31 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXIX
CICLO C
10-16

 

10.

"TENEMOS QUE ORAR SIEMPRE, SIN DESANIMARNOS".

Esta es la enseñanza que, según hemos oído en el mismo evangelio, quería darnos Jesús con la parábola que acabamos de escuchar. Vale la pena que hoy, en este domingo, pensemos un poco para VER SI EN NUESTRA VIDA ESTA PRESENTE esta oración constante y esperanzada.

Orar siempre, sin desanimarse. ¿Que tiene que significar esto, ahora, para nosotros, en nuestra vida? Porque quizás hubo un tiempo en que creíamos que orar era decirle a Dios que necesitábamos esto o lo otro, y ESPERÁBAMOS QUE EL NOS LO ARREGLASE, en lugar de ponernos nosotros a trabajar en ello: a veces la oración había consistido en pedir que nos tocase la lotería, o que encontrásemos novio, o que aprobásemos el examen de conducir. Y todavía estaba quien lo hacía peor: quien llegaba a pedir a Dios cosas contra los demás, deseando que Dios dañara a un enemigo o a un competidor. Y claro, ya nos damos cuenta de que nuestro Dios NO ES UNA ESPECIE DE HERRAMIENTA A NUESTRO SERVICIO, que nos resuelva nuestros problemas y haga el trabajo que debiéramos hacer nosotros.

-Creer en la corriente de amor que se establece entre el Padre y nosotros 

Ya sabemos que orar no es eso. Pero entonces, ¿qué es, pues, orar? ¿Qué tenemos que hacer para seguir esta enseñanza de Jesús que nos dice que debemos orar siempre? No sé, pero yo diría que lo principal que uno debe hacer para ponerse en el camino de la oración es LLEGAR A CREER MUY ADENTRO DEL ALMA QUE ENTRE NOSOTROS Y NUESTRO DIOS, entre los hombres y el Padre de todos, HAY UNA CORRIENTE DE AMOR PROFUNDO, de amistad muy verdadera, de deseo de compartirlo todo: las ilusiones y las esperanzas, las tristezas y los fracasos, los proyectos, las angustias y los desencantos. Llegar a creer que todo lo que a nosotros nos interesa, todo lo que -grande o pequeño- constituye el entramado de nuestra vida, LE INTERESA TAMBIÉN MUCHO A NUESTRO DIOS. Y le interesa porque su promesa de salvación, el Reino que él tiene preparado para todos los hombres, se hace realidad ya ahora, cada día, en la vida de cada uno y en la vida de todos. Y por eso, no hay nada en nuestra vida personal y en nuestra vida colectiva, que no sea importante para hacer realidad esta vida feliz que Jesucristo nos ha alcanzado ya y que esperamos que un día será realidad del todo.

-Presentar delante de Dios todo lo que somos y lo que vivimos. 

Por eso, porque a nuestro Dios le interesa y le importa mucho todo lo que a nosotros nos interesa y nos importa, vale la pena que SEAMOS CAPACES DE PONERNOS A MENUDO DELANTE de él con la paz de un rato de quietud y de silencio, o bien en medio del trajín de la tarea cotidiana, PARA PRESENTARLE TODAS ESAS INNUMERABLES COSAS -grandes o pequeñas- que nos hierven por dentro y que nos animan o nos desasosiegan. Y que se las presentemos no como esperando actuaciones mágicas que nos arreglen los problemas -si así fuera, nuestra relación con Dios no sería una relación de amor: sería una especie de relación comercial, como el que tiene amigos sólo para sacarles provecho-, sino sabiendo que podemos confiar en el Padre, sabiendo que, si de verdad nos sentimos hijos suyos y vivimos en comunión con él, TODO CUANTO SOMOS Y VIVIMOS -lo bueno y lo malo, lo aburrido y lo que entusiasma- formará parte de ese gran camino que va hacia la vida, ESTARÁ VERDADERAMENTE LLENO DE SU AMOR y de su compañía. Si de verdad nos sentimos hijos del Padre, entonces NO NOS DEBE DAR MIEDO presentarlo todo ante él, no nos debe turbar hablar con él de todas las cosas, cualesquiera que sean. En la parábola del evangelio escuchábamos a Jesús hablando de un juez a quien había que insistirle mucho para que hiciera caso de lo que le decían: con nuestro Padre, por el contrario, no ocurre así. Con nuestro Padre, esta corriente de amor que hay entre él y nosotros hace que podamos estar con LA PAZ DE SABERNOS SIEMPRE ESCUCHADOS: como nos decía también el evangelio, podemos estar seguros de que Dios hará justicia a sus elegidos, Dios conducirá nuestra vida y la de todos por este camino que es su amor, su bondad que se realiza constantemente en nuestra vida.

