ocupan e
cumplir la orden, los judíos atacan nuevamente y son rechazados y perseguidos
hasta el Templo.
Entre el tumulto general, un soldado romano, haciéndose elevar hasta una de las
ventanas doradas que por el lado del norte daban a una de las estancias
inmediatas al santuario, arroja por ellas un tizón ardiente. Prende el fuego en
los ricos artesonados, y en un momento se comunica a las salas contiguas del
santuario. Al saberlo Tito, acude presuroso con sus oficiales, y con el gesto y
son la voz quiere contener a los soldados y obligarles a combatir las llamas.
Pero en vano. Las legiones se precipitan tras él; la indignación, el odio y las
rapiñas las hacen sordas a las órdenes, y al ver brillar en su derredor el oro,
creen que el Templo encierra inmensas riquezas; no es ya tiempo de domar su
salvajismo.
Los judíos, que con furor desesperado les salen al paso, caen en el suelo
acuchillados; en torno del altar de los holocaustos yacen amontonados los
cadáveres, y la sangre corre a torrentes en las gradas del Templo. Tito penetra
en el edificio incendiado, llega hasta el Sancta Sanctorum y sus ojos contemplan
con asombro aquel hermoso templo, cuya magnificencia y esplendidez interior no
desmienten lo que de por fuera promete. Todavía espera poder salvar el edificio
interior; se esfuerza en dar voces para combatir el fuego; mas nadie le oye.
Entre tanto un soldado, inadvertidamente, lleva el fuego al interior, y al
instante prende aquí también la llama. Tito hubo de retirarse, y al poco tiempo
el Templo se desmorona. Los romanos plantan las águilas imperiales en el lugar
santo y ofrecen sacrificios a los dioses. Era el día mismo del mes en que otro
tiempo ardió el Templo de Salomón, el 9 de Ab, 15 de agosto del año 70 después
de Cristo. Medio año antes, el 19 de diciembre del 69, en Roma ardía en el
Capitolio el templo de Júpiter, el primerote los dioses romanos, incendiado por
los soldados de Vitelio, que luchaban contra los partidarios de Vespasiano. Los
templos del judaísmo y del paganismo se derrumbaban cuando el reino de Cristo se
disponía a conquistar el mundo.
Aún faltaba por expugnar el monte Sión con el palacio de Herodes, la antigua
ciudadela. Cuando los sitiadores, después de varios días de trabajo, acercaron
los ingenios de guerra al muro y el ariete abrió brecha en la cortina
occidental, fue espantosa la confusión de los sitiados, y, sin pensar que en las
tres torres Hípico, Fasael y Mariamma podían halar inexpugnable asilo, todos
fueron a refugiarse en los corredores subterráneos, de los cuales unos
comunicaban con el monte del Templo y sus cuevas y otros tenían salida por la
fuente de Siloé; a los pocos días el hambre les obligó a rendirse. Más tarde se
encontraron allí dos mil cadáveres.
Entre tanto, los romanos plantaron las águilas imperiales en los torreones de
Sión y se desparramaron por las calles, derribando cuanto sus manos alcanzaban,
quemando las casas con los que en ellas se habían refugiado. Dos días y dos
noches estuvo ardiendo la ciudad; al tercer día era ésta un montón de escombros,
bajo los cuales había infinidad de cadáveres sepultados. Era el 2 de setiembre
del año 70. Cuando Tito entró la ciudad, admiróse de la fortaleza de sus
murallas, en especial de las tres soberbias torres Hípico, Fasael y Mariamma, y
es fama de que ellas dijo: “Evidentemente nos ha valido la victoria el favor de
los dioses, pues sólo un dios ha podido lanzar a los judíos de estas ciudadelas.
Contra ellas nada habrían podido la mano de los hombres ni la fuerza de los
ingenios”. Según Josefa, más de un millón de hombres pereció durante el sitio.
