31 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXIX
CICLO C
17-24

 

17.

"Y empezó en Galilea..."

La prueba del laberinto es el título de la novela de Fernando Sánchez-Dragó, que acaba de conseguir el premio Planeta. Desconozco el contenido de ese libro que, según su mismo autor, será polémico y que va a venir seguido por otro dedicado a la vida de Jesucristo. Sánchez Dragó ha afirmado que en esta novela toma como punto de partida su propia crisis personal que le lleva a Jerusalén donde se encuentra con Cristo y consigo mismo.

MISIONES/PIROPO: Precisamente el autor de "La prueba del laberinto" tiene un texto espléndido, ya antiguo, sobre las misiones, que quizá estaba apuntando su propia trayectoria personal: «Quiero partir una lanza por las misiones... y disipar calumnias en lo tocante a estas instituciones, cuyos adelantados se limitan -así de fácil, así de claro- a ayudar al prójimo en zonas de dolor, de miseria, de enfermedad, de abigarramiento, de analfabetismo, de tiranía, de hambre y de consunción. (Los misioneros) no venden; ofrecen. No predican, explican. No juegan; se la juegan. No explotan; siembran. No castigan; manumiten. No cobran; pagan. No asustan; consuelan. No se marchan; permanecen». Y acaba diciendo que, en lugar de entregar las ayudas a los países del tercer mundo a través de los organismos de las Naciones Unidas -«que sólo sirven para financiar, a costa del contribuyente, la opípara sopa boba de sus paniaguados»- habría que dársela a los misioneros "para que directamente las distribuyan desde abajo y entre los de abajo, con honradez y sentido común". El texto es magnífico y constituye un testimonio impresionante de un gran viajero cuya biografía personal no le había aún acercado al cristianismo ni a la figura de Cristo.

El mensaje del Domund viene hoy expresado a través de la carta de Pablo a su fiel discípulo Timoteo. Por una parte, Pablo, que se ve ya cerca- no a su muerte en la prisión de Roma, exhorta a su discípulo a permanecer en «lo que has aprendido y se te ha confiado». Timoteo había aprendido de niño la Escritura Sagrada en su ciudad natal de Listra, de labios de su madre Eunice y de su abuela Loida. Esa Escritura ha sido inspirada por Dios -un texto fundamental en la teología de la inspiración de la Biblia- y, con una espléndida formulación, añade que la Sagrada Escritura «puede darte la sabiduría y, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación». Pero no se trata sólo de permanecer en la fe y de conservarla; hay que trasmitirla. Por eso, enseguida, Pablo reta solemnemente a Timoteo: «Ante Dios y ante Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, te conjuro: proclama la Palabra, insiste a tiempo y destiempo..., exhorta con toda comprensión y pedagogía». Sin duda, está resonando aquí la misma exhortación que el mismo Pablo se había hecho a sí mismo: «¡Ay de mí, si no evangelizo!».

«Y empezó en Galilea...»(/Hch/10/37). Ese es el lema del Domund de 1992. Está basado en un discurso de san Pedro en el que hace un breve recorrido sobre la vida de Jesús en el que afirma, con una encantadora sencillez, que «la cosa empezó en Galilea». Si me permitís una anécdota personal, el verano pasado, junto con un amigo sacerdote alemán, comentábamos en la maravillosa plaza del Ayuntamiento de Praga, con dos impresionantes iglesias cristianas y la imponente estatua de Huss, todo lo que había significado en Europa esa «cosa que empezó en Galilea» y que ha sido un acontecimiento decisivo en la historia del mundo. Precisamente, Sánchez Dragó, como otros muchos, no duda en calificar a Jesús como la figura más importante de la historia humana.

Pero también, y en un contexto muy distinto, nos referíamos a «la cosa que empezó en Galilea», cuando unos misioneros de África nos hablaban, hace pocos días en la parroquia, de la situación en Somalia y otros países africanos. No citaban grandes iglesias góticas, ni estatuas de bronce: nos presentaban la imagen de una comunidad pobre de uno de los más pobres países de África, Burkina Faso, que había enviado un camión de alimentos a otros aún más pobres en la zona del Sahel; nos decían que en aquellas aldeas donde hay comunidades cristianas vivas, el problema del hambre no es trágico, sencillamente porque son capaces de compartir lo poco que tienen... No tienen grandes iglesias góticas, ni ayuntamientos adornados con símbolos cristianos; construyen, también con ayuda de esta parroquia, pequeñas maternidades rurales para que disminuya la mortalidad infantil de su país.

También allí, y creo que con más grandeza humana y cristiana que en Praga, sigue resonando el eco de «la cosa que empezó en Galilea».

Salta a la vista la trasformación del Domund que se ha operado ya desde hace algunos años. No sólo han desaparecido las famosas huchas multicolores de otras razas que tenemos asociadas con nuestra niñez. Se ha quebrado además aquella concepción, según la cual los países católicos son los que teníamos que ayudar a los infieles de los países de misión para que llegasen a la fe. Hoy todos sabemos que los países tradicionalmente católicos son también, y de forma muy importante, países de misión. Las Iglesias del tercer mundo no son ya, de ninguna manera, las que tienen que aprender de la vieja Europa, sino que nos están testimoniando la gran autenticidad en su vida cristiana: no son pocos los jóvenes españoles que pasan parte de su verano en estos países y vuelven impactados por la vitalidad y la autenticidad que allí encuentran... Incluso y en torno a la crisis vocacional, son los países de misión los que nos envían misioneros y religiosos a los países de occidente.

Y, sin embargo, la urgencia del Domund sigue siendo la misma que en el pasado. Como dice el Mensaje del Papa: "No nos puede dejar indiferentes el saber que millones de hombres viven todavía sin conocer a fondo el amor de Dios. Ningún creyente en Cristo, ninguna institución de la Iglesia puede eludir el deber supremo de anunciar a Cristo a todos los pueblos. Dos terceras partes de la humanidad no conocen todavía a Cristo, y tienen necesidad de él y de su mensaje de salvación», ya que «la Iglesia es misionera por su naturaleza y, por lo tanto, la evangelización constituye un deber y un derecho de cada uno de sus miembros». Por eso, «todas las Iglesias particulares, desde las más jóvenes hasta las de más antigua tradición..., desde las dotadas de suficientes recursos hasta las que viven en condiciones de pobreza... sienten que tienen que mirar más allá de sí mismas y hacerse corresponsables de la misión». Y es que «la fe no es un privilegio personal, sino un don que hemos de compartir con aquellos que no lo han recibido todavía. De esto se beneficiará también la fe misma, pues esta se fortalece dándola».

