35 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXXII
CICLO C
18-30

 

18. REENCARNACION/RS

¿RESURRECCIÓN o REENCARNACIÓN?

No es difícil en nuestro días encontrarse con personas seriamente interesadas por la vieja teoría de la reencarnación e, incluso, con cristianos que no entienden muy bien por qué el cristianismo habla de resurrección y no de reencarnación.

Sin embargo, la fe en la resurrección de los muertos supone algo totalmente nuevo y original frente a la reencarnación de las almas que se afirma en la religiosidad hindú, en el budismo o en las doctrinas griegas de la metempsícosis.

Según la visión hindú, las almas van emigrando constantemente (sam-sára= pasar a través), encarnándose una y otra vez en vidas sucesivas. Y son las acciones buenas o malas (karma) las que deciden cómo va a ser la próxima reencarnación.

De esta manera, la realidad es una sucesión de nacimientos y muertes donde las almas se van degradando o purificando hasta alcanzar tal vez un día la reintegración en la totalidad del Ser Absoluto. Ese nirvana difícil pero no imposible del que habla el budismo. Esta manera de ver la realidad tiene consecuencias profundas y se distancia radicalmente de la fe cristiana. Según esta concepción oriental, la identidad individual de cada persona se eclipsa y el cuerpo queda privado de valor. En realidad, los individuos surgen por una disgregación del ser, pueden reencarnarse en diversos cuerpos, pero lo importante es que vuelvan a reintegrarse en el Gran Todo.

La visión cristiana es diferente. En la raíz de todo está un Dios Creador que, movido por su amor infinito, crea la vida de cada persona con un valor absoluto y singular. Cada individuo es un ser libre querido por Dios por sí mismo y llamado a encontrar un día su realización plena corpóreo-espiritual en un diálogo amoroso con él.

Por otra parte, según la doctrina reencarnacionista, el mal es una realidad física (la caída del individuo en la materia). Por eso, la salvación consiste en una especie de proceso mecánico de depuración que, a través de sucesivas reencarnaciones dirigidas por el karma, conduce de nuevo a la matriz original del Ser Absoluto.

Los cristianos vemos las cosas de otra manera. El hombre es un ser libre que puede rechazar a Dios rompiendo su relación personal con él. Por eso, la salvación se produce, no por medio de un mecanismo de reintegración, sino a través de una conversión personal a Dios.

Así, pues, para los cristianos, la realidad no es algo indefinido donde la muerte es una especie de espejismo y donde las almas circulan constantemente del más allá al más acá y viceversa, sobre el fondo inmutable y frío del Ser Absoluto.

Nosotros creemos en un Dios que crea la vida y nos la regala amorosamente a cada uno como valor absoluto. La muerte puede acabar con nuestra condición biológica actual, pero no puede extinguir la vida que nos llega desde Dios. El Creador de la vida es más fuerte que la muerte. Dios no es «un Dios de muertos, sino de vivos». El nos resucitará para la vida eterna. Esta esperanza es «la roca de nuestro corazón».

JOSE ANTONIO PAGOLA
SIN PERDER LA DIRECCION
Escuchando a S.Lucas. Ciclo C
SAN SEBASTIAN 1944.Pág. 121 s.


19.

El amor es fiel

Como sabéis, el conocido personaje bíblico, Job, no es histórico. Se trata de un personaje figurado que se hace las preguntas que todo hombre se tiene que hacer a lo largo de su vida sobre el sentido del mal en el mundo, del sufrimiento, de la muerte. Hay un momento en el relato de Job, en que este, al ver que ha perdido de golpe todos sus bienes, asume resignadamente su destino: «El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó. Bendito sea por siempre».

Es la frase que ha quedado en nuestro idioma cuando solemos decir que alguien «tiene más paciencia que Job». Pero, en realidad, la figura de Job no es nada resignada: es el hombre que lucha a brazo partido con su Dios, al que pide una explicación de los grandes males que han caído sobre él. Con el libro de Job se quiebra la explicación bíblica clásica ante el misterio del mal que creía que Dios premia a los buenos y castiga a los malvados en esta vida. Precisamente no es este el caso del hombre justo Job. Con este libro, del siglo Vl-V a.C., se había abierto el interrogante del porqué del sufrimiento y el mal del mundo, que quedaba sin explicación.

Hay que esperar al siglo II a.C. para que la fe bíblica comience a articular una respuesta a esos interrogantes. Y esa respuesta es la fe en la resurrección, la afirmación de una vida personal más allá de la muerte, presente en el libro de la Sabiduría, en el profeta Daniel y en los libros de los Macabeos, de los que hemos escuchado hoy un pasaje en la primera lectura. Acontece durante la cruel persecución del rey Antíoco IV Epífanes; en él se nos presenta el episodio de una madre que anima a sus siete hijos a ser fieles a la ley judía, aunque ello les cueste el martirio.

El relato dirá de esa madre que «con noble actitud, uniendo un temple viril a la ternura femenina, fue animando a cada uno: "Yo no sé cómo aparecisteis; yo no os di el aliento y la vida, ni ordené los elementos de vuestro organismo. Fue el creador del universo, el que modela la raza humana y determina el origen de todo. El, con su misericordia, os devolverá el aliento y la vida"».

Todo este relato de «los siete hermanos y la madre» está impregnado de poesía, de crueldad y, también, de afirmaciones sobre esa incipiente fe bíblica en la existencia de una vida personal más allá de las fronteras de la muerte: «El rey del universo nos resucitará para una vida eterna»; «vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará»; Dios «con su misericordia, os devolverá el aliento y la vida»; «acepta la muerte. Así, por la misericordia de Dios, te recobraré junto a ellos».

Y el hijo más pequeño dirá: «Mis hermanos, después de soportar un dolor pasajero, participan ya de la promesa divina de una vida eterna». En este relato se da también una superación de la figura de Job: cuando al cuarto hermano le van a cortar las manos, ya no responde con la frase de: «El Señor me las dio, el Señor me las quitó. Bendito sea por siempre», sino: «De Dios las recibí. Espero recobrarlas del mismo Dios».

Ha surgido así la fe bíblica en la resurrección de los muertos, tema que es polémico en tiempos de Jesús. Los evangelios recogen el contraste entre los fariseos, que creen en la resurrección, y los saduceos que no la aceptan. Estos, sacerdotes, aristócratas, terratenientes, colaboradores con el poder romano, aceptaban únicamente la ley como base del judaísmo, es decir los cinco primeros libros de la Biblia, en los que no se hablaba de la resurrección.

Precisamente esta falta de fe es la que les lleva a poner a Jesús esa verdadera «trampa saducea», del más refinado casuismo. Según la ley mosaica del levirato, si fallecía un varón sin dejar descendencia, su hermano estaba obligado a casarse con la viuda para procrear un hijo que era considerado como descendiente del fallecido. En la trampa saducea, esta situación se repite hasta seis veces y la joven viuda va envejeciendo mientras entierra uno tras otro, a los siete hermanos, a sus siete maridos. ¡Vaya problema para los tribunales matrimoniales del cielo en decidir cuál de los siete era el marido de aquella mujer que llevó a todos al cementerio! La conclusión, no explicitada en la trampa saducea, es que todo esto era absurdo y, por tanto, no había resurrección de los muertos.

