31 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXIX
CICLO C
27-31
27.
Nexo entre las lecturas
"Todo es don" en el mundo de la fe. Como don no tenemos derecho a él,
sino que hemos de pedirlo humildemente en la oración. Así la viuda de la
parábola no se cansa de suplicar justicia al juez, hasta que recibe respuesta
(Evangelio). Por su parte, Moisés, acompañado de Aarón y de Jur, no cesan
durante todo el día de elevar las manos y el corazón a Yavéh para que los
israelitas salgan vencedores sobre los amalecitas (primera lectura). Mediante el
estudio y la meditación de la Escritura, "el hombre de Dios se encuentra
perfecto y preparado para toda obra buena" (segunda lectura).
Mensaje doctrinal
1. Orar para recibir. Como en la vida espiritual todo es don, nada se
puede recibir sin la oración humilde y constante a Dios. Con ella se abre la
puerta del corazón de Dios de un modo invisible, pero real y eficaz. "Sin mí no
podéis hacer nada". "Todo es posible para el que cree", para el que ora con fe.
Dios es tan bueno que, incluso sin orar, recibimos muchas cosas de Él. Lo que
ciertamente resulta infalible es que, si pedimos a Dios lo que Jesús nos enseña
a pedir y en el modo en que nos enseña, Dios nos lo concederá.
La viuda de la parábola sufre de la injusticia de los hombres; sólo el juez
puede hacerle justicia, y por eso le persigue día tras día hasta conseguirla.
Traduciendo la parábola en términos reales, Dios juzgará, con toda seguridad,
las injusticias humanas. Si elevamos a Dios nuestra súplica, Él nos escuchará y
responderá a nuestra plegaria. Si Moisés, Aarón y Jur no hubiesen rogado a Yavéh
por la victoria de Israel sobre los amalecitas, ¿la habrían obtenido? La
oración, más que la espada, consiguió la victoria. El cristiano orante ha sido
"dotado" por Dios, como Timoteo, para realizar bien sus tareas: el conocimiento
de las Escrituras, la fidelidad a la tradición recibida, el anuncio del
Evangelio.
De este modo, los textos litúrgicos de este domingo dan un valor extraordinario
a la oración, como elemento constitutivo de la ortopraxis y como fundamento del
progreso espiritual y de toda victoria en las luchas diarias de la fe. Hay que
orar para recibir, pero también para dar según el don recibido. El don de Dios
estará acompañado por la acción del hombre, basada en el don mismo. La victoria
es de Dios, pero no sin que el hombre ponga los medios para la acción divina
eficaz. Sin la espada de Josué no hubiese habido victoria, pero la sola espada,
sin la intervención de Dios, hubiese terminado en derrota. Sin el esfuerzo de
Timoteo por ser primeramente buen judío y luego buen discípulo de Pablo, Dios no
hubiese podido "dotarle" para llevar a cabo la misión de dirigente de la
comunidad de Éfeso.
Como en la persona de Jesús lo humano y lo divino se unen inseparablemente, pero
sin confundirse, de igual manera en la vida espiritual del cristiano lo divino y
lo humano convergen, manteniendo su identidad, en un único resultado. Eliminar
uno de los términos conduce a una mutilación mortal, a no ser que se interponga
una acción extraordinaria de Dios.
2. Rasgos del orante.
1) El rasgo más sobresaliente en los textos es la constancia
en el orar. Sin esa constancia ni la viuda hubiera logrado que se le
hiciera justicia, ni el pueblo de Israel que los amalecitas fueran vencidos. Una
constancia que, en nuestra mentalidad, hasta nos puede parecer inoportuna, pero
que a Dios le agrada y conmueve. Una constancia que puede ser exigente, incluso
dura, y requerir no poco esfuerzo, como en el caso de Moisés, pero que Dios
bendice.
2) El orante suplica porque tiene conciencia muy clara de su
necesidad y de su propia impotencia para responder por sí mismo a ella.
La distancia entre la poquedad del orante y la necesidad que le apremia, sólo
Dios puede colmarla. El pueblo de Israel sentía urgente necesidad de derrotar a
los amalecitas, sin lo cual no podrían llegar hasta la tierra prometida, pero a
la vez sabían que eran poca cosa para tamaña empresa. Tendrán que acudir a Yavéh
para arrancar de él la victoria anhelada.
3) El orante tiene que ser un hombre profundamente creyente.
Si no se tiene fe en lo que se pide, ¿para qué entonces sirve la oración? ¿No es
acaso hacer de la oración una pantomima? O se ora con fe o mejor dejar de una
vez por todas la oración. La disminución o el aumento de la oración es
correlativa del aumento o la disminución de la vida de fe.
Sugerencias pastorales
1. Oración y acción, reflexión y lucha. Ya san Benito enseñaba a sus
monjes: "Ora et labora". "Ni ores sin trabajar, ni trabajes sin orar". Desde
entonces está claro que no estamos hablando de dos caminos, sino de un único y
solo camino en el que se entrecruzan la oración y la acción, la reflexión y la
lucha diaria. En la iglesia se ora, pero activamente, metiendo en la oración los
trabajos y las preocupaciones del día. En la oficina, en el campo, en la
fábrica, en la casa se trabaja, pero metiendo en el trabajo a Dios, porque "Dios
está entre los pucheros", como decía acertadamente santa Teresa de Ávila. El
hombre, por tanto, no compartimenta su vida diaria o el domingo en, por un lado,
horas de trabajo y, por otro, ratos de oración. Digamos mejor que, cuando ora,
está trabajando pero de otra manera, y, cuando trabaja, está orando, pero de
diferente modo.
Así el cristiano experimenta y mantiene una grande armonía interior, dejando al
margen toda división innatural, rechazando decididamente cualquier forma de
ruptura y desarmonía. Porque hoy en día, efectivamente, hay peligro de caer en
la herejía de la acción, porque son muchas las tareas y pocos los hombres y el
tiempo para realizarlas. ¿No hay párrocos quizá tentados por esta sutil herejía,
por esta sirena que halaga sus oídos con música de una acción febril que no deja
espacio ni tiempo para Dios? Hoy con menos frecuencia, pero también pueden los
cristianos ser tentados por la herejía del quietismo, ese dejar que Dios haga
todo sumergiéndose en una piedad misticoide, pasiva e infecunda. Ni una ni otra
son posturas propias de un verdadero cristiano. Hagamos un esfuerzo por mantener
el fiel de la balanza entre la reflexión y la lucha, entre la acción y la
oración.
2. Diversos modos de orar. La Iglesia nos enseña que hay diversos modos
de orar.
1) La oración vocal. La oración para que sea
auténtica nace del corazón, pero se expresa con los labios. Por eso la más bella
oración cristiana es una oración vocal, enseñada por el mismo Jesús: el
padrenuestro. Los evangelios en diversas ocasiones narran que Jesús oraba y, en
algunas de ellas, nos ofrecen las oraciones vocales de Jesús, por ejemplo, en la
agonía de Getsemaní. La oración vocal es como una exigencia de nuestra
naturaleza humana. Somos cuerpo y espíritu, y experimentamos la necesidad de
traducir en palabras nuestros sentimientos más íntimos. La oración vocal es la
oración por excelencia de la multitud, por ser exterior y a la vez plenamente
humana. Hay en la Iglesia bellísimas oraciones vocales, que aprenden los niños
en la catequesis y que alimentan nuestra vida de fe a lo largo de toda la vida:
además del padrenuestro, el avemaría, el "gloria al Padre", el credo, la "salve
regina". Oraciones que alimentan la piedad de los cristianos desde el inicio de
la vida hasta su término natural.
2) La oración mental o meditación. El que medita
busca comprender el porqué y el cómo de la vida cristiana para adherirse a lo
que Dios quiere. Por eso, se medita sobre las Sagradas Escrituras, sobre las
imágenes sagradas, sobre los textos litúrgicos, sobre los escritos de los Padres
espirituales, etcétera. La oración cristiana se aplica sobre todo a meditar "los
misterios de Cristo" para conocerlos mejor, y sobre todo para unirse a Él.
Cuando se logra esta unión con Jesucristo, ya la oración se hace contemplativa y
el ser entero del orante se siente transformado por la experiencia espiritual y
profunda del Dios vivo. Contemplación, que no está exenta de pruebas ni de la
noche oscura de la fe.
P. Antonio Izquierdo
28. DOMINICOS 2004
La oración es elemento constitutivo de la vida
cristiana, pero no lo es cualquier forma de oración. Por más que determinadas
técnicas importadas puedan resultar de utilidad, la verdadera escuela de oración
de los cristianos no es otra que la persona de Jesús. El oró. Oró de diversas
maneras, en distintas circunstancias. Y nos instó a orar, a ser perseverantes en
la oración..
En este domingo la liturgia de la Palabra nos hace llegar su parábola del juez
inicuo y la viuda importuna, toda una lección de respeto al sufrimiento inocente
y de perseverancia en la oración.
Comentario Bíblico
La perseverancia en la oración mantiene la fe en
el mundo
Iª Lectura: Éxodo (17,8-13): la victoria no está en las armas, sino en Dios
I.1. Esta lectura puede resultar demasiado extraña para los tiempos que vivimos.
La historia, en este caso, salta por los aires en cuanto que la victoria del
pueblo en el desierto, contra las tribus beduinas de los amalequitas, depende de
un gesto casi mágico en que el caudillo Moisés levantaba su brazo bendiciendo
sus tropas para que la consigan. Sabemos que Dios no entregó la tierra prometida
a Israel de esa manera, sería absurdo. Pero las leyendas y los mitos se
fundamentan en algo extraño o extraordinario que sucede de vez en cuando. Israel
no hace simplemente historia, sino historia sagrada, y en ésta el protagonista
principal es Dios.
