27 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XXI
19-27

19.

Nexo entre las lecturas

En decidirse está la clave de los diversos textos litúrgicos. Las tribus reunidas por Josué en Siquén deben decidirse por servir o a Yahvéh o a otros dioses. Ellas deciden por Yahvéh (primera lectura). Los discípulos de Jesús, escandalizados por sus palabras (comer mi carne y beber mi sangre) son situados por Jesús ante una decisión: "¿También vosotros queréis marcharos?". Pedro, en nombre de los demás discípulos, se decide por Cristo: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Evangelio). Finalmente, en la segunda lectura, la decisión irrevocable de Cristo por su Iglesia sirve de ejemplo a la decisión mutua de los esposos en el amor.


Mensaje doctrinal

1. Un decidir responsable. Ser hombre con uso de razón es estar obligado a decidir en las pequeñas y en las grandes cosas de la vida. En otras palabras, vivir es tener que decidir. Esto es ya algo muy importante, pues nos diferencia de todas las demás criaturas del universo. Con todo, es incompleto porque se puede decidir bien, pero también se puede decidir mal. Más importante que decidir, es decidir bien. ¿Qué implica una buena decisión? He aquí algunos aspectos significativos:

1) Decidir bien implica dejar algo. Dejar ante todo aquello que impide o al menos dificulta la buena decisión. Las tribus de Israel tienen que dejar, renunciar a los dioses de sus padres y a los dioses de los amorreos (primera lectura). Los discípulos tienen que prescindir de sus prejuicios culturales y religiosos ante el escándalo de la Eucaristía (Evangelio). Los cónyuges tienen que renunciar a cualquier otro amor esponsal que no sea el del propio cónyuge (segunda lectura).

2) Decidir bien es preferir. Ciertamente, preferir el bien sobre el mal, pero en muchas ocasiones será preferir lo mejor sobre lo bueno. Se prefiere el bien y lo mejor, en conformidad con la vocación y misión que cada uno ha recibido en la vida. Todo aquello que se oponga a la vocación cristiana se ha de dejar, y todo aquello que la favorezca se ha de preferir. Lo que contribuya más a vivir mi vida cristiana lo que he preferir sobre otras cosas, por buenas que sean. Éste es el camino de hacer una decisión responsable.

2. Un decidir creyente. Para que una decisión sea responsable, ha de fundamentarse sobre bases sólidas. Éstas no son ni los sentimientos, ni los gustos o caprichos, ni las conveniencias personales, ni la fría y pura razón, ni el voluntarismo a ultranza. Hay que decidir desde la fe, desde la confianza total en la fidelidad y en el poder de Dios. Los israelitas se sentían atraídos por los dioses de los pueblos vecinos, pero tenían la experiencia de que Yahvéh es el único Dios fiel, rico en misericordia y piedad. Pedro y los discípulos han experimentado, en la convivencia con Jesús, que sólo Él "tiene palabras de vida eterna", por más que puedan sonar escandalosas a los oídos. Cuando un hombre y una mujer se dan un sí para siempre, lo hacen "en el Señor", es decir, confiados en el poder de Dios que les ayudará a mantener su decisión. Es la fe, una fe límpida, firme, cierta, irrevocable, la que impulsa y pone en acción la capacidad humana para tomar decisiones. Cuando las decisiones, en lugar de basarlas en la fe o en la razón iluminada por la fe, se fundamentan en cualquier otra cosa, se corre un grandísimo riesgo de que la decisión se tambalee y sucumba con el paso de los años, con el cambio de las situaciones, con el desgaste diario de la convivencia. La fe funda nuestras decisiones en la verdad y en el bien, que son columnas inamovibles y que aguantan todos los embates y todas las tormentas.


Sugerencias pastorales

1. No decidir a la ligera. En nuestra sociedad no pocas veces se toman decisiones a la ligera. Es verdad que hay muchas pequeñas decisiones de cada día que ni se piensan, y por lo demás no tienen importancia ni consecuencias notorias. Por ejemplo, la hora de salir de compras, a qué restaurante ir a cenar o qué menú elegir para la comida del domingo. Aunque sería mejor pensar también antes de esas pequeñas decisiones, a fin de formar la capacidad y el hábito de hacer siempre decisiones maduras. Hay, sin embargo, decisiones que afectan no sólo un momento o un aspecto, sino toda nuestra vida. Por ejemplo, casarte o no, con quién casarte, cambiar de religión, abortar o no abortar, ser o no ser practicante, colaborar o no colaborar con la parroquia, elegir uno u otro trabajo profesional, etc. Estas decisiones jamás han de tomarse a la ligera. De ese modo, se hace uno a sí mismo un gravísimo daño y perjudica notablemente además a la sociedad en general y especialmente a la sociedad familiar. Uno se pregunta cómo es posible que en cosas de tanta trascendencia, se pueda decidir de forma tan superficial. La respuesta que me doy a mí mismo es que la gente, sobre todo los más jóvenes, no han sido formados para decidir en conformidad con la verdad y con el bien. Son hijos del presente efímero, son hijos de la cultura usa y tira, son hijos de las satisfacciones inmediatas. ¿Cómo van a estar capacitados para tomar decisiones de toda la vida?

2. La decisión se forma. Se sabe que hay personas que por temperamento son capaces de decisión y otras que son menos decididas o indecisas. Independientemente del temperamento que se tenga, hay que formar al hombre para la decisión, de modo que ésta sea firme, responsable y madura. El temperamento muy decidido tendrá que hermanar la decisión con la prudencia para no arriesgar en exceso. El temperamento indeciso tendrá que desarrollar su intrepidez y valentía, a fin de dar oportunamente el paso a la decisión. Tanto uno como otro tomarán las decisiones con plena conciencia y libertad, a fin de que decidan de modo digno del hombre. Una decisión bajo coacción, sea ésta psicológica, física o moral, nunca será buena, como tampoco permitirá el crecimiento del hombre en dignidad y en humanismo. Para que el ser humano pueda llevar a cabo decisiones acertadas y enriquecedoras, se requiere hermanar las decisiones con su objeto propio, es decir, con el conocimiento del bien y de la verdad. Una decisión buena madura al calor de la reflexión y de la ponderación, ajenas por un lado a cualquier precipitación y atolondramiento y, por otro, a toda dejación, pereza mental o permanente estado de perplejidad. ¿Están formando los padres a los hijos para tomar decisiones maduras? ¿Damos los adultos a los jóvenes ejemplo de buenas decisiones, firmes y responsables? ¿Estamos convencidos de que formar la capacidad de decisión es más importante para el futuro de un hombre que saber mucha informática o tener un título universitario?

P. ANTONIO IZQUIERDO


20. DOMINICOS 2003

Este domingo: 21º del Tiempo Ordinario
"La opción en la vida"


La Palabra de Dios, en este domingo del tiempo ordinario, nos interpela sobre un asunto central y vital de nuestra condición de seres humanos en proceso y de creyentes en camino hacia el Reino definitivo: la opción en la vida.

Aunque cada día nos vemos afrontados a tomar muchas decisiones que van orientando la dirección de nuestra existencia, hay momentos claves en los que la elección se impone con mayor fuerza porque sentimos que determina el rumbo que tomará nuestra vida. A la opción que tomemos, seguirá después una larga historia en la que, como el salmista, experimentaremos en medio de las dificultades y tribulaciones la cercanía entrañable y amorosa del Señor que nos mira, libra, salva y cuida para mantenernos fielmente en el camino.

"Escoged a quien queréis servir", propone Josué, en la primera lectura, a las tribus de Israel reunidas en Siquén. Existen muchas opciones y pueden elegir entre los dioses egipcios del pasado, las nuevas divinidades cananeas o Yahvé, el Dios que liberó a su pueblo de la esclavitud de Egipto. La opción de Josué y su comunidad es firme: servir al Dios de la vida. El evangelio insiste en el mismo tema. El círculo de los que permanecen con Jesús se va estrechando y el escándalo que provocan sus palabras del pan de vida, alcanza ahora a sus mismos discípulos que deciden echarse atrás y abandonar al Señor que habían seguido. Jesús plantea en ese momento a sus seguidores más cercanos, los Doce, una pregunta sin escapatoria: "¿También vosotros queréis marcharos?". Ante esta interpelación directa no existen caminos de huida y respuestas ambiguas.

La pregunta se dirige también a nosotros, como personas y comunidad de creyentes. Pablo, en la segunda lectura, expresa la relación amorosa entre el hombre y la mujer a imagen del amor de Cristo por la Iglesia.

Comentario bíblico:
La Eucaristía, Pacto de Vida


Iª Lectura: Josué (24,1-18): Israel en las manos de Dios
I.1. La primera lectura nos habla del famoso pacto de Siquén en el que el sucesor de Moisés al frente del pueblo liberado de la esclavitud de Egipto, y ya introducido y poseedor de la tierra prometida, convoca a todas las tribus para hacer un pacto, una alianza con Yahvé. ¿Por qué? Cuando los israelitas llegaron a Canaá se encuentran con que sus habitantes tienen sus dioses, sus santuarios, lo cual ha de influir bastante en los advenedizos; no se cambia de la noche a la mañana una cultura religiosa acendrada en la situación social y antropológica de ese pequeño territorio. Este pacto, desde luego, es presentado en la Biblia como el prototipo de la unidad de tribus, cada una de las cuales tenía sus intereses sociales y políticos; e incluso, lo más probable, es que no todas las tribus hubieran tenido la experiencia de la esclavitud de Egipto y del paso por el desierto.

I.2. Habría que considerar en el marco de la lectura de este texto de Josué una serie de propuestas sobre el origen de “Israel” en la tierra prometida, que hoy se proponen desde la arqueología y desde un planteamiento de sociología religiosa. Se ha llegado a hablar que el origen de Israel en Palestina es el fruto de una “revuelta campesina” (cito los autores más famosos: G. Mendenhall y N. K. Gottwald) que se ha trasmitido a la posteridad bajo un pacto religioso de las tribus para dar coherencia y unidad. No quiere decir que las tesis tradicionales de la Bioblia: un grupo de esclavos que sale de Egipto bajo el liderazgo de Moisés se deba descartar. Pero la forma en que la Biblia narra las cosas no han de ser aceptadas sin tener en cuenta los datos de la arqueología, la antropología y la sociología religiosa. La Biblia ha escrito su “historia” desde arriba, desde el proyecto de Dios, eso es lo importante. Pero eso no significa que “Israel” sea un puro proyecto divino en sus pormenores.

I.3. El autor de este relato quiere decir que la unidad de las tribus había que conseguirla con un pacto religioso con el que se comprometían en servir a Yahvé y abandonar a los dioses cananeos. Es lo que algunos han llamado la “anfictionía” a imagen de lo que se conoce de Grecia e Italia, en torno a un santuario común. No está claro este asunto y hoy es históricamente menos interesante. Lo que importa para el autor deuteronomista, es el reto constante de la religión de Israel, nunca conseguido, como combaten frecuentemente los profetas y los encargados de la ortodoxia religiosa de Israel y Judá. El texto de hoy es propio de una escuela teológico-catequética, llamada deuteronomista (porque se inspira en el libro de Deuteronomio), idealizando los orígenes y las fidelidades del pueblo a su Dios. Es una propuesta, además, de futuro: sólo Dios puede salvar a su pueblo en todas las situaciones. ¿Es eso así? Para un pueblo que ha construido su vida en torno a Yahvé como identidad no es y no debe ser nada extraño. Desde el punto de vista teológico y espiritual tener confianza (emunah) en Dios es decisivo.



IIª Lectura: Efesios (5,21-32): La familia cristiana vive en el amor de entrega
II.1. La segunda lectura es uno de los textos más expresivos y polémicos del NT, ya que el simbolismo de la cabeza y el cuerpo (Cristo y la Iglesia), aplicado a las relaciones hombre y mujer en el matrimonio, ha dado mucho que hablar en estos tiempos de reivindicaciones de los derechos de la mujer. Pero este texto no está escrito en esos términos polémico-reivindicativos. Se trata de hacer una lectura de la familia (técnicamente se le conoce como «código familiar») aplicando los principios de la eclesiología: la Iglesia no es nada sin su Señor, que ha dado su vida por ella. Eso no es lo mismo en el matrimonio, donde hombre y mujer están en el mismo plano de igualdad, pero donde cada uno desempeña su papel y su misión. La sumisión es de uno a otro si se entiende positivamente, ya que en el matrimonio no hay sumisión, sino entrega mutua.

II.2. Pues a pesar de todo, como el prototipo de esta forma de hablar es el romance de Cristo con su Iglesia, el matrimonio debe entenderse así en su realidad radical; es un romance de amor, de entrega, de generosidad, de dar la vida el uno por el otro, como Cristo y la Iglesia. Este romance de amor tiene todo su sentido si el amor de los esposos toma como prototipo el de Cristo a su Iglesia. Quiere eso decir que el amor del que aquí se habla no es el erótico, ni el de pura amistad, ni siquiera el amor “familiar” que es un amor específico. Los cristianos viven, pueden vivir todos esos amores, sin duda, y los necesitan. Pero el que da sentido al matrimonio “cristiano” es el amor de entrega absoluta a ejemplo de cómo Cristo se ha entregado por la Iglesia.



Evangelio: Juan (6,60-69): Eucaristía y vida
III.1. El evangelio del día es la última parte del capítulo sobre el pan de vida y la eucaristía. Como momento culminante, y ante las afirmaciones tan rotundas de la teología joánica sobre Jesús y la eucaristía, la polémica está servida ante los oyentes que no aceptan que Jesús pueda dar la vida eterna. Se habla, incluso, de discípulos que, escandalizados, abandonan a Jesús. Deberíamos entender, a su vez, que abandonan la comunidad que defendía esa forma de comunicación tan íntima de la vida del Señor resucitado. Pero la eucaristía es solamente un anticipo, no es toda la realidad de lo que nos espera en la comunión con la vida de Cristo. Por ello se recurre al símil del Hijo del hombre que ha de ser glorificado, como nosotros hemos de ser resucitados.

III.2. Ahora, el autor o los autores, se permite una contradicción con las afirmaciones anteriores de la “carne”: “el Espíritu es el que da vida, la carne no sirve para nada”. Nunca se han podido explicar bien estas palabras en todo el contexto del discurso de pan de vida, donde la identidad “carne” es el equivalente a la vida concreta que vivimos en este mundo. Es la historia del Hijo del hombre, de Jesús, en este mundo. ¿Por qué ahora se descarta en el texto? Porque en este final del discurso se carga el horizonte de acentos escatológicos, de aquello que apunta a la vida después de la muerte, a la resurrección y la vida eterna. Y la vida eterna, la de la resurrección, no es como vivir en este mundo y en esta historia. Tiene que ser algo nuevo y “recreado”. Es una afirmación muy en la línea de 1Cor 15,50: “la carne y la sangre no pueden heredar el Reino de los cielos”.

III.3. Este es uno de los grandes valores de la eucaristía cristiana y en este caso de la teología joánica. La Eucaristía no se celebra desde la memoria del pasado solamente: la muerte de Jesús en la cruz. Es también un sacramento escatológico que adelanta la vida que no espera tras la muerte. Esto es lo admirable de la eucaristía. Jesús, pues, les pide a sus discípulos, a los que le quedan, si están dispuestos a llegar hasta el final, a estar con El siempre, más allá de esta vida. E incluso les da la oportunidad de poderse marchar libremente. Las palabras de Pedro, que son una confesión de fe en toda regla, descubren la verdadera respuesta cristiana: ¿A dónde iremos? ¡Tú tienes palabras de vida eterna! Todo esto acontece en la eucaristía cuando se celebra como mímesis real y verdadera de lo que Jesús quiere entregar a los suyos, por ello es un pacto de vida eterna.

Miguel de Burgos, OP

mdburgos.an@dominicos.org

 

Pautas para la homilía

La opción en tiempo de crisis

Tiempos de crisis

Es ya un tópico muy manido hablar de crisis en todos los ámbitos y a todos los niveles. La experimentamos en carne propia en muchas ocasiones de nuestra vida bajo el signo de la debilidad, la enfermedad, la falta de trabajo, la ruptura de una relación, la pérdida de sentido, la oscuridad de la fe... La constatamos, al mirar el mundo en el que vivimos, en los grandes conflictos internacionales, en la brecha cada vez más honda entre pobres y ricos, en el problema crucial que amenaza la supervivencia de gran parte de la humanidad, en la falta de valores éticos y de voluntad política para solucionar enormes problemas económicos, sociales, ambientales... La sentimos también en el terreno religioso, con la sensación del ocultamiento de Dios, en el cansancio y decepción frente a las instituciones eclesiales, en el escaso eco que la Palabra de Dios halla en el corazón humano ante otras palabras más seductoras: poder, riqueza, individualismo.

Ante la crisis, no nos resulta extraña la actitud que adoptan muchos de los discípulos del Señor en el evangelio: dar media vuelta y mirar hacia otro lado.



La crisis como oportunidad para la opción.

Cabe otra actitud ante la crisis: el realismo para "hacernos cargo de ella" y vivirla como tiempo de alumbramiento de algo nuevo. Vivida así, puede convertirse en una nueva oportunidad para la opción, en un momento en el que urge crecer y ahondar en la confianza. La pregunta de Jesús a los Doce se sitúa en medio de una crisis y supone una ocasión propicia para purificar las razones del seguimiento. También para nosotros, su pregunta nos lleva a ahondar en los motivos de nuestro acto de fe. Con Pedro, confesaremos que "creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios" aunque no entendamos plenamente las palabras de vida del Señor, aunque abandonarnos a su amor y entrar en la dinámica de la entrega nos desconcierte, aunque el evangelio nos resulte difícil de entender y, sobre todo, de vivir, aunque la impaciencia nos queme al constatar que el proyecto de Dios tarda en cumplirse...



La opción por la vida

"Nosotros serviremos al Señor". Es la confesión de fe del pueblo en la asamblea de Siquén, semejante a la profesión de fe que hace Pedro en nombre de los doce, en el evangelio: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna".

Opción libre y responsable para renovar la alianza con el Dios que sacó al pueblo de la esclavitud de Egipto y le protegió en el camino. Opción por la vida que da el Espíritu, como afirma Jesús en el evangelio, frente a tantos ídolos de muerte que nos envuelven: injusticia, guerra, intolerancia, poder, dominación...

Opción por la vida que implica confirmar, en el día a día, la elección hecha en un momento. Así lo vivió Jesús y lo ratificaron sus primeros seguidores. A lo largo de dos mil años, muchos hermanos y hermanas en la fe, han sellado con la entrega de su vida la opción que hicieron. También cada uno de nosotros y como comunidad creyente, hemos de dar nuestra respuesta libre y personal, confesar con palabras y obras, en medio de las crisis, la opción por la vida en el mundo en que vivimos para hacer entre todos una sociedad más justa, más hermanada, más libre, más reconciliada, más atenta a todas las personas a quienes se les despoja de su dignidad humana. Invitación radical a apostar todo, cuando no hay ganancias, cuando no hay beneficios.


21. AGUSTINOS 2003

En este domingo, la palabra de Dios quiere mostrarnos que la propuesta de Jesús, nos exige una respuesta o bien el abandono. Cristo se da a nosotros como alimento, pero necesita el sí nuestro a ese pacto.

La primera lectura de la misa se relaciona con el evangelio, ya que muestra la dificultad de aceptar el mensaje de Dios, ya sea que el mensaje llegue a través de Josué o a través de Jesús.

