22 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XX
9-17

9.

Cristo se propone como pan de vida. O sea, algo esencial, indispensable, insustituible para la existencia de los hombres. Es el famoso discurso, pronunciado en la sinagoga de Cafarnaum, y que representa, como el eco - y la conclusión lógica, el milagro llevado a las últimas consecuencias - de la multiplicación de los panes.

La Samaritana, ante el pozo de Jacob, frente a la revelación del agua viva, le suplicó: "Señor, dame ese agua: así no tendré más sed..." (Jn 4, 15). Aquí los judíos hacen la misma petición: "Señor, danos siempre este pan" (Jn 6, 34).

Parece que es la táctica preferida de Jesús. Ahondar en el corazón del hombre, hasta hacerle tomar conciencia de sus exigencias más profundas, poner al desnudo su necesidad más radical, hacer surgir, casi explotar, una petición. Jesús nos agarra por el hambre y por la sed. "El que beba del agua que le daré, nunca más tendrá sed...". "El que coma de este pan, vivirá siempre...". Se trata, pues, de "comer la vida" (P. Bockel).

Puede darse un momento de incertidumbre escuchando al Maestro que afirma: "Yo soy el pan que ha bajado del cielo". Quizás habla en sentido metafórico, o usa un lenguaje simbólico, o se refiere a un alimento espiritual... Pero el discurso de Jesús, con su ritmo apremiante, con sus afirmaciones categóricas, barre cualquier tipo de interpretación alegórica. Hay dos palabras que dominan netamente, que se imponen con crudeza: carne (cinco veces) y comer (cuatro veces). El verbo literalmente significa más "masticar" que "comer".

Por otra parte, el desconcierto, el escándalo de los oyentes demuestra que han entendido las palabras en su crudo realismo. "Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida". Se establece así una relación muy estrecha entre la carne y el pan, y entre el pan y la Palabra. "...Y el Verbo se hizo carne" (Jn 1, 14). El verbo, palabra viviente de Dios, asume la carne y la condición humana, no sólo para plantar su tienda entre nosotros, sino para convertirse en alimento de los hombres. Ahí está la paradoja más desconcertante de la encarnación: la vida de Dios ofrecida como alimento.

Todo esto en una lógica de amor, que implica cercanía, comunicación, identificación, deseo de asimilación, casi exigencia de "devorar" a la persona amada ("te comería" dice la madre contemplando entusiasmada a su hijo). Ofrecerse para que el otro puede existir en plenitud y verdad: he ahí el otro gran signo del amor. "Comer a Dios, es también el deseo secreto del hombre ávido de absoluto y de plenitud" (P. Bockel). Y él responde también a esta aspiración loca: "El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna... El que come me carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él".

El verbo "habitar" es un verbo típico del lenguaje de Juan. "Si permanecéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos" (Jn 8, 31): Es necesario que la palabra no sólo resuene, sino que penetre, sea asimilada y se convierta en regla inspiradora de la propia vida. Permaneciendo en la palabra, el discípulo es conducido a vivir en un mundo de verdad y de libertad, donde puede desarrollarse totalmente su ser de hijo. Pero está también el permanecer en Jesús. "El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él" (v. 56). A través de la fe en Cristo que se da como alimento, el creyente es desarraigado de sí mismo y, por decirlo de alguna manera, descentrado. Su morada y su centro están de ahora en adelante en Cristo. Así pues, miremos lo que ha preparado el amor: una mesa,y sobre ella el pan y el vino. Realidades simples, cotidianas, ligadas a la vida.

Dios es sorprendente. Sobre todo cuando se sirve de los signos más modestos, para introducirnos en las realidades más grandes, hasta hacernos rozar el infinito. "¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?", se preguntaban, escépticos, los judíos. Pero el escepticismo enmascara el miedo. En realidad, lo que les preocupa no es la posibilidad del milagro sino sus consecuencias. Su incertidumbre está no en el "cómo" sino en el "después". Como si sospechasen: "Y después, ¿que pasará?, ¿en qué nos convertiremos?". El hombre intuye que "comer la carne" de Cristo no significa simplemente referirse a un modelo exterior. Quiere decir asumir su misma realidad, interiorizada. La comunión con él cambia radicalmente nuestra fisonomía.

Nutrirse de ese alimento equivale a entrar en sintonía con el mundo de Jesús, asimilar sus preferencias, sus orientaciones, sus pensamientos, sus sentimientos, sus comportamientos. Y esto nos da miedo. Una vida que hay que comer nos pone en un aprieto. Porque esa vida es una vida entregada, ofrecida a los otros. Y tenemos el peligro de una infección, que mate en nosotros los gérmenes del egoísmo y nos obligue a plantear nuestra existencia según una orientación totalmente opuesta a la que tenemos.

Y además nos hemos enterado de que el "pan de vida" posee una fuerza intrínseca de transformación. Y nosotros preferimos quedar tranquilos, no cambiar nada, especialmente "dentro". Además ese pan es un "pan vivo" que nos condena... a vivir. Cuando nos hemos acostumbrado a ir tirando, a dormitar, a hablar de memoria, a fingir. La vida es un riesgo demasiado grande, una aventura excesivamente comprometedora. Finalmente, sabemos que la eucaristía no consiste en comer un cadáver, sino en participar en la vida de Cristo resucitado.

Y esto es lo más intolerable. Figúrate, mantener ese ritmo: ser criaturas de paz, de perdón, de reconciliación; compartir nuestro pan; frecuentar horizontes universalistas; quitar espacio al mal; expulsar el demonio de la tierra; oponer la debilidad a la violencia; testificar la victoria sobre la muerte; ser individuos "padecidos" de fraternidad; desembarazarse de los miedos para entrar en un dinamismo de amor... Es demasiado. Si pudiésemos elegir, adoptaríamos la solución de Elías: "...Comió y bebió y se volvió a acostar..." (1 Re 19, 6).

Pero se trata de nutrirnos de este alimento para vencer la debilidad, el cansancio (¡cuanto camino nos ahorra el cansancio...!). Este es un alimento que nos impide la huida. Es un pan que nos quita los pretextos cómodos para sustraernos a los compromisos. Es un alimento que nos da la fuerza para realizar las cosas que nos parecen imposibles. Este Dios que se propone como "vida que hay que comer" es un Dios que nos lanza a los caminos del mundo. "Id...". "¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?". También nosotros, como los judíos, somos astutos. La duda acerca del cómo él "pueda", esconde en realidad la duda acerca del cómo nosotros "podamos", después, seguir siendo como somos. Sabemos, desgraciadamente, que ese pan nos obliga a echar abajo nuestros límites habituales, a encontrar nuestra verdadera estatura, a buscar la dimensión auténtica del hombre más allá del hombre...