San Pablo decía a Timoteo que la Sagrada Escritura «puede darte la sabiduría y, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación». ¿Estamos convencidos de ello? ¿Somos conscientes de que hemos recibido un maravilloso mensaje, del hombre más importante de la historia humana, que nos da la mejor sabiduría y que si lo asumimos, en la fe en Jesucristo, nos conduce a la salvación, y que como decía el Papa, no es un privilegio personal, sino un don que tenemos que compartir? Doscientos mil misioneros lo han entendido así y han sido capaces de dejar familia, patria, bienestar, la cultura propia..., para anunciar ese mensaje a los que aún no han oído hablar de él. Nadie duda -y ahí está el texto de Sánchez Dragó- de que deben ser ayudados... Pero, ¿no tenemos que preguntarnos hoy también sobre nuestra fe demasiado lánguida y poco comprometida, que no fluye hacia afuera, como desbordan otras realidades de nuestra vida de las que ciertamente estamos convencidos? ¿No nos tiene que repetir este Domund 92 la frase de Pablo: «Ante Dios y ante Cristo Jesús que ha de venir a juzgarte, te conjuro: proclama la Palabra», porque «¡ay de mí, si no evangelizo!».

No sé qué significa ese título de La prueba del laberinto de Sánchez Dragó. Pero, ¡cuántas veces sentimos que nuestra vida, que la vida de tantas personas, discurre como en un laberinto sin salida! El mensaje de Jesús nos da la sabiduría y la salvación para salir de él. Nos lo recuerda el Domund.

JAVIER GAFO
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C
Madrid 1994.Pág. 341 ss.


18.

1. «Fijaos en lo que dice el juez injusto».

A menudo, como ocurre en el evangelio de hoy, Jesús toma como punto de partida en sus parábolas situaciones inmorales tal y como las que se dan en el mundo -aquí el juez injusto, en otros lugares el administrador astuto, el hijo pródigo, el rico necio, el rico epulón, los obreros de la viña-, lo que le permite, a partir de situaciones familiares para sus oyentes, elevarse hacia las leyes del reino de los cielos. El punto de comparación es aquí (como en la parábola del amigo importuno que llama a media noche) la insistencia de la súplica importuna, que no injusta. Si esto hacen los malos..., ¿qué no hará el Dios bueno? Jesús quiere hacérnoslo comprender claramente: Dios quiere hacerse de rogar, quiere incluso dejarse importunar por el hombre. Si Dios da libertad al hombre y hace incluso un pacto con él, entonces no solamente respeta su libertad, sino que incluso se ha unido a su partner en la alianza, sin perder por ello su libertad divina: dará siempre al que pide lo que sea mejor para él: «Cosas buenas» (Mt 7,11), el «Espíritu Santo» (Lc 11,12). El que pide algo a Dios en el Espíritu de Cristo es infaliblemente escuchado (Jn 14,13-14). Y el evangelio añade: «sin tardar»; Dios no escucha luego, más tarde, sino que escucha y corresponde en seguida con lo que mejor corresponde a la demanda. Pero la oración de petición presupone la fe, y aquí el evangelio termina con unas palabras que dan que pensar: «Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?» Esta pregunta va dirigida a nosotros, que escuchamos aquí y ahora, y no a otros.

2. «Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel».

La imagen de las manos levantadas de Moisés durante la batalla con Amalec es sumamente elocuente en la primera lectura. Mientras Josué ataca, Moisés reza y al mismo tiempo hace penitencia, pues es ciertamente pesado y doloroso tener durante tantas horas las manos levantadas hacia Dios. Así está hecha la cristiandad: unos combaten fuera mientras otros -en el convento o en la soledad de su «cuarto»- rezan por los que luchan. Pero la imagen va aún más lejos: como a Moisés le pesaban las manos, Aarón y Jur tuvieron que sostener sus brazos hasta la puesta del sol, hasta que Israel venció finalmente en la batalla. Las manos levantadas de los orantes y contemplativos en la Iglesia deben ser sostenidas al igual que las de Moisés, porque sin oración la Iglesia no puede vencer, no en los combates del siglo, sino en las luchas espirituales que se le exigen. Todos nosotros debemos orar y ayudar a los demás a perseverar en la oración, y a no poner su confianza en la actividad externa, si es que queremos que la Iglesia no sea derrotada en los duros combates de nuestro tiempo.

3. «Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo».

La Palabra de la que habla la segunda lectura no es la palabra de la pura acción, de la batalla de Josué, sino exactamente la palabra de la oración de petición, de las manos en alto de Moisés. «Permanece en lo que has aprendido», es decir, en lo que conoces de la «Sagrada Escritura», que en ningún sitio recomienda la pura ortopraxis. Sólo cuando «el hombre de Dios» es instruido por la «Escritura inspirada por Dios», está «perfectamente equipado para toda obra buena», y la primera "obra buena" es la oración, que debe recomendarse a los cristianos «con toda comprensión y pedagogía».

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 290 s.


19. APRENDER A ORAR

Se ha dicho que «el problema pastoral más urgente de nuestro tiempo es cómo enseñar a orar a nuestro pueblo» (T. Dicken). Es cierto que si el corazón no se abre a Dios, ninguna pedagogía nos podrá enseñar a orar, pero también es verdad que el creyente necesita normalmente una orientación que le ayude a caminar al encuentro con Dios. Sin embargo, bastantes personas que desean hoy aprender a orar no saben dónde hacerlo. En bastantes parroquias se trabaja mucho en los diversos campos de la acción pastoral, pero, por lo general, es muy poco e insuficiente lo que se hace para enseñar a los creyentes a orar. Incluso, los mismos que colaboran en ese trabajo pastoral lo hacen, a veces, privados de verdadero alimento para su vida interior. De esa manera, desbordados por la actividad y cogidos en la rueda de los compromisos, reuniones y tareas diversas, corren el riesgo de convertirse poco a poco en funcionarios más que en testigos de una fe viva. Es cierto que las personas más inquietas se dirigen a monasterios, comunidades religiosas y lugares de oración para buscar el encuentro con Dios, pero mucha gente sencilla que no puede dar esos pasos se encuentra desasistida para aprender a orar de manera más profunda. Por desgracia, nos faltan hoy en occidente maestros de oración que puedan acompañar espiritualmente a las personas en sus tanteos, momentos de oscuridad o falsos entusiasmos. Pero están brotando entre nosotros grupos orantes, «talleres de oración» y corrientes de espiritualidad que pueden ser hoy para muchos, verdaderas escuelas de oración. Grupos que crean clima de oración, despiertan el deseo de Dios, enseñan a hacer silencio para escuchar su Palabra, ofrecen sugerencias para crecer en capacidad de interiorización, estimulan y sostienen la oración personal de cada uno.