El número de prisioneros, según el mismo, elevóse a 97000; parte fueron enviados
a las minas egipcias, parte distribuidos por las provincias para luchar en los
anfiteatros unos contra otros o contra las fieras. En un solo día perecieron
2500 judíos en los juegos circenses que en honor de Tito organizó la ciudad de
Cesarea de Filipo, y en los de Beirut sucumbió una “inmensa muchedumbre”. Pero
los más fueron vendidos por todo el mundo como esclavos. Tito dispuso,
finalmente, que fuese arrasado cuanto del templo y de la ciudad quedaba y que el
arado pasara sobre los escombros. Únicamente exceptuó los tres torreones y una
parte de la muralla de occidente con los edificios contiguos, para que sirviera
de alojamiento a las tropas que allí habían de quedar y diese testimonio de la
firmeza de la ciudad y del valor de los romanos”.
(Verbum Vitae, t. VIII, B.A.C., Madrid, 1955, p. 1259-1262)
32. Lucas (21,5-19)
El Evangelio de este domingo forma parte de los famosos discursos sobre el fin
del mundo, característicos de los últimos domingos del año litúrgico. Parece que
en una de las primeras comunidades cristianas, la de Tesalónica, había creyentes
que sacaban, de estos discursos de Cristo, una conclusión errónea: inútil
afanarse, inútil trabajar y producir; total, todo pasará; mejor vivir el día,
sin asumir ningún compromiso a largo plazo, tal vez recurriendo a pequeñas
artimañas para vivir.
A ellos responde San Pablo en la segunda lectura: «Nos hemos enterado que hay
entre vosotros algunos que viven desordenadamente, sin trabajar nada, pero
metiéndose en todo. A estos les mandamos y les exhortamos en el Señor Jesucristo
a que trabajen con sosiego para comer su propio pan» (2
Ts, 3,11-12). Al inicio del pasaje, San Pablo recuerda la regla que él ha
dado a los cristianos de Tesalónica: «Si alguno no quiere trabajar, que tampoco
coma» (3,10). Esta era una novedad para los hombres de entonces. La cultura a la
cual pertenecían despreciaba el trabajo manual, lo consideraba degradante, así
que se dejaba a esclavos e incultos. Pero la Biblia tiene una visión distinta.
Desde el principio presenta a Dios que trabaja durante seis días y descansa el
séptimo. Todo esto, antes aún de que en la Biblia se hable del pecado. El
trabajo por lo tanto forma parte de la naturaleza originaria del hombre, no de
la culpa y del castigo. El trabajo manual es igual de digno que el intelectual y
espiritual. Jesús mismo dedica una veintena de años al primero (suponiendo que
comenzara a trabajar hacia los trece años) y sólo un par de años al segundo.
Un laico ha escrito: «¿Qué sentido y que valor tiene nuestro trabajo de laicos
ante Dios? Es verdad que los laicos nos dedicamos también a muchas obras de bien
(caridad, apostolado, voluntariado); pero la mayor parte del tiempo y de las
energías de nuestra vida debemos dedicarlas al trabajo. Así que si el trabajo no
vale para el cielo, nos encontraremos con bien poco para la eternidad. Todas las
personas a quienes hemos recurrido no han sabido darnos respuestas
satisfactorias. Nos dicen: “¡Ofreced todo a Dios!”. ¿Pero basta esto?».
Respondo: no, el trabajo no vale sólo por la «buena intención» que se pone, o
por el ofrecimiento que se hace de él a Dios por la mañana; vale también por sí
mismo, como participación a la obra creadora y redentora de Dios y como servicio
a los hermanos. El trabajo, dice el Concilio, «es para el trabajador y para su
familia el medio ordinario de subsistencia; por él el hombre se une a sus
hermanos y les hace un servicio, puede practicar la verdadera caridad y cooperar
al perfeccionamiento de la creación divina. No sólo esto. Sabemos que, con la
oblación de su trabajo a Dios, los hombres se asocian a la propia obra redentora
de Jesucristo» (Gaudium et spes, 67)
No importa tanto qué trabajo hace uno, sino cómo lo hace. Esto restablece una
cierta paridad, por encima de todas las diferencia (a veces injustas y
escandalosas) de categoría y de remuneración. Una persona que ha desempeñado
tareas humildísimas en la vida puede «valer» mucho más que quien ha ocupado
puestos de gran prestigio. El trabajo, se decía, es participación en la acción
creadora de Dios y en la acción redentora de Cristo, y es fuente de crecimiento
personal y social, pero éste, se sabe, también es fatiga, sudor, pena. Puede
ennoblecer, pero también puede vaciar y deteriorar. El secreto es poner el
corazón en lo que hacen las manos. No es tanto el volumen o el tipo de trabajo
ejercido lo que cansa, sino la falta de entusiasmo y de motivación. A las
motivaciones terrenas, la fe añade una eterna: nuestras obras, dice el
Apocalipsis, nos acompañarán (Cfr. Ap 14,13).