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO B
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1987.Pág. 206 ss


 

10.

¿Qué significa para nosotros la Eucaristía? ¿Una rutina? ¿Una costumbre? ¿Un tranquilizante para la conciencia? ¿Quizá una devoción seria, pero individual, ajena a los problemas de la vida, del trabajo o la sociedad? ¿Realizamos así el sentido que quiso Jesús para la Eucaristía?

¿PAN O CARNE?

"Los judíos aquellos discutían acaloradamente unos con otros, diciendo:

-¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?" Jesús, usando los símbolos del antiguo éxodo, cambia el del maná/pan por el del cordero/carne. Es el final del evangelio del domingo pasado y el comienzo del de hoy: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo..., el pan que yo voy a dar es mi carne, para que el mundo viva". Los judíos que lo escuchaban, aun sin aceptar sus palabras, creían estar entendiéndolo. En efecto: el AT y otros libros de la literatura judía, dan el nombre de "pan" a la sabiduría (Pr 9, 5; Si 15, 3), y a la ley, ligada, como el maná, a la experiencia del éxodo. Los que escuchan a Jesús lo consideran maestro, pues así lo llamaron cuando lo volvieron a encontrar después del reparto de los panes y los peces (Jn 6, 25). Por eso podemos deducir que mientras lo oían llamarse a sí mismo "pan del cielo", quizá pensaban en un profeta que propone una nueva doctrina; los que eran partidarios del régimen religioso judío no aceptaban que el origen de Jesús o el de su doctrina estuviera en Dios, pero creían saber de lo que hablaba. Ahora bien, cuando empieza a hablar de carne y de sangre se pierden y, desconcertados, empiezan a discutir entre ellos: "Cómo puede éste darnos a comer su carne?".

UN NUEVO CORDERO PASCUAL

"Pues sí, os lo aseguro: si no coméis la carne del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida definitiva y yo lo resucitaré en el último día". El primer cordero pascual lo comieron los israelitas la noche antes de salir de la tierra de la esclavitud; su sangre les salvó la vida y su carne fue el alimento que les dio fuerza para dar los primeros pasos por el camino de la libertad (Ex 12,1-14). Como ya había hecho con el pan, ahora contrapone Jesús su propia carne y sangre a aquel cordero para reafirmar la preeminencia de su proyecto de liberación sobre el del primer éxodo: la carne y la sangre de aquel cordero proporcionaron una vida y una libertad pasajeras que sólo duraron hasta que llegó la muerte física; Jesús se presenta como el nuevo cordero que va a dar como alimento su propia carne y su propia sangre para que los hombres puedan gozar de una vida totalmente lograda. No se trata simplemente de la promesa de una vida futura para el otro mundo, se trata de dar vida, ya y ahora, a los hombres de este mundo que coman y beban el cuerpo y la sangre del cordero de la nueva liberación. Las palabras que el evangelista pone en boca de Jesús están en presente ("quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida definitiva"): se refiere a una vida que ya se puede disfrutar aquí, antes de la muerte y antes de la resurrección prometida, ésa sí, para el futuro. Una vida que, por otro lado, sólo se puede alcanzar mediante este alimento que, con gran sorpresa para ellos, Jesús les está ofreciendo.

CELEBRAR LA EUCARISTÍA

"Quien come mi carne y bebe mi sangre sigue conmigo y yo con él; como a mí me envió el Padre, que vive, y así yo vivo por el Padre, también aquel que me come vivirá por mí". La comunidad para la que escribe Juan sabe que estas palabras se refieren a la eucaristía. No se trata de un rito de antropofagia; tampoco de una ceremonia mágica en la que basta con pronunciar unas palabras prodigiosas para que todo funcione mecánicamente; al celebrar la eucaristía los miembros de esta comunidad sentían que la vida de Jesús se fundía realmente con la vida de cada uno de ellos, experimentaban a Jesús como don en una entrega constantemente renovada; sentían que el Espíritu de Jesús los inundaba y percibían esa nueva calidad de vida que sólo es posible sentir en un ambiente de amor en el que todos comparten la misma vida porque se sienten hermanos, hijos de un mismo Padre: "Nosotros sabemos que ya hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos" (1 Jn 3,14).

En un contexto también eucarístico, Jesús explicará en qué consiste seguir o permanecer con él: "Manteneos en ese amor mío. Si cumplís mis mandamientos, os mantendréis en mi amor, como yo vengo cumpliendo los mandamientos de mi Padre y me mantengo en su amor... Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros igual que yo os he amado" (Jn 15,9-11). Seguir con él es mantenerse en su amor, mantenerse en su amor significa cumplir sus mandamientos y sus mandamientos consisten en poner en práctica, en cualquier ocasión, el mandamiento del amor fraterno. Celebrar la eucaristía supone haber llegado al final de nuestro camino de liberación personal en medio, por supuesto, de una comunidad de hermanos. Pero, al mismo tiempo, compromete a luchar por la vida y la libertad de quienes todavía no han podido acceder a ellas.

El comentario anterior lo terminamos hablando de la necesidad de aceptar de verdad la encarnación; a lo dicho allí podemos añadir una consecuencia más para nosotros: la de Jesús es carne de nuestra carne, y si al darla comunicó vida al mundo, también la nuestra podrá servir para el mismo fin. Aquella carne, es cierto, estaba llena del Espíritu de Dios; pero también la nuestra puede llenarse de ese Espíritu y convertirse, con su fuerza, en pan que, compartiendo también el pan de cada día, se reparte para la vida del mundo. Eso es celebrar la eucaristía.

RAFAEL J. GARCÍA AVILÉS
LLAMADOS A SER LIBRES. CICLO B
EDIC. EL ALMENDRO/MADRID 1990Pág. 191ss


 

11.

COMER EL PAN, BEBER EL VINO Y VIVIR ETERNAMENTE

-Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida (Jn 6, 51-58) Continúa el discurso del Pan de vida. El domingo anterior, Cristo se presentaba como el Pan de vida bajado del cielo. Entramos ahora en la tercera parte del discurso que desarrolla esa afirmación de Jesús: "Yo soy el Pan vivo bajado del cielo". La manera de expresarse de Jesús provoca una pregunta. Es, por lo demás, un procedimiento típico de S. Juan. Lo encontramos, por ejemplo, en la conversación de Jesús con la samaritana, en la que el quid-pro-quo es provocado voluntariamente por Jesús a propósito del agua, del agua que salta hasta la vida eterna (4,5- 42); también lo hemos encontrado en el capítulo anterior, en la entrevista con Nicodemo: "¿Cómo se puede nacer por segunda vez?" (3, 1-21). En el texto de hoy la pregunta está provocada por el mismo quid-pro-quo: "¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne?". Jesús no respondió directamente a Nicodemo, ni tampoco a la samaritana. No responde directamente, tampoco aquí, a la pregunta de los judíos, pero sí responde para reafirmar lo dicho y precisarlo más.

