22 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO
10-17

10.

ECLIPSE DE DIOS
¿o vas a tener envidia porque yo soy bueno?~

La parábola de los obreros en la viña nos recuerda a los creyentes algo de suma importancia. Con un corazón lleno de envidia no se puede «entender» al Dios Bueno que anuncia Jesús.

Al hombre actual se le hace cada día más difícil encontrarse con Dios. Y, sin duda, son muchos y complejos los factores sociológicos y culturales que explican tal dificultad. Pero no deberíamos olvidar lo que escribía J.M. Velasco hace unos años: «Es indudable que nuestra sociedad padece un eclipse de Dios y en este eclipse no hemos dejado de participar los creyentes con la interposición de una vida que transparenta más nuestros intereses, nuestras preocupaciones y nuestras obsesiones que la presencia vivificante de Dios».

Un Dios que es Amor no puede ser descubierto por la mirada interesada de unos hombres que sólo piensan en su propio provecho, utilidad o disfrute egoísta.

Un Dios que es acogida y ternura gratuita para todos no puede ser captado por hombres de alma calculadora que viven manipulándolo todo, atentos únicamente a lo que puede acrecentar su poder.

¿Qué eco puede tener hoy, en amplios sectores de esta sociedad, hablar de un Dios que es Amor gratuito?

Hablar de amor es, para bastantes, hablar de algo hipócrita, retrógrado, ineficaz, algo perfectamente inútil en la sociedad actual. Nos basta con organizar bien nuestros egoísmos para no destruirnos unos a otros.

No es extraño que Dios se haya eclipsado convirtiéndose para muchos en algo irreal, abstracto, sin conexión alguna con su vida real.

Entonces corremos el riesgo de caer en la incredulidad total. Recordemos la experiencia de Simone de Beauvoir: «Dios se había convertido para mí en una idea abstracta en el fondo del cielo, y una tarde la borré».

No es posible creer que existimos «desde un origen amoroso» ni descubrir a Dios en la raíz misma de la vida, cuando estamos «fabricando» una sociedad donde apenas se cree en el amor.

Para muchos hombres y mujeres de hoy el camino para encontrarse de nuevo con Dios es volver a reconstruir pacientemente su vida, poniendo en todo un poco más de generosidad, desinterés, ternura y perdón. Lo más profundo de la existencia sólo se descubre desde la experiencia del amor.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 111 s.


11.

1. Más allá de la justicia.

En la parábola de los jornaleros de la viña hay que tener muy en cuenta lo que realmente se quiere mostrar: que Dios en su libre bondad puede muy bien superar la medida de la justicia distributiva y que de hecho lo hace continuamente. Se pone de relieve su libertad: «¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos?». Y también su bondad: «¿o vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?». Ciertamente se puede aplicar la parábola al judaísmo y al paganismo: los judíos han trabajado en la viña desde el amanecer; los paganos, en cambio, vinieron al caer la tarde. Pero de hecho los dos pueblos reciben su salario conforme a una bondad libre y desmesurada de Dios, pues la alianza con Israel era ya la expresión de un comportamiento libérrimo y desbordante de bondad por parte de Dios. Mas la parábola es significativa para todos los tiempos y para todos los pueblos que quieran comprender el pensamiento fundamental de Jesús. Dios ha superado ya desde siempre el plano de la mera justicia distributiva y exige por ello que se haga lo mismo en Cristo: «Si no sois mejores que los letrados y fariseos no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 5,2O).

2. La justicia del amor de Dios.

Pero esto no significa precisamente que el amor y la misericordia de Dios sean injustos. La justicia es un atributo de Dios tanto como el amor y la misericordia. Por eso en el sermón de la montaña se insiste en que Jesús no ha venido a derogar la Ley, sino a darle cumplimiento, y se dice expresamente que ningún precepto de la Ley, en la medida en que procede de Dios, puede abolirse (Mt 5,17-19). Toda interpretación del sermón de la montaña que desconozca esto -también cuando se trata de la aplicación del amor a los enemigos y del desarme en el ámbito de la sociedad- será siempre una interpretación sesgada. El orden intramundano, tanto público como privado, no es abolido, simplemente es superado mediante el comportamiento de Dios en Cristo y en el comportamiento de los discípulos de Cristo. La primera lectura expresa drásticamente esta superioridad de los pensamientos de Dios sobre la idea humana de la justicia y la equidad: los caminos del Señor están tan por encima de los pensamientos humanos como lo está el cielo de la tierra. Y el pensar y obrar divinos están caracterizados precisamente como misericordia y perdón, que como gracia seguramente incluye en sí la exigencia de la conversión; esto, considerado desde el punto de vista de la gracia, no es más que lo justo.

3. El reflejo eclesial.

Pablo nos ofrece en la segunda lectura una magnífica confirmación de lo dicho. ¿En qué consiste para él la mejor imitación de la bondad de Dios? Mientras que los hombres desean tener una larga vida, Pablo, por el contrario, querría morir para estar con Cristo. Pero, más allá de este deseo ardiente, la voluntad de Dios podría ser que Pablo permaneciera en esta vida por el bien de la comunidad y que dé fruto en la tierra. El no elige, sino que deja a Dios elegir lo mejor. Lo mejor no está, como muchos piensan, en el aumento constante de las buenas obras y del compromiso apostólico, sino únicamente en la realización de la voluntad de Dios, cuyos planes están tan por encima de los deseos y aspiraciones humanas como lo está el cielo de la tierra. Del mismo modo los pensamientos del propietario de la viña son muy superiores a los de los obreros que trabajan en ella poco o mucho; en todo caso estos pensamientos son los mejores para cada hombre y con ello también los más llenos de gracia.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 105 s.


12.

1. ¿Contrato bilateral o gesto de amor?

A menudo durante este año nos hemos encontrado con el tema del Reino de Dios. La liturgia nos invita a volver sobre el mismo tema durante estos últimos domingos del año litúrgico, como si se tratara de un problema que nunca agota nuestra reflexión. La parábola de hoy es particularmente interesante ya que, a primera vista, tiene un cierto aire de injusticia al menos si la medimos con un criterio social moderno, y parece que aun en tiempos de Jesús pudo parecer así, según lo que narra el mismo texto.

Dios es comparado a un propietario que va contratando a diversos grupos de obreros para su viña, conviniendo con todos ellos en un denario por jornada, aun en el caso de aquellos que, por ser contratados a la tarde, trabajarían solamente algunas horas. Como es natural, los que fueron contratados primero protestaron...

También hoy ninguno de nosotros toleraría que un compañero de taller u oficina que solamente trabajara dos horas por día cobrara lo mismo que quien trabaja ocho horas. Sin embargo, Jesús aprueba la postura del propietario ya que la parábola únicamente quiere poner de relieve -según se desprende de las palabras del propietario a los criticones- la absoluta libertad del dueño que quiso ser generoso sin pecar de injusto. En efecto, los primeros que fueron contratados no protestaron porque su paga era escasa, sino por la generosidad del propietario hacia los últimos. Por eso fueron acusados de «envidiosos»... Tanto esta parábola como otras que veremos en los próximos domingos, tiene un marco histórico de interpretación: se refiere a la entrada de los paganos al Reino de Dios, que fue con ellos sumamente generoso aun cuando llegaran más tarde que los judíos.

