27 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XXI
10-18

 

10.

Frase evangélica: «Nosotros creemos»

Tema de predicación: LAS CRISIS DE FE

1. Jesús conoció en algunos momentos de su vida crisis, murmuraciones, incredulidades. No todos sus discípulos fueron fieles: hubo un traidor; y en repetidas ocasiones padeció incomprensión familiar y oposición por parte de las autoridades. Incluso toda su vida terminó en un aparente fracaso. Nosotros también nos vemos tentados por el desaliento, el escepticismo y la incredulidad. Entonces desistimos, nos alejamos, nos «desapuntamos»...

2. Los que abandonan a Jesús critican la dureza o necedad de su mensaje, que consideran una tontería o una locura. En el fondo, si el Mesías no es rey poderoso y milagroso, no interesa. Muchos de sus discípulos esperaban de la religión nacionalista un triunfo terreno, una victoria por las armas, una expulsión de los usurpadores... Representan a la carne sin espíritu. Son los que confían en la conquista, el dominio, el confort, el lujo... Quieren un mesías dominador, una Iglesia fuerte y triunfante y un mundo construido con el poder del dinero y de la fuerza militar.

3. En cambio, los que escogen la emancipación y la libertad para expresar el acto de fe pascual en Jesús son nacidos del Espíritu, capaces de rehacer una nueva humanidad. Confían en la entrega personal. A éstos -representados por Pedro cuando afirma tajantemente: «Nosotros creemos»-, el Padre les «concede» sabiduría, talante cristiano y capacidad de optar firmemente por la conversión.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Cómo superamos los momentos de crisis?

¿Somos capaces de expresar públicamente la fe?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITÚRGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 223 s.


 

11.

"Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?" El capítulo sexto de Juan termina narrándonos la crisis final del ministerio de Jesús en Galilea y el paso a una dedicación más plena al grupo de los doce fieles. Las exigencias propuestas por Jesús provocan una fuerte resistencia en los oyentes, que las consideran excesivas. No sólo porque el lenguaje de Jesús fuera difícil de entender, sino principalmente porque pedía a los suyos un corazón desprendido de todo y entregado al bien de la humanidad y a la pobreza en cada momento de la vida. Este era, en realidad, el lenguaje difícil y duro. Tan difícil como el del sermón de la montaña (Mt 5-7), tan duro como el silencioso y potente lenguaje de la cruz. Ante esta radicalidad, los oyentes prefieren -preferimos- defendernos de él. ¿No será esto una exageración?... Nosotros actuamos de la misma manera. Entendemos perfectamente las exigencias de Jesús, pero preferimos evadirnos de ellas. La piedra de tropiezo es que Jesús de Nazaret, cuya familia conocen, se presente como el modelo a seguir para alcanzar la verdadera vida, y que esta vida les pida un desprendimiento total, hasta la muerte. Preferían, como la mayoría de nosotros ahora, los grandes folclores y las ceremonias suntuosas. Son pocos, entonces y ahora, los que están dispuestos a aceptar esta exigencia de seguimiento.

El discurso de Cafarnaún, en sus dos partes, ha tratado de las condiciones necesarias para pertenecer a la comunidad mesiánica de Jesús: seguirle en la entrega al bien de los hombres hasta la muerte. Una comunidad que en ningún momento buscará la gloria y el poder humanos, una comunidad que renunciará a toda ambición. Es natural que ante estas exigencias queden pocos. Son más honrados que muchos cristianos y religiosos actuales: se van. Ahora preferimos quedarnos y fabricarnos un cristianismo a nuestra medida.

En esta reacción de los oyentes de Jesús nos deberíamos ver reflejados nosotros. ¿No es verdad que arrastramos mucha pereza y muy pocas ganas de esforzarnos por vivir de acuerdo con nuestra fe? Son muchas las cosas que hacemos mal cada día, y muchas más las que no hacemos y que deberíamos hacer, las que omitimos porque siempre la pereza y las pocas ganas han sido más difíciles de arreglar que los errores y los tropiezos. Somos muy conscientes de que vivimos de una forma que la mayoría de las veces no tiene ninguna posibilidad de animar a creer que llevamos dentro la fe de Jesús. Pensamos que ya estamos bien como estamos, que no conviene exagerar, que como ni matamos ni robamos -quizá sea mucho decir- y vamos a misa los domingos, ya hemos cumplido y que no nos compliquen más.

Sería ideal que nos diéramos cuenta que somos débiles y de horizontes cortos, que nuestra fe nos exige mucho más, e intentar trabajar en serio en nuestra vida para avanzar en el camino de fidelidad a Jesucristo. Jesús, aunque es consciente de la crisis que provoca con ello, no disminuye la dureza de sus exigencias. No tolera las rebajas. Sabe que si nos pide todo, le podremos dar mucho; y que si nos pide poco, no le daremos nada. ¿No lo atestigua nuestra devaluada pastoral de sacramentos?

Jesús nunca hace rebajas

"¿Esto os hace vacilar?" Jesús se da cuenta de la crisis y afronta decidido la situación. Rechazan su enseñanza porque consideran a la muerte como un final y un fracaso. No son conscientes de la calidad de vida que él les propone, que compensa seguirle. Lo esperan todo de un triunfo terreno. Jesús quiere convencerles que la muerte no significa ningún final, que no interrumpe la vida. Es precisamente la entrega de la vida actual hasta la muerte la que logra la vida en plenitud y para siempre. Su muerte será su gloria, por ser la expresión máxima del amor (Jn 15,13). "¿Y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes?" Aumentaría el escándalo. De un escándalo menor se iría a otro mayor. Esta parece ser la conclusión que se deduce de las palabras de Jesús.

Juan escribe con ambigüedad intencionada. Habla del "Hijo del hombre", que volverá a "subir a donde estaba antes", porque Jesús no es un hombre cualquiera: es el Hijo del hombre, el hombre en plenitud, que comunica la vida por medio de su carne y de su sangre. El que a la luz de la fe comprenda esto no se escandalizará, sino que aceptará plenamente la palabra de Jesús, aunque no acabe de entender, como deja entrever Pedro en su respuesta un poco más adelante. Sabe que siempre tiene razón y que lo irá descubriendo en el camino del seguimiento. El escándalo se produce cuando no se reconoce quién es Jesús. Los que lo reconocen como el Hijo del hombre, como el modelo humano, van sabiendo por experiencia personal que es verdad lo que dice, que su modo de plantear la vida es el acertado. De lo único que no podemos tener experiencia es de la resurrección. "El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada". Nadie puede llegar a Jesús más que a través del espíritu. Solamente quien quiera situarse más allá de la "carne" -es decir, más allá del modo mundano de ver las cosas- y acepte la guía del espíritu será capaz de creer en Jesús y colocarse en la órbita de la vida.

El espíritu es vida y la comunica. La "carne" sola es débil, no puede superar la muerte. La "carne" sin espíritu también indica una pertenencia a la comunidad y una participación a la eucaristía puramente exteriores. Es el drama de tantos cristianos que se han quedado en las palabras y en el "siempre fue así", sin descubrir que el seguimiento de Jesús es otra cosa. "Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida". Jesús les quiere hacer ver que todo su doble discurso, en el que abundan las repeticiones, es una llamada a la superación de todo lo que hay de mortal y de precario en la existencia humana; es un discurso de vida, de resurrección. Sus palabras son espíritu y vida, que se comunican a aquellos que saben escuchar. ¿Escuchamos? ¿No son nuestras conversaciones y nuestros planes una huida de lo que la palabra revela? En toda verdad, libertad, amor..., hay espíritu. Al poseer el "Hijo del hombre" todas esas virtudes en plenitud, poseerá también en plenitud el Espíritu: el Hijo y el Espíritu serán una unidad. "Y con todo, algunos de vosotros no creen". Jesús no se hace ilusiones acerca de su comunidad. Sabe que existen resistencias y seguimientos puramente exteriores e interesados. Veía ya que Judas Iscariote, por preferir los valores del mundo, no asimilaba su mensaje. No solamente no cree el que rechaza sus palabras, sino también el que únicamente las acepta "carnalmente", sin llegar a captarlas como camino de vida. "Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede". Es la cuarta vez que Jesús enuncia este principio, aunque de forma diferente, lo que nos indica la gran importancia que da a la actividad del Padre.

