24 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO
18-24

18. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO

Comentarios generales

Sobre la Primera Lectura (Isaías55, 6-9)

'El Profeta exhorta al pueblo a conversión. Yahvé es benigno y magnánimo en perdonar:

-La conversión, si es sincera, se inicia con el retorno a Dios. Siempre el pecado es: aversio a Deo conversio ad creaturas. Hay que desandar este camino errado. Por eso claman los Profetas: 'Buscad a Yahvé.' Dios está siempre cercano a toda alma sincera (6).

-Y por cuanto la conversión es búsqueda de Dios y retorno sincero a El, es también renuncia a cuanto nos alejó de su amor y de su Ley: 'Deje el malo su camino, el hombre inicuo sus pensamientos' (7a). Es la actitud del pródigo convertido: 'Me levantaré y me volveré a mi Padre' (Lc 15, 18).

-Pero este propósito de retorno a Dios podría frustrarlo la pusilanimidad que desconfía de su perdón. Y es aquí donde el Profeta insiste en abrir nuestro corazón a una confianza sin límites: 'Vuélvase a Yahvé, que tendrá compasión de él, y a nuestro Dios, que será grande en perdonar' (7b). Esta magnanimidad de Dios en perdonarnos la encarece una y otra vez. Primero nos dice que no midamos a Dios según los módulos que nosotros entendemos y usamos (8). Y luego nos explica cuán diferente es la generosa magnanimidad de Dios de nuestra tacañería: 'Porque cuanto aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los vuestros y mis pensamientos a los vuestros' (9). El Salmista nos dirá con igual encarecimiento: 'No nos trata Dios según nuestros pecados ni nos paga conforme a nuestras culpas. Como se alzan los cielos por encima de la tierra, así de grande es su amor para con los que le temen; tan lejos como está el Oriente del ocaso, aleja de nosotros nuestras rebeldías. Cual la ternura de un padre para con sus hijos, así de tierno es Yahvé para quienes le temen; que El sabe de qué estamos plasmados, se acuerda de que somos polvo' (Sal 103, 10-14)'.

Sobre la Segunda Lectura (Filipenses 1, 20-24. 27)

Es una bellísima página autobiográfica en la que Pablo nos habla de la confianza omnímoda que tiene puesta en Cristo y del afán que le consume de extender su conocimiento y su amor:

-Pablo, consciente de cuán íntima y real es nuestra unión con Cristo por el Bautismo y la Eucaristía, por la fe y el amor, se alegra en sus sufrimientos espirituales y corporales. Místicamente pertenecen a Cristo: 'Vivo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en Mi' (Gál 2, 20). Por tanto, Cristo es glorificado en todo cuanto hace y sufre su Apóstol. Y si le es dado morir por Cristo, ésa será la máxima glorificación de Dios por Pablo y en Pablo (20): .Et qui per morten Fulii tuti redempti sumus, ad ipsius resurrectionis gloriam tuo nutu excitamur (Praef. Def. IV).

-Más aún, la muerte es a la vez glorificación de Cristo y ganancia suma de Pablo. De ahí la alternativa que le tiene perplejo por lo difícil de la opción: 'A la verdad no sé qué escoger, pues me estrecha la disyuntiva: o bien, según mi deseo, partir para estar con Cristo, cosa sin duda mucho más preferible, o bien permanecer en esta vida corporal, cosa para vosotros más necesaria' (23). En esta confesión del Apóstol quedan proclamadas dos muy importantes verdades: a) Que hay un encuentro gozoso con Cristo inmediatamente después de la muerte, antes, por tanto, de la Parusía o Juicio final. b) Que el celo apostólico impele a Pablo a preferir el servicio abnegado del Evangelio al goce y descanso que tiene bien merecido: 'Me quedaré aún y permaneceré con vosotros para vuestro progreso y gozo de vuestra fe' (25).

-Pablo va a pedir a sus filipenses lo que ahora espera de ellos en respuesta a lo mucho que les ama: Ellos, que tan noble y gallardamente ostentan mi título de 'ciudadanos romanos' honren con su vida y sus obras el nuevo título de 'ciudadanía cristiana' que tienen por el Bautismo (27). La fe en Cristo que tanto les honra les exige asimismo que vivan en perfecta unidad y cohesión. Si a todos anima y vivifica el mismo y único Espíritu, el Espíritu de Cristo, es justo que nada ni nadie rompa la unidad y caridad cristiana de la Iglesia (27b). Y la mesa de la 'comunión' es urgentísima llamada a la 'unión' entre todos los comensales'.

Sobre el Evangelio (Mateo 20, 1-16:)

'La parábola nos pone a la vista la magnanimidad del amor de Dios no comprendida por los fariseos a causa de la estrechez y rigorismo de criterios: La Iglesia Mesiánica la forman los elegidos y llamados por Dios como el Pueblo elegido de la Antigua Alianza (Ex 19, 2).

-El dueño de la viña que a lo largo del día ha venido contratando a obreros sin trabajo y al final de la jornada da a todos el sueldo íntegro da muestras de una gran bondad de corazón.

-En la aplicación de la parábola, los trabajadores madrugadores representan a los judíos, muy de antiguo, desde Abraham, llamados y favorecidos con la revelación del único Dios verdadero. Ahora, con la venida de Cristo, la vocación al Reino se hace a todos los gentiles. Estos van a entrar en él en plan de igualdad con los judíos. Con ello Dios no lesiona la justicia, sino que muestra su infinita benignidad (Rom 9, 14). Abre a todos de par en par el Reino Mesiánico. Ni ama menos a estos llamados de última hora que al Israel de los Patriarcas.

-Picados en su amor propio los judíos, los escribas y fariseos, de momento murmuran y se escandalizan (Lc 15, 2), y luego se niegan a entrar en el Reino (Lc. 15, 28). Cometen dos graves errores. Primero se consideran con derechos ante Dios (Rom 9, 19). Segundo, niegan a Dios el derecho de hacer llegar a todos su desbordante bondad: '¿Es que en mis asuntos no soy libre de proceder a mi talante? ¿O ha de ser envidioso tu ojo porque yo soy espléndido?' (15). Debido a esta obcecación orgullosa de los dirigentes espirituales de Israel va a suceder que: 'Los últimos (gentiles) pasan a primeros y los primeros (judíos) pasan a últimos' (16)'.

*Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros de la Palabra", ciclo "A", Herder, Barcelona 1979.

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SAN GREGORIO MAGNO

Pero también podemos distinguir las diversas horas aplicándolas a cada hombre en relación con sus distintas edades. Y así, la mañana de nuestro entendimiento es la niñez; por la hora tercia puede entenderse la adolescencia, porque el crecer del ardor de la edad es como que el sol va subiendo a lo alto; y la hora sexta es la juventud, porque, cuando en ella se consolida la plenitud de la fortaleza, es como que el sol se fija en su cénit; por la hora nona se entiende la ancianidad, en la cual, como la edad declina del ardor de la juventud, es como cuando el sol desciende de lo alto de la bóveda celeste; pero la hora undécima es la edad que se llama decrépita o envejecida, De ahí que los griegos a los muy viejos llaman, no gerontas, sino prezbyteroys, para dar a entender que son más que Viejos, y así llaman a los de edad más avanzada. Por lo tanto, como el uno es llevado a vivir bien en la niñez, el otro en la adolescencia, éste en la juventud, aquél en la ancianidad y alguno en la decrepitud, ello es que a distintas horas son llamados los obreros a trabajar en la viña.

Examinad, pues, hermanos carísimos, vuestras costumbres, y ved si sois ya obreros de Dios. Atienda cada cual a lo que hace y considere si es que trabaja en la viña del Señor. Porque quien en esta vida procura su propio interés, no ha venido todavía a la viña del Señor, pues para el Señor trabajan quienes atienden no a las ganancias de ellos, sino a las del Señor, los que le sirven a impulsos de la caridad y con afecto de piedad, los que se desvelan por ganar almas y se dan prisa en llevar consigo a otros a la vida; pero quien vive para sí, quien se ceba en los placeres de su carne, con razón es argüido de ocioso, porque no busca el fruto de la obra divina.

Asimismo, quien hasta la última edad no ha hecho caso de vivir para Dios, es como que ha estado ocioso hasta la hora undécima. Por eso certeramente se dice a los ociosos hasta la hora undécima: ¿Por qué os estáis ahí todo el día ociosos? Como si claramente se dijera: Ya que no habéis querido vivir para Dios en la niñez ni en la juventud, a lo menos en la última edad entrad en razón, y, aunque tarde, entrad en los caminos de la vida cuando ya no es mucho lo que habréis de trabajar. También a éstos los llama el Señor, y, por lo general, los remunera antes, porque salen del cuerpo para la patria antes que los que parecían llamados ya desde la niñez, O qué, ¿no llegó a la hora undécima el ladrón que tuvo la fortuna de confesar a Dios en la cruz, no tarde por razón de la edad, pero sí tarde por razón de estar ya en el suplicio, pues exhaló el último aliento apenas hecha la confesión? Y por el último comenzó el padre de familias a pagar el denario, porque antes que a Pedro llevó al ladrón al descanso del paraíso. ¡Cuántos Padres hubo antes de la Ley y cuántos bajo la Ley, y, no obstante, los que fueron llamados cuando el advenimiento del Señor llegaron sin demora alguna al reino de los cielos! Y los que fueron a trabajar a la hora undécima reciben el mismo denario que con todo afán esperaron los que trabajaron a primera hora; pues los que al fin del mundo se convirtieren al Señor lograrán, por suerte, la misma recompensa de la vida eterna que los que fueron llamados desde el principio del mundo.

De ahí que los que fueron primero a trabajar, murmurando, dicen: Estos últimos no han trabajado más que una hora y los has igualado con nosotros, que hemos soportado el peso del día y del calor. Han, pues, soportado el peso del día y del calor los que en el principio del mundo—como entonces sucedía vivir más largo tiempo—tuvieron también que soportar necesariamente más prolongadas tentaciones de la carne; porque soportar uno el peso del día y del calor es verse importunado por el ardor de su carne durante el tiempo de una vida más larga.

Mas puede preguntarse: ¿Cómo se dice que murmuraban los que, aunque tarde, llegaron al reino de los cielos, si el reino: de los cielos no admite murmurador alguno, ni puede murmurar ninguno de los que le reciben? Pues como los Padres antiguos hasta la venida del Señor, por más rectamente que hubieran vivido, no fueron llamados al reino hasta que no descendiera Aquel que, mediante su muerte, abriría para los hombres las clausuradas puertas del paraíso, es como un murmurar de ellos eso mismo, el que ellos vivieron santamente por conseguir el reino y, no obstante, se les difirió por mucho tiempo su consecución. De modo que el haber trabajado en la viña y el haber murmurado se cumplió, sin duda, en aquellos a quienes recibieron las mansiones, si bien tranquilas, del infierno, tras de haber vivido santamente. Y así, los que, después de largo tiempo de infierno (limbo de los justos), llegaron a los gozos del reino, es como que, después de haber murmurado, reciben el denario.