Aprendamos, hermanos, a poner siempre delante de Dios todo cuanto somos y queremos. Aprendamos a vivir siempre sin desanimarnos, sin perder la esperanza. APRENDAMOS A CAMINAR EN LA COMUNIÓN AMOROSA DE NUESTRO PADRE, Porque su Reino está entre nosotros, porque su amor se ha derramado en nuestros corazones, porque sus promesas no pueden fallar. Ahora, en esta eucaristía, participaremos de nuevo en el sacramento del amor. Demos gracias y pidamos al Señor que nos enseñe a orar.

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1977/19


11. ORA/PERSEVERANCIA:

LA ORACIÓN EN LA FE

-Orar sin desanimarse, centrados en la fe (Lc 18, 1-8)

La parábola apenas necesita aclaración. Es sencilla pero encierra importantes consecuencias. Si incluso un juez tan perezoso y negligente, por conseguir la tranquilidad acaba por hacer justicia a la pobre mujer que se la pide perseverantemente hace tanto tiempo, cuánto más el Padre de los cielos atenderá la oración paciente y perseverante de sus elegidos. Si leemos la parábola teniendo en cuenta las actitudes de Jesús, vemos que éste parece centrarse más bien en el juez. San Lucas, por el contrario, por la necesidad de sus fieles, parece insistir más en la viuda y su perseverancia en la oración, modelo para sus cristianos.

El último versículo se orienta hacia la parusía: Cuando Jesús venga, ¿encontrará todavía fe? Quizá san Lucas alude a las dificultades y persecuciones en medio de las que viven los cristianos. La oración debe mantenerlos en la fidelidad y en la espera de la venida del Señor. confiados en la eficacia de estas súplicas.

- Poder de intercesión de Moisés (Ex 18, 8-13)

Asistimos aquí a un combate entre Amalecitas e Israelitas. El signo de intercesión consiste para Moisés en mantener los brazos en alto. Tal fue su perseverancia, que hubo que sostenerle los brazos cuando éstos empezaron a pesarle. Y triunfa Josué. Moisés permanece en esta postura de intercesión hasta la puesta del sol. El buen resultado de su muda oración podía comprobarse: "Mientras Moisés tenía en alto sus brazos, vencía Israel; cuando los bajaba, vencía Amalec".

Indudablemente, el ejemplo de perseverancia es importante; por otra parte, entendido de forma ruda, podría dar una teología mecanicista de la oración.

Conviene añadir a este relato la reflexión final de Jesús en el evangelio de hoy a propósito de la fe, de la que también decía que puede mover montañas. La oración continua centrada en la fe y la sumisión a la voluntad de Dios ha sido el ideal de la Iglesia, y el "orad constantemente" (1 Tes 5, 17) se ha seguido en todo tiempo, con modalidades diversas. Hoy se invita al cristiano a que reflexione en su intensidad y su técnica de oración.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 7
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 78 s.


13.

LA ORACIÓN DE LA MAYORÍA

Son bastantes los hombres y mujeres que se inician hoy de nuevo en el arte de la meditación y se esfuerzan por recuperar el silencio interior. Numerosos los estudios que nos invitan a descubrir caminos nuevos de contemplación y métodos de concentración y purificación interior.

Es gozoso ver todo este esfuerzo y hay que alentarlo decididamente en nuestras comunidades creyentes. Pero, la inmensa mayoría de los cristianos sencillos no podrán nunca saborear esta oración cuidada, profunda y purificada.

Por eso, es bueno ver que Jesús, para invitarnos a «orar siempre sin desanimarse», pone el ejemplo de una mujer sencilla y en apuros que insiste en su petición hasta lograr con su terquedad lo que desea.

Esta es la enseñanza de Jesús: si permanecéis estrechamente unidos a Dios en la oración, no debéis desesperar en ninguna dificultad, pues no seréis abandonados por vuestro Padre.

Hay una oración vulgar, la única que sabe hacer la gente sencilla en momentos de apuro, y que hemos despreciado demasiado estos últimos años.

Es esa oración, acaso demasiado «interesada» y hasta contaminada de actitudes mágicas. Una oración hecha de fórmulas repetidas con sencillez. Oración llena de distracciones, sin gran hondura ni pretensiones de contemplación.