Jesús, si me permitís la expresión taurina, «no entra al trapo» de esa trampa, no se constituye en tribunal matrimonial. Y su respuesta se sitúa en un plano distinto al de la pregunta que se le hace. Alude a que en la otra vida ya no se casarán, ya que habrá dejado de tener sentido la vieja ley del levirato. La vida que nos espera no se puede equiparar con la vida de aquí abajo.

En su respuesta está resonando lo que Pablo dirá en 1 Cor 15,35: «Alguno preguntará: "¿Y cómo resucitan los muertos? ¿Qué clase de cuerpo traerán?". Necio, lo que tú siembras no cobra vida si antes no muere. Igual pasa en la resurrección de los muertos: se siembra lo corruptible, resucita incorruptible; se siembra lo miserable, resucita glorioso; se siembra lo débil, resucita fuerte; se siembra un cuerpo carnal, resucita un cuerpo espiritual». No sabemos cómo será esa vida en Dios que nos espera, pero, como dice un biblista, no se trata de la negación «del componente corpóreo en el más allá, pues tal cosa equivaldría a negar la misma resurrección y afirmar una inmortalidad platónica».

La segunda parte de la respuesta de Jesús nos da la razón de la fe en la resurrección, aludiendo al episodio de la zarza ardiendo, cuando Moisés llama al Señor: «Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos». La fe en la resurrección hunde sus raíces en lo más hondo de la tradición bíblica: la creencia en una fidelidad de Dios que nada puede quebrar. «Puesto que él, el Dios fiel, es también el Dios poderoso, nada puede oponerse a una fidelidad definitiva, ni siquiera la muerte. Si él es el Dios amigo de los patriarcas, él, el Dios que no podría ser el aliado de los muertos, esos privilegiados no pueden ser sino vivientes» (L. Monloubou).

Porque nuestra fe en la resurrección no es la respuesta a la exigencia de felicidad que tenemos grabada en el corazón; tampoco es una consecuencia de la filosofía platónica sobre la inmortalidad del alma. Es la respuesta del Dios fiel y amigo de la vida a los hombres a los que ama. Es lo que intuía la madre de aquellos siete hijos: como aquella mujer, llena de ternura y de temple viril, no sabemos cómo hemos aparecido en la vida; desconocemos de dónde nos ha venido el aliento de la vida, nuestro deseo de vivir, los lazos de amor que hemos ido creando. Ha sido él, el creador del universo, el que nos ha modelado y ha determinado el origen de todo. Y creemos que «él, con su misericordia, os devolverá el aliento y la vida». Y lo creemos porque él es fiel -un calificativo de Dios poco usado y, sin embargo, entrañable y central en nuestra fe-.

Si el Cantar de los cantares decía que «el amor es más fuerte que la muerte», mucho más podemos decir que el Amor -con mayúsculas- es más fuerte que la muerte y que nos será fiel más allá de nuestra muerte. Como decía hoy san Pablo, porque el Señor es fiel, hemos recibido «un consuelo permanente y una gran esperanza».

Finalmente, una última reflexión: el texto de hoy, en ese «serán como ángeles», deja una cierta insatisfacción. Nos parece que esa vida que nos espera, no incluye todos los amores que hemos ido sembrando y constituyen el nervio de nuestra existencia. Pero no somos islas, sino que estamos esencialmente referidos a los demás, también tenemos que afirmar que la vida que nos espera tiene que integrar nuestros amores en el gran amor y fidelidad de Dios. Sin ellos, no puede estar realizada nuestra resurrección. CIELO/COSTUMBRE No sabemos cómo será la vida que nos aguarda porque Dios es fiel, pero podemos esperar lo que ha escrito Olivier ·Clément-O, intentando balbucear lo que nos espera: «Allí viviremos el "milagro de la primera vez". La primera vez que sentiste que ese hombre sería tu amigo; la primera vez que oíste tocar, cuando niño, aquella música que te marcó; la primera vez que tu hijo te sonrió. La primera vez... Después uno se acostumbra, pero la eternidad es desacostumbrarse».

JAVIER GAFO
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C
Madrid 1994.Pág. 356 ss.


20.

1. «Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará».

El martirio de los siete hermanos del que se informa en la primera lectura, contiene también el primer testimonio seguro de la fe en la resurrección. Los hermanos son cruelmente torturados -son azotados sin piedad, se les arranca la lengua, la piel y las extremidades-, pero, ante el asombro de los que los torturan, ellos soportan todo esto aludiendo a la resurrección, en la que esperan recuperar su integridad corporal. Dios les ha dado una «esperanza» que nadie puede quitarles, mientras que los miembros que han recibido del cielo y que les han sido arrancados, podrán recuperarlos en el más allá. Se nos presenta aquí un ideal ciertamente heroico que nos muestra concretamente lo que Pablo quiere decir con estas palabras: «Una tribulación pasajera y liviana produce un inmenso e incalculable tesoro de gloria» (2 Co 4,17), algo que en modo alguno vale sólo para el martirio cruento, sino para todo tipo de tribulación terrenal que, por muy pesada que sea, es ligera como una pluma en comparación con lo prometido.

2. «Dios no es un Dios de muertos».

Por eso puede Jesús en el evangelio liquidar de un plumazo la estúpida casuística de los saduceos a propósito de la mujer casada siete veces. La resurrección de los muertos será sin duda una resurrección corporal, pero como los que sean juzgados dignos de la vida futura ya no morirán, el matrimonio y la procreación tampoco tendrán ya ningún sentido en ella -lo que en modo alguno quiere decir que no se podrá ya distinguir entre hombre y mujer-; los transfigurados en Dios poseerán una forma totalmente distinta de fecundidad. Pues la fecundidad pertenece a la imagen de Dios en el hombre, pero esta fecundidad no tendrá ya nada que ver con la mortalidad, sino con la vitalidad que participa de la fecundidad viviente de Dios. Si Dios es presentado como Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, es decir como Dios de vivos, entonces los que viven en Dios son también fecundos con Dios: en la tierra en su pueblo temporal, en el cielo con este mismo pueblo, de una manera que sólo Dios y sus ángeles conocen.

3. «Hermanos, rezad por nosotros».

En la segunda lectura se nos promete -como a los hermanos mártires de la primera- «consuelo permanente y una gran esperanza»; pero se nos promete además, ya en la tierra, una comprensión de la fecundidad espiritual. Esta procede de Cristo y la Antigua Alianza todavía no la conoce. Los hombres que «esperan» firmemente la vuelta de Cristo y la resurrección, los hombres cuyo corazón ama a Dios y reciben de Dios «la fuerza para toda clase de palabras y de obras buenas», pueden ya desde ahora mediante su oración de intercesión participar en la fecundidad de Dios; el apóstol cuenta con esta oración «para que la palabra de Dios siga su avance glorioso» y poder así poner coto al poder «de los hombres perversos y malvados». La oración cristiana es como una esclusa abierta por la que las aguas de la gracia celeste pueden derramarse sobre el mundo.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 294 s.


21. «SEÑOR Y DADOR DE VIDA»

Como nubes oscuras y tristes, a mí también, Señor, me suelen cercar las dudas. Sobre todo, en este mes de noviembre, cuando, entre oleadas de melancolía, siguiendo la tradicional costumbre, voy al cementerio y dejo que los recuerdos y las oraciones surjan espontáneos. No es que sea hombre de cementerio. Pero algo nos lleva a reflexionar allá, ante la tumba de la madre, en el pueblo o en el cementerio ya crecido y moderno de la ciudad, ante la sepultura del padre. Y, lo repito, ante ambas, ante la horizontalidad inerme de esas dos lápidas, que se alargan en su frío y soleado silencio, algo se revuelve en la veta que todos llevamos de «saduceo». Y brota el interrogante: «¿Habrá aquí terminado ya todo o, aunque allá, en el cielo, los hombres y las mujeres no se casen, estarán ya amándose como los ángeles de Dios?».