Nosotros, en cambio, los que hemos llegado a la hora undécima, no murmuramos después del trabajo y recibimos el denario, puesto que los venidos al mundo después del advenimiento del Mediador somos llevados al reino en seguida que salimos del cuerpo, y recibimos sin demora el reino, que los Padres antiguos merecieron recibir después de larga dilación. Por eso dice también el padre de familias: Yo quiero dar a éste, bien que sea el último, tanto como a ti.

Y porque la donación del reino es un acto de su santa voluntad, con razón se añade: ¿Acaso no puedo yo hacer lo que quiero? Necia es, por tanto, la queja del hombre contra la benignidad de Dios; porque de lo que debería lamentarse sería, no de que no diera lo que no debía, sino más bien de que no diera lo que debía. Por eso con razón prosigue: ¿O ha de ser tu ojo malo porque yo soy bueno? Nadie, por tanto, se engría de lo que hace; nadie del tiempo que lleva trabajando, puesto que a renglón seguido la misma Verdad clama con esta terminante sentencia: De esta suerte, los postreros serán primeros, y los primeros, postreros. Ved, pues, que, aunque sepamos qué y cuántas cosas buenas hemos hecho, todavía ignoramos con cuánta minuciosidad las examinará el supremo Juez. Y la verdad, ya es para gozarse sobremanera cada uno con estar, aunque sea el último, en el reino de los cielos.

Pero es harto terrible lo que después de esto sigue: Muchos, empero, son los llamados, mas pocos los elegidos; porque muchos, sí, vienen a la fe, pero pocos llegan al reino de los cielos. Y si no, vedlo: cuántos y cuántos concurrimos a la fiesta de hoy; llenamos la capacidad de la iglesia, pero, sin embargo, ¿quién sabe cuan pocos son los que se cuentan en el número de los elegidos de Dios? Ahí lo tenéis; la voz de todos clama: ¡Oh Cristo!; pero no lo clama la vida de todos: muchos siguen a Dios con sus clamores, pero con las obras huyen de El; y por eso dice San Pablo (Tit. 1,16): Profesan conocer a Dios, mas le niegan con las obras; y por eso Santiago dice: (2,17): La fe, si no es acompañada de obras, está muerta en si misma; V por lo mismo, el Señor dice por el Salmista (Ps. 39,6): Púseme yo a referirlos y a contarlos: exceden todo numero; pues, en llamando el Señor, se multiplican sin cuento los fieles, porque a veces vienen a. la te hasta los no elegidos, y aquí están mezclados con los heles por la profesión de la fe; mas, por su reprobable vida, no merecen ser contados allí en la suerte de los heles. Este redil de la Iglesia recibe los cabritos con los corderos; pero, según asegura el Evangelio, cuando viniere el Juez, separa de los buenos a los malos, como el pastor separa de las ovejas a los cabritos. No pueden, pues, contarse allí en el rebaño de las ovejas los que aquí han sido esclavo.-, de los placeres de su carne. El Juez separa allí de la suerte de los humildes a los que aquí se engríen llenos de soberbia; no pueden, participar del reino de los cielos quienes, profesando aquí la fe celestial, buscan con todo afán las cosas terrenas.

(Obras de San Gregorio Magno, Tomo BAC, Madrid, Págs. 617 y ss.)

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DOM COLUMBA MARMION

Caritas non aemulatur. — "La caridad no es envidiosa." Cuando ve que otro disfruta de alguna prerrogativa, el hombre que se deja llevar de sus instintos naturales se siente apesadumbrado, como si sufriera algún menoscabo en sus derechos. Los celos pueden conducir a los más graves desórdenes. Por culpa de ellos, Caín mató a su hermano Abel y los hermanos de José lo vendieron a unos extranjeros. No permitamos que este vicio se apodere de nuestro corazón. Pero no nos extrañemos de que en el fondo de nuestra alma se insinúen algunos ligeros movimientos de envidia, ya que esto es muy humano. Pero no cedamos en lo más mínimo. Los mismos apóstoles de Cristo se sintieron en alguna que otra ocasión envidiosos los unos de los otros. San Lucas nos cuenta que, poco antes de la última Cena, facta est contentio Ínter eos (Le., XXQ, 24), discutieron entre sí "sobre quién de ellos había de ser tenido por mayor".

La caridad engendra en nosotros unos criterios diametralmente opuestos: no se entristece por los éxitos de los demás, ni rebaja sus méritos, ni obra solapadamente para perjudicarles; no considera al prójimo como a un rival, ni siquiera como a un extraño, sino que, en la unidad del cuerpo de Cristo, considera al prójimo como a un hermano, como a otro yo. Esto es lo que hacía exclamar al Apóstol: "¿Quién desfallece que no desfallezca yo? ¿Quién se escandaliza que yo no me abrase?": Quis infirmatur, et ego non infirmo? Quis scandalizatur, et ego non uror? (II Cor., XI, 29). Y añade: "Alegraos con los que se alegran, llorad con los que lloran" (Rom., Xn, 15). Hasta este punto eleva los sentimientos del corazón la más excelente de las virtudes.

Caritas nos quaerit quae sua sunt. — "La verdadera caridad es completamente desinteresada, y no busca el propio interés." El sacerdote debe saber que Dios le ha elegido, ante todo, para trabajar por los intereses sobrenaturales del prójimo, sin que en ello pueda buscarse para nada a sí mismo, a ejemplo de San Pablo, que dice: "Me debo tanto a los sabios como a los ignorantes" (Ibid., I, 14).

Si recordáis la teoría de Hobbes, os daréis más perfecta cuenta del espíritu que informa a la caridad. Este filósofo inglés concibió un estado social en el que cada uno podría reivindicar la totalidad de sus derechos. De ello resultaría fatalmente que los hombres estarían en guerra perpetua, y cada uno vería en sus semejantes a otros tantos enemigos que le disputaban el disfrute de sus ambiciones. Esta teoría constituye la apoteosis del egoísmo. Pero su conocimiento nos es útil, porque nos hace comprender mejor cómo la caridad eleva al hombre por encima de las preocupaciones del propio "yo"- El espíritu de la reina de las virtudes sobrepasa los estrechos límites del interés personal. La caridad dilata el alma, haciendo que ame a Dios sobre todas las cosas y que se olvide de sí misma para dedicarse a procurar el bien del prójimo.

Cuando el hombre vive de este ideal, no está siempre celoso de conservar sus derechos, sino que practica lo que tanto recomienda San Benito: "Nadie busque lo que cree que le es útil, sino lo que es provechoso para los demás": Nullus quod sibi utile judicat sequatur, sed quod magis alus. En Irlanda se suele decir, a modo de chanza, en los momentos de pánico: "Cada uno para sí y que el diablo coja al último." Pero debemos preferir la expresión del Apóstol: "Desearía ser yo mismo anatema de Cristo por mis hermanos" (Rom.; IX, 3). Esta frase, que rechaza todo egoísmo, es la más acabada expresión de toda la grandeza que encierra la caridad cristiana.

(Tomado de "Jesucristo Ideal del sacerdote", ed Desclee de Brouwer, Bilbao 1953, Pág., 234 y ss).

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 r.p. LEONARDO CASTELLANI 

Mt 20, 1-16

La Parábola de los Obreros de la Viña no es muy fácil de entender. Con este título Giovanni Papini escribió un libro de siluetas históricas, entre las cuales incluyó a Homero, Virgilio y César, como si estos paganos, al lado del Dante y de Manzoni, fueran también Obreros del Paterfamilias en la edificación de la Cristiandad Occidental; como no se puede negar que en cierto modo lo fueron; de esta Cristiandad que se nos está desedificando.

En este Domingo se predica esta semejanza que suele dejar descontento al predicador y provocar resistencia en el oyente: Dios es semejante a un Patrón que se conduce de una manera insólita; que si no es injusta, parece por lo menos estrafalaria. Es prepotente; o por lo menos le gusta hacer las cosas como a él se le ocurre; y diferente de los demás patrones.

Al principio y al fin de esta perícopa se halla este anuncio, proferido en tono de amenaza: "Los últimos serán los primeros, y los primeros serán los últimos", que podría tomarse si se quiere como un programa anárquico de ponerlo todo patas arriba y una amenaza destructiva al pobre e imperfecto orden humano: como no han dejado de tomarlo, en el curso de la Historia, desde los albigenses a los socialistas, muchos movimientos de resentimiento social. "Cristo fue el primer comunista", les enseñan a los comunistas. Pero... veamos.

Hay un patrón que anda alistando peones de cosecha: no hay falta de trabajo; al contrario, falta de brazos. Contrata varias tandas durante todo el santo día, a saber, "a la hora de prima, de tercia, de sexta, de nona y de undécima", como dice el Evangelio. Con los primeros que halla, al salir el sol (hora de prima) convienen el jornal a un dólar, es decir, a unos 130 pesos; a los demás les dice simplemente: "Les daré lo que sea justo."

A la hora duodécima (puesta del sol) le da orden al capataz de pagar en esta forma: primero a los que entraron último; y un dólar a todo el mundo. Los que habían entrado al amanecer se pasmaron grandemente, y comenzaron a refunfuñar lo que vieron que recibían igual los que habían trabajado una hora, que ellos que habían cinchado cerca de doce horas. Y el Dueño de Casa agarró a uno y lo paró agriamente, llamándole incluso "bizco" o "tuerto" o " legañoso" o algo por el estilo.

Esta parábola es difícil y ha tenido varias interpretaciones inaceptables; porque un predicador es como el carpincho, que cuando se ve rodeado, dispara por donde puede.

¿Quiere decir que Dios es libre y dueño de repartir sus dones diferentemente entre los hombres? Eso es verdad desde luego; pero la parábola no trata de dones gratuitos, sino de trabajo pagado, contratado y obligatorio. ¿Quiere decir que los Obreros de la Hora Undécima trabajaron con mucho más ahínco, e hicieron cundir más "al corto tiempo con su aliento largo"? El Evangelio no dice nada de mayor ahínco; que hubiera tenido que ser 12 veces mayor, lo cual es imposible. ¿Se refiere Jesucristo al hecho de que los judíos iban a ser sustituidos por los Gentiles en el beneplácito y favor de Dios, como explican Bover y Cantera? Esa interpretación no pega con la parábola por ningún lado; y yo mismo sería capaz de hacer una semejanza mejor, en tal caso. El dólar a todos por igual ¿significaría la vida eterna, pago del trabajo de esta vida, que es igual para todos los que se salvan, sean niños, hombres o viejos? No es igual para todos los que se salvan... Y así otros sentidos figurados, que suprimen la dificultad, pero a costa de mutilar el texto.