El Padre es el que nos invita a la plenitud de la vida, que se encuentra en Jesús. A esta invitación hemos de responder usando nuestra libertad. Podemos aceptar la invitación y vivir para los demás, o rechazarla encerrándonos en nuestro propio egoísmo. El término es el encuentro con Jesús que concede el Padre al que aceptó su invitación de amor. En ese encuentro se comunica el Espíritu.

El que se cierre al Espíritu, quedándose en la esfera de lo mundano, rechaza el don del Padre y no llegará nunca hasta Jesús. Es el caso de los discípulos que desertan y de los cristianos que pretenden compaginar a Jesús con los bienes materiales. Ambos grupos aceptarían fácilmente la concepción triunfal del mesías-rey, como pretendían sus oyentes.

El don del Padre nos hace vivir en comunión con el cuerpo y la sangre entregados de Jesús, entregados a los hombres, nuestros hermanos. El don del Padre no es un toque semimágico; es una íntima e iluminada comunión con la palabra de Jesús, es cierta experiencia interior en medio de la oscuridad... Esto necesita horas de plegaria, de reflexión, de silencio, de lucha por la justicia y la libertad, de mirada a la vida cotidiana y al evangelio. Esta es la obra del Padre en nosotros. Tan humana que no nos libera de la reflexión y del esfuerzo, y tan divina que hace posible dar un paso tan absurdo aparentemente, pero que es en realidad el más noble y gozosamente humano.

Se van la mayoría

"Desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él". A pesar de su explicación, la mayor parte de sus discípulos lo abandonan definitivamente. El programa, que exige renunciar a toda ambición personal y asumir la responsabilidad propia del hombre libre en el amor sin límites, provoca el rechazo de la mayoría. Una mayoría que le admiraba y le veneraba, y que ahora se niega a seguir con él por encontrar desorbitada su exigencia. Buscaban en Jesús otra cosa. El escándalo de los que se van es muy sensato: realmente es difícil de entender que un hombre se presente como aquel que es la vida y que pretenda que esta vida se encuentra viviendo en total comunión con él. Parece que estas palabras están reflejando problemas existentes en la comunidad de Juan. Y crearían una crisis definitiva en los cristianos si fuéramos capaces de tomárnoslas en serio. Quizá no nos escandalizamos porque marginamos las exigencias de Jesús.

La crisis llega hasta el mismo círculo de sus íntimos. Con ello indican que estaban con él, pero no eran de los suyos, porque juzgaban los acontecimientos desde sus propias conveniencias.

El escándalo de Cafarnaún es, en definitiva, el escándalo de la cruz. El camino de Dios nunca es el camino de los hombres. Dios no ofrece garantías de éxito humano ni promete puestos de influencia. Por eso no es extraño que aquella gente pensara que por aquel camino no llegarían a ninguna parte, que todo aquello era muy poco de fiar. ¡Y en la cruz quedó mucho más claro que todo aquello era muy poco de fiar...! Preferimos que una imagen de la Virgen llore, o se aparezca, o haga señales extraordinarias... para mover excursiones y negocios y no comprometernos a nada personal. ¿Quién de nosotros no ha experimentado a lo largo de su vida momentos de desesperación, de miedo, de angustia? ¿Quién no ha tenido la tentación de dejarlo todo ante las dificultades de la vida y las exigencias de la fe? Solamente la fe en Jesús nos capacita para esperar contra toda esperanza.

"Tú tienes palabras de vida eterna"

"¿También vosotros queréis marcharos?" Ante las defecciones, Jesús se dirige a los Doce y les pregunta cuál es su opción; no acepta componendas. Quiere saber si aún queda alguien con ganas de emprender el camino que él ha venido a trazar. Les pide que manifiesten claramente su postura: si quieren abandonarlo o si aceptan seguir su camino tal como lo ha dado a conocer. Los exhorta a optar libre y radicalmente. Está dispuesto a quedarse sin discípulos antes que renunciar a su línea. No acepta un seguimiento a medias. Para él no existe salvación-liberación para la humanidad, no hay posibilidad de lograr la plenitud humana fuera del programa que les ha expuesto: el de la propia entrega por amor. Todos los demás caminos, por brillantes que parezcan, dejan al hombre en la mediocridad y terminan en el fracaso, terminan en la muerte. Lo que el hombre cree que es vida acaba en la muerte; su camino, que parece de muerte, es el único que lleva a la vida para siempre. "Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos. Y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios". Es la respuesta de Pedro a la pregunta de Jesús. Lo hace en plural, en nombre de todos. Los Doce comprenden que fuera de Jesús no hay esperanza, que sin él van al fracaso.

Es la reacción positiva al programa de Jesús, descrita de modo magistral. No es una respuesta triunfal y segura de sí misma; en ella existe la duda, la conciencia de la propia debilidad y, a la vez, la opción a favor de Jesús. ¿Cómo no dudar, si de verdad es más feliz el que da que el que posee o recibe? ¿No será un gran engaño ser fiel al amor y al perdón sin buscar el propio interés? ¿No será un idealismo ingenuo y ridículo esto de no estar atado a nada, de buscar la justicia, de no prestarse a corrupciones, de rechazar el escalafón?... La actitud positiva ante Jesús consiste en lanzarse en su seguimiento fiándose de su palabra, a pesar de todo, superando la dolorosa sensación de estar viviendo según unos criterios socialmente poco valorados, poco comprensibles e, incluso, ridiculizados. Pero unos criterios que, cuando se van experimentando, se descubre que están llenos de vida. La única garantía que tenemos en el seguimiento de Jesús no es visible: "Señor, ¿a quién vamos a acudir?" Palabras importantísimas de Pedro que definen lo que es ser cristiano. No es una respuesta basada en la seguridad de verlo todo claro. Es una respuesta que supone el reconocer algo muy profundo, muy interior. Como si dijera: si no siguiéramos contigo, ya no sabríamos qué hacer. El ir siguiendo a Jesús se les ha convertido en carne y sangre de su vida, en el nervio de lo que ellos son. Es verdad que eres exigente, que a menudo tienes pretensiones absurdas, que no te limitas a pedirnos mucho porque lo quieres todo, que eres difícil de contentar... A pesar de todo nos quedamos, porque sin ti nuestra vida carecería de sentido.

Pedro encuentra en Jesús aquello que no hallaba en ningún otro, y apuesta por él, aunque no lo entienda del todo, aunque no pueda asegurar su absoluta coherencia. Su fe -fe ejemplar- es oscura, intuitiva, visceral; es la fe del hombre que busca apasionadamente y cree en Jesús porque sólo él es el camino de vida para siempre, la perla y el tesoro escondido (Mt 13,44-46). El núcleo de su fe es la adhesión al hombre Jesús. Una adhesión a la que le basta saber que Jesús ha dicho algo para responder "amén" sin dudar, y ponerlo en práctica porque sabe que siempre tiene razón. ¿Es algo así Jesús en nuestra vida? Si nos faltara, ¿sabríamos qué hacer? ¿Vivimos bien sin él? ¿Montamos nuestra vida desde él o con los criterios del mundo: tener, poder, subir, dominar...? ¿Es Jesús quien mueve nuestro quehacer de cada día o son más bien los criterios del dinero, del negocio, del egoísmo, de la comodidad... los que lo mueven? "Tú tienes palabras de vida eterna". No siguen a Jesús movidos por un deber, o por miedo, o por asegurarse la recompensa, o por rutina... Lo quieren seguir porque han descubierto en él el camino de la vida para siempre. Dejarle significaría abandonar lo único que merece la pena de verdad. A través de Pedro se está expresando la experiencia de la comunidad de Juan. Toda la escena está interpretada desde la comunidad cristiana primitiva.

Si nosotros buscáramos el porqué de nuestro seguimiento de Jesús, seguramente tampoco podríamos decir gran cosa más que Pedro: por diversos caminos, cada uno de nosotros hemos intuido la vida eterna que se encontraba en Jesús, que todas las demás palabras eran pequeños o grandes pasos hacia la plenitud, valiosos de verdad, pero pasos solamente, nunca la plenitud total. Y por eso lo seguimos. "Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados" (I Cor 15,19). "Nosotros creemos". En Jesús han ido descubriendo aquella realidad misteriosa y nunca conocida por el hombre que llamamos Dios. Han creído como un hecho radicalmente importante para ellos que, de alguna manera, ha cambiado sus vidas. Es algo que sienten, que viven, algo a lo que no pueden renunciar. Sencillamente: han creído, lo que implica todo un estilo de vivir, de pensar y de hacer. Un vivir que exige la lentitud de las horas aparentemente perdidas: el sacramento central del cristianismo es un banquete, una hora "perdida" de reflexión, charla familiar y comida en la que planteamos nuestra actuación cristiana y humana.