I.2. Nuestra visión, pues, de estos acontecimientos no debe ser fundamentalista,
como puede dar a entender el texto de la Escritura. Lo que se quiere resaltar es
que los objetivos del pueblo de la Alianza no se consiguen con la fuerza, las
armas y la guerra. Aquí sí que deberíamos escuchar la Escritura con reverencia.
A veces la victoria y la salida de lo imposible dependen de valores de confianza
en el bien y en Dios. Es verdad que se trata de un texto a purificar en lo que
se refiere a la unión entre religión y guerra; pero también es verdad que es una
tradición en la que se pone de manifiesto que si el pueblo no hubiera contado
con Dios, en su paso por el desierto, nunca habría llegado a la tierra
prometida.
IIª Lectura: IIª Timoteo (3,14-4,2): El Espíritu inspira nuestra vida
II.1. Este es un texto bien explícito que muestra una de las afirmaciones más
importantes en lo que se refiere a la Sagrada Escritura. Es un texto clásico que
siempre se ha tenido en cuenta para hablar de la "inspiración divina" de la
Biblia, de las Escrituras. Esto es verdad, tanto para los judíos como para los
cristianos. Pero volviendo sobre el fundamentalismo, esa inspiración no se
entiende como si Dios o el Espíritu hubieran “dictado” el texto. Se trata del
resultado de unas experiencias religiosas, personales o comunitarias, que se han
plasmado en la Biblia. Conviene que tengamos una idea lógica y moderna de la
inspiración, sin negar algo fundamental: la inspiración de Dios se hace en la
vida y en la historia de los hombres o de las comunidades y ellos las plasman en
su texto. Ahí es donde Dios, por el Espíritu, actúa. No en pergaminos o pellejos
muertos, aunque esos libros merecen respeto.
II.2. Esas experiencias de inspiración divina se han vivido en la historia del
pueblo de Israel y de las comunidades cristianas primitivas. El autor de la
carta a Timoteo (que según la tradición es Pablo, aunque hoy ya no hay ninguna
razón para unir inspiración y autenticidad de un texto) exhorta para que al leer
las Escrituras se vea en ellas la mano de Dios con objeto de exhortar, educar y
conducir a la salvación que nos ha manifestado Jesucristo. Esta exhortación de
la epístola de hoy es una llamada para que todos los predicadores, catequistas y
educadores cristianos tengan como base de su acción y compromiso la Sagrada
Escritura.
Evangelio: Lucas (18,1-8): Dios sí escucha a los desvalidos
III.1. El evangelio de Lucas sigue mostrando su sensibilidad con los problemas
de los pobres y los sencillos. En el Antiguo Testamento, las historias entre
jueces y viudas, especialmente en los planteamientos de los profetas, se
multiplican incesantemente. Son bien conocidos los jueces injustos y las viudas
desvalidas (Am 5,7.10-13; Is 1,23; 5,7-23; Jer 5,28; Is 1,17; Jer 22,3). El
mismo Lucas es el evangelista que más se ha permitido hablar de mujeres viudas
en su evangelio (Lc 2,36-38;4,25-26;7,11-17;20,47; 21,1-4). En lo que se refiere
a la parábola que nos propone, no hay por qué pensar que se tratara de una viuda
vieja. Eran muchas las que se quedaban solas en edad muy joven. Su futuro, pues,
lo debían resolver luchando. Si a ello añadimos que la mujer no tenía
posibilidades en aquella sociedad judía, entenderemos mejor los propósitos de
Lucas, que es el evangelista que mejor ha plasmado el papel de la mujer en la
vida de la comunidad cristiana primitiva y de la misma sociedad.
III.2. Nos podemos preguntar: ¿quién es más importante aquí, el juez o la viuda?
Por una parte la mujer que no se atemoriza e insiste para que se le haga
justicia. Pero también es verdad que este juez, a diferencia de los que se
presentan en el Antiguo Testamento, llega a convencerse que esta mujer, con su
insistencia, puede llegar a hacerle la vida muy incómoda o casi imposible. Lo
hace desde sus armas: su palabra y su constancia o perseverancia; no usa métodos
violentos, pero sí convicción de que tiene derechos a los que no puede
renunciar. Por eso al final, sin convencimiento personal, el juez decide hacerle
justicia. La comparación es más o menos como en la parábola del amigo inoportuno
de medianoche (Lc 11, 5-8): la perseverancia puede conseguir lo que parece
imposible. Pero si eso lo hacen los hombres injustos, como el juez, ¿qué no hará
Dios, el más justo de todos los seres, cuando se pide con perseverancia? Es esa
perseverancia lo que mantiene la fe en este mundo hasta que sea consumada la
historia.
III.3. Lo que busca la parábola, pues, es comparar al juez con Dios. El juez, en
este caso, no representa simbólicamente a Dios, sería absurdo. Pero es de Dios
de quien se quiere hablar como co-protagonista con la viuda. Indirectamente se
hace una crítica de los que tienen en sus manos las leyes y las ponen al amparo
de los poderosos e insaciables. De esto sabe mucho la historia. Dios, a
diferencia del juez, es más padre que otra cosa; no tiene oficio de juez, ni ha
estudiado una carrera, ni tiene unas leyes que cumplir a rajatabla. Dios es
juez, si queremos, de nombre, pero es padre y tiene corazón. De esa manera se
entiende que reaccionará de otra forma, más sensible a la actitud de confianza y
perseverancia de los que le piden, y especialmente de los que han sido
desposeídos de su dignidad, de su verdad y de su felicidad.
III.4. ¿Tiene que ver algo en este texto el tema de la plegaria, de la oración
perseverante? Todo depende del tipo de lectura que se haga y habrá variantes de
ello. La verdad es que no podemos reducir el texto y la parábola a una cuestión
reivindicativa de justicia. El final del texto es sintomático: “Dios hará
prontamente justicia a los que le piden” (v.8). Dios no dilatará el concedernos
lo que le pedimos, Dios sí tendrá el corazón abierto a ello. Es una parábola
para inculcar la “confianza” en Dios más que en los hombres y sus leyes. ¿Se
puede ir por el mundo con esa confianza en Dios? ¡Claro que sí! La respuesta
debemos ofrecerla desde nuestra experiencia personal, desde nuestra experiencia
cristiana. Y tendrá pleno sentido esta acción de Dios frente a muchas
situaciones que debemos vivir en la más íntimo, sabiendo que mientras otros nos
despojan de nuestra justicia, de nuestra dignidad y de nuestros derechos, Dios
está con nosotros. A muchos es posible que no les valga esta experiencia
personal en la que Dios “nos hace justicia”, pero en otros muchos casos será una
victoria interior y dinámica de la verdad que buscamos.
Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org
Pautas para la homilía
Es experiencia común la de la distancia que media entre lo que nuestra oración
pide y lo que obtiene. Quizás un economista pueda pensarla como una
descompensación entre el input y el output, un ingeniero como una inadecuación
de medios a fines o un teólogo como la cuestión del silencio de Dios. Lo cierto
es que una gran parte de las cosas que pedimos a Dios no llegan a suceder.
Esa es la realidad que hoy conviene mirar de frente y, más aún, considerar con
el firme compromiso de proceder sin trampa ni cartón. Digo esto último porque,
convencidos de la eficacia de la oración -“pedid y se os dará”- y movidos por la
urgencia de salvar la cara a Dios, muchas veces incurrimos en argumentos mañosos
que acaban por tratar injustamente a quienes sufren. Que si no sabemos pedir,
que si lo que pedimos no nos conviene o resulta superfluo, que si Dios escribe
derecho con líneas torcidas, que si se ha comprometido a cumplir sólo sus
promesas y no nuestros deseos, que si pretende poner a prueba nuestra paciencia,
que si su tiempo no es nuestro tiempo… He aquí un pequeño muestrario de las
consideraciones que la apologética al uso gusta de movilizar para dar razón de
la falta de resultados de nuestra oración de petición.
No pretendo que tales argumentos no sean nunca válidos o dignos de ser tomados
en cuenta. Sólo pretendo que en determinadas ocasiones no lo son.
Pues bien, entiendo que la parábola de la viuda importuna quiere poner ante
nuestros ojos precisamente tales ocasiones. Se trata de una viuda, es decir, de
una de esas personas que, junto con huérfanos y extranjeros, constituyen en la
tradición profética el símbolo de un desamparo frente al cual la exigencia de
justicia resulta imperiosa. Jesús ha puesto como protagonista de su parábola a
uno de esos pobres cuyo derecho se identifica bíblicamente con el derecho de
Dios. El inicuo es el juez, un caradura que ni teme a Dios ni le importan los
hombres (obsérvese que Jesús insiste en ese punto, como si tuviera especial
interés en disipar toda duda a ese respecto). Por el contrario, la causa de la
mujer es justa (de hecho, por más que medien las motivaciones bastardas del
juez, lo que éste se dispone a procurarle, según la parábola, es justicia).
La apologética -con ese o con otro nombre- es necesaria, pero presta un flaco
servicio a la causa de Dios si tiene lugar de espaldas al sufrimiento inocente o
si lo desprecia mediante consideraciones frívolas, huecas, improcedentes… Muchos
inocentes sufren y claman a Dios para que acuda en su auxilio. “Les hará
justicia sin tardar”, asegura Jesús, pero la espera se les hace demasiado larga.
Esa es la realidad que tenemos que encarar sin trampas ni argucias discursivas.
Si no tenemos nada evangélicamente sensato que decir, entonces lo mejor es
callar. Jesús no nos insta a encontrar explicaciones para todo y a toda costa. A
lo único que su parábola nos urge es a no cejar en la oración: ¡Ven, Señor
Jesús! ¡Venga a nosotros tu reino! ; y -de sobra sabemos- a empeñar en ello
nuestra vida.
