26 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XXIII
10-18

 

10.

1. Los milagros de Jesús

¿Hizo Jesús milagros? ¿En qué consistieron? ¿Por qué los hizo? ¿Qué sentido tenían para los que los presenciaron? ¿Qué sentido tienen ahora para nosotros?... Son preguntas que los cristianos debemos hacernos y tratar de encontrar la respuesta adecuada, si queremos ahondar en el sentido que tuvo la vida y la obra del Mesías. Jesús realizó acciones que para aquellas gentes eran superiores a las posibilidades humanas. Los milagros más seguros realizados por él son los de curaciones. Los demás, los que se refieren a la naturaleza, parecen relatos simbólicos con el fin de glorificar su personalidad.

¿Pueden tener los milagros de curaciones alguna explicación natural que fuera desconocida para los contemporáneos de Jesús? Hoy sabemos que existen curaciones sorprendentes... La respuesta a esta pregunta queda abierta, y responder positiva o negativamente a ella no denota mayor ni menor fe. Lo que sí es evidente es que Jesús, con estas acciones, mostraba la proximidad de Dios a los hombres como ningún otro lo hizo nunca.

El valor de los milagros no está en que sean acciones sorprendentes, sino en que son signos de la posibilidad que tiene el hombre de poder llegar a una plena realización personal, en la que no haya enfermedad ni limitación de ningún tipo. Jesús no hace milagros para demostrar que es Dios, sino para mostrarnos hasta el fondo el proyecto de hombre que tiene Dios. Con ellos tampoco pretende resolvernos mágicamente las limitaciones y las contradicciones humanas, sino dejarnos signos sobre cuál es el verdadero camino humano y cuáles sus posibilidades. Pretendía ayudar a levantarse a los que se ven perdidos y sin futuro, inculcar el deseo de luchar por una vida digna a los marginados, animar a los pueblos a descubrir los caminos de la liberación colectiva.

2. Despertar los sentidos

Los hombres nos comunicamos a través del oído y de la palabra, escuchando y hablando. Es así como nos relacionamos unos con otros y captamos los acontecimientos que están a nuestro alrededor. Sin olvidar, naturalmente, la vista. Sólo podemos decir que una persona es adulta cuando interpreta correctamente lo que oye y es capaz de responder adecuadamente con un criterio personal. Es corriente tratar a los demás como objetos, metiéndoles a la fuerza nuestras ideas sin darles tiempo a que las entiendan, a la vez que pretendemos que las acepten sin protestar. Es frecuente entre amigos, entre padres e hijos, entre esposos, entre profesores y alumnos... Y esto, que ocurre tan asiduamente a niveles de grupos reducidos, es dramático a escala de sociedad: la manipulación de los medios de información, entre los que la influencia de la televisión alcanza cotas incalculables, hace que vivamos en un mundo en el que los pueblos se han quedado sordos y mudos en su mayoría, con el agravante de que creen que oyen y hablan... ¡Como vivimos en democracia! La verdad es que oyen palabras como si no las entendieran, y hablan palabras sin criterio propio, como si todos hubieran aprendido la misma lección. No percibimos el significado de los acontecimientos, no sabemos recibirlos con espíritu critico, somos incapaces de pronunciar un juicio personal y equilibrado sobre las noticias que nos llegan constantemente. Es necesario que nos curemos de esta sordomudez. Es necesario que los pueblos lleguen a la madurez en cada una de las personas que los componen; lo mismo como comunidades.

Una de las tareas más urgentes de los cristianos es la de ayudar a despertar los sentidos del pueblo en el que viven para que llegue a tener conciencia de su situación y quiera salir de ella. La salvación que nos trae Jesús corre pareja con la promoción de los hombres y de los pueblos. Jesús increpa a nuestros oídos para que se abran, y a nuestra lengua para que sea capaz, después de examinar los acontecimientos, de pronunciar un juicio maduro.

3. Dios quiere que nos comuniquemos

El presente texto nos narra un nuevo milagro realizado por Jesús en tierra pagana. Quiere llevar también su salvación-liberación al mundo que los judíos consideraban como marginado. Se encuentra solamente en Marcos. Jesús se encuentra bien en territorio pagano. Leamos el episodio en su realidad concreta y busquemos, a la vez, su simbolismo. El comienzo del relato, más que una descripción detallada y exacta del itinerario seguido por Jesús, lo que hace es situarnos en el ambiente pagano en que se desarrolla la escena. No está lejos de la región de Gerasa, de donde fue obligado a alejarse como consecuencia de la faena de los cerdos (Mc 5,1-20). "Decápolis" -palabra griega que significa "diez ciudades"- era una federación de diez ciudades situadas en la Transjordania (al este del río Jordán), constituida el año 63 antes de Cristo para debilitar los poderes locales y reforzar en la región la influencia helenista.

El encuentro con el enfermo se produce a través de la mediación de otras personas. La gente presenta a Jesús "un sordo, que, además, apenas podía hablar"; un sordo que, a causa de la sordera, sólo puede hablar con mucha dificultad, no logra articular bien las palabras. Toda una imagen de la impotencia humana; un representante del dolor y la esperanza de la humanidad entera.

¿No vivimos encerrados, ignorándonos unos a otros? ¿Nos escuchamos y nos hablamos? En la familia, en el trabajo, entre amigos, ¿no sirven las palabras más para llenar vacíos que para comunicarnos? ¿Podremos romper esta incomunicación? Suplican a Jesús "que le imponga las manos" para aliviarlo de su indigencia o curarlo del todo de ella. En ningún momento se habla o se insinúa algo sobre la fe del enfermo o de sus acompañantes. Posiblemente Jesús no se la exige por tratarse de paganos. Le basta comprobar que el enfermo desea salir de su situación y la buena voluntad de los acompañantes.

Dios quiere que salgamos de nuestro individualismo y nos comuniquemos; quiere que dejemos de ser sordos y mudos a todo lo que no seamos nosotros mismos, única forma de oír y hablar como personas adultas; a la vez, quiere que ayudemos a oír y hablar a los sordomudos que se encuentren a nuestro lado. Porque entre nosotros hay también sordos y mudos: personas que jamás han escuchado una palabra de amistad, que viven cerradas al mundo que les rodea; personas que apenas saben hablar, que no saben salir de sí mismas para abrirse y dar algo a los demás... y que necesitan que alguien las ayude a salir del círculo cerrado en que viven; personas que aceptan sin más todo lo que ven, oyen o leen en los medios de comunicación -¿manipulación?-.

La curación se realiza "apartándolo de la gente". Jesús busca el silencio y el alejamiento de los hombres; sus milagros nunca pretenden ser gestos espectaculares destinados a impresionar; no tiene ningún deseo de conseguir aplausos y fáciles adhesiones bajo el influjo del entusiasmo. No quiere provocar un mesianismo triunfalista, para el que las masas siempre están preparadas.

Quiere hombres libres a su lado. Esto lo distingue de los taumaturgos helenistas, que buscaban el sensacionalismo y la admiración de los hombres. Lo aparta de la gente, de la masa, para que pueda oír y hablar. La multitud, como tal, es incapaz de comprender y de transmitir lo comprendido. La multitud es curiosa y ávida de novedades, incapaz de profundizar, fácilmente manejable. Para entender el mensaje de Jesús es necesario que nos apartemos de todo lo mundano: de sus criterios y valores. Jesús nos desvela el secreto de un "milagro" que podemos y debemos realizar frecuentemente también nosotros, ya que nuestra sordera y mudez se suceden periódicamente: quedarse a solas, en silencio, lejos de la gente, procurando interpretar los acontecimientos con la ayuda de Jesús. Recobraremos la capacidad de escuchar y la posibilidad de hablar.