Veamos primero la moraleja oficial de la fabulita: "los últimos serán los primeros", o como dice al comienzo más atenuado: "muchos de los que ahora son los primeros serán de los últimos". Eso significa que las cosas del Reino de Dios son muy diferentes que las del Reino del Hombre; son al revés; lo cual corresponde a aquello del Profeta: "Las vías vuestras son una cosa y las vías Mías son otra cosa"; o sea, como dice la gente: "¡Ojo, que la vista engaña!". En las cosas del Reino de Dios somos todos medio bizcos. ¡Ojo, por lo tanto! ¡Mucho ojo! Este es el significado general de esta oscura semejanza.

Dios es trascendente. Los dioses de los paganos eran guapos mozos y hermosas mujeres. El Jehová de los judíos era ciertamente más que un hombre, pero se parecía bastante, sobre todo en este tiempo en que Cristo predicaba, a un Sultán invisible y peleador; pero el Dios que predicó Jesucristo es trascendente, y es paradójico: es enormemente heterogéneo al hombre por un lado y por otro se parece a lo que hay de más humano entre los hombres: a un padre. Por eso las parábolas de Cristo son paradojas, tienen un rasgo desmesurado o, digamos, algo como un giro humorístico. "¿Por qué predicas así?" -le preguntaron una vez; y eso está en Mateo XIII, 13-. "¡Para que no entiendan!", respondió Cristo, con humor evidentemente.

El humor y el patetismo son los estilos propios del hombre religioso cuando habla a los otros hombres, al hombre ético y al hombre estético.

Puesto esto, expliquemos una a una las palabras del Patrón Veleidoso:

- "Porque yo sea buenazo, ¿vos tenés que ver bizco?". La justicia de Dios no es como la justicia de los hombres; y cuando Dios se sale de la justicia no es para caer en lo tuerto como los hombres, sino para caer en la bondad. Con estas palabras, Dios se alabó de ser "demasiado bueno", como decimos, por ejemplo, de las madres.

-"¿-No te he dado yo a vos lo que es justo?". Dios no hace injusticia positiva a nadie.

- "¿No puedo hacer de lo mío lo que se me ocurra?". No podemos juzgar la justicia positiva de Dios en la distribución de los destinos de los hombres, porque está arriba de nuestros alcances.

-"¿Y si a mí se me ocurre, porque sí, darles un dólar también a éstos?". El famoso dólar ("denario") de la parábola significa los bienes ordinarios de esta vida. En esta vida, Dios trata aparentemente igual a los justos y a los injustos. Por justo que sea yo, si hay un terremoto, puede pillarme a mí lo mismo que a Nerón, Lollobrígida o Benito Mussolini- Más aún, aparentemente los justos la pasan peor; porque como dijo un poeta:

Un santo se sacó la lotería,

y a Dios le daba gracias noche y día;

pero un ladrón peor que el Iscariote

se la robó por medio de un garrote:

Dios premia al bueno; pero viene el malo

le quita el premio y le sacude un palo.

Aparentemente, los que se levantan temprano son los que soportan "todo el peso del día y el calor"; y después encima tienen que temblar y tragar saliva porque les pagan los últimos y encima los reprenden; de modo que los pobretes se quejan y dicen:

El sol molesta al justo y al injusto

y la lluvia igualmente los joroba

pero al justo más bien; porque el injusto

el paraguas le roba.

Pero "los últimos serán los primeros": las injusticias de la Providencia son aparentes tan sólo; la otra vida está allí para equilibrarlo todo; y en una forma tan radical que parece violenta; porque comparado a la Eternidad, el Tiempo es nada. Mas la otra vida ya comienza en ésta, en cierto modo: la Eternidad está injertada en el Tiempo: y eso es lo que llamamos la Gracia. De modo que en una forma poco visible, ese movimiento de Caja Compensatoria por el cual los últimos comienzan a volverse los primeros, ya algunos lo alcanzan a ver. La verdad es, por ejemplo, que la parte mayor -o mejor- de los bienes corresponde a los justos, incluso en esta vida, si se hace un balance total.

Si alguien aquí me dijere que eso sería antes, no se lo discuto. En los siglos de fe, a causa de esta parábola, se tenía un gran respeto a los últimos, a los débiles, a los pequeños, a los malsortidos o de mala estrella; eran los tiempos en que las reinas curaban a los leprosos. Ahora que la fe va menguando, también los últimos se van hundiendo; y la pobreza por ejemplo se va volviendo día a día una maldición y un crimen, como entre los paganos. Todavía no lo llevan preso a uno por ser pobre; pero vamos hacia eso. Yo confieso que soy un hombre pobre; pero mi excusa es que no lo he hecho adrede.

"Muchos son los llamados y pocos los escogidos", termina San Mateo, sentencia que parece no pega mucho aquí: no hay que olvidar que Mateo es un sinóptico, es decir, un resumen. Esta sentencia no quiere decir propiamente que los que se salvan son los menos -de eso no sabemos nada- como predicó Massillon, y Jansenius y Tertuliano y otros... Significa exactamente que no todos los llamados son escogidos: puesto que los llamados a trabajar en la Viña del Paterfamilias son, en una hora ignota, todos los hombres sin excepción, son "muchos". Y vemos con los ojos del cuerpo que no todos los hombres responden a ese llamado.

( Tomado de "El Evangelio de Jesucristo", Ed. Itinerarium, Buenos Aires , Pág. 105 y ss)

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P. Juan Lehman V.D.

Los trabajadores de la Viña

Como operario del Padre celestial, cada uno de nosotros tiene su tarea que cumplir en este mundo.

1. Aplicación y explicación de la parábola.

— A algunos, más dichosos, llama el Señor desde los tiernos años de la infancia libre de cuidados, en la mañana de la vida. Otros oyen el divino llamamiento algo más tarde, en la flor de sus años. Hay, en fin, quienes sólo en la madurez, o ya en plena ancianidad, escuchan la voz de Dios. Feliz quien la atiende con presteza y, como los trabajadores de la viña de quienes nos habla el Evangelio, se dispone en seguida a trabajar con ardor y perseverancia. Al caer de la tarde, cuando la vida se desvanece, paga el Señor a los suyos, empezando por los últimos. Todos reciben el mismo salario, contratado de antemano es a saber: el reino de los cielos, todo paz y bienaventuranza. El Señor, en su infinita misericordia, paga, mirando no tanto a la duración como a la perfección del trabajo cumplido, y la perfección consiste en la intensidad del esfuerzo y en el amor en que se inspira. En un solo día de fervoroso amor divino conquista el alma lauros más fecundos que en muchos años de negligencia y de tibieza. Por eso los obreros de última hora recibirán en el día de las cuentas igual salario que los de la primera. A veces, murmuran éstos, llenos de desmedida envidia, contra el Padre celestial, acusándole de injusticia.

2. Espíritu de caridad y de celo.

— Almas cristianas, trabajadores de primera hora, que laboráis norte y día, ora entre penosas pruebas de inquietud y tentación, ora entre esplendores de fe y de caridad, dad gracias al Señor que tan temprano os llamó al lino seguro de la verdad, donde todo se transforma en bien para las almas que aman a Dios. El yugo del Maestro es suave y su carga es ligera, y el amor atenúa y diviniza los más ásperos escollos y las penas más dolorosas, en medio de las cuales el alma va purificando y desprendiendo de la tierra. Mas acordaos del mandamiento supremo del Maestro: Hijitos, un nuevo mandamiento os doy: que os améis los unos a los otros, como yo mismo os he amado". Entonces conoceréis la verdadera libertad de los hijos de Dios: libres de bajas pasiones, vuestras almas se elevarán como águilas a las alturas la perfección cristiana. La envidia y los celos, gusanos roedores de toda felicidad temporal y eterno vendrán más a perturbar la paz de vuestra conciencia. Felices y tranquilos bendeciréis al Señor por tantos bienes como derrama su misericordia sobre el hijo pródigo que vuelve a llamar a la casa Eterna, sobre la oveja perdida que de nuevo vuelve al rebaño, sobre el pobre pecador que se convierte después de largos años pasados en el vicio y la impiedad. Porque el Buen Pastor llama con frecuencia, por medio de su divina vocación, a las mismas ovejas extraviadas hasta las más elevadas cimas de la virtud y de la perfección.

La Ociosidad

¿Por qué estáis todo el día ociosos? Así interroga el Padre de familias a los hombres que, sin ocuparse en nada, pierden el tiempo inútilmente. Esta pregunta apenas disimula la reprensión, pues vivir en la ociosidad no es cosa que pueda servir a nadie de recomendación. La ociosidad, sin embargo, es el vicio regalado y predilecto de la mayoría. Hablemos, pues, acerca de la ociosidad.

