31 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXIX
CICLO C
27-31

 

27.

Nexo entre las lecturas

"Todo es don" en el mundo de la fe. Como don no tenemos derecho a él, sino que hemos de pedirlo humildemente en la oración. Así la viuda de la parábola no se cansa de suplicar justicia al juez, hasta que recibe respuesta (Evangelio). Por su parte, Moisés, acompañado de Aarón y de Jur, no cesan durante todo el día de elevar las manos y el corazón a Yavéh para que los israelitas salgan vencedores sobre los amalecitas (primera lectura). Mediante el estudio y la meditación de la Escritura, "el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda obra buena" (segunda lectura).


Mensaje doctrinal

1. Orar para recibir. Como en la vida espiritual todo es don, nada se puede recibir sin la oración humilde y constante a Dios. Con ella se abre la puerta del corazón de Dios de un modo invisible, pero real y eficaz. "Sin mí no podéis hacer nada". "Todo es posible para el que cree", para el que ora con fe. Dios es tan bueno que, incluso sin orar, recibimos muchas cosas de Él. Lo que ciertamente resulta infalible es que, si pedimos a Dios lo que Jesús nos enseña a pedir y en el modo en que nos enseña, Dios nos lo concederá.

La viuda de la parábola sufre de la injusticia de los hombres; sólo el juez puede hacerle justicia, y por eso le persigue día tras día hasta conseguirla. Traduciendo la parábola en términos reales, Dios juzgará, con toda seguridad, las injusticias humanas. Si elevamos a Dios nuestra súplica, Él nos escuchará y responderá a nuestra plegaria. Si Moisés, Aarón y Jur no hubiesen rogado a Yavéh por la victoria de Israel sobre los amalecitas, ¿la habrían obtenido? La oración, más que la espada, consiguió la victoria. El cristiano orante ha sido "dotado" por Dios, como Timoteo, para realizar bien sus tareas: el conocimiento de las Escrituras, la fidelidad a la tradición recibida, el anuncio del Evangelio.

De este modo, los textos litúrgicos de este domingo dan un valor extraordinario a la oración, como elemento constitutivo de la ortopraxis y como fundamento del progreso espiritual y de toda victoria en las luchas diarias de la fe. Hay que orar para recibir, pero también para dar según el don recibido. El don de Dios estará acompañado por la acción del hombre, basada en el don mismo. La victoria es de Dios, pero no sin que el hombre ponga los medios para la acción divina eficaz. Sin la espada de Josué no hubiese habido victoria, pero la sola espada, sin la intervención de Dios, hubiese terminado en derrota. Sin el esfuerzo de Timoteo por ser primeramente buen judío y luego buen discípulo de Pablo, Dios no hubiese podido "dotarle" para llevar a cabo la misión de dirigente de la comunidad de Éfeso.

Como en la persona de Jesús lo humano y lo divino se unen inseparablemente, pero sin confundirse, de igual manera en la vida espiritual del cristiano lo divino y lo humano convergen, manteniendo su identidad, en un único resultado. Eliminar uno de los términos conduce a una mutilación mortal, a no ser que se interponga una acción extraordinaria de Dios.

2. Rasgos del orante.

1) El rasgo más sobresaliente en los textos es la constancia en el orar. Sin esa constancia ni la viuda hubiera logrado que se le hiciera justicia, ni el pueblo de Israel que los amalecitas fueran vencidos. Una constancia que, en nuestra mentalidad, hasta nos puede parecer inoportuna, pero que a Dios le agrada y conmueve. Una constancia que puede ser exigente, incluso dura, y requerir no poco esfuerzo, como en el caso de Moisés, pero que Dios bendice.

2) El orante suplica porque tiene conciencia muy clara de su necesidad y de su propia impotencia para responder por sí mismo a ella. La distancia entre la poquedad del orante y la necesidad que le apremia, sólo Dios puede colmarla. El pueblo de Israel sentía urgente necesidad de derrotar a los amalecitas, sin lo cual no podrían llegar hasta la tierra prometida, pero a la vez sabían que eran poca cosa para tamaña empresa. Tendrán que acudir a Yavéh para arrancar de él la victoria anhelada.

3) El orante tiene que ser un hombre profundamente creyente. Si no se tiene fe en lo que se pide, ¿para qué entonces sirve la oración? ¿No es acaso hacer de la oración una pantomima? O se ora con fe o mejor dejar de una vez por todas la oración. La disminución o el aumento de la oración es correlativa del aumento o la disminución de la vida de fe.


Sugerencias pastorales

1. Oración y acción, reflexión y lucha. Ya san Benito enseñaba a sus monjes: "Ora et labora". "Ni ores sin trabajar, ni trabajes sin orar". Desde entonces está claro que no estamos hablando de dos caminos, sino de un único y solo camino en el que se entrecruzan la oración y la acción, la reflexión y la lucha diaria. En la iglesia se ora, pero activamente, metiendo en la oración los trabajos y las preocupaciones del día. En la oficina, en el campo, en la fábrica, en la casa se trabaja, pero metiendo en el trabajo a Dios, porque "Dios está entre los pucheros", como decía acertadamente santa Teresa de Ávila. El hombre, por tanto, no compartimenta su vida diaria o el domingo en, por un lado, horas de trabajo y, por otro, ratos de oración. Digamos mejor que, cuando ora, está trabajando pero de otra manera, y, cuando trabaja, está orando, pero de diferente modo.

Así el cristiano experimenta y mantiene una grande armonía interior, dejando al margen toda división innatural, rechazando decididamente cualquier forma de ruptura y desarmonía. Porque hoy en día, efectivamente, hay peligro de caer en la herejía de la acción, porque son muchas las tareas y pocos los hombres y el tiempo para realizarlas. ¿No hay párrocos quizá tentados por esta sutil herejía, por esta sirena que halaga sus oídos con música de una acción febril que no deja espacio ni tiempo para Dios? Hoy con menos frecuencia, pero también pueden los cristianos ser tentados por la herejía del quietismo, ese dejar que Dios haga todo sumergiéndose en una piedad misticoide, pasiva e infecunda. Ni una ni otra son posturas propias de un verdadero cristiano. Hagamos un esfuerzo por mantener el fiel de la balanza entre la reflexión y la lucha, entre la acción y la oración.

2. Diversos modos de orar. La Iglesia nos enseña que hay diversos modos de orar.

1) La oración vocal. La oración para que sea auténtica nace del corazón, pero se expresa con los labios. Por eso la más bella oración cristiana es una oración vocal, enseñada por el mismo Jesús: el padrenuestro. Los evangelios en diversas ocasiones narran que Jesús oraba y, en algunas de ellas, nos ofrecen las oraciones vocales de Jesús, por ejemplo, en la agonía de Getsemaní. La oración vocal es como una exigencia de nuestra naturaleza humana. Somos cuerpo y espíritu, y experimentamos la necesidad de traducir en palabras nuestros sentimientos más íntimos. La oración vocal es la oración por excelencia de la multitud, por ser exterior y a la vez plenamente humana. Hay en la Iglesia bellísimas oraciones vocales, que aprenden los niños en la catequesis y que alimentan nuestra vida de fe a lo largo de toda la vida: además del padrenuestro, el avemaría, el "gloria al Padre", el credo, la "salve regina". Oraciones que alimentan la piedad de los cristianos desde el inicio de la vida hasta su término natural.

2) La oración mental o meditación. El que medita busca comprender el porqué y el cómo de la vida cristiana para adherirse a lo que Dios quiere. Por eso, se medita sobre las Sagradas Escrituras, sobre las imágenes sagradas, sobre los textos litúrgicos, sobre los escritos de los Padres espirituales, etcétera. La oración cristiana se aplica sobre todo a meditar "los misterios de Cristo" para conocerlos mejor, y sobre todo para unirse a Él. Cuando se logra esta unión con Jesucristo, ya la oración se hace contemplativa y el ser entero del orante se siente transformado por la experiencia espiritual y profunda del Dios vivo. Contemplación, que no está exenta de pruebas ni de la noche oscura de la fe.

P. Antonio Izquierdo


28. DOMINICOS 2004

La oración es elemento constitutivo de la vida cristiana, pero no lo es cualquier forma de oración. Por más que determinadas técnicas importadas puedan resultar de utilidad, la verdadera escuela de oración de los cristianos no es otra que la persona de Jesús. El oró. Oró de diversas maneras, en distintas circunstancias. Y nos instó a orar, a ser perseverantes en la oración..

En este domingo la liturgia de la Palabra nos hace llegar su parábola del juez inicuo y la viuda importuna, toda una lección de respeto al sufrimiento inocente y de perseverancia en la oración.

Comentario Bíblico

La perseverancia en la oración mantiene la fe en el mundo
Iª Lectura: Éxodo (17,8-13): la victoria no está en las armas, sino en Dios
I.1. Esta lectura puede resultar demasiado extraña para los tiempos que vivimos. La historia, en este caso, salta por los aires en cuanto que la victoria del pueblo en el desierto, contra las tribus beduinas de los amalequitas, depende de un gesto casi mágico en que el caudillo Moisés levantaba su brazo bendiciendo sus tropas para que la consigan. Sabemos que Dios no entregó la tierra prometida a Israel de esa manera, sería absurdo. Pero las leyendas y los mitos se fundamentan en algo extraño o extraordinario que sucede de vez en cuando. Israel no hace simplemente historia, sino historia sagrada, y en ésta el protagonista principal es Dios.