ORA/NECESIDAD: Las parroquias deberían hoy acogerlos y promoverlos con verdadero interés, evitando abusos y desviaciones, siempre posibles en este tipo de experiencias. Escuchemos las palabras de un maestro espiritual de nuestro días: «Estoy convencido de que si, después de veinte siglos, al inmenso esfuerzo de predicación, enseñanza y catequesis, se añadiera un esfuerzo no menos intenso de iniciación a la oración interior, el rostro del mundo sería diferente.» En las comunidades cristianas hemos de seguir más de cerca el ejemplo de Jesús que, según el evangelista Lucas, se dedicaba a «explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse».

JOSE ANTONIO PAGOLA
SIN PERDER LA DIRECCION
Escuchando a S.Lucas. Ciclo C
SAN SEBASTIAN 1944.Pág. 115 s.


20. EL SILENCIO DE DIOS

El evangelio de hoy es de verdad reconfortante, Señor. Tú querías convencer a tus discípulos «de que tenían que orar siempre, sin desanimarse; y les propusiste una parábola». Y la parábola en cuestión fue tan a ras de tierra, tan humana, tan comprensiva con nuestras desesperaciones que, aplicada a mí, me llena de ternura y de cálida serenidad.

No empleaste argumentos magisteriales, sirviéndote de la lógica. Por ejemplo: diciendo que «Dios existe», que «dependemos absolutamente de El», que, por consiguiente, «así atrapados, no tenemos más remedio que acudir a El». No.

Preferiste utilizar un sencillo, atrevido y conmovedor argumento «ad hominem». Para ello, no tuviste ningún inconveniente en comparar al Padre-Dios con «un juez despreocupado y sordo», y, al que ora, con «una mujer pesada e incansable». Y ese argumento, Señor, me reconforta grandemente. Porque te diré que es cierto: los humanos vemos a Dios, más de una vez:

COMO UN JUEZ INJUSTO QUE PARECE HACERSE EL SORDO.-Verás, Señor. Cada vez más, tenemos todos la impresión de que, en este mundo, triunfan los malos y son castigados los buenos. Cada día se exhiben más provocativamente por ahí los que han amasado riquezas y poder valiéndose de la explotación a los débiles, promoviendo la engañosa y apabullante propaganda que conduce al consumismo, jugando con la ingenuidad de los más humildes. Cada día está más claro que la opulencia de muchos poderosos está edificada sobre «la sangre del pobre», como diría León Bloy. Y al revés, cada día son más hirientes los clamores «de las viudas de la ciudad del mundo» que gritan desesperadas: «Haznos justicia, Señor, frente a nuestro adversario».

Y, mientras tanto, ¿Tú qué haces, Señor? Permíteme que te lo diga. Muchas veces tenemos la impresión de que «te haces el sordo», como aquel juez que describiste. Es lo que hemos dado en llamar «el silencio de Dios».

He aquí un tema al que le dan vueltas los sencillos y le dedican muchas páginas los estudiosos: Siendo Tú el supremo Juez, ¿cómo podemos compaginar el constante e inmenso sufrimiento de los inocentes con tu desconcertante «silencio»? Pero, al llegar aquí, quiero refugiarme otra vez en tu parábola y agradecerte que nos la hubieras contado. Porque entiendo que, en ella, está la clave.

Esta pobre viuda representa a todos los pobres del mundo, a todos los más desvalidos. A los «humillados y ofendidos», como los llamaría Dostoievski. Están ahí, viven en el mayor desamparo, no son nada, y no tienen tampoco nada. Pero sí. Tú nos dices que tienen una cosa, una sola cosa, un único punto de apoyo: la oración. Y «con ese punto de apoyo -como aseguró Arquímedes- pueden mover el mundo». Es decir, te pueden mover a Ti. Aunque tardes en contestar, aunque parezca «que te hayas alejado de nosotros», como les decía Elías a los sacerdotes de Baal.

A esta conclusión quiero llegar. A convencerme de que, tarde o temprano, «nos harás justicia» y nos escucharás, aunque parezcas un juez despreocupado. Lo dijiste bien claramente: «¿Creéis que Dios no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?». No nos aconsejaron, por tanto, mal nuestros padres cuando nos repetían a cada paso: «Tú reza siempre, hijo mío: al levantarte y al acostarte, al salir de casa, al entrar en la iglesia, al comer y al dormir». Su consejo no era otra cosa que concretar lo que ya habías dicho Tú, Señor: «Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá».

ELVIRA-1.Págs. 268 s.


21.

- "Los misioneros, esperanza para el mundo"

El lema del día del DOMUND, que hoy celebra la Iglesia en todo el mundo, nos invita a profundizar en los motivos del testimonio de tantos miles de misioneros y misioneras que con su vida entregada a Dios y a los hermanos son una fuente de esperanza para los pueblos donde trabajan y también para toda la Iglesia.

Precisamente esta jornada misional cae en el año dedicado al Espíritu Santo, dentro de la preparación para el Jubileo del 2000. El Espíritu Santo es el protagonista de la Misión. Él llama a muchos cristianos a anunciar por todo el mundo la Buena Noticia de Cristo y les da fuerza para continuar con su tarea misionera. El Espíritu es también el que "toca el Corazón de los que escuchan para que hagan caso de las palabras de los evangelizadores (cfr. Hch 16,14). Igualmente es el Espíritu quien nos hace redescubrir la virtud de la esperanza que da sentido a toda la existencia humana y nos hace trabajar en la transformación del mundo, según el plan de Dios.

- Dios escucha la oración de los que esperan en él

Los misioneros tienen muy presente la recomendación de Pablo a su discípulo Timoteo que acabamos de escuchar: "Proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, reprocha, exhorta, con toda paciencia y deseo de instruir" (2 Tim 4, 1-2). Esperar en Dios contra toda esperanza humana es lo que han hecho Abrahán y tantos otros hombres y mujeres durante toda la historia. Las lecturas de hoy nos ofrecen dos buenos ejemplos:

En la primera, vemos a Moisés de pie en la cima del monte, orando con las manos en alto, esperando que Dios concediera la victoria a su pueblo como lo hizo al liberarlo de la esclavitud de Egipto.

El mismo Jesús, con la parábola del evangelio de hoy, nos ha querido enseñar que tenemos que rezar siempre sin perder la esperanza. Si el juez injusto acabó por hacer justicia a aquella viuda que insistió para que le reconociera sus derechos; con más razón, el Señor atenderá pronto la plegaria confiada de sus hijos. Dios no es insensible al dolor y al grito de los pobres y despreciados que, en todo el mundo, le reclaman justicia noche y día. Los misioneros no son insensibles tampoco a este grito y por eso se hacen solidarios con la esperanza de los hermanos necesitados, con los que el mismo Jesús se identifica (cfr. Mt 25,40).