[Original italiano publicado por «Famiglia Cristiana». Traducción realizada por
Zenit]
33. FLUVIUM 2004
Padecer a causa del Evangelio
Reconsideremos lo que nos enseña la Iglesia en este domingo del Tiempo Ordinario, finalizando ya el ciclo Litúrgico. Podemos, como cada año, meditar en el fin del mundo, en los acontecimientos últimos de la existencia humana sobre la tierra, pero también en la precisa realidad de la vida del hombre y en su sentido, tal y como ha sido querida por Dios desde el principio. Lo que se anuncia, lo que sucederá y que, en cierta medida, está ya sucediendo, es y será la manifestación necesaria de nuestra condición tal y como fue creada.
Vendrán días en los que de esto que veis no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida, respondió Jesús: todo esto pasará. Así concluímos también estudiando las cosas científicamente, al constatar la caducidad inapelable de lo material. Es, asimismo, la experiencia que vamos teniendo, según se suceden las generaciones. Cada día contemplamos, en efecto, el sucederse de las cosas y de las personas. Tal vez por esto no tuvo Jesús réplica a pesar de ser tan radical en su afirmación.
Se levantará pueblo contra pueblo y reino contra reino; habrá grandes terremotos y hambre y peste en diversos lugares. Las circunstancias de la vida y del mundo serán en general adversas para el hombre. Pero, de modo particular, para los justos, para los que, fieles a Jesucristo, quieran vivir su doctrina. Es muy interesante saberlo de antemano para que no nos extrañemos de ser mal acogidos o de presentir que nos criticarán si somos fieles al Evangelio y, más aún, si damos testimonio de vida cristiana: Os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, llevándoos ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre: esto os sucederá para dar testimonio.
De algún modo, también ahora sucede esto. Aunque no estamos –según parece– en el fin del mundo, es habitual que lluevan críticas sobre los cristianos. Críticas con una clamorosa ausencia de sentido crítico: "es inadmisible en nuestros días –dicen– esta pertinacia en oponerse a la contracepción, al aborto..."; y, "...vivimos en una sociedad laica y plural –prosiguen–, no debemos condicionarnos por prejuicios, frenos de ideologías religiosas..." Se ve a Dios y a lo que de É l procede como un enemigo o un rival al que combatir; alguien y algo de lo que librarse a toda costa, pues sería contrario a la capacidad humana de desarrollo y felicidad.
En el fondo se trata de una actitud voluntarista e irracional. Pues nada lo es más que la afirmación de una absoluta autonomía humana, que autootorgarse decidir el sentido del propio destino, como si el hombre lo hubiera pensado y configurado previamente, o sea antes de existir. Se niega el principio de causalidad (no hay efecto sin causa) para la realidad que contemplamos y el hombre se constituye en causa libre y válida de su existencia.
Nosotros, sin embargo, decimos con himno eucarístico: Te adoro con devoción, Dios escondido. Humildemente, pero más ciertos que nadie; porque, una vez más, contemplamos cómo se cumplen las palabras del Señor: convenceos de que no debéis tener preparado de antemano cómo os vais a defender; porque yo os daré palabras y sabiduría que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Es justamente la impresión que debe tener Juan Pablo II en estos días: se le niega con la burla irónica, descalificándole por mayoría de votos, sin argumentos. Los enemigos del Evangelio pueden tener la fuerza pero no la razón.