Si hoy nos contentáramos con esta visión, la parábola sólo nos depararía un motivo de curiosidad histórica, pero no un alimento para nuestra vida de fe. Es así como este texto, tal como sugiere la primera lectura, nos introduce en un tema permanente en la experiencia cristiana: el Reino de Dios tiene sus propios caminos -inspirados en el amor y la generosidad gratuita- que a menudo son incomprensibles para quienes nos guiamos por un concepto de justicia distributiva. Así dice el oráculo de Isaías cuando le hace hablar a Dios: "Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos".

En otras palabras: la parábola critica ásperamente, hasta el escándalo, la actitud de quienes establecen sus relaciones con Dios como si fuese un contrato por el cual tenemos el derecho a exigirle a Dios tal o cual paga. Es aquí donde debemos abrir los ojos para comprender la paradoja de la parábola: en realidad en ningún caso -salvo quizá en el primer grupo de contratados- se trataba de un contrato propiamente dicho, pues era obvio que el propietario otorgaba el denario como un gesto suyo de amor. Lo justo hubiera sido que pagara medio denario o un cuarto de denario...; mas al dar un denario a todos puso en evidencia su generosidad, por un lado, y el interés de los primeros contratados, por otro. Si esta interpretación es exacta, podemos ahora «examinar nuestra actitud religiosa que, en gran medida, puede estar motivada por una exigencia de premio a la buena conducta observada, no dándonos cuenta de que Dios sola y «exclusivamente desea relacionarse con nosotros por amor.

Si ha hecho esto y lo otro por nosotros, no es porque se sienta obligado por un contrato bilateral, sino porque se lo inspira el amor. De la misma forma supone que nuestra respuesta no sea motivada por tal o cual paga sino porque el amor nos mueve a hacer lo que manda la ley y mucho más aún.

Por esto decíamos que la parábola esconde una paradoja o aparente contradicción: mientras que da la impresión exterior de que se trata de una paga contratada, en realidad el denario es dado porque su amor así lo quiere.

A menudo se ha acusado al cristianismo de ser una religión «interesada», ya que la moral está supeditada al consabido premio o castigo. Reconozcamos que la acusación no carece de cierto fundamento, al menos si observamos muchas de nuestras conductas. ¿Qué sucedería si en algún momento nos convenciéramos de que tal premio o castigo no existen? ¿Seguiríamos siendo los mismos? ¿Cuál es el motivo real y profundo de nuestros gestos de justicia, de amor, de respeto al otro y a sus bienes, etc.? No olvidemos, por otra parte, que esta mentalidad «contratista» aflora incluso en algunos textos de la Biblia, como así también en otros libros religiosos posteriores.

Jesús, con su concepto del Reino de Dios, asume una posición radical en esta cuestión: por su parte acepta la voluntad de Dios como un dato absoluto de su infinito amor, y por otra, se entrega a la cruz en un gesto total de amor a los hombres. A un amor recibido gratis, respondió con otro gesto gratuito.

Lamentablemente las palabras «premio y castigo», que aún seguimos usando, no responden adecuadamente al gesto de Dios de darnos la vida eterna, de la misma forma que no es premio lo que un amigo brinda a la amistad de otro, o lo que el esposo da a su esposa... Un vocabulario imperfecto nos ha llevado a una muy imperfecta comprensión de las relaciones entre Dios y los hombres.

Primera conclusión, pues, de este domingo: revisemos nuestras actitudes religiosas para ver qué las motiva: si el interés o el amor. Preguntémonos por el fundamento de nuestro cumplimiento cultural o moral. Esta parábola es un buen "test" de autenticidad religiosa.

2. Los primeros y los últimos

Si esta parábola tuvo un contexto histórico en su momento, también lo tiene hoy. Muchos judíos de aquella época no toleraban que los paganos -los recién llegados al Reino- gozaran de los mismos derechos que los «viejos» que ya tenían una larga hoja de servicios.

Cambiadas las circunstancias, no hace falta mucha imaginación para descubrir que a los viejos cristianos puede pasarles hoy lo mismo. ¿Quiénes son estos viejos cristianos simbolizados en el primer grupo de la parábola? ¿Y quiénes podrían hoy ser los últimos en ser invitados por el propietario a trabajar en la viña del Reino? Los primeros son los que se olvidan de que su pertenencia a la fe cristiana no les confiere privilegio alguno sobre las demás personas, pues esa pertenencia es un don gratuito de Dios, y de alguna manera también «fortuito».

Lo primero es obvio; lo segundo significa que es una circunstancia casual el hecho de haber nacido en un país llamado cristiano, donde es costumbre bautizar a los niños recién nacidos. No podemos olvidar que existe un aspecto cultural en nuestra fe: la pertenencia a un continente o a un país de tradición cristiana, de la misma forma que los nacidos en India están casi totalmente condicionados a ser hinduistas o budistas, y así sucesivamente. Es escandaloso, por lo tanto, que pretendamos sacar provecho de algo a lo que no hemos contribuido con nuestro esfuerzo personal, ya que la fe nos fue dada como don de Dios y, digamos, como don de nuestra sociedad o familia cristiana.

La parábola nos invita, pues, a una actitud humilde, aun cuando tomemos conciencia de lo mucho que hemos recibido y de lo valioso que representa para nosotros el hecho de ser cristianos.

Esto es fundamental en nuestra relación con los demás grupos humanos que están fuera del área cristiana o que son los últimos en acercarse. Importante: la frontera del Reino no coincide con nuestras fronteras... Quizá éstos a los que consideramos últimos, como bien concluye la parábola, son los primeros del Reino...

A nivel racional es posible que todos estemos de acuerdo con estas ideas, mas cuando llegamos a los hechos concretos, inmediatamente surgen las resistencias interiores a ser coherentes con lo pensado: prejuicios y tabúes alimentados por largos años de historia y por una cultura del medio ambiente, nos imposibilitan asumir esa humilde actitud típica del Reino de Dios.

¿Ejemplos? Quizá no haga falta... Podemos solamente sugerir nuestra postura interior hacia los jóvenes con sus ideas atrevidas y tan distintas a las nuestras; nuestras relaciones con personas de escasa cultura o de países subdesarrollados, o con gentes de color, o con judíos o marxistas...

Todos ellos -con la misma gratuidad que nosotros- reciben en algún momento de su vida -antes o después, a la mañana o al atardecer de su "día"- el denario del Reino. Hasta ahí llega la parábola de hoy. Otra parábola que consideraremos en otro domingo, nos dirá qué puede pasar con ese denario que cada uno recibe...