I.2. Nuestra visión, pues, de estos acontecimientos no debe ser fundamentalista, como puede dar a entender el texto de la Escritura. Lo que se quiere resaltar es que los objetivos del pueblo de la Alianza no se consiguen con la fuerza, las armas y la guerra. Aquí sí que deberíamos escuchar la Escritura con reverencia. A veces la victoria y la salida de lo imposible dependen de valores de confianza en el bien y en Dios. Es verdad que se trata de un texto a purificar en lo que se refiere a la unión entre religión y guerra; pero también es verdad que es una tradición en la que se pone de manifiesto que si el pueblo no hubiera contado con Dios, en su paso por el desierto, nunca habría llegado a la tierra prometida.


IIª Lectura: IIª Timoteo (3,14-4,2): El Espíritu inspira nuestra vida
II.1. Este es un texto bien explícito que muestra una de las afirmaciones más importantes en lo que se refiere a la Sagrada Escritura. Es un texto clásico que siempre se ha tenido en cuenta para hablar de la "inspiración divina" de la Biblia, de las Escrituras. Esto es verdad, tanto para los judíos como para los cristianos. Pero volviendo sobre el fundamentalismo, esa inspiración no se entiende como si Dios o el Espíritu hubieran “dictado” el texto. Se trata del resultado de unas experiencias religiosas, personales o comunitarias, que se han plasmado en la Biblia. Conviene que tengamos una idea lógica y moderna de la inspiración, sin negar algo fundamental: la inspiración de Dios se hace en la vida y en la historia de los hombres o de las comunidades y ellos las plasman en su texto. Ahí es donde Dios, por el Espíritu, actúa. No en pergaminos o pellejos muertos, aunque esos libros merecen respeto.

II.2. Esas experiencias de inspiración divina se han vivido en la historia del pueblo de Israel y de las comunidades cristianas primitivas. El autor de la carta a Timoteo (que según la tradición es Pablo, aunque hoy ya no hay ninguna razón para unir inspiración y autenticidad de un texto) exhorta para que al leer las Escrituras se vea en ellas la mano de Dios con objeto de exhortar, educar y conducir a la salvación que nos ha manifestado Jesucristo. Esta exhortación de la epístola de hoy es una llamada para que todos los predicadores, catequistas y educadores cristianos tengan como base de su acción y compromiso la Sagrada Escritura.


Evangelio: Lucas (18,1-8): Dios sí escucha a los desvalidos
III.1. El evangelio de Lucas sigue mostrando su sensibilidad con los problemas de los pobres y los sencillos. En el Antiguo Testamento, las historias entre jueces y viudas, especialmente en los planteamientos de los profetas, se multiplican incesantemente. Son bien conocidos los jueces injustos y las viudas desvalidas (Am 5,7.10-13; Is 1,23; 5,7-23; Jer 5,28; Is 1,17; Jer 22,3). El mismo Lucas es el evangelista que más se ha permitido hablar de mujeres viudas en su evangelio (Lc 2,36-38;4,25-26;7,11-17;20,47; 21,1-4). En lo que se refiere a la parábola que nos propone, no hay por qué pensar que se tratara de una viuda vieja. Eran muchas las que se quedaban solas en edad muy joven. Su futuro, pues, lo debían resolver luchando. Si a ello añadimos que la mujer no tenía posibilidades en aquella sociedad judía, entenderemos mejor los propósitos de Lucas, que es el evangelista que mejor ha plasmado el papel de la mujer en la vida de la comunidad cristiana primitiva y de la misma sociedad.

III.2. Nos podemos preguntar: ¿quién es más importante aquí, el juez o la viuda? Por una parte la mujer que no se atemoriza e insiste para que se le haga justicia. Pero también es verdad que este juez, a diferencia de los que se presentan en el Antiguo Testamento, llega a convencerse que esta mujer, con su insistencia, puede llegar a hacerle la vida muy incómoda o casi imposible. Lo hace desde sus armas: su palabra y su constancia o perseverancia; no usa métodos violentos, pero sí convicción de que tiene derechos a los que no puede renunciar. Por eso al final, sin convencimiento personal, el juez decide hacerle justicia. La comparación es más o menos como en la parábola del amigo inoportuno de medianoche (Lc 11, 5-8): la perseverancia puede conseguir lo que parece imposible. Pero si eso lo hacen los hombres injustos, como el juez, ¿qué no hará Dios, el más justo de todos los seres, cuando se pide con perseverancia? Es esa perseverancia lo que mantiene la fe en este mundo hasta que sea consumada la historia.

III.3. Lo que busca la parábola, pues, es comparar al juez con Dios. El juez, en este caso, no representa simbólicamente a Dios, sería absurdo. Pero es de Dios de quien se quiere hablar como co-protagonista con la viuda. Indirectamente se hace una crítica de los que tienen en sus manos las leyes y las ponen al amparo de los poderosos e insaciables. De esto sabe mucho la historia. Dios, a diferencia del juez, es más padre que otra cosa; no tiene oficio de juez, ni ha estudiado una carrera, ni tiene unas leyes que cumplir a rajatabla. Dios es juez, si queremos, de nombre, pero es padre y tiene corazón. De esa manera se entiende que reaccionará de otra forma, más sensible a la actitud de confianza y perseverancia de los que le piden, y especialmente de los que han sido desposeídos de su dignidad, de su verdad y de su felicidad.

III.4. ¿Tiene que ver algo en este texto el tema de la plegaria, de la oración perseverante? Todo depende del tipo de lectura que se haga y habrá variantes de ello. La verdad es que no podemos reducir el texto y la parábola a una cuestión reivindicativa de justicia. El final del texto es sintomático: “Dios hará prontamente justicia a los que le piden” (v.8). Dios no dilatará el concedernos lo que le pedimos, Dios sí tendrá el corazón abierto a ello. Es una parábola para inculcar la “confianza” en Dios más que en los hombres y sus leyes. ¿Se puede ir por el mundo con esa confianza en Dios? ¡Claro que sí! La respuesta debemos ofrecerla desde nuestra experiencia personal, desde nuestra experiencia cristiana. Y tendrá pleno sentido esta acción de Dios frente a muchas situaciones que debemos vivir en la más íntimo, sabiendo que mientras otros nos despojan de nuestra justicia, de nuestra dignidad y de nuestros derechos, Dios está con nosotros. A muchos es posible que no les valga esta experiencia personal en la que Dios “nos hace justicia”, pero en otros muchos casos será una victoria interior y dinámica de la verdad que buscamos.

Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org

Pautas para la homilía

Es experiencia común la de la distancia que media entre lo que nuestra oración pide y lo que obtiene. Quizás un economista pueda pensarla como una descompensación entre el input y el output, un ingeniero como una inadecuación de medios a fines o un teólogo como la cuestión del silencio de Dios. Lo cierto es que una gran parte de las cosas que pedimos a Dios no llegan a suceder.

Esa es la realidad que hoy conviene mirar de frente y, más aún, considerar con el firme compromiso de proceder sin trampa ni cartón. Digo esto último porque, convencidos de la eficacia de la oración -“pedid y se os dará”- y movidos por la urgencia de salvar la cara a Dios, muchas veces incurrimos en argumentos mañosos que acaban por tratar injustamente a quienes sufren. Que si no sabemos pedir, que si lo que pedimos no nos conviene o resulta superfluo, que si Dios escribe derecho con líneas torcidas, que si se ha comprometido a cumplir sólo sus promesas y no nuestros deseos, que si pretende poner a prueba nuestra paciencia, que si su tiempo no es nuestro tiempo… He aquí un pequeño muestrario de las consideraciones que la apologética al uso gusta de movilizar para dar razón de la falta de resultados de nuestra oración de petición.

No pretendo que tales argumentos no sean nunca válidos o dignos de ser tomados en cuenta. Sólo pretendo que en determinadas ocasiones no lo son.

Pues bien, entiendo que la parábola de la viuda importuna quiere poner ante nuestros ojos precisamente tales ocasiones. Se trata de una viuda, es decir, de una de esas personas que, junto con huérfanos y extranjeros, constituyen en la tradición profética el símbolo de un desamparo frente al cual la exigencia de justicia resulta imperiosa. Jesús ha puesto como protagonista de su parábola a uno de esos pobres cuyo derecho se identifica bíblicamente con el derecho de Dios. El inicuo es el juez, un caradura que ni teme a Dios ni le importan los hombres (obsérvese que Jesús insiste en ese punto, como si tuviera especial interés en disipar toda duda a ese respecto). Por el contrario, la causa de la mujer es justa (de hecho, por más que medien las motivaciones bastardas del juez, lo que éste se dispone a procurarle, según la parábola, es justicia).

La apologética -con ese o con otro nombre- es necesaria, pero presta un flaco servicio a la causa de Dios si tiene lugar de espaldas al sufrimiento inocente o si lo desprecia mediante consideraciones frívolas, huecas, improcedentes… Muchos inocentes sufren y claman a Dios para que acuda en su auxilio. “Les hará justicia sin tardar”, asegura Jesús, pero la espera se les hace demasiado larga. Esa es la realidad que tenemos que encarar sin trampas ni argucias discursivas.

Si no tenemos nada evangélicamente sensato que decir, entonces lo mejor es callar. Jesús no nos insta a encontrar explicaciones para todo y a toda costa. A lo único que su parábola nos urge es a no cejar en la oración: ¡Ven, Señor Jesús! ¡Venga a nosotros tu reino! ; y -de sobra sabemos- a empeñar en ello nuestra vida.