Creer no es fácil. En ocasiones todo se nos oscurece y nos parece absurdo. Todo lo que nos rodea nos sugiere criterios, valores, modos de interpretar los acontecimientos completamente diversos del evangelio. Cuando se cree, se acepta la fe contra toda evidencia. Ante las dificultades de la fe muchos se echan atrás, sobre todo cuando la fe se va profundizando y nos plantea opciones que no estamos dispuestos a aceptar. La fe supone una elección y una decisión apoyadas en la elección que Dios ha hecho antes de nosotros. La fe nos ayuda a descubrir la verdad del mundo y del hombre, cuya profundidad es Dios mismo revelándose en comunión con todo. La fe es un poder ser hombre con la ayuda del Padre, es aceptar que Dios viene a salvar nuestra débil situación carnal. Creer, en síntesis, es aceptar el amor que Dios nos tiene. "Y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios". Es una confesión clara de fe. Afirma que Jesús posee la plenitud del Espíritu. Es una expresión mesiánica que excluye lo político y temporal que los discípulos se habían imaginado.

Pedro ha respondido en plural, expresando no sólo la decisión del grupo de los Doce, sino reflejando también la opción que toda comunidad cristiana debe hacer en favor de Jesús. Unas palabras que deberían provocar una decidida respuesta a favor de Jesús en cada uno de nosotros, palabras que deberían ser como el norte de toda nuestra vida cristiana. Jesús responde a Pedro indicándole la traición de uno de ellos. Para él no son las palabras la medida de la fidelidad, sino las obras. Para ser verdadero discípulo no es suficiente con aceptar las ideas: hay que llevarlas a la práctica. Tampoco basta el hecho de haber sido elegido por él: su elección no fuerza la libertad del individuo ni del grupo, ni el seguimiento del grupo es garantía de la adhesión personal de cada miembro. Cada uno es responsable de sí mismo.

Con esta nota pesimista termina el episodio de los panes. Se ha producido la crisis galilea y se ha resuelto con el abandono de la mayoría de seguidores. Su enseñanza de amor hasta el don total ha provocado la deserción de muchos. Y todavía no han terminado los desengaños: "Uno de los Doce le iba a entregar".

FRANCISCO BARTOLOMÉ GONZÁLEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 3
PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 51-58


 

12.

¿A QUIEN ACUDIREMOS?

Tú tienes palabras de vida eterna.

Quien se acerca a Jesús tiene, con frecuencia, la impresión de encontrarse con alguien extrañamente actual y más presente a nuestros problemas de hoy que muchos de nuestros contemporáneos.

Hay gestos y palabras de Jesús que nos impactan todavía hoy porque tocan el nervio de nuestros problemas y preocupaciones más vitales. Son gestos y palabras que se resisten al paso de los tiempos y al cambio de ideologías. Los siglos transcurridos no han amortiguado la fuerza y la vida que encierran, a poco que estemos atentos y abramos sinceramente nuestro corazón.

Sin embargo, son muchos los hombres y mujeres que no logran encontrarse con su evangelio. No han tenido nunca la suerte de escuchar con sencillez y directamente sus palabras. Su mensaje les ha llegado desfigurado por demasiadas capas de doctrinas, fórmulas, conceptualizaciones y discursos interesados. A lo largo de veinte siglos es mucho el polvo que inevitablemente se ha ido acumulando sobre su persona, su actuación y su mensaje.

Un cristianismo lleno de buenas intenciones y fervores venerables ha impedido, a veces, a muchos cristianos sencillos encontrarse con la frescura llena de vida de aquel que perdonaba a las prostitutas, abrazaba a los niños, lloraba con los amigos, contagiaba esperanza e invitaba a los hombres a vivir con la libertad y el amor de los hijos de Dios. Cuántos hombres y mujeres han tenido que escuchar las disquisiciones de moralistas bien intencionados y las exposiciones de predicadores ilustrados, sin lograr encontrarse con El. No nos ha de extrañar la interpelación de J. Onimus: «¿Por qué vas a ser tú propiedad privada de predicadores, doctores y de algunos eruditos, tú que has dicho cosas tan simples, tan directas, palabras que siguen siendo palabras de vida para todos los hombres?».

Sin duda, uno de los mayores servicios que podemos realizar en la Iglesia actual es poner la persona y el mensaje de Jesús al alcance de los hombres y mujeres de nuestros días. Ayudarles a abrirse camino hacia él. Acercarles a su mensaje. Muchos cristianos que se han ido alejando estos aÑos de la Iglesia, quizás, porque no siempre han encontrado en ella a Jesucristo, sentirían de nuevo aquello expresado un día por Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos».

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 221 s.


 

13.

1. «Escoged hoy a quién queréis servir».

En la primera lectura se narra cómo Josué, en la gran asamblea de Siquén, pone a todo el pueblo ante la elección de decidirse seria y definitivamente a servir al Señor o no. Habla de otros dioses a los que se podría también servir, pero él y su casa permanecerán fieles a Yahvé. Josué advierte al pueblo que no tome su decisión a la ligera, añadiendo también que Dios castigará a los apóstatas (de esto ya no se informa en la lectura), pero el pueblo hace caso omiso de tales advertencias: se ha decidido definitivamente por Dios, y esto tendrá consecuencias en la trágica historia de Israel, porque Dios castigará todas las infidelidades del pueblo y El permanecerá siempre fiel a su alianza con Israel. «Los dones y la llamada de Dios son irrevocables» (Rm 11,29). El sí que Israel pronuncia en este momento solemne determina su destino, hasta en los momentos más trágicos de su «ceguera», de su «dureza de corazón», de su diáspora.

2. «¿También vosotros queréis marcharos?».

La decisión ante la que Jesús pone a sus oyentes en el evangelio -incluidos sus discípulos-, a propósito de la promesa de la Eucaristía, es aún más inexorable. Jesús no solamente no retira nada de lo dicho, por lo que a los oyentes les parece «inaceptable» que se les someta a tan dura prueba, sino que confiere aún más peso específico a su declaración cuando se dirige a sus discípulos mediante la predicción de su ascensión al Padre y reivindica para todas sus palabras la cualidad de ser «espíritu y vida», con lo que entre los propios discípulos se establece una línea divisoria que él ya conoce de antemano; aquí se ha decidido ya quién le seguirá en la fe y quién le traicionará. No es posible la neutralidad. En el texto se dice que entonces «muchos discípulos suyos se echaron atrás». Judas no es el único que no cree. Para Jesús no tiene importancia el número, y por eso sitúa especialmente a los doce ante la elección: «¿También vosotros queréis marcharos?». Pedro, en representación de los pocos discípulos que permanecen fieles, pronuncia la palabra del creyente, declarando que Jesús es el «Santo consagrado por Dios». La fe le ha llevado al conocimiento, y el conocimiento ha hecho posible una fe ciega, que es la que se exige en esta decisión.

3. «Como Cristo amó a su Iglesia».

El gran pasaje (segunda lectura) de la carta a los Efesios sobre la unión del hombre y la mujer como imagen de Cristo y su Iglesia, tiene importancia en este contexto en la medida en que en la Eucaristía prometida la entrega de Jesús a su Iglesia, por la cual ésta se convierte en «Esposa sin mancha», es una entrega irrevocable (y en esto el modelo de la entrega conyugal del hombre). Y se comprende que esta entrega eucarística haya podido, más allá de la inconstancia de la Sinagoga, hacer de la Iglesia la «Immaculata», pero también que de la Iglesia como mujer se exija «respeto a Cristo» y «sumisión». Porque con la Eucaristía la Iglesia se convierte en el verdadero «cuerpo de Cristo», y los creyentes en los miembros de su cuerpo. Tal es el cumplimiento final de la promesa del Dios que elige, de aquella promesa que se selló en Siquén y se consuma en la Eucaristía del Hijo.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 187 ss.


 

14.

«PALABRAS DE AMOR, PALABRAS...» 

-¿A dónde iremos, Señor, si Tú tienes palabras de vida eterna?». Lo dijo Pedro de todo corazón. Yo no sé si le salió «de su carne y de su sangre» o «se lo reveló el Padre que está en los cielos». Sólo es que me entusiasma su frase. Y quisiera emplearla como leitmotiv de mi vida y como explicación de mi vocación cristiana.