Vista así la parábola, es capaz de escandalizarnos como escandalizó a quienes la escucharon por primera vez: ¿Cómo es posible que también los «otros» puedan recibir lo mismo que nosotros? Importantísima conclusión, digna de ser reflexionada mucho más profundamente por cada uno de nosotros: «Los caminos de Dios no coinciden con nuestros caminos y planes.» O si se prefiere: «Las fronteras del Reino no coinciden con nuestras fronteras...»

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A
Tres tomos EDICIONES PAULINAS
MADRID 1977.Págs. 239 ss.


13.

1. El Dios de Jesús

¿Qué pensamos de Dios? Es una pregunta fundamental, a la que todos los creyentes deberíamos responder con frecuencia. Porque hemos de reconocer que, quizá sin darnos cuenta, tendemos a construirnos un Dios a nuestra imagen y semejanza, cuando debe ser todo lo contrario. Atribuimos a Dios nuestros rasgos, nuestra manera de pensar y de vivir..., con lo que corremos constantemente el riesgo de construirnos una caricatura de Dios. ¿Qué Dios rechaza el agnosticismo y el ateísmo contemporáneos: el de Jesús de Nazaret o la desagradable caricatura que los cristianos hemos puesto tan frecuentemente en circulación? La mayoría de los cristianos lo son demasiado fácilmente. Y muchos ateos y agnósticos lo son difícilmente: ¿no trabajan, aunque sea sin saberlo, por la construcción del reino de Dios, que ellos llaman libertad, justicia...?

Los cristianos no somos ajenos, por ejemplo, al empeño del materialismo actual por presentar a Dios como un peligroso rival del hombre. Y es el mismo hombre el que sufre las consecuencias al quedar limitados sus esfuerzos a esta tierra, forzados por la caricatura del Dios cristiano preocupado únicamente del más allá, para regocijo de los explotadores que defienden este "Dios" con uñas y dientes. La insatisfacción, la soledad y el vacío es un precio demasiado alto pagado por la sociedad moderna al haber eliminado a Dios de su futuro, en lugar de haber ahondado en el Dios presentado por los evangelios. ¿Ha ganado algo el hombre con el cambio? ¿Trabajaremos por restituir la verdadera imagen del Dios Padre y amor?

Otro tremendo error del cristianismo ha sido -y es- el de presentarse como una moral supeditada al premio o al castigo. ¿No es ésa la reacción más característica de la mayoría de los cristianos? ¿No es el miedo al castigo o el conseguir un premio lo que nos impulsa muchas veces a unas prácticas determinadas? ¿Qué pasaría si los cristianos nos convenciéramos de que tal premio o castigo no existen? ¿Seguiríamos siendo los mismos? ¿Cuál es el motivo profundo de nuestro actuar?...

Jesús, con su concepto del reino de Dios, asumió una clara posición en esta cuestión del premio o castigo: a un amor recibido gratis respondió con su amor también gratuito. Las relaciones del hombre con Dios no pueden establecerse más que como amistad: amor compartido.

2. La parábola

Mateo ha seguido fielmente el capítulo diez de Marcos. Pero, después de la pregunta de Pedro y la respuesta de Jesús sobre la recompensa que les corresponderá a los que le han seguido dejando todas las cosas (Mt 19,27-29), interrumpe de improviso la narración del segundo evangelista e introduce esta parábola -único que la trae- para indicarnos que el reino de Dios no se rige por términos fiscales de dar tanto y recibir cuanto, sino por otras leyes. No es una interrupción al azar: Jesús echa por tierra nuestra justicia distributiva, derriba nuestros conceptos de mérito y de salario justo, de premio a la laboriosidad. Las parábolas no son alegorías, es decir, no debemos buscar un significado concreto en cada uno de sus elementos, como sucede en las segundas. En las parábolas abundan los rasgos irreales, artificiosos, que ayudan a que quede más clara la enseñanza fundamental que quiere hacerse.

La escena está tomada del medio ambiente palestino, como la mayoría de sus comparaciones. En la época de Jesús, de fuerte crisis social, el desempleo era muy abundante, como ocurre ahora. Los obreros solían reunirse en una plaza a la salida del sol, donde acudían los amos para buscar los braceros que necesitaban para la jornada entera. De esta forma la contrata se realizaba con suma facilidad.

Los judíos dividían el día, desde la salida del sol hasta su puesta, en doce horas. Pero ordinariamente utilizaban las horas de tercia (de las nueve de la mañana al mediodía), sexta (del mediodía a las tres de la tarde) y nona (desde las tres hasta la puesta del sol). Es artificioso que el propietario salga a buscar jornaleros a diversas horas del día -sobre todo "al caer la tarde"-, cuando normalmente el trabajo requería los servicios ya desde la mañana.

Sólo con los primeros trabajadores se concierta el jornal: "Un denario por jornada". A los contratados "a media mañana" les indica que les "pagará lo debido". De los demás no se dice nada. ¿Dónde estaban "al amanecer" los contratados de las horas sucesivas? Todo indica que estaban sin trabajo y que no se preocupaban demasiado por encontrarlo. Al oscurecer, el amo manda al administrador que llame a los obreros y les dé su jornal. Es lo que decía la ley: al trabajador "le darás cada día su salario, sin dejar que el sol se ponga sobre esta deuda; porque es pobre, y para vivir necesita de su salario" (Dt 24,15; Lev 19,13). Quiere que les pague en orden inverso a como han sido contratados y que todos reciban la misma cantidad.

A todos se les da un denario. ¿No es una injusticia'? En la vida no todos somos iguales, ni tenemos la misma inteligencia, ni rendimos lo mismo en el trabajo... Sin embargo, todos los hombres somos solidarios en el trabajo de transformación del mundo. Y todos, por igual y según las propias necesidades, debemos recibir el mismo provecho del trabajo realizado. Por desgracia, no es así en la realidad. Están los que acumulan bienes, proclamando que son suyos porque ellos los han trabajado, y se niegan a repartir equitativamente los bienes producidos. No quieren caer en la cuenta de que muchos otros no pueden llegar a lo que ellos por la injusticia que padecen, la falta de cultura, de alimentación y de promoción social. Y que estos muchos tienen el mismo derecho que ellos a vivir con dignidad, porque todos somos solidarios para bien o para mal. El que tiene más capacidad la posee para servicio de quien carece de ella. Es la única forma de amparar al más débil, de salvaguardar la igualdad entre todos, de no matar la fraternidad universal por la ambición. Este es el plan del Dios de Jesús. Estamos tan acostumbrados a las injusticias, se nos ha educado en ellas de tal manera, que toda la situación actual -a nivel personal y de naciones- nos parece bien, siempre que nos encontremos en el lugar de los privilegiados. ¿Por qué ha de vivir igual el ingeniero que el peón de albañil, el médico que la enfermera, el empresario que el trabajador...? El plan de Dios está cambiado en el mundo, hasta tal punto que las injusticias se han legalizado y convertido en justicia.