Esa oración de los momentos de angustia, cuando uno está desbordado por el miedo, la depresión, la soledad o el desengaño. La oración en el fracaso matrimonial o el conflicto doloroso con los hijos. La oración ante la sala de operaciones o junto al moribundo. ¿No deberíamos mirar con más simpatía esta oración modesta, deslucida, poco sublime, que es la oración de los pobres, los angustiados, los ignorantes?

Esa oración que nace desde la conciencia de la propia indignidad. La oración de los que no saben analizarse a sí mismos ni pueden ahondar en nada. La oración de los que no saben hablar ni consigo mismos ni con los demás si no es torpemente y con trabajo. Lo ha dicho J.M. Zunzunegui, en un bello libro: «Es ésta, sin duda, la oración de la mayoría en todas las religiones del mundo, la oración que desata la ternura de Dios y que es, en definitiva, suficiente para la inmensa mayoría de la humanidad».

Esta oración, a veces tan poco valorada, no encuentra problemas para ese Dios que entiende a los pobres y les hará justicia como nadie.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 355 s.


14.

Frase evangélica: «Dios hará justicia sin tardar»

Tema de predicación: LA PRACTICA DE LA JUSTICIA

1. La expresión «hacer justicia» se repite cuatro veces en este pasaje, en el que aparecen también cuatro personajes: un juez injusto que se mofa de la justicia, aunque la cumple a regañadientes por su propia conveniencia, y que representa a las instituciones de la sociedad injusta; una viuda -personificación de los pobres y marginados- que solicita insistentemente que se le haga justicia; Dios, que hace justicia «sin tardar» a los oprimidos; y, finalmente, los elegidos -los apóstoles y discípulos-, que, no conformes con la pseudojusticia, quieren que se cumpla la justicia de Dios.

2. No toda petición es justa a la luz del Evangelio. Dios responde a quienes piden liberación desde la fe. No hay fe, sin embargo, cuando no se han roto los lazos con el sistema injusto o cuando se vive apegado a la propia conveniencia. El modelo de creyente lo representa en este pasaje evangélico la viuda, necesitada, por una parte, y creyente, por otra. Jesús alaba la fe de la viuda con deseos de justicia.

3. Desgraciadamente, no unimos a menudo fe y justicia. Sí solemos unir fe y sacramentos, fe y actos de piedad, fe y religión... Es necesario hacer ver que el corazón de la justicia de Dios está en la fe y que el núcleo central de la fe es la justicia.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Por qué nos cuesta tanto hacer justicia?

¿Relacionamos la fe con la justicia?

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 306


15.

1. Hemos cambiado los valores Nuestra sociedad está pasando por una grave crisis, motivada por múltiples causas. Algunas son de orden social: la crisis económica que sufren los de siempre con la tragedia del paro, la violencia estructural y el llamado terrorismo -muchas veces única posibilidad de responder a la violencia de los poderes-, la descomposición de la familia, el dominio que la técnica ejerce sobre el hombre, la contaminación y los residuos radiactivos, que están convirtiendo el mundo en un enorme basurero... Otras son más internacionales: las tensiones entre los dos grandes bloques políticos, que pueden conducirnos a una guerra nuclear de imprevisibles consecuencias -o muy previsibles-, la ineficacia de los organismos internacionales, manipulados por los "grandes"..., son indicios de la grave enfermedad que padece nuestro siglo.

También en la iglesia ha entrado el desaliento, la amargura, el desconcierto; que lleva, a unos, a endurecer sus posturas inmovilistas y, a otros, a la búsqueda de una respuesta evangélica para el mundo de hoy.

Quizá deberíamos buscar las causas de esta crisis en el interior de las personas. Porque hemos cambiado la escala de valores: el tener lo hemos convertido en algo más importante que el ser persona; hemos hecho de la utilidad práctica, el beneficio inmediato y el placer de los sentidos el dios de nuestra vida, llegando al extremo de subordinar a este dios los verdaderos valores humanos, como la propia dignidad, la amistad, la justicia o la libertad... Las consecuencias las estamos pagando todos: la ausencia de verdaderos ideales para una vida digna, la tensión constante en un mundo cargado de injusticia y de soledad... y ese superficial mariposear buscando en sensaciones externas y en nuevas experiencias lo que somos incapaces de encontrar en nuestro interior.

¿Tenemos algo que aportar los cristianos en esta hora del mundo? Lucas nos presenta seguidas dos parábolas relacionadas con la oración: la del juez y la viuda -que comentaremos en este capítulo- y la del fariseo y el publicano, que veremos en el siguiente. La finalidad de ambas es enseñarnos cómo debe ser la verdadera oración.