Francisco Javier Martínez Real
jmartinezreal@dominicos.org


29. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO 2004

Comentarios Generales

Éxodo 17, 8- 13:

Se nos recuerda una victoria de Israel sobre los amalecitas. Las circunstancias de este relato se han hecho célebres y de ellas sacan sus enseñanzas los padres, doctores y exegetas:

- Moisés, con las manos en alto en la cima del monte orando a Dios, mientras en la llanura combaten Josué y el Ejército de Israel, confirma cómo el Pueblo de Dios confiaba más en el auxilio del Señor que en las armas. Muy fresca tenían en la memoria la derrota del Faraón, obra preclara del auxilio del Señor: “Tu diestra, Yahvé, admirable por su fuerza; tu diestra, Yahvé, aplastó al enemigo. Soplaste con tu aliento y los cubrió el mar; hundiéronse como plomo en las profundas aguas” (Ex 15, 6. 10). Aquella maravillosa obra de salvación era sigo de otra mucho más maravillosa: La Salvación de todos los hombres del pecado. Y sólo la diestra de Dios puede realizarla.

- Moisés en la cima del monte y levantando en alto su bastón, el cayado milagroso, es signo muy expresivo Mesiánico. Isaías así interpreta este signo: “Tremolará Dios una Bandera para todas las naciones. Le buscarán todas las gentes. A Él vendrán” (Is 11, 2. 10). El cayado de Moisés era el poder milagroso para la liberación de Israel. Pero esta otra Bandera que Dios levantaría lo será de la Liberación universal y definitiva: “Oráculo de Yahvé: ´Alzase una Bandera a la vista de todos los pueblos. Brilla la Salvación como el sol´” (Is 62, 1. 11).

-¿En qué cima, en qué mástil se erguirá esta bandera? Dejemos que Jesús mismo nos lo desvele, aplicándose esta y otras profecías del Éxodo: “Es necesario que el Hijo del hombre sea puesto en alto. Y todo el que crea en El tendrá vida eterna” (Jn 3, 14). “Y Yo cuando fuere levantado de la tierra atraeré a Mí a todos” (Jn 8, 27). Y la Liturgia canta a esta Bandera: Alto levantus stipite amore traxit omnia. En la bandera que levantó Moisés hallamos de todo esto un “signo”. En el A. T. sólo hay sombra y figura. Si purificamos el signo y los iluminamos a la luz del N. T., si en la victoria que canta Israel vemos un signo de la Victoria verdadera, podremos cantar: “¡Gracias a Dios que nos dio la Victoria por Jesucristo Crucificado!” (1 Cor 15, 57).

2 Timoteo 3, 14-4, 2:

Con tono paternal y amistoso prosigue Pablo orientando a Timoteo. Las normas que en la lectura de hoy le propone miran tanto a la perfección personal de Timoteo como a su ministerio pastoral:

- Timoteo fue instruido y educado desde la infancia en las Escrituras Santas. Le pide Pablo que mantenga cuanto en ellas ha aprendido. Las Escrituras le darán la ciencia de la salvación. Siempre que sepa hallar en ellas a Jesucristo, que es el fin y tema de la Escritura (15).

- A más de este provecho primariamente personal, las Escrituras le van a proporcionar cuanto necesita para su ministerio pastoral: “Cuanto dice la Escritura, por ser inspirado por Dios (de paso valoricemos este testimonio que da Pablo sobre la inspiración divina de la Escritura), es también útil para enseñar, para argüir, para corregir, para instruir en la justicia. Con ella el hombre de Dios se hace perfecto y dispuesto para toda obra buena” (17). La ciencia, por tanto, del hombre de Dios, del que ha sido escogido por Dios para regir y alimentar las almas, debe ser ante todo ciencia de la Escritura. ¿Cómo podrá predicar la Palabra de Dios si la ignora?

- A seguida, con una solemnidad desusada, intima a Timoteo: “En presencia de Dios, de Cristo Juez, por su Advenimiento, por su Reino te conjuro...”. Pablo, a punto de terminar su carrera, ve en el horizonte nubarrones de herejías, audacias, desviaciones (3-4), y teme que Timoteo, por timidez o blandura, no ejerza con la fortaleza necesaria su ministerio pastoral: “Predica la doctrina. Aplícate a ella a tiempo y a destiempo. Arguye, reprende, exhorta con grande paciencia y mucha doctrina” (4, 1-2). Ojalá todos los pastores de la Iglesia se atuvieran a este programa paulino.

Lucas 18, 1-8:

La lectura del Evangelio de hoy está tomada de un contexto en el que Lucas nos habla del tiempo o etapa de espera de la Parusía o Advenimiento glorioso de Cristo:

- Parecerá que Cristo nos tiene olvidados. Parecerá que no presta oído a las oraciones de los atribulados y perseguidos. En tal prueba debemos perseverar con fe en la oración. Si el juez de la parábola, con ser injusto, acaba por atender a la viuda impertinente, ¿cómo podrá Cristo dejar desatendida la oración de sus elegidos?

- Dado que la etapa presente es de prueba y de fe, corremos el peligro de que al arreciar las persecuciones y las seducciones del mundo y del pecado se enfríe la caridad, se debilite la fe. De ahí el serio aviso de Jesús: Cuando viniere el Hijo del hombre, ¿hallará acaso fe? (8). La oración asidua es el latido de la fe y el vigor de la esperanza.

- Y como una enseñanza que aúne las de las lecturas de hoy podríamos recordar aquel pensamiento de Santa Teresita: “Mis hermanos trabajan en lugar mío, mientras yo permanezco muy cerca del trono real; y amo por los que luchan” (Historia de un alma, 11, 17). Quienes están cerca del trono en oración ferviente, en vela de amor, ayudan muchísimo a los que están entregados al trabajo y servicios ministeriales. Y no olviden éstos que más que las obras exteriores aprovechan a las almas las horas gastadas en oración y diálogo con el Señor.

*Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros de la Palabra", ciclo "C", Herder, Barcelona 1979.


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Dr. D. Isidro Gomá y Tomás

LA ORACIÓN: PARÁBOLA DEL MAL JUEZ Y LA VIUDA. Lc. 18, 1-8

Explicación. — Esta parábola es como una continuación del discurso anterior, y debe referirse al mismo tiempo. Al hablar Jesús del día del Hijo del hombre había profetizado las grandes tribulaciones que deberán pasar sus discípulos (Lc. 17, 22); ahora les da el remedio, adoctrinándoles sobre la eficacia de la oración, si es perseverante.

Tema y parábola (1-5). — Y les decía también, a los discípulos, esta parábola, que es menester orar siempre, y no desfallecer: esta tesis indica el fin moral de la parábola que va a proponer. Orar siempre no significa continuamente y sin interrupción, sino asiduamente, como decimos de un hombre estudioso que estudia siempre; no desfallecer es no cansarse, no descorazonarse, aunque Dios difiera darnos lo que pedimos, como lo hizo la viuda con el juez: la repulsa de éste aumentaba el ánimo de aquella.

Diciendo: Había un juez en cierta ciudad que no temía a Dios, ni respetaba a hombre alguno: hombre sin principios ni conciencia; muchos son los que no temen a Dios, pocos los que no respetan a los hombres, por temor, por agradarles, por querer aparecer buenos, etc.; quien no respeta a los hombres ha colmado la medida de su degradación moral. Y había en la misma ciudad una viuda, que venía a el y le decía: Hazme justicia de mi contrario: viuda, y por lo mismo débil y sola; venía, con insistencia; y pedía, a quien tenía oficio de administrarla, justicia de agravios, o vindicación de penas incurridas por un ciudadano que la vejó. Y él, por mucho tiempo no quiso: no le movieron ni la debilidad, ni las súplicas de la pobre mujer. Pero después de esto dijo entre sí, monologando, como varias veces se halla en las parábolas de Lc. (12, 17.18; 15, 18,19; 16, 3.4): Aunque no temo a Dios, ni a hombre tengo respeto, se jacta de su rebajamiento moral, con todo, no obstante mi indiferencia hasta por la misma justicia, porque me es importuna esta mujer, me molesta con sus ruegos reiterados, le haré justicia, se la administraré, porque no venga tantas veces, que me fastidie sin fin: es frase ponderativa de la tenacidad de la viuda en sus ruegos que obligan al juez a salir de su pasividad.

APLICAC1ON (6-8). Y dijo el Señor: Oíd lo que dice el injusto juez: no quería administrar justicia de grado, y le vencieron, siendo hombre sin conciencia e injusto, los ruegos importunos de una pobre mujer. ¿Pues Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a Él día y noche?...

¿Dios justo no hará justicia a los justos que la imploran; misericordioso, no se conmoverá de las miserias de los suyos?

¿Y les hará esperar, esto es, diferirá el socorrerles? Y responde a su propia pregunta: Os digo que presto les hará justicia; no permitirá que sean mucho tiempo afligidos: pronto, no en el sentido de que les oiga tan luego rueguen, porque quiere que perseveren en la oración, sino porque es momentáneo todo lo de la vida, incluso las grandes tribulaciones, en comparación con la eternidad. Dios no es como el mal juez, que tarda en hacer justicia.

Termina Jesús con esta pregunta, que debe contestarse en sentido negativo (Mt. 24, 24; Lc. 17, 27.28): Mas cuando viniere el Hijo del hombre, el día del juicio, ¿pensáis que hallará fe sobre la tierra, que haga perseverar a los hombres en la oración, o esperar, en el Mesías? Verdad que desearán los justos el día del Señor, especialmente en los últimos tiempos, pero los creyentes serán pocos. Tendrá entonces lugar la gran apostasía de que hablan San Pedro (2 Ped. 3, 3) y San Pablo (2 Thes. 2, 3-11).