- El Espíritu Santo, esperanza y fuerza de los misioneros

El Espíritu Santo nos ayuda a ver y amar los signos de esperanza que surgen por todo el mundo, a pesar de las sombras que, a menudo, los hacen invisibles a nuestros ojos (cfr. TMA46). Uno de estos signos que impacta incluso a los no creyentes es el trabajo y la donación hasta la muerte de tantos hombres y mujeres misioneros que comparten plenamente la suerte de los pueblos más necesitados del Sur del mundo.

Cuando en un país en guerra o en una zona conflictiva de África, de Asia o de América Latina parece que ya no quedan dirigentes ni "occidentales", nos enteramos que un grupo de misioneros o misioneras han decidido permanecer allí donde la Iglesia los ha enviado como una luz de esperanza para la gente. Ellos rezan -como nosotros lo hemos hecho en el salmo-: "El auxilio me viene del Señor que hizo el cielo y la tierra".

- Los misioneros ayudan también nuestra esperanza

Frente a tantos desencantos y pesimismos, el testimonio valiente e ilusionado de los misioneros nos ayuda a revivir nuestra esperanza cristiana. El Espíritu del Señor que los hace fuertes es el mismo que quiere fortalecernos a nosotros para que anunciemos por todo el mundo el Evangelio. Ellos y nosotros formamos una sola Iglesia que, en su pequeñez -como María, la Madre- magnifica al Señor del oriente a occidente mientras ofrece a Dios la sangre de la alianza derramada por nosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados.

JORDI JORBA
Delegado diocesano de Misiones de Barcelona
MISA DOMINICAL 1998/13 41-42


22.

En la primera lectura, la imagen de Moisés, sentado sobre una piedra en la cumbre del monte, en actitud orante, mientras Aarón y Jur le sostienen los brazos, es la imagen de la resistencia: "Así sostuvo en alto sus manos hasta la puesta del sol". Mientras tanto en el llano Josué guerreaba con los amalecitas. La "resistencia" de Moisés, aunque se le cansaran los brazos, sostenía la victoria de su pueblo.

En la segunda lectura, "Quédate con lo que has aprendido, insiste a tiempo y a destiempo", son consejos que Pablo inculca en su discípulo para exhortarlo a resistir e insistir obstinadamente. La resistencia no es una postura pasiva, sino que se debe expresar en un dinamismo lleno de creatividad e iniciativas.

La parábola de Lucas nos pone en escena un ejemplo de máxima pobreza, marginación y debilidad, la de una viuda, en Israel. En aquella cultura machista, la circuncisión era la carta de ciudadanía. Una mujer no podía ser ciudadana israelita. Debía ser representada en toda circunstancia por un varón. No podía heredar, no podía hacer contratos, su testimonio no tenía validez alguna. Era tratada como un niño, como una menor de edad. La mujer era alguien mientras tenía un varón en quien apoyarse. La viuda era el caso del mayor desamparo; soportaba una doble marginación: por ser mujer y, aún más, por ser viuda.

En el relato, esta mujer desvalida se ve acosada por un enemigo y clama justicia, pero encuentra en el Juez, impío y amoral, la sordera y el mutismo de una autoridad corrupta. Ella, no tiene otra alternativa que insistir una y otra vez en sus clamores :"Hágame justicia contra mi adversario".

Ante este cuadro patético vienen a nuestra memoria las concentraciones de madres que reclaman sus hijos y piden Justicia en la Plaza de Mayo, en Buenos Aires; las marchas del silencio que recorren nuestras ciudades en muda protesta; las madres de los soldados rehenes de la guerrilla en Colombia, que reclaman la devolución de sus hijos vivos y sanos; los masivos desplazamientos de campesinos hostigados por la violencia, que piden un trozo de tierra donde habitar en paz; los reclamos de tantos parientes y familiares de desaparecidos, víctimas de la represión estatal en nuestras naciones de América Latina; las masas populares que acuden fervorosas a los santuarios, las peregrinaciones, las imágenes, los centros de culto... pidiendo inconsolables un alivio en sus sufrimientos interminables...

Hoy, como entonces, estos gritos y clamores se estrellan contra el muro sordo de nuestro aparato de Justicia. «Impunidad» es la palabra de orden en tantos de nuestros países; reina por doquier, y los asesinos se pasean orondos por nuestras calles haciendo alarde de supuesta dignidad y ocupando puestos de honor y autoridad. ¿El "juez malvado, que no teme a Dios ni a nadie" del evangelio, no es la imagen cabal de las autoridades judiciales corruptas? Para el cristiano de América Latina, sometido hoy muchas veces a situaciones extremas, esta parábola ilumina su realidad y le enseña la actitud de la "resistencia". Se habla entre nosotros de la Teología del Clamor popular y de praxis de la resistencia...

Ante un mundo que ha subvertido su escala de valores y que vive la ideología de la posmodernidad, el cristiano debe afianzarse en la roca firme de su fe. "Quédate con lo que has aprendido", le aconseja Pablo a Timoteo. Debe resistir con valentía y audacia los embates de una sociedad hostil al mensaje de Jesús, blandiendo el arma de la oración, sin desfallecer: "Así sostuvo levantadas sus manos hasta la puesta del sol". Debe acudir a medios pacíficos, pero eficaces, para hacer oír su voz y su clamor una y otra vez: "Hágame justicia contra mi adversario".

Las primitivas comunidades cristianas sufrieron el azote de tremendas persecuciones, la primera de ellas durante el reinado del emperador Nerón. Practicaron entonces un criptocristianismo, es decir, se reunían en forma clandestina, en los socavones de las catacumbas. Allá se fortalecían con la oración en comunidad y con el ágape fraterno (eucaristía). Allá enterraban a sus mártires y planeaban su estrategia de resistencia. Era necesario no perder la confianza y la esperanza; era necesario "resistir" mientras durara la tormenta. Llegaría un día en que la persecución y la muerte iban a acabar; un día en que aparecería un "cielo nuevo y una tierra nueva", en los que reinarían la Paz y la Justicia.

Los cristianos y cristianas de hoy, de este fin de siglo y de milenio, en este tiempo en que tantos han perdido la esperanza y las utopías, no podemos perder la esperanza; debemos luchar y resistir, hacer oír nuestra voz clamando Justicia como la viuda del evangelio, aferrados a la fe ya la confianza en Dios, en resistencia tenaz y con "teimosía", como quien vió al Invisible y no puede ya dar marcha atrás.

La oración de la viuda es también la oración de la pobreza. Pobreza en la oración significa saber orar en la aridez, en el vacío, en la desolación, en la oscuridad, "aunque sea de noche"... Orar cuando la oración parece imposible o inútil, orar también en la ausencia, en la postración, ante el éxito del mal, bajo la hegemonía ajena, cuando los que sólo creen en Mammón celebran su triunfo y proclaman aparentemente seguros el "final de la historia"... Esa es la hora exacta de la oración despojadamente pobre y de la resistencia por pura fe.