3. Los primeros protestan

Los primeros "se pusieron a protestar contra el amo". Es natural: la conducta del propietario es arbitraria, extravagante, injusta. Así piensan otros obreros, así piensa el hombre en general. Es la envidia al ver la generosidad del amo. Porque no se quejan de haber padecido una injusticia (han recibido lo que habían acordado), sino de las ventajas concedidas a los otros. No pretenden recibir más, sino que los demás no sean tratados como ellos. Quieren mantener las diferencias. No quieren darse cuenta de que a ellos no se les hace ningún perjuicio por el hecho de darles lo mismo que a los demás. Es la envidia del que se cree bueno enfrentado a un Dios que perdona e iguala a los que ellos consideran inferiores y pecadores. Muchos cristianos van a misa, reciben los sacramentos... para ganar el cielo, con el deseo inconfesable de que se condenen los que no hacen como ellos. El amo les responde con amabilidad y con cierto reproche al mismo tiempo. Les llama "amigos" a la vez que les indica que no les hace "ninguna injusticia". Convinieron en un denario y lo han recibido. Con ellos ha sido justo; con los demás, generoso. En la forma de obrar el propietario se revela la manera de pensar del Padre del cielo. El propietario rural no puede decir tranquilamente: "¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos?" Pero Dios sí puede hacer lo que quiera, porque lo que quiera siempre será lo mejor para la humanidad. Los dones de Dios no se pueden merecer; en ellos no tiene cabida la lógica humana. Dios puede regalar libremente lo que quiera; y el hombre no le puede impedir -¡menos mal!- que dé a quien quiera y cuanto quiera.

4. "Los últimos serán los primeros..."

El pasaje termina con una sentencia: "Así, los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos". Algunos piensan que aquí está la clave para interpretar correctamente la parábola. Pero parece que no: todos reciben lo mismo; no hay en ella primeros ni últimos, fuera del orden en que recibieron la retribución, explicable para facilitar el que se enteraran los primeros de las intenciones del amo y pudieran presentar sus quejas.

Más bien parece un apéndice, repetido en los evangelios (Mt 19,30; Mc 10,31; Lc 13,30). Algunos la consideran una interpolación de la iglesia del siglo II.

Los primeros son el pueblo judío, en especial los fariseos y los dirigentes religiosos, que se creían con peculiares privilegios ante Dios y con el derecho de exigirle la recompensa. Los últimos, los pueblos paganos. El evangelio de Mateo, al subrayar el predominio de los paganos sobre los judíos, lo ha colocado aquí para ayudar a los primeros cristianos a comprender el cambio total de situaciones habido en las relaciones entre Israel y las demás naciones desde el momento en que éstas abrazaron la fe.

5. Interpretación

Para entender adecuadamente esta parábola hemos de tener en cuenta la perspectiva histórica del evangelio de Mateo: se dirige a los cristianos que provenían del judaísmo y escribe desde la perspectiva del Nuevo Testamento, pero teniendo en cuenta el Antiguo. El hombre actual, sensible a la justicia, lo es también a la retribución. Muchos de sus esfuerzos por una sociedad más justa van dirigidos a un reparto equitativo de sus bienes. Por ello esta parábola tiene para nosotros, a primera vista, un cierto aire de injusticia. Pero es evidente que Jesús no pretende aquí hablar de relaciones económicas o laborales, sino de nuestro trabajo por el reino de Dios en esta viña que es el mundo. Un trabajo que nosotros tendemos a identificar demasiado con el que realizamos para cobrar un salario. Quiere que todos trabajemos, según nuestras capacidades, desde el momento en que caigamos en la cuenta de ello. Porque es posible que muchos no sean conscientes de la necesidad de la colaboración de todos para que el mundo sea cada vez más el reflejo del deseo de Dios.

La parábola insiste en que Dios llama siempre, a todas las horas, cuando y como le parece. El momento en que llegue esa llamada, pronto o tarde, no tiene importancia. Lo importante es estar preparado para recibirla cuando llegue. No podemos mantener distinciones entre quienes acogieron su llamada los primeros o los últimos. Lo importante es el trabajo por el reino, nunca los méritos que se pretenda tener por él. Un aspecto que afectaba a los judíos de entonces y sigue afectando a los cristianos de siempre. Nos conviene ahondar en que todo es don y en que el amor de Dios supera, afortunadamente, nuestros méritos. Nuestras relaciones con Dios no pueden expresarse en términos de justicia: están reguladas exclusivamente por la gratuidad. Todo es gracia, podría ser la síntesis de esta parábola.

Con esta parábola, Jesús también quiere defenderse de las críticas de los fariseos, que le acusaban de igualar a los pecadores con los que cumplían la ley. No establecía diferencias entre justos y pecadores -más bien se colocaba a favor de los segundos-, y por ello se sentían ofendidos los "justos". Jesús viene a decirles que se apoya en el ejemplo de Dios.

Los primeros llamados fueron los judíos. Después, paulatinamente, todos los demás pueblos. El pueblo judío hacía muchos años que había sido contratado por Dios. Los demás pueblos, largo tiempo ociosos porque no habían oído el llamamiento del dueño de la viña, al ser invitados acuden con prontitud. Sólo con los primeros se fijó el salario. Los demás se confían a la liberalidad del amo; no se preocupan del salario. Ni siquiera lo mencionan. Firmaron en blanco. Por esa razón pudieron saborear la generosidad del propietario. A todos les propone lo mismo. La única condición es que respondan a la llamada cuando la reciban. Todos obtendremos nuestro jornal: el reino de Dios.

El único propietario de la viña es Dios. Es también el único que sabe y puede valorar el trabajo de cada uno, de acuerdo con el conocimiento que posee de la historia de cada hombre; el único capaz de saber por qué unos han empezado a primera hora y otros más tarde. A nosotros no nos toca juzgar el trabajo -la vida- de los demás; nos toca sentirnos felices por haber sido llamados a trabajar en la viña, por haber sido invitados al reino de Dios. El que no entienda la belleza de todo esto, el que prefiera la calculadora al corazón del Padre, es un mercenario.

La cantidad o calidad del trabajo o del servicio, la antigüedad, las diversas funciones de la comunidad, el mayor rendimiento, no crean situaciones de privilegio ni son fuente de méritos, puesto que son respuestas a un llamamiento gratuito.

El sentimiento de los propios méritos es causa de descontentos y divisiones. El llamamiento gratuito espera una respuesta desinteresada. El trabajo por el reino no se vende: sería prostituirlo; no nace del deseo de recompensa, sino de la voluntad espontánea de servicio a los demás. Equivale al seguimiento de Jesús; ser fiel al espíritu de las bienaventuranzas, al estilo de vida que ya ahora nos hace felices.

El Dios de Jesús es un Dios de amor, que mira a todos los hombres con cariño, que invita a todos. No es éste, por desgracia, el Dios en que hemos vivido. Es un Dios que no quiere que acaparemos méritos, sino que vivamos.