Lecciones morales. — A) v. 1. Es menester orar siempre, y no desfallecer... — Quien te creó y redimió, dice el Crisóstomo, es quien te enseña que debes orar. No quiere que ceses en tus plegarias: quiere que medites los beneficios mientras los pides; quiere que recibas, mientras ruegas, los beneficios que su benignidad quiere concederte. Ni los niega jamás a los que oran quien les instiga en su piedad para que no cesen en los ruegos. Oye de buen grado las exhortaciones del Señor: debes querer lo que él manda; debieras no quererlo si lo prohibiera. Considera, finalmente, cuánta es tu dicha, de poder hablar con tu Dios en la oración y pedirle lo que deseas; el cual, aunque no te responde con palabras, lo hace con sus beneficios. No te desprecia cuando pides, ni se molesta a no ser que no pidas.

B) v. 4. Y él, por mucho tiempo no quiso. Lo mismo hace Dios con nosotros, no porque no quiera concedernos lo que pedimos, sino para que colmemos nosotros la medida de nuestra plegaria. Ésta, si es legítima, nunca deja de ser eficaz: sería ello una claudicación de Dios en sus promesas; una injuria que haría a su criatura, después de haberla prometido solemnemente el socorro; una falla en la providencia por Él mismo establecida en la administración de sus dones; un abandono de los hijos en sus miserias; una desatención al Espíritu Santo, «que ruega con nosotros con gemidos inenarrables» (Rom. 8, 26).

c) v. 5. Porque me es importuna esta mujer, le haré justicia... Si un juez inicuo, que no teme a Dios, ni a los hombres, llega a doblegarse a los ruegos de una mujer, ¿por qué no deberá hacerlo el Dios misericordioso y omnipotente? Si concede la gracia pedida a aquella viuda, siendo así que le molestaban sus reiterados ruegos, ¿cuánto más nos las concederá el Señor benignísimo que nos manda se las pidamos, y que ha hecho de la oración el medio normal para lograrlas en la economía divina de sus gracias? ¡Qué confianza, qué certeza de ser oídos debieran estas palabras de Jesús inspirarnos!

D) v. 7. ¿Y les hará esperar? — Es decir, ¿podrá sufrir el paternal corazón de Dios por mucho tiempo que nosotros llamemos a las puertas de su poder y misericordia? No es Él como los falsos dioses, que tienen oídos y no oyen: es la misma suma bondad y benignidad, en la que hallan resonancia todas nuestras miserias, de todo orden; sólo aguarda que cumplamos con el trámite sagrado de pedírselas, por Él ordenado.

E) v. 8. — ¿Pensáis que hallará fe sobre la tierra? — Cuando el Creador omnipotente aparezca en forma humana, dice San Beda, serán tan raros los elegidos, que no tanto por los clamores de los fieles como por la desidia de los demás, deberá acelerarse la ruina de todo el mundo. Lo que aquí parece decir Jesús en forma dubitativa, no es más que una queja y una afirmación, como cuando decimos a un criado: ¿Acaso no soy yo tu señor?

(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, Vol. II, Ed. Acervo, 6ª ed., 1967, p. 290-292)


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P. Carlos Lojoya


El juez y la viuda

1. Un gran error, propio de todas las espiritualidades falsas, consiste en el identificar la oración con los momentos más fuertes de oración. “Orar” es así el tiempo que dedicamos a Dios en la meditación, el Rosario, la Adoración, la Misa, las Visitas al Santísimo. Pero esto no es cierto sino hasta cierto punto, porque nuestra relación con Dios no puede restringirse a momentos aislados de nuestra vida.

A decir verdad, la oración constituye la médula de toda nuestra vida. Como dice la escritura: hay un momento para nacer y un momento para morir, un momento para reír y un momento para llorar... Pero no puede decirse que haya un momento para rezar y otro para obrar. Nuestra vida se simboliza como la síntesis indisociable ente la actitud de Moisés y la de Josué. En la primera lectura: José luchaba y Moisés oraba con los brazos elevados al cielo; mientras Moisés mantenía sus brazos en alto, Josué vencía, cuando los bajaba Josué retrodecía ante el enemigo. Toda nuestra vida es lucha y oración: la lucha sin oración es vacío y derrota; el combate junto a la oración es victoria y triunfo. Pero atendamos bien el ejemplo: No se reza antes pidiendo el buen el combate y luego para agradecerlo. Se reza durante el combate.

Todo nuestro obrar está permeado por la oración como el cuerpo por el alma. Por eso decía Teresa: “Dios está entre los pucheros”; o el dicho: a Dios rogando y con el mazo dando

Pemán:

Mézclame de vez en cuando
con el trabajo requiebros
y jaculatorias breves
que lo perfumen de incienso;
ni el rezo estorba al trabajo,
ni el trabajo estorba al rezo;
trenzando juncos y mimbres
se puede labrar a un tiempo
para la tierra un cestillo
y un Rosario para el cielo.

2. La oración debe ser, pues, insistente, aún cuando choque con la aparente sordera de Dios, como nos recuerda Nuestro Señor con la parábola del juez inicuo. El juez inicuo “que no temía ni a Dios ni a los hombres”, hombre cínico a quien nada le importa, y que no se doblega ni ante la justicia de Dios ni ante las amenazas de los hombres, gemía, sin embargo, la insistencia de una vieja viuda; una mujer de “armas tomar”. Jesucristo quiere hacernos ver que ante la insistencia perseverante se doblegan hasta los cínicos y los inicuos. ¿Cuanto más, pues aquél que de por sí está inclinado hacia el hombre? Aquél de quien Agustín dice que “más quiere El dar que tu recibir”. ¿Y por qué no nos da, entonces, lo que pedimos? Y el mismo Agustín responde: Porque exigiendo nuestra perseverancia y constancia, más excita nuestro deseo, y nuestro deseo acrecentándose abre más nuestro corazón, para así poderse entregar más abundantemente.

¿Es perseverante nuestra oración? Treinta años pidió Mónica la conversión de Agustín, Y sacó un San Agustín. Dos mil años pidió Israel al Mesías, y obtuvo la Encarnación del Verbo. Dos mil años lleva la Iglesia pidiendo el retorno de Cristo, y será esta tan espléndida que destruirá a sus enemigos con el sólo aliento de su boca. Y nosotros, tantas veces nos desanimamos cuando después de rezar una novena o los 30 días de san José no llega lo que pedimos. Somos mezquinos, y no sabemos dilatar nuestro corazón.

3. Pidamos, en este día, que la virgen Madre nos reciba en la escuela de oración en la escuela de Nazaret, donde rezaba entre los juncos, mimbres y pucheros, haciéndose eco silencioso y fiel de la plegaria de muchos siglos de su pueblo Israel, hasta doblar la mirada del Juez misericordiosísimo, sobre su casto seno. Amén.


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Catena Aurea

Teófilo
Después que el señor hace mención de estas penalidades y peligros, expone su remedio, cual es la oración asidua y premeditada; por esto añade: “Y les decía también esta parábola”, etc.

Crisóstomo
El que te redimió, y el que quiso criarte fue quién lo dijo. No quieren que cesen tus oraciones; quiere que medites los beneficios cuando pides, y quiere que por la oración recibas lo que su bondad quiere concederte. Nunca niega sus beneficios a quien los pide, y por su piedad excita a los que oran a que no se cansen de orar: admite, pues, con gusto las exhortaciones del Señor; debes querer lo que manda, y debes no querer lo que el mismo Señor prohibe. Considera, finalmente, cuanta es la gracia que se te concede de tratar con Dios por la oración y pedir todo lo que deseas, aunque el Señor calla en cuanto a la palabra, responde con los beneficios. No desdeña lo que le pidas, no se hastía sino cuando callas.

Beda
Debe decirse que también que ora siempre y no falta el que no deja nunca el oficio de las horas canónicas; y todo lo demás que el justo hace o dice de conformidad con el Señor, debe considerarse como oración.

San Agustín
El Señor presenta sus parábolas, o bien comparando, como cuando habla del prestamista, que perdonó a los dos deudores lo que le debían y que fue más estimado de aquel a quien perdonó más; o bien por oposición como aquello que dice, que si el heno del campo que hoy está en pie y mañana será llevado al horno, Dios así lo viste, ¿cuánto más cuidará de vosotros, hombres de poca fe? Así, pues, no por semejanza, sino por oposición habla de aquel inicuo juez, de quien se dice: “había un juez en cierta ciudad”, etc.

Teófilo
Observa en esto que el obrar mal con los hombres es señal evidente de malicia. Muchos no temen a Dios, pero en sociedad guardan el debido respeto, y por esto faltan menos. Pero cuando alguno obra con imprudencia, aún en cuanto a los hombres, lleva el vicio a su colmo.

Prosigue: “ y había en la misma ciudad una viuda”.

San Agustín
Esta viuda puede ser muy bien la imagen de la Iglesia, que aparece como desolada hasta que venga el Señor, que ahora cuida de ella misteriosamente,. Pero como sigue diciendo: “ Y venía a él diciendo: Hazme justicia”, advierte aquí por qué los escogidos de Dios le piden que los venguen; lo cual se dice también en el Apocalipsis de san Juan de losa mártires, a pesar de que claramente se nos aconseja que oremos por nuestros enemigos y nuestros perseguidores; pero debe comprenderse que la venganza que piden los justos, es la perdición de todos los malos. Éstos perecen de dos modos: o volviendo a la justicia, o perdiendo el poder por medio de los tormentos. Por tanto, aunque todos los hombres se convirtieran a Dios, el diablo quedaría para ser condenado al fin del siglo, y se dice, no sin razón, que los justos al desear que legue este fin, desean la venganza.