Francisco Javier Martínez Real
jmartinezreal@dominicos.org
29. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO 2004
Comentarios Generales
Éxodo 17, 8- 13:
Se nos recuerda una victoria de Israel sobre los amalecitas. Las circunstancias
de este relato se han hecho célebres y de ellas sacan sus enseñanzas los padres,
doctores y exegetas:
- Moisés, con las manos en alto en la cima del monte orando a Dios, mientras en
la llanura combaten Josué y el Ejército de Israel, confirma cómo el Pueblo de
Dios confiaba más en el auxilio del Señor que en las armas. Muy fresca tenían en
la memoria la derrota del Faraón, obra preclara del auxilio del Señor: “Tu
diestra, Yahvé, admirable por su fuerza; tu diestra, Yahvé, aplastó al enemigo.
Soplaste con tu aliento y los cubrió el mar; hundiéronse como plomo en las
profundas aguas” (Ex 15, 6. 10). Aquella maravillosa obra de salvación era sigo
de otra mucho más maravillosa: La Salvación de todos los hombres del pecado. Y
sólo la diestra de Dios puede realizarla.
- Moisés en la cima del monte y levantando en alto su bastón, el cayado
milagroso, es signo muy expresivo Mesiánico. Isaías así interpreta este signo:
“Tremolará Dios una Bandera para todas las naciones. Le buscarán todas las
gentes. A Él vendrán” (Is 11, 2. 10). El cayado de Moisés era el poder milagroso
para la liberación de Israel. Pero esta otra Bandera que Dios levantaría lo será
de la Liberación universal y definitiva: “Oráculo de Yahvé: ´Alzase una Bandera
a la vista de todos los pueblos. Brilla la Salvación como el sol´” (Is 62, 1.
11).
-¿En qué cima, en qué mástil se erguirá esta bandera? Dejemos que Jesús mismo
nos lo desvele, aplicándose esta y otras profecías del Éxodo: “Es necesario que
el Hijo del hombre sea puesto en alto. Y todo el que crea en El tendrá vida
eterna” (Jn 3, 14). “Y Yo cuando fuere levantado de la tierra atraeré a Mí a
todos” (Jn 8, 27). Y la Liturgia canta a esta Bandera: Alto levantus stipite
amore traxit omnia. En la bandera que levantó Moisés hallamos de todo esto un
“signo”. En el A. T. sólo hay sombra y figura. Si purificamos el signo y los
iluminamos a la luz del N. T., si en la victoria que canta Israel vemos un signo
de la Victoria verdadera, podremos cantar: “¡Gracias a Dios que nos dio la
Victoria por Jesucristo Crucificado!” (1 Cor 15, 57).
2 Timoteo 3, 14-4, 2:
Con tono paternal y amistoso prosigue Pablo orientando a Timoteo. Las normas que
en la lectura de hoy le propone miran tanto a la perfección personal de Timoteo
como a su ministerio pastoral:
- Timoteo fue instruido y educado desde la infancia en las Escrituras Santas. Le
pide Pablo que mantenga cuanto en ellas ha aprendido. Las Escrituras le darán la
ciencia de la salvación. Siempre que sepa hallar en ellas a Jesucristo, que es
el fin y tema de la Escritura (15).
- A más de este provecho primariamente personal, las Escrituras le van a
proporcionar cuanto necesita para su ministerio pastoral: “Cuanto dice la
Escritura, por ser inspirado por Dios (de paso valoricemos este testimonio que
da Pablo sobre la inspiración divina de la Escritura), es también útil para
enseñar, para argüir, para corregir, para instruir en la justicia. Con ella el
hombre de Dios se hace perfecto y dispuesto para toda obra buena” (17). La
ciencia, por tanto, del hombre de Dios, del que ha sido escogido por Dios para
regir y alimentar las almas, debe ser ante todo ciencia de la Escritura. ¿Cómo
podrá predicar la Palabra de Dios si la ignora?
- A seguida, con una solemnidad desusada, intima a Timoteo: “En presencia de
Dios, de Cristo Juez, por su Advenimiento, por su Reino te conjuro...”. Pablo, a
punto de terminar su carrera, ve en el horizonte nubarrones de herejías,
audacias, desviaciones (3-4), y teme que Timoteo, por timidez o blandura, no
ejerza con la fortaleza necesaria su ministerio pastoral: “Predica la doctrina.
Aplícate a ella a tiempo y a destiempo. Arguye, reprende, exhorta con grande
paciencia y mucha doctrina” (4, 1-2). Ojalá todos los pastores de la Iglesia se
atuvieran a este programa paulino.
Lucas 18, 1-8:
La lectura del Evangelio de hoy está tomada de un contexto en el que Lucas nos
habla del tiempo o etapa de espera de la Parusía o Advenimiento glorioso de
Cristo:
- Parecerá que Cristo nos tiene olvidados. Parecerá que no presta oído a las
oraciones de los atribulados y perseguidos. En tal prueba debemos perseverar con
fe en la oración. Si el juez de la parábola, con ser injusto, acaba por atender
a la viuda impertinente, ¿cómo podrá Cristo dejar desatendida la oración de sus
elegidos?
- Dado que la etapa presente es de prueba y de fe, corremos el peligro de que al
arreciar las persecuciones y las seducciones del mundo y del pecado se enfríe la
caridad, se debilite la fe. De ahí el serio aviso de Jesús: Cuando viniere el
Hijo del hombre, ¿hallará acaso fe? (8). La oración asidua es el latido de la fe
y el vigor de la esperanza.
- Y como una enseñanza que aúne las de las lecturas de hoy podríamos recordar
aquel pensamiento de Santa Teresita: “Mis hermanos trabajan en lugar mío,
mientras yo permanezco muy cerca del trono real; y amo por los que luchan”
(Historia de un alma, 11, 17). Quienes están cerca del trono en oración
ferviente, en vela de amor, ayudan muchísimo a los que están entregados al
trabajo y servicios ministeriales. Y no olviden éstos que más que las obras
exteriores aprovechan a las almas las horas gastadas en oración y diálogo con el
Señor.
*Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros
de la Palabra", ciclo "C", Herder, Barcelona 1979.
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Dr. D. Isidro Gomá y Tomás
LA ORACIÓN: PARÁBOLA DEL MAL JUEZ Y LA VIUDA. Lc. 18, 1-8
Explicación. — Esta parábola es como una continuación del discurso anterior, y
debe referirse al mismo tiempo. Al hablar Jesús del día del Hijo del hombre
había profetizado las grandes tribulaciones que deberán pasar sus discípulos (Lc.
17, 22); ahora les da el remedio, adoctrinándoles sobre la eficacia de la
oración, si es perseverante.
Tema y parábola (1-5). — Y les decía también, a los discípulos, esta parábola,
que es menester orar siempre, y no desfallecer: esta tesis indica el fin moral
de la parábola que va a proponer. Orar siempre no significa continuamente y sin
interrupción, sino asiduamente, como decimos de un hombre estudioso que estudia
siempre; no desfallecer es no cansarse, no descorazonarse, aunque Dios difiera
darnos lo que pedimos, como lo hizo la viuda con el juez: la repulsa de éste
aumentaba el ánimo de aquella.
Diciendo: Había un juez en cierta ciudad que no temía a Dios, ni respetaba a
hombre alguno: hombre sin principios ni conciencia; muchos son los que no temen
a Dios, pocos los que no respetan a los hombres, por temor, por agradarles, por
querer aparecer buenos, etc.; quien no respeta a los hombres ha colmado la
medida de su degradación moral. Y había en la misma ciudad una viuda, que venía
a el y le decía: Hazme justicia de mi contrario: viuda, y por lo mismo débil y
sola; venía, con insistencia; y pedía, a quien tenía oficio de administrarla,
justicia de agravios, o vindicación de penas incurridas por un ciudadano que la
vejó. Y él, por mucho tiempo no quiso: no le movieron ni la debilidad, ni las
súplicas de la pobre mujer. Pero después de esto dijo entre sí, monologando,
como varias veces se halla en las parábolas de Lc. (12, 17.18; 15, 18,19; 16,
3.4): Aunque no temo a Dios, ni a hombre tengo respeto, se jacta de su
rebajamiento moral, con todo, no obstante mi indiferencia hasta por la misma
justicia, porque me es importuna esta mujer, me molesta con sus ruegos
reiterados, le haré justicia, se la administraré, porque no venga tantas veces,
que me fastidie sin fin: es frase ponderativa de la tenacidad de la viuda en sus
ruegos que obligan al juez a salir de su pasividad.
APLICAC1ON (6-8). Y dijo el Señor: Oíd lo que dice el injusto juez: no quería
administrar justicia de grado, y le vencieron, siendo hombre sin conciencia e
injusto, los ruegos importunos de una pobre mujer. ¿Pues Dios no hará justicia a
sus escogidos, que claman a Él día y noche?...
¿Dios justo no hará justicia a los justos que la imploran; misericordioso, no se
conmoverá de las miserias de los suyos?
¿Y les hará esperar, esto es, diferirá el socorrerles? Y responde a su propia
pregunta: Os digo que presto les hará justicia; no permitirá que sean mucho
tiempo afligidos: pronto, no en el sentido de que les oiga tan luego rueguen,
porque quiere que perseveren en la oración, sino porque es momentáneo todo lo de
la vida, incluso las grandes tribulaciones, en comparación con la eternidad.
Dios no es como el mal juez, que tarda en hacer justicia.
Termina Jesús con esta pregunta, que debe contestarse en sentido negativo (Mt.
24, 24; Lc. 17, 27.28): Mas cuando viniere el Hijo del hombre, el día del
juicio, ¿pensáis que hallará fe sobre la tierra, que haga perseverar a los
hombres en la oración, o esperar, en el Mesías? Verdad que desearán los justos
el día del Señor, especialmente en los últimos tiempos, pero los creyentes serán
pocos. Tendrá entonces lugar la gran apostasía de que hablan San Pedro (2 Ped.