1. La ociosidad es vicio. — Es una infracción de la ley general que obliga a todos al trabajo.

a) Deber del trabajo material. Dios puso al hombre en el paraíso, no para que viviera ocioso, sino "para que lo trabajara y lo custodiara". (Gen., II, 15). Esta ley se agravó después del pecado, porque entonces la orden de Dios fue ésta: "Comerás el pan con el sudor de tu rostro". (Gen., III, 19). La naturaleza dotó a los animales de armas defensivas y de vestido apropiado con que cubrirse, porque su único trabajo debía consistir en buscarse el alimento. Mas el hombre ha de trabajar, no sólo para ganarse el pan, sino también para defenderse y vestirse. "La naturaleza, en lugar de las armas defensivas y del vestido con que cubrirse que concedió a los animales, dotó al hombre de manos por medio de las cuales pudiera proveerse de todas esas cosas". (Santo Tomás de Aquino). La ociosidad, por tanto, es un vicio que coloca al hombre en situación de poder ser juzgado por los mismos irracionales, ya que éstos, con menos necesidad, trabajan incesante y sabiamente. "Mira a la hormiga, perezoso, mira corno trabaja afanosamente y aprende de ella sabiduría". (Prov., VI, 6).

b) Deber del trabajo espiritual. El trabajo del hombre no ha de reducirse a la esfera de lo natural. Hay una vida sobrenatural hacia la que debe dirigir todos los actos y esfuerzos de su vida natural. Es lo que el Apóstol nos recomienda cuando dice: "Ora comáis, ora bebáis, o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo por gloria de Dios"; (I Cor., X, 31); todo, fuera de la ociosidad y del pecado. La ociosidad es ya pecado, porque "de toda palabra ociosa que hablaren los hombres darán cuenta en el día del juicio". (Mat., XII, 36). No sólo es pecado incurrir en obras pecaminosas, sino también omitir aquellas obras buenas que podemos y debemos hacer. "Aquel que conoce el bien que debe hacer y no lo hace, por lo mismo peca". (Jac., IV, 17).

c) Doctrina de Jesucristo. El Señor ha dado a cada uno un talento con el que debe negociar, puesta la vista en la vida eterna, ya por medio de la contemplación de las cosas celestiales, ya entregándose al trabajo santificado por la oración. ¡Ay de aquél que esconde el talento bajo la tierra de una vida ociosa! Tendrá que oír de labios de su Juez aquellas tremendas palabras: "Siervo inicuo, por tu boca te juzgo: sabías que yo era un hombre severo, que saco de donde no puse y siego donde no sembré. ¿Por qué entonces no pusiste mi dinero en el banco, para que cuando yo llegara pudiera cobrarlo con réditos?". (Lc., XIX, 22-23).

d) Responsabilidades particulares. Hay, pues, malicia particular en la ociosidad del padre o de la madre que no cumplen con sus deberes, así como en la ociosidad del hijo que pierde el tiempo destinado al estudio, con mengua de los sacrificios que sus padres se imponen por él. Malicia mayor encierra la ociosidad del rico que, no sabiendo cómo divertirse, insulta con sus derroches la vida dura y trabajosa de los demás, provocando así los rencores y los odios de las muchedumbres y agostando en el alma del pueblo la sencillez evangélica y la resignación cristiana.

2. La ociosidad es madre de todos los vicios. — Es el Espíritu Santo quien lo asegura. "La ociosidad, dice, es maestra de mucha malicia". (Ecl. XXXIII, 29). "De la misma manera que una tierra, en la que nada se sembró, ni se plantó, produce toda suerte de hierbas ruines, así el alma ociosa acaba pronto por incidir en el mal". (San Juan Crisóstomo). La ociosidad originó la caída de David, de Salomón y de Sansón. "Vigilad hermanos, advierte San Agustín, y no relajéis nunca vuestro celo, porque no sois más santos que David, ni más fuertes que Sansón, ni más sabios que Salomón". Y porque el detestable vicio de la impureza, además de muchos otros sacrificios, exige siempre la pérdida de mucho dinero; y porque la ociosidad nada produce y únicamente devora, el ocioso recurre a torpes ganancias y latrocinios y no se avergüenza de extender la mano para arrancar a la pobreza honrada el óbolo de la caridad y emplearlo en saciar las más bestiales pasiones. Aun admitiendo que el ocioso, por verdadero milagro, llegue a mantenerse inmune de cualquier vicio vergonzoso y condenable, a los ojos de los mundanos, la ociosidad es un vicio, no condenado por el mundo, pero detestable a los ojos de Dios, porque necesariamente conduce al hombre a otro vicio del todo reprobable, que es la pereza. Si muchos carecen de valor para hacer por amor de Dios lo que la mayor parte de los hombres hace con la mayor naturalidad, ¿en qué situación vendrá a encontrarse la virtud en estos calamitosos tiempos de incredulidad y de respeto humano, que exigen valor casi heroico para practicar un acto de virtud cristiana? ¿Cómo podrá el perezoso resolverse a practicar la oración, a frecuentar los sacramentos, a oír la divina palabra y a observar escrupulosamente los mandamientos de la ley de Dios y de la Iglesia?

Hay dos medios de servir a Dios: imitar a Marta por medio de la vida activa, no sin precavernos del peligro de olvidar lo que es absolutamente necesario; o bien imitar a María por medio de la vida contemplativa, que es la parte mejor, y propia, por lo mismo, de almas selectas. En la ociosidad no se puede servir a Dios, porque "el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo conquistan" (Mat, XI, 12).

(Tomado de "Salió el Sembrador…" Tomo I, Ed. Guadalupe, Buenos Aires, 1946, Pág. 522 y ss.) 

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JUAN PABLO II

Otra parábola nos ayuda a comprender que nunca es demasiado tarde para entrar en la Iglesia. Dios puede dirigir su invitación al hombre hasta el último momento de su vida. Nos referimos a la conocida parábola de los obreros de la viña: «El reino de los cielos es semejante a un propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña» (Mt 20, 1). Salió, luego, a diferentes horas del día, hasta la última. A todos dio un jornal, pero a algunos, además de lo estrictamente pactado, quiso manifestarles todo su amor generoso.

Estas palabras nos traen a la memoria el episodio conmovedor que narra el evangelista Lucas sobre el «buen ladrón» crucificado al lado de Cristo en el Gólgota. A él la invitación se le presentó como una manifestación de la iniciativa misericordiosa de Dios: cuando, a punto de expirar, exclamó: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino», oyó de boca del Redentor-Esposo, condenado a morir en la cruz: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23, 42-43).

(Tomado de la Audiencia General del 18 de septiembre de 1991)

La situación de los enfermos en el mundo y en la Iglesia no es, de ningún modo, pasiva. A este respecto, quiero recordar las palabras que les dirigieron los Padres Sinodales al concluir la VII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos: "Contamos con vosotros para enseñar al mundo entero lo que es el amor. Haremos todo lo posible para que encontréis el lugar al que tenéis derecho en la sociedad y en la Iglesia" (Per Concilii semitas ad Populum Dei Nuntius, 12). Como escribí en mi Exhortación apostólica Christifideles laici "A todos y a cada uno se dirige el llamamiento del Señor: también los enfermos son enviados como obreros a su viña. El peso que oprime a los miembros del cuerpo y menoscaba la serenidad del alma, lejos de retraerles del trabajar en la viña, los llama a vivir su vocación humana y cristiana y a participar en el crecimiento del Reino de Dios con nuevas modalidades, incluso más valiosas [...] muchos enfermos pueden convertirse en portadores del 'gozo del Espíritu Santo en medio de muchas tribulaciones' (1Ts 1,6) y ser testigos de la Resurrección de Jesús" (n. 53). En este sentido, es oportuno tener presente que los que viven en situación de enfermedad no sólo están llamados a unir su dolor a la Pasión de Cristo, sino a tener una parte activa en el anuncio del Evangelio, testimoniando, desde la propia experiencia de fe, la fuerza de la vida nueva y la alegría que vienen del encuentro con el Señor resucitado (cf. 2Co 4, 10-11; 1P 4, 13; Rm 8, 18ss).

Con estos pensamientos he querido suscitar en cada uno y cada una de Ustedes los sentimientos que llevan a vivir las pruebas actuales con un sentido sobrenatural, sabiendo ver en ellas una ocasión para descubrir a Dios en medio de las tinieblas y los interrogantes, y adivinar los amplios horizontes que se vislumbran desde lo alto de nuestras cruces de cada día.

(Ciudad de México, 24 de enero de 1999)

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Ejemplos Predicables

El día de pago de los obreros.

Los obreros y los criados suelen cobrar sus salarios semanal o mensualmente, y por lo regular después de haber ejecutado su trabajo, eso es, al fin de la semana o del mes. Raros son los que perciben sus jornales por adelantado, o sea antes de cumplir su tarea. No de otro modo obra Dios con nosotros. El es nuestro amo y nosotros sus trabajadores y criados. No nos paga por adelantado, sino después de cumplir nuestro cometido. Quiere esto decir que no nos da la recompensa en este mundo, en que la vida del hombre no es más que una prueba. El día de pago no nos llega hasta la eternidad. Esta circunstancia de que el pecado no reciba su castigo en la tierra es la causa de que, por desgracia, muchos hombres obren el mal sin temor alguno.

La vida, es como un teatro.

San Pablo compara nuestra vida a un teatro (I Cor., IV, 9), y no sin razón. En el teatro, en efecto, uno hace el papel de rey, otro de ministro, el tercero de general, el cuarto de soldado, el quinto de mendigo. Al terminar la representación, a nadie se alaba porque haya desempeñado un papel distinguido, el de rey o de gran señor, sino por haber desempeñado bien su papel, aunque sea el de mendigo. Lo mismo acontece con relación a la vida humana, que tiene una gran semejanza con el espectáculo público. A nadie distinguirá Dios en la otra vida por haber sido en la tierra rey o señor poderoso, pues como dice San Pablo, «no hay en Dios acepción de personas.» (Rom., II, 11) Sólo aquel que haya cumplido a conciencia sus deberes para con Dios y para con el prójimo recibirá de Dios honra y distinción después de la muerte. De ahí que muchos que en este mundo han sido los primeros sean después los últimos en el otro, y viceversa. (Mat, XIX, 30.)

(Dr. Francisco Spirago, Catecismo en ejemplos, Vol. I, Ed. Poliglota, 1940)

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CATECISMO

El anuncio del Reino de Dios

543 Todos los hombres están llamados a entrar en el Reino. Anunciado en primer lugar a los hijos de Israel (cf. Mt 10, 5-7), este reino mesiánico está destinado a acoger a los hombres de todas las naciones (cf. Mt 8, 11; 28, 19).

Para entrar en él, es necesario acoger la palabra de Jesús: La palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo: los que escuchan con fe y se unen al pequeño rebaño de Cristo han acogido el Reino; después la semilla, por sí misma, germina y crece hasta el tiempo de la siega (LG 5).

544 El Reino pertenece a los pobres y a los pequeños, es decir a los que lo acogen con un corazón humilde. Jesús fue enviado para "anunciar la Buena Nueva a los pobres" (Lc 4, 18; cf. 7, 22). Los declara bienaventurados porque de "ellos es el Reino de los cielos" (Mt 5, 3); a los "pequeños" es a quienes el Padre se ha dignado revelar las cosas que ha ocultado a los sabios y prudentes (cf. Mt 11, 25). Jesús, desde el pesebre hasta la cruz comparte la vida de los pobres; conoce el hambre (cf. Mc 2, 23-26; Mt 21,18), la sed (cf. Jn 4,6-7; 19,28) y la privación (cf. Lc 9, 58). Aún más: se identifica con los pobres de todas clases y hace del amor activo hacia ellos la condición para entrar en su Reino (cf. Mt 25, 31-46).