San Cirilo
Cuantas veces se nos irroguen ofensas por algunos, debemos considerar que es glorioso para nosotros el olvido de estos males; y cuantas veces pequen, ofendiendo a la gloria de Dios aquellos que hacen la guerra contra los ministros del dogma divino. Acudimos a Dios pidiéndole auxilio, y clamando contra los que ofenden su gloria.

San Agustín
La perseverancia del que ruega debe durar hasta tanto que se consiga lo que se pida en presencia del injusto juez. Por esto sigue: “ pero después de esto dijo entre sí: aunque ni temo a Dios ni a hombre tengo respeto”. Por tanto deben estar bien seguros los que ruegan a Dios con perseverancia, porque Él es la fuente de justicia y de la misericordia. Dice también el Señor: “ Oid lo que dice el injusto juez”

Teófilo
Como diciendo: la constancia ablanda al juez capaz de todo crimen, ¿ con cuánta más razón debemos postrarnos y rogar al Padre de la Misericordia, que es Dios?. Por esto sigue: “Os digo que presto los vengará”. Algunos pretendieron dar a esta parábola un sentido más sutil: dicen que la viuda representa a toda alma que se separa de su primer marido, a saber el diablo, y que por esto, como aquel es su enemigo, se presenta a Dios, que es el juez de la justicia, quien ni teme a Dios, porque Él mismo únicamente es Dios, ni teme al hombre; ante Dios no hay acepción de personas. El señor se compadece de esta viuda, esto es del alma que le ruega, en contra del diablo, y la defiende contra el diablo.


Después que el Señor dijo que debía orarse mucho al fin de los tiempos, por los peligros de entonces, añade: “ Pero el Hijo del hombre cuando venga, ¿ pensáis que hallará fe en la tierra?”

San Agustín
El Señor dice esto refiriéndose a la fe perfecta, porque esta fe apenas se encuentra en la tierra: llena está de fieles la Iglesia de Dios. ¿ Quién vendría si ni hubiera fe? y ¿quién no trasladaría los montes si la fe fuera perfecta?

Beda
Sin embargo, cuando aparezca el Omnipotente Criador bajo la forma del Hijo del hombre, serán pocos los escogidos que no tanto por los ruegos de los fieles, como por la indiferencia de los malos, habría de acelerarse la ruina del mundo. Lo que el Señor dice aquí como dudando, no lo dice porque duda, sino porque reprende. Nosotros también algunas veces ponemos palabras de duda para reprender a otros, aún cuando tratemos de cosas que tenemos por ciertas, como cuando se dice a un siervo: Pienso, si acaso no soy tu amo

San Agustín
Esto lo añade el Señor para dar a conocer que si la fe falta, la oración es inútil: luego cuando oremos, creamos, y oremos para que no falte la fe. La fe produce la oración y la oración produce a su vez la firmeza de la fe.

Santo Tomás de Aquino, Catena Aurea IV, Ed. Cursos de Cultura Católica, Bs. As., 1946, pp. 414-416


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El Pastor de Hermas

Todo ruego ha menester la humildad. Ayuna, pues, y alcanzarás del Señor lo que pides

Hermas, basta ya de hacer oración cerca de tus pecados, pide también la justicia a fin de que recibas alguna parte de ella para tu familia.

Todo el que es siervo de Dios y tiene al Señor en su corazón, le pide inteligencia y la recibe, y así por sí mismo resuelve toda comparación y le resultan calaras las palabras del Señor dichas en parábola. Los que son tardos y perezosos para la oración vacilan en pedir al Señor. Sin embargo, es sobremanera misericordioso y da a todos los que sin interrupción le piden.

(Padres Apostólicos. Textos de espiritualidad. Ed. Lumen, Bs. As. 1983, p. 138)


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San Agustín

La lectura del Santo Evangelio nos impulsa a orar y a creer, y a no apoyarnos en nosotros mismos, sino a creer en el Señor. ¿ Qué mejor exhortación a la oración que el que se nos halla propuesto esta parábola sobre el juez inicuo?... Si, pues, escuchó quién no soportaba el que se le suplicara¿ de qué manera escuchará quién nos exhorta a que oremos?...

Si la fe flaquea, la oración perece. ¿Quién hay que ore sino cree? Por esto el bienaventurado apóstol, exhortando a orar, decía “ cualquiera que invoque el Nombre del Señor será salvo”. Y para mostrar que la fe es la fuente de oración y que no puede fluir el río cuando se seca el manantial de agua, añade: “ ¿Y cómo van a invocar a Aquel de quien no oyeron?”( Rom. 10,13-14). Creamos, pues para poder orar. Y para que no decaiga la fe, mediante la cual oramos, oremos. De la fe fluye la oración, y la oración que fluye suplica firmeza para la misma fe.

(Extracto del Sermón115,1 Manuel Garrido Bonaño, o.s.b. Año Litúrgico Patrístico. Ed. Fundación Gratis Date, Pamplona, 2002, p. 29).


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Juan Pablo II

SANTA MISA DE BEATIFICACIÓN

DEL MATRIMONIO LUIS Y MARÍA BELTRAME QUATTROCCHI

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo 21 de octubre de 2001



1. "Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?" (Lc 18, 8).

La pregunta, con la que Jesús concluye la parábola sobre la necesidad de orar "siempre sin desanimarse" (Lc 18, 1), sacude nuestra alma. Es una pregunta a la que no sigue una respuesta; en efecto, quiere interpelar a cada persona, a cada comunidad eclesial y a cada generación humana. La respuesta debe darla cada uno de nosotros. Cristo quiere recordarnos que la existencia del hombre está orientada al encuentro con Dios; pero, precisamente desde esta perspectiva, se pregunta si a su vuelta encontrará almas dispuestas a esperarlo, para entrar con él en la casa del Padre. Por eso dice a todos: “Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora" (Mt 25, 13).

Queridos hermanos y hermanas, amadísimas familias, hoy nos hemos dado cita para la beatificación de dos esposos: Luis y María Beltrame Quattrocchi. Con este solemne acto eclesial queremos poner de relieve un ejemplo de respuesta afirmativa a la pregunta de Cristo. La respuesta la dan dos esposos, que vivieron en Roma en la primera mitad del siglo XX, un siglo durante el cual la fe en Cristo fue sometida a dura a prueba. También en aquellos años difíciles los esposos Luis y María mantuvieron encendida la lámpara de la fe -lumen Christi- y la transmitieron a sus cuatro hijos, tres de los cuales están presentes hoy en esta basílica. Queridos hermanos, vuestra madre escribió estas palabras sobre vosotros: “Los educábamos en la fe, para que conocieran a Dios y lo amaran" (L'ordito e la trama, p. 9). Pero vuestros padres también transmitieron esa llama viva a sus amigos, a sus conocidos y a sus compañeros. Y ahora, desde el cielo, la donan a toda la Iglesia. (…).

2. No podía haber ocasión más feliz y más significativa que esta para celebrar el vigésimo aniversario de la exhortación apostólica "Familiaris consortio". Este documento, que sigue siendo de gran actualidad, además de ilustrar el valor del matrimonio y las tareas de la familia, impulsa a un compromiso particular en el camino de santidad al que los esposos están llamados en virtud de la gracia sacramental, que "no se agota en la celebración del sacramento del matrimonio, sino que acompaña a los cónyuges a lo largo de toda su existencia" (Familiaris consortio, 56). La belleza de este camino resplandece en el testimonio de los beatos Luis y María, expresión ejemplar del pueblo italiano, que tanto debe al matrimonio y a la familia fundada en él.

Estos esposos vivieron, a la luz del Evangelio y con gran intensidad humana, el amor conyugal y el servicio a la vida. Cumplieron con plena responsabilidad la tarea de colaborar con Dios en la procreación, entregándose generosamente a sus hijos para educarlos, guiarlos y orientarlos al descubrimiento de su designio de amor. En este terreno espiritual tan fértil surgieron vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, que demuestran cómo el matrimonio y la virginidad, a partir de sus raíces comunes en el amor esponsal del Señor, están íntimamente unidos y se iluminan recíprocamente.

Los beatos esposos, inspirándose en la palabra de Dios y en el testimonio de los santos, vivieron una vida ordinaria de modo extraordinario. En medio de las alegrías y las preocupaciones de una familia normal, supieron llevar una existencia extraordinariamente rica en espiritualidad. En el centro, la Eucaristía diaria, a la que se añadían la devoción filial a la Virgen María, invocada con el rosario que rezaban todos los días por la tarde, y la referencia a sabios consejeros espirituales. Así supieron acompañar a sus hijos en el discernimiento vocacional, entrenándolos para valorarlo todo "de tejas para arriba", como simpáticamente solían decir.

3. La riqueza de fe y amor de los esposos Luis y María Beltrame Quattrocchi es una demostración viva de lo que el concilio Vaticano II afirmó acerca de la llamada de todos los fieles a la santidad, especificando que los cónyuges persiguen este objetivo "propriam viam sequentes", "siguiendo su propio camino" (Lumen gentium, 41). Esta precisa indicación del Concilio se realiza plenamente hoy con la primera beatificación de una pareja de esposos: practicaron la fidelidad al Evangelio y el heroísmo de las virtudes a partir de su vivencia como esposos y padres.