3, 3) y San Pablo (2 Thes. 2, 3-11).
Lecciones morales. — A) v. 1. Es menester orar siempre, y no desfallecer... —
Quien te creó y redimió, dice el Crisóstomo, es quien te enseña que debes orar.
No quiere que ceses en tus plegarias: quiere que medites los beneficios mientras
los pides; quiere que recibas, mientras ruegas, los beneficios que su benignidad
quiere concederte. Ni los niega jamás a los que oran quien les instiga en su
piedad para que no cesen en los ruegos. Oye de buen grado las exhortaciones del
Señor: debes querer lo que él manda; debieras no quererlo si lo prohibiera.
Considera, finalmente, cuánta es tu dicha, de poder hablar con tu Dios en la
oración y pedirle lo que deseas; el cual, aunque no te responde con palabras, lo
hace con sus beneficios. No te desprecia cuando pides, ni se molesta a no ser
que no pidas.
B) v. 4. Y él, por mucho tiempo no quiso. Lo mismo hace Dios con nosotros, no
porque no quiera concedernos lo que pedimos, sino para que colmemos nosotros la
medida de nuestra plegaria. Ésta, si es legítima, nunca deja de ser eficaz:
sería ello una claudicación de Dios en sus promesas; una injuria que haría a su
criatura, después de haberla prometido solemnemente el socorro; una falla en la
providencia por Él mismo establecida en la administración de sus dones; un
abandono de los hijos en sus miserias; una desatención al Espíritu Santo, «que
ruega con nosotros con gemidos inenarrables» (Rom. 8, 26).
c) v. 5. Porque me es importuna esta mujer, le haré justicia... Si un juez
inicuo, que no teme a Dios, ni a los hombres, llega a doblegarse a los ruegos de
una mujer, ¿por qué no deberá hacerlo el Dios misericordioso y omnipotente? Si
concede la gracia pedida a aquella viuda, siendo así que le molestaban sus
reiterados ruegos, ¿cuánto más nos las concederá el Señor benignísimo que nos
manda se las pidamos, y que ha hecho de la oración el medio normal para
lograrlas en la economía divina de sus gracias? ¡Qué confianza, qué certeza de
ser oídos debieran estas palabras de Jesús inspirarnos!
D) v. 7. ¿Y les hará esperar? — Es decir, ¿podrá sufrir el paternal corazón de
Dios por mucho tiempo que nosotros llamemos a las puertas de su poder y
misericordia? No es Él como los falsos dioses, que tienen oídos y no oyen: es la
misma suma bondad y benignidad, en la que hallan resonancia todas nuestras
miserias, de todo orden; sólo aguarda que cumplamos con el trámite sagrado de
pedírselas, por Él ordenado.
E) v. 8. — ¿Pensáis que hallará fe sobre la tierra? — Cuando el Creador
omnipotente aparezca en forma humana, dice San Beda, serán tan raros los
elegidos, que no tanto por los clamores de los fieles como por la desidia de los
demás, deberá acelerarse la ruina de todo el mundo. Lo que aquí parece decir
Jesús en forma dubitativa, no es más que una queja y una afirmación, como cuando
decimos a un criado: ¿Acaso no soy yo tu señor?
(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, Vol. II, Ed. Acervo, 6ª ed.,
1967, p. 290-292)
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P. Carlos Lojoya
El juez y la viuda
1. Un gran error, propio de todas las espiritualidades falsas, consiste en el
identificar la oración con los momentos más fuertes de oración. “Orar” es así el
tiempo que dedicamos a Dios en la meditación, el Rosario, la Adoración, la Misa,
las Visitas al Santísimo. Pero esto no es cierto sino hasta cierto punto, porque
nuestra relación con Dios no puede restringirse a momentos aislados de nuestra
vida.
A decir verdad, la oración constituye la médula de toda nuestra vida. Como dice
la escritura: hay un momento para nacer y un momento para morir, un momento para
reír y un momento para llorar... Pero no puede decirse que haya un momento para
rezar y otro para obrar. Nuestra vida se simboliza como la síntesis indisociable
ente la actitud de Moisés y la de Josué. En la primera lectura: José luchaba y
Moisés oraba con los brazos elevados al cielo; mientras Moisés mantenía sus
brazos en alto, Josué vencía, cuando los bajaba Josué retrodecía ante el
enemigo. Toda nuestra vida es lucha y oración: la lucha sin oración es vacío y
derrota; el combate junto a la oración es victoria y triunfo. Pero atendamos
bien el ejemplo: No se reza antes pidiendo el buen el combate y luego para
agradecerlo. Se reza durante el combate.
Todo nuestro obrar está permeado por la oración como el cuerpo por el alma. Por
eso decía Teresa: “Dios está entre los pucheros”; o el dicho: a Dios rogando y
con el mazo dando
Pemán:
Mézclame de vez en cuando
con el trabajo requiebros
y jaculatorias breves
que lo perfumen de incienso;
ni el rezo estorba al trabajo,
ni el trabajo estorba al rezo;
trenzando juncos y mimbres
se puede labrar a un tiempo
para la tierra un cestillo
y un Rosario para el cielo.
2. La oración debe ser, pues, insistente, aún cuando choque con la aparente
sordera de Dios, como nos recuerda Nuestro Señor con la parábola del juez
inicuo. El juez inicuo “que no temía ni a Dios ni a los hombres”, hombre cínico
a quien nada le importa, y que no se doblega ni ante la justicia de Dios ni ante
las amenazas de los hombres, gemía, sin embargo, la insistencia de una vieja
viuda; una mujer de “armas tomar”. Jesucristo quiere hacernos ver que ante la
insistencia perseverante se doblegan hasta los cínicos y los inicuos. ¿Cuanto
más, pues aquél que de por sí está inclinado hacia el hombre? Aquél de quien
Agustín dice que “más quiere El dar que tu recibir”. ¿Y por qué no nos da,
entonces, lo que pedimos? Y el mismo Agustín responde: Porque exigiendo nuestra
perseverancia y constancia, más excita nuestro deseo, y nuestro deseo
acrecentándose abre más nuestro corazón, para así poderse entregar más
abundantemente.
¿Es perseverante nuestra oración? Treinta años pidió Mónica la conversión de
Agustín, Y sacó un San Agustín. Dos mil años pidió Israel al Mesías, y obtuvo la
Encarnación del Verbo. Dos mil años lleva la Iglesia pidiendo el retorno de
Cristo, y será esta tan espléndida que destruirá a sus enemigos con el sólo
aliento de su boca. Y nosotros, tantas veces nos desanimamos cuando después de
rezar una novena o los 30 días de san José no llega lo que pedimos. Somos
mezquinos, y no sabemos dilatar nuestro corazón.
3. Pidamos, en este día, que la virgen Madre nos reciba en la escuela de oración
en la escuela de Nazaret, donde rezaba entre los juncos, mimbres y pucheros,
haciéndose eco silencioso y fiel de la plegaria de muchos siglos de su pueblo
Israel, hasta doblar la mirada del Juez misericordiosísimo, sobre su casto seno.
Amén.
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Catena Aurea
Teófilo
Después que el señor hace mención de estas penalidades y peligros, expone su
remedio, cual es la oración asidua y premeditada; por esto añade: “Y les decía
también esta parábola”, etc.
Crisóstomo
El que te redimió, y el que quiso criarte fue quién lo dijo. No quieren que
cesen tus oraciones; quiere que medites los beneficios cuando pides, y quiere
que por la oración recibas lo que su bondad quiere concederte. Nunca niega sus
beneficios a quien los pide, y por su piedad excita a los que oran a que no se
cansen de orar: admite, pues, con gusto las exhortaciones del Señor; debes
querer lo que manda, y debes no querer lo que el mismo Señor prohibe. Considera,
finalmente, cuanta es la gracia que se te concede de tratar con Dios por la
oración y pedir todo lo que deseas, aunque el Señor calla en cuanto a la
palabra, responde con los beneficios. No desdeña lo que le pidas, no se hastía
sino cuando callas.
Beda
Debe decirse que también que ora siempre y no falta el que no deja nunca el
oficio de las horas canónicas; y todo lo demás que el justo hace o dice de
conformidad con el Señor, debe considerarse como oración.
San Agustín
El Señor presenta sus parábolas, o bien comparando, como cuando habla del
prestamista, que perdonó a los dos deudores lo que le debían y que fue más
estimado de aquel a quien perdonó más; o bien por oposición como aquello que
dice, que si el heno del campo que hoy está en pie y mañana será llevado al
horno, Dios así lo viste, ¿cuánto más cuidará de vosotros, hombres de poca fe?
Así, pues, no por semejanza, sino por oposición habla de aquel inicuo juez, de
quien se dice: “había un juez en cierta ciudad”, etc.
Teófilo
Observa en esto que el obrar mal con los hombres es señal evidente de malicia.
Muchos no temen a Dios, pero en sociedad guardan el debido respeto, y por esto
faltan menos. Pero cuando alguno obra con imprudencia, aún en cuanto a los
hombres, lleva el vicio a su colmo.
Prosigue: “ y había en la misma ciudad una viuda”.
San Agustín
Esta viuda puede ser muy bien la imagen de la Iglesia, que aparece como desolada
hasta que venga el Señor, que ahora cuida de ella misteriosamente,. Pero como
sigue diciendo: “ Y venía a él diciendo: Hazme justicia”, advierte aquí por qué
los escogidos de Dios le piden que los venguen; lo cual se dice también en el
Apocalipsis de san Juan de losa mártires, a pesar de que claramente se nos
aconseja que oremos por nuestros enemigos y nuestros perseguidores; pero debe
comprenderse que la venganza que piden los justos, es la perdición de todos los
malos. Éstos perecen de dos modos: o volviendo a la justicia, o perdiendo el
poder por medio de los tormentos. Por tanto, aunque todos los hombres se
convirtieran a Dios, el diablo quedaría para ser condenado al fin del siglo, y
se dice, no sin razón, que los justos al desear que legue este fin, desean la
venganza.