Uno ha recorrido ya muchas etapas. Y, repasando los vaivenes de su vida, uno se da cuenta de que ha caminado siempre envuelto en palabras, penetrado por las palabras, orientado-desorientado por las palabras, azuzado, escandalizado, acariciado, abrumado, halagado, engañado, confortado, desanimado, impresionado, amado por las palabras. Y uno, a su vez, ha lanzado a los cuatro vientos, como bandadas de palomas, miles de palabras, «¿palabras de amor, palabras...?» Mucho me temo que simplemente palabras, palabras, palabras.

Podríamos dibujar una estrella con muchas puntas, dentro de la cual estaría cada uno de nosotros. En cada punta pondríamos, por grupos, el tipo de palabras, según la influencia que han ejercido en nosotros. Pero, para no alargar la relación, consignemos los cuatro puntos cardinales desde los que nos han influido las palabras.

NORTE-LUZ.-¿Cómo no reconocer las palabras orientadoras de mis padres en mi infancia y siempre, las palabras educadoras de mis profesores, las palabras del saber y de la belleza de mis libros que ahí están en mi biblioteca ansiosos de venir a mis manos? Sí, he de reconocer que he recibido muchas palabras de luz, de orientación, de formación de criterios para mi vida.

SUR-OSCURIDAD.-Pero no es menos cierto que han llegado palabras desorientadoras que me oscurecían el camino. ¡Cuánta palabra hipócrita y mentirosa! ¡Cuánta propaganda de lo efímero, de lo «no» necesario como si fuera necesario! Vivimos en el mundo de la información. Y, sin embargo, reinan la des-información, la deformación, la malformaci6n, la antiformación. Cualquier hombre medianamente inquieto aspira a tener ideas claras y criterios sólidos como base de actuación. Pues, he ahí el drama. Desde mil tribunas se nos confunde, dictándonos posturas contrarias y contradictorias sobre un mismo tema. Y no me refiero a lo opinable y accidental. Me refiero a cosas sustanciales y básicas. El subjetivismo más conformista nos envuelve como una bufanda.

ESTE-AMOR.-He recibido, lo confieso con gratitud, muchas palabras de afecto, de ternura, de comprensión, de aliento, de solidaridad, de prudente alabanza. He recibido igualmente palabras que han conformado mi sensibilidad, la noble reacción de mis sentimientos. Me glorío de impresionarme y admirarme, de saber reír y saber llorar, de emocionarme y quedarme «cortado». Me gusta tener «un corazón grande para amar».

OESTE-DES-AMOR.-Pero me han llegado también palabras, como vientos fríos, que querían endurecer mi alma. Palabras de cinismo y de burla, palabras de crítica despiadada, palabras incitadoras al odio, a la apatía, al endurecimiento personal: «Allá cada cual con su problema. Tú, a lo tuyo». El mundo de la competitividad en que vivimos fabrica hombres duros, ejecutivos eficaces, que vayan por la vida como máquinas, dejando a un lado los sentimientos.

Luz y sombra, amor y desamor. He ahí las cuatro esquinas que han encuadrado mi vida. Pero resulta que yo también, como Pedro, me encuentro con Alguien que me dice: «Mis palabras son espíritu y vida». Alguien que viene a mí como Palabra de Dios, que toma labios humanos para pronunciar palabras trascendentes pero con sonidos humanos. Alguien que, después de ser «palabra encarnada», termina siendo «pan que da la vida eterna».

¿Qué haré, entonces, yo, caminante perdido entre los cuatro puntos cardinales de las palabras de mi vida? ¿No será, entonces, el momento definitivo para entregarme a El y decirle: «¿A dónde iré, Señor, si Tú tienes palabras de vida eterna?».

ELVIRA-1.Págs. 174 s.


 

15.

1. Palabras de espíritu y vida

Durante varios domingos hemos seguido y meditado el gran discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, un discurso fundamental y decisivo. Y hoy llegamos al final, no tanto del discurso, cuanto del proceso de fe que fue engendrando. A primera vista, toda la argumentación de Jesús acabó en el más total fracaso, si exceptuamos a los once apóstoles que le permanecieron fieles, ya que Judas, tiempo después, traicionará a su Maestro.

Es una página que nos deja pensativos porque nos hace descubrir varias cosas: Por un lado, la actitud de Jesús de presentar su mensaje con toda crudeza, sin regateo alguno y sin buscar al prosélito sólo por hacer número. Habló con claridad, todos entendieron lo que quiso decir, hicieron sus preguntas y sacaron sus conclusiones. Jesús, previendo el abandono total, mantiene su fidelidad a la palabra del Padre, aun a riesgo de quedar completamente solo.

Por otro lado, la dificultad que de por sí parece engendrar el mensaje cristiano para ser aceptado por el hombre. Si Juan concluyó así su capítulo sexto, ¿cómo lo hubiera concluido de haberlo escrito hoy? El hecho tan universal del descreimiento, no solamente fuera de la Iglesia, sino dentro mismo de esto que llamamos comunidad cristiana, nos mueve a pensar que el rechazo parcial o total del mensaje de Cristo tiene cierto fundamento; o dicho de otro modo: que hay en el hombre cierta predisposición a la incredulidad religiosa.

Si miramos con cierto detalle e intuición este Evangelio de Juan, que presenta en una actitud tan «racionalista» a los judíos que escuchaban a Jesús, podríamos descubrir algún elemento del porqué de este rechazo al planteo cristiano. Jesús, un hombre conocido en su pueblo, de quien se sabía quiénes eran sus padres y cuál su humilde profesión, declara que Dios está interviniendo de forma especial en el curso de la historia humana y que lo ha elegido a él como su mensajero.

Poco importa que esto lo haya dicho así el mismo Jesús, o posteriormente así lo hayan interpretado los apóstoles después de la resurrección. En cualquiera de los casos, el evangelista constata que la gente declara que «es inaceptable este lenguaje», es decir: es muy difícil tragar esas palabras, ya que nuestra inteligencia y sentido común se resisten a semejantes doctrinas. Para judíos y paganos, el mensaje cristiano estaba saturado de elementos absurdos a la razón, particularmente la presencia de un Dios clavado en la cruz. Es cierto que judíos y paganos creían en la existencia de un Dios supremo, pero ¿por qué, entonces, rechazaban a Cristo?

Porque Jesús presentaba a un Dios que no se encuadraba en los esquemas tradicionales de las religiones. El hombre veía con cierta normalidad que Dios fuese un Señor con todo poder y gloria, pero habitando en las esferas superiores o celestes del mundo, más allá de esto tan humano y sin comunicación ni mayor interés por el hombre en sí. Podría ayudarnos si los hombres se lo pidieran, pero no porque valorara al hombre por ser hombre. Lo esencial de Dios era que estaba por encima de todo lo humano.

Con el cristianismo las cosas cambiaron mucho: no solamente se postula la existencia y presencia de Dios, sino que se declara que lo divino se ha hecho carne en esto humano de todos los días. El cristianismo no se olvida del hombre para preocuparse de Dios, sino que aprende a descubrir a Dios preocupándose de los hombres. En el cristianismo es Dios mismo el que nos urge a interrogarnos como hombres; un Dios que nos exige ser hombres, totalmente hombres... A tal punto esto es cierto, que bien se podría preguntar si el cristianismo es una religión -al modo de las otras religiones- y si no había cierta razón cuando los paganos acusaban a los cristianos de "ateos", ya que ciertamente negaban a ese Dios tal como era concebido.

Es así como el centro de la fe cristiana no es la existencia de un Ser Supremo, sino la presencia de lo divino en el hombre llamado Jesús. Esto era lo que escandalizaba a judíos y paganos por igual. Pero ya hemos observado cómo, detrás de este rechazo, está el instintivo rechazo del hombre a un Dios que se entromete en su vida. Es como si el hombre dijera: "Si existe Dios, ¡paciencia!, pero que no se meta en nuestros asuntos". Este es el modo de pensar de muchos cristianos que dicen creer en un Ser Supremo lo suficientemente vaporoso y etéreo como para que no moleste a nadie. La aceptación del planteo cristiano no es solamente una especulación teórica o un tema interesante de discusión: es un planteo que obliga a replantearse la existencia de una forma o de otra. Rechazando el hombre a Jesús como enviado del Padre, queda como encerrado en sí mismo sin posibilidad alguna de ir más allá. Aceptando a Jesús, nos vemos obligados a aceptar su manera de encarar la existencia humana, y entonces la realidad de la vida cristiana se hace aún más dura que el lenguaje del Evangelio de Juan... Observemos que la gente que abandona a Jesús en Cafarnaúm era la misma que, no sólo había sido alimentada por él junto al lago, sino que incluso lo había querido proclamar rey.