En su vida, como en la de tantos otros matrimonios que cumplen cada día sus obligaciones de padres, se puede contemplar la manifestación sacramental del amor de Cristo a la Iglesia. En efecto, los esposos, "cumpliendo en virtud de este sacramento especial su deber matrimonial y familiar, imbuidos del espíritu de Cristo, con el que toda su vida está impregnada por la fe, la esperanza y la caridad, se acercan cada vez más a su propia perfección y a su santificación mutua y, por tanto, a la glorificación de Dios en común" (Gaudium et spes, 48).

Queridas familias, hoy tenemos una singular confirmación de que el camino de santidad recorrido juntos, como matrimonio, es posible, hermoso y extraordinariamente fecundo, y es fundamental para el bien de la familia, de la Iglesia y de la sociedad.

Esto impulsa a invocar al Señor, para que sean cada vez más numerosos los matrimonios capaces de reflejar, con la santidad de su vida, el "misterio grande" del amor conyugal, que tiene su origen en la creación y se realiza en la unión de Cristo con la Iglesia (cf. Ef 5, 22-33).

4. Queridos esposos, como todo camino de santificación, también el vuestro es difícil. Cada día afrontáis dificultades y pruebas para ser fieles a vuestra vocación, para cultivar la armonía conyugal y familiar, para cumplir vuestra misión de padres y para participar en la vida social.

Buscad en la palabra de Dios la respuesta a los numerosos interrogantes que la vida diaria os plantea. San Pablo, en la segunda lectura, nos ha recordado que "toda Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir y para educar en la virtud" (2 Tm 3, 16). Sostenidos por la fuerza de estas palabras, juntos podréis insistir con vuestros hijos "a tiempo y a destiempo", reprendiéndolos y exhortándolos "con toda comprensión y pedagogía" (2 Tm 4, 2).

La vida matrimonial y familiar puede atravesar también momentos de desconcierto. Sabemos cuántas familias sienten en estos casos la tentación del desaliento. Pienso, en particular, en los que viven el drama de la separación; pienso en los que deben afrontar la enfermedad y en los que sufren la muerte prematura del cónyuge o de un hijo. También en estas situaciones se puede dar un gran testimonio de fidelidad en el amor, que llega a ser más significativo aún gracias a la purificación en el crisol del dolor.

5. Encomiendo a todas las familias probadas a la providente mano de Dios y a la protección amorosa de María, modelo sublime de esposa y madre, que conoció bien el sufrimiento y la dificultad de seguir a Cristo hasta el pie de la cruz. Amadísimos esposos, que jamás os venza el desaliento: la gracia del sacramento os sostiene y ayuda a elevar continuamente los brazos al cielo, como Moisés, de quien ha hablado la primera lectura (cf. Ex 17, 11-12). La Iglesia os acompaña y ayuda con su oración, sobre todo en los momentos de dificultad.

Al mismo tiempo, pido a todas las familias que a su vez sostengan los brazos de la Iglesia, para que no falte jamás a su misión de interceder, consolar, guiar y alentar. Queridas familias, os agradezco el apoyo que me dais también a mí en mi servicio a la Iglesia y a la humanidad. Cada día ruego al Señor para que ayude a las numerosas familias heridas por la miseria y la injusticia, y acreciente la civilización del amor.

6. Queridos hermanos, la Iglesia confía en vosotros para afrontar los desafíos que se le plantean en este nuevo milenio. Entre los caminos de su misión, "la familia es el primero y el más importante" (Carta a las familias, 2); la Iglesia cuenta con ella, llamándola a ser "un verdadero sujeto de evangelización y de apostolado" (ib., 16).

Estoy seguro de que estaréis a la altura de la tarea que os aguarda, en todo lugar y en toda circunstancia. Queridos esposos, os animo a desempeñar plenamente vuestro papel y vuestras responsabilidades. Renovad en vosotros mismos el impulso misionero, haciendo de vuestros hogares lugares privilegiados para el anuncio y la acogida del Evangelio, en un clima de oración y en la práctica concreta de la solidaridad cristiana.

Que el Espíritu Santo, que colmó el corazón de María para que, en la plenitud de los tiempos, concibiera al Verbo de la vida y lo acogiera juntamente con su esposo José, os sostenga y fortalezca. Que colme vuestro corazón de alegría y paz, para que alabéis cada día al Padre celestial, de quien viene toda gracia y bendición.

Amén.


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Catecismo de la Iglesia Católica

Constancia en la oración

1867 La tradición catequética recuerda también que existen "pecados que claman al cielo". Claman al cielo: la sangre de Abel; el pecado de los sodomitas; el clamor del pueblo oprimido en Egipto; el lamento del extranjero, de la viuda y el huérfano; la injusticia para con el asalariado.

2613 San Lucas nos ha transmitido tres parábolas principales sobre la oración:

La primera, "el amigo importuno", invita a una oración insistente: "Llamad y se os abrirá". Al que ora así, el Padre del cielo "le dará todo lo que necesite", y sobre todo el Espíritu Santo que contiene todos los dones.

La segunda, "la viuda importuna", está centrada en una de las cualidades de la oración: es necesario orar siempre, sin cansarse, con la paciencia de la fe. "Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?"

La tercera parábola, "el fariseo y el publicano", se refiere a la humildad del corazón que ora. "Oh Dios, ten compasión de mí que soy pecador". La Iglesia no cesa de hacer suya esta oración: "¡Kyrie eleison!".

1808 La fortaleza es la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien. Reafirma la resolución de resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida moral. La virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el temor, incluso a la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones. Capacita para ir hasta la renuncia y el sacrificio de la propia vida por defender una causa justa. "Mi fuerza y mi cántico es el Señor" (Sal 118,14). "En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: Yo he vencido al mundo" (Jn 16,33).

1837 La fortaleza asegura, en las dificultades, la firmeza y la constancia en la práctica del bien.

2733 Otra tentación a la que abre la puerta la presunción es la acedía. Los Padres espirituales entienden por ella una forma de aspereza o de desabrimiento debidos a la pereza, al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón. "El espíritu está pronto pero la carne es débil" (Mt 26,41). El desaliento, doloroso, es el reverso de la presunción. Quien es humilde no se extraña de su miseria; ésta le lleva a una mayor confianza, a mantenerse firme en la constancia.


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EJEMPLOS PREDICABLES


Francisca de Chantal no sabía rechazar a ningún pobre. Algunos pordioseros se aprovechaban de ello: iban a pedir y después, dando la vuelta al castillo, se presentaban de nuevo.

Se llamó la atención a la castellana sobre esta treta, mas ella contestó: “También yo estoy pordioseando continuamente ante el trono del Señor, y no me gustaría que Dios rechazase mi súplica a la segunda o tercera vez. Si Dios soporta con paciencia mi insistencia, yo también puedo soportar la de los mendigos”.


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En el lecho de la agonía hacía su primera comunión un gran convertido, y con él comulgaban también por primera vez su esposa y sus tres hijos.

Terminado el acto, los cinco convertidos, llorando de amor, entonaron un himno de acción de gracias al Sagrado Corazón. Concluido éste, se acercó al enfermo una anciana que sollozaba: “Patrón -le dijo- ¿permite usted en esta hora del cielo que su cocinera le abrace?”

Y cuando el señor le tendía los brazos, conmovida ella, siempre llorando de alegría, agregó: Hace veinticinco años que le sirvo, señor. Hace veinticinco años que sufro, que oro, que comulgo a diario, como apóstol del Sagrado Corazón, pidiéndole una sola gracia, una sola: la de no morir antes de haber visto al Señor triunfante en esta casa... Ahora sí que puedo ya morir... ¡mi misión de apóstol ha concluido!


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Caminaba un mendigo por las estrechas calles del pueblo, arrastrando la mugre de sus harapos repugnantes. Caminaba con la cabeza baja, como un vencido, cansados sus pies por los guijarros puntiagudos que le herían. Llegó a una puerta y llamó. Salió un hombre rico.

Una limosna -le pidió- por amor de Dios. Y no se atrevía a levantar la voz ni los ojos: el rico le despidió fríamente, mas el mendigo repitió con dulzura: Una limosna por amor de Dios.

El corazón del rico se fue inclinando a la misericordia. El mendigo insistía en sus peticiones, mostrando sus llagas. Al fin, el rico se conmovió y le socorrió sonriendo. El mendigo besóle la mano con gratitud y se fue.

Decía Gerson que cuarenta años llevaba haciendo así su oración.


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Un misionero que visitaba a los salvajes convertidos y dispersos en un inmenso paraje, no conociendo los caminos, se perdió. Llegó la noche y temía el encuentro con alguna fiera, cuando divisó a lo lejos una choza. Entonces espoleó el caballo y se dirigió a ella.

Allá encontró alojamiento, pero, por no llevar la sotana de sacerdote, fue tomado por un viandante cualquiera. Sin embargo, el dueño de la casa le trató como a un amigo y le confió que tenía a su mujer moribunda.

El misionero hizo al momento que la llevaran hasta ella y le preguntó:

-¿Es usted católica?

-Sí- respondió la mujer con un hilo de voz- y es católica toda mi familia.

-Pues bien, ¿se alegraría de haber encontrado a un sacerdote católica antes de morir?

-Mucho; hace diecisiete años que pido a Dios y a la Virgen que me envíe a un sacerdote católico en el momento de mi muerte.

El padre le dijo entonces al momento:

-Alégrese, que el Señor ha escuchado su oración: yo soy un sacerdote católico y la providencia ha hecho que equivocara el camino para traerme aquí, junto a usted.