Porque, mientras tanto, la vida nuestra contrasta decididamente con la de la mayoría, y esto, lejos de producirnos inseguridad nos confirma, si cabe, en la verdad y valor de la actitud que tanto cuesta mantener. Ya nos habló claramente Nuestro Señor de la injusticia que padeceríamos: seréis entregados incluso por padres y hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre.
Por mucho que nos cueste, seremos capaces de ir contra corriente, sobre todo si contamos con María: Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas, nos prometió su Hijo. Nuestra Madre además nos protege y perseverar con Ella es fácil.
34.
Fray Nelson Domingo 14 de Noviembre de 2004
Temas de las lecturas: Brillará para ustedes el sol de justicia * El que no
quiera trabajar, que no coma * Si perseveran con paciencia, salvarán sus almas.
1. Un Día Grande y Terrible
1.1 A medida que llegamos al final del año litúrgico las lecturas nos invitan a
reflexionar sobre el final de nuestra propia vida y también sobre el término y
meta de cuanto conocemos. La imagen es muy fuerte: un día terrible, algo muy
fuerte está por llegar y caerá como un lazo sobre toda la tierra.
1.2 Los católicos solemos desconfiar de ese lenguaje que más bien asociamos con
la típica predicación de las sectas protestantes. El asunto se ha vuelto hasta
motivo de chistes y graffitis. Es entendible, por lo demás, porque Mormones,
Testigos de Jehová y una amplia variedad de Pentecostales han predicho finales
inminentes sólo para después explicar por qué el gran final todavía no llega.
1.3 Hay un peligro en ese estilo protestante que pretende causar impacto leyendo
las noticias de los periódicos y queriendo encontrarles siempre el versículo que
"ya lo había predicho." Pero, atención: hay también un peligro en olvidar que la
Escritura tiene mucho que decir sobre la vida que llevamos y mucho más que decir
sobre el destino y la eternidad de nosotros y del universo entero.
1.4 Se llama "escatología" el estudio teológico de los acontecimientos finales.
Así que cabe diagnosticar escatología hipertrofiada en muchos grupos
protestantes y deficiencia escatológica en la mayor parte del pueblo católico.
2. La Imagen del Fuego
2.1 Cuando se habla del desenlace de la Historia viene a la mente la imagen del
fuego. La lectura del profeta Malaquías nos habla de un "horno encendido;" el
evangelio, por su parte anuncia que "habrá también señales prodigiosas y
terribles en el cielo."
2.2 Lo primero aquí es anotar que el fuego cumplía en la antigüedad funciones
bien diversas. Entre estas, viene al caso nombrar que sirve para purificar, que
es también un modo de "discernir," y también para destruir, que es un modo de
"castigar." En particular, las alusiones al fuego que encontramos en las
lecturas de hoy van mucho más en el sentido de la dramática purificación que
sufrirán los creyentes al final de la Historia humana, cuando sea inevitable que
aparezca quién cree y quién no cree en Dios; quién acepta y quién rechaza su
oferta de gracia.
3. ¿Y del Infierno?
3.1 Cuando el 28 de junio de 1.999 el Papa Juan Pablo II ofreció una catequesis
sobre las realidades escatológicas que precisamente estamos meditando hoy,
muchos medios de comunicación dijeron que ahora el Papa enseñaba que el infierno
no existía. Dejemos que sean sus palabras las que nos guíen:
3.2 El infierno es algo muy diferente: es la última consecuencia del pecado
mismo, que se vuelve contra quien lo ha cometido. Es la situación en que se
sitúa definitivamente quien rechaza la misericordia del Padre incluso en el
último instante de su vida.
3.3 Para describir esta realidad, la sagrada Escritura utiliza un lenguaje
simbólico, que se precisará progresivamente. En el Antiguo Testamento, la
condición de los muertos no estaba aun plenamente iluminada por la Revelación.
