33 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO
10-16

10.

Elías, el celoso profeta de la fidelidad ante Dios, fue un personaje que caló muy profundamente en el alma de los israelitas. El Antiguo Testamento le reviste de un prestigio que revela la impresión que causó este gran hombre de Dios en sus contemporáneos. Con exquisitez, con delicadeza, se nos narran sus gestas en favor del Dios verdadero. El esfuerzo constante que le costó persecuciones y le llevó a los más hondo de la noche espiritual.

Hoy, la figura conmovedora de Pedro, tan querida por nosotros, también se nos presenta en su encuentro amoroso con el Señor. En una narración de profunda belleza, con una serie de elementos muy importantes para toda la espiritualidad cristiana. Pedro y Elías iluminan, pues, hoy nuestra mirada interior.

-En que coinciden la lectura del A. T. y el evangelio. Como sabéis, en estos domingos normales del año litúrgico, la lectura dominical del Antiguo Testamento -la primera lectura de cada domingo- está escogida en función del evangelio que luego leemos. Pero, ¿cuál es la relación existente entre el episodio del profeta del fuego, Elías, y el de quien es la roca de la iglesia? Elías, después de defender la causa de Dios ante el desafío de los sacerdotes de Baal, ha de huir perseguido. Decepcionado, temeroso, camina hasta llegar a la montaña santa. Va a la búsqueda de Dios, su único refugio posible. Pero Dios se le manifiesta no en el huracán ni en terremoto ni en el fuego, sino en la suavidad de un susurro. Sólo en la delicadeza humilde del susurro, signo de un amor también sencillo y delicado, se manifiesta el Salvador.

El hecho evangélico tiene lugar después de la multiplicación de los panes, una acción reveladora del amor delicado de Jesús y anuncio para nosotros del sacramento del amor. Jesús, ora a solas (un hecho de indudable relevancia, enormemente aleccionador). Después, anda sobre el agua, revelación de su divinidad, ya que sólo Dios tiene este dominio. Y luego exhorta a los apóstoles a no tener miedo: su presencia es amable y serena. Pedro, como Elías, quiere ir hacia aquel que es Dios. Anda sobre el agua, pero le entra miedo y empieza a hundirse. La noche espiritual, el riesgo y el temor de la fe, aparecen. La oración al Señor será lo que le aguantará. Amaina el viento y los discípulos confiesan la fe: "Realmente eres Hijo de Dios". Evocación de la confesión de Pedro en Cesarea.

-Las noches espirituales. San Juan de la Cruz, aquel místico que supo mucho del sufrimiento, habla de la noche oscura del alma. Todos, de un modo u otro, conocemos las noches del espíritu. Sí, a veces parece como si nos quedáramos a oscuras, como si de nuestra fe sólo quedara temor.... Surgen el cansancio y el desánimo. Quizá llegamos a preguntarnos si lo que hacemos vale la pena.

En esta situación, hemos de tener el valor de salir de nuestra gruta y subir al monte, aunque nos azote el viento. O el valor de seguir andando por el mar, a pesar del pánico que nos infunde la tempestad. Si tenemos capacidad de acogida, si no nos faltan ni el anhelo de la verdad ni la generosidad, la presencia de Dios y su palabra volverán a ser luz y reencontraremos el gusto y la paz de la fe. Elías y Pedro quedaron confortados. ¡Aunque con esta confortación tuvieron que disponerse para otras pruebas! Porque la oscuridad del espíritu, iluminada, deviene subida hacia otras noches que vendrán y que, a su vez, serán una nueva fuente luminosa. A la luz de Dios es muy claro que debemos optar por el realismo de un vida tejida de alegrías y de pruebas.

-La oración, el miedo y la confesión de la fe. Y aún, antes de terminar este comentario, apuntemos otros tres aspectos importantes. En primer lugar, miremos a Jesús que ora en la montaña. ¡Que el ejemplo del Señor aumente el deseo de dedicarnos asiduamente a la oración! Un ejemplo y un mandato de Jesucristo. Una oración que se enraice en el mismo hecho de ser hijos en el Hijo. La oración como hábito de diálogo con Dios. Y como elemento responsable del sacerdocio ministerial y del de los fieles en tanto que tienen la misión de interceder por todo el mundo.

Un segundo elemento es la llamada a confiar: "No tengáis miedo!". Somos invitados a la confianza. Al fin y al cabo, nuestra historia colectiva y nuestra vida personal están en buenas manos: las de aquel que es Señor de la historia. Y él no la abandona a la deriva, él la conduce.