No te alarmes, Señor. Mi madre -nuestras madres-, desde mi infancia, igual que la madre de los macabeos que hoy leemos, me transmitió una fe de resurrección y vida. Me dijo más de una vez: «Yo no sé, hijo, cómo te has formado en mis entrañas», pero sé que, acabada esta etapa terrena, «el Creador de todo volverá a darnos ese aliento y esa vida». También mi padre me repitió sin cesar: «Tú reza al Padre nuestro, porque está en los cielos». Como dándome a entender que El permanece siempre, como «fuente de vida», ya que «no es Dios de muertos, sino de vivos».

Pero, como dijo Newman, «el hombre es un animal que soporta dudas» y, a cada paso, vuelven los interrogantes: «¿Existirá la inmortalidad o tendrán razón los saduceos que la negaban? ¿Estarán en lo cierto los existencialistas al afirmar que «esta vida carece de sentido y todo conduce a la nada», o me abandonaré a Ti, que aseguras: «Yo soy la resurrección y la vida»? ¿Acierta Sartre, cuando afirma que «el hombre es una pasión inútil», o acertamos quienes recitamos: «Creo en la resurrección de los muertos y en la vida del mundo futuro»?

Líbrame de las dudas malas, Señor. Y ayúdame a comprender tus dos lecciones de hoy:

1º. Que no podemos aplicar a la vida definitiva y plena nuestros parámetros de aquí abajo. «Si una mujer ha estado casada, sucesivamente con siete hermanos, ¿de cuál de ellos será «mujer» allá al otro lado?» Es como un chiste burlesco. No, amigos, no valen las medidas del desierto para el ancho mundo de lo «infinito». Los sistemas de alimentación y de reproducción sexual, y las modas de cubrir nuestros cuerpos con el vestido, son funciones mecánicas del camino. Pero estos cuerpos, aun siendo los mismos, una vez transfigurados, serán «otra cosa». Existirá el amor, por supuesto: el amor verdadero. Pero, como dijo Jesús: «en el cielo, hombres y mujeres no se casarán, serán como ángeles de Dios».

Y 2ª. «Dios no es Dios de muertos, sino de vivos». Y esto es algo que lo comprende nuestra lógica y lo constata nuestra experiencia. Si Dios es amor, tiene que ser, necesariamente, vida. Porque el amor tiende a engendrar «vida». Por eso, vida es la Creación. ¿Hay algo más vital que la Naturaleza, en su constante renacer? Es vida la Providencia, que cuida de las plantas, los pajarillos y los hombres. Es vida la Encarnación. Que lo digan los coetáneos de Jesús, que a él acudían como a «fuente de vida», física o espiritual. Y vida fue, paradójicamente, su misma «muerte». Porque «El vino para darnos vida, y vida en abundancia». Por eso, proclamó: «Yo soy la resurrección y la vida. El que crea en mí, aunque haya muerto, vivirá». Y todavía añadió, como en un desafío: «Si destruís este cuerpo, en tres días lo volveré a resucitar». ¡Yo te alabo, mi Dios, Señor y dador de vida!

ELVIRA-1.Págs. 273 s.


22.

Frase evangélica: «No es Dios de muertos, sino de vivos»

Tema de predicación: EL DIOS DE LA VIDA

1. Situados en los círculos del poder y del dinero, los saduceos eran radicalmente materialistas, no tenían fe en la resurrección ni esperanza de otra vida y se servían de la religión para explotar al pueblo y vivir con más privilegios. El evangelio nos los presenta discutiendo con Jesús acerca de la resurrección.

2. Jesús dice a los saduceos dos cosas relacionadas entre sí. En primer lugar, que la vida de los resucitados es vida transfigurada («son hijos de Dios») y vivida en presencia de Dios («como los ángeles»); se trata de una vida nueva, inimaginable, vivida en alabanza; para ser juzgado digno de esta vida hay que pasar por la muerte, como lo hizo Jesús. En segundo lugar, que el Dios cristiano no es un Dios de muertos, sino de vivos; no es un ídolo que domine, corrompa y engañe, sino que da vida generosa y abundantemente.

3. Nuestro cristianismo se ha basado y sigue basándose a veces más en la muerte y el culto a los muertos que en la vida, la resurrección y la celebración pascual. Pero sabemos que la vida es el don más apreciado del ser humano. Un don que, por ser de Dios, es sagrado. Las promesas de Dios se relacionan con la plenitud de la vida. La misión de la Iglesia es proclamar la resurrección y la vida.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Apreciamos la vida como un don de Dios?

¿Por qué se ha introducido tanto en nuestro cristianismo la muerte?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 309


23.

2 Mc 7, 1-2.9-14:

En todo el antiguo testamento casi no se encuentran textos que expresen una fe explícita en la vida eterna. Hay vislumbres y una esperanza de supervivencia que aflora en algunos escritos más bien tardíos (Jb 19, 26-27; Dn 12, 2-3). La más clara alusión a una vida perdurable y a una resurrección la encontramos en el texto de Macabeos. Se sitúa en el año 167 a. C. durante la época de terror y represión desatada por Antíoco IV Epífanes. Siete jóvenes junto con su madre sufren la tortura antes que quebrantar sus leyes y mueren con heroísmo alentados por la promesa de la resurrección.

2 Tes 2,15 - 3,5:

Pablo exhorta a los cristianos de Tesalónica a mantenerse constantes y firmes en la fidelidad a Dios y a sus enseñanzas ya que el mismo Dios nos ha dado "un consuelo eterno y una esperanza feliz". Esta fidelidad se fundamenta en la fidelidad de Dios, que no puede fallar. El futuro inmortal de gloria para el cristiano se siembra aquí, en el presente, echando en el surco del hoy el germen de "toda obra buena y todo conocimiento valioso".

Lc 20, 27-38: Dios es Dios de vivos y no de muertos En el común sentir popular de muchos cristianos se piensa que la resurrección consiste en un "volver a la vida", un revivir de nuevo la existencia terrena, de una manera renovada y mejorada, claro está. Este equívoco aún actual, nos lo presenta el texto de Lucas en el caso artificioso y rebuscado que la argucia de los saduceos propone a Jesús. El caso se funda en la ley del levirato, según la cual, muerto el esposo, sin dejar descendencia, el hermano de éste debe contraer matrimonio con la viuda para darle descendencia. De nuevo aparece el número siete como en la primera lectura. Son siete hermanos que se casan sucesivamente con la misma mujer y mueren sin darle descendencia.

La respuesta de Jesús supera el equívoco de aquella pregunta ("¿en la otra vida de quién será esposa?") y aclara el sentido de la resurrección. No podemos plantear la vida eterna con esquemas y parámetros propios de nuestra mentalidad temporal. Nosotros concebimos la vida como un transcurrir en las tres dimensiones: pasado, presente y futuro. Pero en la vida eterna ya no hay tiempo, ya no hay transcurso ni sucesión. Podemos definir la eternidad, con nuestras palabras limitadas, como un "eterno presente". En esa línea Jesús afirma: "Dios no es Dios de muertos sino de vivos, porque para él todos están vivos". Este presente eterno se fundamenta en el mismo ser de Dios: Dios es el de siempre, el Dios de "Abraham, de Isaac y de Jacob". Simplemente porque Dios es amor y como tal eterno e inmutable; no puede fallar.