Como el propietario no tiene nada que esconder, quiere que el capataz pague el salario a los trabajadores empezando por los últimos. No les paga por el rendimiento o la ganancia que le han producido; les premia la voluntad de trabajar. La paga de Dios, dueño de la viña, siempre es pura gracia; el hombre nunca tiene derecho a pasarle la factura. Los trabajadores se encuentran alegremente admirados de verse pagados por un día entero. No podemos olvidar nunca que lo que hacemos depende en buena parte de las circunstancias, que suelen ser ajenas a nuestra voluntad: lugar en que vivimos, educación recibida, situación económica... Somos cristianos por haber nacido en un país de influencia cristiana; lo mismo que los nacidos en la India, por ejemplo, son en su mayoría hinduistas o budistas. Además, ¿cómo saber con certeza si trabajamos mucho o poco por el reino? No es cosa que pueda medirse ni pesarse. Por eso no tiene sentido exigir o esperar esta o aquella paga.

Lo que sí depende de nosotros es la voluntad de trabajar por el reino, de construir todo lo que sea posible la justicia, la libertad, el amor, la paz... para todos. Hemos de hacer lo que podamos, pero sin preocuparnos por la paga. No trabajamos por obligación, sino porque apreciamos todo lo que llamamos reino de Dios. Y lo que se quiere no se hace por obligación.

El salario lo da entero porque quiere, porque sus planes son de salvación universal, porque sus medidas no son de una justicia mezquina y exacta. El premio no va a depender de la hora de llegada ni de la cantidad de trabajo realizado, sino del amor de Dios y de la respuesta de fe que el hombre ha sabido dar a su llamada. Uno puede haber trabajado mucho, todo el día -toda la vida-, porque encontró tarea a primera hora. Y otro puede ser que haya trabajado poco porque no encontró tarea hasta más tarde, aunque sea culpable de no haberla buscado antes (los contratados después no estaban esperando el trabajo a la primera hora). El reino es como un tesoro, que el que lo descubre... (Mt 13,44).

Siempre queda el don por encima de nuestros méritos. Dios habla otra lengua, tiene otra gramática. Sus caminos nunca son nuestros caminos; sus planes nunca son nuestros planes (Is 55,8- 9). Tiene corazón de Dios; afortunadamente, no tiene corazón de hombre...

6. Tentación constante del hombre religioso

Los primeros protestan. Históricamente es la protesta de los judíos ante el ingreso de los paganos en el pueblo de Dios y por el igual trato recibido. Se habían olvidado de que su pertenencia al pueblo escogido era un don gratuito de Dios que no les confería ningún privilegio sobre los demás. En sus palabras está presente la mentalidad de los fariseos, que se consideraban con derecho a la salvación como premio a su meticuloso cumplimiento de la ley y que excluían a los demás porque no la cumplían según ellos habían estipulado. ¿Cómo iban a ser igualados ellos a los paganos y a los publicanos y pecadores? De este pensamiento participaban la mayoría de los judíos, principalmente los más "devotos".

Son las tentaciones del hombre religioso de siempre. A nivel racional es posible que estemos de acuerdo con las ideas presentadas aquí por Jesús. Pero cuando tratamos de aplicarlas a casos concretos, surgen inmediatamente las resistencias y las protestas: ¿No estamos llenos de prejuicios hacia otras religiones e ideologías?, ¿no nos consideramos con más derechos ante Dios que los que no piensan o actúan como nosotros?, ¿cómo un ateo o agnóstico va a recibir lo mismo que nosotros? El escándalo llega al máximo si igualamos a muchos cristianos tradicionales con los comunistas. ¡Nos cuesta tanto comprender que, ante Dios, no tenemos ningún mérito que exigir, que no merecemos nada, que es Dios quien nos ama y nos llama a su reino, quien nos ofrece gratis su amor! ¡Nos cuesta tanto comprender que nuestro esfuerzo no nos autoriza a considerarnos superiores a los demás, a mirarlos por encima del hombro, que creer en Jesús no nos convierte en una raza superior de hombres!

Son muchos los cristianos que piensan que la religión se reduce a lo que ellos le dan a Dios. No han descubierto -¿lo verán algún día?- que la religión consiste en lo que Dios hace por nosotros. Si no borramos de nuestra mente la idea de mercenarios, si esperamos la vida eterna como una "justa" recompensa a nuestros méritos, nos cerramos la posibilidad de asombrarnos, como los obreros de las horas tardías, ante la generosidad de Dios.

Los primeros no han protestado porque su paga haya sido escasa, sino porque los han igualado a los demás. Hace tanto tiempo que servimos a Dios, que nos creemos dignos de una recompensa superior a la de aquellos que no han tenido que someterse a tantos trabajos como nosotros. Hemos hecho tantos sacrificios a Dios, nos hemos aburrido tantas veces en la misa, nos hemos visto obligados a tantas renuncias y privados de tantos placeres, que hemos llegado hasta a tener envidia y celos de los jornaleros de la última hora. Pensamos que para ellos todo ha sido fácil. Han tenido suerte: han gozado de la vida y a última hora cambiaron... Al pensar así demostramos que no hemos conocido la vida ni la verdad de Dios. Porque si las hubiéramos conocido, diríamos: ¡Qué gran suerte hemos tenido al haber descubierto tan pronto el sentido que tiene la vida, haber conocido y amado al Padre desde pequeños...! Y nos comportaríamos de otra forma con los recién llamados o con los que, según nuestros conocimientos, parece que no han sido llamados. Y le pediríamos al Padre que les diese el mismo denario que a nosotros, que compensase así la tristeza de la larga separación y soledad, del largo vacío.

El escándalo ante la postura del Padre es la prueba de nuestro mal servicio, de nuestro desconocimiento de su bondad y amor. ¿Revelaría que somos los obreros de la hora duodécima?

Con su actuación Dios no hace agravio a nadie. Ha cumplido con el contrato verbal hecho a los primeros. Nada le impide ser generoso con los demás. Igual que Dios no establece diferencias, tampoco las podemos poner nosotros.

Apliquemos la parábola a nuestra vida, a nuestras ideas... Y saquemos conclusiones. Debemos reconocer la soberana libertad de Dios en sus caminos, sin intentar marcarle la hora ni la medida. Hemos de vivir abiertos a sus sorpresas y a sus métodos, eliminar nuestra tendencia a "comprar" sus dones con nuestros méritos. No podemos mirar con suficiencia a los demás considerándonos nosotros los perfectos, ni sentir envidia del bien ajeno...

La actitud cristiana verdadera no es la del jornalero que trabaja por la paga, sino la del hijo que lo hace por amor al Padre; o la de la madre que no pasa factura por su trabajo en favor de los hijos. No continuemos pretendiendo que Dios valore a las personas con criterios humanos, ni queriendo convertirlo en imagen y semejanza nuestra. La Biblia dice todo lo contrario: dejarnos construir a imagen y semejanza suya.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 3 PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 271-279


14. A CADA UNO SU DENARIO

Cuando leemos la parábola de los trabajadores de la viña, también nosotros, en nuestro interior, tendemos a expresar nuestra extrañeza: «¿Cómo pudo, este dueño de la viña, pagar por igual a los que sólo trabajaron una hora y a los que soportaron todo el peso del día y del bochorno?»