San Cirilo
Cuantas veces se nos irroguen ofensas por algunos, debemos considerar que es
glorioso para nosotros el olvido de estos males; y cuantas veces pequen,
ofendiendo a la gloria de Dios aquellos que hacen la guerra contra los ministros
del dogma divino. Acudimos a Dios pidiéndole auxilio, y clamando contra los que
ofenden su gloria.
San Agustín
La perseverancia del que ruega debe durar hasta tanto que se consiga lo que se
pida en presencia del injusto juez. Por esto sigue: “ pero después de esto dijo
entre sí: aunque ni temo a Dios ni a hombre tengo respeto”. Por tanto deben
estar bien seguros los que ruegan a Dios con perseverancia, porque Él es la
fuente de justicia y de la misericordia. Dice también el Señor: “ Oid lo que
dice el injusto juez”
Teófilo
Como diciendo: la constancia ablanda al juez capaz de todo crimen, ¿ con cuánta
más razón debemos postrarnos y rogar al Padre de la Misericordia, que es Dios?.
Por esto sigue: “Os digo que presto los vengará”. Algunos pretendieron dar a
esta parábola un sentido más sutil: dicen que la viuda representa a toda alma
que se separa de su primer marido, a saber el diablo, y que por esto, como aquel
es su enemigo, se presenta a Dios, que es el juez de la justicia, quien ni teme
a Dios, porque Él mismo únicamente es Dios, ni teme al hombre; ante Dios no hay
acepción de personas. El señor se compadece de esta viuda, esto es del alma que
le ruega, en contra del diablo, y la defiende contra el diablo.
Después que el Señor dijo que debía orarse mucho al fin de los tiempos, por los
peligros de entonces, añade: “ Pero el Hijo del hombre cuando venga, ¿ pensáis
que hallará fe en la tierra?”
San Agustín
El Señor dice esto refiriéndose a la fe perfecta, porque esta fe apenas se
encuentra en la tierra: llena está de fieles la Iglesia de Dios. ¿ Quién vendría
si ni hubiera fe? y ¿quién no trasladaría los montes si la fe fuera perfecta?
Beda
Sin embargo, cuando aparezca el Omnipotente Criador bajo la forma del Hijo del
hombre, serán pocos los escogidos que no tanto por los ruegos de los fieles,
como por la indiferencia de los malos, habría de acelerarse la ruina del mundo.
Lo que el Señor dice aquí como dudando, no lo dice porque duda, sino porque
reprende. Nosotros también algunas veces ponemos palabras de duda para reprender
a otros, aún cuando tratemos de cosas que tenemos por ciertas, como cuando se
dice a un siervo: Pienso, si acaso no soy tu amo
San Agustín
Esto lo añade el Señor para dar a conocer que si la fe falta, la oración es
inútil: luego cuando oremos, creamos, y oremos para que no falte la fe. La fe
produce la oración y la oración produce a su vez la firmeza de la fe.
Santo Tomás de Aquino, Catena Aurea IV, Ed. Cursos de Cultura Católica, Bs. As.,
1946, pp. 414-416
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El Pastor de Hermas
Todo ruego ha menester la humildad. Ayuna, pues, y alcanzarás del Señor lo que
pides
Hermas, basta ya de hacer oración cerca de tus pecados, pide también la justicia
a fin de que recibas alguna parte de ella para tu familia.
Todo el que es siervo de Dios y tiene al Señor en su corazón, le pide
inteligencia y la recibe, y así por sí mismo resuelve toda comparación y le
resultan calaras las palabras del Señor dichas en parábola. Los que son tardos y
perezosos para la oración vacilan en pedir al Señor. Sin embargo, es sobremanera
misericordioso y da a todos los que sin interrupción le piden.
(Padres Apostólicos. Textos de espiritualidad. Ed. Lumen, Bs. As. 1983, p. 138)
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San Agustín
La lectura del Santo Evangelio nos impulsa a orar y a creer, y a no apoyarnos en
nosotros mismos, sino a creer en el Señor. ¿ Qué mejor exhortación a la oración
que el que se nos halla propuesto esta parábola sobre el juez inicuo?... Si,
pues, escuchó quién no soportaba el que se le suplicara¿ de qué manera escuchará
quién nos exhorta a que oremos?...
Si la fe flaquea, la oración perece. ¿Quién hay que ore sino cree? Por esto el
bienaventurado apóstol, exhortando a orar, decía “ cualquiera que invoque el
Nombre del Señor será salvo”. Y para mostrar que la fe es la fuente de oración y
que no puede fluir el río cuando se seca el manantial de agua, añade: “ ¿Y cómo
van a invocar a Aquel de quien no oyeron?”( Rom. 10,13-14). Creamos, pues para
poder orar. Y para que no decaiga la fe, mediante la cual oramos, oremos. De la
fe fluye la oración, y la oración que fluye suplica firmeza para la misma fe.
(Extracto del Sermón115,1 Manuel Garrido Bonaño, o.s.b. Año Litúrgico
Patrístico. Ed. Fundación Gratis Date, Pamplona, 2002, p. 29).
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Juan Pablo II
SANTA MISA DE BEATIFICACIÓN
DEL MATRIMONIO LUIS Y MARÍA BELTRAME QUATTROCCHI
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Domingo 21 de octubre de 2001
1. "Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?" (Lc 18,
8).
La pregunta, con la que Jesús concluye la parábola sobre la necesidad de orar
"siempre sin desanimarse" (Lc 18, 1), sacude nuestra alma. Es una pregunta a la
que no sigue una respuesta; en efecto, quiere interpelar a cada persona, a cada
comunidad eclesial y a cada generación humana. La respuesta debe darla cada uno
de nosotros. Cristo quiere recordarnos que la existencia del hombre está
orientada al encuentro con Dios; pero, precisamente desde esta perspectiva, se
pregunta si a su vuelta encontrará almas dispuestas a esperarlo, para entrar con
él en la casa del Padre. Por eso dice a todos: “Velad, pues, porque no sabéis ni
el día ni la hora" (Mt 25, 13).
Queridos hermanos y hermanas, amadísimas familias, hoy nos hemos dado cita para
la beatificación de dos esposos: Luis y María Beltrame Quattrocchi. Con este
solemne acto eclesial queremos poner de relieve un ejemplo de respuesta
afirmativa a la pregunta de Cristo. La respuesta la dan dos esposos, que
vivieron en Roma en la primera mitad del siglo XX, un siglo durante el cual la
fe en Cristo fue sometida a dura a prueba. También en aquellos años difíciles
los esposos Luis y María mantuvieron encendida la lámpara de la fe -lumen
Christi- y la transmitieron a sus cuatro hijos, tres de los cuales están
presentes hoy en esta basílica. Queridos hermanos, vuestra madre escribió estas
palabras sobre vosotros: “Los educábamos en la fe, para que conocieran a Dios y
lo amaran" (L'ordito e la trama, p. 9). Pero vuestros padres también
transmitieron esa llama viva a sus amigos, a sus conocidos y a sus compañeros. Y
ahora, desde el cielo, la donan a toda la Iglesia. (…).
2. No podía haber ocasión más feliz y más significativa que esta para celebrar
el vigésimo aniversario de la exhortación apostólica "Familiaris consortio".
Este documento, que sigue siendo de gran actualidad, además de ilustrar el valor
del matrimonio y las tareas de la familia, impulsa a un compromiso particular en
el camino de santidad al que los esposos están llamados en virtud de la gracia
sacramental, que "no se agota en la celebración del sacramento del matrimonio,
sino que acompaña a los cónyuges a lo largo de toda su existencia" (Familiaris
consortio, 56). La belleza de este camino resplandece en el testimonio de los
beatos Luis y María, expresión ejemplar del pueblo italiano, que tanto debe al
matrimonio y a la familia fundada en él.
Estos esposos vivieron, a la luz del Evangelio y con gran intensidad humana, el
amor conyugal y el servicio a la vida. Cumplieron con plena responsabilidad la
tarea de colaborar con Dios en la procreación, entregándose generosamente a sus
hijos para educarlos, guiarlos y orientarlos al descubrimiento de su designio de
amor. En este terreno espiritual tan fértil surgieron vocaciones al sacerdocio y
a la vida consagrada, que demuestran cómo el matrimonio y la virginidad, a
partir de sus raíces comunes en el amor esponsal del Señor, están íntimamente
unidos y se iluminan recíprocamente.
Los beatos esposos, inspirándose en la palabra de Dios y en el testimonio de los
santos, vivieron una vida ordinaria de modo extraordinario. En medio de las
alegrías y las preocupaciones de una familia normal, supieron llevar una
existencia extraordinariamente rica en espiritualidad. En el centro, la
Eucaristía diaria, a la que se añadían la devoción filial a la Virgen María,
invocada con el rosario que rezaban todos los días por la tarde, y la referencia
a sabios consejeros espirituales. Así supieron acompañar a sus hijos en el
discernimiento vocacional, entrenándolos para valorarlo todo "de tejas para
arriba", como simpáticamente solían decir.
3. La riqueza de fe y amor de los esposos Luis y María Beltrame Quattrocchi es
una demostración viva de lo que el concilio Vaticano II afirmó acerca de la
llamada de todos los fieles a la santidad, especificando que los cónyuges
persiguen este objetivo "propriam viam sequentes", "siguiendo su propio camino"
(Lumen gentium, 41). Esta precisa indicación del Concilio se realiza plenamente
hoy con la primera beatificación de una pareja de esposos: practicaron la
fidelidad al Evangelio y el heroísmo de las virtudes a partir de su vivencia
como esposos y padres.