4. La curación

"Le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua". Jesús no quiere hacer magia. Los gestos que realiza eran comunes entre los curanderos de la antigüedad, que atribuían a la saliva propiedades curativas. De esta forma se acomoda al pensamiento del pueblo y no deja duda alguna de su intención de curarlo. Sin embargo, todo eso no es más que la preparación: la curación la va a realizar por su palabra, después de haber elevado los ojos al cielo -gesto de oración- para pedir la ayuda del Padre y en comunión con él. El "suspiro" de Jesús hemos de entenderlo como una profunda participación suya en la miseria humana, que aparece dramáticamente evidente en aquel hombre.

La fórmula "ábrete" la dice en arameo, que el evangelista traduce para sus lectores, conservándola en el texto. Es una palabra que no se dirige a los órganos enfermos, sino al mismo paciente. En la mentalidad judía es todo el hombre el que está enfermo, y cuando se cura, la salud penetra también en los órganos dañados. Por antiguo que sea el relato y por extraño que pueda resultarnos, el cuadro constituye una imagen adecuada de lo que ocurrió con la curación que Jesús llevó a cabo: todo el hombre ha quedado sano. Las dolencias que deforman la creación de Dios quedaron eliminadas, volviendo a aparecer en toda su originalidad la creación de Dios. Al principio de la creación, Dios todo lo hizo bien (Gén 1,31); en el día de la consumación todo lo hará nuevo (Ap 21,5). La curación es un signo de esa nueva creación que Dios realizará algún día.

La curación se realizó inmediatamente: "Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad". Y aquel hombre, que hasta ese momento había vivido encerrado en sí mismo, en su pequeño mundo, se convirtió a partir del encuentro con Jesús en una persona capaz de estar y de relacionarse con los demás hombres. Se abrió a una nueva visión de las cosas, descubrió otro mundo de valores y adquirió la valentía para expresarse con dignidad y sin mordaza alguna. Había "nacido al Espíritu" (Jn 3,6).

Cuando a un hombre se le abren los oídos interiores por la experiencia interior de la luz, inmediatamente se le desata la lengua. Deja de hablar de cosas superfluas, de dar importancia a lo que no la tiene, y comienza a hablar de justicia, libertad, amor.... de la clase de hombre que hay que ser para serlo de verdad y de Dios que nos ama. Toda su persona anuncia otros criterios y otros valores. Sabe escuchar a todos y sabe lo que los otros dicen con la palabra, con el gesto, con el silencio, incluso con un grito o con una ofensa. Y sabe expresar el propio interior, hacer partícipes a los demás de las propias ilusiones, decepciones, esperanzas y sufrimientos.

5. Jesús nos libera para que liberemos

"Les mandó que no lo dijeran a nadie". Vuelve a aparecer el "secreto mesiánico" y la consiguiente transgresión. Es necesario que la gente no descubra aún en Jesús al Mesías, porque este título resulta muy ambiguo y es esencial que sea purificado a través de la muerte en cruz: la gente debe descubrir que el Mesías verdadero es el Crucificado, y para ello estaban todavía muy, inmaduros. Aunque la consigna de silencio no es respetada, la gente no llega nunca -en el evangelio de Marcos- a concluir que Jesús es el Cristo; admira sus obras, pero no le da el titulo que le correspondería por ellas. De esa forma el secreto mesiánico queda a salvo. Quedan asombrados, pero no llegan realmente a la fe. Y cuando al final del episodio exclaman: "Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos", están citando unas palabras de Isaías que se refieren al tiempo final de la salvación (Is 35,5-6). Jesús realiza la liberación que anuncia Isaías; la curación es el anuncio de su buena nueva, el signo de que un día podremos oír las noticias como son en realidad, sin intermediarios que las manipulen, dar a las cosas su valor verdadero y hablar sin ningún tipo de miedo o de trabas.

Jesús nos libera para que liberemos. Una liberación que afecta a toda la persona, a los aspectos individuales y a las estructuras. Para poder escuchar y transmitir fielmente la palabra de Dios necesitamos vivir en contacto con la realidad humana. ¿Cómo trabajar por transformarla si no la conocemos? El sordomudo ha sido curado: puede oír y hablar; pero son los demás los que hablan. El prefiere callar. Y es que para hablar hace falta tener algo que decir; para callar necesitamos un misterio que adorar. ¡Cuánto ganarían la palabra y el silencio si solamente hablasen los que son capaces de escuchar! Saber escuchar y saber hablar son dos ideas plenamente evangélicas.

Esta sordera y este mutismo, ¿no nos afectan también a cada uno de nosotros? ¿Vivimos abiertos a lo que sucede a nuestro alrededor, o nos hacemos los sordos para no complicarnos la vida ante los problemas personales y sociales que nos rodean? Si somos sordos, también somos mudos; si no somos capaces de escuchar, tampoco seremos capaces de responder adecuadamente a nuestras necesidades y a las necesidades de los demás y del mundo.

Debemos abrir bien los oídos para poder escuchar qué es lo que se le pide a nuestra comunidad, qué problemas hay a nuestro alrededor a los que debemos dar una respuesta. Si hacemos así, la salvación-liberación de Dios estará llegando verdaderamente a nosotros.

FRANCISCO BARTOLOMÉ GONZÁLEZ
ACERCAMIENTO A JESÚS DE NAZARET - 3
PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 79-85


 

11.

1. Libres para escuchar

Cuando Jesús realiza el milagro que acaba de relatarnos Marcos, el pueblo descubre que está ante el cumplimiento de la era mesiánica. Isaías, en efecto, tal como hemos escuchado en la primera lectura, dice que, cuando llegue el Señor liberador, se abrirán los oídos de los sordos y cantará la lengua de los mudos.

Como es nuestra costumbre, no nos contentaremos con repetir esa frase para quedar satisfechos, ya que si todo consistiera en eso, ¿qué pensar de la medicina moderna, que tantos milagros está logrando en la curación de las enfermedades? El texto de hoy tiene una particularidad especial: el rito que Jesús realiza con aquel sordomudo (le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua, después sopló diciendo: Abríos) fue trasladado casi al pie de la letra al bautismo. Tenemos derecho, por lo tanto a suponer que en ese gesto descubrimos un contenido espiritual que halla concreción simbólica en la curación de los órganos físicos.

Para situarnos mejor, tratemos por unos instantes de pensar lo que pasa en un sordomudo: es capaz de ver las cosas, la gente y su propio cuerpo; pero el mundo le es totalmente silencioso, y él mismo es silencioso para los demás. Por faltarle la palabra -la palabra que le llega y la palabra que le sale-, sólo es capaz de comprender el mundo en su faz superficial por medio de la vista, pero ¿cómo penetrar en el misterio del otro que piensa, que ama o que tiene un proyecto? ¿Y qué podemos saber nosotros de un sordomudo, de su mundo interior, de sus pensamientos y sentimientos? ¿Qué nos puede comunicar y qué le podemos comunicar? En síntesis: el mundo del sordomudo es un mundo incomunicado, cerrado y autista. Se trata de un hombre que crea su propio mundo, que interpreta todo a su manera exclusiva sin poder recibir el aporte de los demás y sin poder dar a los demás su aporte. Es un mundo egocéntrico, y por eso mismo egoísta. Por todo esto, el sordomudo se vuelve suspicaz, ya que al no comprendernos, tan sólo puede imaginar lo que digamos o hablemos con otro.

Hay algo de terrible en el mundo del sordomudo, sobre todo si consideramos al sordomudo del tiempo de Jesús, que no disponía de los medios modernos de comunicación especial. Y tal era el hombre a quien Jesús separó de la multitud para curar, y tal es cada hombre cuando es separado para el acto de fe y deI bautismo.

En la antigüedad, a los que se preparaban para el bautismo se los llamaba precisamente «catecúmenos», palabra griega que significa literalmente: «los que escuchan», o sea, los que tienen los oídos abiertos. Y no solamente se les permita escuchar la Palabra de Dios, sino también hacer profesión de su fe, soltándoseles la lengua para proclamar el padrenuestro y el credo. Toda la preparación del catecúmeno iba encaminada, pues, a revivir lo que nos narra hoy Marcos: liberar al hombre abriendo su oído y soltando su lengua. Podemos ahora preguntarnos qué implica esta liberación que nos trae Jesucristo.

--Analicemos, en primer lugar, la sordera del espíritu.

¿Cómo la podemos describir? Fundamentalmente es un cerrarse totalmente a Dios y a los demás hombres. Es la persona que edifica su vida teniéndose en cuenta sólo a sí misma. Vive como si estuviera sola en una isla: los demás son un estorbo. El sordo espiritual está cerrado al punto de vista de los demás y es incapaz de mirar una verdad desde otro ángulo o dimensión. El es así, así aprendió las cosas, así encara la vida y no tiene disposición alguna para cambiar. El es el único criterio para juzgar la conveniencia o no de tal acción o empresa. Sólo sus intereses están en juego.

El sordo de espíritu es un sectario: tiene su verdad como si fuese la única; es irreductible en sus ideas, es un fanático. No escucha razones ni quiere escucharlas. No puede comprender que una verdad puede ser vista desde otro ángulo, según otra cultura, con otro lenguaje, según otras circunstancias. Es tradicionalista a muerte: lo que una vez recibió, allí queda fijado para siempre; no tiene elasticidad para el cambio. Es rígido y severo en sus juicios. No tiene matices en sus ideas ni en sus juicios. No comprende que -salvo en casos excepcionales- todo es relativo según el hombre que mira, según su modo de ser, su edad, sexo o cultura.

Este sordo puede leer o hablar con los demás, puede participar en reuniones o asistir a charlas o conferencias, pero jamás escuchará al otro. Al final concluirá diciendo: Esto me da la razón, esto confirma lo que tengo pensado. Todos son unos charlatanes. El único que comprende bien las cosas soy yo.

Y de la misma forma se comporta con Dios. Ya en el Antiguo Testamento los profetas echaron en cara al pueblo ésta su dureza de corazón para escuchar al Señor. Y Jesús hará el mismo reproche a sus contemporáneos: constituyen una sociedad que se ha anquilosado, que se ha enquistado en su pecado. Tienen obstinación y mala voluntad. Su sordera actúa a base de prejuicios, pronta a condenar y a sospechar, lista para liquidar a quien intente interrumpir su monólogo.

Los sordos de espíritu pueden concurrir todos los domingos a misa, escuchar la predicación, leer la Biblia o determinado libro. Pero nada hay en sus vidas que haga sospechar de algún cambio. Observemos este caso de sordera espiritual: nunca como en estos últimos treinta años se han publicado tantos documentos de la Iglesia sobre la paz, el desarrollo de los pueblos, la renovación, el ecumenismo, el diálogo, etcétera. Y podemos preguntarnos: ¿Fueron escuchados o nos hemos hecho los sordos? Lo que sucede es que la sordera espiritual no es, como la física, una simple incapacidad estática de escuchar; es, al contrario, una fuerza que nos impide escuchar, fuerza centrípeta que nos vuelca más y más sobre nosotros mismos. Con tal sordera nada hay que nos saque de nuestro aburguesamiento, y cuando aparece tal documento o texto bíblico, ya tenemos el argumento a mano para esquivar el mensaje. Hasta llegamos a pensar que tales palabras son muy buenas y sensatas, pero no para nosotros, pues no las necesitamos.

Hay un íntimo orgullo en el sordo de espíritu; hay una profunda egolatría. Por eso levanta murallas frente a los demás. Sólo sabe mirar a los demás de arriba abajo, pero jamás sentirá la necesidad de mirar hacia arriba para recibir algo de los otros. Así, hay sordos que hasta saben dar o pretender exclusivamente dar. Ellos son maestros. Han nacido para enseñar a los demás, pero no saben recibir. Nada tienen que aprender, por eso son «pobres de espíritu» en el peor de los sentidos: día a día se empobrecen espiritualmente al beber sólo de la fuente de su ego. Pues bien: Cristo nos libera de esta sordera del espíritu. Nos da la capacidad de escuchar. Más aún, nos da la libertad para escuchar.

¿Es que, acaso, hace falta ser libres para escuchar? ¿Libres de qué y para qué? Para poder escuchar, necesitamos liberarnos de nosotros mismos, del miedo a enfrentarnos con la verdad. El sordo de espíritu, detrás de su arrogancia y egolatría, tiene miedo; por eso se encierra en sí mismo, pues presiente que todo su edificio puede venirse abajo si se coteja con otras ideas y con otros esquemas. En cambio, un hombre interiormente libre no teme enfrentarse con palabra alguna, así venga de Dios o del demonio, de la derecha o de la izquierda. Por eso el auténtico cristiano es capaz -al gozar de esta libertad- de ponerse en contacto con otras ideas, con otras confesiones religiosas, con otros pensamientos filosóficos. Precisamente porque busca con sinceridad la verdad, escucha. Recuerda siempre aquello del Evangelio de Juan: el Espíritu, como el viento, sopla donde quiere, y en cualquier parte podemos hallar un hálito de su verdad.

Diríamos que el hombre libre sabe escuchar en silencio, desde sí mismo, al otro. Escucha y reflexiona; no toma decisiones apresuradas ni emite un juicio antes de tiempo. Se deja invadir por la palabra del otro para ver las cosas desde el punto de vista del otro. El suyo es un escuchar sereno y tranquilo; no está la polémica a las puertas ni replica a todo lo que se le dice. Es capaz de llegar a pensar así: «El otro puede tener razón; ese punto de vista es interesante; esto nunca lo hubiera imaginado.» De la misma forma escucha a Dios; no es un fanático para decir que todo está bien ni que todo está mal.

Hace silencio interior y deja que penetre la voz del Evangelio. Escucha sin interpretar literalmente; escucha en libertad: sin dejar de ser lo que es, con su propio punto de vista, con su esquema cultural, pero tratando de encontrar el punto de vista de Dios, que hace que una palabra sea divina. Por eso, a este hombre que escucha así y en esta libertad, Jesús lo llama «discípulo», palabra latina que significa: el que aprende, el que sabe mirar al otro desde abajo, el que recibe del otro. No se siente autosuficiente. Es un discípulo o un catecúmeno: alguien abierto a una verdad que lo trasciende. Cuando en una comunidad cristiana existe esta libertad interior para escuchar: qué sereno es el diálogo, cómo se respeta y valora al otro; cómo crece la riqueza de la palabra divina; qué madurez frente a las opiniones distintas de los demás. Nadie se siente perseguido por sus ideas o por pensar más o por pensar de otro modo. La libertad nos mantiene serenos, comprensivos y prudentes. Jesucristo nos ha liberado para oír. Y eso que oímos de corazón y que penetra en nuestro caudal de pensamiento, continúa y ahonda el proceso de liberación.

2. Libres para hablar

La liberación de Jesús afecta también a nuestra lengua, pues la liberación del oído sin la de la lengua es incompleta y hasta peligrosa. En efecto, ¿cómo podremos sentirnos enteramente libres si se nos prohíbe expresarnos y comunicar a los demás nuestros pensamientos, proyectos y modo de ver las cosas? ¿En qué termina la libertad de escuchar si solamente se nos considera discípulos que deben recibir y se nos prohíbe dar y aportar a los demás y a esas mismas personas que nos dan? Existe, entonces, un mutismo del espíritu. Veamos cómo se expresa en algunas de sus formas.

Hay un mutismo que nace del orgullo. A veces alguien le niega la palabra a otro por considerarlo inferior. «A éste, ni vale la pena dirigirle la palabra», se suele decir. Es un mutismo bastante frecuente: hablamos con los importantes, con los ricos, con la gente de nuestra categoría social; pero nos avergonzamos de dirigir la palabra, por ejemplo, a alguien que consideramos de menor cultura, menos inteligente o extranjero.

Es cierto que a los inferiores también les hablamos, pero para dar órdenes, para reprocharles algo o para enseñarles. Mas no se puede decir que dialogamos con ellos, ya que al no considerarlos de igual a igual, no los respetamos.

Hay un mutismo que nace del temor o de la cobardía. Tenemos miedo de hablar al jefe, al sacerdote, al dotado, al instruido, al gobernante, al que nos grita, al que tiene poder. Así, en ciertas familias los hijos no se animan a hablar a los padres; en una reunión parroquial no nos animamos a expresar nuestras opiniones. Y no digamos lo que sucede en el campo político, escolar, laboral, etc. Y esto sucede en todos los niveles: esa persona frente a la cual tenemos tanto miedo de hablar, a su vez tiene miedo a otro que está por encima de ella, y así sucesivamente.

En este sentido, el Evangelio nos presenta a Jesús como tremendamente libre: con la misma serenidad y dignidad habla con la gente humilde, con las prostitutas, con los escribas, con el sumo sacerdote o con Pilato. Pero qué vergonzoso es el mutismo en nuestras comunidades, en la Iglesia, en nuestra sociedad política. Cómo se calla ante los prepotentes y violentos; cómo tememos expresar lo que pensamos o sentimos, incluso cuando está en juego la defensa de un amigo o un inocente vituperado.

Hay también un mutismo que nace de la pereza y del egoísmo. Sucede así cuando no comunicamos a los otros la verdad que hemos encontrado o determinado aporte que puede beneficiar a todos. Guardamos celosamente nuestros pensamientos como secretos y hacemos un círculo en torno a esa verdad que gratis hemos recibido. A nivel de fe, llama la atención el mutismo de los padres con sus hijos o el que tengamos con la gente que nos rodea o el que nos acompaña en un grupo de reflexión o en la liturgia. A los cristianos nos cuesta descubrir esta dimensión de nuestra fe: la vivimos muy para adentro y, en último caso, aceptamos expresarla en un pequeño grupo de conocidos o a quienes piensan igual que nosotros; pero cómo nos cuesta el testimonio ante los indiferentes, ateos o de otras confesiones. En más de una oportunidad el mundo moderno ha sido testigo de la vergüenza de los cristianos para expresar su fe y su credo. En síntesis: por un motivo o por otro, lo cierto es que todos padecemos de cierta clase de mutismo espiritual que nos cierra a la comunicación. La incomunicación es uno de los males endémicos de nuestra Iglesia, como también de nuestra sociedad. Jesús nos libera para que soltemos la lengua. Esto exige generosidad y valentía, sinceridad y serenidad. Hablar con libertad no es atropellar a los demás ni agredirlos o rebajarlos: la libertad interior nos capacita para expresar con humildad, pero con fuerza, nuestro punto de vista.

La humildad cristiana no es la infravaloración de uno mismo, tal como muchas veces se ha señalado. La humildad, por el contrario, nos sitúa precisamente en eso que somos: hombres iguales a los otros hombres. Ni más ni menos. Esta humildad hace que ante los demás digamos lo que somos, lo que pensamos, lo que sentimos; y esa humildad hace que no presentemos nuestra idea como la mejor o como la única a ser tenida en cuenta.

Concluyendo... Cuando fuimos bautizados, pequeños aún, Cristo nos llamó a la libertad para escuchar y para hablar. Hoy tomamos conciencia de cuántas cosas implica dicha libertad, y cómo esa libertad interior es la base para el diálogo y la comunicación. Jesús no quiere una comunidad de ovejas mudas y sumisas que sólo saben decir amén; una comunidad donde los laicos solamente pueden oír pero sin expresarse. Hoy se nos urge a este mutuo esfuerzo de escuchar a los demás desde el corazón, y de comunicar nuestra palabra con humildad y valentía. Esta libertad interior es el signo de que Jesús es el Salvador y de que estamos viviendo su tiempo, el tiempo anunciado por Isaías...

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B, 3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978.Págs. 244 ss.


 

12.

EPIDEMIA DE SOLEDAD

¡Abrete!

Dice G. Marcel que «sólo hay un sufrimiento y es el estar solo». La afirmación podrá parecer exagerada, pero lo cierto es que, para muchos hombres y mujeres de hoy, la soledad es el mayor problema de su existencia.

Aparentemente, el hombre actual está mejor comunicado que nunca con sus semejantes y con la realidad entera. Los medios de comunicación se han multiplicado de manera insospechada. El teléfono permite mantener una conversación con las personas más distantes. El televisor introduce hasta nuestro hogar imágenes de todo el mundo. El transistor ha terminado con el aislamiento. Por otra parte, se impone lo público sobre lo privado. Se habla de asociaciones de todo tipo, círculos sociales, relaciones públicas, encuentros. Pero todo ello no impide que una soledad indefinida, difusa y triste se vaya apoderando de muchos hombres y mujeres. Hogares donde las personas se soportan con indiferencia o agresividad creciente. Niños que no conocen el cariño y la ternura. Jóvenes que descubren con amargura que el encuentro sexual puede encubrir un egoísmo engañoso. Amantes que se sienten cada vez más solos después del amor. Amistades que quedan reducidas a cálculos e intereses inconfesables.

El hombre actual va descubriendo poco a poco que la soledad no es necesariamente el resultado de una falta de contacto con las personas. Antes que eso, la soledad puede ser una enfermedad del corazón. Si mi vida es un desierto, el mundo entero es un desierto, aunque esté poblado de toda clase de gentes. Sin duda, son muchos los factores que pueden llevar a una persona a ese aislamiento interior que se expresa en frases cada vez más oídas entre nosotros: «Nadie se interesa por mí». «No creo en nadie». «Que me dejen solo. No quiero saber nada de nadie».

Pero para superar el aislamiento, es necesario abrirse de nuevo a la vida. Aceptarse a sí mismo con sencillez y verdad. Escuchar de nuevo el sufrimiento y la alegría de los demás. Romper el círculo obsesivo de «mis problemas». Recuperar la confianza en los gestos amistosos de los otros por muy limitados y pobres que nos puedan parecer. La fe no es un remedio terapéutico que pueda prevenir o curar la soledad. El creyente está sometido, como cualquier otro, a las tensiones de la vida moderna y las dificultades de la relación personal.

Pero puede encontrar en su fe una luz, una fuerza, un sentido, una energía para superar el aislamiento, la soledad y la incomunicación. Como aquel hombre sordo y mudo, incapaz de comunicarse, que escuchó un día la palabra curadora de Jesús: «Ábrete».

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS NAVARRA 1985.Pág. 225 s.


 

13.

1. «Effetá (ábrete)».

En el evangelio de hoy Jesús cura a un sordomudo. Está claro que para él no se trata solamente de un defecto corporal, sino de un símbolo del pueblo de Israel (que representa a toda la humanidad): Israel es, como dijeron a menudo los profetas, sordo para la palabra de Dios, y por tanto incapaz de dar una respuesta válida a la misma. Jesús no hace milagros espectaculares, por eso aparta al sordomudo del gentío: busca un delicado equilibrio entre la discreción (frente a la propaganda del mundo) y la ayuda que debe prestar al pueblo. Los dos tocamientos corporales (en los oídos y en la lengua) constituyen el preludio del momento solemne en que Jesús levanta los ojos al cielo-todo milagro realizado por Jesús es una obra del Padre en él- y lanza un suspiro, que indica que está lleno del Espíritu Santo; esta plétora trinitaria muestra bien a las claras que en la orden «ábrete» resuena una palabra que no solamente produce una curación corporal, sino un efecto de gracia para Israel y la humanidad entera.

2. «Han brotado aguas en el desierto».

Cuando el pueblo, al final del evangelio, proclama asombrado: «Hace oír a los sordos y hablar a los mudos», está citando casi literalmente unas palabras de la primera lectura, del profeta Isaías: «Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán». Aquí las palabras están en plural porque las promesas del Señor se dirigen a todo el pueblo, y si inmediatamente después se dice que han brotado aguas en el desierto y torrentes en la estepa, es para mostrar que también las curaciones corporales significan mucho más que un mero proceso medicinal: se trata de una transformación de la naturaleza entera por la cercanía del Dios que juzga y salva. La salvación que se acerca se describe como una salvación escatológica, tal y como se dirá en el Apocalipsis: «El primer mundo ha pasado» (Ap 21,1-5).

3. Los pobres son ricos.

La segunda lectura añade un tema nuevo. Los ciegos, sordos, cojos y mudos» eran en Isaías los beneficiarios de la gracia del Señor. Ahora se habla de los pobres en general, de los «pobres del mundo que Dios ha elegido para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino». Son doblemente pobres porque son menospreciados por el mundo rico y están condenados a vivir en lugares humillantes. Pero los cristianos deberían verlos con ojos totalmente distintos; lo que hace el mundo, y que, según Santiago, también suelen hacer los cristianos -honrar a los ricos y despreciar a los pobres- no solo contradice expresamente las palabras de Cristo, sino que contradice asimismo todo el orden divino del mundo descrito en el texto veterotestamentario: es precisamente de la naturaleza depauperada, del desierto, de donde brotarán las aguas que harán crecer los jardines; de este modo Jesús, al comienzo de su predicación, declara bienaventurados a los pobres, es decir, dichosos, pero no en la tierra, sino mucho más profundamente: amados de una manera especialísima por Dios.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 190 s.


 

H-14. «HAZ LO QUE HACES»

Al leer a Marcos en el evangelio de hoy, captan mi atención, Señor, tres pinceladas. Se convierten en tres haces de luz que interpelan mi vida.

1.° Tu «cercanía».-Fuiste un «dios cercano» siempre. No sólo en el conjunto de tu obra «et incarnatus est», sino en cada paso que diste, en cada acción. Marcos nos detalla cómo trataste al sordomudo de hoy. Te lo llevaste aparte, con tus dedos palpaste sus oídos y su lengua, miraste al cielo, etc. Imposible imaginar un trato más cercano y personal. Pero es que así actuabas siempre. Acababas de curar a la cananea, una mujer extranjera. Y, aunque a primera vista, pudiera parecer que la recibiste displicentemente -«no es bueno echar el pan de los hijos a los perros»-, lo cierto es que tu cercanía y ternura empaparon todo el diálogo: «Vete, mujer; lo que has dicho ha sacado al demonio de tu hija».

Pues bien. He ahí una asignatura pendiente. Nunca seré un hombre según el evangelio, por muy profesional que sea, por muchas técnicas que aprenda, si no desciendo, de la mecánica de mi activismo, a las zonas más vibrantes de los sentimientos humanos. Al hombre de hoy le toca acudir mucho a ventanillas y despachos. Suele llegar cohibido y preocupado. Qué rabia contenida si allá únicamente le atienden desde la burocracia y el enrevesado papeleo. Qué alivio, por el contrario, si le atienden desde la sencillez y la cogida. Y como este ejemplo, tantos...

2.° Tu «escenografía».-Y perdón por la expresión, que no sé si refleja lo que quiero decir. Me refiero a la serie de símbolos y gestos que en ese momento empleaste. Repito: lo llevaste aparte, le tocaste los oídos, le ungiste con saliva la lengua... todos los que os rodeaban debían de estar impresionados. Antes de que pronunciaras aquel «effetá», ya todos adivinaban que aquel hombre iba a «oír» e iba a «hablar». Tus gestos iban a terminar realizando lo que significaban. Tenían ya algo de sacramentales.

Sé yo Señor, que tanto en mi actuar humano como en mis vivencias religiosas, he de huir de lo hueco y teatral. Pero sé que, al mismo tiempo, debo «vivir» lo que hago, poniendo, en todo, «alma» y «espíritu». «Age quod agis», dicen los latinos. Se refieren a ese superávit de «amor y entrega» que distingue a los que hacen las cosas con unción de los que las hacen «a lo que salga»: «si sale con barbas..., San Antón...»..

3.° Las gentes, admiradas, dijeron: «Todo lo hace bien».-Soy consciente, Señor, de mis limitaciones y sería mucha petulancia pensar que «todo puedo hacerlo bien». Es más, por muchos saberes que adquiera, estoy convencido de que «lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo remedia». Pero se también que debo huir de la «chapuza» como sistema. Y en eso debo trabajar. Si Tú un día, Señor, nos dijiste: «Sed perfectos como mi padre celestial es perfecto», lo que querías decirnos es que debemos caminar siempre tras ideales altos, tratando de poner nuestros pies en las huellas que Tú has dejado; Tú, modelo de toda perfección.

Grandes olas de ramplonería y dejadez cabalgan por nuestro cotidiano vivir. La ley del mínimo esfuerzo se palpa en muchas de nuestras actividades. El «ir tirando» se ha convertido en una filosofía del vivir pragmático. Pues bien, en medio de esta situación, me gustaría, Señor, que eso que decían todos de Ti -«todo lo ha hecho bien»-, me sacara al menos los colores a la cara.

ELVIRA-1.Págs. 177 s.


 

15..

Frase evangélica: «Hace oír a los sordos y hablar a los mudos»

Tema de predicación: LA APERTURA A LA PALABRA

1. El sordomudo representa a las personas incomunicadas con sus semejantes y con Dios. Para que este sordomudo comprenda, Jesús realiza con él un doble gesto, tocándole los oídos (para que oiga) y la lengua (para que hable). De este modo, el sordomudo se abre a la palabra de Cristo. Éste es el significado profundo del prodigio. Y, para que no se divulgue como mero milagro o como acción de un mesías político, ordena Jesús guardar silencio; es el «secreto mesiánico» de Marcos. Se podrá proclamar cuando se entienda la acción de Jesús como un signo del advenimiento del reino (Is 35,5). El aspecto triunfante de Jesús en los signos de poder debe ser complementado con el otro aspecto: el de la cruz.

2. En el catecumenado primitivo se hacía antes del bautismo un rito de apertura de los oídos y de la boca con este gesto y la palabra «effetá», que significa «ábrete». Recordemos que la liturgia es dialogal: Dios habla, y la asamblea responde con la profesión de fe y las preces de los fieles y del presidente. Sin oídos para escuchar ni boca para hablar, es imposible la comunicación con Dios.

3. Nuestro pueblo apenas tiene voz, y apenas si se le permite escuchar, es decir, enterarse. Se le trata como a un sordomudo. Hoy necesitamos que nuestro pueblo escuche y hable, para lo cual son fundamentales la comunidad fraterna y los gestos de apertura.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Dejamos hablar y sabemos escuchar?

¿Tenemos los oídos prestos para escuchar a Dios?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITÚRGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 225 s.


 

16.

LOS SORDOS OYEN, LOS MUDOS HABLAN

1. "La existencia del mal en el mundo da origen a veces al ateísmo, como violenta protesta", dice la GS 19. Piensan que siendo Dios bueno, no debería permitir el mal en el mundo. Pero olvidan que aquí esta en juego el problema de la libertad. Para evitar todo mal Dios tendría que gobernar el mundo suspendiendo constantemente las leyes por las que se rige, o impidiendo el uso de la libertad humana, cuando es ella la que causa el mal, como las guerras. Después de la creación Dios dice "que todo era bueno". Pero Dios hizo al hombre al principio y lo dejó en manos de su propia libertad" (Eccl 15,14). Dios "todo lo ha hecho bien", dicen los que han visto la curación del sordo. Somos los hombres los que rompemos su obra. Aunque él no quiere que su obra se deteriore. Por eso suscita hombres, personas, mujeres, que le ayuden a enderezar el descalabro. Hoy tenemos en el candelero a la Madre Teresa de Calcuta. Tuvo un sueño en su penúltima gravísima enfermedad: LLegó al cielo y San Pedro le dijo: "Vete que aquí no hay suburbios".

2. Isaías anuncia en Judá una resurrección del pueblo de Israel, cautivo por el invasor de Asiria. "Mirad a vuestro Dios que trae el desquite; viene en persona" Isaías 35, 4. Y despliega sus galas imaginativas de poeta: brotarán aguas en el desierto, torrentes en la estepa, y la sequedad se convertirá en manantial, en el campo de la ecología; y en el área humana: los ciegos y los sordos, y los mudos y los cojos, verán, oirán, cantarán, saltarán.

3. Dios vence el mal, salva a los hombres. Estos milagros hiperbólicos en la naturaleza material y reales en la humana, son profecía y anuncio de la acción salvífica cristiana y de la vida eterna. Y serán en el Nuevo Testamento, la garantía que ofrecerá Jesús a los enviados de Juan Bautista de que él es el Mesías: "Id y decidle lo que habéis visto: los cojos andan, los sordos oyen, los ciegos ven" (Lc 7,2). Estas acciones de Jesús anunciaban que había llegado la hora de Dios, prometida desde tantos siglos. La desbordada riada del mal, encontraba ya un dique que la vida de Jesús iba a ir agrandando.

4. Presentaron a Jesús un sordo, que apenas podía hablar. Nos sorprende que, a diferencia de otros casos, Jesús realice gestos: aparta al sordomudo, le mete los dedos en los oídos y le tocó la lengua con su saliva. No son gestos mágicos de brujo, sino pedagogía para suscitar la fe en un hombre sordo, que no puede oir las palabras, y de un mudo que no puede expresar su petición, que es su oración. En otros casos han sido suficientes las palabras: "Todo es posible para el que cree" (Mc 9,23); "Mujer, ¡qué grande es tu fe!" (Mc 15,28); "tu fe te ha curado" (Lc 8,48). En el caso presente, los gestos eran la única manera de poder llegar a la conciencia de aquel enfermo minusválido.

5. Nos ocurre a nosotros lo mismo cuando tenemos que comunicarnos con estos pobres deficientes. Con los gestos Jesús quiere decirle al sordomudo que está dispuesto a curarle. A los niños las madres, ¿no les tocan con saliva la herida que quieren curarles? Los gestos de Jesús eran una parábola en acción, que indicaba la curación, y excitaba la fe del enfermo. Y como para alejar el pensamiento de que aquellos no eran ritos mágicos sino obra del Padre, miró al cielo, indicando de dónde iba a proceder el milagro de la curación, gimió, expresando el dolor que le producía aquel sufrimiento a su sensibilidad exquisita y misericordiosa, y dio la orden: "Abrete". Y comenzó el enfermo a hablar sin dificultad. La gente, enardecida, a pesar de que Jesús les mandó que no lo dijeran a nadie, proclamaba el milagro admirada de la actuación del Señor, que "todo lo ha hecho bien: hace oir a los sordos y hablar a los mudos".

6. Así debe pasar por el mundo la Iglesia, para que oigan todos los sordos y hablen glorificando a Dios todos los mudos, que porque no oyen la Palabra de la salvación, no tienen argumento para hablar con la oración a Dios y glorificarlo.

7. Santiago nos previene contra la acepción de personas. La marginación del pobre andrajoso, que no va vestido con abrigo de pieles y con anillos en los dedos, como el rico. El dice que eso sería juzgar con criterios malos Santiago 2, 1. San Juan de Ribera, Arzobispo de Valencia, daba, no recibía regalos, hipotecando sus poderes. "Los regalos al poderoso sobornan". Y se produce la acepción de personas. Hoy, tan en boga la corrupción y la mordida, es necesario leer estos textos, para preferir a los pobres, como Cristo, que ha venido a librar a los más necesitados y marginados. No porque sean mejores, sino porque él es bueno y compasivo, defensor de los oprimidos y desheredados. Teresa de Calcuta se ha dado una acepción de personas al revés: a los más pobres de los pobres. Dios ofrece signos ya hoy de que algo nuevo está naciendo. Dios se está poniendo de parte de los pobres y de los pequeños, de los abandonados y humillados: En Gran Bretaña, las masas manifiestan su descontento ante la falta de corazón. En España, el pueblo se manifiesta en riadas en demanda de paz. Harán bien los gobernantes en saber escuchar la vor del pueblo, que es la voz de Dios.

8. Necesitados de su perdón y de su misericordia y alegría venimos nosotros invitados al banquete de la eucaristía para recibir la vida y los bienes con que merezcamos tener parte para siempre en su vida feliz e inmarcesible.

J. MARTI-BALLESTER


 

17.

Sed fuertes, no temáis

¡Cuánto bien nos hacen estas palabras tan llenas de ánimo! i Cuánto las necesitamos! Nuestra Iglesia muy a menudo parece estar triste. Y a buen seguro que motivos hay. Cada cual carga con sus problemas. Nuestras comunidades parecen no crecer. Y cada vez están más envejecidas. Y nosotros, los sacerdotes, somos también cada día mayores. Por la edad debiéramos -o debieran- estar ya muchos jubilados. Pero no es así, y tenemos -o tienen- una misma o, incluso, mayores responsabilidades que cuando estábamos -o estaban- en plena forma física.

Y si a esto añadimos motivos de desánimo pastoral, dificultades de toda tipo, quizás el mal humor, los problemas personales -de soledad, falta de salud o de ilusión...- entonces la situación se agrava. Y a buen seguro que la letanía de aspectos negativos todavía podría hacerse más larga.

Ante este panorama nos sentimos muy pequeños e incapaces de poder afrontar nuestras responsabilidades de una manera digna. ¿Qué haremos, pues? Es entonces cuando el mensaje de Isaías alcanza su fuerza y su luz. Volvamos a escucharlo: "Sed fuertes, no temáis". Y se nos dirige hoy a nosotros, en nuestra situación concreta. ¡Ahora y aquí! En esta celebración en la que participamos. Se trata de un mensaje de vida y de esperanza. Podemos ser fuertes, podemos ser valientes, porque Dios está con nosotros.

Sigamos escuchando al profeta: "Mirad a vuestro Dios... viene en persona y os salvará". Nos viene a salvar tal como somos, en nuestra situación concreta. Y quiere actuar a partir de nosotros. Y debemos estar dispuestos a seguir con fe la luz de Dios. Él es nuestra vida, nuestra energía, nuestra salvación. Todo puede cambiar porque Dios está con nosotros.

"Effetá'; esto es, "ábrete"

Jesús hace un gesto y pronuncia unas palabras. Lo acabamos de escuchar en el evangelio. Metió sus dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua, haciendo unos gestos para curar. Era una intervención física. Pero Jesús curaba por el poder de Dios.

San Marcos en otras ocasiones remarca que los discípulos son sordos y mudos, lentos a creer, con el entendimiento embotado (Mc 8,18 y otros). El pueblo se maravillaba ante la actuación de Jesús. Y decía: "Todo lo ha hecho bien". Jesús transformaba todo lo que tocaba. Lo mejoraba todo. El suyo es un camino que nos ha de ayudar, a pesar de las muchas dificultades con que topa nuestra acción pastoral. El Señor nos señala el camino a seguir. Hemos de poner todos nuestros sentidos en juego para ayudar a los demás. Y siempre con una actitud positiva, llena de aliento. Hemos de cuidar las palabras, los gestos, la mirada. Hay que saber escuchar. ¡Cuántas cosas podemos hacer! Jesús quiere que nos abramos a los demás, que les ayudemos, que les acompañemos, Todo esto ya es, de alguna manera, curar.

Y no hacer diferencias

Pongamos ahora la atención en el texto de Santiago que hemos escuchado como segunda lectura. Es un claro retrato. Hemos de ser sensibles, como Jesús, a las personas más indefensas, a las más pobres. Los pobres, los pequeños son los preferidos de Dios. Y hemos de velar para no apartarnos de los más pobres. Seguro que si comparo mi situación con la de las personas más necesitadas hay un abismo, y más todavía si la comparo con la de los hermanos que viven en el tercer mundo. Quizás somos privilegiados a un nivel material. Pero se hace necesario estar bien alerta para ver qué debemos hacer pues contra más nos llenamos de bienes materiales y nos alejamos del estilo de vida de los más pobres, más nos distanciamos de Jesús. Vigilemos qué tipo de vida llevamos, vigilemos nuestro estilo de vida y las ganas de confort material. El contagio de este mundo podría asfixiarnos espiritualmente: el mejor coche, la casa más confortable, las ropas de marca... ¡Ojo!

Una vez más nos acercamos a Jesús, el pobre. Él quiere ser acogido por nuestra pobreza. Si somos pequeños, sencillos y humildes, y confiamos en Dios, nuestra vida tiene sentido, y nuestro trabajo seguro que se hace eficaz ante Dios.

Escuchemos de nuevo el mensaje de Isaías: "Sed fuertes, no temáis".

¡Que esta Eucaristía nos transforme! Abramos nuestros corazones a Dios y ofrezcámosle nuestra limitación.

JOAN SOLER
MISA DOMINICAL 2000, 11, 51-52


18. Domingo 7 de septiembre de 2003

Is 35, 4-7: El Señor es la salvación
Salmo responsorial: 145, 7-10
Salmo responsorial: 145, 7-10 : No hacer diferencia entre personas
Mc 7, 31-37: Curación de un sordomudo en tierras gentiles

El profeta Isaías es el profeta de la consolación. El pueblo en medio del dolor que ha generado el destierro, necesita de una voz de aliento y esperanza, por eso el profeta los invita a tener valor a que “no tengan miedo”, es necesario confiar en Dios pues él va a salvar a su pueblo de la esclavitud.

El profeta evoca con sus palabras el recuerdo de la tierra de Palestina con sus riquezas naturales, torrentes y manantiales, una tierra fértil y espaciosa, un paraíso o una tierra prometida, que les espera después del exilio, a la que regresarán como en un nuevo éxodo. En esta tierra se volverán a instaurar y reconstruirán el Templo, la ciudad y la historia. Y vivirán en plenitud, llenos de vida y salud, con sus órganos de los sentidos completos, capaces de percibir lo que está pasando a su alrededor. En las mismas palabras del profeta, se puede descubrir la fuerza de Dios, que busca reanimar a los abatidos y transformar la tierra devastada. El profeta anuncia tantos bienes que parece la llegada de los tiempos mesiánicos.

La carta de Santiago es un reclamo fuerte a la fraternidad. El que hace distinción de personas en la asamblea, es decir, en la celebración litúrgica, no puede ser cristiano. Santiago en su carta nos habla de diferencias y desigualdades en el interior de la misma comunidad, paradójicamente donde se tendría que construir otro modelo que prefigure la relación que los seres humanos deben construir en la vida social. En una palabra: la fraternidad, como fruto del mandamiento del amor, empieza en la misma celebración litúrgica y se debe hacer realidad en las relaciones sociales de los miembros de la comunidad.

Cada vez que el cristiano celebra la eucaristía debe asumir el compromiso del amor real, un amor que se hace efectivo en las obras que enriquecen la vida y la llenan de contenidos de humanización. Ésta es una tarea que tenemos que asumir para hacer de la celebración cristiana un espacio de vida abundante y de experiencia profunda de amor.

El evangelio de hoy nos dice que los paganos también fueron destinatarios del anuncio del Reino de Dios por parte de Jesús. Que saliendo Jesús de nuevo de la región de Tiro se dirigió por Sidón hacia el mar de Galilea, por en medio de los límites de la Decápolis, todo en territorio pagano. Y le trajeron un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Es una de las poquísimas veces que vemos a Jesús fuera de su país; si creemos a los evangelios, Jesús, prácticamente, no viajó al extranjero. Es importante señalar que en aquel entonces, ir al “extranjero” es también ir al “mundo de los paganos”... no como hoy. En este fragmento del evangelio de Marcos observamos a Jesús pues en medio de gente de otra religión… Puede ser muy significativo para nosotros el comportamiento que tenga hacia esas personas que no creen en el Dios de Abraham que cree Jesús...

En efecto. Vemos en primer lugar cómo Jesús no está entre los gentiles o paganos con una actitud “apostólica”, no lo vemos preocupado por catequizarles. Tampoco parece preocupado por hacer entre ellos proselitismo religioso: no trata de convertir a nadie a su religión, a la fe israelítica en el Dios de Abraham. Y tampoco vemos que Jesús aproveche su paso para “impartir la doctrina”, “enseñar y divulgar las santas máximas de su religión”. Más aún: observemos que ni siquiera predica, no da discursos religiosos. Más bien, simplemente “cura”. Es decir: no teoría, sino práctica. Hechos, no dichos.

No podemos decir que Jesús pase por el territorio pagano con indiferencia, o con los ojos cerrados, como si no tuviera nada que hacer allí… Más bien diríamos que lo que considera es que no tiene mucho que decir. No lo vemos discurseando, ni dando su “servicio de la palabra”, sino curando y sanando. No habla del Reino (lo que es su “profesión” y hasta su “obsesión” dentro de los límites de Israel); fuera de su territorio religioso calla sobre el Reino y “hace Reino”. O como dice la gente al verle: “hace el bien”, no habla sobre el bien. (Y ya sabemos que “ubi bonum, ibi Regnum”, “donde se hace el bien, allí se hace presente el Reinado de Dios”).

Bien mirado, aunque Jesús no predica en esa región pagana, sí “ev-angeliza”, en el sentido más exacto de la palabra: da la buena noticia (“eu-angelo”). No “informa sobre ella”, no trata de pasar “conocimientos salvíficos”, ni siquiera de “poner signos”, sino de hacer presente, de construir esos hechos que son, por sí mismos, “buena noticia”. “Evangelización” práctica, pues, sin teorías ni palabras. (No estamos despreciando la teoría, la doctrina, la teología, la palabra, ni creemos que Jesús lo hubiera hecho nunca; lo que estamos queriendo decir, fijándonos en Él, es que también para nosotros, como para Él, el puesto de éstas dimensioneses “segundo”; el primer puesto es para la Vida, para la acción, para el Bien que identifica el Reino, no para la palabra que lo anuncia).

Excelente lección para nuestros tiempos de pluralismo religioso y de diálogo interreligioso. Tal vez nuestro histórico celo apostólico y misionero por la “conversión de los infieles”, por la “llamada de los gentiles a la fe cristiana”, por la “cristianización de las naciones de otra religión”, o por “la expansión de la Iglesia” o su “implantación en otras áreas geográficas”… debieran mirar a Jesús y tomar nota de su peculiar conducta misionera. Tal vez hoy necesitaríamos, como Jesús, callar más y simplemente actuar. Es decir, dialogar interreligiosamente comenzando –como se suele decir técnicamente- con el “diálogo de vida”: juntarnos con los “otros” y conjugar nuestros esfuerzos en la construcción de la Vida (en la construcción del bien –“ibi Regnum!”-). Porque si logramos estar unidos en la construcción del “Reinado de Dios” (no importa el nombre con que lo designemos, claro está), estaremos de hecho unidos en la adoración (práctica) del Dios del Reino. La doctrina, el dogma, la teología vendrá después. Y caerá por su propio peso, como fruta madura, cuando el diálogo ya sea una realidad palpable en la práctica de la vida diaria.

“Todo lo hizo bien, hasta hace oír a los sordos y hablar a los mudos”; este versículo 37 tal vez sea una mala traducción, o una derivación de la exclamación que, más probablemente, brotó a los observadores de la conducta de Jesús: “Ha hecho todo el bien [que ha podido], hasta hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. O sea, sí que predicó Jesús a los gentiles, pero con el lenguaje de los hechos, y no pidiendo una conversión a su religión o a una nueva Iglesia que él no estaba pensando fundar, sino compartiendo con ellos su «conversión al Reino».

La misión del misionero cristiano se inspira en Jesús. El misionero -todos nosotros, en determinadas circunstancias- no debe buscar la conversión de los “gentiles” a la Iglesia como primer objetivo, sino su conversión al Reino (con el nombre que sea). Y esa conversión, claro está, no es de diálogo teórico ni de predicación doctrinal, sino de “diálogo de vida” y de construcción del Reino.




Para la revisión de vida
«Todo lo hizo bien», o «Hizo todo el bien que pudo». Sea cual sea el sentido original de la expresión que Marcos pone en boca de la gente que observaba a Jesús, en todo caso es un buen lema, una expresión que puede simbolizar adecuadamente nuestro mejor ideal. ¿Estoy a su altura?

Para la reunión de grupo
- -Antes del Concilio Vaticano II en no pocos lugares la Iglesia tenía bodas, misas y entierros de primera, de segunda y de tercera, con más o menos ornamentación del templo, incluso más o menos oficiantes... según los honorarios que por tales ceremonias se abonaba. También, en los países de nacionalcatolicismo, las autoridades tenían un lugar destacado reservado para ellas. Hoy todo ello se suprimió, afortunadamente. ¿Se superó en la Iglesia la acepcíón de personas, la preferencia por los ricos y el desprecio a los pobres de las que nos habla la carta de Santiago? ¿En qué formas nuevas, o antiguas, puede hoy la Iglesia tener "acepción de personas en favor de los ricos?
- - El profeta Isaías presenta a Dios como el que viene a despegar los ojos del ciego y abrir los oídos del sordo, el que hará saltar de alegría al cojo y cantar al mudo. Y con la asociación de la primera lectura de hoy con la tercera, la liturgia nos quiere decir que Jesús cumple y plenifica lo que los profetas del AT soñaron como enviado de Dios. Veinte siglos después, con una medicina totalmente diferente y tecnificada, la mayor parte de nosotros no cree en "curaciones" físicas milagrosas (sin desconocer una gran parte de cristianos, carismáticos sobre todo, que sí aciertan a creer en curaciones físicas por obra religiosa). Pero para los que tenemos una mente más "realista", o secularizada o científica... ¿qué relectura podemos hacer del anuncio del profeta y de la taumaturgia de Jesús? ¿Qué significa HOY para nosotros que Jesús desata la boca de un mudo?
- - San Francisco Javier fue a las Indias Orientales para entregar su vida a la conversión de los gentiles, desde el convencimiento de que si no conocían el mensaje del evangelio no podían salvarse. Tal convicción ha permanecido firme en grandes sectores cristianos hasta los años 60 del siglo pasado. La actividad misionera que sobre ese supuesto se generaba tenía unas motivaciones y una espiritualidad que hoy son insostenibles. Las «misiones» tienen sentido, pero ya no tienen aquel sentido que tuvieron. Un tipo de misión ha muerto y tiene que seguir muriendo, mientras otro tipo de misión sigue teniendo sentido. Tratemos de describir fundamentadamente esos dos tipos de «misiones».


Para la oración de los fieles
- Para que toda la Iglesia dé testimonio vivo del mensaje liberador de Jesús. Oremos.
- Para que todos los cristianos mantengamos siempre nuestro oído abierto a las llamadas de Dios. Oremos.
- Para todas las personas que sufren por cualquier causa encuentren junto a sí a personas dispuestas a acompañarlas y ayudarlas. Oremos.
- Para que desaparezcan todas las distinciones por causa de la categoría o el prestigio social, entre las personas. Oremos.
- Para que nuestra comunidad haga cada día más posible y real la presencia del Reino entre nosotros. Oremos.
- «Donde se hace el Bien, allí se hace el Reino»: para que tengamos una visión amplia y macroecuménica del mundo y de las religiones de la tierra. Oremos


Oración comunitaria
Oh Dios de todos los nombres y de todos los Pueblos. En nuestro hermano Jesús nosotros vemos un símbolo claro de lo que quieres de nosotros respecto a las demás religiones: una actitud de respeto hacia sus valores y expresiones, y un compartir con ellas la búsqueda de del Reino de Dios y su Justicia. Lo demás lo esperamos por añadidura. Te expresamos nuestro deseo de hacer nuestras estas actitudes de Jesús. Tú que vives y haces vivir, por los siglos de los siglos. Amén.

Señor, Tú nos has hecho hijos tuyos para que nosotros, conscientes de que todos somos hermanos, vivamos preocupándonos de atender los unos las necesidades de los otros; ayúdanos para que sepamos vivir como Tú esperas de nosotros, y que nunca caigamos en la trampa y en el pecado de tener acepción de personas en base a los criterios económicos, culturales, raciales o de género. Por J.N.S.

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