Meses antes de la última cena, Jesús les dice a sus discípulos que su Cuerpo y su Sangre, estarán presentes en la Sagrada Eucaristía.

Jesús no hablaba en sentido figurado, cuando hablaba de “comer su carne” y “beber su sangre”.
El hecho de que muchos de sus discípulos lo abandonaron después que lo oyeron decir esto, prueba que las palabras de Jesús no eran en sentido figurado. Tal vez esta gente encontró repulsiva en exceso la idea de comerle.

Ellos no tuvieron la suficiente fe en Jesús, como para comprender que si el Señor iba a dar su Carne y su Sangre como alimento, lo iba a hacer de forma que no causase repulsión a la naturaleza humana.

Jesús no les hace ninguna aclaración, ni trata de retenerlos.

En otras oportunidades, el Señor había vuelto a explicar a sus discípulos cuando no habían entendido bien. En esta oportunidad no lo hace, y no lo hace, porque no hay nada que explicar, porque habían entendido bien.

Jesús se quedó con nosotros como alimento en cada Eucaristía, en Cuerpo y Sangre, y cada vez que el sacerdote pronuncia en la Misa, la oración de consagración, Jesús se hace presente en Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad, en la Hostia consagrada y en el Vino consagrado.

Jesús es uno, y en cada parte de la Hostia consagrada y en cada gota de Vino consagrado, está el Cuerpo glorioso de Jesús, que se nos ofrece a nosotros como alimento, como verdadero Pan de Vida.

La Eucaristía ha sido prueba de fidelidad de los seguidores de Jesús. Optar por quedarse con Jesús, como Pedro, sin llegar a entenderlo muy bien del todo, confirma que ha sido Dios quien nos ha elegido.
La fidelidad a Cristo es fácil cuando se descubre la fidelidad de Dios a uno y su amor privilegiado; y ambos los percibe quien recibe a Jesús como alimento eucarístico.

Tanto la primera lectura como el evangelio, hoy nos han presentado una insólita escena; ante la tierra prometida que deberán ocupar, Josué pregunta al pueblo si les parece bien servir al Señor o quieren escogerse a otro a quien rendir culto; tras haber satisfecho el hambre de la muchedumbre y haberse ofrecido como Pan de Vida, Jesús tiene que presenciar la deserción y la crítica de sus discípulos y les pregunta a los más cercanos, si ellos también están pensando en abandonarlo.

En ambas ocasiones se deja a los interrogados libertad de opción; y es que tanto el Dios que libertó a Israel de la esclavitud como Jesús, que se ofreció como alimento de las personas cuya hambre había saciado, no imponen a sus fieles el seguimiento, no les obligan a la obediencia; tras dejar que prueben su bondad, dan a los creyentes la oportunidad de quedarse con ellos o de abandonarles; y así convierten a cuantos viven a su vera y en su casa en “hijos”, no en “esclavos”.

También hoy son demasiados los cristianos que han dado la espalda a Cristo y hasta tal vez nosotros, hemos sentido la tentación de darle la espalda a Cristo porque no somos capaces de entendernos con Él. Sólo quien ha superado esta tentación, deja probada su fidelidad.
Pero no nos olvidemos que la incomprensión del amigo, es más dolorosa que el desprecio del enemigo; abandonar a Jesús, tras haberle seguido durante años es más humillante que negarse a seguirle nada más haberle encontrado.

De nuevo es el evangelio que nos lo sugiere; los que le abandonaron en masa eran sus discípulos, quienes más de cerca lo habían tenido y más milagros habían presenciado y que en algún momento habían prometido seguirlo siempre. Pero llegado el momento de aceptarlo, “no por lo que querían de él”, sino “por lo que él quería para ellos”, “no por lo que podía darles” sino “por lo que deseaba ser”, se sintieron defraudados y lo abandonaron.

Para abandonar a Jesús, “siempre” hay una buena excusa, para quedarse junto a él, basta la razón de Pedro, que bien mirada parece hasta poco digna: “no tenemos otro a quien acudir”.

El discípulo de Jesús tiene también que aprobar su “reválida”; ha de probar la tentación de la huida, ha de conocer la posibilidad de búsqueda de otros señores y nuevas oportunidades.
Y la deserción surgirá siempre de una desilusión que el mismo Cristo nos causa; antes de querer abandonarlo, nos han abandonado las ilusiones que nos hicimos cuando le seguíamos de cerca.

Probar la desilusión, nos conduce a la prueba de la fidelidad; quedarse con él, a pesar de todo y en contra de nuestros deseos, hará que lo re descubramos como quien verdaderamente es para nosotros; no como un alimentador más de nuestras hambres sino como el pan que sostiene nuestra vida, hoy y siempre.

Como el Dios de Josué antes de la conquista de la tierra prometida, Jesús exige mucho porque ha prometido mucho, nos compromete tanto cuanto él se siente comprometido con nosotros; como buen amigo, pide fidelidad porque ha puesto en nosotros su confianza; espera amor porque nos ha amado; nos obliga a optar por él, porque apostó antes por nosotros.
Quien se atreve a permanecer en él, sin muchas razones, salva su amistad y su vida.

Cristo tiene palabras de vida sólo para quien, aún sin entenderlas demasiado, las escucha, Cristo es el Santo de Dios, para todo aquel que no busca otro Dios ni otras cosas santas fuera de él.
Cristo es el Mesías consagrado, para todo el que opta por quedarse con él, aunque sólo sea porque no tiene a nadie más a quien acudir.

Si Jesús nos ha puesto tan bajo el precio de la fidelidad, lo escandaloso no es porqué tantos lo abandonan sino, más bien, porqué tan pocos han optado por quedarse con él.

Y nosotros,....¿cómo estamos?
Si tal vez no nos falten razones para abandonarlo, tenemos que buscar otras mejores razones para quedarnos junto a Él; sólo entonces sabremos lo bueno que es y lo mucho que nos quiere.




RECURSOS PARA LA HOMILÍA


Nexo entre las lecturas
En decidirse está la clave de los diversos textos litúrgicos. Las tribus reunidas por Josué en Siquén deben decidirse por servir o a Yahvéh o a otros dioses. Ellas deciden por Yahvéh (primera lectura). Los discípulos de Jesús, escandalizados por sus palabras (comer mi carne y beber mi sangre) son situados por Jesús ante una decisión: "¿También vosotros queréis marcharos?". Pedro, en nombre de los demás discípulos, se decide por Cristo: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Evangelio). Finalmente, en la segunda lectura, la decisión irrevocable de Cristo por su Iglesia sirve de ejemplo a la decisión mutua de los esposos en el amor.


Mensaje doctrinal

1. Un decidir responsable. Ser hombre con uso de razón es estar obligado a decidir en las pequeñas y en las grandes cosas de la vida. En otras palabras, vivir es tener que decidir. Esto es ya algo muy importante, pues nos diferencia de todas las demás criaturas del universo. Con todo, es incompleto porque se puede decidir bien, pero también se puede decidir mal. Más importante que decidir, es decidir bien. ¿Qué implica una buena decisión? He aquí algunos aspectos significativos:

1) Decidir bien implica dejar algo. Dejar ante todo aquello que impide o al menos dificulta la buena decisión. Las tribus de Israel tienen que dejar, renunciar a los dioses de sus padres y a los dioses de los amorreos (primera lectura). Los discípulos tienen que prescindir de sus prejuicios culturales y religiosos ante el escándalo de la Eucaristía (Evangelio). Los cónyuges tienen que renunciar a cualquier otro amor esponsal que no sea el del propio cónyuge (segunda lectura).

2) Decidir bien es preferir. Ciertamente, preferir el bien sobre el mal, pero en muchas ocasiones será preferir lo mejor sobre lo bueno. Se prefiere el bien y lo mejor, en conformidad con la vocación y misión que cada uno ha recibido en la vida. Todo aquello que se oponga a la vocación cristiana se ha de dejar, y todo aquello que la favorezca se ha de preferir. Lo que contribuya más a vivir mi vida cristiana lo que he preferir sobre otras cosas, por buenas que sean. Éste es el camino de hacer una decisión responsable.

2. Un decidir creyente. Para que una decisión sea responsable, ha de fundamentarse sobre bases sólidas. Éstas no son ni los sentimientos, ni los gustos o caprichos, ni las conveniencias personales, ni la fría y pura razón, ni el voluntarismo a ultranza. Hay que decidir desde la fe, desde la confianza total en la fidelidad y en el poder de Dios. Los israelitas se sentían atraídos por los dioses de los pueblos vecinos, pero tenían la experiencia de que Yahvéh es el único Dios fiel, rico en misericordia y piedad. Pedro y los discípulos han experimentado, en la convivencia con Jesús, que sólo Él "tiene palabras de vida eterna", por más que puedan sonar escandalosas a los oídos. Cuando un hombre y una mujer se dan un sí para siempre, lo hacen "en el Señor", es decir, confiados en el poder de Dios que les ayudará a mantener su decisión. Es la fe, una fe límpida, firme, cierta, irrevocable, la que impulsa y pone en acción la capacidad humana para tomar decisiones. Cuando las decisiones, en lugar de basarlas en la fe o en la razón iluminada por la fe, se fundamentan en cualquier otra cosa, se corre un grandísimo riesgo de que la decisión se tambalee y sucumba con el paso de los años, con el cambio de las situaciones, con el desgaste diario de la convivencia. La fe funda nuestras decisiones en la verdad y en el bien, que son columnas inamovibles y que aguantan todos los embates y todas las tormentas.


Sugerencias pastorales

1. No decidir a la ligera. En nuestra sociedad no pocas veces se toman decisiones a la ligera. Es verdad que hay muchas pequeñas decisiones de cada día que ni se piensan, y por lo demás no tienen importancia ni consecuencias notorias. Por ejemplo, la hora de salir de compras, a qué restaurante ir a cenar o qué menú elegir para la comida del domingo. Aunque sería mejor pensar también antes de esas pequeñas decisiones, a fin de formar la capacidad y el hábito de hacer siempre decisiones maduras. Hay, sin embargo, decisiones que afectan no sólo un momento o un aspecto, sino toda nuestra vida. Por ejemplo, casarte o no, con quién casarte, cambiar de religión, abortar o no abortar, ser o no ser practicante, colaborar o no colaborar con la parroquia, elegir uno u otro trabajo profesional, etc. Estas decisiones jamás han de tomarse a la ligera. De ese modo, se hace uno a sí mismo un gravísimo daño y perjudica notablemente además a la sociedad en general y especialmente a la sociedad familiar. Uno se pregunta cómo es posible que en cosas de tanta trascendencia, se pueda decidir de forma tan superficial. La respuesta que me doy a mí mismo es que la gente, sobre todo los más jóvenes, no han sido formados para decidir en conformidad con la verdad y con el bien. Son hijos del presente efímero, son hijos de la cultura usa y tira, son hijos de las satisfacciones inmediatas. ¿Cómo van a estar capacitados para tomar decisiones de toda la vida?

2. La decisión se forma. Se sabe que hay personas que por temperamento son capaces de decisión y otras que son menos decididas o indecisas. Independientemente del temperamento que se tenga, hay que formar al hombre para la decisión, de modo que ésta sea firme, responsable y madura. El temperamento muy decidido tendrá que hermanar la decisión con la prudencia para no arriesgar en exceso. El temperamento indeciso tendrá que desarrollar su intrepidez y valentía, a fin de dar oportunamente el paso a la decisión. Tanto uno como otro tomarán las decisiones con plena conciencia y libertad, a fin de que decidan de modo digno del hombre. Una decisión bajo coacción, sea ésta psicológica, física o moral, nunca será buena, como tampoco permitirá el crecimiento del hombre en dignidad y en humanismo. Para que el ser humano pueda llevar a cabo decisiones acertadas y enriquecedoras, se requiere hermanar las decisiones con su objeto propio, es decir, con el conocimiento del bien y de la verdad. Una decisión buena madura al calor de la reflexión y de la ponderación, ajenas por un lado a cualquier precipitación y atolondramiento y, por otro, a toda dejación, pereza mental o permanente estado de perplejidad. ¿Están formando los padres a los hijos para tomar decisiones maduras? ¿Damos los adultos a los jóvenes ejemplo de buenas decisiones, firmes y responsables? ¿Estamos convencidos de que formar la capacidad de decisión es más importante para el futuro de un hombre que saber mucha informática o tener un título universitario?


22. CLARETIANOS 2003

¿Con quién estamos aliados?

Un día alguien se acercó a la guardia del palacio de Buckingham -sede de la monarquía británica-. Al ver cómo el guardia iba y volvía rítmicamente de una parte a otra, le preguntó: "¿porqué das esos pasos?". El guardia le respondió: ¡Yo doy mis pasos por mi Reina! ¿Por quién los das tú?

Nos preguntamos en este domingo por nuestras "alianzas"... esas que constituyen la trama de nuestra vida. Todo ser humano pertenece a alguien, a algo. Nuestras pertenencias son muy variadas. Pertenecemos a una nación, a un pueblo, a un grupo, a una familia, a un gremio o profesión... Es verdad que no a todas las pertenencias les damos el mismo valor. Algunas pertenencias son ocasionales y no tienen mayor importancia. Otras pertenencias nos resultan vitales. Bien se dice, que una de las necesidades vitales de las que depende nuestra felicidad consiste en "pertenecer a alguien". Por contraposición, quien a nada ni nadie pertenece, comienza ya a morir de soledad.

"Pertenecer a Dios" es una cuestión básica para el ser humano. Es la única pertenencia que nos da solidez, que no saca de la nada, o nos protege del miedo y de la muerte. Pertenecer a Dios es pertenecer a la Vida, a la Belleza, a la Consistencia. No sentirse perteneciente a Dios es caer en el sinsentido, en el vacío, en la náusea.

Apenas entrados en la tierra prometida, con un exquisito respeto, Josué le propuso al pueblo la doble opción: o pertenecer a los dioses de los pueblos conquistados, o pertenecer a Yahweh Dios. Él confeso inequívocamente que su opción irrevocable era la opción por el Dios de los Padres. Ante su ejemplo, todo el pueblo renovó la Alianza con Dios. Aquel día fue un día decisivo para el pueblo.

No obstante, nos dice la historia que de vez en cuando emergían otros dioses que seducían al pueblo y frustraban su fidelidad al único Dios. Lo mismo nos ocurre hoy. La amenaza mayor a nuestra fe y fidelidad a Dios no es el ateismo -tal vez-, sino la idolatría. Hay realidades muy poderosas que nos piden culto, veneración, e incluso adoración. Realidad, ciertamente, que no son divinas, pero se revisten con imperativos cuasi-divinos. Hasta se ha llegado a hablar de la idolatría de la acción. Pero baste con recordar la idolatría del deporte, la idolatría del mercado, la idolatría del poder, la idolatría del sexo... También nosotros, tenemos dioses para escoger. Josué -sin embargo, nos invita a mantener con absoluta fidelidad la Alianza con nuestro Dios y Padre.

También los primeros discípulos de Jesús quedaron -al parecer- defraudados de Él. La forma de manifestarse Dios en Jesús les parecía inadecuada, incomprensible. No aceptaban que Jesús fuera un Hijo de Hombre sin grandes poderes, sin poderío mundial, víctima del juicio perverso de los seres humanos. No aceptaban un Hijo de Hombre, cuya carne y sangre sería alimento y bebida, es decir, puro don, regalo, y no poder que todo lo consigue y pone a su disposición.

Es fácil que alguien se extrañe de la reacción de los discípulos ante el anuncio de la Eucaristía. ¿No resulta hoy enormemente fácil comulgar? ¿No son muchas las personas que se acercan a la comunión en tantas Eucaristías celebradas, sin el menor problema? ¿Cómo se explica entonces que ante el anuncio de la carne entregada y la sangre derramada del Hijo del Hombre, muchos discípulos abandonaran a Jesús y no fueran más con Él? Pues la clave está en que "comulgar" es mucho más que hacer un rito de comunión. Es "comulgar" con el estilo de vida de Jesús; es comulgar con su vida entregada por los demás. Comulgar es comprometerse con Jesús, el Hijo del Hombre, para "no tener dónde reclinar la cabeza", para aceptar "que a uno lo condenen, lo azoten, lo entreguen a la muerte". Comulgar no es un rito social de privilegio, sino una acogida amorosa del último puesto, un estar dispuesto a perder y no a ganar. ¿Comprendemos porqué precisamente en el momento en que se les explicó la comunión tantos discípulos dejaron de comulgar?

¡Qué bien expresó Pedro, en nombre de los demás discípulos, la fidelidad a la Alianza, la acogida del Jesús Eucaristía! ¿A quién iremos? ¡Sólo tu tienes palabras de Vida! Pedro descubrió que pertenecer a Jesús, optar sólo por Jesús, es lo mejor que le puede suceder a un ser humano. Quien pertenece a Jesús, encuentra en Él, en su entrega, en su amor incondicional, en su alianza siempre fiel, cómo es el Abbá. En Jesús se encuentra uno con el campo magnético del Abbá. Jesús es la seducción a través de la cual el Abbá nos gana para su causa. Comulgar a Jesús es la pasión de los creyentes, de los fieles a la Alianza.

El misterio de la Alianza tiene una expresión suprema en el amor matrimonial de la pareja. Más allá de los condicionantes de su tiempo, el autor de la carta a los Efesios, propone un modelo nuevo de relaciones en la pareja matrimonial. Como la Alianza de Jesús con su Iglesia, así la Alianza de la pareja. La Alianza es una llamada a forma un solo Cuerpo, a fundirse en una sola carne-espíritu. Ser pareja sacramental es pertenecerse como Jesús y la Iglesia se pertenecen mutuamente. Cada pareja en alianza eterna es sacramento del Cuerpo de Jesús. El Cuerpo de Jesús no es solo Jesús, es también la Esposa que con él se funde en un solo Cuerpo. La Eucaristía es la mediación permanente de esa Alianza. Pero no olvidemos que comulgar es algo más, mucho más que participar en un rito. Comulgar es participar de la pureza, de la santidad, del sacrificio, de la entrega, de la utopía del Cuerpo amado y asumido. Sólo así nos volvemos concorpóreos, consanguíneos.

Por eso, sigue siendo hoy para nosotros una pregunta decisiva ésta: ¿a quién pertenecemos? ¿por quién caminamos y vivimos?


23.

Autor: Neptalí Díaz Villán CSsR.                                 Fuente: www.scalando.com

 

 

UN TEMA ESPINOSO

La Biblia contiene el testimonio de la experiencia de un pueblo con Dios, el cual quiso hacer historia con el ser humano para conducirlo a su plena realización y felicidad en la libertad propia de los hijos. Para algunos, los textos de la Biblia son en su integridad Palabra de Dios y por lo tanto no se puede cuestionar ni una coma de su contenido. Para otros, la Biblia es sencillamente un libro de literatura, con una riqueza igual a la de otros libros clásicos de la antigüedad. Otros, más críticos y con cierto tinte antisemita, piensan que la Biblia, salvo algunas excepciones, contiene los crímenes cometidos por el pueblo judío para conquistar lo que ellos llamaron la tierra prometida, pero que esto, en el fondo no fue otra cosa que un despojo más de los que hizo y sigue haciendo este pueblo.

 

¿Y dónde queda nuestro amigo Pablo? Para unos es el gran Apóstol de los gentiles, cuya figura es superada solo por Cristo. Algunos llegan a decir que fue el fundador del cristianismo, porque sin él éste se hubiera quedado como una secta más dentro del judaísmo palestinense. En el otro extremo están los que piensan que Pablo no fue más que un misógamo incapaz de vivir en pareja, que justificó su soltería diciendo que ya estaba cerca la segunda venida de Cristo, y se murió esperándola.