2. El lento crecimiento de todo lo verdadero

Tengo la impresión de que la mayoría de los pasajes evangélicos son más comprensibles para una mentalidad rural ligada a los ciclos normales de la naturaleza, que para la mentalidad tecnológica y electrónica del hombre moderno, habituado al funcionamiento automático de las máquinas y las computadoras: basta con apretar un botón para lograr lo que se pretende. Sin embargo, este hombre que habita en las grandes ciudades sabe por propia experiencia que, normalmente, sólo por una solidaria tenacidad se llegan a conseguir, de los que gobiernan la sociedad en sus diferentes estamentos, logros que de otra forma jamás se hubieran alcanzado.

Nuestros mayores, más vinculados al lento ritmo de la naturaleza, sabían bien que toda obra que merece la pena requiere grandes inversiones de tiempo y de constancia. Lo saben perfectamente los investigadores, los artistas y los poetas de todos los tiempos. Toda auténtica creación supone una paciencia inagotable. Lo saben muy bien también los padres y los educadores... Lo expresa maravillosamente Saint-Exupéry en su libro El principito: "El tiempo que has perdido por tu rosa es lo que la ha hecho tan importante". ¿Por qué pasar por alto esta ley universal, inscrita en el proceso del mundo y de la historia, cuando se trata del crecimiento del reino de Dios en nosotros y en la humanidad?

La parábola nos presenta una visión de la vida desde la óptica de la fe. El contexto refleja la actitud y situación en que vivían los cristianos de entonces. Sabemos que esperaban la venida inmediata y salvadora de Jesús y que cada día elevaban su plegaria de llamada y de esperanza en su propia llegada, convencidos de que era la única forma de escapar de la maldad de un mundo incapaz de cambiar. Pero la venida del Hijo del hombre se hace esperar; las dificultades son grandes, arrecian las persecuciones, amenaza la tentación de apostasía. Sólo la venida gloriosa de Jesús les librará de todos los problemas que les afligen.

Olvidaban, lo mismo que ahora nosotros, que Dios no es el papá bueno que hace las cosas que debemos hacer nosotros. Sí es el Padre que nos ayuda a que luchemos para superar las dificultades que se nos presenten, la garantía de una justicia definitiva que resuelva los interrogantes de tantas injusticias como sufren los explotados y oprimidos a lo largo de sus vidas. Justicia-venida que podemos acelerar mediante una vida auténtica y una oración perseverante. Ni todo depende exclusivamente de un Dios absoluto y paternalista ni todo queda a expensas de los hombres y su justicia. La fe cristiana es síntesis de ambas posiciones, tan difícil de conseguir en la práctica, como lo atestigua la historia del cristianismo. En todo tiempo tenemos que luchar y rogar para que venga la justicia del Hijo del hombre; incluso cuando parece que la lucha no sirve para nada y la oración no es escuchada y estamos a punto de sucumbir a la fatiga y al hastío. ¿No tenemos la impresión ahora de que el mundo no tiene remedio, hagamos lo que hagamos? El pecado social es hoy más fuerte que nunca; al menos hay más conciencia de él. Son millones y millones las voces que claman justicia constantemente... ¿Negaremos la actualidad de esta parábola de Lucas, siempre que la interpretemos adecuadamente?

3. Necesidad de orar siempre ORA/NECESIDAD

"Tenemos que orar siempre sin desanimarnos". Son muchos los textos de Lucas que nos hablan de oración. ¿Por qué su insistencia? Porque prevé que las dificultades, que ya vivían los cristianos cuando escribió su evangelio, iban a continuar y era grande el riesgo de perder la fe, la confianza, la esperanza... Porque la oración confiada y constante es el clima propicio para que pueda madurar en nosotros la semilla del reino de Dios. Porque en ella muchas de las peticiones que considerábamos urgentes para nuestro pequeño círculo se van relativizando y dando paso a otras más importantes para la humanidad y con más riesgo y compromiso. Porque de ella brota un estilo de vida verdaderamente cristiano... La oración supone en el que la realiza una actitud humilde. Por eso sólo podemos rezar a Dios, único ser mayor que el hombre. Humildad que debe ir acompañada de la perseverancia.

Muchos, al oír hablar de perseverancia, piensan inmediatamente en la machaconería, en repetir fórmulas y palabras; nunca en esa oración más profunda de encuentro silencioso, iluminador, con la verdad de Dios que nos revela nuestra propia verdad y nos esclarece la situación humana. Es ésta la oración que es indispensable y necesaria, porque es el clima en que nace y madura la fe y la vida.