En efecto, por lo general, se pensaba que los muertos se reunían en el sheol, un
lugar de tinieblas (cf. Ez 28, 8. 31, 14; Job 10, 21 ss; 38, 17; Sal 30, 10; 88,
7.13), una fosa de la que no se puede salir (cf. Job 7, 9), un lugar en el que
no es posible dar gloria a Dios (cf. Is 38, 18; Sal 6, 6).
3.4 El Nuevo Testamento proyecta nueva luz sobre la condición de los muertos,
sobre todo anunciando que Cristo, con su resurrección, ha vencido la muerte y ha
extendido su poder liberador también en el reino de los muertos.
3.5 Sin embargo, la redención sigue siendo un ofrecimiento de salvación que
corresponde al hombre acoger con libertad. Por eso, cada uno será juzgado «de
acuerdo con sus obras» (Ap 20, 13). Recurriendo a imágenes, el Nuevo Testamento
presenta el lugar destinado a los obradores de iniquidad como un horno ardiente,
donde «será el llanto y el rechinar de dientes» (Mt 13, 42; cf. 25, 30. 41) o
como la gehenna de «fuego que no se apaga» (Mc 9, 43). Todo ello es expresado,
con forma de narración, en la parábola del rico epulón, en la que se precisa que
el infierno es el lugar de pena definitiva, sin posibilidad de retorno o de
mitigación del dolor (cf. Lc 16, 19-31).
3.6 También el Apocalipsis representa plásticamente en un «lago de fuego» a los
que no se hallan inscritos en el libro de la vida, yendo así al encuentro de una
«segunda muerte» (Ap 20, 13 ss). Por consiguiente, quienes se obstinan en no
abrirse al Evangelio, se predisponen a «una ruina eterna, alejados de la
presencia del Señor y de la gloria de su poder» (2 Tes 1, 9).
3.7 Las imágenes con las que la sagrada Escritura nos presenta el infierno deben
interpretarse correctamente. Expresan la completa frustración y vaciedad de una
vida sin Dios. El infierno, más que un lugar, indica la situación en que llega a
encontrarse quien libre y definitivamente se aleja de Dios, manantial de vida y
alegría. Así resume los datos de la fe sobre este tema el Catecismo de la
Iglesia católica: «Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el
amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de él para siempre
por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de
la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la
palabra infierno» (n. 1033).
3.8. La fe cristiana enseña que, en el riesgo del «sí» y del «no» que
caracteriza la libertad de las criaturas, alguien ha dicho ya «no». Se trata de
las criaturas espirituales que se rebelaron contra el amor de Dios y a las que
se llama demonios (cf. concilio IV de Letrán: DS 800-801). Para nosotros, los
seres humanos, esa historia resuena como una advertencia: nos exhorta
continuamente a evitar la tragedia en la que desemboca el pecado y a vivir
nuestra vida según el modelo de Jesús, que siempre dijo «sí» a Dios.
3.9 La condenación sigue siendo una posibilidad real, pero no nos es dado
conocer, sin especial revelación divina, si los seres humanos, y cuáles, han
quedado implicados efectivamente en ella. El pensamiento del infierno -y mucho
menos la utilización impropia de las imágenes bíblicas- no debe crear psicosis o
angustia; pero representa una exhortación necesaria y saludable a la libertad,
dentro del anuncio de que Jesús resucitado ha vencido a Satanás, dándonos el
Espíritu de Dios, que nos hace invocar «Abbá, Padre» (Rom 8, 15; Gál 4, 6).
35. ¿Cuándo llegará el fin del mundo?
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Sergio Córdova
Reflexión
Son impresionantes las palabras que nuestro Señor nos transmite hoy en el santo
Evangelio. Y se trata de un tema que nos suscita naturalmente una gran
curiosidad. La pregunta por nuestro futuro personal y por el final de los
tiempos despierta en todos un especial interés.