S. Juan no pone en boca de Jesús lo que hubiera sido la explicación sacramental del don de la carne, como se hace por ejemplo en el relato de la Cena y en el de la primera carta a los Corintios cuando vemos a Jesús darles el pan designándolo con estas palabras: "Esto es mi Cuerpo entregado por vosotros". No hubiera logrado darse a entender y el Evangelista no habría sido comprendido todavía por sus lectores no-creyentes. Aunque Jesús no explica cómo es posible que dé a comer su carne, sí explica, por el contrario, de forma muy precisa, lo que significa comer la carne y beber la sangre. La eficacia del gesto de comer y de beber consistirá en la unión entre Cristo y nosotros, unión paralela a la que existe entre Jesús y su Padre; inhabitación tan real de Cristo en nosotros que quien come su carne vive de su misma vida. Una vez más, se puede adivinar en este pasaje una alusión a la muerte violenta de Jesús. Esta unión que llega hasta la inhabitación de Cristo en nosotros y en nuestra vida, conlleva la resurrección y la vida en el último día. En la resurrección de Lázaro volveremos a encontrar el procedimiento de S. Juan: el quid-pro-quo que encamina hacia el verdadero significado de las palabras de Jesús (11, 23 ss.). En qué consistirá esta vida, es algo que Jesús precisa en relación con el maná. El maná era un pan para la vida cotidiana y por eso los padres murieron. Pero este otro pan, la carne de Jesús, es alimento para la vida eterna. La vida eterna consiste en que Cristo permanece en nosotros y nosotros en El.

-Venid a comer mi pan (Prov 9,1-6)

No se puede decir que la Sabiduría, sobre la que hoy leemos este pasaje tan bello, sea en el libro de los Proverbios, una persona divina, la de Cristo. Aun sabiendo esto perfectamente, la liturgia, siguiendo la línea trazada por los comentarios de los Santos Padres, tiende a ver en este texto, un anuncio de la eucaristía y en este sentido lo utiliza frecuentemente en las celebraciones litúrgicas. En el antiguo Oficio de la fiesta del Corpus, la primera antífona de Laudes era precisamente la primera frase de esta lectura de hoy. La ciudad que se construye es Jerusalén. La Sabiduría ha preparado en ella la mesa. Viene a la memoria el salmo 22, canto de iniciación cristiana: "Preparas ante mí una mesa frente a mis enemigos".

Los Santos Padres, como hemos dicho, dan una importancia muy especial a este texto de la Sabiduría en el que ven el tipo del banquete mesiánico y de la Eucaristía. ·Cipriano-SAN, en una de sus cartas, vincula a la ofrenda tipológica de Melquisedec este texto del banquete preparado por la Sabiduría: "Salomón (los Proverbios) habla del vino mezclado, es decir, anuncia proféticamente el cáliz del Señor, mezclado con agua y vino" (S. CIPRIANO, Carta, 63, 5).

Viene en seguida al pensamiento el pasaje de S. Lucas: "Yo os preparo el Reino, como mi Padre me lo ha preparado a Mí, para que comáis y bebáis conmigo a mi mesa, en mi Reino" (22, 29). ·Orígenes, en su comentario al Cantar de los Cantares escribe: "La Iglesia pide a los servidores de la Palabra que la introduzcan en la bodega, es decir, donde la Sabiduría ha mezclado sus vinos e invita, mediante sus servidores, a todos los que están en la ignorancia, diciéndoles: Venid, comed mi pan y bebed el vino que he preparado. Es la Casa del Banquete en la que todos los que vengan de Oriente y de Occidente ocuparán sus puestos con Abrahan, Isaac y Jacob en el Reino de los cielos. Es la Casa en la que la Iglesia y cada uno de los fieles desea entrar, haciéndose perfectos, para gozar de la doctrina de la Sabiduría y de los misterios de la ciencia, como se goza de las delicias de un banquete y de la alegría del vino" (ORÍGENES, Comentario al Cantar de los Cantares, 3; PG 13, 155).

·Ambrosio-SAN escribe a su vez:

"Quieres beber, quieres comer. Ven al festín al que invita la Sabiduría, a voz en grito, a todos los hombres, diciendo: Venid, comed mi pan y bebed el vino que he preparado..." (S. AMBROSIO DE MILÁN: Caín y Abel, 1, 5).

El salmo 33 es el elegido como responsorial para esta lectura; aunque es menos expresivo que el 22, indica que nada falta a los que buscan a Dios, mientras que los ricos quedan desprovistos y con hambre.

A nosotros se nos invita constantemente a esta mesa preparada por Cristo, la mesa de la Sabiduría, aun cuando al vivir para Cristo y participar de su pasión, somos considerados por el mundo, como S. Pablo, locos. Comer este pan y beber este vino, es también para nosotros, como dice la lectura de los Proverbios: "abandonar nuestra locura para seguir el camino de la inteligencia". La Sabiduría nos invita a comer su pan y a beber el vino que ella ha preparado. A la luz del Evangelio de hoy, vemos en este texto, a Cristo invitándonos a comer su carne y a beber su sangre; locos entre los sabios de este mundo, sabios con Cristo en un mundo que no se deja invitar por El.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 6
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 9-21
SAL TERRAE SANTANDER 1979. 113 ss.


 

12.

1. La fe en Cristo: solidaridad y comunidad 

Hoy Jesús vuelve a presentarse como el «pan vivo bajado del cielo». Ya en los domingos anteriores hemos tratado de comprender el sentido de esta misteriosa y extraña expresión, y hemos visto cómo Jesús es Pan de vida en cuanto que en él se nos manifiesta Dios y nos habla acerca de esto que es nuestra única preocupación: la vida.

Hoy Jesús avanza un poco más en su revelación y se nos presenta como un pan... para ser masticado y tragado. Ya sabemos que en líneas generales este texto se refiere a la Eucaristía, pero creo que podremos reflexionarlo tratando de encontrar mucha novedad que hay en él.