Orar, y orar, en la pobreza, clamando justicia, insistiendo, ante la sordera de la justicia y la corrupción del juez, sin otros oídos que nos escuchen -quizá- que los de Dios... Esa es la situación que viven tantos hermanos en el mundo, como la viuda misma del evangelio, entre la desolación y el coraje de la esperanza... A veces nos parece que Dios se ha vuelto sordo, que ha dado la espalda a nuestros ruegos... pero es un espejismo. Es cierto que Dios está presente en la fiesta del encuentro; pero quizás está más presente aún en la vigilia interminable de la espera en resistencia...

Los místicos hablan de la "noche oscura del alma"... Hay que pasar por el túnel oscuro e interminable de la resequedad y la aridez para arribar a la orilla esplendorosa de la "vía iluminativa". El frío, la angustia, la no-respuesta, la lejanía, el abandono, el no entender nada... son el "sí" más doloroso que el pobre logra decir en la oración; "sí", grito de Jesús en su cruel agonía del calvario, grito que clama al Padre su aparente abandono, es la oración del pobre en la soledad y la incomprensión.

En este contexto se puede situar la pregunta que Jesús hace al final de la parábola: "¿Cuando venga el Hijo del hombre hallará fe en la tierra?" La respuesta la tiene quien haya esperado en fiel vigilia: "Vigilen y oren", o quien haya mantenido encendida su lámpara a pesar del viento contrario de esta noche: "Mantengan ceñida la cintura y encendidas sus lámparas". Las doncellas prudentes que se proveyeron de aceite y mantuvieron sus lámparas encendidas en la noche de larga espera, son el símbolo y la imagen de quien ora perseverante y resiste en su oración.

Para la conversión personal

¿Tengo ya, yo mismo, cargado de optimismo y esperanza cristiana el corazón, para poder dar lo que llevo dentro?

Para la reunión de comunidad o grupo bíblico

- En nuestro medio, ¿cómo demuestra la gente su resistencia? Ejemplos.

- ¿Acompañamos nosotros de alguna manera la resistencia del pueblo? ¿Somos parte de la misma?

- ¿Cómo alimentar con nuestra palabra y acción la esperanza del pueblo? ¿Cómo dedicarnos y realizar hoy el urgente "ministerio de la esperanza"?

Para la oración de los fieles

-Por todos los cristianos, para que creamos siempre en el valor de la oración, roguemos al Señor.

-Por todos los que claman a Dios desde situaciones insoportables de marginación en las que el sistema económico actual los ha lanzado en las últimas décadas, para que comprendan que Dios quiere tanto su oración como su compromiso organizativo, social y político ("a Dios rogando y con el mazo dando")...

-Por todos los cristianos que participan en la administración de la "cosa pública", para que den ejemplo de celo por el bien común, frente a la ola de corrupción, falta de ética e individualismo que invade nuestra sociedad...

-Por los cristianos que participan en la administración de la justicia, para que comprendan que antes que cualquier otra cosa, lo que Dios espera de ellos es un testimonio cabal de integridad y honradez...

-Para que la sociedad acierte a superar esta situación de desencanto y pesimismo, de individualismo y pasividad, de fin de la historia y ausencia de utopías... y para que los cristianos hagamos gala de la fuerza inquebrantable que la fe tiene para hacernos sostener nuestros brazos en alto...

Oración comunitaria

Oh Dios, Padre de misiericordia, que miras con entrañas de Madre el sufrimiento de tus hijos e hijas: confiamos a tu corazón la esperanza y la resistencia de todos nuestros hermanos y hermanas que reclaman insistentemente una justicia que no saben de dónde les llegará, y te pedimos nos des un corazón como el tuyo, para que armados de fe y de coraje, resistamos la tentación de la desesperanza y permanezcamos firmes junto a Ti en tu proyecto de crear un Mundo Nuevo, más digno de Ti y de nosotros tus criaturas. Por nuestro Señor Jesucristo...

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


23.

"LA PERSEVERANCIA EN LA ORACIÓN"

Sin fe a quién orar.
Sin fe para qué orar
Y sin orar cómo mantener la fe.

Pero con la oración renace una fe como en primavera echan brotes los árboles y se entreabren los capullos.

1. Iniciamos hoy la Eucaristía orando con la antífona de entrada: "Inclina el oido y escucha mis palabras, guárdame como a las niñas de tus ojos; a la sombra de tus alas escóndeme" Salmo 16, 6. Pidiéndole a Dios que nos guarde con el cuidado y la delicadeza con que cuidamos las pupilas de nuestros propios ojos.

Comenzamos pues,orando en el día de la ORACION.

Cuando Amalec atacó a los israelitas en Rafidín, Moisés mandó a Josué que con unos hombres de Israel se defendieran mientras él permanecía en la cima del monte con el bastón maravilloso en la mano. Mientras Moisés tenía la mano con el bastón en alto, vencía Israel. Si la bajaba, vencía Amalec. Aarón y Jur colocaron una piedra para que Moisés se sentara, mientras uno y otro le sostenían los brazos en alto Exodo 17, 8. Escena emocionante que nos alienta a ayudar a los hombres y a las mujeres a quienes Dios ha llamado para que oren por el pueblo, para facilitarles su misión imprescindible si queremos que el mundo no perezca.

2. Reproduzcamos la escena: Josué y sus hombres empuñan las armas. Moisés con las manos alzadas y con la vara milagrosa levantada, suplica. Aarón y Jur, solícitos, facilitan la acción implorante de Moisés. Pero el autor de la victoria es Dios. Este es un acontecimiento de salvación, en el cual, como entonces, el que lo puede hacer todo, quiere necesitar ayudantes. Moisés orante es figura de la Iglesia en acto de súplica, de alabanza maravillada, de gratitud, de ternura de esposa, de amor filial. La Iglesia debe orar. El ministerio de intercesión de la Iglesia es insustituible. Si la Iglesia deja de orar el mundo perderá el equilibrio, irá cayendo y va cayendo. Porque así como Moisés es figura de la Iglesia, del pueblo de Dios salvado, Amalec es la figura del mal, de la injusticia, de la opresión de los pobres, de la esclavitud y pérdida de todas las libertades. Si se deja la oración avanzan las dudas, reina la confusión sobre los valores se pierde el norte y se ofusca la mente, el hombre ya no sabe donde está, ni a dónde va, y se olvida de que es criatura, y quiere erigirse en su propio dios, o convertir en dioses a las criaturas.

3. Amalec es el juez injusto, que ni teme a Dios ni a los hombres, vencido por la oración constante de la pobre viuda, que, porque era pobre, no podía sobornar al juez, a quien no le importaba ni Dios, ni los hombres, ni la justicia, sino su provecho y medro personal. Pero lo que no pudo por su desvalimiento,la infeliz viuda, lo consiguió por su insistencia.