Jesús plantea además otros dos puntos aclaratorios: los que resuciten para la vida serán semejantes "a los ángeles", pues no podrán morir. Nadie sabe cómo son los ángeles; sólo nos queda la afirmación: "No podrán morir". En la resurrección ya no es posible la muerte, sólo existe el triunfo de la vida.

El segundo punto: "Son hijos de Dios", nos hace entrever la relación de intimidad familiar paterno-filial entre Dios y el ser humano en la felicidad eterna. Es el ingresar a la fuente de la vida, Dios, y vivir la intimidad del amor para siempre. Esta esperanza cierta en el Dios fiel alienta el caminar del cristiano en su peregrinaje terreno.

En todo caso hay que recordar dos cosas: primero, que la fe en la vida eterna es un "acto de fe": no "sabemos", no tenemos evidencias, no sabemos cómo va a ser la vida eterna... Y en segundo lugar que sólo tenemos que en ese "acto de fe" sólo estamos creyendo lo que realmente es de fe, que es muy poco: muchas descripciones que tradicionalmente nos hemos hecho acerca de la vida eterna y los novísimos obedecen a categorías teológicas culturales; son simples hipótesis teológicas y no contenidos dogmáticos de fe fe; son simplemente formas facultativas de expresar ese misterio que es el verdadero contenido de nuestro acto de fe. Hoy día la Iglesia tiene una visión de la vida eterna más sobria que la que en otros tiempos ha tenido, purificada de muchas imaginaciones...

Para la revisión del tema de la muerte y la resurrección, recomendamos:

-Capítulo VII de la Lumen Gentium del Vaticano II.

-L. BOFF, Hablemos de la otra vida, Sal Terrae, Santander de España, Indoamerican Press de Bogotá y muchas otras ediciones en toda América Latina. (Título original: Vida pra além da morte, Vozes, Petrópolis).  

"Yo mismo Lo veré"

Y seremos nosotros, 
para siempre, 
como eres Tú el que fuiste, 
en nuestra tierra, 
hijo de la María y de la Muerte, 
compañero de todos los caminos.

Seremos lo que somos, 
para siempre, 
pero gloriosamente restaurados, 
como son tuyas esas cinco llagas, 
imprescriptiblemente gloriosas.

Como eres Tú el que fuiste, 
humano, hermano, 
exactamente igual al que moriste, 
Jesús, el mismo y totalmente otro,

así seremos para siempre, exactos, 
lo que fuimos y somos y seremos, 
¡otros del todo, pero tan nosotros!

Pedro Casaldáliga

 

Para la conversión personal

La urgencia del compromiso, la entrega a un amor eficaz para con los demás en un tiempo como el nuestro, tan cargado de urgencias, no debe restarnos capacidad para contemplar el misterio de las clásicas "verdades eternas": la muerte sigue siendo el gran interrogante de la vida. Aunque no debamos caer en descripciones fáciles de la otra vida, ¿dedicamos atención a este aspecto tan profundo de la vida?

Para la reunión de comunidad o grupo bíblico

-¿Qué ideas predominan en nuestra comunidad acerca de la vida más allá de la muerte?

-¿Cuál es la actitud ética que nos permite entrar en la vida eterna?

-¿Cómo afecta nuestras vidas la presencia de Cristo resucitado?

Para la oración de los fieles

-Por todos los cristianos que por falta de catequesis o de formación teológica caen víctimas de opiniones superficiales acerca del más allá de la muerte: para que encuentren en la comunidad una formación que les ayude a vivir su fe en la vida eterna de un modo adecuado a los tiempos actuales, roguemos al Señor.

-Para que la Iglesia sea fiel a la memoria de los mártires que, como los hermanos Macabeos, dieron testimonio de anteponer el valor de su fe al amor a su propia vida...

-Por todos los que viven en una situación en la que prevén la cercanía de la muerte: para que sepan prepararse para acogerla y vivirla de una manera digna y consciente...

-Por los catequistas: para que sepan expresar el contenido de nuestra fe relativo a la vida posmortal de una manera digna, seria y creíble...

Oración comunitaria

Dios Padre Nuestro, Dios de Abraham y de Jacob, Dios de Vivos, Dios de Vida, que nos has llamado a todos los hombres y mujeres y a todas las criaturas, a la Vida, y que, a pesar de la muerte, nos sigues llamando a la plenitud de la Vida: ilumina nuestra fe para que sepamos contemplar el misterio de la vida y de la muerte de una forma que genere vida para nosotros y para toda la creación. Por J.N.S.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


24.

- Los que se ríen de la resurrección

Es extraña esta pregunta que hacen los saduceos a Jesús. Y en seguida nos damos cuenta, aunque no conozcamos las leyes y las costumbres de aquella época, que la hacen con ganas de hacerle quedar mal.

Pero no estará de más conocer la ley a la cual se refiere la pregunta. Y es que, en los pueblos antiguos, que un hombre casado muriese sin descendencia era considerado una desgracia y un deshonor. Por eso se prescribía que si un hombre casado moría sin hijos, se casase su hermano con la viuda, y los hijos que tuviesen llevarían el nombre del difunto. Agarrándose a esta ley, los saduceos, que ya dice el evangelio que no creían en la resurrección ni en la vida eterna, se querían reír de Jesús con esta complicación de la mujer que ha tenido siete maridos diferentes, cada uno supliendo al anterior. Es algo así como la gente que hoy en día se ríe de la resurrección diciendo que cuando a alguien se le transplanta el corazón de una persona muerta, de quien de los dos será el corazón cuando resuciten.

Ya hemos dicho que los saduceos lo que quieren es reírse de Jesús y de la resurrección y la vida eterna. Y Jesús responde tal como se debe responder a este tipo de burlas: diciendo que no han entendido nada, y que la vida eterna de Dios es una cosa muy diferente de la vida de este mundo, y que no tiene ningún sentido querer saber cómo será esa vida.

- Nuestra fe: llamados a una vida plena, con Dios

Lo único que podemos decir los creyentes, y lo afirmamos con mucha fe y esperanza, es que creemos que nuestra vida no termina en este mundo, sino que más allá de la muerte viviremos una nueva vida, una vida llena del amor infinito de Dios.

No sabemos cómo será. Sabemos que las ilusiones, las alegrías, los esfuerzos, el amor que hayamos vivido en este mundo, continuarán y serán aún infinitamente más intensos, porque todo estará lleno de Dios. Sabemos que cada uno de nosostros estará en la vida de Dios, con nuestra propia personalidad, con toda la experiencia acumulada, con los lazos que hemos tejido en este mundo, con todo lo bueno que llevamos en nuestro interior. Sabemos, ciertamente, que el amor que habréis vivido las parejas en vuestro matrimonio no quedará como si no hubiese existido, sino todo lo contrario: será conducido a una gran plenitud, pero de una manera completamente distinta de como lo vivís aquí, porque todo pasará por las manos amorosas de Dios. Y Dios hará de él un amor total, un amor que no podemos ni imaginar. Por eso Jesús, para hablar de él, se sirve de esta imagen: que entraremos en la vida de los ángeles, es decir, en una vida totalmente llena del Espiritu de Dios, una vida que nadie puede explicar.