Al oír esto, la moribunda se estremeció de gozo e hizo enseguida la confesión. A la mañana siguiente el misionero celebraba la santa misa sobre el ara que llevaba consigo, y pudo dar la comunión a la enferma y a toda aquella familia. Poco después, la mujer, resignada y contenta, entregaba su alma a Dios.


30. servicio bíblico latinoamericano 2004

Jesús propuso esta parábola para invitar a sus discípulos a no desanimarse en su intento de implantar el reinado de Dios en el mundo. Para ello deberían ser constantes en la oración, como la viuda lo fue en pedir justicia hasta ser oída por aquél juez que hacía oídos sordos a su súplica. Su constancia, rayana en la pesadez, llevó al juez a hacer justicia a la viuda, liberándose de este modo de ser importunado por ella.

Esta parábola del evangelio tiene un final feliz, como tantas otras, aunque así no suele suceder siempre en la vida. Porque ¿cuánta gente muere sin que se le haga justicia, a pesar de haber estado de por vida suplicando al Dios del cielo? ¿Cuántos mártires esperaron en vano la intervención divina en el momento de su ajusticiamiento? ¿Cuántos pobres luchan por sobrevivir sin que nadie les haga justicia? ¿Cuántos creyentes se preguntan hasta cuándo va a durar el silencio de Dios, cuándo va a intervenir en este mundo de desorden e injusticia legalizada? ¿Cómo permite el Dios de la paz y el amor esas guerras tan sangrientas y crueles, la demencial carrera de armamentos, el derroche de recursos para la destrucción del medio ambiente, la existencia de un tercer mundo que desfallece de hambre, la consolidación de los desniveles de vida entre países y ciudadanos?

En medio de tanto sufrimiento, al creyente le resulta cada vez más difícil orar, entrar en diálogo con ese Dios a quien Jesús llama “padre”, para pedirle que “venga a nosotros tu reinado”. Desde la noche oscura de ese mundo, desde la injusticia estructural, resulta cada día más duro creer en ese Dios presentado como omnipresente y omnipotente, justiciero y vengador del opresor.

O tal vez haya que cancelar para siempre esa imagen de Dios a la que dan poca base las páginas evangélicas. Porque, leyéndolas, da la impresión de que Dios no es ni omnipotente ni impasible –al menos no ejerce-, sino débil, sufriente, “padeciente”; el Dios cristiano se revela más dando la vida que imponiendo una determinada conducta a los humanos; marcha en la lucha reprimida y frustrada de sus pobres, y no a la cabeza de los poderosos.

El cristiano, consciente de la compañía de Dios en su camino hacia la justicia y la fraternidad, no debe desfallecer, sino insistir en la oración, pidiendo fuerza para perseverar hasta implantar su reinado en un mundo donde dominan otros señores. Sólo la oración lo mantendrá en esperanza.

Hasta tanto se implante ese reinado divino, la situación del cristiano en este mundo se parecerá a la descrita por Pablo en la carta a los Corintios: “Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no abandonados; nos derriban, pero no nos rematan; pasamos continuamente en nuestro cuerpo el suplicio de Jesús, para que también la vida de Jesús se transparente en nuestro cuerpo; es decir, que a nosotros, que tenemos la vida, continuamente nos entregan a la muerte por causa de Jesús…” (2 Cor 4,8-10).

No andamos dejados de la mano de Dios. Por la oración sabemos que Dios está con nosotros. Y esto nos debe bastar para seguir insistiendo sin desfallecer. Lo importante es la constancia, la tenacidad. Moisés tuvo esa experiencia. Mientras oraba, con las manos elevadas en lo alto del monte, Josué ganaba en la batalla; cuando las bajaba, esto es, cuando dejaba de orar, los amalecitas, sus adversarios, vencían. Los compañeros de Moisés, conscientes de la eficacia de la oración, le ayudaron a no desfallecer, sosteniéndole los brazos para que no dejase de orar. Y así estuvo –con los brazos alzados, esto es, orando insistentemente-, hasta que Josué venció a los amalecitas. De modo ingenuo se resalta en este texto la importancia de permanecer en oración, de insistir ante Dios.

En la segunda lectura Pablo también recomienda a Timoteo ser constante, permaneciendo en lo aprendido en las Sagradas Escrituras, de donde se obtiene la verdadera sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación. El encuentro del cristiano con Dios debe realizarse a través de la Escritura, útil para enseñar, reprender, corregir y educar en la virtud. De este modo estaremos equipados para realizar toda obra buena. El cristiano debe proclamar esta palabra, insistiendo a tiempo y a destiempo, reprendiendo y reprochando a quien no la tenga en cuenta, exhortando a todos, con paciencia y con la finalidad de instruir en el verdadero camino que se nos muestra en ella.


Para la revisión de vida
Como la viuda del evangelio, ¿soy una persona perseverante, convencida, que sabe lo que quiere y no vacila, que quiere lo que debe querer y en ello se realiza?

"A Dios rogando y con el mazo dando": ¿es lo que hago yo?

Para la reunión de grupo
- Hacer una reunión de estudio en torno al tema de la oración de petición. Comenzar con nuestras propias experiencias. Seguir con una iluminación teológica que puede preparar alguien. Continuar con un diálogo o debate. Extraer algunas conclusiones.

- - La viuda también representa a las personas sencillas del pueblo que, a pesar de su pequeñez e indefensión, encuentran fuerza en su fe para defender sus derechos, los derechos de los pobres, que son derechos de Dios ¿Cómo se podría leer la parábola en este sentido, en un tiempo como el que vivimos de "globalización" y de "globalización del derecho"?

Para la oración de los fieles
- -Por todos los cristianos, para que creamos siempre en el valor de la oración, sin tener que identificarla con un recurso mágico o un remedio fácil para nuestros problemas, roguemos al Señor.

- -Por todos los que claman a Dios desde situaciones insoportables de marginación a las que el sistema económico actual los ha lanzado en las últimas décadas, para que comprendan que Dios quiere tanto su oración como su compromiso organizativo, social y político ("a Dios rogando y con el mazo dando")...

- -Por todos los cristianos que participan en la administración de la "cosa pública", para que den ejemplo de celo por el bien común, frente a la ola de corrupción, falta de ética y el individualismo que invade nuestra sociedad...

- -Por los cristianos que participan en la administración de la justicia, para que comprendan que antes que cualquier otra cosa, lo que Dios espera de ellos es un testimonio cabal de integridad y honradez...

- -Para que la sociedad acierte a superar esta situación de desencanto y pesimismo, de individualismo y pasividad, de "fin de la historia" y ausencia de utopías... y para que los cristianos hagamos gala de la fuerza inquebrantable que la fe tiene para hacernos sostener nuestros brazos en alto...

Oración comunitaria

Oh Dios, Padre de misiericordia, que miras con entrañas de Madre el sufrimiento de tus hijos e hijas: confiamos a tu corazón la esperanza y la resistencia de todos nuestros hermanos y hermanas que reclaman insistentemente una justicia que no saben de dónde les llegará, y te pedimos nos des un corazón como el tuyo, para que armados de fe y de coraje, resistamos la tentación de la desesperanza y permanezcamos firmes junto a Ti en tu proyecto de crear un Mundo Nuevo, más digno de Ti y de nosotros tus criaturas. Por nuestro Señor Jesucristo...


31. AGUSTINOS 2004

HOMILÍAS: "La perseverancia en la oración"


Las lecturas de la misa de hoy están referidas a la necesidad que tenemos de ser perseverantes en la oración. Nos hablan de la fuerza que tiene la oración constante e insistente.

En el evangelio, el Señor pone como ejemplo una situación humana y hace la comparación: si una persona es capaz de ceder ante la insistencia de quien pide algo, aunque sea por una cuestión de saturación y de cansancio, que no hará Dios que además es bueno y nos ama.

Sin embargo, vamos a detener nuestra reflexión en una expresión que Jesús dice al final de su enseñanza: Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos se hará justicia”. Es decir que, ante la insistencia del hombre, Dios va a responder con justicia.

Algunas veces nos pasa que nos desilusionamos porque decimos que Dios desoye nuestra oración. Y esto no es así. En numerosas oportunidades pedimos cosas que no nos convienen, o manifestamos deseos que son contrarios al amor. Y Dios siempre actúa con justicia y de acuerdo con su voluntad.

Debemos orar sin desanimarnos y con constancia, y nunca dejar de tener presente que es necesario mirar las cosas desde la óptica de Dios. Si Dios, que es un buen Padre, no nos hace caso, será que no estamos enfocando las cosas como corresponde.

Dios nos ama, nos escucha y quiere nuestro bien. Hace falta que sintonicemos adecuadamente con El, para encontrar el sentido de nuestra vida.

En la primera lectura de la misa, en el libro del Éxodo vemos a Moisés orando con los brazos levantados con tal constancia que Aarón y Jur le sostenían los brazos levantados uno a cada lado

No debemos cansarnos de orar. Y si alguna vez comenzamos a sufrir el desaliento o el cansancio, tenemos que pedir a quienes nos rodean que nos ayuden a seguir rezando, sabiendo que ya en ese momento el Señor nos está concediendo otras muchas gracias, quizás más necesarias que lo que estamos pidiendo. San Alfonso María de Ligorio dice que El Señor quiere concedernos las gracias, pero quiere que se las pidamos. Un día Jesús les reprochó a sus discípulos : “Hasta ahora no han pedido cosa alguna en mi nombre. Pidan y recibirán”

La idea central de la parábola del Evangelio nos muestra a dos personajes entre los que existe un fuerte contraste. Por un lado está el juez que ni tenía temor de Dios ni respeto por hombre alguno: le faltan las dos notas esenciales para vivir la virtud de la justicia. A este juez malo, le contrapone el Señor una viuda, que es símbolo de una persona indefensa y desamparada. Y a la insistencia y perseverancia de la viuda, que acude con frecuencia al juez para plantearle su petición, se opone la resistencia de éste. Y el final inesperado sucede después de un continuo ir y venir de la viuda y de las contínuas negativas del juez. Termina por ceder el juez, y la parte más debil obtiene lo que deseaba. Y la causa de esta victoria no es que la viuda haya conseguido cambiar el corazón del hombre. La única arma que que ha conseguido la victoria es la petición insistente, la tozudez de la mujer, la constancia que vence la oposición más tenaz.