“Esto que contempláis –dijo Jesús, contemplando el templo de Jerusalén— llegará
un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido”. Era obvio
que unas palabras proféticas de tanto calibre, y puestas en los labios del
Maestro, hicieran surgir muchas preguntas en la mente y en el corazón de los
discípulos. Seguramente también a nosotros nos habrían surgido espontáneamente
los mismos interrogantes: “¿Cuándo va a ocurrir eso? ¿Y cuál será la señal de
que eso está para suceder?”. Todos queremos conocer el cómo y el cuándo de esas
profecías.
Sin embargo, las palabras de Jesús no son tan sencillas de comprender. Gran
parte de la literatura profética, apocalíptica y escatológica de Israel está
tejida con un lenguaje simbólico y unas imágenes de no fácil interpretación.
Malaquías y Zacarías, por ejemplo, hablan de un “horno ardiente”, de “paja” y de
“fuego inextinguible” –palabras que luego retomaría Juan el Bautista en su
predicación a los judíos para preparar la llegada del Mesías—. Un lenguaje
semejante usan también los otros profetas, por no hablar de las imágenes
intrincadas del profeta Daniel, Ezequiel y otros textos apocalípticos.
Una característica de este género apocalíptico es la sobreposición de los
diversos planos históricos. Nuestro Señor parece como si estuviera hablando del
futuro próximo de Jerusalén, pero luego da el salto al fin de los tiempos. Y nos
da unas “señales” que no nos explican suficientemente el tiempo que quiere
indicarnos.
Por una parte, hace una clara alusión a la destrucción del templo de Jerusalén
–que, como sabemos, ocurriría sólo cuatro décadas después de este anuncio del
Señor—. Vespasiano y Tito, en efecto, debido a las múltiples revueltas de los
judíos, asediaron y destruyeron la ciudad santa el año 70, y dieron lugar a la
diáspora del pueblo de Israel.
Pero nuestro Señor también nos anuncia un período de guerras, terremotos,
hambres y epidemias. Y anuncia a sus discípulos un tiempo de persecuciones,
encarcelamientos, traiciones, odios, violencias, juicios en los tribunales y
muertes por su nombre. Pero esto ha sucedido siempre a lo largo de la historia,
en casi todas las épocas de la vida de los hombres. Las persecuciones contra los
cristianos iniciaron, de hecho, muy pronto. No había pasado siquiera una
generación. Jesús fue crucificado el 7 de abril del año 30 de nuestra era. Y el
año 54 ya había estallado la primera gran persecución religiosa en el imperio
romano, a manos del fatídico emperador Nerón. Y no hablamos de las persecuciones
judías, que comenzaron en Jerusalén apenas tres años después de la muerte de
Cristo.
Tácito y Suetonio –además de las actas de los mártires— nos narran que
muchísimos cristianos murieron en el circo devorados por las fieras, o que
fueron torturados o quemados vivos, ardiendo como antorchas humanas en la
capital del imperio. Pero todos ellos ennoblecieron con su sangre gloriosa las
páginas del cristianismo, ya desde sus orígenes, y su sangre fue –según el
sentir de Tertuliano— “semilla de nuevos cristianos”. Y desde entonces nunca han
faltado las persecuciones. Más aún, parece que cada día se han ido incrementando
más y más. El siglo XX, que apenas acaba de concluir, ha sido uno de los más
sufridos y de los gloriosos en la historia de la Iglesia. Y muchos de esos
mártires han sido contemporáneos nuestros.
Pero además, parece que nuestro Señor hace mención, en su lenguaje apocalíptico,
al final de los tiempos. Nos da señales “claras” de lo que va a suceder antes
del fin del mundo; pero son, al mismo tiempo, señales “confusas” porque eso ya
ha sucedido muchas veces a lo largo de la historia. “Todo esto –nos dice Cristo—
tiene que suceder primero, pero el final no vendrá enseguida”.
Por lo cual, yo creo que nuestro Señor se expresó de esta manera con plena
conciencia para que nosotros entendiéramos y no entendiéramos a la vez. Ésa es
una de las características del misterio. Barruntamos algo, intuimos algo, pero
la mayor parte de la realidad queda velada a nuestros ojos. Y lo hizo el Señor
así para que comprendiéramos que el final de los tiempos está sucediendo en el
“hoy” de nuestra vida. El final de los tiempos está ya presente y el único
tiempo cierto es el de la conversión.