Las más elementales normas de justicia social parecen exigir un pago proporcionado a las horas del rendimiento en el trabajo. Y, sin embargo, el dueño de la viña, ante la protesta de los trabajadores de la «primera hora», dijo: «Amigo, no te hago ninguna injusticia». Es más, Jesús se identificó con su proceder, ya que, al comenzar su discurso, dijo: «El reino de los cielos se parece a un propietario que, al amanecer...». Y, a continuación, nos contó la parábola.

Creo, por tanto, que Jesús, con su parábola, intentaba decir otras cosas. Primera.--Que el reino de los cielos no podemos exigirlo en términos de «justicia», sino en términos de «amor», de «gratuidad». ¿Qué méritos tengo yo para que se me regale todo un paraíso de felicidad? San Pablo decía: «¿Qué tienes tú que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te glorías, etc...?» En otro lugar, aludiendo a la insignificancia de nuestro trabajo, afirmaba: «Ni el que siembra es nada, ni el que riega, sino el que da el incremento». Y Jesús dijo claramente: «Sin mí no podéis hacer nada».

Bien haremos, pues, los cristianos en comprender que Dios es el Gran Capataz que, ante nuestro más mínimo esfuerzo --«un solo talento bastaría»-- nos ofrece contratos en blanco en los que nosotros mismos podemos poner una cifra millonaria. Ese es «su denario». Segundo.--La parábola nos recuerda las constantes invitaciones de Dios en las sucesivas etapas de la historia: «Sal de tu tierra, Abraham». O: «Vete a Egipto, Moisés...». O: «Antes de formarte en el vientre, te elegí». O: «A ti, niño te llamará profeta del Altísimo». O: «Venid detrás de mí, que os haré pescadores de hombres». Sí, son los incansables pasos de Dios, en una «alianza que no cesa» con los hombres.

Tercero.--Dios no sólo llama a la Humanidad en general, en las vicisitudes de la historia. Sino a cada hombre en particular. A mí, en concreto, en las etapas de mi vida: ha venido a mi plaza en el amanecer de mi niñez, en la mañana de mi adolescencia, en el mediodía de mi juventud, en el otoño de mi madurez. «Yo estoy a la puerta y llamo», me dice. Y cada cual puede certificar que ha escuchado su voz alguna vez, diciéndole: «¿Qué haces ahí todo el día ocioso? Ven a mi viña».

Y, cuarto.--La parábola nos recuerda otra «constante» del evangelio. Y es: que los veteranos, los de la «primera hora», nunca deben envalentonarse. Al pueblo de Israel, que se sentía «comensal privilegiado», Jesús le recordó más de una vez: «Vendrán de Oriente y Occidente muchos que se sentarán a la mesa, mientras los hijos serán echados fuera». Papini escribió un bello libro titulado: «Los operarios de la viña». Recogía en él una galería de personajes, muy distintos y distantes pero que, a una hora u otra, habiendo sido contratados, con su esfuerzo y desde su campo, respondieron a la construcción del mundo. Personajes en suma, que, como Abraham, Moisés, Jeremías, Juan o los Apóstoles, supieron que el mero hecho de haber sido «llamados a la viña», es ya, de por sí, el mejor «denario».

ELVIRA-1.Págs. 82 s.


15.

Frase evangélica: «Id a mi viña y os pagaré lo debido»

Tema de predicación: Los PRIMEROS Y LOS ÚLTIMOS

1. Con el evangelio de este domingo termina el discurso eclesial de Mateo en torno a la educación de los discípulos en la fe. Responde a una pregunta debatida entre los apóstoles: «Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿cuál va a ser, pues, nuestra recompensa?» (Mt 19,27). Pedro no entiende que los últimos sean primeros, y los primeros últimos. A nosotros nos pasa lo mismo. Se plantea aquí el tema de la retribución o compensación.

2. Los cinco momentos de la llamada del patrón a los obreros se reducen a dos: con los primeros y con los últimos. Los primeros trabajadores critican la escasa labor de los de la última hora: quieren mantener las diferencias. Además, no están de acuerdo con la conducta del patrón, ya que, según ellos, no actúa con justicia humana distributiva. El patrón, en cambio, defiende su conducta con tres razones: los primeros obreros han recibido el salario convenido (trato justo); el amo puede hacer en sus asuntos lo que quiera (señorío misericordioso); es, sencillamente, bueno y generoso (magnanimidad).

3. La justicia de Dios según la Escritura -defensa de los pobres, los marginados y los últimos, para que todos sean iguales- no equivale a las normas de la justicia humana -dar a cada uno según la ley-, ya que la ley está hecha por los más fuertes. La justicia de Dios se basa en la defensa de los indefensos, precisamente para que haya verdadera justicia, es decir, igualdad y fraternidad. Dios ama a los últimos, porque ama la justicia. Como consecuencia, los pobres y pecadores son los primeros. Jesús privilegió la llamada a los débiles, con gran escándalo del juridicismo rabínico. A veces la defensa de la justicia literalmente entendida esconde envidia entre los hermanos. Murmuramos porque no se nos considera los «primeros». Incluso dentro de la Iglesia se introducen el boato, las vestimentas regias y los honores, en detrimento del evangelio. El reconocimiento del Dios de Jesús pasa por el reconocimiento de los últimos como hermanos, como si todos fuéramos primeros, es decir, iguales.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Estamos de verdad a favor de los últimos?

¿Aceptamos que Dios sea misericordioso con nuestros enemigos?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 154 s.


16.

EL AMOR NO SABE CONTABILIDAD, SI SUPIERA SERÍA NEGOCIO

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: "Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido ".

Ellos fueron. Salió de nuevo a mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: "¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?" Le respondieron: "Nadie nos ha contratado ". Él les dijo: "Id también vosotros a mi viña". Cuando oscureció, dijo el dueño al capataz: "Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros "».

En toda relación interpersonal el más fuerte es el que tiene la iniciativa, el que gobierna la situación. (La excepción a esta regla son las relaciones basadas en el amor, pues el amado, el que menos ama, es el más fuerte).

Sea como sea, siempre el que invita quiere hacerte partícipe de sus planes, de sus intereses y pide tu colaboración, tu incorporación a sus proyectos.

«Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: "Estos últimos han trabajado sólo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno "».

A quien no inicia la relación, al débil, sólo le queda como respuesta el aceptar o el rechazar, y al hacerlo manifiesta sus intenciones, sus intereses.

Estos jornaleros, los de la primera hora, lo hacen por el interés de recibir unos dividendos proporcionados a sus esfuerzos, quieren cobrar su justo jornal, participar de unas ganancias.

«Él replicó a uno de ellos: "Amigo, no te hago ninguna injusticia ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera con mis asuntos? ¿ O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? " Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos».