 

¿Y qué decimos nosotros? ¿Qué decir por ejemplo sobre la segunda lectura? ¿De verdad que es Palabra de Dios que las mujeres deben someterse a los maridos? ¿Delante de Jesús y de nuestro mundo, con los signos de los tiempos actuales, podríamos seguir sosteniendo lo mismo? Algunos, inclusive algunas mujeres, no tienen problema con estas palabras de Pablo. “El hombre siempre va primero porque es la cabeza, como Cristo es la cabeza de la Iglesia”, me “corrigió” en una ocasión una esposa, porque durante la presentación de un grupo de catequistas nombré adrede primero las esposas y luego los esposos.

 

Nuestro querido y añorado papa Juan Pablo I no tuvo problema en afirmar que Dios era Padre y Madre. Pero no podemos pedirle a Pablo de Tarso, por muy inspirado que estuviera, un manifiesto feminista ¡En el siglo primero eso era inconcebible! Él vivió inserto en una cultura claramente androcéntrica (centrada en el varón) y patriarcal (machista, podríamos decir). La mujer dependía del varón y debía vivir sometida a él, esa era la consigna, no podía ser otra para la época. Los hijos dependían absolutamente del papá y debían vivir sometidos a su voluntad; ni pensar en los derechos del niño.

 

Si bien es cierto que en la historia se han dado pasos significativos y giros radicales, estos no se produjeron sin el esfuerzo de muchas personas, que con sus pequeños pasos hicieron posible tales transformaciones notables. Pablo no llegó a dar el paso agigantado de pedir igualdad entre los dos géneros. Hoy, después de 20 siglos, todavía no lo hemos logrado a plenitud. Pero hay que abonarle a Pablo el haber pedido a los maridos que amaran a sus esposas como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a ella para santificarla, de tal manera que estuviera siempre resplandeciente de gloria sin mancha ni arruga ni ningún otro defecto, sino santa e inmaculada.

 

Creo que como dijo el Concilio Vaticano II, la Biblia es palabra de Dios con lenguaje humano. Hay muchos elementos en la literatura paulina, así como en toda la literatura bíblica, que siguen siendo válidos después de dos mil años. Hay otros elementos que corresponden a una cultura y no tenemos derecho a juzgar, pero tampoco deberíamos caer en el fanatismo de repetir los mismos errores.

 

Más que la letra escrita nos corresponde buscar el espíritu con el cual fue escrita; qué buscaba el autor del texto con ciertas sugerencias, exhortaciones o leyes. La letra es el detalle de lo mandado, la prescripción, el rito o la acción concreta. El espíritu es el sentido con el que ha sido concebida una práctica concreta, y la vivencia con la que debe ser vivida. Por eso el mismo Pablo dijo: “La letra sola mata, mientras que el espíritu vivifica” (2 Cor 3,6). La letra es medio, el espíritu es fin. Es posible que el Espíritu se pueda dar sin la letra, al margen o incluso, en algunas ocasiones especiales, en contra de esta. Para esto es necesario tener una conciencia madura, capaz asumir la libertad con responsabilidad.  Esta es una exigencia para todos los cristianos y en general para todo ser humano.

 

En este sentido, hemos de ir a la Biblia con mucho respeto y humildad, pero sobre todo abiertos a la gracia del Espíritu para descubrir la voz de Dios que sigue hablando en los acontecimientos de nuestra propia historia. Tendríamos que aprender de Jesús para decir: Se dijo a nuestros antepasados… hoy se nos dice… (M5,17ss)

 

 

OPCIÓN VITAL

 

Desde niños nos vemos en la necesidad de hacer opciones: “quieres una mandarina o un banano”, le dice la mamá a su hijo. Eso es una opción propia para un niño; pero a medida que vamos creciendo las opciones se van haciendo más complejas. En el estudio puedo “echarme a la locha” y dejar que pasen los años aprendiendo lo mínimo para pasar el año escolar, o ser un “pelao pilo” de los que se preparan para transformar su entorno vital. Puedo optar entre irme a la esquina con el grupito de “parceros” o entrar en un grupo de arte, de deporte, de la parroquia o en alguna acción social.

 

Más adelante  debo optar por una profesión que me guste y me permita desplegarme laboralmente, según mis posibilidades. Debo optar entre esta o aquella muchacha que me llaman poderosamente la atención; entre comprar un carro o una moto… en fin, tengo que pensar bien, optar por la mejor de las posibilidades, de tal manera que pueda crecer, madurar y ser feliz, pues como dijo el “viejo” Aristóteles: “la felicidad está en escoger la mejor de mis posibilidades y realizarla.”

 

Tanto Josué en la asamblea de Siquem, como Jesús en la sinagoga de Cafarnaum, invitaron al pueblo a optar. En las montañas de Judea confluyeron pueblos de distinta índole, cada uno con su propia historia, su cultura, sus tradiciones e inclusive sus propios dioses.

 

Los unían muchas cosas: la situación de marginalidad, empobrecimiento y sometimiento, pero sobre todo la búsqueda de libertad y la necesidad de formar pueblo. Uno de esos grupos fue el del éxodo que salió de Egipto liderado por Moisés y, una vez llegó a las montañas, se convirtió en paradigma para los demás. Este grupo fue un punto de referencia muy importante por su experiencia de lucha por la libertad con el hilo conductor de la fe en Yahvé.

 

No faltaron los problemas, los enfrentamientos e inclusive las muertes, como lo muestra el relato de Caín y Abel, que escenifica la batalla cazada entre campesinos y pastores. Poco a poco fueron estableciendo lazos de unión hasta formar una sola historia. Aprovecharon todas las tradiciones como la del cordero pascual y la del pan ácimo, y tejieron una historia con los patriarcas a quienes presentaron como descendientes de una sola familia: Abraham, Isaac, Jacob, etc.

 

En ese proyecto grande de construir su propia historia como pueblo libre, tuvieron que tomar opciones concretas y compromisos serios que los llevaran a conseguir los objetivos. Sabían por experiencia propia que los dioses cananeos, amorreos y egipcios eran generadores de esclavitud y muerte[1]. Los “otros dioses” prometían grandes cosas y seducían con mucha facilidad a la gente; grandes imperios mostraban el poderío de los dioses, pero grandes sufrimientos les habían propinado los mismos cuando eran sus esclavos.

 

Había una opción que cada vez tomaba más fuerza, pero de la cual no todos estaban seguros: la fe en el Dios de la libertad, en Yahvé Dios Shebaot. Creer en ese Dios también implicaba una organización sociopolítica, económica, cultural y religiosa. Debían pasar de la estructura monárquica en la cual todo el poder estaba en el monarca, a una estructura tribal en la cual la máxima autoridad estaba en los jueces (Josué era uno de ellos), quienes presidían la confederación de tribus. Debían pasar del politeísmo al monoteísmo. De la ley del más fuerte a una ética exigente de convivencia en justicia y derecho, lo cual no les parecía muy fácil de llevar…

 

Era preciso optar y por eso Josué puso al pueblo entre un “o” “o”: o los otros dioses, o Yahvé Dios: “Si les parece demasiado duro servir al Señor, escojan hoy a quien servir: a los dioses a quienes sirvieron sus padres en Mesopotamia, o bien a los dioses de los amorreos en cuyo país habitan ustedes. De todos modos, mi familia y yo serviremos al Señor.” No obstante las seducciones de los otros dioses, la asamblea de Siquén siguió el ejemplo de la casa de Josué y tomó la opción de seguir al Dios de la libertad.

 

Jesús por su parte no buscó adeptos valiéndose de promesas dulces. En el discurso del pan de vida mostró a un Dios cercano y amoroso que alimenta y acompaña al pueblo, pero también presentó un camino que exigía asumir la carne humana con todas sus realidades y trabajar responsablemente para lograr la meta. Comer la carne y beber la sangre del hijo del hombre, dijimos hace 8 días, significa asimilarle a él y su camino de salvación. No era fácil. Debían optar. Muchos optaron por irse, inclusive sus amigos más cercanos lo criticaban.

 

“Ustedes también quieren irse?”, les preguntó Jesús. Porque es un engaño decir que somos cristianos si no optamos por seguir sus pasos hasta el final. Aquí no se trata de escoger entre un banano o una mandarina. Esta una opción fundamental. ¿Me la juego con Jesús y su proyecto de justicia y derecho?, ¿soy indiferente? o ¿me opongo sus pretensiones?

 

Muchos dicen ser cristianos pero se quedan en un cristianismo social, de tradiciones y ritos para no perder la costumbre. Dicen Señor, Señor, pero no se ven las obras. Mucho tilín-tilín y nada de paletas, como las gallinas que cacarean sin poner huevo. Sencillamente les parece bonito el bautismo, les parece romántico ver a un niño con el vestido de primera comunión y siempre han soñado entrar por la nave central de la “iglesia más cotizada” de la ciudad, mientras tocan la marcha nupcial.

 

Hoy nos corresponde optar. Somos absolutamente libres para dejar a Jesús, inclusive para llevar un cristianismo mediocre, o para tomar en nuestras manos el timón y asumir la vida como Él la asumió. Como Pedro, nos corresponde descubrir que verdaderamente Él tiene palabras de vida eterna.

 

Es necesario optar: ¿A quien seguimos? ¿A quién iremos? ¿A quien servimos? ¿A los actuales idolillos y su engañosa seducción? ¿Al dinero? ¿Al consumo? ¿Al poder? ¿Al político de turno? ¿A la moda? ¡Mucha gente se ha ido! ¡Otro tanto llevan un cristianismo mediocre! ¿Nosotros también queremos irnos? ¿Nosotros somos de los cristianos mediocres? Si caminamos con Jesús podremos descubrir que son ciertas las palabras de Pedro: “Señor, ¿a quién vamos a ir? ¡Tú tienes palabras de vida eterna!”
 


 

24.

 

COMENTARIOS GENERALES

 Primera lectura: (Josué 24, 1 2. 15 18)

Israel no acaba de purificarse de su proclividad a la idolatría. Los Profetas levantan sin cesar la voz. Esta tentación no ha sido del todo superada. Ni la de la idolatría ni la del sincretismo religioso:

En el marco histórico de una asamblea cultural celebrada en el Santuario de Siquem se nos presenta a Josué sucesor de Moisés en la jefatura de Israel, en su calidad de gran caudillo, exigiendo a todo el pueblo, representado en los cabezas de las doce Tribus, la fidelidad y rechazar todos los ídolos, o prestar culto a los ídolos y abandonar a Yahvé.

- En su discurso apoya la fidelidad a Yahvé en tres razones principales: Dios se les ha revelado en la maravillosa historia de la liberación de Egipto como Dios Omnipotente y Único (17). Dios es Dios Santo que ha hecho de ellos un pueblo santo, elegido, consagrado a su culto (19a). Dios es Dios celoso y no tolera que sus adoradores coqueteen con los ídolos. La doctrina tan exigente de Josué, expresada en antropomorfismos que luego repetirán los Profetas, permite al autor del Eclesiástico enumerar a Josué entre los Profetas en línea con Moisés: “Poderoso Josué sucesor de Moisés en la Profecía; grande en la salvación de los elegidos. Marchó siempre en pos de Dios Poderoso; y ya en los días de Moisés manifestó su piedad; se opuso a la asamblea; apartó al pueblo del pecado; e hizo cesar la murmuración de los malvados” (Ecl 46, 1. 7).

El pueblo siempre veleidoso oye cómo cierra Josué el inquietante dilema: Sea cual sea la elección que vosotros hagáis, “Yo y mi Casa serviremos a Yahvé”. Josué ha obtenido con su sinceridad y su piedad el más rotundo éxito: “Respondió entonces el pueblo: Lejos de nosotros el abandonar a Yahvé para servir a otros dioses. Yahvé es nuestro Dios” (16). En la Nueva Alianza nos es útil recordar cómo Dios es Único, Poderoso, Fiel, Santo, Celoso. Son muchos los ídolos entronizados en el corazón humano, aun en el de los que nos llamamos cristianos. La Iglesia hoy nos hace pedir: “Da populis tuis id amare quod praecipis, id desiderare quod promittis; ut, inter mundanas varietates, ibi nostra fixa sint corda, ubi vera sunt gaudia” (Collecta).


Segunda Lectura: Efesios 5, 21 32:

Nos ofrece el Apóstol una bella teología del sacramento del Matrimonio:

Esta teología se remonta a la narración del Génesis. Así como cuando Dios creaba a Adán tenía en su mente y corazón el “Adán Nuevo” = Cristo, así cuando instituía Dios el matrimonio preparaba como un esbozo y figura de los desposorios de Cristo con la Iglesia.

En la Cristología paulina es muy frecuente el tema Cristo Esposo e Iglesia Esposa. Tema por otra parte iluminado por los Profetas del Antiguo Testamento, que presentan las relaciones de Dios con Israel bajo el símbolo de un desposorio. Isaías, Jeremías, Oseas, Ezequiel, y sobre todo el Cantar de los Cantares, desarrollan a menudo el tema de los desposorios de Dios con Israel. En la Nueva Alianza, cuando las promesas, las figuras, los preanuncios, las sombras se convierten en realidad, Cristo Dios se escoge, purifica, embellece, enriquece, enjoya a la Iglesia, su Esposa (vv 26. 27).

De esta bellísima Cristología deduce Pablo la teología del matrimonio cristiano: El matrimonio entre cristianos es un “signo sagrado”: representa el desposorio Cristo Iglesia. Los esposos cristianos deben ver en el desposorio Cristo Iglesia el modelo de sus derechos y deberes mutuos: “Varones, amad a vuestras esposas como Cristo amó a su Iglesia hasta entregarse a Sí mismo por ella. Los maridos deben amar a sus esposas como a sus propios cuerpos. Quien ama a su esposa a sí mismo se ama” (25. 28). El matrimonio cristiano adquiere con ello una dignidad y un dinamismo santificador maravilloso. Y dado que como sacramento realiza lo que significa, da a los esposos la gracia de reproducir, la fidelidad, la santidad, la totalidad, la fecundidad con que se aman Cristo y la Iglesia.


Evangelio: Juan 6, 61 70:

San Juan nos guarda el más bello de los discursos de Jesús. No halló entonces eco. El auditorio no tenía fe en El. Hoy lo leemos con fe y estallamos de amor:

En todo el discurso del “Pan de Vida” Jesús y su auditorio quedan en zona diversa. Al principio sus oyentes sólo piensan en el “pan” material, sustento corporal (v 34). Al final del discurso, más a ras de tierra, sólo piensan en un crudo y repugnante canibalismo (53. 61), expresado con todo desabrimiento: “¿Cómo puede Este darnos a comer su carne? Este lenguaje es intolerable” (60). “Les parecía doctrina dura. ¡Y éranlo ellos! Imaginan carne a bocados y a tajadas, no carne vivificada y vivificante de Espíritu Santo” (cfr. Avila, BAC 303, p 886).

La solución será la Carne de Cristo glorificada (27. 63). Nos dará Jesús su “carne” hecha “Espíritu vivificante” (1 Cor 15, 45). La manducación será real, pero “espiritual”. Será el Verbo Encarnado el alimento que comeremos con la fe y el sacramento. El Verbo Encarnado y glorificado en su Carne es el vehículo por el que nos llega la vida divina (55. 58).

Los hombres, seres corpóreos, nos alimentaremos de vida divina a través del Cuerpo de Cristo. A través de El nos fue ganada la salvación y a través de El se nos comunica. Y eso es precisamente la Eucaristía, a la que llamamos muy propiamente: “Santísimo Cuerpo de Cristo”. La fe de la Iglesia defiende una Eucaristía eminentemente pneumática a la vez que realista: “La Eucaristía es la Carne de Cristo, la que padeció por nuestros pecados, la que resucitó el Padre”. “El pan eucarístico es el Cuerpo del Señor; y el cáliz, su Sangre” (Ireneo). El pan y el vino son el signo sensible de la realidad y de la presencia sustancial de Cristo. El pan y el vino no son “dones” de Cristo, sino Cristo mismo como “Don”. ¡Negocio estupendo! Ofrecemos nuestro don: el pan... Ut, offerentes quae dedisti, teipsum mereamur accipere (Super Oblata).


 *Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros de la Palabra", ciclo "B", Herder, Barcelona 1979.

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SAN AGUSTÍN

TRATADO XXVII

Desde este pasaje: “Esto lo dijo en una sinagoga de Cafarnaum”, hasta este otro: “Porque éste, uno de los doce, le había de entregar”.

1. Hemos oído atentamente por la lectura del evangelio las palabras del Señor que siguen a mi sermón anterior. De aquí la obligación que tengo de hablar a vuestros oídos e inteligencias, y el día de hoy es muy a propósito. El asunto es acerca del cuerpo del Señor, que nos decía nos lo entregaba para comerlo por la vida eterna. El explica la manera de dársenos El y sus dones; la manera de darnos a comer su carne, diciendo: “Quien come mi cuerpo y bebe mi sangre, está en mí y yo en él”. La señal de que alguien lo come y lo bebe es si Cristo permanece en él y él en Cristo; si Cristo habita en él y él habita en Cristo, y si está unido a El para no ser abandonado. Esto nos enseña y avisa con palabras llenas de misterio: que estemos en su cuerpo con sus miembros bajo la cabeza, que es El, comiendo su carne y no separándonos de su unidad. Pero muchos de los presentes no entendieron y se escandalizaron; no pensaban, oyendo estas cosas, sino en la carne, porque eso eran ellos: carne. El Apóstol dice, y es verdad: “Entender según la carne es muerte”. El Señor nos entrega su carne para que la comamos, y entender esto según la carne es muerte, siendo así que El dice de su carne que allí está la vida eterna; luego no debemos entender la carne según la carne, como de las palabras siguientes se deduce.

2. Muchos de los que le escuchaban, no de sus enemigos, sino de sus discípulos, dijeron: “¡Qué discurso este tan duro! ¿Quién puede oírlo?” Si los discípulos juzgaron tan duras estas palabras, ¿qué juzgarían de ellas sus enemigos? Sin embargo, era necesario que se expresara de tal modo que no lo entendieran todos. Los secretos de Dios deben excitar nuestra atención, no nuestra aversión. Estos se separaron de El en seguida, tan pronto como profirió el Señor Jesús tales palabras. No dieron crédito al que decía algo inmenso ni al que ocultaba gracias inefables en sus Palabras. Ellos las entendieron a su gusto, por cierto muy humano, a saber: Que Jesús quería o que Jesús disponía dar a quien creyese en El la carne de que el Verbo estaba revestido, hecha pedazos. ¡Qué duras, dicen, son estas palabras!, ¿qué oído puede soportarlas?

3. Conociendo Jesús en Sí mismo que murmuraban de eso sus discípulos (esto lo hablaban entre sí, de manera que El no lo oyese; pero como a El nada de ello se le ocultaba, oyendo en Sí mismo lo que decían), respondió y dijo: ¿“Os escandaliza eso”, porque he dicho que os doy a comer mi carne y a beber mi sangre? ¿Eso es lo que os escandaliza? ¿Qué será, pues, sí conseguís ver al Hijo del hombre subir a donde estaba primero? ¿Qué significa esto? ¿Hace desaparecer con esto lo que les alborotaba? ¿Descubre con esto el sentido de lo que les escandalizaba? Sí, ciertamente, con tal de que llegasen a entenderlo. Ellos creían que les iba a dar su cuerpo, y El les dice que subirá al cielo, y ciertamente todo entero. Cuando veáis al Hijo del hombre subir a donde estaba primero, entonces es cuando os daréis claramente cuenta de que no os da a comer su cuerpo como vosotros pensáis, entonces os daréis ciertamente cuenta de que su gracia no se come a mordiscos.