El tercer aspecto es la confesión de los apóstoles: "Realmente eres Hijo de Dios". Profesión de la divinidad de Cristo. Una expresión que es el gran acto de fe en aquel que es el único que nos puede salvar.

Pidamos hoy con las palabras de la oración que rezaremos después de la comunión, que el Señor nos salve y nos confirme en la luz de su verdad. Amén.

J. GUITERAS
MISA DOMINICAL 1990/16


11.

Decíamos el domingo pasado que iniciábamos una etapa del evangelio de Mt que presenta nuestra respuesta a la invitación de JC. Invitación a buscar el Reino de Dios. "Venid a mí: escuchadme y viviréis", leíamos el domingo anterior en el profeta Isaías. Dios invita, promete, pero es preciso emprender un camino. ES PRECISO BUSCAR. Un camino y una búsqueda que son ya nuestra respuesta de fe, porque nos sumerge en la realidad del Reino.

El que busca, halla, nos dice J. PERO, ¿DONDE Y COMO ENCONTRAREMOS A DIOS? Las lecturas de hoy nos pueden ayudar a responder a estas preguntas. Preguntas que, aunque apriete el calor, aunque estemos en pleno verano -en el día de san Lorenzo- siguen con plena actualidad para nosotros. Son siempre lo más importante.

-DONDE HALLAR A DIOS. Quisiera decir en primer lugar algo sobre la narración -antiquísima- que nos ha hablado del profeta ELÍAS. Han pasado muchos siglos desde que fue escrita, pero sigue siendo una historia hermosa y expresiva. Quizá porque nos habla con el mejor de los lenguajes que el hombre halló para hablar de Dios: EL LENGUAJE DE LA POESÍA. Dios es siempre más de lo que nosotros podemos pensar, supera nuestros intentos de definición. Pero, para quienes creemos en El, es la realidad más funda- mental, más profunda, la que más puede decirnos sobre nuestra vida.

Necesitamos, por tanto, un lenguaje que sin pretender definir matemáticamente, tenga fuerza y eco en nuestra vida.

Es el lenguaje que hallamos en la Biblia y del que es magnífico ejemplo esta narración sobre Elías. Elías era un HOMBRE ENÉRGICO y actuaba enérgicamente como profeta en el pueblo judío. Pero él, como todos los hombres, tenía el peligro de construirse UN DIOS A SU IMAGEN Y SEMEJANZA. Sabía que Dios, a Moisés, se le había manifestado en el viento huracanado, en el terremoto, en el fuego. Y creía consiguientemente en un Dios de huracán, de terremoto y de fuego. Quizá sea esta imagen de Dios la que nosotros también propenderíamos a imaginar.

Pero la narración nos dice que precisamente él, el arrebatado Elías, hallará a Dios no en el huracán, el terremoto o el fuego sino en UN SUSURRO. Para que así comprenda que Dios es más de lo que imagina, para que así comprenda que Dios está TAMBIÉN en el silencio, en la paciencia, en la ternura, en la suavidad, en la contemplación. Dios es imprevisible, es siempre más y diferente.

Se trata (decíamos) de un lenguaje poético. No vale ahora estropearlo con explicaciones que romperían el encanto, el misterio, la profundidad de la narración. Lo que se trata es de APLICARNOS el mensaje de la narración. Porque a todos se nos dice aquello que se dijo a Elías: ""SAL Y AGUARDA AL SEÑOR EN EL MONTE, QUE EL SEÑOR VA A PASAR". Y quizá ahora, en este tiempo que para muchos es tiempo de vacaciones, de descanso, sea una ocasión propicia para descubrir este paso siempre actual de Dios por nuestra vida. Porque siempre está ahí, pero es preciso abrirnos y captar su presencia. Hay que estar atento. Porque a menudo le esperaríamos en el huracán, en el terremoto, en el fuego... pero está -quizás- en el susurro.

¿Qué es este susurro para cada uno de nosotros? Eso ya no es cosa que yo pueda concretar. Eso corresponde a cada uno saberlo y descubrirlo.

-COMO HALLAR A DIOS. Digamos, antes de terminar, también unas palabras sobre el EVANGELIO. El domingo pasado escuchábamos como Jesús alimentaba a la multitud que le seguía. Le seguían porque BUSCABAN algo, aunque no supieran exactamente qué querían. Dentro de quince días, leeremos la solemne confesión de FE de Pedro: será el reconocimiento que hacen los apóstoles de haber hallado a Dios en JC. Pero, entre una y otra escena, ¿QUE HA PASADO CON LA MULTITUD? ¿Por qué sólo queda el pequeño grupo de los apóstoles? La respuesta la podemos hallar -también expresada poéticamente- en el evangelio de hoy. PARA HALLAR ES PRECISO LANZARSE AL AGUA. Como Pedro. El se lanza con miedo y enseguida duda. Pero se lanza. Y esto es lo importante. Por eso él llega a la fe, él encuentra a Dios.