- Una vida personal, no una reencarnación

Hoy es importante consolidar nuestra fe y nuestra confianza en esta vida plena que estamos seguros de que Dios nos dará a cada uno de nosotros, unidos con todos los hermanos y hermanas salvados. A cada uno, personalmente, concretamente. No, ciertamente, como la reencarnación de una alma sin personalidad que va de un cuerpo a otro, tal como explican algunas creencias. Sino a cada uno de nosotros, con todo lo que hemos vivido, con el amor que nos ha construido como personas, con las experiencias intransferibles que nos han hecho crecer y nos han hecho ser tal como somos. Porque Dios nos conoce a cada uno por nuestro nombre, y nos quiere así con él.

Jesús decia en el evangelio de hoy: "El Señor es Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob. No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos". Y podría haber dicho: "El Señor es el Dios de Juan, de Maria, de Laura, de Guadalupe, de Miguel, de Carlos, de Rosario... de cada hombre y cada mujer que ahora viven en este mundo. Es el Dios de cada uno de ellos y continuará siéndolo cuando mueran. Porque él no es Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos están vivos".

Con esta fe, unámonos ahora en la Eucaristía, para recibir el alimento que nos une a Jesús resucitado. Para vivir un día con él para siempre, en la vida plena de Dios.

EQUIPO MD
MISA DOMINICAL 1998/14 45-46


25.

EL NEGOCIO DEL CIELO

Los saduceos no creían en la inmortalidad del alma, pero tampoco estaban abiertos a la verdad. Por eso le plantean a Jesús una cuestión rocambolesca que deje en ridículo la resurreción de los muertos. La ley del levirato (del latín levir, cuñado) fomentaba algo que era común en difirentes pueblos orientales: la descendencia dentro de la misma familia. En este caso siete hermanos casados sucesivamente con la misma mujer no habían logrado tener un hijo. ¿Qué pasaría en la vida eterna?, ¿de quién sería la esposa?. Los saduceos buscan mil apoyos que avalen su postura, estratagema tan vieja como el hombre.

Poco sabemos del cielo, pero lo que conocemos es muy atractivo. Cristo pudo darse a todas las almas porque vivió el celibato. Hoy -como hace dos mil años- la mayoría de la gente se santifica en el matrimonio, pero algunos siguen el ejemplo del Maestro y adelantan en sus vidas algo propio de la eternidad. Como es lógico, darse a todos sólo puede hacerse al margen del cuerpo, es decir, en el amor virginal y universal, no en el esponsal y exclusivo. Los saduceos no entendieron esto y hoy son muchos los que todavian no lo vislumbran, algo que ya anunció Jesús: "No todos comprenden esta doctrina, sino aquellos a quién les es concedidos". Pues bien, los que reciben este don son esos padres que están felices con la vocación de sus hijos o esos otros que rezan para que el Señor les bendiga con un sacerdote.

En el cielo amaremos y entenderemos todo en Dios, por tanto nuestros esquemas humanos se quedarán pequeños ante lo que nuestro Padre nos ha preparado. Familiares, amigos, gente querida... no sabemos cómo, pero no nos va a faltar nada, porque cada uno tendrá colmados todos sus deseos y aspiraciones. Y más vale intuir que no tenemos ni idea de aquello, porque si lo domináramos sería una vida eterna un poco light. El problema a la hora de considerar el más allá radica en nuestro modo de pensar. Para muchos lo de pasar la eternidad contemplando a Dios equivale a ver una misma película una y mil veces. Nada más lejano a la realidad. Dios nos ha llamado a la existencia para que seamos felices y en el cielo -por fin- lo conseguiremos. Juan Pablo II afirma en su última encíclica que «no es necesario recurrir a los filósofos del absurdo ni a las preguntas provocadoras que se encuentran en el libro de Job para dudar del sentido de la vida». Y el Papa añade que cada persona «quiere saber si le está permitido esperar una vida posterior o no». Mientras los modernos saduceos continúan empeñados en negar la resurrección, quienes se plantean el más allá sin prejuicios y con una antropología realista, llegan a proclamar la inmortalidad del alma. Pero los creyentes lo tenemos más fácil, porque contamos con la fe y la razón. Y hoy Jesús nos dice que resucitaremos y que seremos como ángeles, porque no podremos volver a morir.

¿Consecuencias? Creo que la fundamental la sacó, hace casi cinco siglos, Teresa de Jesús: «esta vida es una mala noche en una mala posada». Por eso conviene pensar en el palacio que nos espera para toda la eternidad, un palacio que depende de nosostros, porque Dios no nos va a salvar sin nuestra colaboración. De ahí que todo lo que nos sucede tenga un matiz positivo, porque sirve para acrecentar ese fondo de inversiones único, donde te dan el ciento por uno y la vida eterna.

Julia Sanz
ABC/DIARIO Domingo 8-11-98


26.

CRISTO RESUCITADO, PRIMICIA DE LOS QUE HEMOS DE RESUCITAR.

Los filósofos griegos intuyeron con Platón la espiritualidad del alma y por ella, su inmortalidad. El Antiguo Testamento tardó bastante en conocer la resurrección. Sólo con Jesús en el Nuevo Testamento se abrirá paso la revelación de la resurección, que culminará en su Resurrección gloriosa.

1. Cuando aún resuena el eco de la Fiesta de Todos los Santos y del Día de todos los fieles Difuntos, nos ofrece la Liturgia de este Domingo el tema de la RESURRECCION. El cuarto de los hermanos Macabeos, después de haber sido torturado, a punto de morir, confiesa: "Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará" 2 Macabeos 7,1.

2. Y con el salmista hemos repetido que "Al despertar me saciaré de tu semblante" Salmo 16. Despertar tiene sentido en el lenguaje bíblico, de resucitar.

3. El deseo más hondo del hombre es no morir, seguir viviendo siempre. Esa es la razón de su empeño en sobrevivirse a sí mismo: o en sus hijos o en sus obras. La fe de los Macabeos, menos clara y firme en tiempos de Moisés, origina la Ley del Levirato: La mujer que no le dió hijos al esposo muerto, debe casarse con su hermano, para que los hijos de la viuda mantengan vivo el recuerdo del difunto. La viuda de la que le hablan a Jesús los saduceos, sacerdotes la mayoría, ha estado casada sucesivamente con siete hermanos y de ninguno tuvo hijos. Cuando llegue la resurrección (lo decían con ironía e incredulidad para demostrar que la fe en la resurrección era absurda), ¿de cuál de los siete maridos será la mujer?. Hay que tener en cuenta que los rabinos enseñaban en las escuelas que el matrimonio adquirirá una maravillosa fecundidad después de la muerte

4. Jesús responde remontándose a Moisés en el episodio de la zarza, que llama al Señor "Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob". No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos". O viven en su presencia. Y, por lo tanto, puesto que el pueblo judío sabe que los patriarcas han muerto, si están vivos es porque han resucitado. Y explica la naturaleza de esta nueva vida. Los resucitados, trascenderán la existencia matrimonial, y su vida será resplandeciente como la de los ángeles. "En esta vida hombres y mujeres se casan. En la resurrección no se casarán. Porque ya no pueden morir". Y ¿cómo viven? "Son como ángeles; son hijos de Dios = de su misma naturaleza; porque participan en la resurrección" Lucas 20,27. La luz de la resurrección les traspasa y penetra y los posee totalmente. Con esta catequesis extraordinaria, Jesús pone la base de la teología de la divinización. La vida humana del alma y del cuerpo no se perderá, sino que será transformada, divinizada, convertida en realidad divina. Los resucitados serán elevados a vivir la misma vida divina. La persona humana resucitará. La filosofía griega afirmaba que el alma era inmortal. Pero la escritura no dice que el alma vive y el cuerpo muere. Por tanto, que la espiritualidad del alma exija la inmortalidad es un concepto griego y pagano. El hombre es un espíritu encarnado, que comienza un camino y lo consuma. Y el fundamento de la resurrección es la vida teologal, la gracia, que es más poderosa que la muerte. Nosotros creemos en la resurrección porque creemos que Jesús ha resucitado. "Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación y vana nuestra fe (1 Cor 15,13). Como somos el Cuerpo de Cristo en el mundo participaremos de su misma suerte. A nosotros nos corresponde afirmar nuestra fe en un mundo que vive sin esperanza y niega teórica o prácticamente la Resurrección. Nuestra gran misión es aportarle esta inmensa y triunfal alegría, de que no hemos sido creados para morir sino para vivir: "Yo no he de morir, yo viviré" (Sal 117,17).

5. El Creador no va a querer destruir su obra maestra, el hombre. Un artista no destruye su obra, si acaso, la golpea para perfeccionarla. El martillazo de Miguel Angel a la rodilla de su David, no fue destructor, sino intento de transmisión de vida y de perpetuidad: "Habla" le gritó. Si yo mismo me resisto a romper mis cuartillas, a pesar de que me roban espacio y tengo repletos los cajones; y en Valencia, en la fiesta de las fallas, destinadas a ser destruidas por el fuego, cada año indultan del fuego un "ninot"... ¿cómo el Creador, el Padre, iba a aniquilar a sus criaturas, a sus hijos? Impensable.

6 "Lo que siembras no es el cuerpo que ha de salir, sino el grano de trigo o de otro cereal... Así es la resurrección de los muertos: Se siembra en corrupción, se levantará en incorrupción; se siembra en vergüenza, se levantará con gloria; se siembra en flaqueza, se levantará en potencia; se siembra un cuerpo animal, resucitará un cuerpo espiritual" (1 Cor 15,37). Aunque el misterio no es imaginable voy a aventurar una sola metáfora:

7. La Resurrección de Cristo es como la erupción primera de un volcán que demuestra que en el centro del mundo arde ya el fuego de Dios, que un día abrasará todas las cosas en el incendio feliz de su fuego y de su luz. En el corazón del mundo, a donde Cristo con su muerte descendió, están actuando ya las fuerzas nuevas del mundo glorificado. El pecado y la muerte están ya vencidos en el interior de todas las realidades. Sólo falta que se cumpla la historia después de Cristo para que aparezca por todas partes, y no sólo en el cuerpo de Jesús, lo que en realidad ya ha acontecido.

8. Nosotros, seres superficiales, como no hemos visto que la Resurrección haya comenzado a curar, salvar y transfigurar al mundo en los síntomas de la superficie, creemos que no ha ocurrido nada tras la Resurrección. Como vemos que las aguas del dolor y del pecado fluyen y se estancan aquí donde nosotros estamos, nos cuesta creer que sus fuentes profundas ya están secas. Porque vemos que el mal sigue abriendo surcos en la faz de la tierra, pensamos que en lo más hondo de la realidad está muerto el amor. ¡Pero sólo lo está aparentemente! Y las apariencias no son la realidad de la vida. Cristo resucitó, y conquistó y redimió para siempre por su muerte el núcleo más íntimo de todo lo terreno. Y después de resucitado, lo conserva. Cristo resucitado está ya en medio de todas las pobres cosas de la tierra.

9. Para que nuestra felicidad sea completa sólo falta que la acción de Cristo haga también saltar en pedazos el sepulcro de nuestro corazón. También en el centro de nuestro ser, donde ya vive como fuerza y como promesa, tiene que resucitar Jesús. Ahí está aún de camino. Ahí es todavía Sábado Santo hasta el último día, en que se celebrará la pascua universal del cosmos. En la Resurrección no serán anuladas las amistades, ni perdidos los amores, ni las fidelidades olvidadas; serán transfigurados y elevados a nivel divino. ¡Felices nosotros si vivimos ya como resucitados anunciando el Reino! (Rahner).

10. "Gloria Dei vivens homo" (San Ireneo).Si la vida del hombre en plenitud constituye la gloria de Dios, el triunfo de Dios en la historia no puede concebirse como algo independiente de la suerte de los hombres que luchan por su Alianza y por su Amor. Por eso hemos de creer que en la resurrección seremos incorporados a Dios en toda nuestra realidad. Será el hombre en su totalidad quien en la muerte se presentará a Dios y permanecerá en su presencia. En su totalidad, que es su completa historicidad. Dios ama al hombre total, y su vida entera, en su extensa e intensa historia, será,en su despertar, recobrada y conservada: "Oí una voz que venía del cielo y decía: Escribe: Bienaventurados desde ahora los que mueren en el Señor, porque los acompañan sus obras" (Ap 14,13). Deseos y generosidad, ilusiones y ternura, luchas y victorias amores y trabajos...todo lo que constituye la vida humana, toda la riqueza espiritual, toda la sabiduría acumulada, los céntimos de la pobre viuda, el cúmulo de palabras de santidad y de esfuerzo y estímulo, las plegarias y alabanzas, el caudal de belleza que atesoró en el transcurso de su vida, todo rodeará al hombre resucitado, nada se habrá perdido, ni el vaso de agua olvidado...Nada dejará Dios que se pierda, porque su amor al hombre es omnipotente, y ha recogido todas sus lágrimas y dejará que se pierda ni un sola sonrisa. "Ni un solo cabello de vuestra cabeza se perderá"(Lc 21,18). En la resurrección encontrará el hombre, toda su historia completa.

11. En el sacrificio de la Misa, extendemos las raíces de la resurrección de Cristo, que ya están activadas y se filtran en todas las hendiduras del cosmos hasta llegar al centro del universo, por la acción del Espíritu Santo y la colaboración de nuestro ofertorio, y las regamos con la sangre divina de Cristo al participar en la Pascua del Señor, que siembra en nuestro corazón las semillas fecundas de resurrección. "Que Jesucristo Nuestro Señor, el primogénito de entre los muertos Apocalipsis 1,5 y Dios nuestro Padre, que nos ha amado tanto, os consuele internamente y os de fuerza para toda clase de palabras y obras buenas", con esta esperanza 2 Tesalonicenses 2, 16. Amén.

12 Vamos ahora a proclamar nuestra fe en la resurrección. Y después a comer el cuerpo de Cristo que nos guarda para la vida eterna.

JESÚS MARTÍ BALLESTER


27.

REFLEXIÓN

En la primera lectura leemos el texto de los Macabeos en el que siete hermanos pierden la vida por no comer carne de puerco. Nos podríamos preguntar: ¿cómo va a valer más una Ley que una vida humana? Para entender la muerte por cumplir una Ley, tenemos que ir más allá de la letra. La Ley no es sólo un conjunto de normas, sino el fruto de una alianza, de un pacto entre Dios y el hombre; donde Dios se compromete a caminar con el hombre y el hombre a vivir según la voluntad de este Dios que camina con él. Así, los siete hermanos están convencidos de que el Dios en el que creen es el Dios de la vida que no puede ser vencido por la muerte que provocan los hombres. De esta manera los jóvenes no murieron por una Ley, sino por la esperanza en una vida más plena como fruto de su fidelidad a la Alianza con Dios: “tu serás mi pueblo, yo seré tu Dios”.

En el Evangelio parece, en un primer momento, que la resurrección es el tema que inquieta a los saduceos que se acercan a Jesús. Sin embargo, más adelante nos damos cuenta que lo que les interesa es ponerlo en conflicto, más que escuchar la solución a su inquietud de la resurrección. Por eso Jesús, se preocupa más por transmitir el mensaje verdadero de la Resurrección: Dios es un Dios de vivos y no de muertos; más que contestarles sus intrigas académicas. El Evangelio de hoy nos quiere presentar una de las actitudes fundamentales de Jesús: creer en la resurrección no como idea o concepto, sino como una realidad que nos transforma al aceptar la presencia viva de Dios en la historia del hombre. El testimonio sublime de estas palabras que Jesús nos dice hoy los veremos en la cruz: es desde su enfrentamiento con la muerte que Jesús nos grita, “Dios es un Dios de vivos y no de muertos, aunque ustedes me maten, yo viviré para siempre con él”.

ACTUALIDAD

Muchas veces pensamos en la resurrección como algo que nos sucederá muchísimo tiempo después de que fallezcamos. Como si la resurrección fuera sólo un momento en nuestras vidas el cual tenemos que esperar pasivamente a que nos suceda. Sin embargo, hoy vemos que creer en la resurrección no es sólo una cuestión académica. Creer en ella, significa transformar nuestras vidas en testimonios del Dios de la vida en el que creemos. Hoy en día vivimos casi siempre desde el placer y lo inmediato. No existe para nosotros un Dios de nuestros padres, sino que queremos un Dios que nos resuelva nuestros problemas hoy y “en este momento”. Se nos olvida que la vida que Dios nos ha dado es una vida eterna. Una vida que va mucho más allá que los pocos años que viviremos aquí en la tierra. Esto provoca en nosotros que no podamos ver más allá de nuestros problemas. Se nos viene el mundo encima porque no tenemos la perspectiva de la resurrección en nuestras vidas. Perdemos toda esperanza y vivimos como si no creyéramos en el Dios de la vida que nos ha revelado Jesús.

PROPÓSITO

Esta semana podemos buscar vivir con una visión más “sobrenatural” en nuestras vidas. Nunca hay que olvidar nuestros problemas, pues no se resolverán solos; pero sí los podemos asumir con la confianza de que existe un Dios de la vida que habla por encima de todos ellos como habló por encima de la Cruz de su Hijo.

Héctor M. Pérez V., Pbro.


28. COMENTARIO 1

DIOS DE LA VIDA

Los saduceos -sumos sacerdotes y senadores-, negociantes de la religión y dueños de la tierra, no creían en la vida eterna, no creían en el cielo. ¿Qué falta les hacía? Ellos se habían construi­do aquí su cielo, convirtiendo la tierra en el infierno de los pobres. Por eso les interesaba más un Dios de muerte que un Padre de la vida.



EL MATERIALISMO DEL DINERO

El partido saduceo era, en tiempos de Jesús, el partido de los ricos. Estaba formado por los sumos sacerdotes, enriqueci­dos gracias al negocio en que habían convertido la religión, y los senadores, los dueños de la tierra, los grandes terratenientes de Palestina.

Era éste un partido conservador en lo religioso y en lo político. Se entiende que fuera así: tenían mucho que conser­var. Vivían bien, mejor que nadie, tenían poder, dinero, privilegios, honores..., ¿qué necesidad tenían de que nada cam­biara?

Sólo aceptaban los cinco primeros libros del Antiguo Tes­tamento. Los demás, entre los que naturalmente estaban los libros de los profetas que condenaban la insaciable ambición de los ricos y la traición de los que habían hecho de la religión un instrumento para domesticar, dominar y explotar al pueblo, y en los que Dios se manifestaba al lado de los oprimidos y explotados- no los consideraban libros sagrados.

Tampoco aceptaban la resurrección. Lo importante para ellos era el dinero, y más allá de la tumba, el dinero no tiene valor alguno. Además, si no había más vida que ésta, eso significaba que contaban con la benevolencia de Dios: su prosperidad material era la prueba de su amistad con Dios.



TENER HIJOS

Maestro, Moisés nos dejó escrito: «Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano». Bueno, pues había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. El segundo, el tercero y así hasta el séptimo se casaron con la viuda y murieron también sin dejar hijos. Finalmente murió también la mujer. Pues bien: esa mujer, cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos va a ser mujer, si ha sido mujer de los siete?



En Israel existía una ley que establecía que si un hombre moría sin hijos, uno de sus hermanos, empezando por el mayor, tenía la obligación de casarse con su viuda para darle descendencia, pues el primer hijo que naciera de esta unión se consideraría legalmente como hijo del difunto: «Si dos hermanos viven juntos y uno de ellos muere sin hijos, la viuda no saldrá de casa para casarse con un extraño; su cuñado se casará con ella y cumplirá con ella los deberes legales de cuñado; el primogénito que nazca continuará el nombre del hermano muerto, y así no se extinguirá su nombre en Israel» (Dt 25,5-6). Esta costumbre sirve a los saduceos para plantear a Jesús una pregunta sobre la resurrección, en la que ellos no creían.

La manera de hacer la pregunta revela su ideología, su concepto del matrimonio: una pura relación legal destinada a la reproducción de la especie. Y es precisamente esa manera de entender el matrimonio lo que hace que su argumento no tenga valor alguno. En la vida futura, después de la resurrección, las rela­ciones entre los seres humanos no estarán determinadas por la necesidad de perpetuar la especie, pues la vida de los individuos «que han sido dignos de alcanzar el mundo futuro y la resurrección» es definitiva, y como ya no hay muerte, no hay peligro de que desaparezca la humanidad: la relación entre ellos consistirá en un amor gratuito y fraternal.



UN DIOS DE VIVOS

Jesús termina su respuesta con un argumento que debió de dejar aún más desconcertados a los saduceos: «Y que resucitan los muertos lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al señor "el Dios de Abrahán, y Dios de Isaac, y Dios de Jacob". Y Dios no lo es de muertos, sino de vivos; es decir, para él todos ellos están vivos».

A ellos no les interesa un Dios de la vida, sino un Dios de la muerte; prefieren que los pobres piensen que «es mejor que Dios no se acuerde de nosotros» y que los desgraciados sientan miedo ante un Dios que justifica la injusticia de los fuertes. No les va un Dios al que sólo le interesa la vida, la presente y la futura. No les conviene un Dios que propone a los hombres que vivan y ayuden a vivir, amando a los demás sin límites; a ellos, que vivían a costa de la vida de los pobres, no les interesa un Dios que, presente en el mundo en un hombre pobre del pueblo, asegura la vida definitiva a todos los que se preocupen por la vida -por la vida presente- de sus semejantes. Prefieren un Dios que amenace muerte. Pero el de Jesús es un Dios de vivos. Es el Dios del amor y de la vida.


29. COMENTARIO 2

LA CASUÍSTICA TÍPICA DE UNA RELIGIÓN DE MUERTOS

Una vez que Jesús ha hecho enmudecer a los fariseos, los saduceos se envalentonan y tratan, también ellos, de atraparlo en las redes de su casuística. Los saduceos representan la casta sacerdotal privilegiada, a la que pertenece la mayoría de los sumos sacerdotes. Dentro del entramado social del judaísmo, son los portavoces de las grandes familias ricas, que viven y disfrutan de los copiosos donativos de los peregrinos y del pro­ducto de los sacrificios ofrecidos en el templo. El tesoro del templo, que ellos custodian y administran, venía a ser como la Banca nacional. No hay que confundirlos con la casta formada por los simples sacerdotes, muy numerosa y más bien pobre. A los saduceos no les interesa en absoluto que se hable de una retribución en la otra vida, puesto que ya se la han asegurado en la presente. Por eso Lucas precisa: «Los que niegan que haya resurrección» (20,27). Son unos materialistas dialécticos, pues contradicen la expectación farisea de una vida futura donde se realice el reino de Dios prometido a Israel. Quieren ridiculizar la enseñanza de Jesús, que, en parte, coincide con la creencias de los fariseos sobre la resurrección de los justos (cf. 14,14), inventándose un caso irreal de una mujer que, conforme a la Ley del levirato, se ha casado sucesivamente con siete hermanos (Dt 25,5) por el hecho de haber muerto uno tras otro. ¿De quién sería mujer si existiese la resurrección de los muertos? Nos hallaríamos, arguyen insidiosamente, ante un caso flagrante de po­liandria.

La respuesta de Jesús sigue dos caminos. Por un lado, no acepta que el estado del hombre resucitado sea un calco del estado presente. La procreación es necesaria en este mundo, a fin de que la creación vaya tomando conciencia, a través de la multiplicación de la raza humana, de las inmensas posibilidades que lleva en su seno: es el momento de la individualización, con nombre y apellido, de los que han de construir el reino de Dios. No existiendo la muerte, en el siglo futuro, no será ya necesario asegurar la continuidad de la especie humana mediante la pro­creación. Las relaciones humanas serán elevadas a un nivel dis­tinto, propio de ángeles («serán como ángeles»), en el que dejarán de tener vigencia las limitaciones inherentes a la creación presen­te. No se trata, por tanto, de un estado parecido a seres extrate­rrestres o galácticos, sino a una condición nueva, la del Espíritu, imposible de enmarcar dentro de las coordenadas de espacio y de tiempo: «por haber nacido de la resurrección, serán hijos de Dios» (20,36).

Por otro lado, apoya el hecho de la resurrección de los muer­tos en los mismos escritos de Moisés de donde sacaban sus adversarios sus argumentos capciosos: «Y que resuciten los muertos lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama Señor "al Dios de Abrahán y Dios de Isaac y Dios de Jacob" (Ex 3,6). Y Dios no lo es de muertos, sino de vivos; es decir, para él todos ellos están vivos» (Lc 20,37-38). La pro­mesa hecha a los Patriarcas sigue vigente, de lo contrario Moisés no habría llamado 'Señor' de la vida al Dios de los Patriarcas si éstos estuviesen realmente muertos. Para Jesús no tiene sentido una religión de muertos («y Dios no lo es de muertos, sino de vivos»), tal y como hemos reducido frecuentemente el cristianis­mo. Los primeros cristianos eran tildados de ateos ('sin Dios') por la sociedad romana, porque no profesaban una religión ba­sada en el culto a los muertos, en sacrificios expiatorios, en ídolos insensibles.


30. COMENTARIO 3

Tener muchos hijos en Palestina era una bendición del cielo; morir sin hijos, la mayor de las desgracias, el peor de los castigos celestiales... Para evitar esto último, el libro del Deuteronomio prescribía lo siguiente: "si dos hermanos viven juntos y uno de ellos muere sin hijos, la viuda no saldrá de casa para casarse con un extraño; su cuñado se casará con ella y cumplirá con ella los deberes legales de cuñado; el primogénito que nazca continuará el nombre del hermano muerto, y así no se extinguirá su nombre en Israel" (Dt 25, 57). Es la conocida ley del "levirato" (palabra derivada del latín levir, cuñado).

Refiere el evangelio de Lucas que se acercaron a Jesús unos del partido saduceo y le hicieron una pregunta capciosa que trataba de poner en ridículo la doctrina de la resurrección y del más allá en la que los afiliados al partido saduceo no creían. Este partido estaba formado por sumos sacerdotes y senadores, la aristocracia religiosa y seglar de la época, conocidos por su riqueza. Por ser ricos admitían como Palabra de Dios sólo los cinco primeros libros de la Biblia, considerando sospechosos los escritos de los profetas que atacaban sin piedad a los ricos y propugnaban una mayor justicia social. Los saduceos, como ricos, pensaban que Dios premia a los buenos y castiga a los malos en este mundo; en consecuencia se consideraban buenos y justos, pues gozaban de riqueza y poder, signos claros del favor divino. Negaban la resurrección y el más allá, pues aceptar la posibilidad de un juicio de Dios tras la muerte, suponía para ellos perder la seguridad de una vida basada en el poder y en el dinero.

Los fariseos, por su parte, creían en el más allá que imaginaban como una continuación de la vida terrena, aunque más perfecta, hasta el punto de hablar de una fecundidad fantástica del matrimonio en la otra vida.

A la pregunta de los saduceos Jesús respondió: "en esta vida los hombres y las mujeres se casan; en cambio, los que sean dignos de la vida futura y de la resurrección, sean hombres o mujeres, no se casarán; porque ya no pueden morir, puesto que serán como ángeles, y, por haber nacido de la resurrección, serán hijos de Dios. Y que resucitan los muertos lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: el Dios de Abrahán y Dios de Isaac y Dios de Jacob. Y Dios no lo es de muertos, sino de vivos: es decir, que para él todos ellos están vivos".

En contra de los saduceos, Jesús afirma la existencia de otra vida, tras la muerte. Pero la vida que perdura, en contra de lo que imaginaban los fariseos, no es una mera prolongación de la vida orgánica, porque no está sujeta a la muerte. La ausencia de muerte en el más allá quita sentido, por tanto, a la perpetuación de la vida por medio de las relaciones sexuales.

Quienes ya lo tienen todo en este mundo, como los saduceos, se incomodan también hoy con la aventura de un más allá inquietante y desestabilizador. Tal vez por esto lo nieguen o vivan como si no existiera.

Los hermanos macabeos, como narra la primera lectura (2 Mac 7, 1-14), aceptaron sufrir el martirio precisamente esperanzados en la vida eterna: "Uno de ellos habló en nombre de los demás: ¿qué pretendes sacar de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres. El segundo, estando para morir, dijo: tú, malvado, nos arrancas la vida presente; pero cuando hayamos muerto por su ley, el rey del universo nos resucitará para una vida eterna. Después se divertía con el tercero. Invitado a sacar la lengua, lo hizo en seguida, y alargó las manos con gran valor. Y habló dignamente: de Dios las recibí, y por sus leyes las desprecio; espero recobrarlas del mismo Dios... Cuando murió éste, torturaron de modo semejante al cuarto. Y, cuando estaba para morir, dijo: vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se espera que Dios mismo nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida".

Y esta es la gran esperanza de la que habla la segunda lectura (2 Tes 2, 16-3,5): "que Jesucristo, nuestro Señor, y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado tanto y nos ha regalado un consuelo permanente y una gran esperanza, les consuele internamente y les dé fuerza para toda clase de palabras y de obras buenas".

  1. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Para que seáis hijos". Ciclo C. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991
  2. J. Rius-Camps, El Exodo del hombre libre. Catequesis sobre el evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro Córdoba.
  3. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).