En el amor, por mucho o poco que sea el esfuerzo, el premio siempre es desproporcionado...

En ninguna relación amorosa se da el justo y equitativo pago de los trabajos o sacrificios realizados. Si se diera se desnaturalizaría el amor, dejaría de ser amor, pasaría a ser compraventa o trueque de servicios prestados.

En esta parábola Dios es el que inicia la relación e invita a la participación en su empresa y espera del hombre que tome como propia su causa. Espera que te sumes a ella y que no esperes como pago o premio otra cosa que no sea el mismo esfuerzo. En el amor el premio está en el mismo acto de amar.

Con Dios sólo se pueden establecer relaciones de amor. . . En el amor la felicidad se encuentra en el mismo acto de amar, en el esfuerzo que supone el negarse uno a sí mismo. El amor no entiende de contabilidades; los resultados o dividendos de felicidad, realización o santidad no son cuantificables. No se trata de un más o menos, se trata de ser o no ser; los resultados son de cualidad de vida.

El modelo de hombre que presenta Jesús encuentra la plenitud de su ser personal en el mismo acto de amar, en el momento en que ama, y no como resultado de haber amado; no ama hoy para ser feliz mañana, ama hoy para amar mañana más. Lo mismo podemos decir del vivir, que es participar activamente de la vida, tomar parte y partido en ella.

Para el creyente de lo que se trata es de cumplir la voluntad de Dios y tomar conciencia de que en ella está la felicidad y la salvación; pero no en un más allá, sino en el más acá, en el ahora y aquí. El cristianismo o te reporta la felicidad y la santidad en tu hoy o no esperes que el día de mañana te llueva del cielo.

Uno tiene vocación cristiana, llamada de Dios al trabajo en su viña, cuando experimenta felicidad/santidad en el esfuerzo, en la brega, y no cuenta las horas. . . Dios nunca domina, te deja libre de aceptar o no sus propuestas. Por ser amor nunca se impone, sólo se propone, y espera del hombre su respuesta en obediencia. Con todo esto, nos oponemos a ciertas escuelas de espiritualidad de tinte farisáico que interpretan la vida del creyente como la suma de méritos, obligaciones cumplidas, prohibiciones observadas, y sacrificios acumulados para alcanzar el cielo o merecer la gloria. Estas escuelas sacando del contexto ciertas frases evangélicas, como: «En la casa de mi Padre hay muchas moradas...», se imaginan que Dios, Padre, es tan mezquino como ellos y divide o separa a las almas de los justos en clases o escalafones. Ellos, que no viven como hermanos, (pues andan solos y para sí mismo en su camino interior de perfección), no pueden resistir que Dios sea un padre amoroso y lo quieren juez justiciero.

Si amar es ayudar a crecer habrá que decir que Dios, que es amor, nos elige y nos llama para que crezcamos en el ejercicio del cristianismo, en el trabajo de su viña. . . Si el trabajo en su viña no nos ayuda a crecer, no nos reporta la felicidad o la santidad, con toda honradez tendremos que retirarnos, no es para nosotros, porque el premio lo hemos de encontrar en el mismo trabajo.

Con todo esto, no hay que perder nunca de vista que el modelo de religión que presenta Jesús no es un negocio entre Dios y los hombres para ver qué es lo que éste puede hacer por ellos, eso es paganismo, sino que es ver qué puede hacer a través de ellos.

No se trata de ver qué es lo que Dios puede hacer por mí, sino qué es lo que puede hacer a mi través. No siendo o sintiéndome su esclavo o jornalero, sino su hijo. Debemos pararnos y ver, haciendo autocrítica, qué es lo que en nosotros hay de paganismo y qué de cristianismo.

BENJAMIN OLTRA COLOMER
SER COMO DIOS MANDA
Una lectura pragmática de San Mateo
EDICEP. VALENCIA-1995. Págs. 103-106


17.

Nexo entre las lecturas

Los planes de Dios superan siempre, y con mucho, los planes humanos. En estas palabras nos parece encontrar un punto de unidad para la meditación en este domingo. El oráculo del profeta Isaías lo dice de modo muy plástico: como el cielo es más alto que la tierra, así mis caminos son más altos que los vuestros. Es decir, para entender el modo de proceder de Dios, tenemos que hacer un esfuerzo de elevación. La mente humana es muy pequeña, muy frágil y sujeta al error. El hombre debe ser consciente de que Dios tiene sus propios planes, y que al ser humano le corresponde amoldarse y acoger el plan de Dios, y no viceversa (1L). Esta misma verdad aparece en el evangelio, que nos habla del Reino y nos lo presenta como un amo del campo que sale a contratar a los jornaleros. Un natural sentido de justicia, nos llevaría a pensar que los jornaleros que han soportado todo el peso de la jornada, deberían recibir más que aquel que apenas ha trabajado alguna hora. Pero, si examinamos con calma, veremos que aquí no hay injusticia alguna. Quien ha trabajado toda la jornada, ha recibido aquello que le había sido prometido. Por lo tanto, dar lo mismo al primero que al de la hora undécima no es injusticia, sino simple liberalidad del amo del terreno. El tema de los planes de Dios, se hace así, el tema de la benevolencia del amor de Dios, que premia, superando con mucho, los méritos humanos. Lo importante, no es tanto la materialidad de las obras, sino el amor que se coloca en ellas. Puede uno pasar el día entero trabajando que obtendrá poco, porque ama poco. Por esta razón: los últimos serán los primeros, y los primeros los últimos (EV). Esto supone toda una revolución del pensamiento humano, que desea siempre y de modo espontáneo, asegurarse un lugar de preeminencia en las cosas de los hombres. Por otra parte, en este domingo XXV iniciamos la lectura de la carta a los filipenses con un texto espléndido: para mí la vida es Cristo. Lo importante es que llevéis una vida digna del evangelio (2L).


Mensaje doctrinal

1. La grandeza del plan de Dios. La liturgia de este domingo nos pone de frente a la grandeza de los planes de Dios. Planes que no han sido conocidos por la mente humana, ni vistos por ojos humanos, ni escuchados por oídos de hombre. Los planes de Dios no son los planes de los hombres. Los hombres ven la apariencia, el provecho inmediato, Dios ve el corazón y a Él le mueve sólo el amor infinito por su creatura. El hombre entra en contacto con este plan de Dios gracias a la Revelación: Dios se revela a sí mismo, manifiesta su vida íntima. Nos dice quién es y cuáles son sus sentimientos en relación con el hombre. Nuestro Dios es rico en perdón (1L). Nuestro Dios es aquel que está cerca del que lo invoca (Cf. Salmo 144). Es aquel que desea el regreso, la conversión del malvado de su mala conducta.