Este detalle es muy sugestivo: se aceptaba a Jesús en la medida en que Jesús se adaptara al modo mundano de ver la vida y, por lo tanto, de ver a Dios. No era a Jesús «hijo del carpintero» a quien los judíos rechazaban o aceptaban, sino a ese Jesús que da a la vida cierto significado especial. Un Jesús que no solamente rechaza el poder y el trono, sino que habla de dar su vida por la salud de los hombres; y todos sabemos que eso sólo podía terminar en la cruz. De ahí que también el discípulo de Jesús tuviese que cargar con su cruz por el bien de la comunidad humana.

Entonces, o se acepta a este Jesús totalmente, o se lo rechaza totalmente. Fue lo que le pasó a Judas. Mientras la gente abandona a Jesús, el evangelista Juan apunta el dato de que también estaba Judas en una profunda crisis, porque iba descubriendo con toda claridad que Jesús no respondía a sus planes políticos. La oportunidad de llegar al poder, utilizando a Jesús, se esfumaba día a día. Y en el mismo texto de hoy podemos encontrar otra explicación a nuestra incredulidad. Jesús dice: «El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida.» La frase de Jesús es, a primera vista, completamente ininteligible para nosotros; y, más que aclarar, parece oscurecer el problema. Pero si Jesús dio esta explicación sobre el abandono de que era víctima, un significado especial tenía que tener.

El significado podría ser éste: las palabras del Evangelio -y las de este discurso en particular- pueden ser escuchadas con intenciones distintas. Hay una intención de la «carne» y hay una intención del «espíritu».

(Observamos cómo en este texto la palabra bíblica "carne" tiene un sentido distinto del que hemos visto el domingo pasado. Ahora en este texto carne se opone a espíritu, y significa, en consecuencia, un modo burdo de ver la realidad.) Es una intención carnal la que sólo está preocupada por mantener las cosas en su lugar, por evitar todo cambio o conversión, por conservar las apariencias, por seguir en la frivolidad de la vida. Cuando escuchamos el Evangelio con esta intención, entonces sus palabras nos escandalizan y hasta somos capaces de torcer su sentido normal para tener la excusa de rechazarlas. Aplicando esto concretamente al evangelio de hoy, significa lo siguiente: Jesús parece decirles a los judíos estas ideas: Vosotros me habéis escuchado con mala intención y en ningún momento habéis querido recibir mis palabras para vivir según el modo que Dios os propone. En todo caso, tratasteis de reforzar vuestras posiciones para ver si yo también condescendía con vosotros. Como tenéis esta intención torcida, también torcisteis el sentido de mis palabras. En efecto, como judíos, bien sabéis el sentido hebreo de la expresión «comer la carne o comer al otro como pan», pero os hicisteis los escandalizados para tener la excusa de iros y de no comprometeros con sinceridad y autenticidad. ¿Cuál es, entonces, la intención del Espíritu o sentido espiritual del Evangelio? Es aquella que escucha las palabras de Jesús con el deseo sincero de cambiar de vida y adoptar una nueva forma de existencia. No venimos a discutir por discutir, no sea que traicionemos la verdad por defender una posición. El Evangelio no es un libro de filosofía sino una iluminación de la vida: cuestiona al hombre día a día para que vaya renaciendo en el Espíritu como hombre nuevo.

Si leemos el mensaje de Cristo con esta actitud, pronto nos enfrentaremos con nosotros mismos, con nuestro corazón, con la nada de nuestra carne y, si somos sinceros, tendremos que hacer esa gran opción por la vida. En conclusión: no es incrédulo el que niega la existencia de Dios sino el que se niega a crecer como hombre conforme al Hombre-Nuevo. Y también es incrédulo -según la mentalidad de Juan- el que tiene un Dios para satisfacción de su frivolidad y aburguesamiento.

He aquí la novedad y el valor del cristianismo: al presentarnos a un Dios-Hombre nos impide abusar de Dios y usarlo según nuestra comodidad. Si negamos al hombre en lo que de más noble tiene -verdad, justicia, sinceridad, amor-, también negamos a Dios. Por esto el mismo evangelista Juan, en su primera Carta dice categóricamente: «El que diga: "Yo amo a Dios", mientras odia a su hermano, es un embustero» (4,20).

2. «Sólo tú tienes palabras de vida» Por todo esto, Juan concluye su relato presentando el testimonio de la fe de la comunidad que escucha a Cristo con sinceridad.

--¿También vosotros queréis marcharos?

--Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos. Y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios. En realidad, en aquel momento la fe de los apóstoles era aún bastante débil, como lo demostró la desbandada general cuando Jesús fue tomado preso. Pero el evangelista nos presenta la fe de una comunidad post-pascual. Pedro y los demás, que pasaron por tantos altibajos y dudas, al cabo del tiempo llegaron a ver claro y descubrieron en ese Jesús al «Señor». Por lo tanto -parecen decir-, ¿a dónde iremos a buscar una palabra de vida si ya toda esa palabra ha sido vista y oída en Jesús?

Los apóstoles no eran más virtuosos ni más inteligentes que el resto que abandonó a Jesús. Los evangelios los presentan como egoístas, vacilantes, petulantes y pendencieros. Pero eran sinceros en la búsqueda del Reino de Dios. Les costó allanar el camino como había pedido Juan el Bautista, de quien varios de ellos habían sido discípulos -para que se abriera paso el Mesías enviado de Dios, pero lo hicieron a costa de su orgullo. Por eso su fe nos llama la atención, porque no es la fe de un grupo de ingenuos que se dejaron embaucar por el mago Jesús. No era un grupo de crédulos, fáciles de convencer y de llevar por delante. Sabemos por su propio testimonio que se resistieron hasta lo imposible ante el crudo mensaje de Jesús, que resistieron a la cruz hasta apelar a la violencia (Pedro desenvaina su espada en el Getsemaní) y que tardaron mucho en captar el sentido de servicio comunitario de la nueva fe. Y, sin embargo, llegaron a la Vida porque eran sinceros en sus actitudes. No había doblez en ellos, a excepción de Judas. Y esto nos alienta a todos. Como bien ha escrito alguien: «No es tan fácil creer», ni Jesús nos facilita mucho el camino.

El Evangelio nos da la seguridad de que Jesús nos respeta y nos valora. No nos exige prisa ni se complace en un sí de puro compromiso formal. Lo único que no tolera es la doblez en nuestros planteos. Entonces el diálogo se hace imposible y cada uno sigue por su lado. Concluyamos aludiendo a la primera lectura de hoy. Antes de morir Josué, el gran caudillo sucesor de Moisés convocó a todo el pueblo y le dijo con claridad: Hoy vosotros debéis elegir y decidiros. O por Yavé, que os sacó de Egipto y os acompañó hasta aquí, o por los dioses de esta región. Yo me mantengo fiel al Señor. Y vosotros..., ¿qué decidís? Y el pueblo respondió: «También nosotros serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios.» El evangelio de hoy nos hace el mismo cuestionamiento. Hemos escuchado el evangelio de Jesús y conocemos muchos otros evangelios... En cada uno de nosotros está la decisión de seguir con Cristo o de abandonarlo. Jesús espera una respuesta sincera.

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B. 3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978.Págs. 215 ss.


 

16.

1. "El pueblo respondió: <Lejos de nosotros abandonar al Señor... Nosotros serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios>" Josué 24,1. La Biblia no es un tratado de teología, ni un resumen de tesis teóricas y abstractas, sino un recital salvífico que rememora las intervenciones de Dios salvador de los hombres, desde su creación. En ese estilo, como vemos en el libro de los Hechos, continuaron predicando los Apóstoles narrando la actuación del Señor. El acontecimiento que hoy nos relata el libro de Josué marca una de las fechas más importantes de toda la historia del pueblo de Dios, porque señala el nacimiento del pueblo de Israel. La respuesta del pueblo a la proclamación de Josué, es la profesión de la decisión de seguir al Señor, que les ha libertado de la esclavitud de Egipto.