Seguramente también nosotros, a menudo, pensamos que JC es COMO UN FANTASMA. Nos preguntamos qué consistencia tiene nuestra fe. Quisiéramos que se nos manifestara claramente -en el viento, en el terremoto, en el fuego. Sería bueno reconocer hoy que sólo lo hallaremos con fuerza y realismo, vitalmente presente en nosotros, si nos aventuramos lanzándonos al agua. Es decir, si creemos a pesar de todo. Sólo quien se aventura, encuentra el camino. El Reino de Dios es aquel tesoro o aquella perla por la que se debe estar dispuesto a darlo todo. Porque vale la pena.

Mientras queramos encontrar a Dios, tranquilos, como quien oye una noticia por la noche mirando la TV, nunca descubriremos la real presencia de Dios en nuestra vida. ES NECESARIO LANZARSE: Subir a la montaña (como Elías), o tirarse al agua (como Pedro). Por más que como Elías no sepamos exactamente qué buscamos; por más que como Pedro tengamos miedo y dudemos. Pero si nosotros buscamos, Dios se manifestará. Quizá ni nos demos cuenta, pero le habremos hallado.

Pensemos en todo esto, unos momentos de silencio. Y pidámoslo confiadamente al recibir el alimento de JC: alimento para el camino, alimento para vivir ya ahora en comunión de vida con Dios.

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1975/16


12.

¿Qué lugar más favorable que el mar de Tiberíades para desarrollar en nosotros el conocimiento de Jesús? Aquí trataremos de conocerle mejor como educador de la fe de San Pedro y de los apóstoles y por consiguiente de la nuestra. No sé si el Maestro era partidario de los métodos activos, pero lo que es cierto es que emplea los métodos más directos para que San Pedro y los demás apóstoles perciban concretamente cuándo les ha faltado fe. La multitud ante la maravilla de la multiplicación de los panes, quiere hacer rey a Jesús, confundiendo algo que el Señor teme por encima de todo, el dominio político y el dominio religioso. No es que condene la política sino que rechaza la confusión entre el Reino de Dios y los reinos de este mundo. Es un peligro ya conocido por nuestro Señor: "Le llevó consigo el diablo a un monte muy alto, y mostrándole todos los reinos del mundo y su gloria le dijo: "Todo esto te daré si postrándote me adoras"" (Mt 4, 8-9). Este es un peligro en el que caemos cuando queremos identificar a la Iglesia de Cristo con su propia opción política: la Iglesia debería tener tal rostro, apoyar a tal régimen. Algunos promulgan los valores de Occidente; otros se llaman cristianos por el socialismo, etc.

Se comprende la legitimidad humana de estas opciones, como se comprende -e incluso se espera- que tales opciones estén apoyadas e iluminadas por la fe, porque no existen compartimentos en nuestra vida -un compartimento de la vida religiosa y un compartimento de la vida política, un compartimento de la vida pública y un compartimento de la vida privada-. El mismo Jesucristo nos previene sobre lo que supone fijar unos límites al Reino de Dios e incluso demorar temporalmente su búsqueda hasta que llegue un momento más favorable.

Para soslayar ese peligro, el Señor hace un gesto: obliga a los discípulos a subir en una barca, literalmente les embarca y les envía hacia la orilla opuesta. Como nos embarca a nosotros mismos en una vida de búsqueda del Reino de Dios a través de las vivencias familiares, sociales, profesionales o políticas. Las vivencias permanecen pero Dios que guía los acontecimientos me invita, al tiempo que vivo plenamente esas vivencias diarias en todas las dimensiones de mi personalidad de hombre, a buscar un más allá que ilumine, vivifique y trascienda esa cotidianeidad. Decido casarme: me embarca Jesús. Decido adoptar a unos niños huérfanos: me embarca Jesús. Acepto unas responsabilidades sindicales o reemplazar a ese responsable parroquial que trabaja tan bien: me embarca Jesús. Escojo ese nuevo puesto en donde tendré una acción más humana, más social: me embarca Jesús. Tomo la resolución de orar: me embarca Jesús.