545 Jesús invita a los pecadores al banquete del Reino: "No he venido a llamar a justos sino a pecadores" (Mc 2, 17; cf. 1 Tim 1, 15). Les invita a la conversión, sin la cual no se puede entrar en el Reino, pero les muestra de palabra y con hechos la misericordia sin límites de su Padre hacia ellos (cf. Lc 15, 11-32) y la inmensa "alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta" (Lc 15, 7). La prueba suprema de este amor será el sacrificio de su propia vida "para remisión de los pecados" (Mt 26, 28).

546 Jesús llama a entrar en el Reino a través de las parábolas, rasgo típico de su enseñanza (cf. Mc 4, 33-34). Por medio de ellas invita al banquete del Reino(cf. Mt 22, 1-14), pero exige también una elección radical para alcanzar el Reino, es necesario darlo todo (cf. Mt 13, 44-45); las palabras no bastan, hacen falta obras (cf. Mt 21, 28-32). Las parábolas son como un espejo para el hombre: ¿acoge la palabra como un suelo duro o como una buena tierra (cf. Mt 13, 3-9)? ¿Qué hace con los talentos recibidos (cf. Mt 25, 14-30)? Jesús y la presencia del Reino en este mundo están secretamente en el corazón de las parábolas. Es preciso entrar en el Reino, es decir, hacerse discípulo de Cristo para "conocer los Misterios del Reino de los cielos" (Mt 13, 11). Para los que están "fuera" (Mc 4, 11), la enseñanza de las parábolas es algo enigmático (cf. Mt 13, 10-15).

Los signos del Reino de Dios

547 Jesús acompaña sus palabras con numerosos "milagros, prodigios y signos" (Hch 2, 22) que manifiestan que el Reino está presente en El. Ellos atestiguan que Jesús es el Mesías anunciado (cf, Lc 7, 18-23).

548 Los signos que lleva a cabo Jesús testimonian que el Padre le ha enviado (cf. Jn 5, 36; 10, 25). Invitan a creer en Jesús (cf. Jn 10, 38). Concede lo que le piden a los que acuden a él con fe (cf. Mc 5, 25-34; 10, 52; etc.). Por tanto, los milagros fortalecen la fe en Aquél que hace las obras de su Padre: éstas testimonian que él es Hijo de Dios (cf. Jn 10, 31-38). Pero también pueden ser "ocasión de escándalo" (Mt 11, 6). No pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan evidentes milagros, Jesús es rechazado por algunos (cf. Jn 11, 47-48); incluso se le acusa de obrar movido por los demonios (cf. Mc 3, 22).

549 Al liberar a algunos hombres de los males terrenos del hambre (cf. Jn 6, 5-15), de la injusticia (cf. Lc 19, 8), de la enfermedad y de la muerte (cf. Mt 11,5), Jesús realizó unos signos mesiánicos; no obstante, no vino para abolir todos los males aquí abajo (cf. LC 12, 13. 14; Jn 18, 36), sino a liberar a los hombres de la esclavitud más grave, la del pecado (cf. Jn 8, 34-36), que es el obstáculo en su vocación de hijos de Dios y causa de todas sus servidumbres humanas.

550 La venida del Reino de Dios es la derrota del reino de Satanás (cf. Mt 12, 26): "Pero si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios" (Mt 12, 28). Los exorcismos de Jesús liberan a los hombres del dominio de los demonios (cf Lc 8, 26-39). Anticipan la gran victoria de Jesús sobre "el príncipe de este mundo" (Jn 12, 31). Por la Cruz de Cristo será definitivamente establecido el Reino de Dios: "Regnavit a ligno Deus" ("Dios reinó desde el madero de la Cruz", himno "Vexilla Regis").


19. FLUVIUM.ORG

En continua ocasión de amar a Dios

        Intentamos meditar, con la ayuda del Paráclito, a quien suplicamos luz para nuestra inteligencia, de modo que sepamos entender lo que el Señor nos enseña, esta parábola con la que Jesús nos muestra el sentido de nuestra vida. Cada uno, en efecto, al final de esa jornada completa de nuestra existencia terrena, vamos a recibir el salario, en cierto sentido común para todos cuantos hemos aceptado trabajar para Dios: la Eterna Bienaventuranza.

        Otras veces hemos ya meditado sobre la infinita justicia de Dios, que retribuye a cada uno según sus obras, aunque sea también con infinita misericordia. San Pablo en su carta a los fieles de Roma de modo inequívoco se refiere al justo juicio de Dios, el cual retribuirá a cada uno en justicia: la vida eterna para quienes, mediante la perseverancia en el buen obrar, buscan gloria, honor e incorrupción; la ira y la indignación, en cambio, para quienes, con contumacia, no sólo se rebelan contra la verdad, sino que obedecen a la injusticia.

        Pero hoy tenemos para nuestra consideración unos versículos de san Mateo que nos invitan a reflexionar en la llamada a la santidad que cada uno hemos recibido, porque Dios, Creador y Señor nuestro, así lo ha querido, escogiéndonos para ello de entre en las demás criaturas terrenas. Como a aquellos obreros del campo, a cada uno nos ha llamado también a su viña: a la santidad. A poco que reflexionamos, somos capaces de recordar en qué momento esa vida sobrenatural, que ahora entendemos como el único destino que colma la vida del hombre, tomó cuerpo en nuestros planes, en nuestras ilusiones. Es decir, también para cada uno hubo una llamada particular, posiblemente en un momento preciso o, al menos, en unas circunstancias peculiares, como sucedió a los trabajadores contratados para la viña. El momento cronológico viene a ser lo de menos, toda vez que, de hecho, nuestra existencia ha cobrado un sentido nuevo y pleno: esto es lo decisivo en verdad. Pues, fácilmente somos capaces de reconocer que, hasta entonces, todas las ilusiones, los proyectos forjados, los trabajos más a menos intensos estaban faltos en realidad de la riqueza y potencialidad debidas.

        "El momento viene a ser lo de menos", decíamos. Porque, dependiendo de Dios –que es quien llama y a quién se responde o no, libremente– siempre es el ideal para cada uno. Todos llegamos a ser especialmente conscientes de la dimensión trascendente de nuestra existencia en el mejor momento, aquel momento y en aquellas circunstancias irrepetibles, ideales en nuestro caso, para tomarnos, a partir de entonces, la vida como Dios quiere. Desde la infancia, unos; en la adolescencia, otros; en los primeros años de la madurez y el ejercicio profesional, bastantes; ya entrados en años...; incluso, en lo que podíamos a llamar la recta final del tránsito terreno. En cualquier caso, el trabajo será siempre la santidad personal, como en aquellos contratados para trabajar en la viña.

        Entre nosotros, unos hemos conocido Dios y a Cristo desde la infancia, a partir de unos padres cristianos. Algunos, por circunstancias de todo tipo, no perseveraron en ese conocimiento y su trato con Dios fue decayendo hasta casi desaparecer. Le reencontraron, tal vez, con el paso de los años y, entonces, más maduros intelectualmente, entendieron la inigualable belleza de una vida en Cristo. Un cataclismo personal..., por enfermedad, por una tragedia especialmente a vivida, por un desengaño trágico, por una iluminación singular, etc., pueden ser el origen en algún caso del gran descubrimiento de Dios, como principio, sentido y destino de la existencia del hombre. Los hay, y la historia los recuerda en personajes que se han hecho famosos por su santidad, en Agustín, Teresa, Edith Stein, ..., entre muchísimos otros, que descubrieron el atractivo imparable de Dios a partir de unas páginas escritas.

        La crítica de aquel contratado a primera hora estaba claramente fuera de lugar. Bajo ningún concepto y por principio se puede poner en entredicho la infinita bondad divina. ¿Qué facultad se otorga aquél para protestar? ¿Con qué derecho piensa mal del dueño de la viña? Agradecido debería estar por haber sido contratado, ya que el señor no tenía obligación alguna con él. ¿No puedo yo hacer con lo mío lo que quiero? He aquí la incuestionable verdad que dirime toda pretendidas polémica con el Creador. Una vez más, es la soberbia humana de no querer reconocer que somos criaturas de Dios el único problema de fondo.

        Los hay, por desgracia, hoy como ayer, que desde su orgullo y su inteligencia limitada se atreven a emitir juicios de desaprobación a la Voluntad de Dios que se manifiesta en el acontecer cotidiano: que por qué he tenido que sufrir este accidente imprevisto; que por qué han tenido que concurrir estas circunstancias lamentables en mi vida; diferente sería todo si yo tuviese la fortuna de aquél: él, en cambio, sí que lo tiene fácil; parece mentira que Dios permita... Por lo tanto, Dios no es justo.

        Es, en verdad, muy difícil vivir con paz, mientras no queremos entender que cualquier circunstancia de la vida es un momento ideal –el único momento de que disponemos– para amar a Dios: para agradarle con la conducta que espera de nosotros en esas las circunstancias más o menos difíciles, más o menos previstas. Así se expresaba, con cierto humor, san Josemaría: Vivir santamente la vida ordinaria, acabo de deciros. Y con esas palabras me refiero a todo el programa de vuestro quehacer cristiano. Dejaos, puess, de sueños, de falsos idealismos, de fantasías, de eso que suelo llamar mística ojalatera –¡ojalá no me hubiera casado, ojalá no tuviera esta profesión, ojalá tuviera más salud, ojalá fuera joven, ojalá fuera viejo!...–, y ateneos, en cambio, sobriamente, a la realidad más material e inmediata, que es donde está el Señor.

        La Madre de Dios respondió, en todo momento, con un sí generoso, bien consciente de que el Señor la esperaba en cada paso. A su cuidado maternal nos encomendamos, para que nos haga comprender la ilusión de Padre bueno que Dios tiene, de que le amemos como hijos, lo mejor que sepamos, en cada instante


20. Fray Nelson Domingo 18 de Septiembre de 2005

Temas de las lecturas: Mis planes no son sus planes * Mi vida es Cristo * Los últimos serán los primeros .

1. Invitaciones de Dios

1.1 Dios llama, Dios invita: ese es el mensaje de este domingo. Nuestro Dios no es uno que se queda cómodo en su casa feliz, ausente de la suerte de sus creaturas. Si Dios llama es porque ama. Nos llama porque le importamos.

1.2 El primer llamado que nos hizo Dios fue a la existencia. El capítulo primero del Génesis describe el acto creador como el fruto de una palabra poderosa que trae de la nada al ser. Dios me llamó cuando me creó.

1.3 Pero Dios me creó libre, esto es, capaz de aceptar su voz o incluso de rechazarla. Por eso, no sólo me habló para crearme, sino que me guía o quiere guiarme con su voz. A través de sus profetas Dios se deja oír, como lo hizo hoy por boca de Isaías: "¡que el malvado abandone su camino y el criminal sus planes!"