4. De todas las opresiones del mundo es en parte, responsable la Iglesia, desde el Papa hasta el último niño candoroso de primera comunión. Por eso hay que cultivar y estimular la oración de la Iglesia, y en lugar preeminente, la oración de los hombres de Dios, de los consagrados, las consagradas, que son nuevos Moisés. Pero también de las familias. Hay que fomentar la oración en familia, al comienzo del trabajo, antes y después de comer. A veces se siente vergüenza de hacerlo, porque nos parece que eso indica debilidad, y como menos hombría y, sobre todo, menos modernidad. Parece que el hombre ha de crecer a costa de Dios. Como si el recurso a Dios testificara la debilidad y minusvalía del hombre, cuando es lo contrario. En la unión con Dios, que la oración establece, es el hombre el que sale ganando, como quien se une a un sabio, o a un rico poderoso. Se hacen de la misma opinión y gozan de sus riquezas y poder. De los primeros cristianos en Roma, decían los paganos: "son hombres que oran". "¿Saben orar nuestros cristianos hoy?". Es una pregunta que se hacía ya Pablo VI, angustiado.

5. Pero no basta rezar, hay que rezar con fe, "si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a este monte: Vete de aquí allá y se trasladaría; nada os sería imposible" (Mt 17,19). "Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?" Lucas 18, 1. Jesús veía lo difícil que es mantener esa fe viva, esa confianza en Dios Padre que vela por nosotros, y por eso enseñó esta parábola, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse. La oracíón pues, está en función de la fe. Orar para tener fe. Y tener fe para orar. Lo importante es la fe, que respira por la oración. Si la fe no respira, se muere. La crisis de la oración es consecuencia de la crisis de fe, y la falta de fe produce el decaimiento en la oración. Sin fe, a quién orar, para qué orar.

6. Si creemos en la humanidad y en la divinidad verdaderas de Jesús, que es nuestro Salvador, y cuya figura es Josué, que nos introduce en la fe, en el conocimiento de Dios y de su adoración, hacemos nuestra oración confiada en su nombre, y es escuchada por su reverencia. Y lo primero que conseguirá la oración humilde y perseverante y tenaz,será nuestra conversión, y nuestra entrega al amor, a la bondad, a la paz y a la justicia. Porque no dirigimos nuestra oración a un Dios tapaagujeros, que alimenta la teoría de la alienación, sino a un Padre que nos transforma en hijos y que nos hace semejantes a El en su compromiso con el mundo y con los hombres, y nos participa su misericordia, su amor y su justicia. La oración, al convertirnos, transforma el mundo de selvático en humano, y de humano lo hace divino. Y así se comienza la mejora del mundo por donde debe comenzar: por el cambio del corazón de la persona, que es lo que está más a nuestro alcance, pero es lo más difícil, porque cambiar de costumbres es morir. Y se prefiere más hacer planes y proyectos y pronunciar discursos y escribir libros, que cambiar de vida porque es más comprometedor. Si se comienza la casa por el tejado, nunca habrá casa. La oración nos conduce al detalle de calzarnos unas zapatillas de paño, antes de pretender cubrir el planeta de moqueta. Lo que Santa Teresa diría: "hacer cawstillos en el aires".

7. En el día del DOMUND, además de la limosna y, por encima de la limosna, la "oración al Dueño de la mies que envíe operarios a su mies" (Mt 9,38), para que el Evangelio sea predicado a todas las criaturas, y de todas las naciones se forme y desarrolle un solo pueblo, una sola familia consagrada a su nombre.

8. Cuando me pregunto quién vendrá a ayudarme en la tribulación, y en el combate para ser mejor, escucho al salmista: "Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio?, el auxilio me viene del Señor, que es un guardián que no duerme ni reposa, y no permitirá que resbalen nuestros pies" Salmo 120.

9. Después de haber sido enseñados por la sagrada Escritura, reprendidos, corregidos y educados por ella 2 Timoteo 3,14, como Palabra de Dios viva y eficaz, que juzga los deseos e intenciones del corazón Hebreos 4,12, ofreceremos el santo Sacrificio de la muerte y resurrección de Jesús al Padre, y comeremos su cuerpo para su glorificación y nuestro provecho y de toda la santa Iglesia.

J. MARTI BALLESTER


24. COMENTARIO 1

¿PARA QUE TANTO REZAR?

¿Y qué es rezar? ¿Pedirle a Dios lo que El ya sabe? No. La oración del cristiano es, sobre todo, confesión de fe cierta y expresión de nuestro firme deseo de que se implante la justicia de Dios en este mundo. Y aceptación libre y agradecida de la vida y el amor del Padre.

¿ES NECESARIO REZAR?

Para explicarles que tenían que orar siempre y no desanimarse les pro-puso esta parábola.


Jesús, en este mismo evangelio de Lucas, deja claro que Dios conoce las necesidades de los hombres y se preocupa de que sean satisfechas: «No estéis con el alma en un hilo, buscando qué comer o qué beber. Son los paganos del mundo entero quienes ponen su afán en esas cosas, pero ya sabe vuestro Padre que tenéis necesidad de ellas». Pero entonces, si Dios sabe lo que necesitamos y asegura que nos lo va a dar, ¿para qué sirve la oración?, ¿para qué tanto rezar?

Jesús, sin embargo, insiste en que hay que rezar -y él mismo oraba a menudo (Lc 3,21; 5,16; 6,12; 9,18.28s; 11,1; 22,32; 22,39-46)- y que hay que hacerlo sin desanimarse. ¿Entonces...? Quizá lo que nos pasa es que no sabemos qué es lo que hay que pedir en la oración: a veces lo que presen-tamos ante Dios son nuestras necesidades individuales, nues-tros pequeños problemas y hasta nuestros pequeños o grandes egoísmos.


YA NO BASTA CON REZAR


Jesús dio a sus discípulos un modelo de oración, el Padre Nuestro (Lc 11,1-13), según el cual lo que hay que pedir a Dios es que se realice un proyecto de humanidad: «llegue tu reinado», pedir que baje el cielo a la tierra. Ese es el objeto de la verdadera oración cristiana. No obstante, la pregunta que hacíamos antes sigue sin res-puesta: ¿para qué pedirle a Dios que haga lo que El ya quiere hacer?

No basta con pedirle a Dios que reine sobre esta tierra: debemos comprometernos en que ese proyecto se realice: «buscar que El reine, y eso se os dará por añadidura» (Lc 12,31), y en la medida en que se vaya realizando, irán encon-trando respuesta nuestras justas aspiraciones; todo lo demás, la añadidura, será fruto de la justicia que se establezca cuando los hombres acepten que Dios reine sobre ellos, es decir, que las relaciones humanas se organicen de acuerdo con la volun-tad de Dios. La oración debe apoyarse en el compromiso: la petición «llegue tu reinado» ha obtenido ya una primera res-puesta: «buscad que yo reine».