En su vida, como en la de tantos otros matrimonios que cumplen cada día sus
obligaciones de padres, se puede contemplar la manifestación sacramental del
amor de Cristo a la Iglesia. En efecto, los esposos, "cumpliendo en virtud de
este sacramento especial su deber matrimonial y familiar, imbuidos del espíritu
de Cristo, con el que toda su vida está impregnada por la fe, la esperanza y la
caridad, se acercan cada vez más a su propia perfección y a su santificación
mutua y, por tanto, a la glorificación de Dios en común" (Gaudium et spes, 48).
Queridas familias, hoy tenemos una singular confirmación de que el camino de
santidad recorrido juntos, como matrimonio, es posible, hermoso y
extraordinariamente fecundo, y es fundamental para el bien de la familia, de la
Iglesia y de la sociedad.
Esto impulsa a invocar al Señor, para que sean cada vez más numerosos los
matrimonios capaces de reflejar, con la santidad de su vida, el "misterio
grande" del amor conyugal, que tiene su origen en la creación y se realiza en la
unión de Cristo con la Iglesia (cf. Ef 5, 22-33).
4. Queridos esposos, como todo camino de santificación, también el vuestro es
difícil. Cada día afrontáis dificultades y pruebas para ser fieles a vuestra
vocación, para cultivar la armonía conyugal y familiar, para cumplir vuestra
misión de padres y para participar en la vida social.
Buscad en la palabra de Dios la respuesta a los numerosos interrogantes que la
vida diaria os plantea. San Pablo, en la segunda lectura, nos ha recordado que
"toda Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender,
para corregir y para educar en la virtud" (2 Tm 3, 16). Sostenidos por la fuerza
de estas palabras, juntos podréis insistir con vuestros hijos "a tiempo y a
destiempo", reprendiéndolos y exhortándolos "con toda comprensión y pedagogía"
(2 Tm 4, 2).
La vida matrimonial y familiar puede atravesar también momentos de desconcierto.
Sabemos cuántas familias sienten en estos casos la tentación del desaliento.
Pienso, en particular, en los que viven el drama de la separación; pienso en los
que deben afrontar la enfermedad y en los que sufren la muerte prematura del
cónyuge o de un hijo. También en estas situaciones se puede dar un gran
testimonio de fidelidad en el amor, que llega a ser más significativo aún
gracias a la purificación en el crisol del dolor.
5. Encomiendo a todas las familias probadas a la providente mano de Dios y a la
protección amorosa de María, modelo sublime de esposa y madre, que conoció bien
el sufrimiento y la dificultad de seguir a Cristo hasta el pie de la cruz.
Amadísimos esposos, que jamás os venza el desaliento: la gracia del sacramento
os sostiene y ayuda a elevar continuamente los brazos al cielo, como Moisés, de
quien ha hablado la primera lectura (cf. Ex 17, 11-12). La Iglesia os acompaña y
ayuda con su oración, sobre todo en los momentos de dificultad.
Al mismo tiempo, pido a todas las familias que a su vez sostengan los brazos de
la Iglesia, para que no falte jamás a su misión de interceder, consolar, guiar y
alentar. Queridas familias, os agradezco el apoyo que me dais también a mí en mi
servicio a la Iglesia y a la humanidad. Cada día ruego al Señor para que ayude a
las numerosas familias heridas por la miseria y la injusticia, y acreciente la
civilización del amor.
6. Queridos hermanos, la Iglesia confía en vosotros para afrontar los desafíos
que se le plantean en este nuevo milenio. Entre los caminos de su misión, "la
familia es el primero y el más importante" (Carta a las familias, 2); la Iglesia
cuenta con ella, llamándola a ser "un verdadero sujeto de evangelización y de
apostolado" (ib., 16).
Estoy seguro de que estaréis a la altura de la tarea que os aguarda, en todo
lugar y en toda circunstancia. Queridos esposos, os animo a desempeñar
plenamente vuestro papel y vuestras responsabilidades. Renovad en vosotros
mismos el impulso misionero, haciendo de vuestros hogares lugares privilegiados
para el anuncio y la acogida del Evangelio, en un clima de oración y en la
práctica concreta de la solidaridad cristiana.
Que el Espíritu Santo, que colmó el corazón de María para que, en la plenitud de
los tiempos, concibiera al Verbo de la vida y lo acogiera juntamente con su
esposo José, os sostenga y fortalezca. Que colme vuestro corazón de alegría y
paz, para que alabéis cada día al Padre celestial, de quien viene toda gracia y
bendición.
Amén.
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Catecismo de la Iglesia Católica
Constancia en la oración
1867 La tradición catequética recuerda también que existen "pecados que claman
al cielo". Claman al cielo: la sangre de Abel; el pecado de los sodomitas; el
clamor del pueblo oprimido en Egipto; el lamento del extranjero, de la viuda y
el huérfano; la injusticia para con el asalariado.
2613 San Lucas nos ha transmitido tres parábolas principales sobre la oración:
La primera, "el amigo importuno", invita a una oración insistente: "Llamad y se
os abrirá". Al que ora así, el Padre del cielo "le dará todo lo que necesite", y
sobre todo el Espíritu Santo que contiene todos los dones.
La segunda, "la viuda importuna", está centrada en una de las cualidades de la
oración: es necesario orar siempre, sin cansarse, con la paciencia de la fe.
"Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?"
La tercera parábola, "el fariseo y el publicano", se refiere a la humildad del
corazón que ora. "Oh Dios, ten compasión de mí que soy pecador". La Iglesia no
cesa de hacer suya esta oración: "¡Kyrie eleison!".
1808 La fortaleza es la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza
y la constancia en la búsqueda del bien. Reafirma la resolución de resistir a
las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida moral. La virtud de la
fortaleza hace capaz de vencer el temor, incluso a la muerte, y de hacer frente
a las pruebas y a las persecuciones. Capacita para ir hasta la renuncia y el
sacrificio de la propia vida por defender una causa justa. "Mi fuerza y mi
cántico es el Señor" (Sal 118,14). "En el mundo tendréis tribulación. Pero
¡ánimo!: Yo he vencido al mundo" (Jn 16,33).
1837 La fortaleza asegura, en las dificultades, la firmeza y la constancia en la
práctica del bien.
2733 Otra tentación a la que abre la puerta la presunción es la acedía. Los
Padres espirituales entienden por ella una forma de aspereza o de desabrimiento
debidos a la pereza, al relajamiento de la ascesis, al descuido de la
vigilancia, a la negligencia del corazón. "El espíritu está pronto pero la carne
es débil" (Mt 26,41). El desaliento, doloroso, es el reverso de la presunción.
Quien es humilde no se extraña de su miseria; ésta le lleva a una mayor
confianza, a mantenerse firme en la constancia.
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EJEMPLOS PREDICABLES
Francisca de Chantal no sabía rechazar a ningún pobre. Algunos pordioseros se
aprovechaban de ello: iban a pedir y después, dando la vuelta al castillo, se
presentaban de nuevo.
Se llamó la atención a la castellana sobre esta treta, mas ella contestó:
“También yo estoy pordioseando continuamente ante el trono del Señor, y no me
gustaría que Dios rechazase mi súplica a la segunda o tercera vez. Si Dios
soporta con paciencia mi insistencia, yo también puedo soportar la de los
mendigos”.
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En el lecho de la agonía hacía su primera comunión un gran convertido, y con él
comulgaban también por primera vez su esposa y sus tres hijos.
Terminado el acto, los cinco convertidos, llorando de amor, entonaron un himno
de acción de gracias al Sagrado Corazón. Concluido éste, se acercó al enfermo
una anciana que sollozaba: “Patrón -le dijo- ¿permite usted en esta hora del
cielo que su cocinera le abrace?”
Y cuando el señor le tendía los brazos, conmovida ella, siempre llorando de
alegría, agregó: Hace veinticinco años que le sirvo, señor. Hace veinticinco
años que sufro, que oro, que comulgo a diario, como apóstol del Sagrado Corazón,
pidiéndole una sola gracia, una sola: la de no morir antes de haber visto al
Señor triunfante en esta casa... Ahora sí que puedo ya morir... ¡mi misión de
apóstol ha concluido!
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Caminaba un mendigo por las estrechas calles del pueblo, arrastrando la mugre de
sus harapos repugnantes. Caminaba con la cabeza baja, como un vencido, cansados
sus pies por los guijarros puntiagudos que le herían. Llegó a una puerta y
llamó. Salió un hombre rico.
Una limosna -le pidió- por amor de Dios. Y no se atrevía a levantar la voz ni
los ojos: el rico le despidió fríamente, mas el mendigo repitió con dulzura: Una
limosna por amor de Dios.
El corazón del rico se fue inclinando a la misericordia. El mendigo insistía en
sus peticiones, mostrando sus llagas. Al fin, el rico se conmovió y le socorrió
sonriendo. El mendigo besóle la mano con gratitud y se fue.
Decía Gerson que cuarenta años llevaba haciendo así su oración.
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Un misionero que visitaba a los salvajes convertidos y dispersos en un inmenso
paraje, no conociendo los caminos, se perdió. Llegó la noche y temía el
encuentro con alguna fiera, cuando divisó a lo lejos una choza. Entonces espoleó
el caballo y se dirigió a ella.
Allá encontró alojamiento, pero, por no llevar la sotana de sacerdote, fue
tomado por un viandante cualquiera. Sin embargo, el dueño de la casa le trató
como a un amigo y le confió que tenía a su mujer moribunda.
El misionero hizo al momento que la llevaran hasta ella y le preguntó:
-¿Es usted católica?
-Sí- respondió la mujer con un hilo de voz- y es católica toda mi familia.
-Pues bien, ¿se alegraría de haber encontrado a un sacerdote católica antes de
morir?
-Mucho; hace diecisiete años que pido a Dios y a la Virgen que me envíe a un
sacerdote católico en el momento de mi muerte.