4. Y siguió diciendo: “El espíritu es el que da vida, mas la carne no sirve de nada”. Antes de explicar esto, como el Señor nos da a entender, no se debe pasar a la ligera lo que antes dijo: ¿Qué sucederá, pues, cuando veáis al Hijo del hombre subir a donde estaba primero? El Hijo del hombre, Cristo, nació de la Virgen María. Luego el Hijo del hombre comenzó a existir en la tierra en el momento mismo que tomó carne, que viene de la tierra. Por lo cual se dijo proféticamente: “La verdad nació de la tierra”. ¿Cuál es el sentido, pues, de estas palabras: “Cuando viereis al Hijo del hombre que sube a donde estaba antes”? No habría problema si hubiera dicho: Si viereis al Hijo de Dios subir a donde estaba antes; más, como dijo que el Hijo del hombre subía a donde estaba antes, ¿será que el Hijo del hombre estaba en el cielo cuando comenzó a existir en la tierra? Aquí dice a donde estaba antes, como si en aquel entonces, cuando decía estas cosas, no estuviese allí. Más en otro pasaje dice: “Nadie sube al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo”. No dice que estaba, sino que dice: “el Hijo del hombre, que está en el cielo”. Habla en la tierra y dice que está en el cielo; y no dice de este modo: “Nadie sube al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo de Dios, que está en el cielo”. ¿Para qué este modo de hablar sino para que comprendamos lo que ya expliqué yo a vuestra caridad en un sermón anterior: que Cristo, Dios y hombre, es una sola persona, no dos; no vaya a suceder que nuestra fe tenga por objeto no una trinidad, sino una cuaternidad? Luego Cristo es una sola persona; el Verbo, el alma y la carne son un solo Cristo; y el Hijo del hombre y el Hijo de Dios es un solo Cristo. Hijo de Dios eternamente, Hijo del hombre temporalmente, pero es un solo Cristo en la unidad de persona. Estaba en el cielo cuando hablaba en la tierra. El Hijo del hombre estaba en el cielo como el Hijo de Dios estaba en la tierra. Estaba el Hijo de Dios en la tierra por la carne que había tomado; estaba el Hijo del hombre en el cielo por la unidad de persona.

5. ¿Cuál es el sentido de las palabras que siguen: “El espíritu es el que da la vida, mas la carne no sirve para nada”? Digámosle (El nos 1o consiente con tal de no contradecirle, sino con deseos de aprender): ¡Oh Señor, Maestro bueno!, ¿cómo es que la carne no sirve de nada, siendo así que dices tú: “Si no comiereis la carne del Hijo del hombre, si no bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros”? ¿No sirve para nada la vida? ¿No somos lo que somos para que tengamos la vida eterna, que nos prometes con tu carne? ¿Qué significa que “la carne no vale nada”? No vale nada la carne en el sentido en que lo entendieron ellos: carne muerta, hecha pedazos o como se vende en el mercado, no la carne vivificada por el espíritu. Se dice, pues, que “la carne no sirve para nada” en el mismo sentido que se dice que la “ciencia hincha”. Pero ¿por eso se debe odiar la ciencia? No. ¿Qué significa que la “ciencia hincha”? Cuando está sola sin la caridad. Por eso añadió: “La caridad edifica”. Junta la caridad con la ciencia, y la ciencia será útil, no por sí sola, sino por la caridad. Lo mismo aquí: “La carne no vale nada”, es decir, la carne sola; pero júntese el espíritu con la carne, como se junta la caridad con la ciencia, y entonces vale muchísimo. Porque, si la carne no vale para nada, no se hubiese hecho carne el Verbo para vivir con nosotros. Si Cristo nos valió mucho por su carne, ¿cómo la carne no vale para nada? El espíritu realizó algo por nuestra salud mediante la carne. La carne es un recipiente; mira bien lo que contiene, no lo que es. Los apóstoles fueron enviados; su carne, ¿no nos vale para nada? Si la carne de los apóstoles nos sirvió para algo, ¿es posible que la carne del Señor no nos sirva para nada? ¿De dónde nos viene el sonido de su palabra sino por la voz de la carne? ¿De dónde la pluma y de dónde la escritura? Todo esto lo hace la carne, pero moviéndola el espíritu como órgano o instrumento suyo. “El espíritu es, pues, el que vivifica, mas la carne no vale nada”; pero es la carne como ellos la entendieron; yo no doy a comer mi carne en este sentido.

6. Por eso, dice, “las palabras que yo os digo, son espíritu y vida”. Ya dijimos, hermanos, lo que nos recomienda el Señor cuando comemos su carne y bebemos su sangre, a saber: que permanezcamos en El y que El permanezca en nosotros. Moramos en El cuando somos miembros suyos, y El mora en nosotros cuando somos templo suyo. La unidad os junta para que podamos ser sus miembros; y la unidad es realizada por la caridad. ¿Y cuál es la fuente de la caridad? Pregúntalo al Apóstol: “La caridad de Dios, dice, es difundida en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado”. Luego “es el Espíritu quien vivifica”, por que el Espíritu es quien hace que los miembros tengan vida. El Espíritu sólo da vida a los miembros que encuentra unidos al cuerpo, que informa y vivifica. Porque el espíritu que existe en ti, ¡oh hombre!, y por el que eres hombre, ¿vivifica, por ventura, los miembros que del cuerpo están separados? Yo llamo espíritu tuyo a tu alma; y tu alma sólo vivifica los miembros que están unidos con tu cuerpo. Si separas uno, ya no es vivificado por tu alma, porque ya no forma parte de la unidad de tu cuerpo. Se dicen estas cosas para que nos enamoremos de la unidad y temamos la división. Nada debe ser tan temible al cristiano como el separarse del cuerpo de Cristo, porque, si se separa del cuerpo de Cristo, ya no es miembro suyo; y si no es miembro suyo, no vive de su Espíritu. “El que no tiene, dice el Apóstol, el Espíritu de Cristo, este tal no es de Cristo. El Espíritu es, pues, quien vivifica, la carne no vale nada”; las palabras que yo os hablo son espíritu y vida. ¿Qué significa que son “espíritu y vida”? Que se deben entender espiritualmente. ¿Las has entendido espiritualmente? Entonces son “espíritu y vida”. ¿Las has entendido carnalmente? Aun así entendidas, son “espíritu y vida”, pero no lo son para ti.

7. “Pero hay algunos, dice, entre vosotros que no creen”. No dice: Hay algunos entre vosotros que no entienden, sino que dice la causa porque no entienden. “Hay algunos entre vosotros que no creen”, y por eso no entienden, por que no creen. Ya dice el profeta: “Si no creéis, no entenderéis”. La fe nos une y la inteligencia nos vivifica. Constituyámonos en la unidad por la fe, para que tenga existencia lo que pueda ser vivificado por la inteligencia. Quien no se une, pone resistencia; y quien se opone, no cree. ¿Podrá ser vivificado quien resiste? Es enemigo del rayo de la luz, que le debía penetrar; no aparta los ojos, pero cierra su mente. “Hay, pues, algunos que no creen”. Que crean y que abran, que abran su inteligencia y serán iluminados. “Sabía Jesús desde el principio quiénes serian los creyentes y quién le había de entregar”. Pues Judas estaba también allí. Algunos se escandalizaron; mas él se quedó para armarle asechanzas, no para comprender. Y porque se quedó con ese fin, el Señor habló de él. No le nombró claramente, pero tampoco guardó silencio acerca de él, con el fin de infundir temor a todos, aunque uno solo fuera el que se había de perder. Y después de decir y distinguir los que creían de los que no creían, dio a conocer el porqué no creían: “Por eso os dije, añadió, que nadie puede venir a mí si no le es dado por mi Padre”. Luego el creer se nos da también, por que el creer es alguna cosa. Si, pues, es una gran cosa, gózate porque creíste, pero no te enorgullezcas. Pues “¿qué tienes que no lo hayas recibido?”.

8. “Desde aquel momento, muchos de sus discípulos retrocedieron y ya no le seguían”. Echaron pie atrás, pero para ir tras Satanás, no tras Cristo. En una ocasión, el Señor llamó a Pedro Satanás, porque quería ir delante de El y darle el consejo de que no muriese el que había venido a la muerte para que no muriésemos todos nosotros eternamente. Y le dice: Anda detrás de mí, Satanás; no tienes gusto para las cosas de Dios, sino para las de los hombres. No le rechazó para que fuera tras Satanás, y, con todo, le llamó Satanás. Le hizo ir tras El, tras el Señor, para que dejase ya de ser Satanás. Estos retrocedieron al modo de aquellas mujeres de quienes dice el Apóstol: Algunas retrocedieron, pero para ir tras Satanás. Ya no le siguieron más. He aquí cómo, separados del cuerpo, perdieron la vida, porque, seguramente, jamás estuvieron unidos al cuerpo. Hay que contarlos entre los que no creen, aunque se llamen sus discípulos. Dejaron de ir tras El no pocos, sino muchos. Esto sucedió seguramente para nuestro consuelo. Acontece a veces decir un hombre la verdad, y sus palabras no son comprendidas, y los que las oyen se escandalizan y se van. Le duele al hombre haber dicho la verdad y reacciona así en su interior: No debí hablar así, no debí decir esto. Mira que al Señor le sucedió también esto. Habló y perdió a muchos y se quedó con pocos. Pero El no se turba; sabía desde el principio quiénes creerían y quiénes no creerían. Si nos sucede esto a nosotros, nos turbamos. Consolémonos con el Señor y tengamos mucha cautela cuando hablamos.

9. Y El se dirige a los pocos que se habían quedado con El. “Dijo Jesús a los doce”, es decir, a los que se quedaron Con El: “¿Queréis por ventura vosotros huir también de mi compañía?”. No se fue nadie, ni Judas siquiera. Pero el Señor ya sabía por qué no se iba, y nosotros lo supimos después. Pedro contesta, en nombre de todos, uno por muchos, la unidad por la universalidad. Contestó, pues, Simón Pedro: “Señor, ¿a quién iremos?” ¿Nos alejas de ti? Danos otro igual que tú. “¿A quién iremos?” Si nos vamos de tu compañía, “¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”. Mirad cómo comprendió esto Pedro con la ayuda de Dios y confortación del Espíritu Santo. ¿De dónde le vino esta inteligencia sino de su fe? “Tú tienes palabras de vida eterna”. Porque tú das la vida eterna en el servicio de tu cuerpo y sangre, nosotros hemos creído entendido. No entendimos y creímos, sino que creímos y entendimos. Creímos, pues, para llegar a comprender; porque, si quisiéramos en tender primero y creer después, no nos hubiera sido posible entender sin creer. ¿Qué es lo que hemos creído y qué es lo que hemos entendido? “Que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios”; es decir, que tú eres la misma vida eterna y que no comunicas en el servicio de tu carne y sangre sino lo que tú eres.

10. Sigue, pues, hablando el Señor Jesús: “No os he elegido yo a los doce, y uno de vosotros es un diablo”? Luego parece que debía decir que elegía a once. ¿Es acaso el diablo un elegido o se encuentra entre ellos? Elegido es nombre laudatorio. ¿O es que puede llamarse elegido también uno que, sin quererlo ni saberlo él, es utilizado para realizar una gran obra de bondad? Porque, así como los malos hacen mal uso de las obras buenas de Dios, así Dios, por el contrario, hace buen uso de las malas obras de los impíos. ¡Qué bueno es que los miembros del cuerpo estén tan bien dispuestos como sólo el artífice Dios lo puede hacer! ¡Qué mal usa de los ojos la inmodestia! Qué mal usa también de la lengua el doloso! ¿No mata primero cruelmente el testigo falso con la lengua su alma y, muerto él, intenta matar a los demás? Hace mal uso de la lengua, pero no por eso la lengua es cosa mala; la lengua es una obra de Dios. Pero es la iniquidad la que hace mal uso de esta obra de Dios. ¿Qué uso hacen de los pies los que van corriendo al crimen? ¿Qué uso hacen de las manos los homicidas? ¡Qué mal uso hacen todos los impíos de las buenas criaturas de Dios que forman nuestra circunstancia! Pervierten con el oro la justicia y matan la inocencia. Los malos usan mal de la luz, ya que, viviendo mal, utilizan la misma luz como instrumento de sus crímenes. El malo que va a hacer algún mal, quiere la luz para no tropezar, él, que ya dentro tropezó y cayó. En lo mismo que teme para su cuerpo, cayó ya su corazón. Luego de todos los bienes de Dios (recorrerlos uno por uno sería demasiado largo) usa mal el que es malo; el bueno, al contrario, usa bien de las maldades de los hombres impíos. ¿Qué bien mejor que Dios? En una ocasión dijo el mismo Señor: “Nadie es bueno sino Dios”. Luego, cuanto es mejor El, tanto mejor usa de nuestras maldades. ¿Hay algo más malo que Judas? Entre todos los que seguían al Maestro, entre los doce, a él solo se le dio la misión de guardar el dinero y de distribuirlo a los pobres. El, sin embargo, ingrato a beneficio tan grande, a tan gran honor, recibió el dinero y perdió la justicia. Muerto él, entregó a la muerte al que es la vida y persiguió como enemigo a quien seguía como discípulo. Esta es toda la maldad de Judas. El Señor, sin embargo, de toda su perversidad usó bien. Sufrió ser entregado para redimirnos. ¡Mirad cómo la maldad de Judas se convirtió en bien! ¿A cuántos mártires atormentó Satanás? Si Satanás hubiese cesado en sus persecuciones, no solemnizaríamos hoy el triunfo, tan lleno de gloria, de San Lorenzo. Luego, si Dios convierte en servicio del bien las acciones mismas del diablo, el mal, que hace el que es malo, a sí mismo perjudica, no a la bondad de Dios. Se sirve de él como artífice; y como artífice supremo no permitiría ni su existencia si no supiese hacer buen uso de él. “Uno de vosotros es un diablo, dice, con haberos yo elegido doce”. Puede entenderse también de esta manera lo que dijo: Elegí doce porque es sagrado el número doce. No porque haya perecido uno de los doce, pierde este número su honor. Permanece, pues, en su integridad el número consagrado, el número doce; y es por que los apóstoles debían predicar por todo el mundo, esto es, por los cuatro puntos cardinales, el misterio de la Santísima Trinidad. Por eso son cuatro grupos de tres. Judas, pues, se exterminó a sí mismo, pero sin deshonrar el número doce. El se fue de la compañía del maestro, pero Dios le asignó un sucesor.

11. Todo esto que habló el Señor acerca de su carne y de su sangre y la promesa que nos hizo de la vida eterna en virtud de su administración, y el querer que por esto se distinguiesen los que comen su carne y beben su sangre, a saber: por la permanencia de ellos en El y de El en ellos; y el decir que no entendieron porque no tuvieron fe y que se escandalizaron por su inteligencia terrena de las cosas espirituales; y que, mientras aquéllos se escandalizaban y se perdían, consoló el Señor a sus discípulos, a los cuales, como para probarles, pregunta: “¿Queréis iros también vosotros?”, con el fin de que conociésemos nosotros su espíritu de fidelidad, pues ya sabía El que permanecían fieles; digo que todo esto nos sirve, amadísimos, para que no comamos y bebamos su carne y su sangre sólo sacramentalmente, como lo hacen también muchos que son malos, sino que la comamos y bebamos de tal modo que participemos de su Espíritu, con el fin de permanecer como miembros en el cuerpo del Señor y vivir de su Espíritu y no escandalizarse, aunque muchos ahora comen temporalmente con nosotros los sacramentos, que al fin tendrán eternos tormentos. Pues ahora hay mezcla en el cuerpo de Cristo, como la hay en la era; pero el Señor conoce quiénes son los suyos. Como tú sabes lo que trillas y que allí está oculto el grano y que no destruye la trilla lo que ha de limpiar el bieldo, así nosotros estamos ciertos, hermanos, que todos los que somos miembros del cuerpo del Señor y permanecemos en El, con el fin de que El permanezca también en nosotros, por necesidad tenemos que vivir en este mundo, hasta el fin de la vida, mezclados con los malos. No digo entre los malos que blasfeman de Cristo, pues ya hay pocos que blasfeman con la lengua, pero sí hay muchos que blasfeman con su vida. Necesaria es, pues, que vivamos entre ellos hasta el fin de nuestra vida.

12. ¿Qué significa lo que dice: “El que permanece en mí y yo en él”? ¿Qué otra cosa significa sino lo que oían los mártires: “El que persevere hasta el fin, éste será salvo”? ¿Cómo permaneció en El San Lorenzo, cuya fiesta celebramos hoy? Permaneció hasta la prueba, y hasta el interrogatorio del tirano, y hasta las más crueles amenazas, y hasta la muerte; y esto es poco aún: permaneció hasta las más inhumanas torturas. No le mataron de un tajo, sino que fue torturado por el fuego. Se le prolongó la vida; mejor dicho: no se le prolongó la vida, sino que se le obligó a morir más lentamente. Pero en aquella muerte lenta, en aquellos tormentos, no sintió los dolores: había comido y bebido bien, se había fortalecido y como embriagado con aquella comida y con aquella bebida. Allí estaba presente el que dijo: “El espíritu es el que da vida”. La carne se quemaba, pero el espíritu daba vida a su alma. No se rindió, y entró en posesión del reino. El santo mártir Sixto, cuya fiesta celebramos hace hoy cinco días, le había dicho: No te aflijas, hijo. Aquél era obispo, y éste diácono. No te aflijas, dice; después de tres días me seguirás. Los tres días son el tiempo que media entre el día del martirio de San Sixto y el día de hoy, que es el martirio de San Lorenzo. El tiempo que media son tres días. ¡Qué alegría tan grande! No dice: No te aflijas, hijo; cesará la persecución y quedarás tranquilo; sino: No te aflijas, me seguirás tú a donde yo voy antes que tú; no tardarás en seguirme: sólo mediarán tres días y estarás conmigo. Creyó en la profecía y triunfó del diablo Y consiguió la victoria.

(San Agustín, Obras de San Agustín, Tomo XIII, BAC, Madrid, 1955, Pág. 679-693) 

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JUAN PABLO II

Homilía de S.S. Juan Pablo II en la Misa de Clausura de la XV Jornada Mundial de la Juventud (Tor Vergata, Roma, 20 de agosto del 2000)

1. "Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6,68).

Queridos jóvenes de la decimoquinta Jornada Mundial de la Juventud, estas palabras de Pedro, en el diálogo con Cristo al final del discurso del "pan de vida", nos afectan personalmente. Estos días hemos meditado sobre la afirmación de Juan: "La palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros" (Jn 1,14). El evangelista nos ha llevado al gran misterio de la encarnación del Hijo de Dios, el Hijo que se nos ha dado a través de María "al llegar la plenitud de los tiempos" (Gal 4,4).

En su nombre os vuelvo a saludar a todos con un gran afecto. Saludo y agradezco al Cardenal Camillo Ruini, mi Vicario General para la diócesis de Roma y Presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, las palabras que me ha dirigido al comienzo de esta Santa Misa; saludo también al Cardenal James Francis Stafford, Presidente del Pontificio Consejo para los Laicos y a tantos Cardenales, Obispos y sacerdotes aquí reunidos; así mismo, saludo con gran deferencia al Señor Presidente de la República y al Jefe del Gobierno Italiano, así como a todas las autoridades civiles y religiosas que nos honran con su presencia.

2. Hemos llegado al culmen de la Jornada Mundial de la Juventud. Ayer por la noche, queridos jóvenes, hemos reafirmado nuestra fe en Jesucristo, en el Hijo de Dios que, como dice la primera lectura de hoy, el Padre ha enviado "a anunciar la buena nueva a los pobres, a vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación y a los reclusos la libertad... para consolar a todos los que lloran" (Is 61,1-3).

En esta celebración eucarística Jesús nos introduce en el conocimiento de un aspecto particular de su misterio. Hemos escuchado en el Evangelio un pasaje de su discurso en la sinagoga de Cafarnaúm, después del milagro de la multiplicación de los panes, en el cual se revela como el verdadero pan de vida, el pan bajado del cielo para dar la vida al mundo (cf. Jn 6,51). Es un discurso que los oyentes no entienden. La perspectiva en que se mueven es demasiado material para poder captar la auténtica intención de Cristo. Ellos razonan según la carne, que "no sirve para nada" (Jn 6,63). Jesús, en cambio, orienta su discurso hacia el horizonte inabarcable del espíritu: "Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida" (ibíd).

Sin embargo el auditorio es reacio: "Es duro este lenguaje; ¿Quién puede escucharlo?" (Jn 6,60). Se consideran personas con sentido común, con los pies en la tierra, por eso sacuden la cabeza y, refunfuñando, se marchan uno detrás de otro. El número de la muchedumbre se reduce progresivamente. Al final sólo queda un pequeño grupo con los discípulos más fieles. Pero respecto al "pan de vida" Jesús no está dispuesto a contemporizar. Está preparado más bien para afrontar el alejamiento incluso de los más cercanos: "¿También vosotros queréis marcharos?" (Jn 6,67).

3. "¿También vosotros?" La pregunta de Cristo sobrepasa los siglos y llega hasta nosotros, nos interpela personalmente y nos pide una decisión. ¿Cuál es nuestra respuesta? Queridos jóvenes, si estamos aquí hoy es porque nos vemos reflejados en la afirmación del apóstol Pedro: "Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6,68).

Muchas palabras resuenan en vosotros, pero sólo Cristo tiene palabras que resisten al paso del tiempo y permanecen para la eternidad. El momento que estáis viviendo os impone algunas opciones decisivas: la especialización en el estudio, la orientación en el trabajo, el compromiso que debéis asumir en la sociedad y en la Iglesia. Es importante darse cuenta de que, entre todas las preguntas que surgen en vuestro interior, las decisivas no se refieren al "qué". La pregunta de fondo es "quién": hacia "quién" ir, a "quién" seguir, a "quién" confiar la propia vida.

Pensáis en vuestra elección afectiva e imagino que estaréis de acuerdo: lo que verdaderamente cuenta en la vida es la persona con la que uno decide compartirla. Pero, ¡atención! Toda persona es inevitablemente limitada, incluso en el matrimonio más encajado se ha de tener en cuenta una cierta medida de desilusión. Pues bien, queridos amigos: ¿no hay en esto algo que confirma lo que hemos escuchado al apóstol Pedro? Todo ser humano, antes o después, se encuentra exclamando con él: "¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna". Sólo Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios y de María, la Palabra eterna del Padre, que nació hace dos mil años en Belén de Judá, puede satisfacer las aspiraciones más profundas del corazón humano.

En la pregunta de Pedro: "¿A quién vamos a acudir?" está ya la respuesta sobre el camino que se debe recorrer. Es el camino que lleva a Cristo. Y el divino Maestro es accesible personalmente; en efecto, está presente sobre el altar en la realidad de su cuerpo y de su sangre. En el sacrificio eucarístico podemos entrar en contacto, de un modo misterioso pero real, con su persona, acudiendo a la fuente inagotable de su vida de Resucitado.

4. Esta es la maravillosa verdad, queridos amigos: la Palabra, que se hizo carne hace dos mil años, está presente hoy en la Eucaristía. Por eso, el año del Gran Jubileo, en el que estamos celebrando el misterio de la encarnación, no podía dejar de ser también un año "intensamente eucarístico" (cf. Tertio millennio adveniente, 55).

La Eucaristía es el sacramento de la presencia de Cristo que se nos da porque nos ama. Él nos ama a cada uno de nosotros de un modo personal y único en la vida concreta de cada día: en la familia, entre los amigos, en el estudio y en el trabajo, en el descanso y en la diversión. Nos ama cuando llena de frescura los días de nuestra existencia y también cuando, en el momento del dolor, permite que la prueba se cierna sobre nosotros; también a través de las pruebas más duras, Él nos hace escuchar su voz.

Sí, queridos amigos, ¡Cristo nos ama y nos ama siempre! Nos ama incluso cuando lo decepcionamos, cuando no correspondemos a lo que espera de nosotros. Él no nos cierra nunca los brazos de su misericordia. ¿Cómo no estar agradecidos a este Dios que nos ha redimido llegando incluso a la locura de la Cruz? ¿A este Dios que se ha puesto de nuestra parte y está ahí hasta al final?

5. Celebrar la Eucaristía "comiendo su carne y bebiendo su sangre" significa aceptar la lógica de la cruz y del servicio. Es decir, significa ofrecer la propia disponibilidad para sacrificarse por los otros, como hizo Él.

De este testimonio tiene necesidad urgente nuestra sociedad, de él necesitan más que nunca los jóvenes, tentados a menudo por los espejismos de una vida fácil y cómoda, por la droga y el hedonismo, que llevan después a la espiral de la desesperación, del sin-sentido, de la violencia. Es urgente cambiar de rumbo y dirigirse a Cristo, que es también el camino de la justicia, de la solidaridad, del compromiso por una sociedad y un futuro dignos del hombre.

Ésta es nuestra Eucaristía, ésta es la respuesta que Cristo espera de nosotros, de vosotros, jóvenes, al final de vuestro Jubileo. A Jesús no le gustan las medias tintas y no duda en apremiarnos con la pregunta: "¿También vosotros queréis marcharos?" Con Pedro, ante Cristo, Pan de vida, también hoy nosotros queremos repetir: "Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6,68).

6. Queridos jóvenes, al volver a vuestra tierra poned la Eucaristía en el centro de vuestra vida personal y comunitaria: amadla, adoradla y celebradla, sobre todo el domingo, día del Señor. Vivid la Eucaristía dando testimonio del amor de Dios a los hombres.

Os confío, queridos amigos, este don de Dios, el más grande dado a nosotros, peregrinos por los caminos del tiempo, pero que llevamos en el corazón la sed de eternidad. ¡Ojalá que pueda haber siempre en cada comunidad un sacerdote que celebre la Eucaristía! Por eso pido al Señor que broten entre vosotros numerosas y santas vocaciones al sacerdocio. La Iglesia tiene necesidad de alguien que celebre también hoy, con corazón puro, el sacrificio eucarístico. ¡El mundo no puede verse privado de la dulce y liberadora presencia de Jesús vivo en la Eucaristía!

Sed vosotros mismos testigos fervorosos de la presencia de Cristo en nuestros altares. Que la Eucaristía modele vuestra vida, la vida de las familias que formaréis; que oriente todas vuestras opciones de vida. Que la Eucaristía, presencia viva y real del amor trinitario de Dios, os inspire ideales de solidaridad y os haga vivir en comunión con vuestros hermanos dispersos por todos los rincones del planeta.

Que la participación en la Eucaristía fructifique, en especial, en un nuevo florecer de vocaciones a la vida religiosa, que asegure la presencia de fuerzas nuevas y generosas en la Iglesia para la gran tarea de la nueva evangelización.

Si alguno de vosotros, queridos jóvenes, siente en sí la llamada del Señor a darse totalmente a Él para amarlo "con corazón indiviso" (cf. 1 Co 7,34), que no se deje paralizar por la duda o el miedo. Que pronuncie con valentía su propio "sí" sin reservas, fiándose de Él que es fiel en todas sus promesas. ¿No ha prometido, al que lo ha dejado todo por Él, aquí el ciento por uno y después la vida eterna? (cf. Mc 10,29-30).

7. Al final de esta Jornada Mundial, mirándoos a vosotros, a vuestros rostros jóvenes, a vuestro entusiasmo sincero, quiero expresar, desde lo hondo de mi corazón, mi agradecimiento a Dios por el don de la juventud, que a través de vosotros permanece en la Iglesia y en el mundo.

¡Gracias a Dios por el camino de las Jornadas Mundiales de la Juventud! ¡Gracias a Dios por tantos jóvenes que han participado en ellas durante estos dieciséis años! Son jóvenes que ahora, ya adultos, siguen viviendo en la fe allí donde residen y trabajan. Estoy seguro de que también vosotros, queridos amigos, estaréis a la altura de los que os han precedido. Llevaréis el anuncio de Cristo en el nuevo milenio. Al volver a casa, no os disperséis. Confirmad y profundidad en vuestra adhesión a la comunidad cristiana a la que pertenecéis. Desde Roma, la ciudad de Pedro y Pablo, el Papa os acompaña con su afecto y, parafraseando una expresión de Santa Catalina de Siena, os dice: Si sois lo que tenéis que ser, ¡prenderéis fuego al mundo entero! (cf. Cart. 368).

Miro con confianza a esta nueva humanidad que se prepara también por medio de vosotros; miro a esta Iglesia constantemente rejuvenecida por el Espíritu de Cristo y que hoy se alegra por vuestros propósitos y de vuestro compromiso. Miro hacia el futuro y hago mías las palabras de una antigua oración, que canta a la vez al don de Jesús, de la Eucaristía y de la Iglesia:

"Te damos gracias, Padre nuestro,

por la vida y el conocimiento

que nos diste a conocer por medio de Jesús, tu siervo.

A ti la gloria por los siglos.

Así como este trozo de pan estaba disperso por los montes

y reunido se ha hecho uno,

así también reúne a tu Iglesia desde los confines de la tierra en tu reino [...]

Tú, Señor omnipotente,

has creado el universo a causa de tu Nombre,

has dado a los hombres alimento y bebida para su disfrute,

a fin de que te den gracias

y, además, a nosotros nos has concedido la gracia

de un alimento y bebida espirituales y de vida eterna por medio de

tu siervo [...]

A ti la gloria por los siglos" (Didaché 9,3-4; 10,3-4).

Amén.

(Juan Pablo II,

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DR. D. ISIDRO GOMÁ Y TOMÁS

 

CONSECUENCIAS DEL DISCURSO DE CAFARNAUM

Explicación. El discurso de Jesús había ya terminado con las solemnes palabras en que condensaba el divino Maestro todo su pensamiento, y que pronunciaría señalándose a sí mismo: «Este es el pan descendido del cielo...» Había sido un largo monólogo, sólo interrumpido por los murmullos de los presentes en la sinagoga de Cafarnaúm, donde lo pronunció: “Esto dijo en la sinagoga enseñando, en Cafarnaúm”. Ya se ha dicho que Jesús tomaba con frecuencia la palabra en las sinagogas (Mt. 5, 23; 12, 9; Mc. 1, 21; Lc. 4, 16 sigs.; 13, 10). Creen algunos que los episodios siguientes, contenidos en este fragmento, tuvieron lugar a la salida de la sinagoga.

CONFIRMACIÓN DE LA DOCTRINA SOBRE LA EUCARISTÍA (60-64). — La insistencia de Jesús en afirmar que la comida de su carne era condición necesaria para la vida espiritual, soliviantó a aquellos espíritus groseros, que creyeron se trataba de descuartizar el cuerpo del Maestro y comer a pedazos su carne y beber su sangre, como pudiese hacerse en los banquetes de Tieste. El Evangelio no habla de la incredulidad de los judíos; es de suponer que fue completa, cuando muchos de los mismos discípulos de Jesús, de los que ordinariamente seguían, y el mismo Judas entre los doce, tomaron “sus discípulos que esto oyeron, dijeron: “Duro es este razonamiento”; es cosa intolerable, chocante contra todo sentido de humanidad, lo que enseña: “y ¿quién lo puede oír?” ¿Quién puede oír sin escándalo que ha bajado del cielo, y más aún que deba comerse su carne y beberse su sangre para tener vida eterna? Esto decían entre sí los discípulos del Señor.

El Maestro no rectifica, como lo hizo siempre que sus palabras fueron mal interpretadas (Mt. 6, 16; Ioh. 3, 5.6; 4, 32; 11; 16, 16 sigs.); antes al contrario, les demuestra, primero, que conoce las cosas ocultas, argumento de la verdad de lo que dice: “Y Jesús, sabiendo en sí mismo”, por intuición, de una manera sobrenatural, “que murmuraban sus discípulos de esto...”. En segundo lugar, les presenta un argumento a fortiori, directamente demostrativo de su divinidad, profetizando su ascensión a los cielos, que son morada suya de toda la eternidad, como Hijo unigénito del Padre, con lo cual confirma rotundamente la verdad de la manducación de su cuerpo: “Les dijo: ¿Esto os escandaliza? Pues ¿qué, si viereis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?”. Como si dijera: si el Hijo del hombre es capaz de subir a los cielos, ¿no será capaz de hallar la manera de dar su carne en comida y su sangre en bebida? Con lo que les insinúa la posible solución de la dificultad que les escandaliza: si puedo subir al cielo, mi cuerpo será celeste, no estará sometido a las leyes de la naturaleza, y será posible darlo en comida sin hacerle pedazos.

Y lo que ha insinuado con su alusión a su ascensión a los cielos, lo confirma con una razón definitiva de la verdad que les ha propuesto y del sentido real, pero sobrenatural en que ha de entenderse: “El espíritu es el que da vida: la carne nada aprovecha”. La carne muerta y separada del alma no puede ejercer ninguna acción vital, sino que tiene tendencia a la corrupción; si ha dicho que su carne dará, a quienes la coman, la vida eterna, no debe entenderse de su carne hecha pedazos, muerta, sino vivificada por su alma y substancialmente con ella unida a la divinidad.

Acaba Jesús su exposición doctrinal con esta sentencia en que se insinúa la forma en que se realizará el estupendo prodigio de dar en alimento su carne y sangre: “Las palabras que yo os he dicho, espíritu y vida son”; esto es, la doctrina que acabo de exponeros haré que sea espíritu y verdad, porque mi palabra es eficaz para convertir el pan en carne viva y el vino en sangre viva. Otros interpretan así: Lo que yo acabo de enseñaros no debe entenderse en el sentido de una comestión ordinaria de carne muerta, sino vivificada por el alma y la divinidad.

SE APARTAN MUCHOS DISCÍPULOS DE JESÚS: RAZÓN DE ELLO (65-67). — Pasando Jesús de la exposición objetiva de la doctrina a la situación psicológica de sus oyentes, hace esta reflexión dolorosa: “Mas hay algunos de vosotros que no creen”; ésta es la razón de escándalo que sufren: no creer en la divina misión de Jesús. A Jesús no se le oculta esta profunda razón del fracaso de sus enseñanzas, en muchos oyentes: “Porque Jesús sabía desde el principio”, desde su encarnación, o desde el comienzo de su ministerio público, o desde el principio de este discurso, “quiénes eran los que no creían”; como asimismo conoce al traidor: “Y quién le había de entregar”, Judas, cuya siniestra figura aparece aquí por primera vez, y que quizás tomaría parte en la protesta contra las enseñanzas de Jesús.

Como la incredulidad es la causa del escándalo que sufren, así la incredulidad viene de que el Padre, por su orgullo, que les predispone contra la divina doctrina, no les ha dado el don de la fe, que es siempre una gracia de Dios: “Y decía: Por esto os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado por mi Padre.”

Propuesta la totalidad de la doctrina, y exigida la fe como condición para aceptarla, muchos de sus habituales discípulos abandonaron la escuela de Jesús, consumando su apostasía: “Desde entonces, o a causa de esto, muchos de sus discípulos volvieron atrás, y no andaban ya con él”. Esperaban un Mesías poderoso y lleno de gloria, que restaurase a Israel; y en vez de ello, les pide Jesús acatamiento a doctrinas que juzgan absurdas. Jesús no rectifica, ni templa la aparente dureza de su discurso: conserva en toda su integridad el sentido propio de la manducación de su carne y sorción de su sangre. Quedaba definitivamente sentada la doctrina fundamental de la presencia real y de la comunión, tal como la enseña la Iglesia.

LOS APÓSTOLES PERMANECEN FIRMES (68-72). — Dispuesto estaba Jesús, afectado sin duda por la deserción de tantos discípulos, a quedar incluso sin sus Apóstoles, caso de que también ellos hayan recibido escándalo, pero él ya sabe que creen. Sólo para demostrarles que quiere una adhesión libérrima a sus enseñanzas, y para que con la confesión exterior se robustezca su fe, provoca en ellos una crisis, con esta apremiante pregunta: “Y dijo Jesús a los doce: Y vosotros, ¿queréis también iros? Y Simón Pedro le respondió”, tomando la palabra en nombre de todos, como primero de todos y el más impetuoso: “Señor, ¿a quién iremos?” Palabra de profundo amor, que pone el Maestro sobre toda afección; fuera de él no hay refugio. Y sigue Pedro haciendo una confesión magnífica: “Tú tienes palabras de vida eterna”, es decir, palabras que procuran la vida eterna (v. 64); “y nosotros hemos creído y conocido”, experimentalmente, por tus obras y doctrina, “que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios”, el Ungido para realizar la obra del verdadero Mesías que esperamos. Hemos creído y conocido, porque para profundizar en el conocimiento de las verdades cristianas, debe preceder el asentimiento de la fe.

A las palabras de Pedro, responde Jesús señalando, en un rasgo trágico, la figura del traidor; con ello demuestra otra vez que la fe es don de Dios, ya que en el mismo Colegio apostólico hay un apóstata; les previene el peligro de perder la fe; y profiere un vaticinio que será nuevo motivo de fe para los demás Apóstoles cuando se realice: “Jesús les respondió: ¿No os escogí yo a los doce, y el uno de vosotros es diablo?”, es decir, lugarteniente del diablo con respecto a Jesús.

Añade por su cuenta el Evangelista un breve comentario: “Y hablaba de Judas Iscariote”, «el hombre de Keriot», ciudad de la tribu de Judá, “hijo de Simón: porque éste, que era uno de los doce, le había de entregar”. ¡ Qué paralelo horrendo entre la conducta de este «demonio», en la ocasión presente de la promesa, y la de un año más tarde, día por día, la noche de la institución de la Eucaristía! (Ioh. 6, 65.71.72; 13, 2.26.31).

Lecciones morales. — A) v. 61.—“Duro es este razonamiento...” — Para la inteligencia de los hombres altaneros y soberbios, es duro, difícil de soportar todo razonamiento de la fe. Porque las verdades de la fe exceden ordinariamente la capacidad mental del hombre, y éste es naturalmente celoso de los prestigios de su pensamiento, rechazando sistemáticamente aquello que no alcanza a comprender. Pero Dios nos pide el obsequio de la inteligencia, a cambio del inestimable beneficio de unas verdades de orden sobrenatural, semilla de una vida divina, y que hasta en el orden natural son garantía de rectitud y progreso para nuestro pensamiento. Y no nos pide este obsequio en forma autocrática, sin salvar los fueros de nuestra inteligencia: para ello están los motivos de credibilidad. Ningún razonamiento de la fe es duro si nosotros atendemos la autoridad y la veracidad de Dios, garantizados por los milagros, las profecías, el testimonio de los mártires, la perdurabilidad de la Iglesia, etc. Acatemos humildemente las verdades de la fe, y pensemos en lo que dice San Agustín: Si los discípulos de Jesús, dicen, «duro es este razonamiento», ¿qué harán sus enemigos?

B) v. 64. — “El espíritu es el que da vida...” — Contienen estas palabras la quintaesencia de nuestra religión. Porque ésta se diferencia de las demás precisamente por el espíritu que la informa, que es el mismo Espíritu de Dios. Jesús aplica estas palabras a la comunión eucarística: la carne de Cristo de nada aprovecharía sin el Espíritu de Cristo; éste es el que da vida sobrenatural al alma. La comunión sacramental es principalmente comunión espiritual; es la unión, por medio del sacramento, del espíritu del hombre con Cristo, lleno del Espíritu de Dios. Lo que Jesús dice de la comunión, podemos aplicarlo a todos los elementos de nuestra religión: a los demás sacramentos, al culto, a la palabra de Dios. Todo este complicado y espléndido sistema material de nuestra religión no es sino como el soporte del Espíritu de Dios, que así ha querido acomodarse a nuestra naturaleza. Prescindir del espíritu en nuestra religión es matar el sentido y la eficacia de sus factores. Y ¡cuántos cristianos no conocen ni practican de la religión más que la corteza, no pudiendo por ello ser vivificados por su espíritu!

c) v. 67. — “Muchos de sus discípulos volvieron atrás”. — No quisieron oír a Jesús con el oído de la fe: por ello la perdieron. Volver atrás es del hombre; ser atraído a Jesús es de Dios. Para que temblemos de los malos pasos que puede dar nuestra libertad, que puede llevarnos a la separación definitiva de Dios; y nos acojamos a la misericordia de Dios, que nos puede llevar otra vez a Jesús. La Iglesia le pide a Dios que obligue hasta a nuestra voluntad rebelde a ser dócil a Dios; pidámosle nosotros que nos detenga y empuje adelante cuando nuestra voluntad vacile y quiera volver atrás.

D) v. 69. — “Tú tienes palabras de vida eterna...” — Tiene Jesús palabras de vida eterna, porque es el Verbo que esencialmente vive vida eterna, y vino al mundo, para darnos una participación eterna de aquella su vida eterna. Y como la palabra de Jesús es la expresión del pensamiento de Jesús, y por esta palabra hemos conocido a Jesús y al Padre que le envió, por esto la palabra de Jesús es palabra que produce la vida eterna; porque ésta, como dice San Juan, no es más que «el conocimiento del único Dios verdadero y de aquel a quien envió, Jesucristo» (Ioh. 17, 3).

(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, Vol. I, Ed. Acervo, 6ª ed., Barcelona, 1966, p. 696-701)

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MANUEL DE TUYA, O.P.

 

Efecto producido por el discurso en los «discípulos » y «apóstoles» Jn 6,60-71

La enseñanza de Cristo produjo, como era natural, sus efectos. En la turba los dejó ver el evangelista (v.41.42.52). Aquí va a recoger, por su especial importancia, el efecto producido en dos grupos concretos: 1) en los discípulos (v.6o-66), y 2) en los apóstoles (v.67-71)

1) Efecto producido por el discurso en los «discípulos» 6,60-66

“Luego de haberle oído, muchos de sus discípulos dijeron: ¡Duras son estas palabras! ¿Quién puede oírlas? Conociendo Jesús que murmuraban de esto sus discípulos, les dijo: ¿Esto os escandaliza? Pues ¿qué sería si vierais al Hijo del hombre subir allí a donde estaba antes? El espíritu es el que da vida; la carne no aprovecha para nada. Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida; pero hay algunos de vosotros que no creen. Porque sabía Jesús, desde el principio, quiénes eran los que no creían y quién era el que había de entregarle. Y decía: Por esto os dije que nadie puede venir a mí si no le es dado de mi Padre. Desde entonces muchos de sus discípulos se retiraron y ya no le seguían”.

Esta doble enseñanza de Cristo produce «escándalo» en los discípulos. Estos están contrapuestos a los apóstoles, y por este pasaje se sabe que eran «muchos». En diversas ocasiones, los evangelios hablan de «discípulos» de Cristo. Para ellos era esta enseñanza «dura», no de comprender, sino de admitir; pues por comprenderla es por lo que no quisieron admitirla. Era doble: que él «bajó» del cielo —su preexistencia divina— y que daba a «comer» su «carne».

Cristo les responde con algo que es diversamente interpretado. Si esto es «escándalo» para ellos, «¿Qué sería si lo vieran subir a donde estaba antes?» Por la «communicatio idiomatum» hace ver su origen divino: donde estaba antes era en el cielo, de donde «bajó» por la encarnación. Esta respuesta de Cristo, para unos vendría a aumentarles el «escándalo», al ver subir al cielo al que, por lo que decía y exigía, venían a considerar por blasfemo. Para otros, estas palabras, que se refieren a la ascensión, serían un principio de solución: verían un cuerpo no sometido a ley de la gravedad; por lo que a un tiempo demostraba, «subiendo a donde estaba antes», que era Dios y que podía dar a «comer su carne» de modo prodigioso —eucarístico—sin tener que ser carne partida y sangrante.

Pero, en la perspectiva literaria de Juan, probablemente se refiere a ambas cosas.

Para precisar más el pensamiento, les dice que «el espíritu es el que da vida», mientras que «la carne no aprovecha para nada», De esta frase se dan dos interpretaciones: Pudiera, a primera vista, parecer esta frase un proverbio, ya que Cristo no dice mi carne. Sin embargo, en la psicología judía, el principio vivificador de la carne, de la vida sensitivo-vegetativa, no era el «espíritu» (pneuma), sino el «alma» (psijé). Por eso, si la expresión procediese de un proverbio, éste estaría modificado aquí por Cristo, con objeto de que sobre él se aplicase esta sentencia.

Así como la carne sin vida no aprovecha, pues el alma, el espíritu vital, es el que la vitaliza, así aquí, en esta recepción de la carne eucarística de Cristo, que no es carne sangrante ni partida, ella sola nada aprovecharía; pero es carne vitalizada por una realidad espiritual, divina, que es el principio vitalizador de esa carne eucarística, y, en consecuencia, de la nutrición espiritual que causa en los que la reciben. Sería una interpretación en función de lo que se lee en el mismo Juann: «Lo que nace de la carne, es carne; pero lo que nace del Espíritu, es espíritu» (Jn 3,6).

La Eucaristía es la «carne de Dios» (Dei caro), que, por lo mismo, vivifica. Por eso, el concilio de Éfeso condenó al que negase que la «carne del Señor» no es «vivificadora», pues fue hecha propia del Verbo poderoso para vivificar todas las cosas.

Otra interpretación está basada en que sólo se afirma con ello la imposibilidad humana de penetrar el misterio encerrado en estas palabras de Cristo. «Carne» o «carne y sangre» son expresiones usuales para expresar el hombre en su sentido de debilidad e impotencia (Jn 1,14; Mt 16,17, etc.). Aquí la «carne», el hombre que entiende esto al modo carnal, no logra alcanzar el misterio que encierra; sólo se lo da la revelación del «espíritu».

En función de la interpretación que se adopta está igualmente la valoración del versículo siguiente: «Las palabras que yo os he hablado, son espíritu y vida».

En el segundo caso, el sentido de éstas es: aunque el hombre por sus solas fuerzas no puede penetrar el misterio de esta enseñanza de Cristo si no es por revelación del Espíritu, éste, por Cristo, dice que estas palabras son «espíritu y vida», porque son portadoras o causadoras para el hombre de una vida espiritual y divina. En Juan es frecuente que la expresión «es» tenga el sentido de «causar» (Jn 6,35ss).

En el primer caso, el sentido es que las enseñanzas eucarísticas de Cristo —«las palabras que yo os he hablado»— son vida espiritual, porque esa carne está vitalizada por una realidad espiritual y divina, que es el Verbo hecho carne (Jn 1,14).

En la época de la Reforma se quiso sostener que estas palabras de Cristo corregían la interpretación eucarística del discurso sobre el «Pan de vida», de la segunda sección, insistiendo sobre el sentido espiritual de cuanto había dicho sobre su carne y su sangre. Pero esta posición es científicamente insostenible.

En primer lugar, porque la frase, en sí misma, es ambigua e incidental, y podría tomarse en diversos sentidos. Y, en segundo lugar, porque Cristo no iba a rectificar con una sola frase ambigua, e incidentalmente dicha, todo el realismo eucarístico, insistido, sistematizado y en un constante «crescendo», de su segundo discurso sobre el «Pan de vida».

Pero estas enseñanzas de Cristo no encontraron en «muchos» de sus discípulos la actitud de fe y sumisión que requerían. Y las palabras que ellos llamaron «duras», les endurecieron la vida, y no «creyeron» en El, y «desde entonces» —sea en sentido causal (Jn 19,12), sea en un sentido temporal (Jn 19,27), aunque ambos aquí se unen, porque, si fue «entonces» o «desde entonces», fue precisamente «a causa de esto»— abandonaron a Cristo. En un momento rompieron con El, retrocedieron, y ya «no le seguían». El verbo griego usado (periepátoum) indica gráficamente el retirarse de Cristo y el no seguirle en sus misiones «giradas» por Galilea. Pero el evangelista, conforme a su costumbre, destaca que esto no fue sorpresa para Cristo, pues El sabía «desde el principio» quiénes eran los «no creyentes», lo mismo que quien le había de entregar. Es, pues, la ciencia sobrenatural de Cristo la que aquí destaca de una manera terminante. Este «desde el principio» al que alude, por la comparación con otros pasajes de Juan (15,4; 1 Jn 2,24; 3,11; 2 Jn 5), hace ver que se trata del momento en que cada uno de ellos fue llamado por Cristo al apostolado.

2) Efecto producido por el discurso en los «apóstoles». 6,67-71

Juan, en este capítulo, tan binariamente estructurado, pone ahora la cuestión de fidelidad que Cristo plantea a los apóstoles.

El momento histórico preciso, al que responde esta escena, no exige que sea precisamente a continuación de esta crisis de los «discípulos». Puede estar estructurado aquí por razón de un contexto lógico.

“Y dijo Jesús a los Doce: ¿Queréis iros vosotros también?

Respondióle Simón Pedro: Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el Santo de Dios. Respondióle Jesús: ¿No he elegido yo a los Doce? Y uno de vosotros es un diablo. Hablaba de Judas Iscariote, porque éste, uno de los Doce, había de entregarle”.

Cristo plantea abiertamente el problema de su fidelidad ante El, a causa de esto, a sus apóstoles. La partícula interrogativa con que se lo pregunta (mé) supone una respuesta negativa. No dudaba Cristo de ellos, pero habían de hacer esta confesión en uno de esos momentos trascendentales de la vida.

Pedro responde en nombre de todos. Una vez más se destaca en los evangelios la «primacía» de Pedro. Como en Cesarea, hace la confesión en nombre de todos (Mt 16,1 6ss; par.).

Y le confiesa que no pueden ir a otro, pues sólo El tiene «palabras de vida eterna», porque la enseñan y la confieren, como relatan los evangelios.

Y le confiesa por el «Santo de Dios», que es equivalente al Mesías (Jn 10,36; Mc 1,24). No deja de ser un buen índice de fidelidad histórica, y del entronque de Juan con los sinópticos, el que aquí, en este evangelio del «Hijo de Dios» (Jn 20,31), se conserve esta expresión. Y ante el «Santo de Dios», el Mesías, no cabe más que oírle y obedecerle. Ya no bastan Moisés ni los profetas.

Aquí se contrapone acusadamente su fe en El por los apóstoles —«nosotros hemos creído y sabido»—, frente a la incredulidad ligera de los discípulos que le abandonaron (Jn 17,8).

Si la confesión de Pedro en nombre de todos era espléndida, había, no obstante, entre ellos un miserable a quien el Padre no «traía», sino a quien arrastraba, como en otras ocasiones, el diablo (Jn 13,2.27). La presciencia de Cristo se muestra una vez más. El había elegido «doce», pero uno «es diablo». Este era diablo, no en el sentido etimológico de la palabra: de calumniador u hombre que pone insidias, sino en el sentido de ser ministro de Satanás, como lo dirá Juan en otros pasajes (Jn 13,2.27; Lc 22,3).

El evangelista no omitirá decir que del que hablaba era Judas Iscariote, destacando que, siendo uno de los Doce, había de entregarle a los enemigos y a la muerte. Es el estigma con que aparece en el evangelio.

(Profesores de Salamanca, Manuel de Tuya, Biblia Comentada, B.A.C., Madrid, 1964, p. 1114-1118)

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GIUSEPPE RICCIOTTI

 

EN CESAREA DE FILIPPO

Desde Bethsaida, Jesús se encaminó hacia el norte, alejándose más aún de las tierras judías, y llegó a la zona de Cesarea de Filipo. En aquella región, pagana en su mayor parte, Jesús y sus discípulos no se veían asediados por multitudes de pedigüeños ni hostigados por intrigas de fariseos y de vividores de la política. Aquello fue, pues, para Jesús una especie de retiro con sus predilectos.

Por otra parte, aquellos discípulos representaban el mejor resultado de su obra: podrían ser rudos unos, torpes otros y algunos tercos; se resentirían todos, más o menos, de las ideas mezquinas entonces predominantes en su raza, pero eran hombres de corazón, sinceramente afectos al maestro y llenos de fe en él. Las turbas que por lo general acudían a Jesús no tenían estos méritos, ya que sólo le buscaban en concepto de taumaturgo que curaba males, resucitaba muertos y multiplicaba panes. Les agradaba, sí, oírle hablar del reino de Dios e incluso se inflamaba con sus palabras; pero ello, en parte se debía a aquella llama nacionalista que Jesús fustigaba, y en parte era fuego de virutas que se apagaba poco después. Por eso Jesús sentía tal predilección por sus discípulos y se cuidaba particularmente de su formación espiritual, mirando al futuro.

Ahora, tras año y medio de actividad, podía hablarles confidencialmente de la cuestión más delicada para él y quizá más oscura para los propios discípulos su cualidad mesiánica. Aquel maestro tan amado; aquel predicador tan eficaz, aquel taumaturgo tan poderoso, ¿era en verdad el Mesías, predicho desde siglos antes a Israel, o sólo un profeta tardío, dotado de extraordinarios dones divinos? ¿Era un hijo de Dios o el Hijo de Dios? Sin duda los discípulos se habían formulado ya antes aquella pregunta, pero si personalmente se sentían inclinados a responder que él era realmente el Mesías, el Hijo de Dios, ¿no se sentirían apartados de tal idea por el escrupuloso cuidado que hasta entonces pusiera Jesús en que la respuesta afirmativa no se pronunciase en voz alta? ¿Por qué esta reticencia inexplicable? Tal punto era harto oscuro para los discípulos; pero, pensando que el maestro sabía sobre esto más que ellos, y confiando en él, a él se entregaban, esperando la aclaración de aquel punto oscuro a su debido tiempo.

Jesús juzgó que tal tiempo había llegado. El largo e íntimo trato con Jesús había abierto los ojos a los discípulos sobre muchas cosas, y de otra parte en tierra pagana no existía la posibilidad de tumultos nacionalistas cuando los discípulos tuviesen la certeza de que Jesús era el Mesías y pudieran hablar de ello libremente entre sí. Es probable también que, en los días de tranquilo retiro con sus discípulos, Jesús les hubiese predispuesto espiritualmente a la delicada confidencia eliminando de su imaginación mucha hojarasca política con que ellos adornaban aún en sus mentes al Mesías de Israel. Y, como solía hacer en los momentos decisivos de su misión, Jesús se había apartado a orar a solas (Lc 9, 18).

Reanudando el camino todos juntos, acercábanse a Cesarea de Filipo. Avanzaban siguiendo la calzada y estaban ya a la vista de la ciudad (Mc 8, 27). Frente a ellos se erguía la majestuosa roca en que señoreaba el templo de Augusto.

De pronto, pero refiriéndose, de cierto, a discursos anteriores, Jesús preguntó a los discípulos: “¿Quién dicen los hombres que soy yo?” Le contestaron confusamente: ¡He oído decir que eres Juan el Bautista! —Y otro: ¡Hay quien dice que eres Elías! —Y otro más: ¡Según algunos, eres Jeremías! — No faltó quien expusiera la opinión más vaga, de que Jesús era algún antiguo profeta resucitado. Las opiniones referidas eran numerosas, pero Jesús no les dio importancia alguna ni se paró a discutirlas.

La investigación sobre el pensamiento ajeno era una introducción a la pregunta realmente importante la que tendía a conocer las opiniones personales de los discípulos. Así, terminada las respuestas Jesús les dijo:

“Y vosotros, ¿quién decís que soy?”

Los discípulos experimentaron de cierto un sobresalto: aquella pregunta les llegaba a lo más hondo y les hacía ver que Jesús entraba al fin en el terreno hasta entonces cuidadosamente evitado. Debió seguir un silencio impuesto más por gozo contenido que por verdadera vacilación, un silencio no desemejante al de una muchacha que se sabe pedida en matrimonio por el joven a quien secretamente amaba. Acaso los discípulos pensaron entonces en las palabras de Jesús cuando se parangonó a un esposo entre los “amigos del esposo”. Y permanecieron mudos, en medio del camino, con un silencio elocuente, fijos los ojos en el templo de Augusto que dominaba campiña y ciudad desde lo alto de la roca.

Pasados algunos instantes, el silencio se tradujo en palabras por parte de Simón Pedro. Y no podían ser de otro que de aquél, el más impetuoso entre los adictos: “¡Tú eres el Cristo, el hijo de Dios Vivo! La traducción del silencio ruboroso había sido perfecta así se vio en aquellos barbudos rostros, que expresaban la felicidad de un asenso cordial y exteriorizaban una alegría largo tiempo contenida.

Jesús paseó su mirada por todos aquellos semblantes y, volviéndose luego a quien había hablado, dijo: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque carne y sangre no te reveló (esto) a ti, sino mi Padre que está en los cielos”. La afirmación de Pedro quedaba, pues, confirmada plenamente por aquel que se hallaba más interesado en ella. Y todos los circunstantes se sintieron confirmados en su fe antigua, tanto tiempo guardada en secreto. Aun debió seguir otro breve silencio, en el cual fue dirigida una mirada más al templo erigido sobre la roca. Luego Jesús declaró: “Y yo también te digo que tú eres Piedra, y sobre esa piedra construiré mi Iglesia, y (las) puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del reino de los cielos, y lo que hayas atado en la tierra será atado en los cielos, y lo que hayas desatado en la tierra será desatado en los cielos” (Mt 16, 16-19).

Ya anteriormente Simón había recibido de Jesús el nombre de Piedra o Roca, en arameo Kepha, mas entonces no había sido comunicada la razón y explicación del apelativo. Ahora la explicación se comunica y resulta tanto más clara cuanto que se manifiesta ante la visión de la roca o piedra material que sustenta el templo dedicado al señor del Palatino. El templo espiritual que Jesús había de construir al Señor de los cielos, es decir, su Iglesia, tendría por piedra de apoyo aquel su discípulo que primero le proclamara Mesías y verdadero Hijo de Dios. También las demás palabras de Jesús se evidencian claras a la luz de las circunstancias en que se pronunciaron. Los infiernos (en griego Hades) corresponden al hebreo Sheol, sin embargo, no como morada general de los muertos, sino como morada de los muertos réprobos, hostiles al bien y al reino de Dios. Las puertas de este lugar satánico, es decir, todas su máximas fuerzas (compárese con la Sublime Puerta), no prevalecerán contra la construcción de Jesús y contra la piedra que la sostiene.

Típicamente semitas son también el símbolo de las llaves y la expresión “atar y desatar”. Aun hoy, en los países árabes circulan por las calles hombres con un par de gruesas llaves atadas a una cuerdecilla y ostentosamente colgadas a ambos lados de su espalda: son los dueños de casa, que alardean de tal modo de su autoridad. El símbolo del atar y desatar (comp. Mt 18, 18) conserva aquí el valor que tenía en la terminología rabínica contemporánea, donde se encuentra usado frecuentemente. Los rabinos “ataban” cuando prohibían algo, y “desataban” cuando lo permitían. Rabbi Nechonya, que floreció hacia el año 70 d.C., solía hacer preceder sus lecciones de la siguiente oración: “Haz, oh, Yahvé!, Dios mío y Dios de mis padres, que... no declaremos impuro lo que es puro y puro lo que es impuro; que no atemos lo que está suelto, ni desatemos lo que está atado”.

El oficio del discípulo Piedra queda, pues, bien definido. Él será el fundamento que sostenga la Iglesia, y tan sólidamente que las adversas potencias infernales no prevalecerán contra ella. Él será, además, mayordomo de aquella casa, y por ello le serán confiadas sus llaves. Él, en fin, dictará leyes en el interior de aquella casa, prohibiendo o permitiendo y sus sentencias pronunciadas en la tierra serán ratificadas en los cielos.

La réplica de Jesús a Simón Pedro es de una claridad que se diría deslumbradora. No menor es su seguridad textual, ya que todos los documentos antiguos, sin excepción alguna, concuerdan en transmitirnos con precisión silábica el texto de hoy. Y, sin embargo, es notorio que ese texto ha hecho correr torrentes de tinta, y se ha negado rotundamente que Jesús confiriese a Simón el oficio de ser piedra fundamental de la Iglesia depositario de sus llaves y árbitro de atar y desatar. ¿Por qué esta negación?

Los antiguos protestantes ortodoxos aseguraban que Jesús no había hablado de Simón Piedra, sino de sí mismo, y que en cuanto a lo demás había aludido colectivamente a todos los apóstoles y a su fe. Cuando dice: Sobre esta piedra construiré mi Iglesia, etc., Jesús alarga un dedo hacia sí mismo, aunque habla con Simón y de Simón. Aquel dedo alargado lo resuelve todo y queda clarísimamente sobreentendido por el contexto y conviene espontáneamente con las palabras que siguen: “Te daré las llaves del reino de los cielos”, etc. Como se ve, el razonamiento es perfecto, siempre que se parta del principio de que blanco significa negro y negro significa blanco: <lucus a non lucendo>.

Los negadores modernos del oficio de Simón han emprendido el camino precisamente opuesto. La explicación de los antiguos protestantes les parece de una ingenuidad inmediatamente delatora de la tendencia sectaria que les inspira. No, responden ellos, las palabras de Jesús tienen precisamente el significado que la tradición y el buen sentido les han dado siempre: sobre eso es inútil sutilizar... Uno de estos nuevos negadores se expresa así: Simón Pedro... vive, a los ojos de Mateo, con una potencia que ata y desata, que posee las llaves del reino de Dios y que es la autoridad de la Iglesia misma... Simón Pedro es la primera autoridad apostólica en lo que concierne a la fe, porque el Padre le ha revelado con preferencia el misterio del Hijo; en lo que concierne al gobierno de la comunidad, porque el Cristo le ha confiado las llaves del reino; en lo que concierne a la disciplina eclesiástica, porque tiene el poder de atar y desatar. No sin motivo la tradición católica ha fundado sobre esto el dogma del primado romano.

Así, pues, ¿Jesús confirió realmente a Simón Pedro el cargo en cuestión, según los nuevos negadores? ¡Nada de eso! Y la razón es que Jesús no pronunció nunca aquellas palabras. El texto que las contiene es todo o casi todo, falso o inventado y se interpone entre fines del siglo I y principios del II o en Roma, en beneficio de la Iglesia romana, o, tal vez en Palestina.

¿Cuáles son las pruebas de todo ello? No se aduce ningún códice antiguo, ninguna versión, ninguna cita, que muestren indicios, siquiera vagos, de interpolación. Se aduce el argumento <a silentio> (argumento que todos saben lo que vale), alegando que los escritores cristianos de los siglos II y III no citan el pasaje o sólo lo citan parcialmente. Se podría pensar que los antiguos protestantes ridiculizados por los modernos negadores causa del descubrimiento del dedo alargado de Jesús, están en condición de vengarse triunfalmente aplicando a los que se mofan de ellos las palabras de Horacio: Quodcumque ostendis mihi sic, incredulus odi!

Tales son las razones aducidas por una y otra parte para negar el oficio de Simón. Pero la razón verdadera y real, aunque no aducida franca y explícitamente es la previa “imposibilidad” de que Jesús confiriere aquel oficio. Esta “imposibilidad” es absoluta, indiscutible, trascendente y vale mucho más que la claridad del sentido y la seguridad textual.

Sólo desde aquella roca han brotado los torrentes de tinta aludidos antes y sólo sobre esa roca concuerdan, unánimes, los negadores antiguos y modernos. Pero al descender de ella al terreno exegético-documental, los concordes negadores caen en mutuo desacuerdo y se niegan recíprocamente.

Según ellos, tras el crítico que apela a la claridad del sentido y a certidumbre textual, se yergue la sombra del papismo. Con papismo o sin él, los negadores alzarían clamorosos gritos de triunfo si tuviesen a su disposición sólo la mitad de los argumentos estrictamente “históricos” de que disponen los “secuaces del papismo”. ¿Acaso han pensado esos negadores en mirar también tras de sí, para ver si por azar no se yerguen a sus espaldas las sombras de Lutero o de Hegel, y si no son únicamente aquellas sombras las que les sugieren sus argumentos “históricos”?

(Giuseppe Ricciotti, Vida de Jesucristo, Ed. Miracle, 3ª Ed., Barcelona, 1948, Pág. 436-441)

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EJEMPLOS PREDICABLES

 

Mi preparación para la Santa Comunión (Cracovia, 10-1-1938)

Santa María Faustina del Santísimo Sacramento - Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia

-El momento más solemne de mi vida es cuando recibo la Santa Comunión. Anhelo cada Santa Comunión y agradezco a la Santísima Trinidad por cada Santa Comunión.

Si los ángeles pudieran envidiar, nos envidiarían dos cosas: primero, la Santa Comunión y segundo, el sufrimiento.

-Hoy me preparo para Tu llegada como la esposa para la llegada de su Esposo. Este Esposo mío es un gran Señor. Los cielos no logran contenerlo. Los serafines que están más cerca de El cubren sus rostros y repiten sin cesar: Santo, Santo, Santo.

Este gran Señor es mi Esposo. A Él le cantan los Coros, ante El se postran los Tronos, frente a su resplandor se apaga el sol. Y sin embargo este gran Señor es mi Esposo.

Corazón mío, sal de este profundo asombro sobre cómo lo adoran los demás, porque no tienes tiempo, visto que se acerca y ya está a tu puerta.

-Salgo a su encuentro y lo invito a la morada de mi corazón humillándome profundamente ante su Majestad. Pero el Señor me levanta del polvo y, como a su esposa, me invita a sentarme junto a El y a confiarle todo lo que tengo en mi corazón. Y yo, animada por su bondad, inclino mi sien sobre su pecho y le cuento todo. En primer lugar le digo lo que no diría jamás a ninguna criatura. Y luego hablo de las necesidades de la Iglesia, de las almas de los pobres pecadores, de cuánto necesitan su misericordia. Pero el tiempo pasa rápidamente. Jesús, tengo que salir de aquí a los deberes que me esperan. Jesús me dice que queda todavía un momento para despedirse. Una profunda mirada recíproca y por un rato nos separamos aparentemente, pero nunca realmente. Nuestros corazones están unidos continuamente; aunque por fuera estoy ocupada por distintos deberes, pero la presencia de Jesús me sumerge constantemente en un profundo recogimiento.

-Hoy mi preparación para la venida de Jesús es breve, pero marcada por un amor intenso. La presencia de Dios me penetra e inflama mi amor hacia El. No hay ninguna palabra, sólo hay un entendimiento interior. Me sumerjo toda en Dios a través del amor. El Señor se acerca a la morada de mi corazón. Después de recibir la Comunión apenas estoy consciente para volver a mi reclinatorio. En ese mismo momento mi alma se sumerge totalmente en Dios y no sé lo que pasa alrededor. Dios me da el conocimiento interior de su Ser Divino. Estos momentos son breves, pero penetrantes. El alma sale de la capilla profundamente recogida y no es fácil distraerla. Entonces me parece que toco la tierra con un solo pie. Ningún sacrificio durante el día resulta difícil ni pesado. Cada circunstancia despierta un nuevo acto de amor.

-Hoy invité a Jesús a mi corazón como al amor. Tú eres el amor mismo. Todo el cielo se enciende y llena de Tu amor. Por lo tanto mi alma Te desea como una flor anhela el sol. Jesús, ven rápidamente a mi corazón, por que ves que como la flor requiere el sol, así mi corazón se lanza hacia Ti. Abro el cáliz de mi corazón para acoger Tu amor.

-Cuando Jesús vino a mi corazón, todo vibró de vida y de calor en mi alma. Jesús, retira mi amor del corazón y llénalo con el Tuyo. Un amor ardiente y luminoso que sabe llevar el sacrificio, que sabe olvidarse completa mente de sí mismo.

Hoy mi día está marcado por el sacrificio...

-Hoy me preparo para la venida del Rey.

Qué soy yo y qué eres Tú, Señor, Rey de la gloria, gloria inmortal. Oh corazón mío, ¿te das cuenta de quién viene a visitarte hoy? Sí, lo sé, pero es curioso que no puedo comprenderlo. Oh, si fuera solamente un rey, pero éste es el Rey de reyes, Señor de los señores. Ante El tiembla todo poder y autoridad. Hoy El viene a mi corazón. Lo oigo acercarse, salgo a su encuentro y lo invito. Cuando entró en la morada de mi corazón, mi alma se llenó de un respeto tan grande que se desmayó atemorizada, cayendo a sus pies. Jesús le dio su mano y le permitió bondadosamente sentarse a su lado. La tranquilizó: Ves, he dejado el trono de los cielos para unirme a ti. Lo que estas viendo es apenas una pequeña muestra y tu alma se desmaya de amor. ¡Cuánto se asombrará tu corazón cuando me veas en toda la plenitud de la gloria! Quiero decirte, sin embargo, que la vida eterna debe iniciarse ya aquí en la tierra a través de la Santa Comunión. Cada Santa Comunión te hace más capaz para la comunión con Dios por toda la eternidad.

-Así que, Rey mío, no Te pido nada aunque sé que me puedes dar todo. Te pido sólo una cosa: sé el Rey de mi corazón por los siglos, eso me basta.

-Hoy renuevo la sumisión a mi Rey a través de la fidelidad de las inspiraciones interiores.

-Hoy no me esfuerzo en ninguna preparación especial. No sé pensar nada aunque siento mucho. Añoro el momento en que Dios venga a mi corazón. Me arrojo en sus brazos y hablo de mi incapacidad y de mi miseria. Derramo todo el dolor de mi corazón: que no soy capaz de amarle tal como deseo. Despierto los actos de fe, esperanza y amor, y de ellos vivo durante todo el día.

-Hoy mi preparación es breve. Una fe viva y fuerte casi desgarra el velo de amor. La presencia de Dios atraviesa mi corazón como un rayo de sol el cristal. En el momento de recibir a Dios, todo mi ser está sumergido en El. Me envuelve el asombro y la admiración viendo la gran Majestad de Dios que se rebaja hacia mí que soy la miseria misma. De mi alma brota el agradecimiento por todas las gracias que me concede y especialmente por la gracia de haberme llamado a su exclusivo servicio sagrado.

-Hoy, en la Santa Comunión, deseo unirme a Jesús lo más estrechamente posible a través del amor. Deseo a Dios tan ardientemente que me parece que no llegaré al momento en que el sacerdote me dé la Santa Comunión. Mi alma cae como en un desmayo por anhelar a Dios.

-Después de recibirlo en mi corazón, se desgarró el velo de la fe. Vi a Jesús que me dijo: Hija Mía, tu amor Me compensa por la frialdad de muchas almas. Después de estas palabras me quedé sola, pero durante todo el día viví del acto de reparación.

-Hoy siento en mi alma el abismo de miseria. Deseo acercarme a la Santa Comunión como a la Fuente de Misericordia y sumergirme toda en este océano de amor.

Al recibir al Señor Jesús, me arrojé en Él como en el abismo de misericordia insondable y cuanto más sentía que era la miseria misma tanto más aumentaba mi confianza en El.

En esta humillación pasé el día entero.

-Hoy mi alma tiene la naturaleza de un niño. Me uno a Dios como el niño al Padre. Me siento plenamente la hija de Dios.

-Al recibir la Santa Comunión, tuve un conocimiento profundo del Padre celestial y de su paternidad para con las almas.

Hoy vivo de la adoración de la Santísima Trinidad. Agradezco a Dios por haberse dignado adoptarnos, por medio de la gracia, como a sus hijos.

-Hoy deseo transformarme toda en el amor de Jesús y ofrecerme junto con El al Padre celestial.

Durante la Santa Misa vi a Jesús pequeñito, en un cáliz y me dijo: Vivo en tu corazón tal y como Me ves en este cáliz.

-Después de la Santa Comunión sentí en mi propio corazón los latidos del Corazón de Jesús. Aunque desde hace mucho estoy consciente de que la Santa Comunión dura en mí hasta la siguiente Comunión, hoy todo el día adoro a Jesús en mi corazón y le pido que con su gracia proteja a los niños pequeños del mal que les amenaza. La viva presencia de Dios que se deja sentir incluso físicamente dura el día entero, no me impide absolutamente cumplir con mis deberes.

-Hoy mi alma desea mostrar a Jesús su amor de modo particular. Cuando el Señor entró en mi corazón, me arrojé a sus pies como un capullo de rosa. Deseo que la fragancia de mi amor ascienda continuamente a los pies de Tu trono. Ves, oh Jesús, en este capullo de rosa todo mi amor a Ti; pero no solamente en este momento cuando mi corazón arde de amor, sino que durante el día te daré pruebas de mi amor a través de la fidelidad a la gracia de Dios.

Hoy todas las dificultades y sufrimientos que enfrento, los captaré apresuradamente como un capullo de rosa para arrojarlo a los pies de Jesús. No importa que la mano, o más bien el corazón se cubra de sangre...

-Hoy mi alma se prepara para la venida del Salvador que es la bondad y la misericordia misma. Las tentaciones y distracciones me sacuden y no me dejan preparar para la venida del Señor. Deseo fervientemente recibirte, oh Señor, porque sé que cuando vengas, me liberarás de estos tormentos. Y si Tu voluntad es que sufra, entonces fortaléceme para la lucha.

Jesús, Salvador que Te dignaste venir a mi corazón, aleja estas distracciones que me impiden hablar Contigo.

Jesús me contestó: “Quiero que seas como un oficial entrenado en la lucha que, entre el estruendo de las balas, sabe dar órdenes a los demás. Igualmente tú, hija Mía, entre las más grandes dificultades, has de saber dominarte y que nada te aleje de Mí, tú siquiera tus caídas”. Hoy he luchado todo el día contra cierta dificultad que Tú, Jesús, conoces....

-Hoy mi corazón tiembla de alegría. Deseo mucho que Jesús venga a mi corazón. Estoy llena de un deseo ardiente, mi corazón ansioso de verlo se enciende con un amor cada vez más fuerte.

Cuando Jesús vino, me arrojé en sus brazos como una niña pequeña. Le conté mi alegría. Jesús escuchaba estas manifestaciones de mi amor. Cuando le pedí perdón por no haberme preparado a la Santa Comunión, ya que pensaba continuamente en compartir con Él esta alegría, Jesús me contestó: “La más agradable para Mí es la preparación con la cual Me has acogido hoy en tu corazón. Hoy bendigo esta alegría tuya de modo especial. Nada te turbará esta alegría en el día de hoy...”

-Hoy mi alma se prepara para la venida del Señor que lo puede todo, que me puede hacer perfecta y santa. Me preparo mucho para acogerle, pero de súbito tuve una dificultad: ¿cómo presentársela? La rechacé en seguida. La presentaré tal como me lo dictará el corazón.

-Cuando recibí a Jesús en la Santa Comunión, mi corazón exclamó con toda la fuerza: “Jesús, transfórmame en una segunda hostia. Quiero ser una hostia viva para Ti. Tú eres el gran Señor, omnipotente, Tú puedes hacerme esta gracia”. Y el Señor me contestó: “Tú eres una hostia viva, agradable al Padre celestial, pero medita ¿qué es hostia? Una ofrenda. ¿Entonces...?”

Oh Jesús mío, comprendo el significado de la hostia, comprendo el significado de la ofrenda. Deseo ser una hostia viva delante de Tu Majestad es decir una ofrenda viva que arde para Tu gloria cada día.

Cuando mis fuerzas empiecen a disminuir, entonces la Santa Comunión me sostendrá y fortalecerá. De verdad, temo el día en que no reciba la Santa Comunión. Mi alma recibe una fuerza admirable de la Santa Comunión. ¡Oh Hostia viva, luz de mi alma!

-Hoy mi alma se prepara para la Santa Comunión como para un banquete de bodas en que todos 1os participantes lucen una belleza inexpresable. Y yo también estoy invitada a este banquete, pero no veo en esta belleza, sino un abismo de miseria. Y aunque no siento digna de sentarme a la mesa, sin embargo me deslizaré por debajo de la mesa, y a los pies de Jesús mendigaré al menos las migas que caigan debajo de la mesa. Conociendo Tu misericordia me acerco a Ti, Jesús, que antes faltará mi miseria que se agote la piedad de Tu Corazón.

Por eso, en el día de hoy alentaré mi confianza en Divina Misericordia.

-Hoy me envuelve la Majestad de Dios. No logro ayudarme de ningún modo para prepararme mejor. Estoy envuelta totalmente por Dios. Mi alma se inflama de amor. Sé solamente que amo y que soy amada. Eso me basta. Procuro ser fiel al Espíritu Santo durante el día satisfacer sus exigencias. Procuro el silencio interior para poder oír su voz...

(Santa María Faustina Kowalska, Diario, La Divina Misericordia en mi Alma, Ed. Padres Marianos de la Inmaculada, Massachussets, 1996, pp. 636-642)  

 


 

25.

En este domingo 21 ponemos el broche de oro a esta catequesis global durante cinco domingos sobre el capítulo 6 del evangelio de San Juan sobre la  EUCARISTÍA

 

- Se nos revela esas Bodas de Dios con su Pueblo.

- Son los Esponsales de Jesucristo con su Iglesia.

- Es la Alianza para vivir una misma vida, vivir en un 

solo amor

 

Hoy, pues, se pone a nuestra consideración en las tres lecturas, bajo aspectos o prismas diferentes, el fenómeno y a la vez misterio de la Alianza de Dios con la Humanidad.

- En la primera lectura se narra la Alianza en Siquén entre una masa o multitud, que se convierte en pueblo por la fuerza de la misma Alianza, que busca la comunión entre Dios y ese pueblo que acaba de nacer.

 

- En la segunda lectura se nos habla de la Alianza de Jesucristo y de la Iglesia, que es paradigma o modelo de la Alianza de los esposos, ambos, misterio insondable, que nos deslumbra y nos realiza en nuestro propio ser, cuanto más lo profundizamos más somos nosotros mismos

 

- En la tercera lectura, en el evangelio, se nos habla de la Alianza, que se convierte en Comunión de Dios con el ser humano, y del ser humano con Dios, bajo el signo del Pan de Vida.

 

Lo contrario a la Alianza es la dispersión. La dispersión deshace, debilita, lleva a la destrucción, acaba en muerte.

. La unión, en cambio, del ser, del individuo, de la persona consigo mismo;

. la unión del grupo, del pueblo, de la pareja, los autentifica, los hace, los realiza, los fortalece, los construye, los lleva a la vida, a su propio ser. El pueblo se hace pueblo y la pareja se hacen personas.

 

*  En la primera lectura, vemos las estipulaciones del contrato o Alianza: “Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros”. El clan de la casa de José culturizará a los otros clanes y les hará “tener una historia”: la del éxodo y la Alianza, abandonando de esta manera a los falsos dioses o ídolos. Pues toda Alianza supone una conversión.

La Alianza constituye a un pueblo en torno a una fe común y a un culto común. Israelí nació políticamente y culturalmente en el momento en que reconoció al Dios único en la Alianza que hizo con Dios.

Nacionalidad y religión son inseparables. A medida que se purifica y afina la relación con Dios, la convivencia entre los seres humanos se eleva, la nacionalidad se siente, el pueblo vive como tal pueblo y tiene historia; no vive en un anonimato salvaje.

 

*  En la segunda lectura, pasamos de la Alianza de un pueblo con Dios, a la Alianza de Jesucristo con la Iglesia, a las Bodas del cordero, donde alcanza la plenitud el amor de Dios al hombre, y es como os decía, paradigma o modelo de la Alianza de los esposos, del amor en el matrimonio. “Serán los dos una sola carne”; una sola vida”.

Descubren los esposos una identidad e igualdad radical en el matrimonio que nace de su propia naturaleza, creada y querida por Dios-creador….

 

Adán al ver a Eva, después de haber visto todos los animales y habiendo tenido el honor y la satisfacción de darles el nombre apropiado, sacándoles del anonimato, habiéndole otorgado el Creador ese privilegio, dijo, repito, al ver a Eva: “Ésta es hueso de mis huesos y carne de mi carne”. Es decir, Adán ve “otro él” en la mujer, que Dios le presenta. Identidad e igualdad:  “otro él”.

“Ésta sí que es carne de mi carne y hueso de mis huesos” y no como la “carne de los animales que acaba de darles nombre. Y así los esposos son la “carne única” en el matrimonio. “Y serán los dos una sola carne”. Adán ve “otro él” en Eva. Y ella ve en Adán, “otra ella”.

La “carne” es, pues, la persona, “el yo” pero con un matiz corporal en su actividad.

 

-         Esta asociación del hogar cristiano con los esponsales de Jesucristo y de la iglesia se realiza concretamente por medio del bautismo, que nos hace miembros de Jesucristo: “porque somos miembros de su cuerpo”. Y así nos da acceso al misterio de Jesucristo y de la Iglesia: “que es un gran misterio éste y yo lo aplico a Jesucristo y a la Iglesia”. Jesucristo es más Jesucristo a medida que la Iglesia es más Iglesia.

- Traducido en otro lenguaje podríamos decir: la Iglesia o pueblo es más pueblo a medida que su relación con Dios es más pura, más esclarecida, más íntima.

Y a nivel de matrimonio o de Alianza: la obediencia de la esposa será cada vez más amorosa y no temerosa, al descubrir en su marido a Jesucristo: “Las mujeres que obedezcan a sus maridos, como al Señor”.

Pero si el marido no trabaja y lucha y se esfuerza en ser otro Jesucristo, ¿cómo va a poder la esposa obedecerle si en él no descubre a Jesucristo, sino un engaño, una farsa, un fraude, un intruso, un parásito en el hogar?

Cuando la mujer encuentra en su esposo la imagen, cada vez más clara de Jesucristo, del Señor, se constituye en persona, se libera, se siente hecha y realizada por virtud de la dinámica del misterio del matrimonio, que es entregarse a Dios, como María, que se entregó de tal manera, que se dijo “esclava”: “Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos en una carne. Gran misterio es éste y yo lo aplico a Jesucristo y a la Iglesia”.

 

La Eucaristía se desdibuja como alimento, como banquete y se convierte en lo que verdaderamente es: en matrimonio, en Alianza, en las Bodas del Cordero contigo, con la humanidad.

Y esto, esta realidad de la Eucaristía, este lenguaje en el que se revela y se expresa, así lo ha querido Jesucristo, porque es la realidad que mejor manifiesta en los seres humanos el sueño, la ilusión y el amor: los esponsales y  el matrimonio.

La Eucaristía son esponsales que me llevan poco a poco a celebrar con Dios el matrimonio en esa Bodas eternas del Cordero.

Empecemos los esponsales, al menos en esta Eucaristía. No perdamos ya ninguna ocasión para decirle:

¡Ay! ¿quién podrá sanarme?
Acaba de entregarte ya de vero;
no quieras enviarme
de hoy más mensajero,
que no saben decirme lo que quiero

 Por otra parte y a medida que el esposo ama y se entrega a su mujer, su autoridad se convierte en servicio de santificación y así él se siente cada vez más integrado al vencer la dispersión destructora del egoísmo, de la pasión y de la egolatría. Que es todo ello aborrecimiento de sí mismo.

“Vosotros, los maridos amad a vuestras mujeres, como Jesucristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla… El que ama a su mujer, así mismo se ama y nadie aborrece jamás, su propia carne”. Es un vaciamiento del “Yo” para que te pueda habitar “el Tú” y formar “una sola carne”, es decir: -un solo pensar –un solo querer – un solo hacer –y un solo sentir. “Una sola carne”

 
Cuentan que el día que un novio se declaró a su novia, fue temprano al día siguiente a su casa y llamó con fuerza a la puerta, como conquistador.

Y la voz de la novia, casi imperceptible, preguntó:

-¿Quién eres?

  Y el novio, con voz de trueno, respondió:

- Soy “YO”

Y un silencio denso invadió el entorno. Y la puerta no se abría…

El novio, después de mucho esperar, se marchó enojado, a la vez que pensativo.

Volvió al día siguiente muy de mañana. Llamó con menos fuerza y más moderación al postigo del portón. Se oyó la misma voz del día anterior, que preguntaba:

-¿Quién eres?

Y el novio, esta vez, con voz dialogante, respondió:

-Soy “TÚ”…

Y la puerta se abrió al momento.

 
En conclusión, nos encontramos ante un “misterio”, como el de la Eucaristía, porque el matrimonio, que forma y construye las familias  y también los pueblos, están transidos por el amor, que es su alma y su motor.

Y la Eucaristía es un misterio de amor: “un matrimonio”

 Y Jesucristo no atenúa o disimula para nada tal misterio de amor, lo refuerza incluso, bajo el riesgo de quedarse casi solo, pues el evangelio no puede reducirse a una predicación moral, incluso generosa de: “amaos los unos a los otros”.

Es más, mucho más. Es misterio insondable de vida y de amor. Pero preferimos la muerte antes que el compromiso y así sucedió que  “desde entonces -como nos lo narra el evangelio de hoy- muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él”. Prefirieron la muerte, porque la claridad y el modo concreto y misterioso de hablar de Jesucristo era inaceptable: “Este modo de hablar es duro ¿quién puede hacerle caso?” Comprometía demasiado, pues suponía y exigía: -vivir una sola vida, en un solo amor-.

 

“Así como yo vivo para mi Padre, así también el que me come vivirá para mi” Hay, pues, que darse del todo, porque él quiere celebrar con nosotros “unas Bodas”, hacer una Alianza eterna, un misterio insondable: “quien come mi carne y bebe mi sangre habita en mi y yo en él” Habitar, permanecer, estar con Dios y Dios con nosotros. Estar para siempre con alguien a quien se ama y nos ama. Para siempre felices, en intimidad interminable.

 La fe en todo esto, no es  ante todo una “enseñanza” sino “un compromiso”, un requerimiento. Hay que elegir… y muchos se van.

 Jesús dijo entonces a los doce y hoy nos lo dice  nosotros: “¿También vosotros queréis marcharos? -La respuesta de Pedro ya la sabemos-: “Señor ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo consagrado por Dios”

 
Para Pedro y sus pocos compañeros, Jesucristo es irremplazable.

¿Cuál es nuestra respuesta… si la tenemos?

¿Comprometida y esperanzada, como la de Pedro?...

 
Que esta Eucaristía, que vamos a revivir nos ayude a entrar en este misterio de amor, de esponsales, de boda, de matrimonio.

 Amén

Edu, escolapio


26. Evangelio del domingo: La Eucaristía interpela, hoy como hace dos mil años

Meditación del padre Pedro García, misionero claretiano

ROMA, viernes 21 de agosto de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos la meditación que ha escrito el padre Pedro García, misionero claretiano, conocido evangelizador en América Central, sobre el Evangelio de este domingo (Juan 6, 60-69), vigésimoprimero del Tiempo Ordinario.

* * *

Llevamos cuatro domingos -y cinco con el de hoy- pensando en la Eucaristía, preanunciada con la multiplicación de los panes y prometida por Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm. La Liturgia de la Iglesia no hace nada semejante con ninguna otra página del Evangelio. ¿Por qué esta insistencia?...

Pues, sencillamente: porque la Iglesia sabe que en la Eucaristía tiene la fuente de donde dimana toda su vida, y sabe también que toda la vida de sus hijos -la de todos nosotros- debe desembocar siempre en la Eucaristía. O comulgamos y tenemos la vida de Dios, o no comulgamos y la vida de Dios está en nosotros casi agónica, si no muerta del todo...

El Evangelio de hoy nos hace ver el desenlace de aquella dramática discusión de Jesús con sus rivales en la sinagoga, cuando les aseguró: "Yo soy el pan bajado del cielo. Y si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre no tendréis vida en vosotros".

Esta página nos declara la actitud de todos ante la Eucaristía, hoy como entonces. A los escribas y fariseos, que llevaban la voz cantante en la sinagoga, les oímos decir: "Pero, ¿cómo puede éste darnos a comer su carne y a beber su sangre? ¡Esto es un imposible!...".

Otros -y esto es lo peor, porque éstos son discípulos-, que dicen lo que leemos hoy: "¡Qué duro y repugnante es este lenguaje! ¿Quién lo va a entender y aceptar?...".

Finalmente, a los incondicionales que no dudan, como Pedro, el cual nos pondrá en los labios la última palabra de este drama.

Jesús está triste, vamos a hablar así. Se esperaba la reacción negativa de los jefes judíos. Pero no podía pensar que los suyos le iban a negar su adhesión y la fe. Por eso se queja ahora: "¿Esto que os he dicho os escandaliza? Pues, ¿qué diríais si me vieseis subir al cielo, donde estaba antes?".

Jesús les tiende una mano, para que no les falle la fe y no se consuma la ruptura, porque entonces están perdidos, y les dice y aconseja: "No hagáis caso de las apariencias. El Espíritu es quien da la vida, y os pido que juzguéis no según la carne, sino según el Espíritu. Mis palabras son espíritu y vida".

Judas, el que dentro de un año lo va a traicionar y entregar, es el primero en meter cizaña entre el grupo. Jesús se da cuenta, lo mira escrutador, y dice a todos disimulando con delicadeza: "¿Cómo es que hay algunos entre vosotros que no creen?..."

¡A ver si Judas y otros se dan por aludidos!... Jesús pasea entre ellos su mirada dolorida, y continúa: "Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí y creer en mí, si mi Padre no lo atrae".

Todo es obra de la gracia de Dios, que exige respuesta nuestra, que exige fe.

Aquellos discípulos disidentes no quieren dar esta respuesta a la palabra de Jesús, y se marchan despectivos, aunque Judas sigue en el grupo, pero cada vez más receloso y alejado espiritualmente.

Al ver Jesús cómo se le marchan, se dirige a los Doce, que están pensativos: "¿También vosotros os queréis ir y dejarme solo?".

Menos mal que Pedro toma la palabra decidido, y responde en nombre de los compañeros fieles con unas palabras que expresarán la fe de la Iglesia en todos los siglos por venir: "¡Señor! ¿Y a quién vamos a ir? A nadie fuera de ti. Pues solo Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído que tú eres el santo y el enviado de Dios".

Cualquiera que sabe leer el Evangelio se da cuenta de que la popularidad de Jesús cae vertiginosamente en Galilea. Si le llegan hasta tomar por un alucinado y un loco. ¡Mira que ya es algo demasiado eso de decir que va a dar de comer su carne y beber su sangre!...

Éste es el doloroso Evangelio de hoy. Y somos nosotros los que podemos decir a

Jesús como Pedro y con la primera Iglesia: "¡Señor, creo!"..., igual que podemos decirle con mucho retintín, como los incrédulos de la sinagoga: "¡Eso, eso...!".

Ante el misterio de la Eucaristía no hay más razones que valgan sino la fe ciega en la
palabra de Jesús: "¡Creo, y basta!... ¡Lo dice Jesucristo, y tengo bastante!... No veo nada, ¡pues, mucho mejor! Mayor gloria le doy a Cristo y mayor mérito tengo yo... Si los otros dicen que esto no es más que un recuerdo de Jesús, yo me atengo a su Palabra, que me dice categóricamente y sin más explicaciones : 'Esto es mi Cuerpo, ésta es mi Sangre...'".

Sin embargo, el mejor acto fe será siempre la asiduidad en participar del sacrificio del Altar, en recibir la Comunión, y en adorar al Señor en el Sacramento, donde permanece por nosotros con presencia continua.

La Santa Misa, la Sagrada Comunión, la Visita y la Hora Santa son el apogeo de la fe. No hay miedo de que falle nunca el que hace de la Eucaristía el centro de toda vida espiritual...

¡Señor Jesucristo!

¡Gracias porque te nos diste de modo tan admirable, y porque te quedaste entre nosotros de manera tan amorosa!

Danos a todos una fe viva en el Sacramento del amor. Que la Misa dominical sea el centro de nuestra semana cristiana, la Comunión nos sacie el hambre que tenemos de ti, y el Sagrario se convierta en el remanso tranquilo donde nuestras almas encuentren la paz...


 27. ¿Tú te subirías a la carretilla?

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Sergio A. Córdova LC

El discurso eucarístico de Jesús llega a su fin. Pero, como hemos ido meditando en estas últimas semanas, cuando no se escuchan las palabras de nuestro Señor con fe, sino que se las interpreta de un modo humano, demasiado “carnal”, “tierra-tierra”, las cosas acaban mal. Querer interpretarlas al pie de la letra es un absurdo y una locura. Y es lo que les pasó a los judíos. Pero no por culpa de Jesús, sino por las malas disposiciones de sus oyentes. Ya El se lo había anunciado y les había insistido, más de una ocasión, en la necesidad ineludible de la fe. Pero fue inútil. Y ahí tenemos los resultados...: el escándalo, la deserción y el abandono del Señor: “Duras son estas palabras –concluyen escandalizados–. ¿Quién puede oírlas? Es inaceptable este discurso. ¿Cómo hacerle caso?”.

Pero a nuestro Señor no le preocupa “la opinión pública”, ese tirano que esclaviza a tantos hombres, incluso a aquellos que se consideran más inteligentes y libres. ¡Cuántos de nosotros somos víctimas de la opinión de los demás! Jesús no se retracta ni mitiga sus palabras para que sus discípulos no se le vayan. El quiere gente convencida, no admiradores fáciles, y menos aún aduladores engañosos y frívolos.

Se cuenta que cuando Cronwell hacía su entrada triunfal en Londres, alguien le hizo notar la enorme afluencia de pueblo que acudía de todas partes para verle. “La misma habría – respondió él fríamente– y mucha más aún para verme ahorcar”. ¡Así de veleidosas son las multitudes! Jesús lo sabía muy bien y, por eso, no se dejaba impresionar por la respuesta de las masas: ni el aplauso de los hombres le hacía sentirse más “importante”, ni se alteraba por la más o menos frecuente “impopularidad” de su mensaje. Por ello gozaba de tanta libertad de espíritu: porque no se preocupaba por lo que los demás pensasen de El.

Nuestro Señor sabía que mucha gente –incluso entre sus discípulos– no creía en El. Sabía que era piedra de escándalo para muchos y “signo de contradicción”. Pero eso no lo amedrentaba ni le hacía echar marcha atrás: “¿Esto os hace dudar? ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes?”. Y enseguida invita a sus oyentes a “subir” otra vez a la esfera de la fe: “El espíritu es el que da la vida; la carne no aprovecha para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Pero algunos de vosotros no creéis”. Volvemos otra vez a la primera condición, indispensable, para seguir a Jesús: tener FE en El, querer creer en El, tener el valor de jugarse el todo por el todo por El.

En la santa Misa, inmediatamente después de la consagración, el sacerdote dice: “Mysterium fidei, ¡Este es el sacramento de nuestra fe!”. Y enseguida toda la asamblea aclama: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven, Señor Jesús!”. La Eucaristía es, ante todo, un misterio y un sacramento de fe en la Pasión, muerte y resurrección del Señor. Juan Pablo II, en su última encíclica, dedicada al tema de la Eucaristía, nos dice que estas palabras se refieren a Cristo en el misterio de su Pasión, pero revelan también el misterio de la Iglesia. Ella, en efecto, tiene su fundamento y su fuente en el “Triduo pascual”, pero éste está como incluido, anticipado y “concentrado” en el don de la Eucaristía.

Pero tener fe no es un mero sentimiento de la presencia de Dios, ni creer solamente en los dogmas y verdades que nos enseña la Iglesia Católica. Creer es confiar ciegamente en Jesús, entregarse a El, ponerse en sus manos, sabiendo que con El estamos seguros, en medio de todas las dificultades de la vida. Como la historia de aquel equilibrista de Nueva York. Para sus espectáculos solía atar un cable entre dos edificios, a gran altura, y luego caminaba por dicho cable con una barra de equilibrio. Al bajar, era ovacionado por todo el mundo. En una ocasión, durante uno de sus espectáculos, dice a los presentes: “Subiré nuevamente, pero ahora con una carretilla. Sólo necesito que crean que lo puedo hacer”. Hay un silencio sepulcral entre la multitud. Al fin, uno grita: “Sí, adelante, yo creo que tú puedes”. A lo cual el equilibrista responde: “Si en verdad crees que lo puedo hacer, ¡ven y súbete en la carretilla!”... Algo así es la fe.

¿Serías capaz de subirte tú a la carretilla con Jesús? Si de verdad creemos en Cristo, debemos ser capaces de hacerlo, sin pensarlo dos veces. El no falla. Sólo entonces podremos afirmar, como Pedro al final del discurso de Jesús: “Maestro, ¿a quién vamos a ir si no te seguimos a ti? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos que tú eres el Mesías, el Santo de Dios”.