¿VA A ENCONTRAR ESA FE?


La atención de la parábola que Jesús propone a sus discí-pulos no está centrada en el juez injusto, que, por supuesto, no es figura de Dios. Dios, al contrario que el juez, está impaciente por hacer justicia a sus elegidos: El es el primero que quiere que se sacie el hambre de los pobres y se apague la sed de justicia de los perseguidos, que recobren la libertad los oprimidos y alcancen el éxito los que trabajan por la paz. El es el primero que quiere ver a los hombres felices, y como Padre que es, desea más que nadie que los hombres sean sus hijos y vivan como hermanos. Y con El, el Hombre Jesús, su Hijo, presente en la tierra para hacer saber a la humanidad entera que a Dios le urge poner su vida a disposición de todo el que quiera aceptarla, pero que... sólo puede reinar sobre los que libremente lo aceptan como rey, sólo puede ser Padre de los que quieran vivir como hijos suyos y que, por tanto, toda su urgencia está en nuestras manos: que su proyecto se realice depende de que nosotros lo aceptemos, de que noso-tros creamos y confiemos en El.

La parábola se centra en la fe de aquella viuda, que con-fiaba firmemente en alcanzar la justicia a la que tenía derecho. Este es el sentido de la oración: no tanto recordarle a Dios lo que El ya sabe, sino confirmar nuestra fe y nuestra esperan-za de que se realice su proyecto. Y rezamos no para que Dios se acuerde de nosotros, sino para que nosotros no nos olvide-mos de que El quiere ser Padre nuestro. Rezar, pues, no es simplemente pedir.

Rezar es creer. Creer que la justicia de Dios es la verdadera justicia y la única solución definitiva a los problemas del hombre, y creer que es posible esa justicia. Rezar es confesar y confirmar nuestra fe.

Rezar es esperar. Pero no con los brazos cruzados, sino empujando con toda nuestra fuerza para que se abrevie la espera. Rezar es decirle al Padre que nos ha contagiado su urgencia.

Rezar es amar. Agradecer a Dios la vida que nos ofrece y el amor que nos muestra, decirle que aceptamos esa vida y que queremos corresponder a su amor trabajando por la felicidad de toda la humanidad. La oración es respuesta de amor y de solidaridad a un Dios solidario de los hombres.

«Pero cuando llegue el Hombre, ¿qué?, ¿va a encontrar esa fe en la tierra?»



25. COMENTARIO 2

DIOS ESCUCHA EL GRITO DE LOS OPRIMIDOS

En este pasaje, Lucas trata nuevamente del tema de la oración, subrayando la insistencia en ella a base de la analogía del juez y la viuda. Esta es figura del estamento más desamparado, describe la situa-ción límite del pueblo que exige justicia a sus dirigentes, a pesar de que éstos, representados por el juez injusto, se la hayan negado sistemáticamente. No obstante, el pueblo no ceja en la petición, referida en esta ocasión a la justicia/reivindicación, en conexión con la llegada del reinado de Dios. La insistencia vence la resis-tencia del juez injusto.

Jesús se sirve de esta analogía para invitar a los discípulos a afrontar la situación presente. Si la oración insistente de la viuda ha acorralado al juez y lo ha obligado a dictar una sentencia justa, con cuanta más razón «Dios ¿no hará justicia a sus elegidos si ellos le gritan día y noche?» (18,7). «Los elegidos» son el Israel mesiánico; hoy día, la comunidad cristiana. «Gritar día y noche» es el grito de los oprimidos por el sistema injusto, que claman por un cambio radical de las estructuras. La oración hace tomar conciencia de las propias posibilidades y de la acción liberadora de Dios en la historia. Si bien las circunstancias históricas han cambiado, la injusticia sigue estando presente en nuestra socie-dad. El cambio social es posible..., siempre que contemos con la acción del Espíritu Santo (cf. 11,13). Jesús duda de que los suyos, los Doce, sientan este deseo de justicia (18,7b). La «llegada del Hombre» (18,8) constituía para Jesús el momento de la reivindicación, la destrucción de Jerusalén (cf. 17,30). Los Doce no tendrán «esta fe», puesto que no han roto todavía radicalmen-te con la institución judía. ¿La tenemos nosotros hoy? ¿Hemos hecho esta ruptura radical con los falsos valores de la sociedad injusta, que malgasta todo en armamentos y dilapida los bienes de la creación?

 

26. COMENTARIO 3

Jesús propuso la parábola de la viuda y el juez para invitar a sus discípulos a no desanimarse en el intento de implantar el reinado de Dios en el mundo. Para ello deben ser constantes en la oración como la viuda lo fue en pedir justicia hasta ser oída. La insistencia de la viuda venció la resistencia del juez injusto que "por algún tiempo se negó, pero después se dijo: «Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara».

Como otras parábolas, ésta tiene también un final feliz, no tan feliz como la vida misma. Porque ¿cuánta gente muere sin que se le haga justicia, a pesar de haber estado de por vida suplicando al Dios del cielo? ¿Cuántos mártires esperaron en vano la intervención divina en el momento de su ajusticiamiento? ¿Cuántos pobres luchan por sobrevivir sin que nadie les haga justicia? ¿Cuántos creyentes se preguntan hasta cuándo va a durar el silencio de Dios, cuándo va a intervenir en este mundo de desorden e injusticia legalizada? ¿Cómo permite el Dios de la paz y del amor esas guerras tan sangrientas y crueles, la demencial carrera de armamentos, el derroche de recursos para la destrucción del medio ambiente, la existencia de un tercer y cuarto mundos que desfallecen de hambre, la consolidación de los desniveles de vida entre países y entre ciudadanos?

En medio de tanto sufrimiento, al creyente le resulta cada vez más difícil orar, entrar en diálogo con ese Dios a quien Jesús llama "padre" (abbá), para pedirle que su nombre sea santificado, o lo que es igual, que se proclame el nuevo nombre de Dios como Padre y que reine sobre la humanidad. Desde la noche oscura de este mundo, desde la injusticia estructural resulta cada día más duro creer en ese Dios presentado como omnipresente y omnipotente, justiciero y vengador del opresor.

O tal vez haya que cancelar para siempre esa imagen de Dios a la que dan poca base las páginas evangélicas. Porque, leyéndolas, da la impresión de que Dios no es ni omnipotente ni impasible, -o al menos no ejerce de tal-, sino débil, sufriente y padeciente; el Dios cristiano se revela más dando la vida que imponiendo por la fuerza una determinada conducta a los humanos; ese Dios marcha en la lucha reprimida y frustrada de sus pobres y no a la cabeza de los poderosos.

