35 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXXII
CICLO C
31-35
31. DOMINICOS 2004
La muerte ha pasado a ser uno de los temas que
brillan por su ausencia en nuestras homilías -digamos- ordinarias. ¿Se trata de
una mera reacción frente a anteriores excesos o no sucederá también que los
cristianos estamos sucumbiendo a la cultura de los vencedores y los guapos?
Comentario Bíblico
Hemos sido creados para la vida no para la muerte
Iª Lectura: 2º Macabeos (7,1-14): El martirio como experiencia de vida
I.1. Desde la fiesta de Todos los Santos, la liturgia del año comienza a
introducirnos en los temas llamados escatológicos, los que se preocupan de las
últimas cosas de la vida y de la fe, del futuro personal y de esta historia. Y
hay que poner de manifiesto que sobre esas ultimidades es necesario preguntarse,
y debemos relacionarnos con ellas como planteamiento base de la existencia
cristiana: ¿Qué nos espera? ¿En quién está nuestro futuro? ¿Será posible la
felicidad que aquí ha sido imposible? La liturgia de hoy quiere ofrecernos
respuesta, más bien aproximaciones, de lo que fue uno de los descubrimientos más
grandes de la fe de Israel y de los mismos planteamientos personales de Jesús,
el Señor.
I.2. Esta lectura de los Macabeos nos cuenta la historia del martirio de una
familia piadosa judía del s. II a. Cristo que no consintió en renunciar a sus
tradiciones religiosas de comer algo impuro y someterse a la mentalidad pagana
de los griegos. Es una de las epopeyas religiosas en que se descubre que, cuando
se da la vida por algo, siempre se hace porque se considera que la vida aquí en
la tierra no lo es todo, que debe haber otra vida. Esta creencia le costó mucho
descubrirla al pueblo de Dios. Durante mucho tiempo se creía en Dios, pero no
fue fácil dar un paso hacia la afirmación de que ese Dios nos ha creado para la
vida y no para la muerte.
IIª Lectura: 2ª Tesalonicenses (2,15 -3,5): Dios, nuestro consuelo y esperanza
La segunda lectura nos ofrece un texto de consolación. El autor, en este caso
puede ser un discípulo de Pablo, más que Pablo mismo, habla de un consuelo
eterno y una esperanza espléndida. Sin duda que se refiere a lo que se trata en
la carta: el final de los tiempos y la suerte de los que han muerto. La Palabra
del Señor trae a los hombres esa esperanza, esa posibilidad, esa opción que hay
que hacer frente a ella. Porque en este mundo, en lo más radical de nosotros
mismos, debemos elegir entre la nada o esa esperanza que Dios nos ofrece. El
autor se apoya precisamente en que Dios es fiel y nunca falta a sus promesas; si
Él ha prometido la vida, debemos vivir con esa esperanza espléndida.
Evangelio: Lucas (20,27-38): Nadie, desde su muerte, vive en la "nada"
III.1. En el evangelio de este día es donde encontramos una de las páginas
magistrales de lo que Jesús pensaba sobre esas ultimidades de la vida. El
profeta Jesús, como persona, como ser humano, se pregunta, y le preguntaban,
enseñaba y respondía a las trampas que le proponían. La ley de la halizah (Dt
25,9-19) es a todas luces inhumana, no solamente antifeminista. La ridiculez de
la trampa saducea para ver de quién será esposa la mujer de los siete hermanos
no hará dudar a Jesús. En este caso son los saduceos, el partido de la clase
dirigente de Israel, que se caracterizaba, entre otras cosas, por una negación
de la vida después de la muerte, los que pretenden ponerle en ridículo. En ese
sentido, los fariseos eran mucho más coherentes con la fe en el Dios de la
Alianza. Es verdad que la concepción de los fariseos era demasiado prosaica y
pensaban que la vida después de la muerte sería como la de ahora; de ello se
burlaban los saduceos que solamente creían en esta vida. En todo caso, su
pensamiento escatológico podría ceñirse a la supervivencia del pueblo de Dios en
este mundo, en definitiva… un mundo sin fin, sin consumación. Y, por lo mismo,
donde el sufrimiento, la muerte y la infelicidad, nunca serían vencidas. Sabemos
que Lucas ha seguido aquí el texto de Marcos, como lo hizo también Mateo.
III.2. Jesús es más personal y comprometido que los fariseos y se enfrenta con
los materialistas saduceos; lo que tiene que decir lo afirma rotundamente,
recurre a las tradiciones de su pueblo, a los padres: Abrahán, Isaac y Jacob.
Pero es justamente su concepción de Dios como Padre, como bondad, como
misericordia, lo que le llevaba a enseñar que nuestra vida no termina con la
muerte. Un Dios que simplemente nos dejara morir, o que nos dejara en la
insatisfacción de esta vida y de sus males, no sería un Dios verdadero. Y es que
la cuestión de la otra vida, en el mensaje de Jesús, tiene que ver mucho con la
concepción de quién es Dios y quiénes somos nosotros. Jesús tiene un argumento
que es inteligente y respetuoso a la vez: no tendría sentido que los padres
hubieran puesto se fe en un Dios que no da vida para siempre. El Dios que se
reveló en la zarza ardiendo de Sinaí a Moisés es un Dios de una vez, porque es
liberador; es liberador del pueblo de la esclavitud y es liberador de la
esclavitud que produce la muerte. De ahí que Jesús proclame con fuerza que Dios
es un Dios de vivos, no de muertos. Para Él “todos están vivos”, dice Jesús
afirmando algo (según Lucas lo entiende) que debe ser el testimonio más profundo
de su pensamiento escatológico, de lo que le ha preocupado al ser humano desde
que tiene uso de razón: hemos sido creados para la vida y no para la muerte.
III.3. Es verdad que sobre la otra vida, sobre la resurrección, debemos aprender
muchas cosas y, sobre todo, debemos “repensar” con radicalidad este gran
misterio de la vida cristiana. No podemos hacer afirmaciones y proclamar tópicos
como si nada hubiera cambiado en la teología y en la cultura actual. Jesús, en
su enfrentamiento con los saduceos, no solamente se permite desmontarles su
ideología cerrada y tradicional, materialista y “atea” en cierta forma. También
corrige la mentalidad de los fariseos que pensaban que en la otra vida todo
debía ser como en ésta o algo parecido. Debemos estar abiertos a no especular
con que la resurrección tiene que ocurrir al final de los tiempos y a que se
junten las cenizas de millones y millones de seres. Debemos estar abiertos que
creer en la resurrección como un don de Dios, como un regalo, como el final de
su obra creadora en nosotros, no después de toda una eternidad, de años sin
sentido, sino en el mismo momento de la muerte. Y es necesario estar abiertos a
“repensar”, como Jesús nos enseña en este episodio, que nuestra vida debe ser
muy distinta a ésta que tanto nos seduce, aunque seamos las mismas personas,
nosotros mismos, los que hemos de ser resucitados y no otros. Sería muy lúcido,
a su vez, “repensar” cómo debemos relacionarnos con nuestros seres queridos que
ya no están con nosotros y hacer del cristianismo una religión coherente con la
posibilidad de una vida después de la muerte. Y esto, desde luego, no habrá
teoría científica que lo pueda explicar. Será la fe, precisamente la fe, lo que
le faltaba a los saduceos, el gran reto a nuestra cultura y a nuestra mentalidad
deshumanizada. No seremos, de verdad, lo que debemos de ser hasta que no sepamos
pasar por la muerte como el verdadero nacimiento. Si negamos la resurrección,
negamos a nuestro Dios, al Dios de Jesús que es un Dios de vivos y que da la
vida verdadera en la verdadera muerte.
Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org
Pautas para la homilía
¿Hablamos de la muerte?
Yo no lo recuerdo -y eso que ya no soy un niño-, pero parece ser, por lo que
algunos dicen y escriben, que en otro tiempo los predicadores abusaron del
recurso a la muerte en sus pláticas, sermones u homilías. Se habría tratado,
según parece, de una estrategia moral que, a través del miedo, intentaba
promover unos determinados comportamientos y evitar otros. Quizás en otro tiempo
la muerte estuvo excesivamente presente en boca de los predicadores.
Ahora bien, tengo la impresión de que, en términos generales, hace mucho tiempo
que eso ha dejado de suceder. Es incluso probable que pueda decirse que ha
llegado a suceder todo lo contrario y que, salvo en situaciones obligatorias,
como los funerales, la muerte ha pasado a ser la gran ausente en boca de los
predicadores.
Es interesante que todos nos preguntemos el por qué. Yo no pretendo agotar la
explicación, pero se me ocurren dos pistas de reflexión. Es posible, en primer
lugar, que se trate de un simple movimiento de péndulo que hace que al viejo
abuso del recurso a la muerte siga su actual desuso, un movimiento de reacción
que conduce desde el exceso al defecto. Pero también es posible que en éste,
como en otros puntos, los cristianos estemos empapándonos de forma mecánica y
acrítica de determinados talantes de la cultura moderna.
¿Hablemos sólo de nosotros, los vivos?