1.4 La voz de Dios se dirige a todo nuestro ser. Por consiguiente, no apunta solamente a lo que hemos sido, por ejemplo para denunciar nuestros pecados, sino que mira a lo que podemos llegar a ser. Por eso la palabra divina da fuerza y una razón para la esperanza: "que el malvado regrese al Señor, y él tendrá piedad; a nuestro Dios, que es rico en perdón..."

2. Una mirada más amplia

2.1 Como nuestra mirada es tan limitada en tantos aspectos, a menudo nos cuesta trabajo adivinar las razones de Dios.

2.2 Si nuestra mirada pudiera ampliarse, si no se limitara solo al pasado y el presente, podríamos, como hace Dios, ver las infinitas posibilidades de la gente que nos rodea. Veríamos que un perseguidor, como Pablo, puede llegar a ser un gran apóstol. Veríamos que un vividor como Francisco de Asís puede llegar a ser un santo maravilloso. Veríamos que un pescador de peces podía llegara ser y llegó a ser "pescador de hombres."

2.3 Pero hay más que eso. Si nuestra mirada se amplía reconocemos que no sólo existe la belleza de no haberse equivocado sino también la belleza de ser perdonado. Es sobre todo esa belleza la que más nos cuesta descubrir, y isn embargo es indispensable descubrirla si queremos entender aunque sólo sea los rudimentos de la inmensidad del amor que Dios nos tiene, pues en nada brilla tanto el amor como en el perdón.

3. Los últimos y los primeros

3.1 Parece cosa comprobada que Jesús utilizó algunos de los recursos "pedagógicos" que eran de uso frecuente entre los maestros rabinos. Expresiones como "los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos" tienen una fuerza mnemotécnica muy grande. Resultan fáciles de recordar por su estilo paradójico y por la multitud de situaciones a los que pueden aplicarse. Jesús utilizó varias de esas expresiones paradójicas. Otra, por ejemplo, es: "el que se humilla será ensalzado y el que se ensalza será humillado". Y otra semejante: "nada hay oculto que no llegue a saberse". Este modo de hablar hacía que las enseñanzas del Señor quedaran grabadas pronta y profundamente en el corazón de sus oyentes, incluso si no podían escuchar completos largos discursos.

3.2 El evangelio de hoy pone en escena un pequeño drama que ilustra por qué hay primeros que resultan últimos y últimos que quedan de primeros.

3.3 Los "primeros" en este caso son los que fueron contratados en primer lugar; consiguientemente, los "últimos" corresponden a los que llegaron al caer de la tarde. Para todos el poder trabajar fue en sí mismo un regalo, porque todos estaban perdiendo la vida sin dirección ni sentido, pero ese regalo dejó de serlo en la mente de aquellos que lo recibieron primero. Para ellos el regalo se volvió tedio, y la oportunidad, una tarea. Llegar de primeros no aumento su gratitud sino su capacidad de crítica y su sensibilidad al propio dolor o incomodidad. Por eso acabaron de últimos.

3.4 A nosotros puede sucedernos lo mismo. En ocasiones sucede que quien ha tenido menos ocasiones de pecar no por ello cuenta en su balance más ocasiones para agradecer. Y pasa también que quien llevó una vida lejana al Señor cuando le descubre avanza más y mejor que los que siempre estuvieron cercanos a él.


21. JESÚS MARTÍ BALLESTER

1."¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que yo quiera en mis asuntos?" Mateo 20,1. Esta es la afirmación central de la parábola de los jornaleros de la viña. Los fariseos reprochaban a Jesús la bondad con que trataba a los pecadores y Jesús, para justificarse, cuenta la parábola que acabamos de escuchar. En la perícopa anterior le ha dicho al joven rico que solo uno es bueno, Dios. Ahora el dueño de la viña dice igualmente que Él es bueno. "Yo soy", es el nombre de Dios y su apellido es "bueno".

2. En el salmo, con toda justicia y propiedad, hemos cantado también que "el Señor es bueno con todos. Es bondadoso en todas sus acciones" Salmo 144. Este salmo es un himno grandioso a los atributos de Dios derramados sobre los hombres, especialmente de los más afligidos, necesitados, desvalidos y humillados, que claman a él. Es un salmo de alabanza, que encabeza un ramillete de salmos con que termina el salterio. Es un resumen de alta teodicea que ensalza la bondad, la justicia, la misericordia, la fidelidad a las promesas, la piedad con los débiles y desamparados y la providencia detallada con todas las criaturas vivas. Todas sus obras dependen de ella y están esperando que abra su mano para ser alimentadas, sostenidas y amparadas.

3. En esta parábola podemos ver reflejadas todas las etapas de la historia de la salvación. El AMANECER corresponde a la llamada de Adán. La MEDIA MAÑANA a la de Noé. A MEDIODIA llamó a Abraham. A la MEDIA TARDE llamó a los Profetas. Y a la CAIDA DE LA TARDE llamó a los Apóstoles y a la Iglesia, que sucede a la Sinagoga y al Templo. Y a éstos, "los últimos serán los primeros", corresponde el denario de la gracia y de la misericordia y el Amor de Dios. Nuestros cálculos son inferiores a los de Dios, (¡faltaría más!) a quien medimos con justicia larvada y con nuestras medidas, por nuestra incapacidad de abarcar la insondable misericordia y amor de Dios. Si nosotros hubiéramos presenciado la escena habríamos reaccionado igual que aquellos jornaleros.

Pero el personaje central de la parábola es el Dueño de la viña, que, porque es bueno, nos llama a todos y a cada uno a hacer alianza con El, formar parte de su familia trinitaria, participar de su amor, filiación, misericordia, felicidad y eternidad. Y el centro de interés es el negocio, el contar o no contar, y como consecuencia de contar, pedirle cuentas a Dios, que contesta: ¿Qué he hecho yo para merecer esto? "¿No puedo hacer lo que quiero de mis bienes?". Jesús está hablando aquí de la participación de su vida eterna, que depende totalmente de su divina gracia.

4. Por eso Jesús desengaña al joven rico, acostumbrado a comprarlo todo, cuando le pregunta qué tiene que hacer para comprar la vida eterna: -No eres tú el que compras y ganas, soy yo el que te ofrezco y te regalo, por pura gracia, mi amistad. "Ven y sígueme" (Mt 19,21). No te lo doy porque te lo mereces, sino porque yo quiero, porque te quiero a tí. No es la ley de la justicia humana, tan rara, y a veces tan injusta, y tan aceptadora de personas, sino de la justicia divina, que es misericordia. Hoy, que la gratuidad tiene tan escasos seguidores, somos más romos a la hora de entender la gratuidad de Dios, es decir, la gracia, que quiere decir gratis, porque no se merece sino que se regala.

Por eso el dueño de la viña comienza a pagar por los últimos, con quienes no ha contratado en justicia un jornal. Es decir, les regala el jornal, que ni les ha prometido, al contrario que a los otros grupos, ni ellos se lo han ganado, porque apenas han trabajado una hora. Los que habían contado, cuando vieron que a los últimos se les daba un denario, se hicieron ilusiones de cobrar más y protestaron contra el amo: "Estos últimos han trabajado sólo una hora y les has pagado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno". -"Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario?" He cumplido contigo lo pactado. Ahora, respeta tú mi gracia. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera con mis dones? Déjame a mí ser Dios. No quieras domesticarme y enjaularme. Déjame a mí ser generoso. No pretendas que yo sea tacaño y cicatero, como eres tú. Déjame a mi ser rico en perdón y en regalar mis bienes y dones. He ahí la diferencia entre los juicios de los hombres y los de Dios. "Mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes son más generosos y espléndidos que los vuestros" Isaías 55,6. El dueño de la viña practicó la justicia con los primeros, y la misericordia y la gracia con los otros. El denario es un misterio de amor que sobrepasa la justicia.

5. En la parábola del pródigo encontramos también la misma imagen del padre bueno y el hijo envidioso (Lc 15,28. El había trabajado toda la vida, y era verdad. El hermano había derrochado, y era verdad. Pero el Padre se derritió de amor viendo los andrajos de su hijo demacrado, y el hermano mayor se recomió de envidia. Los fariseos y escribas murmuraban: "Este recibe a los pecadores y come con ellos". El fariseo injurió, calumnió, juzgó temerariamente analizando los pecados del publicano en el templo: adúltero, ladrón, injusto. Protestó Judas en Betania ante el despilfarro de María: trescientos denarios que se podían haber entregado a los pobres. Protestó Simón al ver a Jesús recibiendo a la mujer pecadora en su propia casa. Por el contrario, no contó el buen samaritano, al revés del levita y el sacerdote, que calcularon y pasaron de largo, inhumanamente. No sabían dar gratis y, sobre todo, darse a sí mismos. No tenían corazón. Ni le pidió cuentas el publicano, se las pidió el fariseo. Tampoco los últimos de la parábola habían echado cálculos. Cuando el dueño les envió a la viña, se fiaron del dueño. Y esta actitud confiada les ha ganado su simpatía.

6. También nuestras comunidades pueden sacar provecho de esta parábola. Dios tiene trabajo para todos. Podría pasar de nosotros, pero quiere contar con nosotros. Dios no quiere hacer nada sin la Iglesia. La Iglesia no debe querer hacer nada sin todos sus miembros. Si Dios nos llama a todos y a cada uno, nuestras comunidades deben también contar con todos. Hay trabajo para todos. Debe haberlo. En la Iglesia de Jesús no caben los monopolios. No debemos mirar a los que llegan a última hora como usurpadores, sino como llamados amorosamente por Dios Bueno. "¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?". Se ha dicho que los sacerdotes sólo quieren a los laicos para utilizarlos ¡Ojalá todos fueran profetas! ¿No hay en esa frase un asomo de envidia y de autosuficiencia? Escuchemos la Palabra de Dios y no la del error imbuido de soberbia: "Los labios sacerdotales han de guardar el saber, y en su boca se busca la doctrina. Porque es mensajero del Señor de los ejércitos" (Malaquías 2,7). "El obispo debe actuar como administrador de Dios, para ser capaz de predicar una enseñanza sana" (Tt 1,7). Todos somos siervos inútiles, y cada uno debe estar en el lugar que le corresponde, como quien sirve, y no como quien figura o quiere figurar y ponerse de relieve...Los tales, ya han recibido su paga.¿No es esa actitud una forma de envidia de la preeminencia querida por Cristo? La humildad consiste en callar nuestras virtudes y permitir descubrirlas a los demás. Un agricultor pensaba que el secreto de que su cosecha ganara cada año el concurso al mejor producto, consistía en que compartía su semilla con los vecinos, porque el viento llevaba el polen del maíz maduro de un sembrado a otro. Si mis vecinos cultivaran un maíz malo, la polinización cruzada rebajaría la calidad del mío. Si quiero cosechar buen maíz debo cosechar buena clase y ayudar a que mi vecino siembre también buena clase de maíz. Quien busca el éxito, debe ayudar a que sus vecinos tengan éxito. No que se cumpla el refrán del mundo: que yo me quede tuerto para que los demás se queden ciegos, por aquello del otro refrán: en el país de los ciegos, el tuerto es rey. Quien quiere vivir bien, debe ayudar a que los demás vivan bien, porque el valor de una vida se mide por las vidas que toca. Y quien quiere ser feliz, debe ayudar a que otros encuentren la felicidad, porque el bienestar de cada uno va unido al bienestar de todos. Arrieros somos, y en el camino nos encontraremos. Vosotros, como quien sirve. Los últimos de todos y los servidores de todos, ha dicho Jesús.