2. Juan, que añade a la multiplicación de los panes de los otros evangelistas el milagro de la conversión del agua en vino en Caná (Jn 2), milagros ambos que anticipan la eucaristía, nos cuenta la reacción de muchos discípulos de Jesús, escandalizados ante sus palabras, duras para ellos e inaceptables, que anunciaban que habían de comer su carne y beber su sangre: "En verdad os digo que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros" Juan 6,60. En verdad que eran duras estas palabras para aquellos oyentes. Desprovistos de fe, las interpretaron en sentido material. Por eso Jesús les habla de la diferencia del Espíritu y de la carne, que no sirve de nada. Entiéndase en contraposición a sus palabras que son espíritu y son vida. Jesús ha venido para participarnos la misma vida de Dios que es su propia vida. Tan grande es su amor. Sólo tenían ojos de carne, sentimientos de carne, vida de carne, y no eran capaces de sentir las exquisiteces y la plenitud de una carne llena de espíritu, la de Dios encarnado, hecho hombre, que prestaba sus labios al Dios inefable, para decirle al hombre que había que comer su carne para vivir su misma vida.

3. En la mentalidad psicológica judía, el principio vivificador de la carne, que incluye la vida sensitiva y vegetativa, no era el espíritu (pneuma), sino el alma (psijé). Y así como el alma da vida a la carne, la carne eucarística de Cristo, que no es carne sangrante ni partida, es misteriosamente vivificada por una realidad divina, que es el principio vivificante de la carne y sangre eucarísticas. "La carne del Señor es vivificadora pues fue hecha propia del Verbo poderoso para vivificar todas las cosas", confesó y enseñó el Concilio de Efeso. Así hay que entender las palabras de Jesús: "El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada". Hoy se valora la carne, se cuida la carne, se exalta la carne, se desea y se mima el engaste de la joya, y se pasa de la misma joya, ignorando el espíritu. El engaste, el estuche, se pudrirá en el sepulcro, la vida del alma vivirá glorificada por el Espíritu.

4. Estas palabras sólo las aceptarán aquellos que sean atraídos por el Padre: “Nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede”. Muchos le dejaron. Jesús obtiene un nuevo fracaso. Ocurre así: Un grupo de gente se dispone a escalar una alta montaña. A medida que la ascensión se va haciendo difícil, va quedándose gente en el camino. ¿Qué ocurrirá con los doce?: "¿También vosotros queréis marcharos?". Simón Pedro hace una profesión hermosa de fe: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos. Sabemos que eres el Santo consagrado por Dios". También nos refiere san Marcos 1,24, que un demonio expulsado de un poseso, dio a Jesús el mismo título de Santo de Dios, que le ha dirigido ahora San Pedro. El Santo de Dios, es decir, tú eres el Mesías. Por muy valioso que sea el objeto elegido, por muchas capacidades que atesore la persona elegida para compartir la vida afectiva, siempre quedará un resquicio vacío que clama a Dios con anhelo y nostalgia infinita. Nos faltas tú, Señor, Verbo encarnado, nos hace falta tu palabra viva y eterna.

5. La profesión de fe de Pedro rima perfectamente con la del pueblo de Israel, recién constituído por ella en Siquem. Las tribus de Israel con Josué y Pedro por el nuevo Israel, la Iglesia, optan por Yavé y por Jesús. Hoy el Señor nos invita a que hagamos nuestra opción, sabiendo que lo difícil es sostener y renovar la opción cada día y cada momento de la jornada. Vendrán las pruebas. Si sigo al Señor he de romper con esto y con aquello: "Ya no podrás hacer esto ni aquello. Y qué cosas se me ocurrían pensando en esto y aquello", dice en sus Confesiones San Agustín. "¿Ya no vivirás con nosotras? Y ¿podrás vivir sin nosotras?". Es relativamente fácil decir que sí en un momento de entusiasmo, o de fervor de amor... Pero cuando llega el cansancio, la monotonía, o el presentimiento tentador de que Dios ni se entera, ni lo agradece, ni le importa, ¿qué le importa a Dios que un cristiano deje de murmurar? ¿O que guarde un secreto? ¿O que acepte una humillación o el dolor por amor, o que controle y domine sus sentidos?, ¿o que yo cumpla mis compromisos?, es cuando empieza la dificultad que entraña el cumplimiento del pacto bautismal, de la manifestación del amor doloroso.

6. En un mundo que no quiere aceptar compromisos, ni siquiera el matrimonial, que es más corriente, apetecible y según la naturaleza, para el que hoy el Apóstol en su carta a los Efesios da unos saludables avisos, dimanados de la teología del sacramento y que los casados harán bien en leer a fondo y meditar en profundidad, cuánto menos el del sacerdocio y la vida consagrada, que suponen la máxima pobreza vital de la persona, y así comprobamos el desierto que se extiende y avanza alarmantemente, comprometámonos con Dios con todas las consecuencias. Como Dios es la Verdad y la Verdad es integral, la separación, la tibieza o el enfriamiento de la Verdad, no comporta sólo separación, tibieza o frialdad en la relación del hombre con Dios, sino que afecta y contamina al hombre mismo, su salud, su carácter, sus valores, a las personas que le rodean y aún a las lejanas, a la creación, sea en despreocupación o desidia social, sea en el abandono del cuidado de las leyes o normas ecológicas. En resumen, que si el hombre se desintegra del Creador y Padre, su eco repercute en las criaturas y en la entera creación. Y todo, visible en los efectos, hoy más que nunca, por la universalidad de la globalización informativa. Nuestras pisadas en nuestro lugar vital, resuenan en la entera creación, y no digamos en la recreación en el mundo de la redención por la gracia. Los intereses de la multitud, judíos y discípulos, se cifran en lo concreto y tangible, en lo inmediato, en la carne. Cuando Cristo habla de espíritu, esto no interesa, con eso no consigues hacer carrera, ni aseguras un puesto de trabajo. No es menester tanto, dice la multitud. "Tú tienes palabras de vida eterna". La realidad es que Pedro claudicará, pero Jesús le mirará compasivo y se arrepentirá y reemprenderá el camino después de reparar, y Jesús le comprenderá y le curará pidiéndole amor, que sana todas las heridas.

7. Cuando la fe está amenazada y no sólo por quienes rechazan el mensaje del evangelio, sino también y, sobre todo, por quienes al acoger sólo una parte de la verdad revelada, se niegan a compartir de modo pleno el patrimonio de la fe en su totalidad (Juan Pablo II), dispongámonos a comer la carne de Cristo para poder vivir su vida y ser resucitados en el último día y gozar de la vida eterna, que nos ha merecido él con el sacrificio que ahora vamos a re-presentar. Así gustaremos y veremos qué bueno es el Señor Salmo 33.

8. Y después de comer, agradecer. Con la agudeza con que ven los místicos las realidades, cuando escribe Santa Teresa del misterio de la eucaristía en CAMINO, a la que dedica tres capítulos, 33-35, que forman un opúsculo-tratado de la eucaristía, corazón de la Iglesia, centro y culminación de la santificación, cuya recepción nos hace participar realmente del Cuerpo del Señor y nos eleva a la comunión con Él y con los hermanos: «Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos participamos del mismo pan» (1Cor 10,17) (LG 17), insiste en la acción de gracias eucarística, para la que recomienda el ejercicio de las virtudes teologales, y exhorta a no desaprovechar el tiempo en que sacramentalmente está en nosotros el Señor. También los autores espirituales señalan este momento como el más santificante de nuestra jornada, la práctica de piedad más importante y, por consiguiente, hay que consagrarle los mejores cuidados. Garrigou Lagrange aporta el caso de una persona a quien le parece muy corto el tiempo dedicado por la comunidad a la acción de gracias.

9. Contrasta hoy la frecuencia de comuniones con la poca entrega de los cristianos, puesta en evidencia en la escasez de vocaciones y en la poca coherencia en la práctica de las virtudes evangélicas. Pero también es visible el tiempo tan escaso que se dedica a la acción de gracias después de la comunión. «Por eso hay entre vosotros muchos enfermos y débiles en la fe, y mueren muchos» (1Cor 11,30). Así como el manjar físico no produce su incorporación sólo por su masticación, sino que es necesaria su absorción y asimilación, la eucaristía no produce sus efectos divinos de cristificación, deificación y trinitación, sino por su atento y cristiano detenimiento en la sobremesa eucarística. En la comida con que alimentamos la vida biológica el corte de digestión es muy peligroso. En la comida eucarística el corte de digestión ocurre cuando se interrumpe la acción de gracias sin haber aprovechado aquel momento precioso de la visita y presencia de Cristo. ¿Quién recibirá a un personaje en su casa y lo dejará solo en la sala de visitas, con una revistas a mano para que se entretenga? No se concibe esta incorrección. Sin embargo hoy se dice, ¿dar gracias de dar gracias? Pues sí, es necesario dar gracias porque hemos podido dar gracias, es decir, porque el Señor ha venido a visitarnos y a enriquecernos en la eucaristía. «Muchas almas de vida interior nos han manifestado el dolor que sentían al ver salir en tropel a la mayoría de los fieles inmediatamente después de la misa en que habían comulgado. Si esto continúa así, habrá muchas comuniones, pero pocos verdaderos comulgantes», ha escrito el padre Garrigou-Lagrange.