El mensaje del discurso está centrado en la siguiente frase: "El pan que daré es mi carne para la vida del mundo". Para entender mejor este texto y no interpretarlo burdamente, tengamos en cuenta que, en lenguaje bíblico, la palabra «carne» tiene un sentido más amplio que el que solemos darle nosotros. Hoy nadie usa esta palabra sino en un sentido estricto y material. Solamente le damos un sentido más metafórico en el lenguaje moral al referirnos a las tentaciones de la carne o a las pasiones carnales, por ejemplo. Es decir que, para nosotros, carne tiene un cierto sentido peyorativo, como si fuese lo menos noble del hombre.

En la Biblia también puede tener este sentido, pero con más frecuencia -y éste es el caso del evangelio de hoy- carne significa sencillamente «hombre», hombre en relación con otros. Así, alguien es carne de otro cuando forma con él un mismo pueblo, o una misma raza o una misma pareja. Los esposos son carne, una sola carne; es decir: deben asumir sus vidas como una sola existencia compartida.

En la primera página de su evangelio, Juan nos dice que «La Palabra se hizo carne», o sea, se hizo hombre solidario de la raza humana y de su pueblo; se unió a los demás hombres, asumiendo su existencia, su dolor, su pobreza, su vida... A través del texto que hemos escuchado hoy, parecería que Jesús -por boca de Juan- nos quiere decir: Mi vida no la pienso solamente como algo mío, algo exclusivo, sino que la veo relacionada con todos vosotros: Me siento carne de vosotros, unido a vosotros, a tal punto que toda mi vida es un constante entregarme a mí mismo por vosotros. Por eso mismo también me siento «pan», porque el pan es para ser comido. El pan tiene un misterio muy especial: si no lo comemos, morimos de hambre, pero si lo comemos, tenemos que destruirlo. El, entonces, deja de ser pan y se transforma en nuestro propio cuerpo. De la misma forma me entrego yo: como un pan. Mi cuerpo deberá ser destruido para poder ser asimilado. El amor exige de nosotros esta constante renuncia. El amor nos destruye para unirnos después de una manera mucho más íntima. ¿Qué destruye el amor? Destruye eso que nos separa al uno del otro y que se llama egoísmo. Por eso «el pan que yo os daré es mi carne, para la vida del mundo», porque concibo toda mi existencia como pan que muere a sí mismo para que el que lo coma tenga vida.

Si nuestra interpretación es exacta, o al menos aproximada, el texto se ilumina con miras insospechadas, ya que no solamente se refiere a la Eucaristía sino a toda la vida de Jesús desde su nacimiento hasta su muerte. Jesús se mostró a los hombres como pan; no nos dio pan, sino que se dio a sí mismo como pan; su propia existencia carnal es el pan venido de Dios. Esto fue lo que -según el relato de Juan- no llegaron a comprender los judíos que comieron aquel pan junto al lago. No llegaron a descubrir el corazón de Jesús, su verdadera fisonomía, su auténtico rostro. Buscaron lo que estaba fuera de él, pero no a él mismo, no su vida interior, no la interpretación que él daba de la vida humana. Y por ese mismo motivo, tampoco pudieron comprender eso de «darnos a comer su carne». Es evidente que Juan insiste para que no tomemos las palabras de Jesús de una forma burda o material. No es a un banquete caníbal al que nos invita el Señor, sino al banquete de la vida comunitaria en el que cada uno se hace pan para el otro, se hace carne del otro.

En la primera parte de su discurso, Jesús nos había invitado a encontrarnos con él en la fe y en la escucha de su palabra. Pero todavía eso no es la vida eterna en su máxima expresión. Sólo la experiencia de compartir la propia existencia con los demás nos acerca -en lo que es humanamente posible- al modo de vida de Dios. Quien acepte a Jesús, que así se da, y quien se dé de la misma forma, ése «tiene vida eterna», es decir, ha comenzado a vivir en una nueva dimensión. Es la dimensión de lo eterno y absoluto. Sólo el amor, el amor en cuanto entrega total de uno mismo por los demás, nos engendra a la vida de Dios y, por lo tanto, nos crea como hombres-nuevos. De ahí que Jesús diga que nos resucita, porque la resurrección última no es más que el caminar en esa total libertad y total amor a los que hoy somos engendrados.

2. La Eucaristía: signo de la vida de fe

Podemos también ahora comprender mejor el rito eucarístico. En la Eucaristía comemos la carne de Cristo y bebemos su sangre. Comer y beber significa sencillamente «participar». En la primera lectura de hoy, el libro de los Proverbios nos presenta a la Sabiduría que invita a los hombres a participar de ella misma como en una comida: "Venid a comer mi pan y a beber el vino que he mezclado".

Lo sólido y lo líquido sobre la mesa (pan-cuerpo, vino-sangre) expresan la totalidad de la entrega. Se viene a compartir todo, y Jesús se nos da sin reservarse nada para sí. Observemos cómo el mismo Juan nos relata que cuando Jesús murió, un soldado abrió su costado de una lanzada y de él salió sangre y agua. La sangre derramada parece aludir más explícitamente a la muerte de Jesús, y el beber esa sangre, al estar dispuestos a dar la vida por los hermanos. Y el misterio del amor del pan se obra en este encuentro entre Cristo y el creyente: «El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él.» Así como Jesús siente que vive por el Padre, así el que lo coma vivirá por él, de la misma forma que quien come pan vive del pan.

CO-SIGNIFICADO: Los textos evangélicos interpretados a la luz del espíritu nos llaman la atención para que no hagamos de la Eucaristía un simple tragar la hostia. Este gesto exterior que hacemos al comulgar debe ser la expresión de otro gesto más profundo, que es transformarnos en el Cristo viviente, hacer nuestros sus sentimientos, su modo de pensar, su forma de encarar la vida, su donación. Bien aclara Jesús que ese Pan no debe ser comido como el maná, porque una comunión puramente ritual no engendra para la vida eterna. Comulgar es unirnos totalmente a Cristo por la fe, por la escucha y obediencia de su palabra y por la entrega a los hermanos. Todo esto está simbolizado en el gesto de comer, masticar tragar el pan consagrado.

El peligro de la comunión eucarística está en que la transformemos en un rito mágico, como si ese pan consagrado obrara automáticamente en nosotros quién sabe qué transformación, y de rebote nos resucitara en el último día... Esto sería tergiversar el Evangelio de Juan, que con toda intención sitúa a la Eucaristía como el final de un proceso de fe en Cristo, palabra viviente del Padre. La expresión «pan de vida» no la emplea solamente para referirla a la Eucaristía como rito cultual sino en relación con la persona de Cristo en quien descubrimos todo lo que Dios nos dice para que vivamos como hombres auténticos.