Y el Señor termina el relato del pasaje con un fuerte giro:¿Acaso Dios no hará justicia a sus elegidos, si claman a él día y noche, mientras él deja que esperen? Nos hace ver que el centro de la parábola no lo ocupa el juez malvado, sino Dios, lleno de misericordia, paciente y que cuida de sus hijos.

Analicemos hoy si nuestra oración es perseverante, confiada. Si es insistente y la hacemos sin cansarnos ni abandonarla. Perseverar en la oración es el punto de partida para alcanzar la paz, nuestra alegría y nuestra serenidad. En la confianza de que nada puede contra una oración perseverante, le vamos a pedir hoy al Señor, que con la intercesión de María nos conceda la gracia de alcanzarla.




RECURSOS PARA LA HOMILÍA


Nexo entre las lecturas
"Todo es don" en el mundo de la fe. Como don no tenemos derecho a él, sino que hemos de pedirlo humildemente en la oración. Así la viuda de la parábola no se cansa de suplicar justicia al juez, hasta que recibe respuesta (Evangelio). Por su parte, Moisés, acompañado de Aarón y de Jur, no cesan durante todo el día de elevar las manos y el corazón a Yavéh para que los israelitas salgan vencedores sobre los amalecitas (primera lectura). Mediante el estudio y la meditación de la Escritura, "el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda obra buena" (segunda lectura).


Mensaje doctrinal

1. Orar para recibir. Como en la vida espiritual todo es don, nada se puede recibir sin la oración humilde y constante a Dios. Con ella se abre la puerta del corazón de Dios de un modo invisible, pero real y eficaz. "Sin mí no podéis hacer nada". "Todo es posible para el que cree", para el que ora con fe. Dios es tan bueno que, incluso sin orar, recibimos muchas cosas de Él. Lo que ciertamente resulta infalible es que, si pedimos a Dios lo que Jesús nos enseña a pedir y en el modo en que nos enseña, Dios nos lo concederá.

La viuda de la parábola sufre de la injusticia de los hombres; sólo el juez puede hacerle justicia, y por eso le persigue día tras día hasta conseguirla. Traduciendo la parábola en términos reales, Dios juzgará, con toda seguridad, las injusticias humanas. Si elevamos a Dios nuestra súplica, Él nos escuchará y responderá a nuestra plegaria. Si Moisés, Aarón y Jur no hubiesen rogado a Yavéh por la victoria de Israel sobre los amalecitas, ¿la habrían obtenido? La oración, más que la espada, consiguió la victoria. El cristiano orante ha sido "dotado" por Dios, como Timoteo, para realizar bien sus tareas: el conocimiento de las Escrituras, la fidelidad a la tradición recibida, el anuncio del Evangelio.

De este modo, los textos litúrgicos de este domingo dan un valor extraordinario a la oración, como elemento constitutivo de la ortopraxis y como fundamento del progreso espiritual y de toda victoria en las luchas diarias de la fe. Hay que orar para recibir, pero también para dar según el don recibido. El don de Dios estará acompañado por la acción del hombre, basada en el don mismo. La victoria es de Dios, pero no sin que el hombre ponga los medios para la acción divina eficaz. Sin la espada de Josué no hubiese habido victoria, pero la sola espada, sin la intervención de Dios, hubiese terminado en derrota. Sin el esfuerzo de Timoteo por ser primeramente buen judío y luego buen discípulo de Pablo, Dios no hubiese podido "dotarle" para llevar a cabo la misión de dirigente de la comunidad de Éfeso.

Como en la persona de Jesús lo humano y lo divino se unen inseparablemente, pero sin confundirse, de igual manera en la vida espiritual del cristiano lo divino y lo humano convergen, manteniendo su identidad, en un único resultado. Eliminar uno de los términos conduce a una mutilación mortal, a no ser que se interponga una acción extraordinaria de Dios.

2. Rasgos del orante.

1) El rasgo más sobresaliente en los textos es la constancia en el orar. Sin esa constancia ni la viuda hubiera logrado que se le hiciera justicia, ni el pueblo de Israel que los amalecitas fueran vencidos. Una constancia que, en nuestra mentalidad, hasta nos puede parecer inoportuna, pero que a Dios le agrada y conmueve. Una constancia que puede ser exigente, incluso dura, y requerir no poco esfuerzo, como en el caso de Moisés, pero que Dios bendice.

2) El orante suplica porque tiene conciencia muy clara de su necesidad y de su propia impotencia para responder por sí mismo a ella. La distancia entre la poquedad del orante y la necesidad que le apremia, sólo Dios puede colmarla. El pueblo de Israel sentía urgente necesidad de derrotar a los amalecitas, sin lo cual no podrían llegar hasta la tierra prometida, pero a la vez sabían que eran poca cosa para tamaña empresa. Tendrán que acudir a Yavéh para arrancar de él la victoria anhelada.

3) El orante tiene que ser un hombre profundamente creyente. Si no se tiene fe en lo que se pide, ¿para qué entonces sirve la oración? ¿No es acaso hacer de la oración una pantomima? O se ora con fe o mejor dejar de una vez por todas la oración. La disminución o el aumento de la oración es correlativa del aumento o la disminución de la vida de fe.


Sugerencias pastorales

1. Oración y acción, reflexión y lucha. Ya san Benito enseñaba a sus monjes: "Ora et labora". "Ni ores sin trabajar, ni trabajes sin orar". Desde entonces está claro que no estamos hablando de dos caminos, sino de un único y solo camino en el que se entrecruzan la oración y la acción, la reflexión y la lucha diaria. En la iglesia se ora, pero activamente, metiendo en la oración los trabajos y las preocupaciones del día. En la oficina, en el campo, en la fábrica, en la casa se trabaja, pero metiendo en el trabajo a Dios, porque "Dios está entre los pucheros", como decía acertadamente santa Teresa de Ávila. El hombre, por tanto, no compartimenta su vida diaria o el domingo en, por un lado, horas de trabajo y, por otro, ratos de oración. Digamos mejor que, cuando ora, está trabajando pero de otra manera, y, cuando trabaja, está orando, pero de diferente modo.

Así el cristiano experimenta y mantiene una grande armonía interior, dejando al margen toda división innatural, rechazando decididamente cualquier forma de ruptura y desarmonía. Porque hoy en día, efectivamente, hay peligro de caer en la herejía de la acción, porque son muchas las tareas y pocos los hombres y el tiempo para realizarlas. ¿No hay párrocos quizá tentados por esta sutil herejía, por esta sirena que halaga sus oídos con música de una acción febril que no deja espacio ni tiempo para Dios? Hoy con menos frecuencia, pero también pueden los cristianos ser tentados por la herejía del quietismo, ese dejar que Dios haga todo sumergiéndose en una piedad misticoide, pasiva e infecunda. Ni una ni otra son posturas propias de un verdadero cristiano. Hagamos un esfuerzo por mantener el fiel de la balanza entre la reflexión y la lucha, entre la acción y la oración.

2. Diversos modos de orar. La Iglesia nos enseña que hay diversos modos de orar.

1) La oración vocal. La oración para que sea auténtica nace del corazón, pero se expresa con los labios. Por eso la más bella oración cristiana es una oración vocal, enseñada por el mismo Jesús: el padrenuestro. Los evangelios en diversas ocasiones narran que Jesús oraba y, en algunas de ellas, nos ofrecen las oraciones vocales de Jesús, por ejemplo, en la agonía de Getsemaní. La oración vocal es como una exigencia de nuestra naturaleza humana. Somos cuerpo y espíritu, y experimentamos la necesidad de traducir en palabras nuestros sentimientos más íntimos. La oración vocal es la oración por excelencia de la multitud, por ser exterior y a la vez plenamente humana. Hay en la Iglesia bellísimas oraciones vocales, que aprenden los niños en la catequesis y que alimentan nuestra vida de fe a lo largo de toda la vida: además del padrenuestro, el avemaría, el "gloria al Padre", el credo, la "salve regina". Oraciones que alimentan la piedad de los cristianos desde el inicio de la vida hasta su término natural.

2) La oración mental o meditación. El que medita busca comprender el porqué y el cómo de la vida cristiana para adherirse a lo que Dios quiere. Por eso, se medita sobre las Sagradas Escrituras, sobre las imágenes sagradas, sobre los textos litúrgicos, sobre los escritos de los Padres espirituales, etcétera. La oración cristiana se aplica sobre todo a meditar "los misterios de Cristo" para conocerlos mejor, y sobre todo para unirse a Él. Cuando se logra esta unión con Jesucristo, ya la oración se hace contemplativa y el ser entero del orante se siente transformado por la experiencia espiritual y profunda del Dios vivo. Contemplación, que no está exenta de pruebas ni de la noche oscura de la fe.