10. «El decaimiento se debe también al descrédito doctrinario de que ha sido objeto la poscomunión personal por liturgistas aberrantes, secundados por comportamientos pastorales de rechazo y hasta de prohibición», ha escrito Llamera. Pero esto viene de lejos. En la Mediator Dei, ya Pío XII, amonestaba: «Se alejan del recto camino de la verdad, los que ateniéndose más a la palabra que al sentido, afirman y enseñan que, acabado el Sacrificio, no se ha de continuar la acción de gracias, no sólo porque el mismo sacrificio del altar es de por sí una acción de gracias, sino también porque pertenece a la piedad privada y particular de cada uno y no al bien de la comunidad. La misma naturaleza del sacramento reclama la acción de gracias para que su percepción produzca en los cristianos abundancia de frutos de santidad y todos gocemos más abundantemente los supremos tesoros de que tan rica es la eucaristía. Ha terminado la reunión pública de la comunidad, pero conviene que cada uno, unido con Cristo, no interrumpa el cántico de alabanza... Tan lejos está la sagrada liturgia de reprimir los íntimos sentimientos, que más bien los reanima y estimula».

11. Comenta Llamera: «Los epígonos pastoralistas del liturgismo llevan las consecuencias al plano ejecutivo y, no sólo desaconsejan a los fieles la prolongación personal de la poscomunión, sino que la impiden con frecuencia impositivamente, apremiándoles a salir del templo, finalizada la misa». Sentencia Von Balthasar: «Con dos minutos de silencio después de la comunión, ¿cómo se puede satisfacer la necesidad elemental del alma de la paz de Dios, del diálogo de corazón con Él? Y ¿quién, después de recibida la comunión, puede realizar de tal manera los significados de la sagrada comunión?».

12. «Desde ya hace muchos años la acción de gracias después de la misa se hace y no se hace, se hace poco...; debéis dar tiempo al sacramento eucarístico, especialmente en este momento de después de la misa», ha dicho el padre Vicente de Couesnongle, general de los Dominicos. En la Mediator dei, Pío XII afirma: «Jesucristo, después de recibido en la comunión, permanece sacramentado con acción 'presentísima' en el comulgante», no se puede dejar solo al Señor vivo y resucitado, que viene con los manos repletas de sus dones a cristificarnos, a concrucificarnos y a divinizarnos con Él, por Él y en Él, y este es el momento de disponernos para no bloquear la acción de su gracia, y para posibilitar su aumento y el de las virtudes teologales, de las morales infusas y de los dones del Espíritu Santo, que son los que dan la medida de nuestra vida cristiana. Es el momento cumbre, purificativo y acrisolador en que Cristo nos moldea en su corazón. Santa Teresa, con la experiencia que le da el haber recibido en la comunión las mercedes más excelsas, como la visión de la humanidad de Cristo (Vida 28,8), la de la Trinidad, (Cuentas de conciencia 14 y 36 y su desposorio con Cristo, Ib 25), nos exhorta a apreciar más y mejor el banquete eucarístico y su acción de gracias, porque «hay grandes secretos en lo interior cuando se comulga» (Ib 43). Hay que aprovechar, pues, al máximo, los frutos del sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, en el cual se como a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura» (SC 47).

13. No debe influir para abreviar la acción de gracias ni la aridez y la sequedad, ni la falta sensible de devoción, pues en el campo de la fe no sólo no es esencial el sentimiento, sino que no tiene nada que ver, y es un craso error querer medir la inmensidad de la acción de Dios con la intensidad de nuestro sentimiento. Difícilmente se revelará Cristo amigo a los apresurados en salir, que le dejan por sus ocupaciones o recreos. Si comiéramos con discernimiento también se robustecería nuestra fraternidad, como miembros felices de la familia divina

J. MARTI-BALLESTER


 

17.

-¿También vosotros queréis marcharon?

A lo largo de los últimos domingos hemos oído cómo Jesús afirmaba en la sinagoga de Cafamaún que su Carne era verdadera comida, y su Sangre verdadera bebida; que eran el alimento de vida eterna, alimento bajado del cielo. Y este lenguaje escandaliza a muchos de los que le escuchan. Y bastantes de los que le habían seguido ahora le abandonan. Y Jesús se dirige a ellos. Y les afirma que sus palabras son espíritu y son vida. Y que para seguirle es necesario que el Padre les conceda este don. Pero el evangelio que hemos acabado de proclamar nos dice que "muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él".

Todo esto nos ayuda a percatarnos del sufrimiento y de la tristeza de Jesús. Se levanta una pared entre lo que él dice y quiere comunicar, y lo que piensan y quieren escuchar los demás. Y no hacen esfuerzo ninguno para comprenderle. Y de esto él se da cuenta. Y nada puede hacer. Cuando alguien no quiere escuchar y no quiere atender a razones, no hay solución. Por eso Jesús se entristece, se siente muy solo. En esta ocasión como en tantas otras experimenta el fracaso.

Estos sentimientos del Señor nos han de ayudar en nuestra vida cristiana. ¿Quién no ha experimentado la soledad, la incomprensión, el fracaso? Jesús nos comprende y está muy cercano a nosotros. Es bueno sentirse acompañados por él para que estos sentimientos no nos provoquen reacciones equivocadas, sino una actitud correcta. Jesús nos tiende la mano y nos dice: también yo he experimentado el fracaso y la incomprensión; también yo me he encontrado solo con solo la tristeza por compañera. Procura rehacerte, no te dejes abatir. ¡Levántate! Por grande que sea el sufrimiento, Jesús está a nuestra vera. ¡Ojalá nos sintamos siempre acompañados por él!

-Señor, ¿a quién vamos a acudir?

Pedro habla en nombre de todos. Expresa lo que todos pensaban. También se sentían tristes por la marcha atrás de tantos compañeros que hasta entonces habían convivido con ellos, participando de la alegría de la fiesta y de la comunidad. Pero Pedro estaba convencido de que sin Jesús su vida no tenía ningún sentido. Era imposible deshacerse de Jesús. ¡Había compartido tantas experiencias con él! La vivencia de Jesús crea adicción. ¿Por qué? "Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios". Y él quería seguir escuchando las palabras de vida, de vida eterna. Y él y sus compañeros, los apóstoles, han creído en Jesús. Y esto es lo que cuenta. Y con él se quedan, pase lo que pase, a las verdes y a las maduras.

Se trata de la convicción del creyente que tiene claro que no le cabe la posibilidadd de pensar de forma distinta. También nosotros somos conscientes de que muchos amigos y amigas no acuden con nosotros a la casa de Dios, que han cambiado su forma de ver las cosas, que su fe es diferente. Y esto nos llena de tristeza. Pero sabemos que nosotros no podemos vivir sin Jesús. Él nos ha enseñado a creer yoa ver las cosas de un modo distinto, su luz nos acompaña, su persona da sentido a nuestra vida.

San Pablo expresa esta fe en aquel texto tan expresivo que manifiesta su estar enamorado de Cristo: "Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro" (Rm 8,38-39).

Ésta es la convicción de Pablo, la convicción de Pedro y de los apóstoles y la de tantos otros a través de los siglos. Ésta es mi convicción y la tuya. Y lo es gracias al don de la fe. Seamos agradecidos por este don que el Señor nos ha hecho. Nunca lo agradeceremos suficientemente. ¡Jesús es el Señor, el único Señor! ¡Él es nuestro Salvador! Que nos haga la gracia de nunca abandonarle. De esto nos hablaba la primera lectura, cuando ponía en boca de Josué estas palabras dirigidas a las tribus de Israel: "Yo y mi casa serviremos al Señor". Y el pueblo respondió: "¡Lejos de nosotros abandonara¡ Señor para servir a los dioses extranjeros!".

Que esta celebración y nuestra participación en la Eucaristía nos ayude a reafirmar nuestra fe en Jesús.