Una cultura volcada en el presente y con un decreciente sentido de la historia,
de la memoria, de los antepasados... Una cultura legítimamente preocupada por el
bienestar y el placer físicos, pero que tiende a deslizarse hacia el culto del
cuerpo, la fascinación por la estética y la obsesión por el vigor juvenil... Una
cultura que exalta y admira a los grandes y vencedores, y que apenas tiene
tiempo para detenerse en los pequeños y los vencidos... Para una cultura así, la
muerte sólo puede ser un episodio vergonzante que vale más esconder y tratar de
ignorar; un punto final que derrota todas nuestras pretensiones megalómanas y
sueños de grandeza.
Yo no sé si los cristianos estamos o no estamos haciendo nuestra esta visión de
la vida y de la muerte. Pero en la medida en que la hagamos nuestra, nos
estaremos equivocando de parte a parte. Al menos por dos consideraciones: por
realismo y por fe.
¿Nos quitamos el velo del autoengaño y hablamos de "nuestra verdad", la de ahora
y la de siempre?
La consideración realista es clara: la vida nos enseña que la muerte es
compañera de viaje. La consideración creyente no lo es menos: la muerte no es un
punto final, sino un punto y seguido; es un tránsito, ciertamente oscuro y
doloroso, pero un tránsito hacia Dios nuestro Padre. Para él, como dice Jesús en
el evangelio de este domingo, todos están vivos. El nuestro no es un Dios de
muertos, sino de vivos. Y conviene que esto nos lo digamos a nosotros mismos no
sólo en los momentos emocionalmente intensos en que despedimos a una persona
querida, sino también en momentos más cotidianos y con toda serenidad.
Sobre esa vida tras la muerte apenas si podemos balbucear un par de palabras. Es
lógico -porque apenas hay forma de hablar sin tomar pie en la experiencia de uno
u otro modo- que proyectemos algunas de nuestras actuales realidades e
instituciones y que, por lo tanto, hablemos del cielo como hogar, como patria,
como mesa, como abrazo..., pero sin incurrir en la majadería de los saduceos que
se dirigen a Jesús -evangelio de este domingo-, es decir, sin perder de vista
que se trata de metáforas que intentan lo imposible (no por esto menos
necesarias).
Pues bien, tanto por realismo como por fe, no podemos vivir de espaldas a la
conciencia de nuestra propia muerte. Vale más mirarla de frente y con esperanza,
como quien sabe la altura de la vocación a que ha sido llamado: vivir en
comunión con Dios. Ojalá que esta convicción creyente ilumine y transforme las
cosas del aquí y del ahora: el dolor (recuerden el relato de los macabeos), la
amistad, el dinero, el trabajo, el tiempo... Quien descubre los valores de la
vida y humanidad plenas que Jesús nos ofrece sabe que la vida presente sólo
adquiere sentido cuando la pone al servicio de esos valores.
Fray Javier Martínez Real, O.P.
jmartinezreal@dominicos.org
32. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004
Los saduceos eran los más conservadores en el judaísmo de la época de Jesús. Pero sólo en sus ideas, no en su conducta. Tenían como revelados por Dios sólo los primeros cinco libros de la Biblia, los que ellos atribuían a Moisés. Los profetas, los escritos apocalípticos, todo lo referente por tanto al Reino de Dios, a las exigencias de cambio en la historia, a la otra vida, lo consideraban ideas “liberacionistas” de resentidos sociales. Para ellos no existía otra vida, la única vida que existía era la presente, y en ella eran los privilegiados; por eso, no había que esperar otra.
A esa manera de pensar pertenecían las familias sacerdotales principales, los ancianos, o sea, los jefes de las familias aristocráticas y tenían sus propios escribas que, aunque no eran los más prestigiados, les ayudaban a fundamentar teológicamente sus aspiraciones a una buena vida. Las riquezas y el poder que tenían eran muestra de que eran los preferidos de Dios. No necesitaban esperar otra vida. Gracias a eso mantenían una posición cómoda: por un lado, la apariencia de piedad; por otro, un estilo de vida de acuerdo a las costumbres paganas de los romanos, sus amigos, de quienes recibían privilegios y concesiones que agrandaban sus fortunas.
Los fariseos eran lo opuesto a ellos, tanto en sus esperanzas como en su estilo de vida austero y apegado a la ley de la pureza. Una de las convicciones que tenían más firmemente arraigada era la fe en la resurrección, que los saduceos rechazaban abiertamente por las razones expuestas anteriormente. Pero muchos concebían la resurrección como la mera continuación de la vida terrena, sólo que para siempre.
El texto de Lucas nos dice que se acercaron a Jesús unos saduceos y, pretendiendo enredarlo, le pusieron un caso que no era real, como muchísimas de sus discusiones de teología, que eran sobre casos ficticios. Y le dijeron: Maestro: Moisés nos mandó que, si un hombre moría sin haber tenido hijos, su hermano mayor tomara a la viuda como mujer, y pusiera al hijo que tuvieran el nombre del hermano muerto, para que no desapareciera el nombre de su hermano, librándolo así de la ignominia de no haber tenido descendencia. Suponte este caso: Había siete hermanos. El primero se casó, y se murió sin haber tenido hijos con su mujer. Entonces el segundo, en cumplimiento de la ley de Moisés, tomó a la viuda como mujer, pero también murió sin tener descendencia; y lo mismo el tercero, y luego los demás, y ninguno de los siete tuvo familia con ella. Por último se murió también la mujer. ¿Te imaginas lo que pasará cuando resuciten? ¿De quién va a ser mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer”.
Jesús estaba ya en la recta final de su vida. El último servicio que estaba haciendo a la Causa del Reino, y en lo que se jugaba la vida, era desenmascarar las intenciones torcidas de los grupos religiosos de su tiempo. Había declarado a los del Sanedrín incompetentes para decidir si tenían o no autoridad para hacer lo que hacían; a los fariseos y a los herodianos los había tachado de hipócritas, al mismo tiempo que declaraba que el imperio romano debía dejar a Dios el lugar de rey; ahora se enfrentó con los saduceos y dejó en claro ante todos la incompetencia que tenían incluso en aquello que consideraban su especialidad: la ley de Moisés.
La posición de Jesús en este debate con los saduceos puede sernos muy iluminador para los tiempos actuales. También nosotros, como sociedad culta actual que somos, podemos reaccionar con frecuencia contra una imagen demasiado fácil de la resurrección. Cualquiera de nosotros puede recordar las enseñanzas que respecto a este tema recibió en su formación cristiana de catequesis infantil, la fácil descripción que hasta hace 40 años se hacía de lo que es la muerte (separación del alma respecto al cuerpo), lo que sería el juicio particular, el juicio universal, el purgatorio (si no el limbo), el cielo y el infierno... La teología (o simplemente la imaginería) cristiana, tenía respuestas detalladas y exhaustivas para todo. Creía saber casi todo respecto al más allá y no hacía gala precisamente de sobriedad y de medida. Muchas personas «de hoy», con cultura filosófica y antropológica (o simplemente con «sentido común actual») se rebelan, como aquellos saduceos coetáneos de Jesús, contra una imagen tan plástica, tan incontinente, tan maximalista, tan segura de sí misma.
Como a aquellos saduceos, tal vez hoy Jesús nos
dice también a nosotros: no saben ustedes de qué están hablando; qué sea la
resurrección no es algo que se pueda describir, ni detallar, ni siquiera
«imaginar». Tal vez es un símbolo que expresa un misterio que apenas podemos
intuir. Una resurrección entendida directa y llanamente como una «reviviscencia»
aunque espiritual (que es como la imagen funciona de hecho en muchos cristianos
formados hace tiempo), no es sostenible. Una sacudida como la que dio Jesús a
los saduceos, tal vez nos vendría bien a nosotros. Antes de que nuestros
contemporáneos pierdan la fe en la resurrección, sería bueno que hagamos un
serio esfuerzo por purificar nuestro lenguaje sobre la resurrección y por poner
de relieve su carácter mistérico. Fe sí, pero no una fe facilona, sino seria,
sobria, bien formada.
Para la revisión de vida
Ante la pregunta de los saduceos, que niegan la resurrección, Jesús proclama la
vida más allá de la muerte. El es la vida y la Resurrección: “quien cree en mí,
aunque haya muerto vivirá. La alianza del Dios vivo es con la vida y con los
hombres vivos. El Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, no es un
Dios de muertos, sino de vivos.¿Cómo se manifiesta en mí la vida que Jesús
representa?
Para la reunión de grupo
- Ante la muerte nos hacemos mil preguntas y muchas de ellas son para recriminar
a Dios. ¿Cómo experimentamos la “ausencia de Dios” en los momentos difíciles que
genera la muerte? ¿Qué resonancia tiene en nuestra vida esta experiencia?
- La cercanía que nos han ofrecido otras personas en los momentos difíciles que
genera la muerte o la que hemos mostrado nosotros mismos a los demás es, con
frecuencia, el único modo de anunciar la esperanza cristiana de la
resurrección.. ¿Cómo prepararnos para asumir la muerte como participación de la
resurrección en Jesucristo?.
- El mundo de hoy es cada vez más agitado y vertiginoso. ¿Estamos preparados
para encontrarnos cara a cara con el Señor Jesús?.
Para la oración de los fieles
- Por la Iglesia, para que sea portadora de vida y esperanza para todos los que
viven los horrores de la violencia, la guerra y la muerte.
- Por los huérfanos y las viudas que han perdido a sus seres queridos en la
guerra, para que la esperanza de la resurrección se traduzca en gestos
verdaderos de vida.
- Por todos los que trabajan por la Justicia y Paz, para que su voz y sus gritos
solidarios generen caminos nuevos de concordia y unidad.
- Por los enfermos terminales y por los que agonizan, para que al final de sus
vidas puedan descubrir la presencia de Dios como un Dios de vivos y no de
muertos.
- Por los que son perseguidos y amenazados de muerte por causa del evangelio,
para que la presencia de Jesús Resucitado los anime y acompañe en medio de sus
dificultades.
Oración comunitaria
Padre, la esperanza en la resurrección es un don misterioso que no acabamos de
comprender, y que en todas las tradiciones religiosas se expresa de mil maneras.
Ilumínanos para que vivamos cada momento de nuestra vida con la certeza de que
Tú nunca nos vas a abandonar y ni vas a dejar que nos perdamos. Nosotros te lo
pedimos por Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro.
33.
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Antonio Izquierdo
Nexo entre las lecturas
¿Cuál es y cómo el destino último del hombre? A esta inquietante pregunta trata
de responder la liturgia de este domingo. Jesús nos enseña que el destino es la
vida, pero que esa vida en el más allá no se iguala a la vida terrena
(evangelio). El martirio de la madre y sus siete hijos en tiempo de la guerra
macabea ofrece al autor sagrado la ocasión para proclamar vigorosamente la fe en
la resurrección para la vida (primera lectura). Pablo pide oraciones a los
tesalonicenses para que "la palabra del Señor siga propagándose y adquiriendo
gloria" (segunda lectura), una palabra que incluye la suerte final de los
hombres ante el Juez supremo, que es Dios.
Mensaje doctrinal
1. Misterio y realidad. Conviene afirmar siempre que el destino final del
hombre no es claro como un teorema matemático ni cognoscible como la composición
química del agua. Jesús, en su razonamiento con los saduceos, sostiene que es un
misterio y por eso no acude al raciocinio, sino a la revelación. "El Dios de
Abrahán, de Isaac y de Jacob es un Dios de vivos, no de muertos". La historia de
la salvación nos ayuda comprender que, siendo misterio, no ha sido objeto de un
conocimiento natural o de una revelación inmediata. Más bien, ha habido un
proceso largo y pedagógico de revelación desde el Antiguo Testamento hasta el
Nuevo. Los saduceos exageran tanto el carácter misterioso de la resurrección que
simplemente la niegan. Es tal vez una solución fácil, pero impropia del hombre
que es un eterno buscador de la verdad. Procurar entrar en el misterio, sin
destruirlo, ahí está la grandeza del ser humano sobre la tierra. Pero la
resurrección no sólo es misterio, es también realidad. Una realidad que no es
perceptible con los ojos de la carne, sino únicamente con los ojos de la fe. Ya
Horacio había llegado a formular, con su sola razón, la creencia en la
inmortalidad: "Non omnis moriar" (no he de morir totalmente). Los cristianos
podemos formular nuestra fe en la resurrección: "Omnis vivam" (viviré todo
entero), en cuerpo y alma, en toda mi realidad psicofísica. Evidentemente que no
se ha de resaltar tanto la resurrección corporal que se llegue a imaginar como
la vida terrena en su grado máximo de perfección. "No pueden ya morir, porque
son como ángeles" (Evangelio). El hombre será transformado y, sin dejar de ser
hombre, experimentará y vivirá su humanidad de un modo adecuado a un mundo
infinito y eterno. El destino del hombre no es sino una realidad misteriosa y un
misterio empapado de realidad. Separar el misterio de la realidad o la realidad
del misterio conduce a distorsionar la verdad de la fe en la resurrección de los
muertos.
2. Martirio y vida. El martirio, incluso para los no creyentes, tiene un
poder seductor muy notable. Un mártir por su fe no es sólo gloria de su
religión, sino de la entera humanidad. Es un héroe y, si es cristiano, es además
un santo, un héroe de la gracia y un evangelizador, porque transmite la fe
cristiana con la ofrenda de su vida. La madre y los siete hijos de que nos habla
la primera lectura han sido para los judíos y para los cristianos un ejemplo
permanente de fortaleza espiritual y de fe en la resurrección. "El Rey del
mundo, a nosotros que morimos por sus leyes, nos resucitará a una vida eterna",
así formula su fe el segundo de los hermanos. El martirio de tantos cientos de
miles de cristianos a lo largo de 21 siglos es el signo de credibilidad más
fehaciente de la resurrección de los muertos. Un martirio que radica en el gran
Martirio de Jesucristo en la cruz para redimirnos del pecado y alcanzarnos la
vida eterna. La "corta pena" del sufrimiento se trueca en "vida perenne" y sin
fin (primera lectura). Junto al martirio de sangre está el martirio de la vida,
el testimonio diario de la fe que da sustancia y peso a la última verdad del
Credo: "Creo en la resurrección de los muertos y en la vida futura". Porque en
verdad mártir es quien prefiere al Dios de la vida sobre el amor de la vida,
quien está dispuesto a cerrar la puerta de la vida por fidelidad a Dios y a
abrir el cancel del Paraíso para estar siempre con el Señor. Ésta es la Palabra
del Señor que debemos anunciar y que hemos de propagar por todas partes. En un
mundo no poco secularizado y bastante miope para las cosas de la fe, es muy
necesario que los cristianos sellemos nuestra fidelidad a la vida, en esta
tierra en que estamos y en la eternidad, con una vida de fidelidad.
Sugerencias pastorales
1. Continuidad, no igualdad. Nuestra fe nos dice que el ser humano
resucitará en su integridad. Hay, por tanto, una continuidad innegable entre el
hombre histórico, que muere y vuelve al polvo, y el hombre resucitado. No
resucitará una "entelequia" humana, sino el hombre y la mujer que ha pisado esta
tierra, que ha amado, que ha hecho el bien, que ha procreado y educado a sus
hijos, que ha trabajado para poder vivir, que ha muerto besando un crucifijo o
rezando el rosario. Si alguien pusiese en duda o negase esta continuidad, ¿en
qué consistiría entonces la resurrección de los muertos? ¿No sería tal expresión
un simple flatus vocis, un sonido sin sentido? Al mismo tiempo nuestra fe nos
dice que la continuidad no equivale a igualdad. Nuestro polvo revivirá, pero
trascendido. Seremos íntegramente hombres, pero nuestra vida no estará ya
sometida a la condición histórica. En la eternidad ni se trabaja, ni se come, ni
se procrea ni se muere. "Serán como los ángeles" (Evangelio). Resucitaremos
idénticos, pero diversos en razón de la misma diversidad del mundo en el que se
entra y en el que se vivirá para siempre. El hombre entero vivirá en la
condición de los ángeles, porque su misma dimensión corpórea quedará penetrada y
como transformada por la dimensión espiritual, y principalmente por el Espíritu
de Dios. Todo esto es importante para la catequesis, la predicación, y el
acompañamiento espiritual. No está mal que a los niños se les hable del cielo en
lenguaje imaginativo y sensorial. Con todo, creo que hay que ir elevándolos
gradualmente de una concepción sensorial a una concepción cada vez más
espiritual de la vida eterna. Efectivamente, querer plantar la tierra en el
cielo ha sido siempre una gran tentación del hombre. ¿No sucede a veces que hay
personas de 50 y 60 años cuya concepción del cielo sigue siendo la de la
infancia? ¿No será ésta una, entre otras causas, por las cuales está en crisis
la fe en la resurrección de los muertos y en la vida futura?
2. Un mensaje de esperanza. Si razonamos con fe, no cabe duda de que la
resurrección de los muertos es un mensaje de esperanza. Para el creyente, el
tesoro más precioso no es la vida que se tiene, sino la que se espera. Con todo,
la vida actual es preciosísima. ¿Cómo no va a serlo, si en ella el hombre se
juega toda la eternidad? La esperanza cristiana no hace vivir ajenos a la
realidad del mundo y de la historia, sino enteramente entregados a hacer
historia: historia de salvación. Construir la historia no es tarea de los no
creyentes, es todavía con mayor razón tarea de quien cree en el Señor de la
historia y en la marcha de la historia a su desembocadura final. Sí, como
cristiano, espero en que Dios abrirá las puertas de la eternidad a mi mente, a
mi corazón, a mi cuerpo, a mi vida. Porque la esperanza cristiana en la
resurrección es mensaje de vida en plenitud, de presencia viva ante el mismo
Dios vivo. Es vivir sin reloj ni cronología, estando siempre con el Señor, como
sumergidos en el océano mismo de la Vida. El mensaje cristiano es un mensaje de
esperanza, porque anuncia el triunfo de la vida sobre el tiempo y sobre el mal,
el triunfo de Dios sobre todos sus enemigos, el último del cual es la muerte.
Este mensaje no se lo ha inventado la Iglesia, proviene del Dios "que nos ha
dado gratuitamente una consolación eterna y una esperanza dichosa" (segunda
lectura). ¡Vale la pena testimoniar con palabras y obras este mensaje de
esperanza!
34. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO 2004
Comentarios Generales
2 Macabeos 7, 1-2. 9-14:
En la epopeya nacional de los Macabeos adquiere relieve muy singular el heroísmo
de los siete hermanos martirizados a una con su madre:
- Nos maravilla y nos edifica su fidelidad a la Ley: “Estamos dispuestos a morir
antes que quebranta la Ley” (2). Y lo demuestran inmediatamente. Mueren todos en
atroces tormentos. La madre anima a esos sus generosos hijos.
- En esta narración se nos habla con una claridad nueva de la fe en la
“Resurrección” y en la Vida Eterna que anima a estos héroes: “Vamos a morir por
la Ley; pero el Rey del universo nos resucitará para una vida eterna” (9). “De
Dios recibí estos miembros; por fidelidad a su Ley los pierdo. Espero
recobrarlos nuevamente de Dios” (11). “Yo muero con la esperanza de ser por Dios
resucitado; pero para tí, Tirano, no habrá resurrección para la vida” (14). Los
héroes Macabeos tienen fe firme, esperanza sin titubeo en la Resurrección y en
la Vida Eterna.
- El Nuevo Testamento reafirma estas verdades patrimonio sagrado de la Iglesia.
Nos dice Jesús en uno de sus discursos: “Como el Padre resucita los muertos y
los hace revivir, así el Hijo da vida a quienes le place. En verdad, en verdad
os digo: Llega la hora en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y
cuantos la oigan recobrarán la vida. No es maravilloso esto, porque llega la
hora en que todos los que están en los sepulcros oirán la voz del Hijo. Y
saldrán resucitados para la vida los que obraron el bien; empero, los que
obraron perversamente resucitarán para condenación” (Jn 5, 21-29). Cristo es
Vida y Resurrección. Vida que vivifica todas las almas con el perdón de sus
pecados. Resurrección que a todos nos arrancará de la sepultura. Resurrección de
Vida para los buenos; resurrección de ignominia para los malos.
2 Tesalonicenses 2, 15-3, 5:
Pablo, tras recordar a los tesalonicenses la elección y vocación de Dios a la fe
del Evangelio, que tiene como meta final entrar a una con Cristo en la Gloria
del padre (2, 14), les propone el camino seguro para alcanzar esta gozosa meta:
- Mantenerse firmes en la fe bautismal y bien asidos a la Tradición o enseñanza
cristiana de él recibida, ya de Palabra, ya por cartas (15). Además, en
respuesta al amor que el Padre les ha mostrado al regalarles su gracia y la
esperanza de la gloria, den fruto sabroso y abundante de virtud en palabras y en
obras (16).
- Así lo confía plenamente él de ellos, pues conoce la fidelidad del Señor que
asiste con gracia abundante a sus elegidos y los libra del maligno (3, 3); y
conoce asimismo la buena voluntad de sus neófitos de Tesalónica, siempre tan
dóciles a las exhortaciones de Pablo.
- Antes de despedirse de ellos les pide le ayuden con sus oraciones. Dos gracias
o dos intenciones confía a la oración de sus tesalonicenses: Que la Palabra de
Dios que predica Pablo se propague por todo el mundo y en todas partes halle
corazones bien dispuestos como los halló en Tesalónica. La otra intención que
les confía es que rueguen por él personalmente para que le libre el Señor de las
acechanzas de los enemigos. El Evangelio tiene muchos adversarios. Evidentemente
Pablo confía en el valor de la oración; y precisamente en su valor como arma de
apostolado. Quiere asociar a su labor de predicador del Evangelio un ejercito de
orantes (3, 1. 2). Acaba este ramillete de exhortaciones señalando la tensión y
sentido que debe tener la vida del buen cristiano: “El Señor (= Espíritu Santo)
enderece vuestros corazones hacia la caridad de Dios y la firme esperanza de
Cristo” (5): Vida de fe firme, de esperanza tensa, de amor ferviente.
Lucas 20, 27-38:
La escena narrada por el Evangelista es ocasión oportuna para exponer la
doctrina de Jesús acerca de un tema tan importante como el de la resurrección:
- Los saduceos, secta oportunista en política y relajada en moral, negaban la
resurrección, frente a los fariseos, que la defendían con argumentos de
Escritura y Tradición. Seguros de poner a Jesús en ridículo le presentan su
objeción (27-34): Historieta burlesca, pero posible. Decía, sí, la Ley que una
viuda sin hijos debía casarse con el Levir o cuñado con el fin de perpetuar, por
ficción jurídica, el nombre del difunto.
- Jesús, a base de la Escritura que llama a Dios: “Dios de Abraham, Dios de
Isaac, Dios de Jacob”, argumenta: “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”
(38). La argumentación de Jesús prueba directamente la inmortalidad y
supervivencia de las almas. Para los judíos, cuya mentalidad no aceptaba ni
concebía vida humana sin el cuerpo, la supervivencia de los Patriarcas exigía la
resurrección de sus cuerpos. Por otra parte, la Escritura (Dn 12, 2; 2 Mc 7, 9.
14) la afirmaba con claridad irrebatible. “Luego, concluye Jesús, los que han
muerto viven para Dios” (32). El Dios Vivo nos asocia a su vida.
- Pero Jesús añade algo de mucho interés acerca de la vida futura. La objeción
que ellos presentan es absurda. El matrimonio pertenece al mundo presente. En el
futuro será innecesario, pues, seremos inmortales al igual que los ángeles (36).
Los hijos de la resurrección serán hijos de Dios. La vida de Dios, vida
inmortal, la participarán plenamente sus hijos. La participación también cuanto
al cuerpo. La vida gloriosa la recibiremos todos directamente de Dios. Es decir,
esta vida gloriosa la da directamente Dios a todos sus hijos. Él es el Padre.
Padre único. El alma inmortal debe tener un cuerpo inmortal, so pena de que la
obra más perfecta de Dios, el hombre, quede mutilada. “Serán como ángeles”:
Tenemos, pues, destino eterno. Por la inmortalidad se te asegura la continuidad
en la propia vida y conciencia personal. Y por la resurrección se te promete una
plena realización en tu auténtica naturaleza humana, la cual es a un tiempo
corpórea y espiritual.
*Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros
de la Palabra", ciclo "C", Herder, Barcelona 1979.
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Dr. D. Isidro Gomá y Tomás
INTERROGAN LOS SADUCEOS A JESÚS SOBRE LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS
Explicación. — Tuvo Jesús que sufrir, en este último día de su predicación, los
embates de todos sus adversarios: fueron primero los sinedritas los que le
obligaron a discusión; luego, los fariseos, por medio de sus discípulos; ahora,
los saduceos; seguirán otra vez los fariseos abiertamente. Cada uno le impugnaba
según su punto de vista: los saduceos, que negaban la resurrección de los
muertos, le ponen el siguiente
Caso de conciencia. — En aquel día, el martes de la última semana, en medio del
movimiento que había en el atrio del templo, donde había cátedra abierta a
todos, se llegaron a el algunos saduceos que dicen no haber resurrección:
negaban el dogma de la resurrección de los muertos, admitido por los demás
judíos, afirmando que cuerpo y alma morían simultáneamente, y que no había
premios ni castigos en la otra vida. Y le preguntaron, diciendo: Maestro, quizá
con ironía, propia de materialistas que creían iban a poner en aprieto al Doctor
de Galilea: Moisés dijo (Deut. 25, 5): Si muriese alguno y dejare mujer, sin
tener hijos, su hermano case con la mujer de aquel, y de descendencia a su
hermano: es la ley llamada del levirato, en virtud de la cual el hijo nacido de
la mujer de quien no lo tuvo, se reputaba legalmente hijo del difunto; tendía la
ley a conservar la memoria de los padres y a conservar su herencia.
Supuesta la ley, fingen un caso de conciencia a que la misma ley da pie: Había,
pues, entre nosotros siete hermanos; y habiéndose casado el primero, murió: y no
teniendo sucesión, dejó su mujer a su hermano. Igualmente el segundo se caso con
ella, y murió también sin sucesión: y el tercero asimismo, hasta el séptimo, se
casaron con ella: y no dejaron descendencia, y murieron. Es, evidentemente, una
burda invención, pues, como dice el Crisóstomo, el tercero ya no hubiese
aceptado la mujer de sus dos hermanos difuntos, por sospechosa, cuanto menos los
demás; así lo hacían los judíos, aun contraviniendo a la ley. Y después de
todos, murió también la mujer: ello plantea el grave problema que debe resolver
Jesús: En la resurrección, pues, cuando hayan resucitado, ¿de cuál de estos
siete será la mujer?; ¿a quién se dará en matrimonio? Porque todos la tuvieron
por mujer.
La solución. — Es fácil para el Señor, que empieza por acusarles de error e
ignorancia: Y respondiendo Jesús, les dijo: Erráis, no sabiendo las Escrituras,
ni el poder de Dios. Ignoran y yerran sobre las Escrituras, que enseñan una
resurrección como ellos creen, teniendo los resucitados las mismas exigencias y
costumbres, el mismo estado de la vida presente: Los hijos de este siglo se
casan, y son dados en casamiento. Mas los que serán juzgados dignos del otro
siglo, en la resurrección de los muertos, dice hablando Jesús de solos los
bienaventurados, como lo hará. más tarde el Apóstol (1 Cor. 15), pues ya en otra
ocasión ha enseñado la resurrección general (Jn. 5, 28.29), ni se casaran, ni
serán dados en casamiento: será una vida completamente distinta de la presente;
hará el poder de Dios que no tengan necesidad de comer, ni beber, ni engendrar:
pues ya no podrán morir jamás: no habiendo nacimientos tampoco matrimonio, que
para ellos se instituyó. Sino que serán como ángeles de Dios en el cielo:
llevaran vida celestial; glorificados y espiritualizados los cuerpos, ya no
sentirán ningún apetito carnal, el menor estímulo de la carne; serán hijos de
Dios, porque son hijos de la resurrección: la resurrección es una generación a
una vida espiritual; obra exclusiva de Dios, son resucitados los especialmente
hijos de Dios.
Y sigue Jesús su argumentación contra los saduceos. Ha demostrado el poder de
Dios, que da un estado particular a los resucitados, distinto de la condición
presente; ahora les demuestra su ignorancia de las Escrituras, que enseñan la
resurrección: Y de la resurrección de los muertos, que los muertos resucitan, no
es mera cuestión, sino un hecho cierto, ¿no habéis leído en el libro de Moisés,
en el pasaje de la zarza, las palabras que Dios os dice: Yo soy el Dios de
Abraham, y el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob? (Ex. 3, 6). El argumento es
concluyente: Dios se llama a Sí mismo Dios de aquellos patriarcas, ya de siglos
difuntos; luego, aunque muertos cuanto al cuerpo, existen, por lo mismo, en el
alma, que es inmortal; si ni en cuanto al alma existiesen, Dios no se llamaría
Dios de ellos, porque Dios no se dice de la nada, sino de lo que existe: No es
Dios de muertos, sino de vivos: por Él todos viven. Pero como quiera que la
resurrección de la carne es una consecuencia de la inmortalidad del alma, hasta
el punto que los judíos juntaban estas ideas de un modo solidario (2 Mac. 12,
43-36), se sigue que la resurrección es una verdad enseñada por la Escritura. No
alega Jesús otros pasajes de los profetas, más claros en este punto, seguramente
porque los saduceos admitían sólo como libros fundamentales los del Pentateuco.
Cierra Jesús su respuesta con estas palabras, que demuestran lo concluyente de
sus razones: Luego vosotros erráis mucho.
Ante la facilidad con que Jesús, de la simple noción de Dios deriva la verdad
que los saduceos impugnan, callan estos, y corre la voz de que les ha impuesto
silencio (v. 34). Las turbas que le han oído vienen a parar en el estupor, por
la sabiduría, facilidad y elocuencia del Maestro: Al oírlo, las turbas se
maravillaban de su doctrina. Hasta los escribas allí presentes aplauden,
adversarios de escuela como son de los saduceos: Y respondiendo algunos de los
escribas, dijéronle: Maestro, has dicho bien. Y de allí adelante ya no se
atrevían a preguntarle nada.
Lecciones morales. — A) En aquel día se llegaron a él algunos saduceos... — Se
le presentan el mismo día sus adversarios, uno tras otro, a fin de que, ya que
no puedan vencerle con razones, dice el Crisóstomo, perturben su mente con la
rápida sucesión de graves cuestiones. Pero nada hay más descarado que la
presunción, ni más impertinente, ni más audaz, sigue el mismo Santo. Ella fue la
causa de su derrota, pues la de los anteriores arguyentes debía hacerles mas
reservados y sensatos. Aprendamos que las malas causal se hacen peores con la
defensa; y veamos en este suceso el símbolo de la serenidad, sabiduría y mesura
de la Iglesia en defender el depósito de las verdades que Jesús la confiara, y
la impudencia, el orgullo, la multitud de defensores de la mentira, que sucumben
uno tras otro en el decurso de la historia.
B) Erráis, no sabiendo las Escrituras, ni el poder de Dios. — Con agudeza
reprende Jesús a los saduceos, primero por su necedad, porque no leen; segundo,
por su ignorancia, porque desconocen a Dios: porque de la diligencia en el
estudio nace la ciencia, y la ignorancia es hija de la negligencia. Por esto
erraban, añade San Jerónimo, porque ignoraban las Escrituras; y como
consecuencia de ello desconocían a Dios. Es un tremendo reproche que podría Dios
dirigir a muchos que tienen el deber de saber más de lo que saben. Es un hecho
lamentable el descuido de las Escrituras Sagradas, aun por parte de quienes
deberían hacer de ellas el cotidiano manjar de su espíritu. Ellas son la carta
de Dios a su criatura, y el medio normal, juntamente con la tradición, y todo
bajo el magisterio de la Iglesia, de ser los hombres adoctrinados en el
conocimiento de Dios. Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo, dice San
Jerónimo. Por ello se yerra tanto en lo que atañe a Dios y a las cosas de Dios.
Creemos ser este uno de los males gravísimos que aquejan a la actual generación
cristiana.
C) Serán como ángeles de Dios en el cielo... — Aunque resucite cada cual con su
sexo, dice San Agustín, no habrá en la otra vida la concupiscencia, que es causa
del rubor y confusión: como antes de que pecasen los primeros padres, que
estaban desnudos y no sentían vergüenza de ello. Será cada cual como es, no para
mover a liviandad, que no tendrá allí lugar, sino para alabar la sabiduría y
clemencia de Dios, que nos hizo de la nada y nos libro de la corrupción. Cuanto
al espíritu, dice San Dionisio, entonces, cuando seremos incorruptibles e
inmortales, nos veremos saciados con la contemplación castísima de la presencia
visible de Dios; como a los ángeles del cielo, se comunicará a nuestra mente una
participación de luz inteligible en la que veamos a Dios, a semejanza de los
ángeles mismos. ¡Cuánto distan estos conceptos de los que los saduceos y hasta
muchos cristianos tienen de la futura vida bienaventurada!
D) No es Dios de muertos, sino de vivos... — ¿Cómo, entonces, se llama a Dios
juez de vivos y muertos? Debe entenderse en el sentido de que cuando vendrá Dios
a juzgar al mundo, hará juicio de los que entonces vivan y de los que hubieren
muerto. O bien, a los que fueren vivos por la vida sobrenatural y a los que
fueren muertos por el pecado, del que, como dice San Agustín, deriva toda
muerte, la del cuerpo y la del alma. En cambio, el sentido de este versículo es
que Dios no es el Dios de los que no existen, ni en este mundo ni el otro,
porque no les participa la vida ni los bienes de la vida.
E) Las turbas se maravillaban de su doctrina. — Las turbas se maravillan de la
sabiduría de Jesús; Lucas dice que algunos escribas le dijeron al Señor que
había hablado bien. Es, dice Remigio, un fenómeno que se produce siempre en la
Iglesia: el pueblo sencillo aplaude los triunfos de la doctrina cristiana sobre
sus enemigos. De los próceres de pensamiento, algunos espíritus rectos reconocen
los fueros y los triunfos de la verdad; pero la generalidad dejan a la Iglesia
sus triunfos y siguen empedernidos en sus errores. Una palabra o un gesto de
olímpico desdén les parece que anulan las verdades mejor demostradas.
(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, vol. II, Ed. Acervo, 6ª ed.,
1967, p. 385-389)
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P. Juan de Maldonado
De la resurrección de los muertos
Se le acercaron los saduceos. — Fueron herejes semejantísimos a nuestros
calvinistas. En primer lugar, incrédulos, que no admitían cosa que superase las
fuerzas de la naturaleza, como se ve en este mismo pasaje, donde, para proponer
una duda a Cristo, se ríen de la resurrección de los muertos y cuentan una
historieta grotesca. No hay vez que la lea yo que no recuerde la disputa de
cierto calvinista con un católico ingenuo. A este tenor: Cristo dijo: Todo lo
que entra por la boca, va al vientre y se elimina en los excusados; luego, si
el cuerpo de Cristo entra por la boca, etc. Y otros argumentos tan graciosos
como éste, que los sobredichos calvinistas, impíos y burlones, según el dicho de
la Escritura también (Sal. 1, 1), tienen siempre a punto para hacer befa de Dios
y de los hombres. Pues no está de más que Cristo nos enseñe en este pasaje a
responderles: Erráis porque desconocéis las Escrituras y el poder de Dios. Digan
lo que quieran estos cultivadores del evangelio puro, la única razón que tienen
para negar la presencia real es idéntica a la que indujo a los saduceos a negar
la resurrección de la carne: que veían ser imposible hacerse por las solas
fuerzas de la naturaleza e ignoraban la virtud de Dios o su poder. Por ahora
bástenos observar que aquellas tres sectas que se odiaban mutuamente con toda su
alma, fariseos, saduceos y herodianos, sabían aliarse muy bien para combatir y
befar a Cristo. Ni más ni menos que los luteranos, calvinistas y anabaptistas,
monstruos abortados por nuestro siglo: aunque suelen hacerse cruda guerra en
materia de religión y unos y otros se tildan de herejes y aun se llevan a la
hoguera, sin embargo, para combatir a Cristo y a su Iglesia, son muy amigos y
aliados.
Erráis por desconocer las Escrituras. —Como los saduceos se habían atrevido a
citar las Escrituras, Cristo les responde que no las entienden, nota Crisóstomo.
Y da dos razones de su error: una, desconocer la Biblia; otra, no reconocer el
poder de Dios, según explica con mayor claridad Marcos (12, 24). No parece sino
que Cristo se dirige nominalmente a los calvinistas, que por las dos mismísimas
razones suelen errar: por no entender las Escrituras (que se glorían de entender
muy bien) y porque los dogmas de la fe cristiana los miden por su talento y no
por la virtud de Dios. Leen y releen ellos las Escrituras, y en lengua vulgar,
recriminándonos gravemente a nosotros porque no permitimos a todos
indistintamente y en lengua moderna que se lean. Pero no por eso ellos la
entienden, que fuera de la Iglesia podrá leerse la Escritura, pero no
entenderse. Y si no, ahí está el ejemplo (Act. 8, 34) del eunuco de la reina
Candaces, hombre profano, que leía a Isaías, y no lo hubiese entendido si
Felipe, doctor en la Iglesia, no se lo hubiera explicado. ¿Acaso los saduceos no
leían la Biblia en su propia lengua, que era la original además, y, sin
embargo, fueron tan herejes como los calvinistas?
Pero en la resurrección. —Hebraísmo por después de la resurrección. O tal vez se
llama aquí resurrección al tiempo que transcurrirá después de la resurrección,
como se llama circuncisión a todo el tiempo que rigió la circuncisión.
Ni se casarán ni serán casados. —Hebraísmo y grecismo a la vez: lo primero,
porque se pone la tercera persona del plural por el impersonal, como sucede
algunas veces en castellano: dicen por se dice. Y grecismo, que tampoco nosotros
hemos querido deshacer en castellano: no se casarán ni serán casados, queriendo
dar a entender con lo primero que los hombres no tomarán mujer, ni las mujeres
serán dadas en matrimonio. El sentido es patente. En la otra vida no habrá bodas
ni nacimientos, sino serán como los ángeles de Dios. No en todas las cosas, sino
sólo en esta de que se viene tratando, como Jerónimo anotó, pues siendo todos
inmortales, no habrá para qué propagar y perpetuar el género humano mortal.
Lucas (20, 35-36) dio la razón: Los que serán hallados dignos de aquella vida y
resurrección de los muertos, ni se casarán, ni tomarán mujer, ni podrán morir,
pues son iguales a los ángeles.
Notemos que los tres evangelistas Mateo, Marcos y Lucas usan el tiempo
presente: son iguales a los ángeles, aun habiendo dicho en futuro: ni se casarán
ni serán casados. Pues la opinión de Eutimio de que el son se refiere a los
ángeles y no a los hombres: "serán iguales a los ángeles que en el cielo son",
se refuta fácilmente por Marcos. Yo creo que aquí Cristo usó del tiempo presente
para poner delante de los ojos la felicidad de aquel estado. No es inoportuna la
pregunta que hace el autor de la Obra imperfecta: ¿Por qué razón Cristo, que no
comparó los hombres a los ángeles en el ayuno, la limosna y otras virtudes
espirituales, si los comparó a ellos cuando trató de la virtud de la castidad?"
Y responde una gran verdad: que no hay virtud tan ángelica como la castidad.
Yo soy el Dios de Abrahán. —En este pasaje es difícil entender cómo Cristo
argumenta con dichas palabras. Y la dificultad aparece en dos puntos. Primero:
porque Dios dijera que lo era de Abrahán..., no parece que pueda deducirse que
estos personajes sean vivos en la realidad; pudo Dios llamarse Dios de ellos por
extensión o figura retórica, porque lo era cuando ellos vivían, como llamamos a
Santiago y Juan hijos del Zebedeo aun después de muerto el padre y la madre, y
nadie es hijo de muerto, sino de vivo; pero basta para el recto sentido que lo
fuera mientras el padre vivía. Y el otro punto consiste en que, aun descontando
que tales personajes vivan aún, no por eso habrán de resucitar.
Al primer punto responden algunos diciendo que la fuerza del argumento está en
el tiempo del verbo, porque no dice fui o era, sino soy (Crisóstomo, Eutimio y
Teofilacto); pero, en rigor, esta expresión podría entenderse así: “Yo soy aquel
Dios que lo fue de Abrahán cuando este vivía”. Otros resuelven la dificultad
observando que Dios se llama Dios de alguien cuando este alguien le adora y
sirve; v. gr., el Dios de Elías, el Dios de Daniel, esto es, el Dios que adoran
estos personajes. Y de aquí se deduce que Abrahán, Isaac y Jacob no han dejado
de existir del todo, porque Dios se llama Dios de ellos porque de ellos fue
adorado.
Siempre he pensado que aquí se ocultaba algún misterio que escapa a la
penetración del vulgo. La sentencia de Crisóstomo, Eutimio y Teofilacto téngola
por verdadera, pero insuficiente; no hay duda de que la fuerza del raciocinio no
estriba en el tiempo del verbo, soy en vez de era o fui, sino en esta
significación oculta: “Yo soy el Dios que pacté una alianza con Abrahán, Isaac y
Jacob, de propagar su descendencia, y, por lo tanto, quiero cumplir mi palabra,
porque ellos son vivos todavía y continuamente me piden que libre a sus hijos de
la cautividad de Egipto”. Los pactos se observan con los vivos y no con los
muertos, pues se hacen entre vivos y no con los muertos. Ya veo lo que se podría
responder sutilizando. Pero atiéndase a que Cristo no quería hacer un argumento
cierto, sino tan probable como bastase para refutar a los saduceos. Con lo que
vino a refutar la desvergüenza de aquellos hombres, que, habiendo citado la
Escritura en son de burla, porque pensaron que Cristo no podría desenredarse de
aquella dificultad, vieron cómo el Maestro les demostraba que eran ellos los
obtusos e ignorantes, que ni a un mínimo argumento tomado de la ley de Moisés
podían responder.
Del mismo modo se ha de refutar y poner en ridículo a los calvinistas, que se
jactan de entender la Sagrada Escritura mejor que los doctores de la Iglesia:
Ambrosio, Agustín, Jerónimo...
La otra dificultad está resuelta, y sin ningún trabajo. Los saduceos venían a
negar la resurrección, porque no admitían la inmortalidad del alma, como se ve
en Act. 23, 8 (ya lo advirtieron Jerónimo, Orígenes y el autor de la Obra
imperfecta). Probada, pues, con testimonio clarísimo la supervivencia del alma,
quedaba probada para ellos la resurrección de la carne. Antiguamente no sólo
los judíos, sino también los filósofos, juntaban de tal manera estas dos
cuestiones de la inmortalidad del alma y de la resurrección, que la tenían por
una sola. Así vemos que el autor del segundo libro de los Macabeos prueba la
resurrección por la inmortalidad del alma (12, 43) ; y San Pablo en todo el
capítulo 15 de la primera a los corintios aduce argumentos para probar la
resurrección, que en realidad sólo valen para probar la inmortalidad del alma;
pero como nadie negaba la resurrección sino por negar la inmortalidad, probada
ésta, quedaba automáticamente probada la otra.
No es, pues, Dios de muertos, sino de vivos. —Abrahán, Isaac y Jacob ya habían
muerto, pero no a la manera que imaginaban los saduceos. Esto es, no habían sus
almas dejado de ser, que es lo que afirma Cristo. Pues en el sentido en que
nosotros hablamos de muertos, a saber, de las almas separadas de sus cuerpos, en
tal sentido Dios es también Señor de los muertos lo mismo que de los vivos,
como anota el Crisóstomo.
Lucas tiene una añadidura: Pues todos viven para él. Con esta añadidura
pretendió el Señor informarnos de la razón por la que viven los tres patriarcas:
porque todos los hombres, no sólo los que viven en cuerpo, sino también los que
han dejado el cuerpo, viven para Dios, sus almas viven, y encima puede Dios
hacer que vuelvan a sus cuerpos y continúen viviendo como antes de su muerte,
según en 9, 24 dijo: No está muerta la niña, sino que duerme. Los que son
muertos para nosotros viven para Dios, porque nosotros vemos solamente los
cuerpos, que yacen muertos, pero Dios ve las almas, que no mueren.
Muchos suelen preguntar por qué razón, habiendo tantos otros testimonios en la
Escritura más claros que prueban la resurrección, Cristo adujo este obscuro en
lugar de aquéllos. Y responden Orígenes, Jerónimo y Beda que porque los saduceos
no admitían otros libros que los cinco de Moisés, quiso rebatirlos con sus
propias armas. También en esto aquellos herejes se parecían a nuestros
calvinistas, que rechazan los libros por donde se refuta su propio error. El
mismo Calvino no tuvo rubor de afirmar que los saduceos rechazaban los libros
de los profetas como ellos el Eclesiástico y el de los Macabeos.
(P. Juan de Maldonado, Comentarios a San Mateo, BAC, Madrid, 1950, p. 773-777)
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San Agustín
«¿Es que creemos en vano en la resurrección de la carne? Si la carne y la sangre
no poseerán el Reino de Dios, en vano creemos que nuestro Señor resucitó de
entre los muertos con el mismo cuerpo con que nació y en el que fue crucificado,
y que ascendió a los cielos en presencia de sus discípulos...
«El bienaventurado Pablo no quería que cayesen en el error de pensar que en el
Reino de Dios, en la vida eterna, iban a hacer lo mismo que hacían en esta vida,
es decir, de tomar mujer y de engendrar hijos. Estas son obras de la corrupción
de la carne. No hemos de resucitar para tales cosas, como lo dejó claro el Señor
en la lectura evangélica que hemos leído hace poco... Niega lo que pensaban los
judíos y refuta los errores de los saduceos, puesto que los judíos creían, sí,
que los muertos habían de resucitar, pero pensaban carnalmente, por lo que
respecta a las obras para las que iban a resucitar. “Serán, dijo, semejantes a
los ángeles”» (Sermón 362,18).
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Juan Pablo II
VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Domingo 11 de noviembre de 2001
1. "Dios no es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos"
(Lc 20, 38).
El 2 de noviembre celebramos la conmemoración de Todos los fieles difuntos. La
liturgia de este XXXII domingo del tiempo ordinario vuelve nuevamente a este
misterio, y nos invita a reflexionar en la realidad consoladora de la
resurrección de los muertos. La tradición bíblica y cristiana, fundándose en la
palabra de Dios, afirma con certeza que, después de esta existencia terrena, se
abre para el hombre un futuro de inmortalidad. No se trata de una afirmación
genérica, que quiere satisfacer la aspiración del ser humano a una vida sin fin.
La fe en la resurrección de los muertos se basa, como recuerda la página
evangélica de hoy, en la fidelidad misma de Dios, que no es Dios de muertos,
sino de vivos, y comunica a cuantos confían en él la misma vida que posee
plenamente.
2. "Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor" (Salmo responsorial). La
antífona del Salmo responsorial nos proyecta a esa vida más allá de la muerte,
que es meta y realización plena de nuestra peregrinación aquí en la tierra. En
el Antiguo Testamento se asiste al paso de la antigua concepción de una oscura
supervivencia de las almas en el sheol a la doctrina mucho más explícita de la
resurrección de los muertos. Lo testimonia el libro de Daniel (cf. Dn 12, 2-3)
y, de manera ejemplar, el segundo libro de los Macabeos, del que ha sido tomada
la primera lectura que se acaba de proclamar. En una época en la que el pueblo
elegido era perseguido ferozmente, siete hermanos no dudaron en afrontar
juntamente con su madre los sufrimientos y el martirio, con tal de no faltar a
su fidelidad al Dios de la Alianza. Vencieron la terrible prueba, puesto que
estaban sostenidos por la esperanza de que "Dios mismo nos resucitará" (2 Mac 7,
14).
Al admirar el ejemplo de los siete hermanos narrado en el libro de los Macabeos,
reafirmamos con firmeza nuestra fe en la resurrección de los muertos ante
posiciones críticas incluso del pensamiento contemporáneo. Este es uno de los
puntos fundamentales de la doctrina cristiana, que ilumina consoladoramente la
entera existencia terrena.
3. (...).
4. Amadísimos hermanos y hermanas, sé que os habéis preparado para el encuentro
de hoy meditando juntos en la carta apostólica Novo millennio ineunte.
Permitidme que os repita también a vosotros la invitación de Cristo a san Pedro:
“Duc in altum, rema mar adentro" (Lc 5, 4). Rema mar adentro y no temas,
comunidad parroquial de Santa María Madre de Dios, animada por el deseo de
servir a Cristo y testimoniar su Evangelio de salvación. Que en este gran
esfuerzo apostólico participen concordes quienes trabajan en los varios ámbitos
pastorales, de la catequesis a la liturgia y de la cultura a la caridad.
Vuestro barrio está habitado por muchos profesionales, periodistas y docentes
universitarios. Esto ofrece la oportunidad de desarrollar una provechosa
experiencia pastoral, implicando a estos expertos y agentes del lenguaje y de la
comunicación en itinerarios de reflexión y profundización sobre temas
fundamentales de la doctrina cristiana. La relación entre fe y vida constituye
hoy uno de los desafíos más difíciles para la nueva evangelización.
Además, en este Centro, que es el corazón de la parroquia, es fuerte la
referencia al beato Luis Orione, apóstol infatigable de la caridad y la
fidelidad a la Iglesia. Queridos hermanos, seguid sus pasos, imitándolo en la
obediencia filial a la Iglesia, en la búsqueda incansable del bien de las almas,
y en la atención a los pobres y a las personas necesitadas. Están ante vosotros
las "antiguas" y las "nuevas" pobrezas, que esperan vuestra generosa
disponibilidad.
5. Un saludo especial os dirijo a vosotros, queridos jóvenes. Sé cuánto os
empeñasteis en la preparación y celebración de la Jornada mundial de la juventud
en agosto del año pasado. Al final de la inolvidable vigilia de oración en Tor
Vergata invité a los jóvenes del mundo entero a ser centinelas de la mañana en
este amanecer del tercer milenio. Os renuevo ahora esta exhortación, para que
seáis "centinelas" atentos y vigilantes, que esperan despiertos a Cristo. Sed
misioneros de vuestros coetáneos, sin desanimaros ante las dificultades y
buscando formas de evangelización adecuadas al mundo juvenil.
A este respecto, pienso en el bien que realiza desde hace muchos años el
"Polideportivo Don Orione", integrado ahora perfectamente en la comunidad
parroquial, así como en las oportunidades apostólicas que ofrecen los Centros de
formación profesional. Me congratulo también con vosotros, queridos jóvenes de
la parroquia, por haber dado vida a la significativa iniciativa denominada
"Nochevieja alternativa", que implica ya a muchos otros coetáneos vuestros.
Todos los años reúne aquí, en Roma, durante los últimos días de diciembre, a
muchachos y muchachas de diversas regiones italianas y se extiende
progresivamente a otros países y continentes. (…).
6. Dios Padre, que en Cristo Jesús "nos ha amado tanto y nos ha regalado un
consuelo permanente y una gran esperanza, os consuele internamente y os dé
fuerza para toda clase de palabras y de obras buenas" (2 Ts 2, 16-17).
Queridos hermanos y hermanas, con estas palabras del apóstol san Pablo, que han
resonado en nuestra asamblea litúrgica, os animo a proseguir vuestro diario
compromiso cristiano. Para un fecundo apostolado de bien, sed fieles a la
oración y permaneced anclados en la sólida roca que es Cristo. Que os ayude en
este itinerario espiritual el beato Luis Orione. Os asista la Virgen, que desde
esta colina vela sobre la ciudad y a la que vosotros, feligreses, tenéis como
patrona con el hermoso título de Santa María Madre de Dios. A ella, Madre de
Dios y de la Iglesia, os encomiendo a todos. Que os proteja y acompañe en cada
momento. Amén.
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Catecismo de la Iglesia Católica
Revelación progresiva de la Resurrección
992 La resurrección de los muertos fue revelada progresivamente por Dios a su
Pueblo. La esperanza en la resurrección corporal de los muertos se impuso como
una consecuencia intrínseca de la fe en un Dios creador del hombre todo entero,
alma y cuerpo. El creador del cielo y de la tierra es también Aquel que mantiene
fielmente su Alianza con Abraham y su descendencia. En esta doble perspectiva
comienza a expresarse la fe en la resurrección. En sus pruebas, los mártires
Macabeos confiesan:
El Rey del mundo, a nosotros que morimos por sus leyes, nos resucitará a una
vida eterna (2 Mc 7,9) Es preferible morir a manos de los hombres con la
esperanza que Dios otorga de ser resucitados de nuevo por él (2 Mc 7,14).
993 Los fariseos y muchos contemporáneos del Señor esperaban la resurrección.
Jesús la enseña firmemente. A los saduceos que la niegan responde: "Vosotros no
conocéis ni las Escrituras ni el poder de Dios, vosotros estáis en el error" (Mc
12,24). La fe en la resurrección descansa en la fe en Dios que "no es un Dios de
muertos sino de vivos" (Mc 12,27).
994 Pero hay más: Jesús vincula la fe en la resurrección a la fe en su propia
persona: "Yo soy la resurrección y la vida" (Jn 11,25). Es el mismo Jesús el que
resucitará en el último día a quienes hayan creído en El y hayan comido su
cuerpo y bebido su sangre. En su vida pública ofrece ya un signo y una prenda de
la resurrección devolviendo la vida a algunos muertos, anunciando así su propia
Resurrección que no obstante, será de otro orden. De este acontecimiento único,
El habla como del "signo de Jonás" (Mt 12,39), del signo del Templo: anuncia su
Resurrección al tercer día después de su muerte.
995 Ser testigo de Cristo es ser "testigo de su Resurrección" (Hch 1,22), "haber
comido y bebido con él después de su Resurrección de entre los muertos" (Hch
10,41). La esperanza cristiana en la resurrección está totalmente marcada por
los encuentros con Cristo resucitado. Nosotros resucitaremos como El, con El,
por El.
996 Desde el principio, la fe cristiana en la resurrección ha encontrado
incomprensiones y oposiciones. "En ningún punto la fe cristiana encuentra más
contradicción que en la resurrección de la carne". Se acepta muy comúnmente que,
después de la muerte, la vida de la persona humana continúa de una forma
espiritual. Pero ¿cómo creer que este cuerpo tan manifiestamente mortal pueda
resucitar a la vida eterna?
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EJEMPLOS PREDICABLES
¿Podemos demostrar históricamente la Resurrección de Cristo o simplemente
debemos creerla por fe?
La Resurrección de Cristo es un hecho de fe y también un acontecimiento
histórico comprobable, nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC #647).
La Resurrección de Cristo “fue un acontecimiento histórico demostrable por la
señal del sepulcro vacío y por la realidad de los encuentros de los Apóstoles
con Cristo resucitado”. Sin embargo, la Resurrección también es “centro que
trasciende y sobrepasa a la historia”.
La Resurrección de Cristo es un hecho demasiado importante como para quedar
referido sólo como un acontecimiento histórico. En la Resurrección de Cristo
está el centro de nuestra fe, porque “si no resucitó Cristo, vana es nuestra
predicación, vana también vuestra fe” (1 Co. 15, 14), nos advierte San Pablo.
La Resurrección constituye ante todo la confirmación de todo lo que Cristo hizo
y enseñó. Todas las verdades, incluso las más difíciles de comprender por el ser
humano, encuentran su comprobación porque Cristo, al resucitar, ha dado la
prueba definitiva de su autoridad como Dios. (cf. CIC #651)
Pero además, la Resurrección de Cristo, es comprobable históricamente. Los
discípulos han atestiguado que verdaderamente se encontraron y estuvieron con
Cristo resucitado. El sepulcro vacío y las vendas en el suelo (cf. Jn. 20, 6)
significan por sí mismas que el cuerpo de Cristo ha escapado de la muerte y de
la corrupción del cuerpo, consecuencia de la muerte. (cf. CIC #657)
El primer elemento que se encuentra sobre la Resurrección de Cristo es el
sepulcro vacío, lo cual no es realmente una prueba directa. De hecho la ausencia
del cuerpo podría explicarse de otro modo. María Magdalena creyó que “se habían
llevado a su Señor” (Jn. 20, 13). Las autoridades, al ser informados por los
soldados de lo sucedido los sobornaron para que dijeran que “mientras dormían,
vinieron de noche los discípulos y robaron el cuerpo de Jesús” (Mt. 28, 11-15).
Sin embargo, el hecho es que las mujeres, luego Pedro y Juan, encontraron el
sepulcro vacío y las vendas en el suelo. Y San Juan nos dice en su Evangelio que
él “vio y creyó” (Jn. 20, 8). Esto supone que, al constatar el sepulcro vacío,
supo que eso no podía ser obra humana y creyó lo que Jesús les había anunciado.
Además, intuyó que Jesús no había vuelto simplemente a una vida terrenal como
había sido el caso de Lázaro (cf. Jn. 11, 44).
Las apariciones de Jesús Resucitado a tantos, comenzaron por las mujeres que
iban a embalsamar el cuerpo de Jesús (cf. Mc. 16, 1; Lc. 24, 1) y que, por
instrucciones del Resucitado fueron las mensajeras de la noticia a los Apóstoles
(cf. Lc. 24, 9-10). Esta noticia fue confirmada por la aparición de Cristo,
primero a Pedro, después a los demás Apóstoles. Y es por el testimonio de Pedro
que la comunidad de seguidores de Cristo exclama: “¡Es verdad! ¡El Señor ha
resucitado y se ha aparecido a Simón” (Lc. 24, 34).
Ante éstos y muchos otros testimonios de apariciones del Resucitado, es
imposible no reconocer la Resurrección de Cristo como un hecho histórico.
Pero, además, sabemos por los hechos narrados que la fe de los discípulos fue
sometida a la durísima prueba de la pasión y de la muerte en cruz de Jesús. Fue
tal la impresión de esa muerte tan vergonzosa que -por lo menos algunos de
ellos- no creyeron tan pronto en la noticia de la Resurrección.
Tengamos en cuenta que los Evangelios no nos muestran a un grupo de cristianos
entusiasmados porque Cristo iba a resucitar o siquiera porque había resucitado.
Muy por el contrario, nos presentan a unos discípulos abatidos, confundidos y
asustados. Por eso no le creyeron a las mujeres y “las palabras de ellas les
parecieron puros cuentos” (Lc. 24, 11).
Tan imposible les parece el más grande milagro de Cristo, su propia
Resurrección, que incluso al verlo resucitado, todavía dudan (cf. Lc. 24, 38),
creen ver un espíritu (Lc. 24, 39). Tomás ni siquiera acepta el testimonio de
los otros diez (cf. Jn. 20, 24-27). El escepticismo era tal, que en su última
aparición en Galilea, en su despedida, algunos seguían dudando, según nos dice
el mismo Mateo, uno de los doce. (cf. Mt. 28, 27)
Por lo tanto, la hipótesis según la cual la Resurrección de Cristo habría sido
producto de la fe o de la credulidad de los Apóstoles no tiene asidero.
Toda esta argumentación es basada en el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC #
639 a #647 y #656 y 657).
(Tomado de www.homilia.org )
35. Fray Nelson Domingo 7 de Noviembre de 2004
Temas de las lecturas: El rey del universo nos resucitará para una vida eterna *
Que el Señor disponga sus corazones para toda clase de palabras y de buenas
obras * Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos.
1. Más Allá de la Muerte
1.1 El hilo que parece unir más claramente las lecturas de hoy, especialmente a
la primera con el evangelio, es la resurrección. En este caso, no la
resurrección de Cristo, que está siempre en el trasfondo de toda predicación
porque es el corazón de la fe, sino nuestra resurrección.
1.2 El contexto en la primera lectura es de persecución: judíos llevados al
extremo de la humillación con tal de hacerlos rechazar sus leyes y su fe. El
perseguidor, un tirano cruel y sanguinario, no logra sin embargo su propósito
cuando tiene que enfrentarse con unos jóvenes audaces y demasiado firmes en sus
principios. Es entonces cuando ellos, como empujados por las circunstancias,
reclaman el señorío para Dios. Y como no parece que Dios reine cuando el
torturador logra su propósito y siega la vida de un inocente, la única respuesta
posible es: hay algo después de esta vida.
1.3 Esto quiere decir que el mensaje de la resurrección de los muertos no
proviene en la Biblia de un razonamiento filosófico. Es posible que un argumento
teórico sea útil para llegar a una afirmación igualmente teórica, pero para
apostar la vida por una causa se necesita un género de convicción distinta, y
eso es lo que nos muestra el testimonio de aquellos jóvenes héroes.
2. Por qué los Saduceos no Podían Creer en la Resurrección
2.1 Entre los grupos judíos que había en tiempos de Jesucristo los más
incrédulos, si cabe ese término, eran los saduceos, es decir, la casta
sacerdotal. Se consideraban descendientes y herederos de Sadoq, que fue sumo
sacerdote fidelísimo a David, en tiempos de este rey de imborrable memoria para
los judíos. De ahí su nombre de "saduceos."
2.2 Lo paradójico es que este grupo, que debía representar la pureza de la fe y
la fidelidad a la alianza con Dios, en realidad había evolucionado hasta
alcanzar el perfil de una auténtica mafia. La adicción al poder de unas cuantas
familias, singularmente la de Anás, hizo que los saduceos se caracterizaran por
una destreza política y un sentido pragmático que no tenían nada de
espirituales.
2.3 De hecho, la "espiritualidad" pasó a ser un estorbo para esta gente. Su
bienestar material, que no era poco, y su influencia política, que era mucha,
dependían de un delicado "ajedrez" en el que no había mayor espacio para lo
sobrenatural, llámense ángeles, milagros o la resurrección de los muertos. Vino
así a resultar que los sacerdotes se volvieron enemigos de cualquier
manifestación de Dios que ellos no pudieran controlar.
3. Misterios de la Otra Vida
3.1 Cerremos estas consideraciones con una reflexión más positiva sobre el
misterio de la otra vida. La verdad es que hay muchas cosas que ignoramos y que
quizá es más difícil para nosotros imaginar de la eternidad de lo que sería para
un feto imaginar el mundo que nunca ha visto. Y es bueno saber que no sabemos;
es bueno saber que Dios tiene cosas mucho mayores y mejores para darnos.
3.2 Tal vez la comparación más profunda y también la más difícil de entender es
entre las personas difuntas y los ángeles. No vamos a resolver aquí las
preguntas teológicas que de aquí surgen sino sólo a anotar que el amor en su
dimensión temporal tiene sin embargo una semilla de eternidad: hay amor más allá
de la muerte pero su perfil preciso, su belleza propia son más de lo que podemos
describir o entender… por ahora.