7. El planteamiento ya será distinto cuando ya se ha aceptado la fe, según el rendimiento y el trabajo y esfuerzo. Entraríamos entonces en la otra parábola de los talentos en la que cada uno es juzgado y recompensado o condenado según su esfuerzo: el que te creó a ti sin ti no te salvará a ti sin ti, dice San Agustín. No será la misma recompensa la del que trabajó unos minutos después de su confesión in extremis, que la del que peleó aguerridamente durante toda su vida por el Reino, pues entonces: "Juzgará a cada uno según sus obras".

8. La llamada principal de la parábola es a la conversión y a la santidad. Todos hemos sido llamados a la primera hora, pero unos han respondido a distintas horas. Muchos siguieron sin querer oír la llamada. A algunos Dios les tuvo que sacudir fuerte: A Agustín, a Pablo, a Zaqueo, a tantos pecadores, a Ignacio de Loyola, a Francisco de Borja, a Teresa de Jesús...Si hoy oís su voz no paséis de largo. Recreaos en ella. Escuchad ahora su silbo amoroso. No esperemos oír su voz directamente: él tiene infinitos recursos para llamar. Saber sintonizar su onda es sabiduría, cambiar de emisora, necedad. Eso es lo que anuncia la primera lectura de Isaías: "Que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes" Isaías 55,6. Es decir: "Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras está cerca". Tan cerca, que hasta le vamos a poder tocar y comer. "Para que llevéis una vida digna del evangelio de Cristo" Filp 1,20.

9. Y después de perdonar nuestros pecados, nos da su comida, que es él mismo, para que, incorporados a su Cuerpo místico, cantemos al Padre el himno de alabanza y de acción de gracias, con María, su Madre y nuestra madre. "Guíe Su Majestad por donde quisiere", diría Santa Teresa.


22. TRABAJADORES DE ULTIMA HORA

Una de las parábolas más controversiales que nos trae el Evangelio es aquélla de los trabajadores contratados a diferentes horas del día, los cuales terminan todos recibiendo el mismo salario.

Hubo un grupo que comenzó a trabajar a primera hora de la mañana; otro, a media mañana; otro, al mediodía; otro grupo a media tarde, y un último grupo que sólo comenzó a trabajar al final de la tarde. Lo sorprendente de la historia -tanto para nosotros que la leemos u oímos, como para los protagonistas imaginarios que en ella actúan- es que todos recibieron la misma cantidad de dinero. (Mt. 20, 1-16)

¿Por qué esto? Jesucristo, quien es el dueño de la siembra y quien cuenta la parábola, no nos explica el por qué de esta aparente “injusticia”. Por ello, para analizar y comprender el mensaje escondido en este relato, debemos darnos cuenta, primeramente, de que el Señor no está pretendiendo darnos una lección de sociología sobre la moral del salario. La parábola tampoco es para estimular a los flojos a que no trabajen o a los tibios a que dejen la conversión para última hora.

Más bien nos indica que Dios puede llamar a cualquier hora: a primera hora del día, o a la última, o al mediodía ... o cuando sea, y que debemos estar siempre listos para responder en el momento que seamos llamados -sea la hora que fuere- sin titubear, sin buscar excusas y sin retrasar la respuesta.

Esta parábola también es una advertencia contra la envidia, ese pecado tan feo, que consiste en el deseo de querer que lo bueno de los demás no sea para ellos sino para nosotros. El Señor advierte a los trabajadores envidiosos que reclaman: “¿Vas a tenerme rencor porque Yo soy bueno?” Dios no admite envidia o rivalidad entre sus hijos, pues desea que nos gocemos del bien de los demás como si fuera nuestro propio bien.

Si acaso hemos sido fieles al Señor desde la primera hora, debemos alegrarnos por los de las últimas horas. Alegrarnos, porque son almas que recibirán la salvación. Y alegrarnos también porque los tempraneros hemos tenido la oportunidad de servir al Señor casi toda o toda nuestra vida.
La frase final también es controversial, pero hay que notar que la repite el Señor con bastante insistencia en el Evangelio y referida a diferentes situaciones: “Los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos”. (Mt. 19, 30 - Mt. 20, 16 - Mc. 10, 31 - Lc. 13-30). ¿Qué significado tiene esta sentencia del Señor? Lo primero a tener en cuenta es que no dice que los últimos son los únicos que van a llegar y que los primeros no llegarán. Simplemente invierte el orden de llegada. Así que el más importante significado es que todos -primeros y últimos- vamos a llegar. Significa que Dios ofrece la salvación a todos: recibe a los pecadores o incrédulos convertidos en la madurez de sus vidas, pero a la vez mantiene con sus gracias a aquéllos que desde su niñez o su juventud han vivido unidos a El.

Todas éstas son enseñazas que se pueden extraer de esta parábola. Pero la más importante de todas es ésta: Dios es el Dueño de la viña -es decir: Dueño del mundo por El creado y Dueño también de nosotros- y, por lo tanto, El puede arreglar sus asuntos y sus “salarios” como El desea y como mejor le parezca. El mismo lo dice en esta parábola cuando le reclaman su arreglo: “¿Qué no puedo hacer con lo mío lo que Yo quiero”.


23.

REFLEXIÓN DOMINICAL
18 de septiembre de 2005

EL REINO DE DIOS LLEGA CON TU COLABORACIÓN
XXV Domingo Ordinario

+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de las Casas

Jesús, por medio de diferentes parábolas, nos presenta qué es y cómo se construye el Reino de Dios. Ciertamente, sus pensamientos no equivalen a los nuestros (cf Is 55, 6-9). Para El, los últimos son los primeros, y éstos son los últimos. Nuestro sentido de justicia no es igual al suyo, pues El la combina con su generosidad, con su misericordia. Rebasa nuestros méritos y nos da mucho más. A todos nos invita a colaborar para que su Reino se haga presente en nuestras circunstancias históricas. No basta con reclamos y lamentos. Lo que cambia al mundo es nuestra aportación, nuestro trabajo, aunque sea por una sola hora.

V E R

. Una de las razones que se dan para la expansión de las denominaciones no católicas en Chiapas es que, en éstas, muchos creyentes son preparados en poco tiempo para ser "pastores", y son los que más trabajan en la evangelización: van a los domicilios a hacer propaganda, promueven pequeñas comunidades y construyen ermitas. En cambio, la Iglesia Católica, durante mucho tiempo, centró su pastoral en el trabajo de los sacerdotes y de las religiosas. Como éstos son insuficientes, muchos fieles quedaron abandonados y expuestos a los ataques del proselitismo.

. En la actualidad, cada día son más los fieles laicos que asumen su responsabilidad en la evangelización. En nuestra diócesis. Contamos con más de 8,000 catequistas para las comunidades; algunos son para niños, pero la mayoría son para realizar las catequesis ordinarias y presidir las celebraciones dominicales. Gracias a ello, se ha detenido la deserción de católicos. De 1980 a 1990, dejaron el catolicismo un 9% de chiapanecos; en cambio, de 1990 a 2000, sólo el 3%. Cuando los fieles laicos asumen su trabajo corresponsable en la evangelización, la fe se fortalece. Que avance, retroceda o se estanque el catolicismo, depende de muchas personas y no sólo de los obispos.

. El Papa Benedicto XVI, en su reciente mensaje al primer grupo de obispos mexicanos en Visita "Ad limina", valoró la contribución de congregaciones religiosas y de laicos: "Una manifestación de la riqueza eclesial es la existencia de más de cuatrocientos Institutos de vida consagrada, sobretodo de mujeres y muchos de ellos fundados en México, que evangelizan en todo el país y en los diversos ambientes, culturas y lugares. A esto hay que añadir una mayor participación de los fieles laicos a través de diversas iniciativas que pone de manifiesto su vocación y misión en la sociedad. Hay también una presencia creciente de movimientos laicales nacionales e internacionales que promueven la renovación de la vida matrimonial y familiar, así como una mayor vivencia comunitaria". Así muchos construyen el Reino de Dios.

. Hay creyentes que permanecen ociosos, sin trabajar en la edificación espiritual de su Iglesia, en su santificación y en su eficacia pastoral. Son muy buenos para criticar a obispos y sacerdotes, pero permanecen lejos, no se acercan a dialogar con nosotros, proponernos sus inquietudes y sugerencias. Algunos se distanciaron por inconformidad con la diócesis, pero buscaron alternativas; otros cayeron en la indiferencia, de la que aún no salen. Unos se alejaron porque no quieren que se hable de las injusticias que se cometen contra los pobres, de la explotación secular contra los indígenas, que son totalmente contrarias al Reino de Dios. Estos seguirán lejos, aunque cambien obispos y sacerdotes, pues su proceder no es conforme con los caminos de Dios y de su Iglesia.

. Nuestras formas de pensar y de actuar no siempre corresponden a las de Dios. Por ejemplo, damos importancia a personas que visten con elegancia, tienen dinero y puestos significativos; en cambio, menospreciamos a los pobres, a los campesinos y a los indígenas, como si no valieran. Para Dios, sin embargo, pueden ser los primeros.

. En la contienda política, algunos están convencidos de que su triunfo depende en gran parte de la publicidad, de los discursos incendiarios contra los militantes y gobernantes de otros partidos, de las promesas que hagan para resolver todos los problemas del país, de las alianzas que pacten con los poderes económicos y políticos. Para Dios, en cambio, lo importante es la demostración que hayan dado de servicio a la comunidad, de su entrega generosa y desinteresada al bien del pueblo, de su sacrificio para no buscar sus propios intereses. Vale más quien reconoce los derechos de Dios, y no se exalta a sí mismo como un ídolo, un falso dios, que tuviera la receta para todo. Vale quien, en su proyecto de gobierno, dé prioridad efectiva a los pobres y defienda la vida desde el seno materno, así como la sacralizad del matrimonio. Vale quien actúe con verdad y haya demostrado que no es corrupto. Vale quien, en sus ocupaciones diarias viva conforme a los criterios del Evangelio.