Con demasiada frecuencia hemos aislado a la Eucaristía como si el Cristo de la Misa no fuera el mismo Cristo del Evangelio, el mismo de la caridad, el mismo que está en cada hermano.

Y finalmente, en la Eucaristía tenemos la oportunidad de comer a Cristo bajo su triple faz: como Palabra del Padre, como cuerpo y sangre entregado, como viviente en el amor de la comunidad. En la Eucaristía Jesús se hace presente bajo esta triple forma, y comulgar es unirnos a él tanto en la palabra como en la entrega y amor a los hermanos, como en el gesto de comer el pan consagrado. Los tres gestos son comunión y los tres conforman este banquete, al que Jesús -Sabiduría y Palabra de Dios- nos invita. La comunión con la palabra de Cristo ilumina nuestra vida y nos da el significado de la fe y del culto; la comunión con el pan nos une a todos los hermanos que comen en la misma mesa; la comunión con la comunidad en el servicio diario es vivir como hombres-nuevos haciendo efectiva en nuestra vida la presencia de Cristo.

En síntesis...

La Eucaristía es nuestra "acción de gracias", porque Jesús nos sienta a su mesa, no ya para darnos pan, sino para darse a sí mismo, para que nos demos a nosotros mismos y para que transformemos la vida de la comunidad en una mesa que exprese al hombre de hoy cuál es el verdadero rostro del Padre: el rostro del amor...

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B. 3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978.Págs. 204 ss.


 

13. DANOS SIEMPRE DE ESE PAN

Lo se, Señor. La multiplicación de los panes sólo fue el punto de partida. Aquel hecho hizo que las gentes te siguieran de nuevo y quisieran proclamarte rey. Pero tú no quisiste que aquello se convirtiera en costumbre material y pragmática. Consciente de que tu papel no era, como el de un político, «hacer un plan de reforma social y económica» sino «evangelizar a los pobres», elevaste el significado de aquel hecho a otra esfera trascendente. Sí, la multiplicación de los panes fue un «hecho de vida» que sirvió de punto de arranque para tu doctrina. Esta doctrina nos lleva a muy concretas enseñanzas.

Primera.-El problema del hambre en el mundo no ha de solucionarse con milagros venidos de «lo alto», sino con compromisos nacidos «aquí abajo»: en esa fraternidad universal que tan enfáticamente pregonamos en teoría, pero cuya práctica olvidamos. «Dadles vosotros de comer», dijiste. Y esa será ya la norma. Nadie puede guardarse para sí los «cinco panes y dos peces» que le han cabido en suerte. El acaparamiento de las riquezas en el zurrón de unos pocos, mientras hay muchedumbres que «no tienen qué comer y desfallecen por el camino», clama al cielo. Y, por supuesto, a la tierra. Y somos los humanos los que tenemos que realizar la multiplicación de los panes. Hay por ahí mucho zurrón escondido que, si se empleara con dinámica de justicia social, haría que «todos comieran hasta saciarse». Incluso, «con las sobras, podrían recogerse muchas canastas».

Segundo.-El otro pan. Urge asimilar el reiterativo discurso del «pan de vida»: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá eternamente. Y el pan que yo le daré es mi carne para la vida del mundo». Sé que no hay metáforas en tus palabras, Señor. Del mismo modo que, cuando hablaste a la samaritana en el pozo de Jacob, le aseguraste «quien bebiera de aquel pozo, volvería a tener sed», pero «el agua que tú le darías formaría en él un manantial de vida eterna», ahora a los judíos les dices: «Vuestros padres comieron el maná y murieron; pero quien coma de este pan, vivirá eternamente, porque yo soy el pan bajado del cielo». No hay metáforas, no. Ahí andan los científicos inventando elixires, jaleas, gerovitales, hibernaciones y cirugías para tratar de prolongar la vida humana. Émulos de Fausto, soñamos en la eterna juventud. Pues, sépanlo los hombres. Jesús dice: «El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me come, vivirá por mí». Ya lo véis. La «Vida» de Dios, a través del Hijo, llega a nosotros.

-Y, ¿la muerte?-me preguntáis. Pues, para el que cree, «no es el final del camino». El cristiano que come este pan del cielo, ya ha entrado en la dinámica de la vida eterna. La muerte ocurrió para él, en realidad, el día de su bautismo. Entonces es cuando murió. Lo repite Pablo una y otra vez. Y ese mismo día renació a «una vida nueva». Esa vida nueva ha existido en él en la medida en que ha permanecido unido a Cristo por los Sacramentos.

MU/MIEDO: -¿Por qué tenemos, entonces, miedo a morir?- Por esa filosofía del instinto que nos lleva a creer que «más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer». Todo nacimiento a una situación nueva produce en nosotros un indudable sobresalto, una natural resistencia. El embrión que vive confortablemente en el seno materno, si tuviera que decidir, se opondría seguramente a abandonar aquel cálido refugio ante la oferta de vivir una vida exterior. Le parecería seguramente mucho riesgo. Máxime si el momento del desgajamiento iba a ir acompañado de violencia y dolor.

Por eso tememos a la muerte. Vivimos en esta vida con mentalidad embrionaria. Nuestra fe nos dice que nos espera una vida en plenitud, sí. Pero, qué queréis, nuestra débil condición, en vez de ver en la muerte el verdadero «nacimiento a la Vida», lo que ve son «los dolores de ese parto» que indudablemente le acompañan. Por eso necesitamos leer y asimilar las palabras de Jesús: «El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él».

ELVIRA Págs. 173 s.


 

14.

Frase evangélica: «El que come de este pan vivirá para siempre»

Tema de predicación: LA COMUNIÓN EUCARÍSTICA

1. La palabra que más se repite en el evangelio de hoy (nueve veces bajo formas distintas) es vida. La eucaristía es pan vivo que hace vivir siempre, para la vida del mundo. Pero la vida cristiana es vida para los demás y por Cristo. Es gozo, plenitud, descanso, felicidad. Naturalmente, es vida en la carne. En la vida amamos, sufrimos, padecemos hambre y sed, comemos, crecemos... No es cuestión de espiritualismo desencarnado. Además, lo contrario de la vida es la muerte. Precisamente, pobres son los que mueren «antes de tiempo», los amenazados injustamente por la muerte.

2. Jesús no ha venido a darnos cosas, sino a darse a sí mismo como vida. Es pan a compartir y repartir; es alimento disponible para los demás. Mediante la comunión del cuerpo y la sangre de Cristo, nos identificamos con el Señor, en parte por esfuerzo nuestro de imitarle, y en parte por gratuita donación suya.