ORA/ESPERANZA: La oración fortalece la esperanza cristiana, que no podemos confundir con la simple espera de algo que quizá se realice. La esperanza cristiana consiste en la certeza de conseguir algún día, en plenitud y para siempre, lo añorado en lo más íntimo y verdadero de nuestro corazón, a pesar de todas las situaciones y contradicciones que hagan difícil mantener esta actitud. Una esperanza que respeta el "tiempo" de Dios, pero que lleva a trabajar para adelantarlo.

Si la oración es la forma habitual de alimentar nuestra comunión con Dios y con los hombres, dejar de orar es exponernos a su lejanía, dejar de tener el "sentido de Dios" en los acontecimientos. Si la oración es tan importante para el hombre, ¿nos extrañaremos de la ausencia de Dios y de la radical injusticia en una sociedad que no reza? ¿Rezamos los cristianos? ¿Cómo?

4. Los protagonistas de la parábola

La protagonista principal de la parábola es una viuda que acude a un juez para que le haga justicia, seguramente en cuestiones de herencia, contra un adversario mucho más rico, poderoso e influyente que ella. Era la mujer pobre y viuda, junto con el huérfano, la imagen viva del desamparo y la marginación en el ambiente bíblico. No tiene más medios para lograr que le hagan justicia que su constancia y tenacidad. Está segura de lograr una sentencia favorable, con tal que se celebre el juicio. Pero ¿cómo inducir al juez a su celebración? Ella no tiene medios económicos para hacer regalos, ni amigos influyentes... No le queda más solución que ir una y otra vez al juez en demanda de justicia, convencida de que terminará por acceder.

El juez es un hombre caprichoso, maligno y comodón que desempeña su función judicial como no debe. No le importan en absoluto ni Dios ni los hombres. Pero es el único que puede administrar la justicia.

El monólogo del juez consigo mismo descubre sus ruines pensamientos. Comprende que la mujer no tiene intención de ceder y al fin se harta de verse molestado continuamente. Quiere acabar con tanta importunidad y tanta molestia; que lo deje en paz de una vez. Y le hace justicia. Podía haber tenido una reacción distinta y castigar a la mujer por su tozudez o prohibirle volver al tribunal; pero parece que está convencido de que nada ni nadie la hará abandonar su propósito.

Jesús nos invita a tener una tozudez semejante a la de la viuda. Si un juez sin entrañas fue capaz de dictar una sentencia favorable, ¡cuánto más Dios "hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche"!

Aunque la parábola está centrada principalmente en la actitud de la viuda, la aplicación que Jesús hace de ella se fija en el juez. No es la actitud perseverante de la viuda lo más importante, sino la certeza de ser escuchada. Sus oyentes deben dar un salto y trasladar la conclusión del juez a Dios: si este juez injusto, movido exclusivamente por motivos egoístas, ha sido capaz de hacer justicia, ¿cómo no escuchará Dios siempre a todos y especialmente a los pobres y necesitados? La conclusión no puede ser otra que la seguridad y confianza en que la oración será siempre escuchada, que el Dios de Jesús trabaja junto a los hombres que buscan la verdadera humildad. Cada uno, con su oración y trabajo, colaborará a que llegue ese día. Dios, con su intervención insustituible, no nos fallará, aunque el proceso sea largo y desesperadamente lento. Sólo una condición nos ha puesto Jesús para que la actuación del Padre no quede bloqueada: "orar siempre sin desanimarse". Y es que es en la oración donde adquirimos la fuerza necesaria para seguir adelante a pesar de todas las dificultades que tengamos que superar. Una oración que no nos quita los obstáculos del camino, sino que nos da la fuerza para superarlos.

Jamás en el evangelio la oración consistió en un cruzarse de brazos para esperar que Dios haga lo que debemos hacer nosotros. ¿Será porque no rezamos por lo que hemos colocado la palabra "imposible" tantas veces en nuestra vida?