Cada día es un reto y una exigencia de fidelidad a Cristo. No nos distraigamos
haciendo conjeturas sobre el cómo y el cuándo de un futuro desconocido y de un
final de los tiempos que seguramente no nos tocará a nosotros ver ni vivir. Más
bien, concentremos la atención y todo el empeño de nuestro ser en vivir con
fidelidad el momento presente, llegando incluso hasta el martirio en nuestra
entrega a Jesucristo. El martirio que nos toca vivir a nosotros ahora no un
martirio cruento, sino el de una entrega silenciosa, callada, pero llena de
amor; y, a los ojos de Dios, tal vez se trate de un martirio no menos heroico
que el de muchos hermanos nuestros.
Ojalá que cada cristiano, que tú y yo, seamos auténticos seguidores de Jesús y
que demos un testimonio público y valiente de nuestra fe en el mundo de hoy: con
nuestra oración, nuestra caridad, la pureza de nuestras costumbres y
comportamientos, la entrega a Dios y a los demás, y la oblación generosa de
nuestra vida verdaderamente cristiana y santa.
36. Evangelio del domingo: Por su nombre . Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo, administrador apostólico de Huesca y de Jaca.
* * *
El Evangelio de este domingo nos deja una
sensación agridulce, con un cierto desconcierto. Las diversas respuestas de
Jesús, indicaban a sus oyentes que todo estaba inacabado, inseguro. Hasta la
belleza del Templo era frágil y su solidez amenazada: "no quedará piedra sobre
piedra". Surgirán profetas falsos una vez más, llegarán guerras, catástrofes,
espantos. Y a los discípulos les dirá: os echarán mano, os perseguirán,
entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante
gobernadores por causa de mi nombre. Hasta los más cercanos como padres,
hermanos, parientes y amigos, los odiarán, los traicionarán e incluso los
matarán por causa de su nombre.
Muchas veces ha surgido la tentación de hacer del Cristianismo una especie de
vergel, de tranquilo paraíso donde evadirse de un mundo corrupto y caduco que se
empeña en no vivir "como Dios manda". Pero el Cristianismo no ha sido regalado
por Dios como una "burbuja de paz". De hecho, los mejores hijos de la Iglesia
han tenido que sufrir persecución, incomprensión y martirio de tantos modos,
como la prolongación en la historia de aquél por mi nombre del que nos habla hoy
el Evangelio. Vivir en su Nombre, diciendo su Nombre, siendo su Nombre.
Jesús y el Cristianismo no son un sedante para nuestras molestias sociales, ni
un barbitúrico para perpetuar privilegios. No provocan alucinaciones sino
compromisos. Los cristianos somos llamados a pertenecer a la historia de Aquel
que fue anunciado como "signo de contradicción", y que vino a traer el fuego y
la espada, es decir portador de la Luz y portavoz de la Verdad en un mundo que
con demasiada frecuencia pacta con la oscuridad y la mentira.
Pero este Evangelio, aunque duro, no es desesperanzador. Nos dice Jesús: "no les
tengáis miedo". Ha prometido darnos palabras y sabiduría para hacer frente a
cualquier adversario. Lo que importa es que esa Presencia y esa Palabra por Él
prometidas, resuenen y se reflejen en la vida de la comunidad cristiana y en la
de cada cristiano particular.
El Cristianismo no es una aventura para fugarse del mundo, sino una urgencia
para transformarlo según el proyecto de Dios, en el Nombre del Señor. Los
cristianos no son los del eterno poderío o los de la eterna oposición, sino los
eternos discípulos del único Maestro. Poniendo lo mejor de nosotros mismos para
que en cada rincón de la historia pueda seguir escuchándose la Buena Noticia de
Jesús y haciéndose realidad el don inmerecido de su Reino que la Iglesia en cada
época no deja de anunciar.