El padre le dijo entonces al momento:
-Alégrese, que el Señor ha escuchado su oración: yo soy un sacerdote católico y
la providencia ha hecho que equivocara el camino para traerme aquí, junto a
usted.
Al oír esto, la moribunda se estremeció de gozo e hizo enseguida la confesión. A
la mañana siguiente el misionero celebraba la santa misa sobre el ara que
llevaba consigo, y pudo dar la comunión a la enferma y a toda aquella familia.
Poco después, la mujer, resignada y contenta, entregaba su alma a Dios.
30. servicio bíblico latinoamericano 2004
Jesús propuso esta parábola para invitar a sus discípulos a no desanimarse en su intento de implantar el reinado de Dios en el mundo. Para ello deberían ser constantes en la oración, como la viuda lo fue en pedir justicia hasta ser oída por aquél juez que hacía oídos sordos a su súplica. Su constancia, rayana en la pesadez, llevó al juez a hacer justicia a la viuda, liberándose de este modo de ser importunado por ella.
Esta parábola del evangelio tiene un final feliz, como tantas otras, aunque así no suele suceder siempre en la vida. Porque ¿cuánta gente muere sin que se le haga justicia, a pesar de haber estado de por vida suplicando al Dios del cielo? ¿Cuántos mártires esperaron en vano la intervención divina en el momento de su ajusticiamiento? ¿Cuántos pobres luchan por sobrevivir sin que nadie les haga justicia? ¿Cuántos creyentes se preguntan hasta cuándo va a durar el silencio de Dios, cuándo va a intervenir en este mundo de desorden e injusticia legalizada? ¿Cómo permite el Dios de la paz y el amor esas guerras tan sangrientas y crueles, la demencial carrera de armamentos, el derroche de recursos para la destrucción del medio ambiente, la existencia de un tercer mundo que desfallece de hambre, la consolidación de los desniveles de vida entre países y ciudadanos?
En medio de tanto sufrimiento, al creyente le resulta cada vez más difícil orar, entrar en diálogo con ese Dios a quien Jesús llama “padre”, para pedirle que “venga a nosotros tu reinado”. Desde la noche oscura de ese mundo, desde la injusticia estructural, resulta cada día más duro creer en ese Dios presentado como omnipresente y omnipotente, justiciero y vengador del opresor.
O tal vez haya que cancelar para siempre esa imagen de Dios a la que dan poca base las páginas evangélicas. Porque, leyéndolas, da la impresión de que Dios no es ni omnipotente ni impasible –al menos no ejerce-, sino débil, sufriente, “padeciente”; el Dios cristiano se revela más dando la vida que imponiendo una determinada conducta a los humanos; marcha en la lucha reprimida y frustrada de sus pobres, y no a la cabeza de los poderosos.
El cristiano, consciente de la compañía de Dios en su camino hacia la justicia y la fraternidad, no debe desfallecer, sino insistir en la oración, pidiendo fuerza para perseverar hasta implantar su reinado en un mundo donde dominan otros señores. Sólo la oración lo mantendrá en esperanza.
Hasta tanto se implante ese reinado divino, la situación del cristiano en este mundo se parecerá a la descrita por Pablo en la carta a los Corintios: “Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no abandonados; nos derriban, pero no nos rematan; pasamos continuamente en nuestro cuerpo el suplicio de Jesús, para que también la vida de Jesús se transparente en nuestro cuerpo; es decir, que a nosotros, que tenemos la vida, continuamente nos entregan a la muerte por causa de Jesús…” (2 Cor 4,8-10).
No andamos dejados de la mano de Dios. Por la oración sabemos que Dios está con nosotros. Y esto nos debe bastar para seguir insistiendo sin desfallecer. Lo importante es la constancia, la tenacidad. Moisés tuvo esa experiencia. Mientras oraba, con las manos elevadas en lo alto del monte, Josué ganaba en la batalla; cuando las bajaba, esto es, cuando dejaba de orar, los amalecitas, sus adversarios, vencían. Los compañeros de Moisés, conscientes de la eficacia de la oración, le ayudaron a no desfallecer, sosteniéndole los brazos para que no dejase de orar. Y así estuvo –con los brazos alzados, esto es, orando insistentemente-, hasta que Josué venció a los amalecitas. De modo ingenuo se resalta en este texto la importancia de permanecer en oración, de insistir ante Dios.
En la segunda lectura Pablo también recomienda a
Timoteo ser constante, permaneciendo en lo aprendido en las Sagradas Escrituras,
de donde se obtiene la verdadera sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús,
conduce a la salvación. El encuentro del cristiano con Dios debe realizarse a
través de la Escritura, útil para enseñar, reprender, corregir y educar en la
virtud. De este modo estaremos equipados para realizar toda obra buena. El
cristiano debe proclamar esta palabra, insistiendo a tiempo y a destiempo,
reprendiendo y reprochando a quien no la tenga en cuenta, exhortando a todos,
con paciencia y con la finalidad de instruir en el verdadero camino que se nos
muestra en ella.
Para la revisión de vida
Como la viuda del evangelio, ¿soy una persona perseverante, convencida, que sabe
lo que quiere y no vacila, que quiere lo que debe querer y en ello se realiza?
"A Dios rogando y con el mazo dando": ¿es lo que
hago yo?
Para la reunión de grupo
- Hacer una reunión de estudio en torno al tema de la oración de petición.
Comenzar con nuestras propias experiencias. Seguir con una iluminación teológica
que puede preparar alguien. Continuar con un diálogo o debate. Extraer algunas
conclusiones.
- - La viuda también representa a las personas
sencillas del pueblo que, a pesar de su pequeñez e indefensión, encuentran
fuerza en su fe para defender sus derechos, los derechos de los pobres, que son
derechos de Dios ¿Cómo se podría leer la parábola en este sentido, en un tiempo
como el que vivimos de "globalización" y de "globalización del derecho"?
Para la oración de los fieles
- -Por todos los cristianos, para que creamos siempre en el valor de la oración,
sin tener que identificarla con un recurso mágico o un remedio fácil para
nuestros problemas, roguemos al Señor.
- -Por todos los que claman a Dios desde situaciones insoportables de marginación a las que el sistema económico actual los ha lanzado en las últimas décadas, para que comprendan que Dios quiere tanto su oración como su compromiso organizativo, social y político ("a Dios rogando y con el mazo dando")...
- -Por todos los cristianos que participan en la administración de la "cosa pública", para que den ejemplo de celo por el bien común, frente a la ola de corrupción, falta de ética y el individualismo que invade nuestra sociedad...
- -Por los cristianos que participan en la administración de la justicia, para que comprendan que antes que cualquier otra cosa, lo que Dios espera de ellos es un testimonio cabal de integridad y honradez...
- -Para que la sociedad acierte a superar esta
situación de desencanto y pesimismo, de individualismo y pasividad, de "fin de
la historia" y ausencia de utopías... y para que los cristianos hagamos gala de
la fuerza inquebrantable que la fe tiene para hacernos sostener nuestros brazos
en alto...
Oración comunitaria
Oh Dios, Padre de misiericordia, que miras con entrañas de Madre el sufrimiento de tus hijos e hijas: confiamos a tu corazón la esperanza y la resistencia de todos nuestros hermanos y hermanas que reclaman insistentemente una justicia que no saben de dónde les llegará, y te pedimos nos des un corazón como el tuyo, para que armados de fe y de coraje, resistamos la tentación de la desesperanza y permanezcamos firmes junto a Ti en tu proyecto de crear un Mundo Nuevo, más digno de Ti y de nosotros tus criaturas. Por nuestro Señor Jesucristo...
31. AGUSTINOS 2004
HOMILÍAS: "La perseverancia en la oración"
Las lecturas de la misa de hoy están referidas a la necesidad que tenemos de ser
perseverantes en la oración. Nos hablan de la fuerza que tiene la oración
constante e insistente.
En el evangelio, el Señor pone como ejemplo una situación humana y hace la
comparación: si una persona es capaz de ceder ante la insistencia de quien pide
algo, aunque sea por una cuestión de saturación y de cansancio, que no hará Dios
que además es bueno y nos ama.
Sin embargo, vamos a detener nuestra reflexión en una expresión que Jesús dice
al final de su enseñanza: Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos se hará
justicia”. Es decir que, ante la insistencia del hombre, Dios va a responder con
justicia.
Algunas veces nos pasa que nos desilusionamos porque decimos que Dios desoye
nuestra oración. Y esto no es así. En numerosas oportunidades pedimos cosas que
no nos convienen, o manifestamos deseos que son contrarios al amor. Y Dios
siempre actúa con justicia y de acuerdo con su voluntad.
Debemos orar sin desanimarnos y con constancia, y nunca dejar de tener presente
que es necesario mirar las cosas desde la óptica de Dios. Si Dios, que es un
buen Padre, no nos hace caso, será que no estamos enfocando las cosas como
corresponde.
Dios nos ama, nos escucha y quiere nuestro bien. Hace falta que sintonicemos
adecuadamente con El, para encontrar el sentido de nuestra vida.
En la primera lectura de la misa, en el libro del Éxodo vemos a Moisés orando
con los brazos levantados con tal constancia que Aarón y Jur le sostenían los
brazos levantados uno a cada lado
No debemos cansarnos de orar. Y si alguna vez comenzamos a sufrir el desaliento
o el cansancio, tenemos que pedir a quienes nos rodean que nos ayuden a seguir
rezando, sabiendo que ya en ese momento el Señor nos está concediendo otras
muchas gracias, quizás más necesarias que lo que estamos pidiendo. San Alfonso
María de Ligorio dice que El Señor quiere concedernos las gracias, pero quiere
que se las pidamos. Un día Jesús les reprochó a sus discípulos : “Hasta ahora no
han pedido cosa alguna en mi nombre. Pidan y recibirán”
La idea central de la parábola del Evangelio nos muestra a dos personajes entre
los que existe un fuerte contraste. Por un lado está el juez que ni tenía temor
de Dios ni respeto por hombre alguno: le faltan las dos notas esenciales para
vivir la virtud de la justicia. A este juez malo, le contrapone el Señor una
viuda, que es símbolo de una persona indefensa y desamparada. Y a la insistencia
y perseverancia de la viuda, que acude con frecuencia al juez para plantearle su
petición, se opone la resistencia de éste. Y el final inesperado sucede después
de un continuo ir y venir de la viuda y de las contínuas negativas del juez.