Esta parábola nos anima a una oración llena de esperanza, de utopía, a no desanimarnos nunca, porque no se apoya en nosotros, sino en Dios. Quizá nos equivoquemos en lo que pedimos y no sepamos rezar ni vivir coherentemente con lo que decimos... Pero el Padre no deja de amarnos. Orar sin desanimarse es creer en este amor incondicional de Dios. Toda la vida de Jesús fue una constante oración. Para ponernos en el camino de su oración es necesario que creamos y descubramos muy en lo profundo de nosotros mismos que entre los hombres y el Padre de todos existe una corriente de amor, de amistad verdadera, de deseo de compartirlo todo: las ilusiones y las esperanzas, las tristezas y los fracasos, los proyectos... Llegar a creer que todo lo que a los hombres nos interesa y constituye el entramado de nuestras vidas le interesa también a Dios, es fundamental para que seamos capaces de ponernos delante de él con mucha frecuencia para presentarle todas esas innumerables cosas que nos hierven por dentro y que nos animan o nos desasosiegan. Y que se las presentamos no para que nos conceda unas y nos libre de las otras mágicamente, sino para clarificarlas y actuar conforme a la luz recibida a solas con él.

5. El Hijo del hombre

"Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?" Con esta pregunta de Jesús a sus discípulos termina el texto. Parece que este final no pertenecía originariamente a la parábola; enlaza mejor con el final del capítulo anterior. Sea lo que sea, la frase expresa la situación de la iglesia y de cada cristiano de entonces y de ahora; la necesidad de "orar siempre sin desanimarse", para ser fieles al camino de Jesús. Porque el riesgo de interpretar la fe de una forma menos rigurosa, de hacernos un mesías a nuestra medida, existirá siempre. ¿Hará falta poner ejemplos? ¿Tiene algo que ver nuestra vida cristiana con la de Jesús? Es fácil ceder ante las dificultades de la vida, olvidar que hemos de vivir en nosotros el "misterio" de muerte y resurrección del "Hijo del hombre".

Cuando Lucas escribe, los cristianos vivían desconcertados por las dificultades que tenían que vencer si querían seguir adelante. ¿Serán capaces de mantener, después de la ascensión de Jesús, la fidelidad a su Señor durante el tiempo en que esperan su retorno? Esto debe preocuparles mucho más que el querer saber si Dios escucha su oración, sobre lo que no deben tener ninguna duda.

A todas las generaciones de cristianos les ha sido difícil aceptar que el camino hacia la vida pasa por la muerte; que la muerte de Jesús asesinado no fue un accidente, sino una lógica constante en nuestro mundo. Quizá por eso nos hemos conformado con un cristianismo de rebajas que poco o nada tiene que ver con el evangelio.

Viene la salvación; tarde o temprano, el Hijo del hombre vendrá, pero... ¿encontrará esta fe en la tierra cuando llegue? Ciertamente encontrará gente que diga que tiene fe, que cree en Dios y en Jesús, pero ¿gente que se lo juegue todo por seguirle? Una salvación -plenitud humana- que alcanzarán aquellos que, manteniendo una dura lucha, hayan perseverado hasta el final.

La historia avanza, la cultura cambia..., todos tenemos conciencia de la nueva humanidad que se está gestando. ¿Sabremos encontrar un estilo de fe cristiana que sepa dar respuesta a los nuevos tiempos? ¿Seremos capaces de anunciar el evangelio de forma que represente algo positivo para los hombres de hoy? Mucho tenemos que cambiar la iglesia y los cristianos para ello...

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 3
PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 209-215


16.

1. Perseverar en la oración

La Palabra de Dios de este domingo gira en torno al tema de la perseverancia: perseverar en la oración (primera y tercera lecturas) y en la palabra divina que se nos ha transmitido (segunda lectura).

La parábola del Evangelio tiene una finalidad bien concreta señalada por el mismo evangelista: «Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola.» Si aquella pobre viuda pudo conseguir que el juez inicuo la escuchara con sus insistentes ruegos, con mucha mayor razón Dios escuchará a sus hijos que le reclaman justicia.

La parábola tiene un evidente trasfondo escatológico y parece referirse a la situación de la primitiva Iglesia, ansiosa por la segunda venida de Jesucristo y en constante peligro de sucumbir en un mundo hostil e injusto. El texto alude a que Dios hará justicia «sin tardar», quizá porque a los cristianos se les hacía demasiado pesado y largo ese tiempo de espera e inestabilidad.

En efecto, tarde o temprano el Hijo del Hombre vendrá, pero... ¿encontrará fe en la tierra cuando llegue?

De esta manera, el texto refleja muy bien la situación de la Iglesia, peregrina en el tiempo, que debe controlar su impaciencia por la justicia o la revancha contra sus adversarios, porque el juicio de los hombres es obra exclusiva de Dios, y a ella le corresponde, entre tanto, vivir en la fe y en la confianza.

Es comprensible que a menudo los cristianos -lo mismo que hombres de otras confesiones religiosas- sientan en carne propia el peso de la injusticia, de la opresión, de la persecución, etc., y, entonces, surja en su interior cierto resentimiento o cierta sed de justicia no del todo incontaminada de revanchismo y venganza.

La parábola -sin retorcer su sentido primario- expresa claramente que sólo el juez puede hacer justicia y que nadie puede arrogarse ese derecho por cuenta propia. Pero eso no significa que el creyente se quede con los brazos cruzados, aceptando pasivamente una estructura opresora. El evangelio de hoy insiste en la necesidad de orar y de perseverar en una actitud confiada y activa.

Una lectura superficial y rápida de la parábola podrá dejarnos la impresión de que la oración del cristiano es el grito de un hombre desesperanzado y falto de confianza en sí mismo, que no tiene más remedio que acudir finalmente al poder de Dios para resolver sus conflictos.

No ignoramos que, en gran medida, muchas veces así se entendieron en el cristianismo las cosas, con la consiguiente inmadurez de los cristianos y el posterior desprestigio de la religión ante un mundo que pelea con uñas y dientes por resolver sus problemas y por salir adelante «contra los adversarios» que le surjan al paso.

Pero entendemos que sería ridículo deducir, de esta sola parábola, cuál puede ser la actitud del cristiano ante la vida. Eso, en primer lugar. No olvidemos que la parábola alude a una viuda oprimida por un hombre superior a ella en fuerzas y capacidad. La viudez es el símbolo de su impotencia ante algo absolutamente superior; por lo tanto, la parábola alude a cierta situación-límite que vive la Iglesia y que sólo podrá ser resuelta desde la justicia soberana de Dios.

En segundo lugar, jamás en el Evangelio la oración consistió en un cruzarse de brazos para esperar que Dios haga lo que nosotros debemos hacer. Sobre eso ya hemos reflexionado muchas veces en domingos anteriores, y el mismo texto de hoy alude indirectamente a la fuerza y persistencia de aquella mujer que no teme enfrentarse con un juez injusto con tal de conseguir lo que le corresponde.

La oración cristiana -como se deduce de la frase final- es siempre una expresión de fe, de esa fe difícil que se empeña seriamente en servir al Reino de Dios en la lucha activa por la liberación total de los hombres de todas sus esclavitudes. Por eso la oración cristiana -ya lo veremos mejor el próximo domingo- no es fruto de la autosuficiencia ni del triunfalismo sino de una postura humilde de espera, de trabajo, de lucha y, ¿por qué no?, de caídas y riesgos.

No se trata, por lo tanto, de caer en ninguna posición radicalizada -como suele ser costumbre entre nosotros-, ni todo depende exclusivamente de un Dios absoluto y paternalista, ni todo queda librado a los hombres y su justicia. La fe cristiana pretende ser una buena síntesis entre esas dos posiciones antagónicas, aunque en la práctica la síntesis no sea tan fácil de conseguirla, al menos desde la larga experiencia de estos veinte siglos últimos de historia.

En el primer caso, se corre el evidente riesgo de caer en una religión opiácea y deshumanizada, incapaz por sí misma de presentar un ideal positivo a la humanidad y de desarrollar todas las potencialidades que el mismo Dios ha sembrado en quien es su semejanza e imagen visible en la tierra.

En el segundo caso, se llega inevitablemente a situaciones absurdas, ya que, al fin y al cabo, se terminará por justificar el triunfo del más fuerte, y de eso tenemos sobradas experiencias en estos agitados tiempos que vivimos.

Por eso -como fácilmente podemos entender ahora- la parábola presenta una visión de la vida desde una óptica de fe. Si Dios no es el papá bueno que hace lo que nos corresponde a nosotros, sí es la garantía de una justicia ulterior que pueda resolver el enigma de tanta injusticia que hombres y mujeres inocentes deben sufrir a lo largo de su vida.

Insistimos: no se trata de un consuelo barato para los momentos de crisis, sino de tener nosotros mismos un absoluto fundamento de justicia para practicar la justicia, en primer lugar, y para sentirnos últimamente protegidos contra la real injusticia de las estructuras opresoras, más poderosas que nosotros, en segundo lugar.

La confianza en un «dios que hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche» es lo que debe animarnos en estos tiempos duros y difíciles, para creer en ciertos valores que aunque no dan resultados inmediatos porque se apoyan en el amor y en el respeto a los demás, y no en la fuerza o en métodos coercitivos, han de crear a la larga un estilo de vida que nosotros sólo podemos vislumbrar, pero que ciertamente otras generaciones han de gozar. Fue esa confianza lo que mantuvo firmes a los primeros cristianos, aun cuando muchos frutos del Evangelio se recogerían siglos después.