3. El acto central de la eucaristía es la llamada comunión. En los Hechos de los Apóstoles, la comunión (koinonía) implica asimilación de la palabra apostólica, participación en el cuerpo eucarístico de Cristo, unanimidad de sentimientos con los hermanos y puesta en común de los bienes para que no haya pobres. No se reduce a recibir con la boca la hostia consagrada.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Cómo entendemos hoy la comunión eucarística?

¿Relacionamos esta comunión con otras dimensiones?

CASIANO FLORISTÁN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITÚRGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993Pág. 222 s.


 

15.

EL BANQUETE PREPARADO

1. "La Sabiduría se ha construído su casa..., ha preparado el banquete; ha despachado sus criados para que anuncien: <Venid a comer mi pan y a beber el vino que he mezclado>" Proverbios 9, 1. Personificada la Sabiduría, construye una casa lujosa, para celebrar el banquete. Esta casa hace referencia al templo de Salomón, de magnificencia proverbial, donde acudían los israelitas a encontrarse con Dios, que moraba allí, a orar y a ofrecer sacrificios y celebrar banquetes. En el Nuevo Testamento la casa lujosa es el Cenáculo, y en la Iglesia, el templo cristiano.

2. El banquete en Isaías es símbolo de los bienes mesiánicos. Por eso Jesús anunciará el Reino de los cielos con la alegoría de un banquete, al que invitarán los criados del rey (Mt 22,2), como en el libro de los Proverbios que estamos leyendo, a participar en el banquete de la vida eterna. En uno y otro libro, la invitación se dirige a los pobres: ignorantes, o marginados. "Dejad la inexperiencia y viviréis. Seguid el camino de la prudencia".

3. Para seguir el camino de la prudencia, he aquí unas cuantas normas de discreción: No hablar por hablar. Huir del chismorreo. Antes de tirar la piedra mirar dónde puede caer. No meter baza en todos los platos deseando ser el peregil de todas las salsas. No pretender enseñar a todos, sin tener misión. No intentar hacer ver que se sabe todo. Evitar críticas malévolas, bajo capa de hacer correcciones fraternas. No contar al otro lo que le puede doler para que le duela, o decirle lo que dicen de él, que es lo que tú dices o has dicho de él. Todas estas insensateces son compatibles con gente que come el pan de vida indiscriminadamente: "Homo homini lupus" (Hobbes). De éstos dice Santiago: "Si alguno se cree hombre religioso pero no pone freno a su lengua, sino que engaña a su propio corazón, su religión es vana" (Sant 1,26). Y San Pablo: "No estéis aturdidos, sino daos cuenta de lo que el Señor quiere" Efesios 5,15.

4. Dice Jesús a los judíos: "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo" Juan 6, 51. Disputaban los judíos. Era natural. Conocían a Jesús superficialmente y sabían que era hijo de José, ¿cómo ahora les dice que ha bajado del cielo?

5. San Juan en vez de hacer el relato de la institución de la Eucaristía, hace esta meditación en profundidad del pan vivo que da vida. Comer el cuerpo de Cristo y beber su sangre, es la manera maravillosa que inventó el Amor para deificarnos, trinitinarnos, cristificarnos.

6. Pero la manducación material no es suficiente. Es necesaria la aceptación de Jesús y de su evangelio en la fe: "No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre" (Mt 7,21). Tendríamos que hacer un esfuerzo mayor para recibir con más hondura la realidad que se nos transmite en el evangelio. ¿Por qué no tenemos tiempo? ¿A dónde queremos llegar tan deprisa?

8. Por eso el Señor no nos deja solos. Ante la incapacidad que tenemos los hombres de vivir su propia vida, la que El recibe del Padre, de darle la gloria que como Dios y creador se merece, de darle las gracias que los hombres le debemos por todo lo que hace por nosotros, de pedir perdón y hacerle propicio para que nos siga otorgando su amor, nos integra en su propia vida por la eucaristía. Y se presenta ante el Padre, como Hijo suyo y Hermano nuestro, y nos lleva con él como Cabeza de la Iglesia. Pero vivir cristianamente es vivir al revés de como vive la mayoría. Pero vivir esclavos de la mayoría no es un criterio válido en moral, dado el subjetivismo que reina. Hay que comer el pan de vida si no queremos ser muertos vivientes. ¿Y qué diremos de los que vienen al banquete y se quedan mirando el manjar sin comerlo?

9 Esta es la razón que mueve a San Pablo a ordenar a los Efesios 5,15: para que se abran a la fuerza transformadora del pan de vida: Recitad salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y tocad con toda el alma para el Señor. Celebrad constantemente constantemente la acción de gracias, la eucaristía. Gloria a tí, Señor Jesús!

J. MARTI BALLESTER


 

16.

La invitación de Dios

"Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado", escuchábamos en la primera lectura de hoy. Y hoy se nos dirige a nosotros esta invitación. Es Dios mismo quien nos dice "venid a mi banquete". Y nos lo repite siempre que acudimos a participar de la Eucaristía. Silo pensáramos, seríamos más felices al sabernos invitados a este banquete. Porque recibir una invitación comporta que alguien ha pensado en nosotros. Sea un familiar, o un amigo. Y quisiéramos obsequiar a aquel o a aquellos que nos han invitado.

Cuando el que nos invita es un familiar o un amigo con quien estamos unidos por lazos afectivos, nos sentimos contentos tanto por él como por nosotros. Y deseamos obsequiarle con nuestra presencia. Queremos manifestar nuestro agradecimiento. Y estamos contentos. Y nos preparamos. Cuidamos el vestido, el aspecto exterior. Y sobre todo la actitud interior. Queremos expresar nuestra alegría. Queremos participar en la fiesta para que resulte espléndida.

Dios nos invita. Ha preparado la mesa, el banquete. Escuchemos de nuevo la invitación del Señor y los alimentos que nos ha preparado y qué condiciones espera hallar en los invitados: La Sabiduría (esto es, Dios) "ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa". E invita a los "inexpertos, a los faltos de juicio, a los imprudentes". Y la invitación llega a todos por medio de los criados: "Los inexpertos que vengan aquí". Se trata de mantenerse humilde, y no creerse sabio. Para poder participar del banquete de Dios se ha de ser sencillo, se ha de mantener el corazón de pobre. Tan sólo con esta actitud podremos participar del banquete, compartir los alimentos y experimentar el gozo de la fiesta. A esto se refiere Jesús: Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has revelado a los sencillos todo esto que has escondido a sabios y poderosos" (Mt 11,25). He aquí bien patentes cuáles son las condiciones que exige Jesús. El vestido que Jesús espera que llevemos es el de un corazón sencillo, bueno, generoso, un corazón que tenga gana, ansia de comer y de beber, ansia de participar en el banquete de Dios.

Preparemos nuestro corazón para vivir la fiesta

Se trata de la fiesta de la Eucaristía. Hemos sido invitados por Jesús y debemos sentirnos contentos y agradecidos. Sería una lástima que viniéramos a misa por obligación o por rutina. Bien al contrario. Estamos invitados al banquete, a la fiesta. Y el Señor nos prepara un buen alimento, el alimento de la Palabra y el alimento del Cuerpo de Cristo. Escuchemos este fragmento del Concilio Vaticano II. Es muy importante. "Siempre ha venerado la Iglesia la sagradas Escrituras como también el Cuerpo del Señor, tomando en todo tiempo de la mesa y distribuyendo a los fieles el pan de vida, tanto el de la Palabra de Dios como el del Cuerpo de Cristo..." (Revelación Divina, número 21).

¿Cómo nos podemos preparar para participar dignamente y con gozo en el banquete? Hemos de dedicarle un tiempo. Hemos de leer las lecturas con amor y atención. Y meditarlas. Nos son dirigidas a nosotros. Es el mismo Dios quien nos habla. Si cuando venimos a participar de la Eucaristía, llegamos un poco antes de empezar, la podríamos preparar. De este modo estaremos más a punto para recibir, estaremos en mejor sintonía para acoger los textos que aquí se proclaman y se comentan.

Y hemos de estar muy bien preparados para la Comunión, para que sea de verdad muy vivida. Hemos de superar toda rutina que tiende a apagar la alegría que causa la participación del banquete. Acerquémonos con fe profunda, con agradecimiento y con el corazón bien abierto para recibir el don de Dios, el Cuerpo y la Sangre de Jesús, el gran alimento que da la vida, una vida para siempre, una vida eterna. Así nos lo dijo Jesús, y así lo hemos recordado de nuevo: "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día". ¿Verdad que lo creemos así? Pues procuremos vivirlo en plenitud, con intensidad, repletos de alegría. Dios nos invita. Tenemos esa gran suerte. Se trata de un gran don, de una gracia extraordinaria.

Esta Eucaristía que ahora celebramos ha de ser vivida con toda conciencia. Jesús viene a nosotros. ¡Abrámosle la puerta, contentos, y acojámoslo llenos de agradecimiento!

JOAN SOLER
MISA DOMINICAL 2000, 11, 9-10


17. DOMINICOS 2003

Este domingo: 20º del Tiempo Ordinario
"La sabiduría que conduce a la vida"


El saber es, frecuentemente, fuente de dominio y poder en nuestro mundo y, por ello mismo, causa de muerte. La sabiduría, que este domingo nos presentan las lecturas de la Eucaristía, tiene otras connotaciones muy distintas. Su finalidad es conducir a la vida. No se trata de un conocimiento abstracto, intelectual, que busca “amueblar la cabeza con muchas ideas” y encontrar argumentos para vencer al otro, muchas veces bajo capa de bellas palabras vacías, sino que la sabiduría en Israel, como en culturas muy antiguas, se va adquiriendo en contacto con la experiencia vital y creyente de lo cotidiano para que el ser humano aprenda a dar sabor y sentido a su vida y halle respuesta a los interrogantes más hondos y más humanos: la vida y la muerte, el camino para ser felices, el bien y el mal....

La figura de la sabiduría, presentada como una mujer en la primera lectura, es una presencia mediadora, activa y amorosa de Dios en el corazón del ser humano, de la humanidad entera y de nuestro mundo. La sabiduría envía a sus criados a las plazas públicas para invitar a todos, sin excepción, a participar del banquete que ha preparado, el banquete de la vida.

Pablo recomienda a los cristianos de Éfeso que vivan atentos y se conduzcan en la vida con sabiduría: "Fijaos bien cómo andáis", "sabed comprar la ocasión", "no estéis aturdidos". Se trata de intuir y discernir la presencia de Dios en lo cotidiano. "Daos cuenta de lo que el Señor quiere". Por este camino se alcanza la verdadera alegría y se vive en la acción de gracias.

Jesús, Sabiduría de Dios, se da a sí mismo como comida y bebida. La comida y la vida van unidas: necesitamos alimentarnos para vivir. EL Señor se ofrece, en el evangelio, como pan vivo que da y sustenta una vida duradera y en plenitud.

Comentario bíblico:
El Pan de Vida, sabiduría y donación de resurrección


Iª Lectura: Proverbios (9,1-6): El banquete de la Sabiduría
I.1. La primera lectura nos presenta a la Sabiduría, casi personalizada, que ha preparado un banquete para inaugurar una casa que, sobre siete columnas (número perfecto en la Biblia), es un dechado de solidez y de inteligencia. La Sabiduría en el AT es la experiencia más profunda de la vida. Es como Dios; su mejor asistente en todo lo que hace, hasta el punto que en los extremos de monoteísmo de la religión judía debemos entender que cuando se habla de la Sabiduría se está hablando de acciones divinas, de lo que Dios hace con los que son inexpertos y los necios. Si se fían de El asistirán a un banquete de vida.

I.2. El pan y el vino son los signos más sencillos, los más reales para compartir lo mejor de la Sabiduría. Por lo tanto es todo un canto, bajo el símbolo de un banquete, para compartir la vida de Dios. Aunque no parezca un texto de tipo cultual, viene a ser una especie de adelanto del banquete eucarístico. No es un banquete para sabios de este mundo y según la inteligencia de este mundo, sino precisamente para los que con menos capacidad se sienten en este mundo. Así es de generosa la Sabiduría, porque se está hablando de la generosidad de Dios.



IIª Lectura: Efesios (5,12-20): Vivir en la luz e iluminados
II.1. La segunda lectura es una invitación a la comunidad, en primer lugar, a actuar como envuelta en la luz, concretamente, en la luz de Cristo. Es un canto, pues, a Cristo luz en que resuenan ciertos elementos del libro de Isaías (26,19; 51,17; 52,1; 60,1). Es un canto que se cita como apoyo al planteamiento ético de cómo tienen que vivir los cristianos, ya que han sido iluminados en el bautismo, y no pueden andar por el mundo como personas que no tuvieran luz, ni sabiduría, ni Espíritu.

II.2. El tema de la sabiduría cristiana es contemplado de nuevo como praxis de los que han sido bautizados y no pueden vivir en el mundo de cualquier manera, cegados por lo que quita la razón, el juicio y el discernimiento (por ello se usa el simbolismo negativo del vino, la embriaguez como necedad), sino que deben estar abiertos a una esperanza en que, unidos, alaban a su Dios con cánticos, himnos y salmos.



Evangelio: Juan (6,51-58): La comunión de vida con el Hijo
III.1. El evangelio de Juan lleva a su punto culminante del discurso del pan de vida, porque aparecen con un realismo indiscutible los elementos sacramentales de la eucaristía. Es, probablemente, el texto más explícito sobre este sacramento que se practicaba en la comunidad, por el que probablemente eran criticados los cristianos. Juan no nos describe la institución de la eucaristía en la última cena; por ello, los especialistas han visto aquí el momento elegido por el evangelista para poner de manifiesto sus ideas teológicas sobre este sacramento que hace a la comunidad. En este momento se usa el verbo “trogein” (comer; en el tema del maná, en los versículos anteriores, se ha usado el verbo fagein) que tiene un verdadero sentido sacramental, ya que comer “la carne” y beber “la sangre” no pueden hacerlo los humanos (está prohibido cf Lv 17,10) más que en sentido simbólico-sacramental. El valor semítico del la palabra “carne” sirve para designar la condición humana, la vida humana, del Hijo del Dios.

III.2. Nos encontramos ante la radicalización del discurso de Cafarnaún: la carne, en este caso es lo mismo que el cuerpo, y el cuerpo representa a la persona y la historia misma de Jesús que se ha sacrificado y entregado por “el mundo”. El autor nos pone frente al sacrificio redentor de la cruz, sin mencionarlo directamente, más que por medio de “dar” o “entregar”. El sentido del “comer” al Hijo del hombre es una expresión de muchos quilates que apunta a poseer su vida, su palabra, sus opciones, sus sentimientos filiales. Este es el desarrollo lógico y teológico de todo lo anterior, aunque bien ha podido ser añadido en un segundo momento de la reflexión de este evangelio, que no se ha compuesto de una sola vez.

III.3. Es una comunión con su vida, esa vida que entrega por todos los hombres y que en la eucaristía vuelve a entregar como el resucitado. Si El Hijo vive por el Padre que le entrega su vida, nosotros vivimos por Jesús que nos entrega la que ha recibido. Es todo, pues, un misterio de donación el que acontece en la realización de la eucaristía. De ahí que sea el sacramento que nos va resucitando día a día, para que la muerte no sea nuestro destino, sino que nuestra meta es tener la vida que Jesús posee ahora como Señor de la muerte. Ahí reside la sabiduría del misterio de la eucaristía en la comunidad: ser una donación sin medida. En Juan este discurso está en sintonía con el mismo misterio de la Encarnación. Es posible que muchas expresiones muestren un “realismo” exagerado para explicar lo que siendo real, se lleva a cabo de forma sacramental. Porque es real la donación de la vida

Miguel de Burgos, OP

mdburgos.an@dominicos.org

Pautas para la homilía


La oferta de la sabiduría

La sabiduría invita a los seres humanos a participar del banquete que ha preparado: “Venid a comer mi pan y a beber el vino que he mezclado”. Ofrece la vida a los que siguen el camino de la prudencia y de la sensatez.

En nuestra sociedad encontramos un amplio surtido de ofertas de sentido que alejan a las personas de un vivir auténtico: trepar como sea y a costa de lo que sea, ansia de tener, de prestigio, de poder, huída de lo que supone esfuerzo, riesgo, dolor, búsqueda individualista de la felicidad... Otro camino, mucho más humano, se abre ante nosotros como posibilidad de encontrar el sentido de la vida: aprender a discernir serenamente lo que es bueno, justo y honrado, atención y cuidado en el trato con los otros y con la creación, la austeridad alegre en el uso de los bienes, el cultivo de la gratuidad y el don, la cercanía solidaria al dolor ajeno, el empeño por colaborar otros en la construcción de un mundo más fraterno, la confianza en el proyecto de Dios para sus hijos e hijas...

¿Aceptaremos la invitación de la sabiduría a sentarnos en la mesa del banquete que ha dispuesto, como anticipo del banquete mesiánico?



La búsqueda constante de la sabiduría

Discernir “lo que el Señor quiere”, es la llamada que resuena en la epístola de Pablo. Eso implica una actitud de búsqueda incansable y perseverante en los distintos acontecimientos y situaciones que vivimos, en los diferentes momentos y etapas vitales por los que atravesamos. El discernimiento implica intuición para distinguir lo que está en la sintonía de Dios y del Reino, para descubrir qué es lo que lleva a la vida para todos y vida en abundancia, para otear dónde podemos percibir la presencia de Dios en nosotros y en el mundo.

La persona creyente nunca podrá hacer esa búsqueda de la voluntad del Señor en solitario sino acompañada por Él y por los hermanos y hermanas con los que recorre el camino, con los que comparte su fe y su esperanza en el hoy de la historia del mundo y de la Iglesia.



Vivir en Jesús y por Jesús

La sabiduría en la que Jesús introduce al cristiano, en el evangelio de este domingo, no es un saber oculto o al margen de la vida. A pesar del escándalo que provocan en los judíos las palabras del Señor de darse él mismo como comida, en entrega por amor, Jesús reafirma con claridad la necesidad de comer su carne y beber su sangre como condición para tener vida plena, vida eterna.

Comer el pan vivo, incorporarnos a él, haciendo que la vida de Jesús se haga carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre, es la fuente de nuestra vida y de nuestro alimento. En esta comunión, la unión es tan fuerte, tan íntima y profunda que Jesús afirma que el creyente "habita en mi y yo en él" y "vivirá por mí". Habitar en el Hijo supone participar plenamente de su vida, asumir su proyecto, seguir sus pasos.

Comer su carne, beber su sangre nos introduce en el aprendizaje de la sabiduría misteriosa de hacer de nuestra vida una vida entregada, dada, partida y repartida para dar vida y amor a otros, recorriendo el camino del servicio y de la ayuda mutua, abriendo cauces de esperanza, de encuentro, de diálogo, de inclusión, favoreciendo el compartir, la justicia, la fraternidad.

Frente a la deshumanización que conduce a perder la dignidad y la vida, Jesús nos enseña la sabiduría de dar la vida para engendrar vida, especialmente en aquellas personas que padecen en su carne, que es también el cuerpo del Señor (Mt 25) hambre, soledad, desesperación, enfermedad, desprecio... Toda vida dada contiene en sí misma el germen de la llamada a la resurrección, a perdurar más allá de la muerte.

Carmina Pardo, dominica
provesp@ctv.es