JOAN SOLER
MISA DOMINICAL 2000, 11, 15-16


18. Domingo 24 de agosto de 2003
Domingo 21º ordinario
Bartolomé, Román

Jos 24,1-2.15-18: Asamblea de Siquem, renovación de la Alianza
Salmo responsorial: 33, 2-3.16-23
Ef 5, 21-32: Es éste un gran misterio
Jn 6, 61-70: ¿A quién vamos a acudir?

Josué organiza la gran asamblea de Siquem, como la reunión constitutiva del pueblo de las tribus. Es el punto de partida de un movimiento nuevo que arranca del Éxodo. El pueblo debe aceptar su nueva identidad teológica, social, cultural. Es fundamental identificar al Dios del Éxodo: el que ve la opresión del pueblo, el que oye el griterío de dolor y conoce sus sufrimientos, el que está decidido a bajar para librarlo del poder de los opresores (Ex 3,7-8). El Dios de sus Padres, el Dios de la Historia.

Las tribus proceden de diferentes orígenes culturales, religiosos, étnicos, pero ahora se aglutinan, gracias a la fe en este Dios del éxodo, en un solo pueblo: Israel. Es la teología, la fe en Yahvé y no la sangre quien los compacta para una alianza tribal.

El corazón de esta alianza tribal es la fe común en este Dios de los pobres. Pero supone también, identificar a los dioses ”extraños” a los dioses cananeos y egipcios, imágenes corrompidas de Dios, que generan esclavitud y muerte: un sistema de impuestos, una vida de esclavos, una religión opresora. Cambiar esos dioses por el Dios del Éxodo, fundando una sociedad de leyes para la vida, de reparto de la tierra, de culto nuevo basado en la pascua es el tema central de esta gran asamblea de Josué en Siquem.

Las tribus de Israel hacen un pacto de amor con este Dios de los pobres. Unos desposorios, como nos insinúa la carta a los Efesios. “Una Iglesia dócil al Mesías” “para hacerla radiante, sin mancha, ni arruga, ni nada parecido”.


Este proyecto aparece de forma sorprendente en Jesús, el Pan de Vida, en ese discurso largo que sigue al signo más repetido en los evangelios: la multiplicación y el reparto de los panes. Hay otro Pan: Jesús es el Pan.

Como en la asamblea de Siquem, Jesús les hace la pregunta: “¿También ustedes quieren marcharse?”

Los dos signos portentosos de Jesús habían sido las curaciones y las mesas compartidas con los marginados. Se sienta a la mesa con los pecadores y cobradores de impuestos. Se deja invitar por ellos, pero en la gran mesa compartida del desierto y en la última cena, Él mismo es el anfitrión. Hay que comerle a Él. Es como sentarse a la mesa con el mismo Dios-con-nosotros. Ser comensales de Dios. Una verdadera locura de amor, “una transgresión” para la religión de su época. “Él come con los pecadores y se sienta a la mesa con los publicanos “(Mt 9,11)

Es el inicio del Reino. Pero con el discurso de Jesús Pan de Vida, se profundiza este signo de las mesas compartidas. Él es el Pan. Es comer no sólo en la mesa en que Dios comparte con los pecadores y marginados, es Dios mismo el alimento, un Pan que es su propia vida, que se entrega, que se parte, que se reparte. Comerle a Él , beberle a Él, es la expresión más radical de unión de vida, de unión de proyecto entre Él y nosotros. Es lo mismo que comer, beber, asimilar a un Dios que da la vida. Compartir ese Pan, exige dar la vida, es “partirse” por los demás.

Comer ese Pan es comer, asimilar el código de las Bienaventuranzas, y el precepto del amor, es beber la vida, las prácticas, las palabras de Jesús. Al comerlo, estamos alimentándonos de la misma vida de Dios y de su proyecto del reino.

Él es el Pan “bajado” del cielo, es la comida verdadera de un Dios cercano, sentado a la mesa con sus hermanos y hermanas menores. No es una comida en solitario. No es un pan para la intimidad individualista, sino para compartirlo en fraternidad.

Por eso el rechazo que provocó este “escándalo de la cercanía total del Dios de Jesús”, por eso la inquietud de Jesús para que sus discípulos no lo abandonen.

Qué útil sería examinar nuestras eucaristías... ¿Generan este movimiento de Jesús en dirección del reino? ¿Van cambiando nuestro modo de pensar y actuar? ¿Nos hacen capaces de identificar las otras presencias del señor Jesús entre los desheredados de la vida? El mismo Jesús que dice: Yo soy el Pan de Vida, dice “tuve hambre y me diste de comer” (Mt 25,35).


Para la revisión de vida
La nuestra es una fe encarnada, que nos hace descubrir a Dios no en el cielo sino en la tierra, en la historia, en la vida de las personas; de la misma forma se ha encarnado en los ritos cultuales, aun con el peligro de que identifiquemos la fe con esos ritos. Yo, ¿vivo según el Espíritu que da vida, o según la letra que cumple, pero mata? ¿He encontrado el sentido de mi vida en la amistad con Jesús o en el ejercicio de aquellas prácticas que tranquilizan mi conciencia?

Para la reunión de grupo
- El evangelio de hoy, tomado a la letra, entendido como si fuese el relato directo de un testigo que cuenta lo que vio, tiene bastantes detalles o elementos que hoy sabemos que no son históricamente ciertos. Enumerémoslos.
- Esos elementos pertenecen a un lenguaje «teológico», metafórico por tanto, no literal ni directamente histórico. Comentar esto como especialmente peculiar del evangelio de Juan, a diferencia de lo que ocurre en los evangelios «sinópticos» (Mt, Mc, Lc).
- Si se escucha este evangelio y se toma en sentido literal que Jesús tiene conciencia plena de su Divinidad, que Jesús sabía desde el principio todo lo que pasaba y quién lo iba a entregar, es decir, que no es realmente un hombre normal… resulta una imagen de Jesús que no es la que la cristología actual presenta. ¿Qué problemas de comprensión de Jesús se pueden presentar a quien entienda literalmente este evangelio? ¿Cómo entenderá la gente sencilla sin especial formación teológica este evangelio?
- El 17 de abril de 2003 Juan Pablo II ha publicado su encíclica 14ª (en octubre cumplirá 25 años de pontificado), Ecclesia de Eucharistia, sobre la Eucaristía. El abad del monasterio benedictino de Goiâs Velho (Brasil), Marcelo Barros, ha planteado públicamente en una carta al Papa algunas serias dudas que la forma de Juan Pablo II de escribir sobre la eucaristía –la forma clásica- le suscita. El texto puede encontrarse en la RELaT (servicioskoinonia.org/relat buscando por autor: “Barros, Marcelo”). Leer la carta (es relativamente breve) y comentarla en el grupo
- El texto de la segunda lectura es uno de los textos de Pablo que en la actualidad son sumamente problemáticos desde el aspecto del feminismo y de una relación social justa de género. Pedro asume ingenuamente toda la visión patriarcalista de género propia de la cultura de su época (y de tantas épocas), en la que la mujer es inferior y por eso debe ser cuidada, atendida y protegida por el varón, que es su cabeza, al que debe respetar… Plantear primero y tratar de resolver después, las preguntas que plantea el hecho de que la misma “Palabra de Dios” vehicule una visión patriarcalista del género femenino.


Para la oración de los fieles
- Por toda la Iglesia, para que mantenga con fidelidad el mensaje recibido de Jesús y lo transmita con valentía. Oremos.
- Por todos los cristianos, para que sepamos descubrir a Dios encarnado en la historia, en la vida, en las diferentes situaciones humanas. Oremos.
- Por todos nosotros, para que nuestra reflexión sobre el evangelio vaya acompañada del deseo de cambiar nuestra vida. Oremos.
- Por todos los seguidores de Jesús, para que opten por seguirlo sinceramente con su vida, siendo conscientes de los compromisos que eso implica. Oremos.
- Por todas las personas, para que encuentren en su caminar la verdadera palabra de vida y de libertad que sólo la tiene Jesús. Oremos.
- Por esta comunidad nuestra, para que encontremos en el evangelio una palabra de vida y la pongamos en práctica en las situaciones de cada día. Oremos.


Oración comunitaria
Dios, Padre nuestro, que en tu Hijo Jesús nos has dado la Palabra que nos puede traer la vida, vida digna con paz y paz, con cariño y justicia en este mundo, y vida plena en el otro, junto a Ti y para siempre; concédenos un corazón y una mente abiertos para acoger esa Palabra tuya, de modo que así vivamos siempre felices en tu amor. Por Jesucristo.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO