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HOMILÍAS MÁS
PARA EL DOMINGO XXIII
19-27
19. DOMINICOS 2003
Este domingo: 23º del Tiempo Ordinario
"Curación del sordomudo"
Jesús hoy cura a un sordomudo. Aparentemente, un milagro más. Pero en el
contexto vemos que eso es lo que había profetizado Isaías, según hemos escuchado
en la 1ª Lectura: “Los oídos del sordo se abrirán”. Y, de esta forma, los sordos
y sordomudos pasan a participar de las riquezas de los que oyen y hablan, como
nos dice Santiago en la 2ª Lectura: “Los pobres del mundo que Dios ha elegido
para hacerlos ricos...”
Todos los exégetas coinciden en que no se trata exclusiva ni principalmente de
la curación de un defecto físico, corporal, sino de un símbolo, en particular
del pueblo de Israel, del que habían afirmado los profetas que era sordo a la
palabra de Dios y mudo, por tanto, para poder darle una respuesta.
Siguiendo con el simbolismo, hoy podríamos afirmar que los “sordomudos” siguen
existiendo en los incomunicados. La incomunicación, primera consecuencia de la
sordera y de la mudez, es una de las plagas de nuestros días, que parece que se
acentúa en razón directa del progreso de la civilización. Suena a ironía afirmar
esto en la época del perfeccionamiento de la telefonía móvil y de la
comunicación electrónica, pero es un hecho. Los sacerdotes sabemos mucho de
personas que se acercan a nosotros para... ser escuchadas. Si es cierto que “hay
virtudes que tienen más porvenir que otras”, “que no todas las virtudes tienen
la misma importancia en el tiempo”, como dice Hans Küng, “sin que esto
signifique una relativización arbitraria, y menos una supresión de virtudes”,
habría que concluir que la escucha, la disponibilidad, la apertura y la cercanía
al otro, están en alza.
Plena actualidad para la palabra de Jesús: “Ábrete”. Pero, más necesidad todavía
del milagro de la curación de todo lo que hoy produce los efectos que entonces y
ahora producían y producen la sordera y la mudez físicas. El resultado será no
sólo poder oír y decir algo, sino de compartirlo hasta llegar a la comunión de
ideas, sentimientos, expectativas, entre quienes aspiramos y buscamos lo mismo.
Comentario bíblico:
El evangelio liberador de miserias
Iª Lectura: Isaías (35,4-7): El Dios de la vida
I.1. La primera lectura se toma del libro de Isaías y forma parte del llamado
pequeño Apocalipsis de ese libro (cc. 34-35); como tal se expresa en unas
imágenes que pueden sorprendernos de parte de Dios. Probablemente estos
capítulos no pertenecen al gran profeta del s. VIII a. C, sino que
corresponderían mejor a los tiempos del Deutero-Isaías, que es quien continua el
libro. Lo que verdaderamente llama la atención es la actuación personal de Dios
sobre la ciudad de Sión-Jerusalén, que ha sido sometida al desastre.
I.2. Pero en la mentalidad de los profetas verdaderos, al juicio siempre sigue
la salvación, la restauración, ya que el juicio de Dios nunca es definitivamente
de destrucción, ni sobre las personas, ni sobre los pueblos. Los que están
viviendo la depresión, serán curados por la salvación de Dios; los que padecen
un mal físico serán liberados. Y todo culmina con la expresión del agua en el
páramo, en la estepa, en el desierto. La vida es el signo más claro y
contundente de la vida en un pueblo rodeado de desiertos. Este oráculo de
esperanza, pues, es todo un precedente para los signos mesiánicos que Jesús
llevó a cabo.
IIª Lectura: Santiago (2,1-5): La fe que vivifica y hace justicia
II.1. La segunda lectura de la carta de Santiago es una de las exhortaciones que
ponen de manifiesto el objetivo pragmático de esta carta cristiana. La polémica
que provoca en la comunidad la división de clases, la atención a los ricos en
detrimento de los pobres, es un problema tan viejo como la vida misma. Pero es
ahí donde la comunidad cristiana tiene que mostrar su identidad más absoluta. El
pragmatismo de la carta de Santiago no nos da la posibilidad de matices de
ningún género, y es que en estas exigencias de favoritismo. Santiago lo plantea
desde la fe en Jesucristo. Entre las pocas veces que se nombre a Jesucristo en
esta carta, esta es una, y precisamente en uno de los momentos más
significativos de lo que debe ser la praxis cristiana en la “asamblea”, que es
donde se retrata una comunidad. Aunque esto debe aplicarse a toda la vida de la
comunidad en el mundo.
II.2. La fe debe mostrarse en la práctica, porque de lo contrario la fe se queda
en una cuestión ideológica y es eso lo que en nombre del Señor no se puede
justificar. Los pobres, en la asamblea, deben tener la misma dignidad, porque en
ella son elevados a la dignidad que el mundo no quiere otorgarles, pero la
comunidad cristiana no puede caer en el mismo favoritismo por los ricos.
Evangelio: Marcos (7,31-37): El Effatá del Reino
III.1. El evangelio de Marcos (7,31-37) nos narra la curación de un sordomudo en
territorio de la Decápolis (grupo de diez ciudades al oriente del Jordán, en la
actual Jordania), después de haber actuado itinerantemente en la Fenicia. Se
trata de poner de manifiesto la ruptura de las prevenciones que el judaísmo
oficial tenía contra todo territorio pagano y sus gentes, lo que sería una
fuente de impureza. Para ese judaísmo, el mundo pagano está perdido para Dios.
Pero Jesús no puede aceptar esos principios; por lo mismo, la actuación con este
sordomudo es un símbolo por el que se va a llegar hasta los extremos más
inauditos: Va a tocar al sordomudo. No se trata simplemente de una visita y de
un paso por el territorio, sino que la pretensión es que veamos a Jesús meterse
hasta el fondo de las miserias de los paganos.
III.2. Vemos a Jesús actuando como un verdadero curandero; incluso le cuesta
trabajo, aunque hay un aspecto mucho más importante en el v. 34, cuando el
Maestro “elevó sus ojos al cielo”. Es un signo de oración, de pedir algo a Dios,
ya que mirar al cielo, como trono de Dios, es hablar con Dios. Y entonces su
palabra Effatá, no es la palabra mágica simplemente de un secreto de curandero,
sino del poder divino que puede curarnos para que se “abran” (eso significa
Effatá) los oídos, se suelte la lengua y se ilumine el corazón y la mente. Y
vemos que el relato quiere ser también una lección de discreción: no quiere ser
reconocido por este acto taumatúrgico de curación de un sordomudo, sino por algo
que lleva en su palabra de anunciador del Reino. Dios actúa por él, curando
enfermedades, porque el Reino también significa vencer el poder del mal. Los
enfermos en aquella sociedad religiosa, eran considerados esclavos de “Satanás”
o algo así.
III.3. Su «tocar» es como la mano de Dios que llega para liberar los oídos y dar
rienda suelta a la lengua. La significación, pues, por encima de asombrarnos de
los poderes taumatúrgicos, es poner de manifiesto que con los oídos abiertos
aquél hombre podrá oír el mensaje del evangelio; y soltando su lengua para
hablar, advierte que, desde ahora, un pagano podrá también proclamar el mensaje
que ha recibido de Jesús al escucharlo en la novedad de su vida. Esta es una
lección que hoy debemos asumir como realidad, cuando en nuestro mundo se exige
la solidaridad con las miserias de los pueblos que viven al borde de la muerte.
Miguel de Burgos, OP
mdburgos.an@dominicos.org
Pautas para la homilía
Al releer la Palabra de Dios, correspondiente a este domingo, son muchas las
ideas que sobresalen y saltan a la vista.
“Atravesando la Decápolis”, según los judíos territorio pagano, Jesús nos
muestra que ya en su tiempo había catalogación de creyentes y paganos, de buenos
y malos, por razón del lugar, del idioma, de la raza. Jesús, a sabiendas de lo
que hace, acepta la convivencia del diferente y oficialmente infiel, mostrándole
también a él la salvación.
“Jesús levanta los ojos al cielo”, al Padre, para indicar que él no hace nada
por su cuenta; “y suspiró”, como mostrando que estaba lleno del Espíritu Santo,
pronunciando, luego, la palabra “ábrete”, cubriendo de esta forma la vida
trinitaria que él nos venía a entregar, como misterio supremo de su vida íntima.
“Todo lo ha hecho bien”, decían de Jesús, como en la mañana de la creación
cuando “vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno” (Gén 1,31). Sólo
quienes sean capaces de sentir la bondad de cuanto ha hecho Dios y obrar en
consecuencia pueden sentirse auténticamente libres de la sordera y de la mudez.
La curación del sordomudo nos recuerda el papel que los milagros tenían en la
misión y catequesis de Jesús, resumido en los Hechos así: “Dios a Jesús de
Nazaret le ungió con el Espíritu Santo y con poder, y pasó haciendo el bien y
curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hech
10,38).
Nos detenemos brevemente en la idea del milagro y en la de la liberación
conseguida con el mismo
Milagro, matices y sentidos
Jesús no hace magia, hace milagros. Cuando los fariseos le exigen “un signo en
el cielo” (Mc 8,11), una manifestación mágica, cósmica, Jesús se niega
categóricamente a plegarse a sus exigencias: “No se dará a esta generación
ningún prodigio”, porque la fe, según Jesús, no tiene que proceder de signo
cósmico alguno. Más todavía: “Si alguno os dice, ‘mira el Cristo aquí, míralo
allí’, no le creáis; pues surgirán falsos cristos y falsos profetas y realizarán
prodigios y actos extraordinarios con el propósito de engañar, si fuera posible,
a los elegidos” (Mc 13, 21-22).
Los milagros en Jesús tienden a que los interesados, los testigos y los que oyen
la narración de estos signos, reaccionen como lo hicieron los discípulos al ser
preguntados por Jesús sobre su identidad: “Tú eres el Mesías, el Cristo” (Mc
8,29).
¿Entonces por qué esa consigna de silencio? ¿ Por qué se pide silencio no sólo
al sordomudo, sino a los curados en Cafarnaún, , al leproso, a la hemorroísa y a
la hija de Jairo, al ciego de Betsaida...? No porque Jesús estuviera en
desacuerdo con lo que esas personas sentían y proclamaban, sino porque el
momento y la oportunidad para esas manifestaciones lo fijó Jesús en la Pasión,
cuando llegara “su hora”.
El primer sentido que tienen los milagros en Marcos es la proclamación del Reino
de Dios, o quizá mejor, la garantía de la autenticidad de la proclamación del
Reino hecha al principio del Evangelio. Los milagros son garantía de la
enseñanza de Jesús, de que Dios es Padre, que perdona los pecados, que acoge a
todos sin condiciones, que la salvación es un hecho ya entre nosotros.
Otro sentido de los milagros está relacionado más directamente con los
discípulos y, más tarde, con la Iglesia. Pedro, el día de Pentecostés, proclama
“los milagros, prodigios y señales que Dios hizo por él en medio de vosotros,
como vosotros mismos sabéis” (Hech 2,22). El Reino de Dios, que los discípulos
van a proclamar, es la Iglesia, la comunidad nueva de los creyentes y seguidores
de Jesús, y los milagros lo garantizan, según entendieron los apóstoles y
discípulos.
Milagro de la liberación más profunda
Todos los milagros son signos, gestos liberadores de Jesús. Pero, la curación
del sordomudo lo es de forma especial. Isaías, en la primera Lectura, nos dice:
“Decid a los cobardes de corazón: ... los oídos del sordo se abrirán, la lengua
del mudo cantará”. En eso consistía la llegada del Reino de Dios. Jesús responde
con los mismos gestos a los enviados por Juan Bautista: “los ciegos ven y los
cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos
resucitan y se anuncia a los pobres la buena nueva” (Mt 11,3-5).
La curación del sordomudo está unida en Marcos a otro grupo de gestos
liberadores de Jesús, relacionados con los demonios y con los enfermos. Ante
estos gestos, desaparecen las tempestades y hasta la obligatoriedad del sábado.
Lo único importante y decisivo para Jesús es el Reino de Dios, la liberación de
todo cuanto impida su propagación. Hay que desatar, liberar, a los humanos de
toda dependencia que impida que puedan pertenecer al Reino.
El efecto de este milagro, y de todos los milagros, es la liberación, la
salvación. Entre las palabras más empleados en ambos Testamentos están, tanto el
verbo como los sustantivos concreto y abstracto, salvador y salvación. Se trata
de ser liberados, salvados de nuestros enemigos, del pecado, de la cólera de
Dios, del fuego del infierno, de la muerte. Prevalece el agente activo de esta
liberación, como en el caso de los milagros.
Que Jesús no divida a los humanos, como los fariseos, en justos y pecadores, no
significa que no le dé la máxima importancia al problema del pecado. De hecho,
para Jesús la esclavitud mayor del hombre es el pecado, y, por otra parte, sabe
perfectamente que todos, en grados distintos, tenemos conexiones con él. Por
eso, su liberación fundamental es la del pecado. “Tus pecados te son
perdonados... ¿Qué es más fácil, decir tus pecados te son perdonados o decir al
paralítico ‘levántate y anda? Pues para que veáis...” (Mc 2,1ss). Esta es la
gran noticia, la buena noticia: que Dios ofrece la liberación y la salvación a
todos sin distinción y que, a diferencia de los fariseos, su liberación es
ofrecida de forma especial a los enfermos y pecadores, hoy representados en el
sordomudo.
Fr. Hermelindo Fernández, OP
hfernandez@dominicos.org
20.
Nexo entre las lecturas
Unos de los atributos de Dios es el de liberador. Éste es el atributo
especialmente señalado en los textos litúrgicos de este domingo. Dios libera a
los hombres de su triste condición de desterrados y a la naturaleza de su aridez
infecunda (primera lectura). Libera a los hombres de sus enfermedades del cuerpo
y del espíritu: "Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los
mudos" (Evangelio). Libera al cristiano de cualquier acepción de personas,
porque todos, ricos o pobres, somos iguales delante de Dios (Evangelio).
Mensaje doctrinal
1. Una naturaleza libre al servicio del hombre. Dios ha creado la
naturaleza, pero no se ha desentendido luego de ella. Siendo ésta el hogar del
hombre, ejercita también sobre ella su providencia, a fin de que sirva al
hombre. Esa providencia divina "libera" a la tierra de sus miserias, como pueden
ser la sequedad y la infecundidad. Nos dice la primera lectura que "la tierra
abrasada se trocará en estanque y el país árido en manantial de aguas". Dios es
el Señor de la naturaleza y ejerce con libertad su dominio absoluto sobre ella
para ayudar material y espiritualmente al hombre. Materialmente, haciéndola
fructificar abundantemente, de modo que el hombre pueda alimentarse con sus
frutos. Espiritualmente, haciendo al hombre sentir el poder y peso de las
calamidades naturales, de modo que éste se vea necesitado a elevar sus ojos al
Señor de la naturaleza y a implorar su bendición. El orgullo humano, enemigo del
verdadero bien del hombre, es invitado a humillarse ante estas desgracias
naturales, que son para él como una plataforma para, dejando a un lado el
orgullo, remontarse hasta Dios. Dejando libres por un momento los poderes
destructivos de la naturaleza, Dios busca sobre todo liberar al hombre de sí
mismo, que es lo que realmente cuenta.
2. Dios liberador del hombre. El hombre es un misterio de carne y
espíritu. Dios manifiesta su amor al hombre ofreciéndole una liberación
integral, que debe aceptar con agradecimiento y sencillo corazón. Libera su
carne de la enfermedad. Lo hace directamente, cuando así resulta necesario para
el bien del hombre, como consta por tantos enfermos milagrosamente curados. Lo
hace indirectamente, mediante el poder que ha dado a los hombres para estudiar
el cuerpo humano, conocer sus enfermedades y curarlas. El evangelio de hoy narra
la curación de un sordomudo por parte de Jesús. Pero Dios también interviene
sobre el hombre para curar su espíritu. Lo cura de las enfermedades psíquicas,
lo libera del poder del demonio y del pecado, lo robustece por obra del Espíritu
ante las tentaciones y las inclinaciones al mal. ¿Cuándo y cómo actúa el Dios
liberador del hombre? Son preguntas para las que sólo Dios tiene la respuesta;
evidentemente una respuesta segura y en beneficio del hombre. Pero lo más
importante es que los hombres tengamos la conciencia clara y la plena seguridad
de que Dios ama y quiere el bien del hombre. Importante es también que seamos
humildes y acudamos a Dios con sencillez para pedirle: "Señor, líbrame de toda
enfermedad; líbrame, sobre todo, de mí mismo para que mi vida sea un canto de
alabanza a tu santo nombre". Aquí encaja perfectamente la exhortación de
Santiago en la segunda lectura: "No mezcléis con la acepción de personas la fe
que tenéis en nuestro Señor Jesucristo glorificado". El creyente, liberado de sí
mismo por el bautismo y la eucaristía, no puede volver a la esclavitud del
pasado. Sería como contravenir la liberación de Dios.
Sugerencias pastorales
1. Todo lo ha hecho bien. Con estas palabras reaccionó la multitud cuando
se dio cuenta de que Jesús había curado al sordomudo. Son muchos, por lo demás,
los textos evangélicos que relatan las obras buenas de Jesús en favor del
hombre. De modo que san Pedro dirá de Jesús, en uno de sus discursos a los
primeros cristianos, que "pasó haciendo el bien". Juan Pablo II nos dice que "la
caridad de los cristianos es la prolongación de la presencia de Cristo que se da
a sí mismo". Sí, Cristo desea seguir haciendo el bien entre nosotros y en
nuestros días mediante los cristianos. Cristo desea seguir liberando al hombre
de las necesidades materiales, de las enfermedades, de las calamidades
naturales, de los males espirituales mediante los cristianos. De verdad que es
hermoso constatar la generosidad de tantos millones de cristianos para socorrer
en cualquier parte del mundo a los más necesitados. De verdad que Cristo debe
estar contento porque puede continuar haciendo el bien en la historia de los
hombres mediante los cristianos. Al mismo tiempo, como creyentes cristianos,
hemos de hacernos algunas preguntas: ¿Hago yo personalmente todo el bien que
puedo hacer? ¿Busco que otros, singular o comunitariamente, hagan el bien? ¿Cuál
es el tipo de bien que más me gusta hacer: el material, el espiritual o ambos a
la vez? ¿Estoy convencido de que a través de mí, Cristo glorioso continúa
presente entre los hombres haciendo el bien? Y no olvidemos que hacer el bien
desinteresadamente a los hombres es una manera estupenda de liberarlos.
2. Querer ser liberado. La liberación posee una fuerza de atracción
singular. Es un claro indicio de que el hombre, consciente o inconscientemente,
se ve y experimenta a sí mismo, al menos parcialmente, "esclavizado". Digamos
que son no pocas las ataduras que el hombre, en las diversas épocas de la vida,
va encontrando en el camino de su existencia. Por experiencia se sabe que de
esas ataduras, sobre todo de las más hondas y fuertes, no se puede el hombre
deshacer por sí mismo. Necesita ser liberado. Para ello se necesita querer ser
liberado. Porque se da el caso de que el hombre, por razones inexplicables y
muchas veces complejas, ama las "dulces" ataduras que le "esclavizan". Ataduras
que, por más dulces que sean, le van poco a poco estrangulando, hasta llegar a
matar su libertad. La liberación, por tanto, es posible sólo para quien quiere
ser liberado. Otro aspecto diverso es a quién acudir para ser liberados. Porque
en nuestro mundo y en nuestro medio ambiente hay quizá muchos que se las dan de
"liberadores", pero lo que liberan no es al hombre en su grandeza y en su
dignidad, sino los potros desbocados de sus pasiones, sus egoísmos, sus
ambiciones, sus pesadillas, sus instintos. Digámoslo sin tapujos: el verdadero
liberador del hombre es Dios. El verdadero liberador del hombre es Jesucristo
que murió por nosotros y por nosotros resucitó. ¿Has aceptado, aceptas realmente
y de todo corazón ser liberado por Jesucristo? Si quieres ser liberado, no lo
dudes, Él te liberará. Habiendo experimentado a fondo la liberación de Cristo,
sentirás el aguijón de decir a otros quién puede otorgarles la verdadera
liberación que buscan.
P. ANTONIO IZQUIERDO
21. BETANIA 2003
1.- ÁBRETE A LOS DEMÁS
Por José María Maruri, SJ
1.-
“Un sordo que apenas podía hablar…” Hoy le hubieran puesto un “Sonotone”, un
audífono, y hubiera recobrado el oído, quedándose tal vez en la antigua soledad
de la sordera.
Las fronteras han desaparecido en Europa y hoy cuesta menos hablar desde Madrid
con Paris que con Pozuelo de Alarcón, que está aquí al lado. Los satélites
dedicados a transmitir datos e imágenes de un extremo a otro del mundo van a
necesitar guardias de tráfico para no chocar en la densidad del especio
estratosférico. ¡Y que voy a decir de Internet!
Imágenes, sonidos, ondas, ruidos que han roto nuestros tímpanos y nos han
aislado unos de otros. Nadie calla para oír. Todos abrimos la boca para hablar y
parecemos actores de cine mudo, porque nadie nos oye.
En la era de las comunicaciones hay más soledad que nunca. Soledad de los
ancianos, de los esposos que no participan en nada, de los padres que no
entienden a los hijos, de los hijos que no hablan con sus padres.
Y lo que es peor, ni nos oímos a nosotros mismos, ni mucho menos al Señor, que
solo habla en el silencio hondo del corazón y allí no bajamos nunca.
Andamos inmersos en una comunicación global, multitudinaria, donde no existe la
comunicación tú a tú, eso se queda para las películas románticas.
2.- Por eso tiene tanta actualidad esta curación del sordomudo, a quien el Señor
aparta de la multitud, para que se sepa que no es uno más para Él, sino que es
él solo. Con tocarle la lengua y los oídos le dice en el único lenguaje que el
sordomudo entiende que le quiere curar, que tenga Fe. Y con un sollozo de pena
por ver a aquel hombre sordo para Dios y para los hombres le grita: “¡Ábrete!”
--tú que has vivido aislado, abre tu corazón a los hombres que te necesitan y
que necesitas para ser hombre.
--abre tu corazón
--ábrete a quien te ofrece su amistad
--ábrete al que necesita tu cariño
--ábrete al que quiere contarte tus penas que nadie quiere escuchar
--abre tus oídos y mueve tu lengua al que necesita tus palabras de consuelo como
tú las necesitarás algún día
--baja a lo hondo de tu corazón y allí escucha a tu Señor que habla en silencio
de la muchedumbre
--escucha a Dios y escúchate a ti mismo. Aprende allí a saber qué es lo que el
Señor quiere de ti y lo que tú mismo realmente quieres. No seas juguete de las
ondas, de los sonidos, de las imágenes, de los demás, de la TV, de Internet…
3.- Qué Dios no llore por nosotros al vernos a cada uno aislados en nosotros
mismos. Y que los que nos conocen, egoístas y sordos a la llamada de Dios, al
vernos abiertos a todos, puedan exclamar como aquella muchedumbre: “Todo lo ha
hecho bien, hasta hace oír a los sordos y hablar a los mudos”
22.BETANIA 2003
- LA POTENCIA DEL CUERPO DE CRISTO
Por Antonio Díaz Tortajada
1.- Quisiera que centrásemos nuestra atención en la figura central que
la Palabra de Dios nos presenta: Cristo frente a un sordomudo. El sordomudo es
la imagen del hombre esclavizado, marginado: No oye, no habla, no se puede
comunicar. Expresión de una verdadera esclavitud. Cristo, tocándoles las orejas
y la lengua, lo libera.
Hay una imagen triste de la esclavitud: El desierto. Dicen que los beduinos,
cuando atraviesan el desierto, oyen allá en la lejanía el zumbido del viento.
Fantásticos, como ellos son, dice: “¿Oyes cómo suena el viento? ¡Es el desierto
que se lamenta y llora porque quisiera ser jardín!” Yo creo que no hay figura
más elocuente de la necesidad del hombre que el desierto sediento, inmensidad de
arena, estéril. Figura de la verdadera necesidad de independencia, de promoción.
Hay otra figura en la segunda lectura de hoy. Nos ha dicho Santiago --el hombre
práctico--: El andrajoso que llega a una ceremonia litúrgica, y al mismo tiempo
otro señor bien vestido y le dicen: “Por favor, siéntate aquí, en el puesto
reservado”, y al andrajoso: “Estate ahí de pie o siéntate en el suelo.” Dos
figuras de la marginación, de la esclavitud: el andrajoso marginado, y el servil
más atento al señor que al hermano pobre.
2.- ¡Qué hermosas palabras la profecía de Isaías, frente a los exiliados de
Babilonia!: "Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios que trae el desquite,
viene en persona, resarcirá y os salvará.” Ésta era la fe, la maravilla inaudita
que los profetas anunciaban. El ambiente en que se pronunciaba estas palabras
era el cautiverio de Babilonia. Por los pecados de la tierra prometida, los
invasores se habían apoderado de reyes y pueblos y los habían llevado con
crueldad. Allá estaban. Hay salmos que nos cuentan la tristeza, la nostalgia de
vivir lejos de la patria. Aquel precioso salmo de los sauces junto a los ríos de
Babilonia que han inspirado tantas cosas de música y poesía es, cabalmente, la
nostalgia del hombre que ama su patria pero que reconoce que por sus pecados han
ido al desierto y espera un día el perdón de Dios
“Dios vendrá en persona, Él trae el desquite, Él resarcirá, Él dará salud a los
cuerpos, Él hará florecer el desierto” ¡Qué frases más magistrales para pensar
lo que es la verdadera liberación que Dios quiere: ¡el desquite!. No es una
venganza de egoísmo, es el poner las cosas en su puesto, es decirles: Todos son
hermanos, ya no hay por qué unos humillen a otros. El desquite de Dios será su
amor, que lo sepan comprender todos los hombres.
¡Él resarcirá!, como cuando se ha ofendido a alguien y viene alguien a resarcir,
a reparar, a pedir perdón. Viene Cristo, precisamente, a esto, a pedir perdón al
Padre porque los hombres lo han ofendido con tanta acepción de personas, porque
lo han ofendido con tantos temores y opresiones, que no son fe en Dios. Cuando
Cristo muere en la cruz está resarciendo, está trayendo el desquite. Éstos son
los desquites, éstas son las reivindicaciones que Dios quiere, las que se apoyan
en el desencadenamiento de nuestro corazón del propio pecado. Ahí está la causa
y todo aquel que grita, habla y hace obras de liberación, pero oprimiendo,
matando, haciendo el mal; no ha comprendido que la verdadera violencia que salva
es la que se hace uno a sí mismo. Resarcir a Dios por mis pecados y desde mi
propio corazón...
3.- Cristo se preocupa de un sordomudo. Cristo, si fuera de verdad la
espiritualidad individualista o egoísta, hubiera pasado como el sacerdote de la
parábola, sin hacerle caso al pobre sordomudo; sin embargo, se detiene frente a
él y con la paciencia de quien administra un sacramento hace estos gestos
sacramentales: le pone sus dedos en las orejas y con saliva le toca la lengua.
Miren que potencia la del cuerpo de Cristo. Cristo es Dios en persona, encarnado
en un cuerpo de hombre, y todo lo que Cristo toca tiene potencia de Dios. Los
dedos de Cristo, dedos de hombre como los míos, pero dentro de Él iba lo que no
va en mí: la persona divina del Hijo de Dios. ¡Toca la enfermedad y sana!. Podía
haber hecho florecer el desierto materialmente como calmó las aguas y las
tempestades.
Hay potencia en Dios. Por eso, Él, a aquel sordomudo, al que tal vez no le podía
hablar porque no le oía --era sordo-- con un gesto se lo dice todo: tocándoles
las orejas y la lengua y levantando los ojos al cielo, y dando un suspiro. Éstos
son los gestos que hablan aún al mudo necesitado de lengua y al sordo necesitado
de oído: las señales de la liberación. Qué dulce debió ser aquella mirada de
Cristo hacia el Padre: La infinidad con Dios. Éstos son los verdaderos
liberadores, hombres que no olvidan que sólo en Dios está el destino de la
liberación del hombre. Hombres que saben orar y que saben elevar, hasta lo que
no entienden, al sentimiento de Dios. Ésta es la dimensión de toda redención.
¿De qué le hubiera servido al pobre sordo y mudo que Dios le hubiera dado una
lengua expedita y unos oídos bien claros, si, después, no los usa para Dios y se
condena?. ¿De qué sirve la belleza del mundo, de qué sirve el dinero en la
tierra, de qué sirve tener mucho si no se es más trascendente? Ésta es la
promoción que Cristo quiere del hombre en su dimensión trascendente.
Pero esto no quiere decir que el hombre solamente sea trascendencia; sino, lo
que hoy necesita más nuestra liberación es la dimensión histórica. Se trata de
este hombre concreto, histórico, tal como hoy vive.
Por tanto, la dimensión del hombre es trascendente pero también histórica,
temporal, concreta. Es ese hombre llamado a la salvación eterna pero que hoy se
está muriendo de hambre o no tiene el salario debido. Es ese hombre que tiene
una vocación para el cielo pero también Dios lo ha creado para ser feliz en la
tierra. Es el hombre que será hermano en la eternidad con toda la humanidad pero
ya tiene que aprender a ser hermano en la tierra, no para odiarse ni para
matarse uno contra otro
4.-
Cuando Cristo, a través de Santiago dice por qué no hay que despreciar al pobre
por preferir al rico, hace una pregunta que podía ser un examen de conciencia
para cada uno de nosotros: “Si hacéis eso, ¿no sois inconsecuentes y juzgáis con
criterios malos?. Queridos hermanos, escuchad: ¿acaso no ha elegido Dios a los
pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino, que
prometió a los que le aman?” No basta ser pobre, pobre pero amando a Dios, pobre
en gracia de Dios. Es que los pobres --dice la Iglesia y la revelación divina--
tienen como cierta capacidad mayor que otras clases sociales para percibir el
mensaje y la redención de Jesucristo.
Por eso la dimensión de la tierra no la podemos olvidar pero también es a partir
de su conversión. Porque dice: “Los eligió para hacerlos ricos en la fe”. Y que
por su amor a Dios ya disfruta un destino eterno que --Dios-- lo mira ya en su
preferencia aquí en la tierra.
Cuando Cristo quiere tratar la promoción de este sordomudo, nos dice el
evangelio: “Llevándolo aparte”. ¡Qué gesto más significativo para nuestra hora!.
San Marcos, fiel a su ideal teológico, nos presenta un Cristo que lleva el
misterio del reino de Dios pero que el pueblo no se lo puede comprender. Por
eso, Él trata de ocultar muchas cosas que Él pudiera hacer lucir. A aquellos que
son sus íntimos --los apóstoles-- les reprocha, muchas veces, no hacer lo
posible de comprender esta intimidad. Pero ante el pueblo Él es, más bien,
reservado, porque a su hora Dios dirá la palabra que necesita el pueblo para
presentar al Hijo de Dios.
Sólo hay una cosa donde el hombre se encuentra con Dios y donde Cristo pudo
hacer los gestos de trascendencia y de amor al pobre mudo: La soledad, la
interioridad.
Decía Pío XI --un Papa de frases cortas y bien cinceladas-- que bien podían ser
el comentario de este gesto de Cristo: “...llevándolo aparte, lo curó”. Decía el
Papa: "El bien no hace ruido y el ruido no hace bien". No es una salvación que
destruye, sino una salvación que rehace; rehacer, hacer de nuevo.
5.-
Cristo es el hombre que rehace la historia de su propio pueblo. Se diría que los
desechos humanos, el resto de Israel, la pita que ya va a reventar por lo más
débil, Cristo la coge a tiempo y la une y de ahí sale la salvación para todo el
mundo.
¿Qué otra cosa es la encarnación?. Dios no tuvo reparo en dejar su dignidad de
Dios para hacerse uno de nosotros. Más aún, esclavo hasta morir en una cruz como
morían los esclavos. Los ciudadanos romanos nunca daban una sentencia de
crucifixión contra un paisano. Era indigno del ciudadano libre de Roma morir
crucificado. Morir crucificado era sentencia de muerte de esclavos, bandidos, de
gente indigna, de desechos de la sociedad. Ésta es la muerte que Cristo aceptó,
la de un bandido. Así destruyó Cristo su propia dignidad, precisamente, para
acercarse a lo más profundo donde había caído la dignidad del hombre y
levantarla. “Por eso Dios lo exaltó y le dio un nombre sobre todo nombre, de
modo que a su nombre se dobla toda rodilla en el cielo, en los abismos, en la
tierra”. Ésta es nuestra esperanza, el Cristo que se encarna y que se hace uno
de nosotros. Nosotros debíamos de asumir también la humanidad tal como está.
23. BETANIA 2003
- LA ESPERANZA DE LAS CURACIONES
Por Ángel Gómez Escorial
1. -
Acostumbrados a oír desde que éramos pequeños los relatos evangélicos de los
milagros y, sobre todo, de las curaciones, no le damos demasiada importancia y
lo asumimos como un hecho "corriente", porque ya sabemos de sobre que Jesús
hacía milagros. Pero, si por un momento, nos metemos dentro de la piel de los
sanados, de quienes han recuperado la salud o la normalidad corporal en unos
instantes ya la cosa suena de otra manera. Es decir, si lo sacamos del contexto
de una historia repetida y muy conocida y la situamos con acentos de realidad
próxima, el respingo que podemos dar en enorme. Si cualquiera de nosotros está
enfermo --o lo ha estado-- puede entender la ansiedad que da ese estado y como
piensa con nostalgia en los tiempos es los que se estaba sano. Pero, si, además,
puede imaginarse la curación inmediata iremos entendiendo el efecto
impresionante que producirían en las gentes de la Palestina de entonces estos
hechos. Y de ahí se entiende la admiración y júbilo de quienes asistieron a la
liberación de la traba de la lengua del sordomudo de este pasaje del Evangelio
de San Marcos.
2. - El versículo que se reza en el aleluya de esta misa del 23 Domingo del
Tiempo ordinario está sacado del Evangelio de San Mateo (Mt 4,23) y dice: "Jesús
proclamaba la Buena Noticia del Reino, y curaba de toda enfermedad en el
pueblo". También nos ayuda a intentar recrear ese clima de admiración en torno a
Jesús de Nazaret y, por tanto, ayuda a no hacer habitual la lectura escuchada y
dar la exacta dimensión a esas curaciones. Por otro lado, el pasaje de este
domingo tiene todos los detalles de su forma de curar e, incluso, da noticia del
suspiro de Jesús. ¡A qué es fácil imaginar la escena! De la contemplación --de
ver todas estas escenas con la imaginación, con el ojo interior-- de los pasajes
del Evangelio se saca mucha luz y mucha cercanía con el Señor.
3. - El apóstol Santiago, ya en los primeros años de la Iglesia, refleja la
tendencia a valorar al rico y a despreciar al pobre, incluso dentro de la
celebración litúrgica. Y sin embargo bien dice que los pobres son los elegidos
de Dios como herederos del Reino. La cuestión iba a seguir así casi siempre. Y,
está claro, no podemos juntar la fe en Jesús con la acepción de personas, ni
convertir nuestra presencia en la Iglesia de una ampliación de nuestras
preferencias sociales. Esto parece claro, pero sigue igual que hace dos mil
años, en los tiempos de la Jerusalén de Santiago.
24. CLARETIANOS 2003
¡Todo lo ha hecho bien!
Es el Creador en forma humana. "Y vió Dios que todo era bueno", se dice en el Génesis. De Jesús decía la gente: "¡todo lo ha hecho bien!". Jesús tenía la capacidad de crear la bondad y la belleza en torno así. De esta manera "hace" la voluntad del Padre, "hace" realidad la Palabra.
Se acerca a Jesús un sordo que no podía escuchar, alguien que casi no podía articular palabras. Jesús descubre el mal que en él se ceba, que lo tortura, que lo encierra en sí mismo. Jesús le da la palabra. Mira al cielo y suspira. Ve en la tierra malos espíritus que "des-hacen" la obra buena y bella de Dios. Descubre "espíritus" que cierran, que despojan del derecho a hablar, a oir, a descubrir las maravillosas señales de Dios en nuestro mundo. Por eso, Jesús suspira y mira al cielo. Y del cielo le viene la respuesta. Su palabra de exorcismo contra el espíritu malo resuena con fuerza; el evangelio nos la transmite hasta en su sonido y lengua original: "Ephata". ¡Ábrete! Jesús quiere la apertura y no la cerrazón. Jesús quiere la libertad y no la cárcel. Jesús restituye la palabra y no obliga al silencio.
El profeta Isaías soñaba con el tiempo en que el sordo pudiera oir, y el mudo hablar, y el cojo saltar, y el desierto germinar.... Jesús es el más decidido partidario de todo ello. Quiso un mundo donde fuera posible la libertad exterior e interior. No quiso ejércitos en los que todos respondiesen al unísono un "sí, señor, sí", ni grupos que sólo dijeran "amén", ni comunidades para el aplauso sin voz ni opinión, ni asambleas de arrodillados o paralizados, ni silencios desérticos, ni soledades infecundas. Jesús quería una comunidad humana llena de vitalidad: de sonidos y palabras, de oídos y ojos abiertos, de saltos y danzas, de fecundidad y capacidad creadora. El Creador y su Hijo nos quieren también "creadores", y no meros sirvientes autómatas.
El milagro ocurre cuando salimos de nuestros Egiptos o nuestras Babilonias. No debemos olvidar que a Jesús le causó problemas institucionales, actuar de esta manera.
Al proclamar el Evangelio y decir "Ephata", ¿qué ocurriría si el pueblo de Dios escuchara de verdad, activamente la Palabra, se le abrieran los oídos y la boca y comenzaran a hablar? ¿En qué momento puede un laico hablar en una Asamblea de la Iglesia? ¿Cuándo puede decir su palabra con libertad?
Jesús quiere dar la palabra a los pobres, a los desposeídos, a los marginados, a los excluídos del poder sagrado y político. ¡Qué bien lo entendió Santiago! Ya pasaba en aquel tiempo: algunos perdían el culo por atender a los poderosos y ricos y ponerlos en los primeros puestos; sin embargo, ¡qué desprecio ante los pobres! Santiago, sin embargo, afirma algo extremadamente rotundo: ¡los pobres son los herederos del Reino! Son ellos los propietarios de los primeros puestos. A ellos hay que darles la palabra. "Ephata".
Ya tenemos las claves para entender eso de "¡todo lo hizo bien!". Si somos co-creadores, ya sabemos cómo podemos poner nuestro mundo -también religioso- del revés.
25.
¡QUÉ BIEN LO HACE
TODO!
Comentando la Palabra de Dios
Is. 35, 4-7. Hay que levantar el ánimo. Para los deportados ha terminado su
castigo; hay que iniciar el camino de retorno a la tierra que Dios entregó en
posesión a sus antiguos padres. Todo se ha de llenar de alborozo, pues Dios ha
visitado a su Pueblo, y acordándose de su santa Alianza, se muestra como Padre
misericordioso para con los suyos. Llegada la plenitud de los tiempos Dios nos
envió a su propio Hijo para iluminar a quienes caminábamos en tinieblas y en
sombras de muerte; Él ha venido a abrir nuestros oídos y nuestro corazón para
que su Palabra pueda ser escuchada y, como una buena semilla en un buen terreno,
dé fruto abundante de buenas obras en nosotros. Entonces podremos ir por los
diversos caminos y en los diversos ambientes como mensajeros de su Santo Nombre,
pues ya no estaremos mudos, sino que seremos testigos elocuentes del Evangelio
recibido. Dios quiere que su Iglesia sea una Iglesia fecunda, capaz de hacer
brotar, incluso, la vida en los desiertos si esperanza. Nuestra vocación mira a
la Vida, que se lleva para que quien la reciba sea revestido de Cristo y
participe de su ser de Hijo de Dios. Tratemos, como un manantial que procede de
Dios en nosotros, de ser portadores de la vida fecunda que engendra la salvación
en todos los corazones.
Sal. 145. Dios, nuestro Dios, es el único creador del
universo. A Él se debe todo honor y toda gloria por infinitos siglos de los
siglos. Él no sólo nos ha creado; Él continúa su creación en nosotros, pues nos
conserva la vida y nos llena de sus dones. ¿Qué caso tiene poner nuestra
confianza en algo o en alguien distinto a Dios? ¿Acaso quien no tiene poder de
salvarnos ni de darnos la libertad podrá ser digno de confianza? Dichoso quien
confía en el Señor y en Él espera, pues jamás se sentirá decepcionado aun cuando
el justo tenga que pasar por duras pruebas. Dios es un Rey eterno; nadie, jamás,
podrá vencerlo. ¡Dichosos nosotros que somos su Pueblo y el Rebaño que Él cuida!
Pues teniendo a Dios con nosotros, y siendo nosotros suyos, no tenemos ningún
mal que temer. Procuremos, por tanto, no vivir lejos de su amor ni cerrarle
nuestra vida a su presencia amorosa.
Stgo. 2, 1-5. ¿Qué sentido tiene el amor fraterno en nuestra propia vida? ¿Acaso
será suficiente con darle a los pobres la migajas que caen de nuestra mesa
después de que nos hemos hartado de manjares substanciosos? El Hijo de Dios
quiso despojarse de su riqueza para enriquecernos a nosotros, para que nosotros
recibiéramos el ser de Hijos de Dios. Él se hizo, no de un modo exclusivo, pero
sí preferencial, un signo del amor de Dios para los pobres, para los
injustamente tratados, para los enfermos y para los marginados. Debemos cobrar
conciencia de que, ante Dios, todos tenemos la misma dignidad de hijos. Y por
ese motivo no podemos hacer distinción de personas cuando tratemos a los demás.
Especialmente en las reuniones litúrgicas no podemos despreciar a quienes, con
menos recursos y lujos que nosotros, acuden a alabar a Dios; pues el hombre ve
lo externo, y tal vez lo deslumbre; en cambio, Dios ve el Corazón, y son las
buenas obras, el trato basado en el amor fraterno lo único que le hace exclamar:
Tú eres mi hijo amado; en ti me complazco.
Mc. 7, 31-37. No podemos llegar a Jesús sólo para contemplar su Rostro y sentir
su amor por nosotros. El hombre de fe verdadera debe estar dispuesto a escuchar
su Palabra, a hacerla suya y vivirla, de tal forma que se convierta en un
auténtico testimonio del Señor dado, no de un modo confuso, sino con la claridad
de quien ha encontrado la Verdad y la ha hecho suya. Sólo el Señor podrá abrir
nuestros oídos para que su Palabra llegue a nosotros con toda su Fuerza
salvadora. Sólo el Espíritu Santo en Nosotros nos hará comprender esa Palabra,
nos conducirá para que la pongamos por obra y nos fortalecerá para que demos
testimonio de la misma en nuestra vida diaria. Quienes hemos conocido el amor de
Dios no podemos dejar de proclamar, con insistencia constante, la Buena Nueva
del Señor que nos ha manifestado mediante su entrega por nosotros. Jesús, como
en una nueva creación, lo ha hecho todo bien. ¿Quién podrá echarle en cara un
pecado? ¿Quién podrá decir que no nos ha amado hasta el extremo? Él pasó
haciendo el bien a todos; Él nos ha dejado como testamento su propia Vida y su
Espíritu para que, mediante ellos, todos podamos llegar a ser hijos de Dios, y
podamos manifestarnos como tales, y pasemos haciendo el bien convertidos en un
signo de su presencia amorosa en la historia.
La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo.
El Señor nos reúne en torno a Él sin diferencias sociales. A todos nos dirige su
Palabra para que produzca en nosotros frutos abundantes de buenas obras conforme
a la Gracia recibida. Cada uno, conforme al lugar que ocupa en el Cuerpo de la
Iglesia, está llamado a manifestar, con sus obras, no sólo que es hijo de Dios,
sino que colabora para que el Reino de Dios llegue a todos. Efectivamente, una
Iglesia sólo dedicada al culto y desligada del Ministerio a favor del Evangelio,
no tiene sentido. Jesús no sólo nos enseñó a elevar nuestras súplicas al Padre
Dios, también nos enseñó a amar sirviendo a los demás. Y de este ministerio
nadie está dispensado de llevarlo a efecto. De ahí la urgencia de escuchar
amorosamente la Palabra de Dios y meditarla profundamente guiados por el
Espíritu Santo, para saber qué es lo que nos pide el Señor, poder vivirlo y
después poderlo proclamar a los demás, para que también su vida sea iluminada
por esa Palabra. El Señor nos alimenta con el Pan de Vida. Ojalá abramos los
ojos de la fe para comprender el amor que el Señor nos tiene, y podamos abrir
nuestro corazón para remediar las necesidades de nuestro prójimo. Entonces no
sólo proclamaremos el Nombre del Señor con los labios, sino también con las
obras que realicemos a favor de los demás, manifestando, desde la Iglesia, el
corazón amoroso, compasivo y misericordioso de Dios a favor de todos los que Él
ha llamado a la vida.
La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida del creyente.
En un mundo en que resuenan tantas palabras intranscendentes; ahí donde una
imagen dice más que mil palabras; ahí donde el corazón se ha endurecido y ya no
es capaz de conmoverse a fuerza de haberse acostumbrado a contemplar imágenes
que ya no le dicen nada, a pesar de que lo que se vea o escuche sea demasiado
grave, demasiado importante, demasiado conmovedor; ahí se necesita la voz de la
Iglesia. Nuestro lenguaje que proclama la Buena Nueva del amor que Dios nos ha
manifestado en Jesús, su Hijo, no puede sólo pronunciarse con los labios, ni con
imágenes transmitidas con el último grito de la tecnología. Cristo, la imagen de
Dios invisible, se hizo cercanía del hombre, se hizo Dios-con-nosotros. Las
multitudes le seguían por sentirse amadas por Él de un modo concreto. Ese camino
de la sencillez y del compromiso total con el hombre es el que espera de la
Iglesia el hombre de nuestros días. No podemos proclamar un mensaje de salvación
mientras de un modo personal vivimos desligados de las necesidades, de las
esperanzas, del dolor de nuestro prójimo. Hemos de proclamar el Nombre del Señor
no como ciegos ante los problemas reales del mundo, ni como sordos que no son
capaces de apropiarse las palabras y la persona misma de Jesucristo. Si en
verdad queremos que el Evangelio sea aceptado con eficacia por las personas de
este momento histórico, convirtámonos, por obra del Espíritu Santo, en el
Evangelio viviente del Padre, porque, unidos a Cristo, seamos un signo vivo y
fehaciente de Él para todos los que nos rodean y podamos, así, ayudarles a abrir
los ojos al amor fraterno, a abrir sus oídos y su corazón ante los gritos de los
pobres y necesitados, y a tener no sólo labios, sino obras que sean un lenguaje
de amor fraterno que proclame la Buena Noticia del amor de Dios para todos.
Que Dios nos conceda, por intercesión de María Virgen, nuestra Madre, ser
auténticos portadores de Cristo para nuestros hermanos; llevando su Mensaje de
salvación tanto con nuestras palabras, como con nuestras obras, actitudes y vida
misma. Amén.
www.homiliacatolica.com
26.
Autor: Neptalí Díaz Villán CSsR. Fuente: www.scalando.com
ÁBRETE
“Al volver Jesús de la región de Tiro, pasó por Sidón y se fue al lago de Galilea, en pleno territorio de la Decápolis…” Tiro y Sidón eran dos ciudades portuarias a orillas del mar mediterráneo, de gran importancia para los fenicios, quienes eran grandes navegantes y comerciantes del mundo antiguo. En el tiempo de Jesús el país de Tiro era una provincia romana de Siria con la que los judíos tenían buenas relaciones comerciales, sobre todo los judíos de Galilea con quienes compartía la misma frontera.
Allí vivían muchos judíos de la diáspora que habían salido de Israel huyendo de la guerra o de la miseria, y encontraron en estas ciudades buenas oportunidades para hacer negocios y prosperar. Por su sentido nacionalista y a veces racista, vivían sin mezclarse con los nativos, a quienes normalmente llamaban sirofenicios y de manera despectiva llamaban perros[1].
La Decápolis era un extenso territorio al sur del mar de Galilea, sobre todo al este del río Jordán. Desde el año 200 a.C. los griegos habían ocupado ciudades como Gadara y Filadelfia. En el año 63 a.C. Pompeyo liberó Hipo, Escitópolis y Pela de los judíos, las anexó a la provincia de Siria y les otorgó libertad municipal. Según el historiador Plinio los diez miembros originales eran: Escitópolis, Pela, Dión, Gerasa, Filadelfia, Gadara, Rafaná, Canatá, Hipo y Damasco. Luego Tolomeo incluyó otras ciudades al sur de Damasco.
Tiro y Sidón eran pues dos ciudades no judías (para no usar términos despectivos como pagano, gentil, infiel o idólatra). Tenían otra cultura, otra manera de entender el mundo y otra confesión religiosa, distinta al Dios en el que creía Jesús. Marcos ubica el relato evangélico que hoy leemos, después de la curación de la hija de la mujer sirofenicia de habla griega (Mc 7,24-30). En dicho relato Jesús, como cualquier judío fanático, rechazó y trató con dureza a la mujer, pero después cambió su actitud.
No estamos seguros si el relato de hoy sea histórico o si se trata de una elaboración del evangelista. No sabemos qué plan tenía Jesús con su visita a estas ciudades. De todas maneras cabe resaltar que Marcos no lo presenta haciendo proselitismo religioso.
Según los evangelistas, cuando Jesús estaba en su tierra, una vez iniciado su ministerio, no dejaba escapar una oportunidad para predicar. No pocas veces se le vio enojado y desafiando a las autoridades y hasta al mismo pueblo, por las irregularidades del sistema socio religioso. Muchas veces anunció emocionado la inminente venida del Reino, como un proyecto integral e integrador, que requería posponerlo todo para hacerlo realidad con la gracia de Dios. Pero en tierra extranjera no se le vio catequizar, ni tratar de convertir a la gente a su fe. Nunca trató la fe de los habitantes de Tiro y Sidón, como falsas doctrinas o religiones equivocadas. Jamás dijo que fueran personas idólatras ni que sus dioses fueran falsos.
Contrario a Jesús, durante mucho tiempo en las Iglesias cristianas se dijo que otras creencias eran falsas y que el único Dios vivo y verdadero era el nuestro. Hasta hace unos años decían que fuera de la Iglesia no había salvación. Con esta ideología, al lado de la colonización y de la esclavitud, y como elemento justificador, vino la cristianización de muchos pueblos.[2] Hoy debemos volver al “amor primero” y seguir el hermoso testimonio de Jesús.
“… Allí le presentaron un sordo tartamudo y le pidieron que le impusiera las manos”. No sabemos si estas personas eran judías o no judías, creyentes o no creyentes, cumplidoras o relajadas, pobres o ricas... Él no preguntó si tenían cómo pagarle, si creían en Dios o si estaban dispuestas a cambiar de religión. Como dice la segunda lectura, no hizo acepción de personas. Tampoco fue indiferente ante el dolor humano. Les ayudó en lo que realmente necesitaban. Anunció la Buena Noticia del Reino de Dios pero no con palabras sino con obras de amor misericordioso.
La persona enferma estaba sorda y tartamuda. Es decir que tenía problemas de comunicación. El relato está cargado de simbolismo. Cada gesto de Jesús vale la pena analizarlo con lupa.
Primer paso: Jesús llevó aparte al sordo tartamudo; lo separó del gentío, tal vez de algún ambiente hostil en el que se encontraba. Mucha gente vive en ambientes hostiles donde recibe estímulos negativos: maltratos de palabra y de obra, desatención, marginalidad, etc. Estos ambientes les impiden vivir plenamente. Jesús quiso aplicarle un tratamiento especial, dedicarse por entero a él y consagrar en él su atención. De esta forma surgió una atmósfera en la que el sordo tartamudo pudo ser sanado.
Luego metió sus dedos en los oídos. Este es un gesto de ternura. Con mucha frecuencia no queremos oír porque las palabras que escuchamos nos molestan (críticas, rechazos, gritos) y entonces cerramos los oídos como un mecanismo de defensa, porque queremos conservar nuestra tranquilidad. Es posible que oigamos pero no escuchamos: “a palabras necias, oídos sordos”, dice el adagio. Meter los dedos en los oídos significa querer entrar en comunión con él: “Los dedos quieren mostrarnos que en las palabras de los otros, hemos de descubrir su anhelo: su anhelo de amor y su anhelo de Dios. Incluso en las palabras que suenan hostilmente se encierra también este anhelo de entrar en contacto con nosotros” (Anselm Grüm).
Después le toca la lengua con saliva. Este es un gesto de amor, de intimidad y de preocupación por el otro. Como la madre que limpia con saliva la suciedad que hay en su pequeño y, después de algún golpe, le soba los moretones con saliva para que rebaje la hinchazón. La saliva es también imagen del seno materno en el cual el niño se alimenta y puede desarrollar con más facilidad la facultad de hablar. Aquí Jesús crea un ambiente de amor, de ternura y de confianza, para que el tartamudo pueda hablar, sin el temor a que alguien se burle de él y sin el miedo a que alguien lo regañe porque habló lo que no debía y donde no debía.
De esta manera le abrió el espacio para que se manifestara tal como era, pues “cuando uno habla no puede ocultarse. Hablando delato siempre lo que me pasa. La voz expresa siempre cómo nos hallamos en lo más íntimo. Un cantor no puede cantar cuando tiene problemas en su alma. En nuestras palabras el interlocutor experimenta nuestra inseguridad. Al hablar siempre me expreso a mí mismo”. (A. Grün).
Seguidamente Jesús elevó los ojos al cielo. Es decir, entró en comunicación con el Padre Dios, fuente de vida, que se comunica con el ser humano para salvarlo. Quiso abrir el cielo para este hombre enfermo y presentarle el amor sanador de Dios. Cuando nos comunicamos simultáneamente con Dios y con los hermanos, convertimos nuestras palabras en palabras de vida. De esta manera nuestras palabras no son simplemente portadoras de información, sino que están fundamentadas en la misma Palabra de Dios y comunican su amor y su salvación.
Luego suspiró. Es decir, le abrió el corazón y le dio entrada en su propio interior. Así, el enfermo dejó de ser un extraño a quien se le podría prestar una ayuda y pasó a ser parte de su misma vida. Pudo sentir con él, identificarse con su dolor y comprender por qué no quería comunicarse.
Si Jesús le hubiera reclamado fríamente el hecho de no querer comunicarse, hubiera sido otro motivo para que el sordo tartamudo se encerrara más en su mundo. Lo hubiera considerado un agresor más de los tantos que lo criticaban y se burlaban de él. Afortunadamente hizo las cosas bien, como dice al final del texto. Después de todo ese proceso sí podía hacerle una invitación contundente, definitiva y necesaria: ÁBRETE – (EFFATHÁ). Claro que ese hombre también tenía que poner de su parte. Claro que debía hacer el esfuerzo de lanzarse al agua para aprender a nadar, así tuviera que correr el riesgo de ahogarse o por lo menos de tomar un poco de agua.
En ese momento podía oír porque en las palabras de los demás no sentía odio y hostilidad, rechazo o reprensión, sino amor y amistad. También podía hablar porque no había ninguna cadena de temor que sujetara su lengua. No se encontraba ya bajo la exigencia de tener que hablar perfectamente, bajo la presión de delatarse a sí mismo o de imponerse al otro. Había surgido una atmósfera de confianza y amor. Entonces fue cuando pudo soltar la lengua y ser capaz de hablar correctamente en sus palabras y expresarse así mismo. Fue entonces cuando dejó que otros se acercaran a él y entraran en comunión con su persona.
Necesitamos hacer vida estos procesos a nivel personal, familiar y comunitario. Tener momentos a solas con Jesús para que él nos toque los oídos con sus dedos, escuchemos su voz en el acontecer diario y en su Palabra siempre viva y dinámica. Permitamos que toque nuestra lengua, que nos abra todo su cielo, nos guarde en su propio corazón y que su Espíritu inunde todo nuestro ser. De esta manera nos abriremos a los demás, nos comunicaremos con libertad de espíritu y crearemos entre nosotros comunidades de comunión y participación.
Necesitamos crear el ambiente propicio para que las personas hablen sin el temor de ser juzgadas ni clasificadas. Un ambiente en el que las lenguas se suelten y las personas encuentren su valor para expresarse. Necesitamos hablar de tal manera que no nos ocultemos detrás de las palabras, sino que nos expresemos a nosotros mismos. Hablar de tal manera que por medio de nuestras palabras abramos un cielo para los demás y que Dios hable por medio nuestro. Que por medio de nuestros oídos, escuchemos a los demás de tal modo que ahí descubramos las palabras, las necesidades y los anhelos de Dios. Necesitamos experimentar seguridad y amplitud, descubrir nuevos horizontes de comunicación y mostrar nuevas posibilidades para la vida de las personas.
“Desde el más casero espacio
de que dispongamos, hasta las crecientes grandes manifestaciones, ejerzamos ese
supremo don humano de la comunicación, en la verdad, en la comprensión, en la
solidaridad. Comunicarnos para conocernos. Comunicarnos para acogernos.
Comunicarnos para salvarnos juntos.” (Pedro
Casaldáliga).
___________________
[1]
Actualmente estas ciudades están en territorio libanés. En el siglo VII d.C.
cayeron bajo dominio sarraceno (de religión musulmana). En el siglo XII fueron
conquistadas por los cruzados que las conservaron hasta 1291, cuando volvieron
al dominio musulmán. Tiro integra desde 1984 la lista de Patrimonio de la
Humanidad con una población (según el censo de 2003), de 117.100 habitantes.
Sidón, es actualmente más conocida como Sayda o Saida, cerca de Beirut. Es un
centro exportador de aceite de oliva, naranjas y limones, y también de cultivo
de seda, tabaco e higos. Con una población (censo 2003), de 149.000 habitantes.
Las dos ciudades sufrieron graves daños durante la ocupación de Israel en el
Líbano en 1982, pero se recuperaron con el esfuerzo de todos los ciudadanos,
quienes las convirtieron en ciudades pujantes, levantadas en medio de los
conflictos sociales. Hace unos días las bombas del genocida ejército de Israel
las dejó reducidas a escombros. Como ahora los judíos son ricos y tienen el
apoyo de otros ejércitos ricos y más genocidas, como los de Estados Unidos e
Inglaterra, entonces no les importa destruir pueblos enteros para “rescatar tres
tristes tigres”.
[2] “Antes ellos tenían la fe y nosotros teníamos nuestras tierras. Ahora
nosotros tenemos su fe y ellos se quedaron con nuestras tierras”. (Un africano
comentaba con lamento el proceso de “evangelización” en su pueblo).
27. JOSÉ ANTONIO PAGOLA - SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).
CONTRA LA SORDERA
ECLESALIA, 06/09/06.- La escena es conocida. Le presentan a Jesús un sordo que,
a consecuencia de su sordera, apenas puede hablar. Su vida es una desgracia.
Sólo se oye a sí mismo. No puede escuchar a sus familiares y vecinos. No puede
conversar con sus amigos. Tampoco puede escuchar las parábolas de Jesús ni
entender su mensaje. Vive encerrado en su propia soledad.
Jesús lo toma consigo y se concentra en esa enfermedad que le impide vivir de
manera sana. Introduce los dedos en sus oídos y trata de vencer esa resistencia
que no le deja escuchar a nadie. Con su saliva humedece aquella lengua
paralizada para dar fluidez a su palabra. No es fácil. El sordomudo no colabora
y Jesús hace un último esfuerzo. Respira profundamente, lanza un fuerte suspiro
mirando al cielo en busca de la fuerza de Dios y, luego, grita al enfermo:
«¡Ábrete!».
Aquel hombre sale de su aislamiento y, por vez primera, descubre lo que es vivir
escuchando a los demás y conversando abiertamente con todos. La gente queda
admirada. Jesús lo hace todo bien, como el Creador: «hace oír a los sordos y
hablar a los mudos».
No es casual que los evangelios narren tantas curaciones de ciegos y sordos.
Estos relatos son una invitación a dejarse trabajar por Jesús para abrir bien
los ojos y los oídos a su persona y su palabra. Unos discípulos «sordos» a su
mensaje, serán como «tartamudos» al anunciar el evangelio.
Vivir dentro de la Iglesia con mentalidad «abierta» o «cerrada» puede ser una
cuestión de actitud mental o de posición práctica, fruto casi siempre de la
propia estructura sicológica o de la formación recibida. Pero cuando se trata de
«abrirse» o «cerrarse» al evangelio, el asunto es de vida o muerte.
Si vivimos sordos al mensaje de Jesús, si no entendemos su proyecto, ni captamos
su amor a los que sufren, nos encerraremos en nuestros problemas y no
escucharemos los de la gente. Pero, entonces, no sabremos anunciar ninguna
noticia buena. Deformaremos el mensaje de Jesús. A muchos se les hará difícil
entender nuestro «evangelio». Es urgente que todos escuchemos a Jesús: «Ábrete».
(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos,
indicando su procedencia).
10 de septiembre de 2006
23 Tiempo ordinario (B)
Marcos 7, 31 - 37