Termina por ceder el juez, y la parte más debil obtiene lo que deseaba. Y la
causa de esta victoria no es que la viuda haya conseguido cambiar el corazón del
hombre. La única arma que que ha conseguido la victoria es la petición
insistente, la tozudez de la mujer, la constancia que vence la oposición más
tenaz.
Y el Señor termina el relato del pasaje con un fuerte giro:¿Acaso Dios no hará
justicia a sus elegidos, si claman a él día y noche, mientras él deja que
esperen? Nos hace ver que el centro de la parábola no lo ocupa el juez malvado,
sino Dios, lleno de misericordia, paciente y que cuida de sus hijos.
Analicemos hoy si nuestra oración es perseverante, confiada. Si es insistente y
la hacemos sin cansarnos ni abandonarla. Perseverar en la oración es el punto de
partida para alcanzar la paz, nuestra alegría y nuestra serenidad. En la
confianza de que nada puede contra una oración perseverante, le vamos a pedir
hoy al Señor, que con la intercesión de María nos conceda la gracia de
alcanzarla.
RECURSOS PARA LA HOMILÍA
Nexo entre las lecturas
"Todo es don" en el mundo de la fe. Como don no tenemos derecho a él, sino que
hemos de pedirlo humildemente en la oración. Así la viuda de la parábola no se
cansa de suplicar justicia al juez, hasta que recibe respuesta (Evangelio). Por
su parte, Moisés, acompañado de Aarón y de Jur, no cesan durante todo el día de
elevar las manos y el corazón a Yavéh para que los israelitas salgan vencedores
sobre los amalecitas (primera lectura). Mediante el estudio y la meditación de
la Escritura, "el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda
obra buena" (segunda lectura).
Mensaje doctrinal
1. Orar para recibir. Como en la vida espiritual todo es don, nada se puede
recibir sin la oración humilde y constante a Dios. Con ella se abre la puerta
del corazón de Dios de un modo invisible, pero real y eficaz. "Sin mí no podéis
hacer nada". "Todo es posible para el que cree", para el que ora con fe. Dios es
tan bueno que, incluso sin orar, recibimos muchas cosas de Él. Lo que
ciertamente resulta infalible es que, si pedimos a Dios lo que Jesús nos enseña
a pedir y en el modo en que nos enseña, Dios nos lo concederá.
La viuda de la parábola sufre de la injusticia de los hombres; sólo el juez
puede hacerle justicia, y por eso le persigue día tras día hasta conseguirla.
Traduciendo la parábola en términos reales, Dios juzgará, con toda seguridad,
las injusticias humanas. Si elevamos a Dios nuestra súplica, Él nos escuchará y
responderá a nuestra plegaria. Si Moisés, Aarón y Jur no hubiesen rogado a Yavéh
por la victoria de Israel sobre los amalecitas, ¿la habrían obtenido? La
oración, más que la espada, consiguió la victoria. El cristiano orante ha sido
"dotado" por Dios, como Timoteo, para realizar bien sus tareas: el conocimiento
de las Escrituras, la fidelidad a la tradición recibida, el anuncio del
Evangelio.
De este modo, los textos litúrgicos de este domingo dan un valor extraordinario
a la oración, como elemento constitutivo de la ortopraxis y como fundamento del
progreso espiritual y de toda victoria en las luchas diarias de la fe. Hay que
orar para recibir, pero también para dar según el don recibido. El don de Dios
estará acompañado por la acción del hombre, basada en el don mismo. La victoria
es de Dios, pero no sin que el hombre ponga los medios para la acción divina
eficaz. Sin la espada de Josué no hubiese habido victoria, pero la sola espada,
sin la intervención de Dios, hubiese terminado en derrota. Sin el esfuerzo de
Timoteo por ser primeramente buen judío y luego buen discípulo de Pablo, Dios no
hubiese podido "dotarle" para llevar a cabo la misión de dirigente de la
comunidad de Éfeso.
Como en la persona de Jesús lo humano y lo divino se unen inseparablemente, pero
sin confundirse, de igual manera en la vida espiritual del cristiano lo divino y
lo humano convergen, manteniendo su identidad, en un único resultado. Eliminar
uno de los términos conduce a una mutilación mortal, a no ser que se interponga
una acción extraordinaria de Dios.
2. Rasgos del orante.
1) El rasgo más sobresaliente en los textos es la constancia en el orar. Sin esa
constancia ni la viuda hubiera logrado que se le hiciera justicia, ni el pueblo
de Israel que los amalecitas fueran vencidos. Una constancia que, en nuestra
mentalidad, hasta nos puede parecer inoportuna, pero que a Dios le agrada y
conmueve. Una constancia que puede ser exigente, incluso dura, y requerir no
poco esfuerzo, como en el caso de Moisés, pero que Dios bendice.
2) El orante suplica porque tiene conciencia muy clara de su necesidad y de su
propia impotencia para responder por sí mismo a ella. La distancia entre la
poquedad del orante y la necesidad que le apremia, sólo Dios puede colmarla. El
pueblo de Israel sentía urgente necesidad de derrotar a los amalecitas, sin lo
cual no podrían llegar hasta la tierra prometida, pero a la vez sabían que eran
poca cosa para tamaña empresa. Tendrán que acudir a Yavéh para arrancar de él la
victoria anhelada.
3) El orante tiene que ser un hombre profundamente creyente. Si no se tiene fe
en lo que se pide, ¿para qué entonces sirve la oración? ¿No es acaso hacer de la
oración una pantomima? O se ora con fe o mejor dejar de una vez por todas la
oración. La disminución o el aumento de la oración es correlativa del aumento o
la disminución de la vida de fe.
Sugerencias pastorales
1. Oración y acción, reflexión y lucha. Ya san Benito enseñaba a sus monjes:
"Ora et labora". "Ni ores sin trabajar, ni trabajes sin orar". Desde entonces
está claro que no estamos hablando de dos caminos, sino de un único y solo
camino en el que se entrecruzan la oración y la acción, la reflexión y la lucha
diaria. En la iglesia se ora, pero activamente, metiendo en la oración los
trabajos y las preocupaciones del día. En la oficina, en el campo, en la
fábrica, en la casa se trabaja, pero metiendo en el trabajo a Dios, porque "Dios
está entre los pucheros", como decía acertadamente santa Teresa de Ávila. El
hombre, por tanto, no compartimenta su vida diaria o el domingo en, por un lado,
horas de trabajo y, por otro, ratos de oración. Digamos mejor que, cuando ora,
está trabajando pero de otra manera, y, cuando trabaja, está orando, pero de
diferente modo.
Así el cristiano experimenta y mantiene una grande armonía interior, dejando al
margen toda división innatural, rechazando decididamente cualquier forma de
ruptura y desarmonía. Porque hoy en día, efectivamente, hay peligro de caer en
la herejía de la acción, porque son muchas las tareas y pocos los hombres y el
tiempo para realizarlas. ¿No hay párrocos quizá tentados por esta sutil herejía,
por esta sirena que halaga sus oídos con música de una acción febril que no deja
espacio ni tiempo para Dios? Hoy con menos frecuencia, pero también pueden los
cristianos ser tentados por la herejía del quietismo, ese dejar que Dios haga
todo sumergiéndose en una piedad misticoide, pasiva e infecunda. Ni una ni otra
son posturas propias de un verdadero cristiano. Hagamos un esfuerzo por mantener
el fiel de la balanza entre la reflexión y la lucha, entre la acción y la
oración.
2. Diversos modos de orar. La Iglesia nos enseña que hay diversos modos de orar.
1) La oración vocal. La oración para que sea auténtica nace del corazón, pero se
expresa con los labios. Por eso la más bella oración cristiana es una oración
vocal, enseñada por el mismo Jesús: el padrenuestro. Los evangelios en diversas
ocasiones narran que Jesús oraba y, en algunas de ellas, nos ofrecen las
oraciones vocales de Jesús, por ejemplo, en la agonía de Getsemaní. La oración
vocal es como una exigencia de nuestra naturaleza humana. Somos cuerpo y
espíritu, y experimentamos la necesidad de traducir en palabras nuestros
sentimientos más íntimos. La oración vocal es la oración por excelencia de la
multitud, por ser exterior y a la vez plenamente humana. Hay en la Iglesia
bellísimas oraciones vocales, que aprenden los niños en la catequesis y que
alimentan nuestra vida de fe a lo largo de toda la vida: además del
padrenuestro, el avemaría, el "gloria al Padre", el credo, la "salve regina".
Oraciones que alimentan la piedad de los cristianos desde el inicio de la vida
hasta su término natural.
2) La oración mental o meditación. El que medita busca comprender el porqué y el
cómo de la vida cristiana para adherirse a lo que Dios quiere. Por eso, se
medita sobre las Sagradas Escrituras, sobre las imágenes sagradas, sobre los
textos litúrgicos, sobre los escritos de los Padres espirituales, etcétera. La
oración cristiana se aplica sobre todo a meditar "los misterios de Cristo" para
conocerlos mejor, y sobre todo para unirse a Él. Cuando se logra esta unión con
Jesucristo, ya la oración se hace contemplativa y el ser entero del orante se
siente transformado por la experiencia espiritual y profunda del Dios vivo.
Contemplación, que no está exenta de pruebas ni de la noche oscura de la fe.