. En el comercio, sea local o transnacional, para muchos lo que importa es obtener más y más ganancias, aunque destruyan la naturaleza, paguen salarios raquíticos y dejen de cubrir las prestaciones sociales a sus trabajadores. Para Dios, lo que más vale es el trabajo honrado, el compartir solidario, la justicia en todo el ámbito laboral, el respeto a los derechos de los demás y a la ecología.


J U Z G A R

. El Reino de Dios es como un terreno al que somos invitados a trabajar. Unos desbrozan la tierra, otros abren los surcos, otros siembran, otros riegan y abonan, otros quitan las malas hierbas y desparasitan, otros cosechan y otros distribuyen. Es decir, para que llegue el Reino de Dios, se necesitan muchos cerebros, corazones y manos. Que en este mundo haya seguridad, paz, vida, solidaridad y amor, es obra de todos y no sólo de unos cuantos, o del gobierno en turno. Que haya democracia, libertad y justicia, no es privilegio de un grupo, o de una tendencia política, sino que implica a todos los ciudadanos, aunque con diversas responsabilidades, tareas y tiempos. Dios nos invita a todos, aunque de distintas maneras, a colaborar en su Reino.

. El Papa, los obispos, los sacerdotes, los diáconos y las religiosas, hemos consagrado nuestras vidas al Reino de Dios. Pero no somos los únicos que hacemos la Iglesia, los únicos que trabajamos por la transformación de la sociedad conforme al plan de Dios. Ahora es el tiempo de los fieles laicos, de los seglares. A ello han convocado, desde hace más de cuarenta años, el Concilio Vaticano II y los documentos pontificios y episcopales. Sin embargo, como dijimos con toda claridad en el Documento de Santo Domingo, "Se comprueba que la mayor parte de los bautizados no han tomado aún conciencia plena de su pertenencia a la Iglesia. Pocos asumen los valores cristianos como un elemento de su identidad cultural y por lo tanto no sienten la necesidad de un compromiso eclesial y evangelizador" (No. 96).

. Por ello, expresa el Papa Juan Pablo II, en su exhortación Ecclesia in America: "Es necesario que los fieles laicos sean conscientes de su dignidad de bautizados. La renovación de la Iglesia en América no será posible sin la presencia activa de los laicos. Por eso, en gran parte, recae en ellos la responsabilidad del futuro de la Iglesia" (No. 44). Y esto se logra empezando por el ámbito de las llamadas "realidades temporales": "En un Continente en el que aparecen la emulación y la propensión a agredir, la inmoderación en el consumo y la corrupción, los laicos están llamados a encarnar valores profundamente evangélicos como la misericordia, el perdón, la honradez, la transparencia de corazón y la paciencia en las condiciones difíciles. Se espera de los laicos una gran fuerza creativa en gestos y obras que expresen una vida coherente con el Evangelio. América necesita laicos cristianos que puedan asumir responsabilidades directivas en la sociedad. Es urgente formar hombres y mujeres capaces de actuar, según su propia vocación, en la vida pública, orientándola al bien común. En el ejercicio de la política, vista en su sentido más noble y auténtico como administración del bien común, ellos pueden encontrar también el camino de la propia santificación" (Ib). ¡Qué retos tan importantes, para que los fieles laicos colaboren en el establecimiento del Reino de Dios!

. Por otra parte, dice el Señor: "Así como aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los de ustedes y mis pensamientos a sus pensamientos" (Isaías 55,9). En efecto, para El, "los últimos serán los primeros, y los primeros , los últimos". Ojalá que, como dice en la aclamación antes del Evangelio, el Señor abra "nuestros corazones, para que comprendamos las palabras de su Hijo" (cf Hech 16,14).

. Un ejemplo muy claro de estas diversas formas de pensar, no lo da San Pablo ante su propia muerte. Dice: "Ya sea por mi vida, ya sea por mi muerte, Cristo será glorificado en mí. Porque para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. Pero si el continuar viviendo en este mundo me permite trabajar todavía con fruto, no sabría yo qué elegir. Me hacen fuerza ambas cosas: por una parte, el deseo de morir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor; y por la otra, el de permanecer en vida, porque esto es necesario para el bien de ustedes. Por lo que a ustedes toca, lleven una vida digna del Evangelio de Cristo" (Filip 1,20-24.27). Nosotros, ¿tenemos una actitud semejante?


A C T U A R

. Hay que analizar si nuestra forma de pensar y de actuar está de acuerdo con Dios, o si nos dejamos llevar por lo que piensa y hace la mayoría de las personas.

. Dice el Señor: "Que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad; a nuestro Dios, que es rico en perdón" (Isaías 55,7). ¿Qué camino debo abandonar? ¿Qué planes debo cambiar? ¿Qué debo hacer, para regresar al Señor y a su Iglesia? ¿Qué me propongo, para colaborar en la llegada del Reino de Dios a mi familia, a mi escuela, a mi trabajo, a la política, a la economía, al comercio, a los medios informativos?

. Como Iglesia, no nos podemos quedar indiferentes ante la situación del país, como lo han recordado el Papa a los obispos mexicanos: "Hoy México vive un proceso de transición caracterizado por la aparición de grupos que, a veces de manera más o menos ordenada, buscan nuevos espacios de participación y representación. Muchos de ellos propugnan con particular fuerza la reivindicación a favor de los pobres y de los excluidos del desarrollo, particularmente de los indígenas. Los profundos anhelos de consolidar una cultura y unas instituciones democráticas, económicas y sociales que reconozcan los derechos humanos y los valores culturales del pueblo, deben encontrar un eco y una respuesta iluminadora en la acción pastoral de la Iglesia".

C E L E B R A R

. Con el salmo responsorial (No. 144), contemplamos y aclamamos al Señor: "Su grandeza es incalculable. El Señor es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar. Bueno es el Señor para con todos y su amor se extiende a todas sus criaturas. Siempre es justo el Señor en sus designios y están llenas de amor todas sus obras. No está lejos de aquellos que lo buscan; muy cerca está el Señor, de quien lo invoca". Ojalá que en todo nos dejemos guiar por El.

O R A C I O N

Dios nuestro, que en el amor a ti y a nuestro prójimo has querido resumir toda tu ley, concédenos descubrirte y amarte en nuestros hermanos para que podamos alcanzar la vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.


24. Predicador del Papa: «¡Existe una llamada universal a la viña del Señor!»
El padre Raniero Cantalamessa comenta el Evangelio del próximo domingo

ROMA, viernes, 16 septiembre 2005 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa OFM Cap --predicador de la Casa Pontificia-- al Evangelio del próximo domingo (Mt 20,1-16).

* * *

Id a mi viña

La parábola de los obreros enviados a trabajar en la viña en horas diferentes, que reciben todos la misma paga de un denario, ha plantaedo siempre problemas a los lectores del Evangelio. ¿Es aceptable el modo de actuar del propietario? ¿No viola el principio de la recompensa justa? Los sindicatos se sublevarían al unísono si alguien actuara como ese propietario.

La dificultad nace de un equívoco. Se considera el problema de la recompensa en abstracto, o bien en referencia a la recompensa eterna. Vista así, el tema contradiría en efecto el principio según el cual Dios «dará a cada cual según sus obras» (Rm 2,6). Pero Jesús se refiere aquí a una situación concreta. El único denario que se da a todos es el Reino de los Cielos que Jesús ha traído a la tierra; es la posibilidad de entrar a formar parte de la salvación mesiánica. La parábola comienza: «El Reino de los Cielos es semejante a un propietario que salió a primera hora de la mañana...». Es el Reino de los Cielos por lo tanto el tema central y el fondo de la parábola. El problema es, una vez más, el de la postura de judíos y paganos, o de justos y pecadores, frente a la salvación anunciada por Jesús. Si bien los paganos (respectivamente los pecadores, los publicanos, las prostitutas, etc.) sólo ante la predicación de Jesús se decidieron por Dios, mientras que antes estaban lejanos («ociosos»), no por esto ocuparán en el Reino una posición de segunda clase. También ellos se sentarán en la misma mesa y gozarán de la plenitud de los bienes mesiánicos.

Más aún, puesto que los paganos se muestran más dispuestos a acoger el Evangelio que los llamados «justos» (los fariseos y los escribas), se realiza aquello que Jesús dice como conclusión de la parábola: «Los últimos serán primeros y los primeros, últimos». Una vez conocido el Reino, esto es, una vez abrazada la fe, entonces sí que hay lugar para las diferenciaciones. No es idéntica la suerte de quien sirve a Dios toda la vida, haciendo rendir al máximo sus talentos, respecto a quien da a Dios sólo las sobras de la vida, con una confesión reparadora, en cierto modo, en el último momento.

Aclarado este punto central, es legítimo sacar a la luz las otras enseñanzas de la parábola. Una es que Dios llama a todos y a todas horas. ¡Existe una llamada universal a la viña del Señor! Se trata, en resumen, del problema de la llamada más que del de la recompensa. Este es el modo en que nuestra parábola es utilizada en la exhortación de Juan Pablo II «sobre vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo» («Christifideles laici»): «Los fieles laicos pertenecen a aquel Pueblo de Dios representado en los obreros de la viña... "Id también vosotros a mi viña"» (n. 1-2).

La parábola evoca también el problema del desempleo: «¡Nadie nos ha contratado!»: esta respuesta desconsolada de los obreros de la última hora podrían hacerla propia millones de desempleados. Todos sabemos lo que significa estar desempleado para quien tiene familia o para un joven que quiere casarse y no puede porque falta trabajo y con él la mínima garantía de poder mantener dignamente a la familia. Si falta trabajo para muchos, uno de los motivos (no el único, no el principal, pero ciertamente relevante) es que algunos tienen demasiado. Acumulando diferentes trabajos, todos, en modo distinto, retribuidos.

Otra enseñanza se puede sacar de la parábola. Aquel propietario sabe que los obreros de la última hora tienen las mismas necesidades que los demás, tienen también sus niños que alimentar, como los de la primera hora. Dando a todos la misma paga, el propietario muestra no tener en cuenta tanto el mérito como la necesidad. Muestra ser no sólo justo, sino también «bueno», generoso, humano.

[Original italiano publicado por «Famiglia Cristiana». Traducción realizada por Zenit]