El cristiano, consciente de la compañía de Dios en su marcha hacia la justicia y la fraternidad, no debe desfallecer, debe insistir en la oración, debe pedirle fuerza para perseverar hasta implantar su reinado en un mundo donde dominan otros señores. Sólo la oración lo mantendrá en esperanza, una oración que debe ser constante.

Hasta tanto se implante ese reinado divino, la situación del cristiano en este mundo se parecerá a la descrita por Pablo en la segunda carta a los Corintios (4,8-10): "Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no abandonados; nos derriban, pero no nos rematan; paseamos continuamente en nuestro cuerpo el suplicio de Jesús, para que también la vida de Jesús se transparente en nuestro cuerpo; es decir, que a nosotros que tenemos la vida, continuamente nos entregan a la muerte por causa de Jesús...".

Pero no por ello podemos decir que andamos dejados de la mano de Dios, olvidados del Padre. Por la oración, el cristiano sabe que Dios está con él. Incluso la ausencia de Dios, sentida y sufrida, es ya para él un modo de presencia.

Pero eso sí, deberá insistir ante Dios sin desfallecer. Como se nos dice de Moisés en la primera lectura (Éx 17,8-13), que "mientras tenía en alto la mano -en postura orante- vencía Israel; mientras la tenía baja, vencía Amalec (el enemigo)". Por eso, para no desfallecer en la oración, tuvo que ser ayudado por Aarón y Jur y, de este modo, conseguir la victoria. Dice el libro del Éxodo que "como le pesaban las manos, sus compañeros cogieron una piedra y se la pusieron debajo, para que se sentase; mientras, Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado". De este modo Moisés no cesó de orar durante todo el día, "hasta la puesta del sol, hasta derrotar a Amalec y a su tropa".

Orando siempre, sin desfallecer, y sin olvidar el evangelio, o lo que es igual, teniendo siempre presente lo aprendido, las escrituras sagradas "que pueden dar la sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación. Utilizando la Escritura en todo momento "para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud... proclamando la palabra, insistiendo a tiempo y a destiempo, reprendiendo, reprochando, exhortando, con toda paciencia y deseo de instruir" (2 Tim 3,14-4,2). en una palabra, como dice el proverbio: "A Dios rogando y con el mazo dando".

Jesús propuso la parábola de la viuda y el juez para invitar a sus discípulos a no desanimarse en el intento de implantar el reinado de Dios en el mundo. Para ello deben ser constantes en la oración como la viuda lo fue en pedir justicia hasta ser oída. La insistencia de la viuda venció la resistencia del juez injusto que "por algún tiempo se negó, pero después se dijo: «Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara».

Como otras parábolas, ésta tiene también un final feliz, no tan feliz como la vida misma. Porque ¿cuánta gente muere sin que se le haga justicia, a pesar de haber estado de por vida suplicando al Dios del cielo? ¿Cuántos mártires esperaron en vano la intervención divina en el momento de su ajusticiamiento? ¿Cuántos pobres luchan por sobrevivir sin que nadie les haga justicia? ¿Cuántos creyentes se preguntan hasta cuándo va a durar el silencio de Dios, cuándo va a intervenir en este mundo de desorden e injusticia legalizada? ¿Cómo permite el Dios de la paz y del amor esas guerras tan sangrientas y crueles, la demencial carrera de armamentos, el derroche de recursos para la destrucción del medio ambiente, la existencia de un tercer y cuarto mundos que desfallecen de hambre, la consolidación de los desniveles de vida entre países y entre ciudadanos?

En medio de tanto sufrimiento, al creyente le resulta cada vez más difícil orar, entrar en diálogo con ese Dios a quien Jesús llama "padre" (abbá), para pedirle que su nombre sea santificado, o lo que es igual, que se proclame el nuevo nombre de Dios como Padre y que reine sobre la humanidad. Desde la noche oscura de este mundo, desde la injusticia estructural resulta cada día más duro creer en ese Dios presentado como omnipresente y omnipotente, justiciero y vengador del opresor.

O tal vez haya que cancelar para siempre esa imagen de Dios a la que dan poca base las páginas evangélicas. Porque, leyéndolas, da la impresión de que Dios no es ni omnipotente ni impasible, -o al menos no ejerce de tal-, sino débil, sufriente y padeciente; el Dios cristiano se revela más dando la vida que imponiendo por la fuerza una determinada conducta a los humanos; ese Dios marcha en la lucha reprimida y frustrada de sus pobres y no a la cabeza de los poderosos.

El cristiano, consciente de la compañía de Dios en su marcha hacia la justicia y la fraternidad, no debe desfallecer, debe insistir en la oración, debe pedirle fuerza para perseverar hasta implantar su reinado en un mundo donde dominan otros señores. Sólo la oración lo mantendrá en esperanza, una oración que debe ser constante.

Hasta tanto se implante ese reinado divino, la situación del cristiano en este mundo se parecerá a la descrita por Pablo en la segunda carta a los Corintios (4,8-10): "Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no abandonados; nos derriban, pero no nos rematan; paseamos continuamente en nuestro cuerpo el suplicio de Jesús, para que también la vida de Jesús se transparente en nuestro cuerpo; es decir, que a nosotros que tenemos la vida, continuamente nos entregan a la muerte por causa de Jesús...".

Pero no por ello podemos decir que andamos dejados de la mano de Dios, olvidados del Padre. Por la oración, el cristiano sabe que Dios está con él. Incluso la ausencia de Dios, sentida y sufrida, es ya para él un modo de presencia.

Pero eso sí, deberá insistir ante Dios sin desfallecer. Como se nos dice de Moisés en la primera lectura (Éx 17,8-13), que "mientras tenía en alto la mano -en postura orante- vencía Israel; mientras la tenía baja, vencía Amalec (el enemigo)". Por eso, para no desfallecer en la oración, tuvo que ser ayudado por Aarón y Jur y, de este modo, conseguir la victoria. Dice el libro del Éxodo que "como le pesaban las manos, sus compañeros cogieron una piedra y se la pusieron debajo, para que se sentase; mientras, Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado". De este modo Moisés no cesó de orar durante todo el día, "hasta la puesta del sol, hasta derrotar a Amalec y a su tropa".

Orando siempre, sin desfallecer, y sin olvidar el evangelio, o lo que es igual, teniendo siempre presente lo aprendido, las escrituras sagradas "que pueden dar la sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación. Utilizando la Escritura en todo momento "para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud... proclamando la palabra, insistiendo a tiempo y a destiempo, reprendiendo, reprochando, exhortando, con toda paciencia y deseo de instruir" (2 Tim 3,14-4,2). en una palabra, como dice el proverbio: "A Dios rogando y con el mazo dando".

  1. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Para que seáis hijos". Ciclo C. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991
  2. J. Rius-Camps, El Exodo del hombre libre. Catequesis sobre el evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro Córdoba.
  3. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).