Sin embargo, no resulta fácil al hombre conformar su pensamiento con el pensamiento de Dios. Demasiados altos son tus caminos para poder entenderlos, parece decir el hombre ante cada paso de Dios, ante cada una de sus actuaciones. Pero, Dios, fiel a su amor, nos muestra el camino de la salvación en su Hijo querido. Por medio de Cristo, camino, verdad y vida, el "misterio insondable, oculto desde la eternidad" se manifiesta, se hace presente, se revela. Y este misterio es que Dios es amor y que Dios nos ama. La parábola de los jornaleros nos muestra que Dios quiere nuestra participación en la construcción de su plan. No desea que seamos espectadores pasivos en la plaza sin hacer nada. Nos desea colaboradores activos, trabajadores de su viña; hombres que aguantan la sed y el calor, y que imprimen un ritmo y una impronta "cristiana" a la sociedad humana, a la vida pública. Pero, hemos de saber que lo importante no es llegar a primera o a última hora en las tareas de la construcción de este Reino; lo importante es tomar conciencia de que, desde el momento de ser llamados, "nuestra vida ha quedado definitivamente comprometida con Dios" y que, por tanto, hemos de trabajar con todas las fuerzas de nuestra alma en la construcción de este Reino en el mundo. No he de perder un solo minuto, no he de permitir que los enemigos de este Reino, el demonio, el mundo y mi propio egoísmo me detengan, me retrasen o me impidan la instauración del Reino de Dios. El Reino no se construye en base a las cualidades humanas y a los esfuerzos terrenos que pongamos, sino en base al amor y liberalidad de Dios que no conocen límite. Sin embargo, este esfuerzo y esta participación humanos son necesarios. Son los "cinco panes y dos peces" indispensables para la multiplicación del alimento. Ante Dios, siempre somos de los "últimos", aquellos que sólo han trabajado un poco en comparación con los trabajos que Cristo padeció por nosotros. "Para jornal de Gloria no hay trabajo grande", reza una poesía contemporánea. Conformemos, pues, nuestro pensamiento con el de Dios. Advirtamos que no podemos "conformar nuestra mentalidad con la mentalidad del mundo", sino por el contrario, debemos impregnar la mentalidad de este mundo con el pensamiento de Dios que es amor que se da sin medida.

2. Invocad al Señor mientras está cerca. ¿Cuándo es el momento en el que Dios está cerca? Se pueden dar varias respuestas a esta pregunta. Por un parte hemos de decir que Dios está cerca "siempre", porque en él vivimos, nos movemos y existimos.

Dios está cerca también mientras dura la vida. Mientras tenemos la vida, tenemos la ocasión de volver al Señor, de arrepentirnos de nuestra mala conducta, de encontrarlo en el fondo del alma.

Dios está cerca también cuando lo invocamos, aunque no lo sintamos sensiblemente. El salmo de este domingo reza así: Cerca está el Señor de los que lo invocan. Y esto, hasta tal punto de que, "quien le busca, de algún modo, ya lo ha encontrado", porque Él es rico en clemencia, cariñoso con todas sus creaturas.

Dios está cerca, como lo atestigua la vida de los profetas, en los momentos de mayor abatimiento, cuando la vida parece perder su sentido y orientación, cuando la vocación ya no se ve con el mismo resplandor del día primero, cuando la enfermedad, la persecución, la aparente derrota tocan a las puertas de nuestras vida. Yo soy pobre y desdichado, pero el Señor cuida de mí.

Pablo es un testimonio de la cercanía de Dios hasta el punto de exclamar: Para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia. "La vida es Cristo" significa que mi vida ha sido injertada en Cristo y reproduce sus misterios. Cristo vive y obra en mí. Cristo, el Señor, es más íntimo a mí mismo que mi misma interioridad según el pensamiento agustiniano. Que la vida sea Cristo significa que hago mío los amores y los pensamientos de Cristo. Como a él, a mí también me interesa la Gloria del Padre y la salvación de las almas. Mi vida consiste, pues, en ser heraldo del evangelio, anunciar el evangelio en el lugar donde he sido colocado. En la familia, en la vida profesional, en la vida pública, en el púlpito o en el monasterio, en la salud o en la enfermedad, en el éxito o en el fracaso, en el gozo o en las fatigas... toda mi vida es anuncio, toda mi vida es Cristo.

Así, se puede decir que la muerte es una ganancia. No es, ni mucho menos, rechazo o desprecio de la vida presente. Muy por el contrario, es una valoración, y muy honda, de las tareas y responsabilidades del cristiano: jornalero de campo, hombre de fatiga y de sol abrumador; es una valoración de la responsabilidad de ser luz puesta sobre el celemín, pregonero en lo alto de la ciudad, centinela que anuncia la mañana. ¡Qué hermosa es la vida para quien cree en Cristo con fe viva! Es un ofrecimiento, es un vivir junto con Cristo, en Cristo, las fatigas del evangelio. Sólo por esto, la muerte es una ganancia, porque es el encuentro definitivo con el Señor. Es el final del combate de la fe, es el final de la jornada, es el momento del salario de Gloria, es el encuentro definitivo con el amor.


Sugerencias pastorales

1. Adoptar criterios cristianos. Nuestra época, más que otras, nos invita a informar nuestra mente con criterios cristianos. La mentalidad del mundo es un mentalidad de grande confusión. Se ponen en duda valores primarios como el valor de la vida desde su concepción hasta su fin natural. Se ponen en duda valores esenciales, como el valor de la familia fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer. Se ponen en duda los valores de la autoridad y se quiere someter todo a un relativismo que, por lo mismo, resulta un sistema impositivo. El relativismo, llevado a su última consecuencia, se convierte en un sistema totalitario, donde se debe suprimir a aquel que no comparte la idea de la relatividad de la verdad.

Los cristianos estamos llamados a dar un hermoso testimonio de nuestro amor a Cristo y de la belleza de la doctrina cristiana, que en su esencia, es una doctrina fundada en el amor. Ilustremos nuestra fe con lecturas que enriquezcan nuestras mentes. Lecturas sobre todo del Magisterio de la Iglesia que nos sirvan de luz y faro en nuestra travesía por la vida; lecturas de autores probados, hombres sabios, llenos de unción y de amor a Dios; lecturas que nos ayuden a comprender el pasado, a valorar el presente y a mirar el futuro con interés y esperanza. A partir de la edición del Catecismo de la Iglesia Católica, se ha despertado un nuevo interés por la doctrina cristiana. El llevar esta doctrina a todos los hogares, hacerla asequible a la gente sencilla, difundirla por medio de libros y mensajes fáciles de captar y asimilar, es una tarea que nos compete y a la que no podemos renunciar.

2. La laboriosidad. El pasado 1 de mayor (2002) Juan Pablo II mencionó que la laboriosidad es una virtud porque "el trabajo hace que el hombre se haga más hombre". Descubramos, pues, el valor de nuestros trabajos. Los trabajos en la sociedad, en la vida profesional, en la vida pública; pero también, descubramos la importancia de nuestros trabajos domésticos en la construcción de la propia familia. Cada momento es importante. Cada tarea es irrepetible; cada gesto es un mensaje, cada palabra, un anuncio. "Al final de la vida sólo queda lo hecho por Dios y por los hombres".

P. Octavio Ortíz