En síntesis: el evangelio de hoy nos invita a confiar en un Dios fiel, a confiar en la fuerza del Evangelio, a confiar en Jesucristo, a confiar en la sabiduría de la Palabra de Dios cuya vivencia no se consigue en un año ni en un siglo, por lo que constituye la esencia del quehacer cristiano. Sobre esto nos alecciona la segunda lectura.

2. Vivir y proclamar la Palabra

Decíamos más arriba que la actitud cristiana no puede consistir en una oración con los brazos cruzados. El texto de la carta de Pablo a Timoteo lo dice mucho más positivamente: «Permanece en lo que has aprendido y se te ha confiado... La Sagrada Escritura puede darte la sabiduría que por la fe en Cristo Jesús conduce a la salvación. Toda Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud: así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena.» Y el apóstol concluye con esta vibrante exhortación: «Ante Dios y ante Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, te conjuro por su venida en majestad: proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprocha, exhorta con toda comprensión pedagogía.»

Es interesante observar que tanto el texto evangélico como la segunda lectura están enmarcados en un claro contexto escatológico, y que mientras el evangelio insiste en la oración confiada, la carta paulina nos conjura a mantener firme la enseñanza del Evangelio y en proclamar la Palabra de Cristo, pese a todos los contratiempos.

Por lo tanto, según Pablo, dos serían las tareas importantes del cristiano en estos tiempos difíciles -y todo tiempo de fe es difícil-, sin excluir por supuesto la oración, siempre recomendada por el apóstol y tan relacionada con la vivencia de la Palabra:

En primer lugar: Hacer de la Palabra de Dios -tal como la tenemos en la Biblia- un criterio rector de vida, un modo sabio de afrontar nuestra existencia, una permanente fuente de inspiración para el trato con nuestros hermanos. En la Palabra de Dios hemos de encontrar los cristianos nuestra regla, nuestro sistema de valores, nuestro modo de afrontar la vida. Pablo insiste en que «toda» Escritura es apta para ello, pues es evidente que a menudo nos gusta apoyarnos en ciertos textos preferidos o más acordes con nuestro modo de ser, para dejar a un lado los textos molestos o más exigentes. En segundo lugar: La oración del cristiano, bien resumida en aquellas expresiones tan típicas: «Ven, Señor Jesús», «Que venga tu Reino», debe traducirse necesariamente en la evangelización, ya que todo tiempo es apto para anunciar la Palabra de Dios, para denunciar las injusticias y para exhortar a un estilo de vida distinto y nuevo.

La espera del Señor -tan sentida en los primeros tiempos del cristianismo- es una postura activa, es casi provocar con la evangelización la instauración de un nuevo esquema de sociedad, aunque sin caer en cierto proselitismo intransigente que pretende imponer por la fuerza y coercitivamente -muchas veces con la ayuda del poder del Estado- un evangelio de amor y comprensión. Por eso dice Pablo: Evangeliza todo lo que quieras, pero "con comprensión y pedagogía", algo que nosotros hemos olvidado en más de una oportunidad. La evangelización no es una cruzada ni una conquista a tambor batiente, sino una llamada a la conciencia de los hombres, sin herir susceptibilidades, sin despreciar o desvalorar elementos culturales distintos a los nuestros, sin condenar al qUe no nos escucha.

Concluyendo: Como fácilmente puede colegirse, la Palabra de Dios de este domingo nos prepara ya para el tiempo de Adviento; no sólo para el tiempo litúrgico, sino para que asumamos esta vida, este momento histórico como un tiempo de exigencia, de lucha y de esperanza.

La historia avanza, los sucesos transcurren en forma vertiginosa e inesperada, la cultura cambia, los sistemas políticos evolucionan y todos tenemos conciencia de que se está gestando una nueva humanidad... Pero, ¿pervivirá la fe en la tierra?

He aquí una pregunta que nos compromete a todos: ¿Sabremos encontrar un estilo de fe cristiana que sepa conjugarse con estos tiempos nuevos? ¿Seremos capaces de anunciar el Evangelio de forma tal que represente algo positivo para los hombres de hoy? ¿Somos capaces de sentirnos cristianos, participando al mismo tiempo en la construcción de este mundo nuevo tan distinto al de nuestros padres y antecesores?

Estas preguntas, conscientemente respondidas, pueden transformarse en nuestra mejor oración.

SANTOS BENETTI
CAMINANDO POR EL DESIERTO. Ciclo C.3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1985.Págs. 316 ss.