De repente se nubla, se levanta el viento y en el mar se desencadena una tempestad. "La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario" (Mt/14/24). Jesús, prometió reunirse con nosotros, pero no llega. Nosotros como los apóstoles conocemos esa experiencia: después de embarcarnos en una situación humana más o menos difícil, no la vemos clara. Pensábamos que el Señor estaría con nosotros puesto que por él y con él aceptamos tomar ese puesto, ingresar en ese estado, hacer oración, intervenir en tal o cual circunstancia. Y ahí están las contracorrientes: yo quería ser fiel a mi mujer pero el erotismo ambiente me asalta por todas partes; quería rezar todas las noches pero estoy cansadísimo cuando vuelvo a casa; quería ser un buen responsable pero la maledicencia y las críticas me abruman.

Esta experiencia que todos conocemos está ya escrita por ·Orígenes en su comentario al Evangelio según San Mateo:

"Si un día nos vemos asaltados por prueba inevitables, recordemos que fue Jesús quien nos ordenó embarcarnos y que quiere que le precedamos "a la otra orilla". Es imposible llegar a esa otra orilla cuando se trata de alguien que no ha conocido la prueba de las olas y del viento contrario. Así, cuando nos veamos rodeados de dificultades múltiples y penosas, fatigados por navegar entre ellas con la pobreza de nuestros medios, imaginemos que nuestra barca se encuentra en medio del mar, agitada por las olas que querrían vernos "naufragar en la fe" (cf. 1 Tm 1, 19) o en alguna otra virtud. Y si vemos que el aliento del maligno se encarniza contra nuestras empresas, imaginemos que en ese momento el viento nos es contrario.

Una vez embarcado por Jesús en una situación humana debo no solamente atender a mis dificultades sino considerar también que me resultará imposible alcanzar "la otra orilla" sin afrontarlas. Me son indispensables y sería ilusión creer que puedo prescindir de ellas. Pero "viendo que ellos se fatigaban remando" (/Mc/06/48), Jesús acude. Hay en este hecho un sorprendente consuelo. En las circunstancias desfavorables, Dios advierte el menor de mis esfuerzos y mi fatiga. No ve si avanzo o retrocedo; ve que me agoto remando. Los demás, mi marido, mi mujer, mis hijos, mis compañeros de trabajo, mis superiores pueden muy bien no advertir los esfuerzos que hago por escuchar, comprender, ayudar, dar satisfacción: Jesús los ve. Lo que no quita que caiga la noche y se levante el viento porque corresponde a la naturaleza de las cosas. Pero eso quiere decir que puedo conservar en el corazón esta certeza: sin que yo lo note claramente, Jesús participa en el menor de mis esfuerzos por liberarme, incluso si no obtengo un resultado evidente.

Tú llegas, Señor Jesús, pero a menudo surge una nueva fuente de dificultades. Llegas, pero estuve mucho tiempo esperando en vano, hasta "La cuarta vigilia de la noche" (Mt/14/25). Llegas pero "caminando sobre el mar" (Mt 14, 25). "Los discípulos se turbaron". No podía ser menos. ""Es un fantasma" y de miedo se pusieron a gritar" (Mt 14, 26). ¿Cómo habrían podido imaginar que tú llegaras de ese modo inesperado? ¿Pero no llegas siempre de un modo inesperado? ¿No eres para tus apóstoles -¿lo eres para nosotros?- el que llega cuando quiere y como quiere? ¿No eres además para tus apóstoles -¿lo eres verdaderamente para nosotros?- el Dios salvador, el Dios tres veces santo, el completamente distinto?.

Llegas cuando quieres al interior de mi vida pero, como no te reconozco, digo: es decepcionante, es inconsecuente, es desconcertante, es consternador, es un fantasma; el sermón de mi párroco es vacuo, el sacramento de la reconciliación, lo recibo sin beneficio aparente; y sin embargo tú llegas por ese sacramento. La vida de célibe es estéril; y sin embargo tú llegas a través del canal de esta vida. Mi vida de familia está desgastada por la rutina; y sin embargo llegas a través de esta fidelidad desconcertante. Mi comunidad no me dice nada; y sin embargo llegas por ella. Lo que hago en mi trabajo de nada sirve, pero tú llegas a través del ejercicio cotidiano de mi responsabilidad humana. Llegas a través de mi cónyuge: no es como yo querría pero tú vienes como quieres. Llegas a través de mi fracaso en esta responsabilidad, pero yo te aguardo en la fe. Llegas a través de mi sequedad espiritual, pero aquí tú estás en el desierto. Llegas a través de mis dificultades sexuales, que me preocupan demasiado, y sin embargo tú te hallas presente más allá de esas dificultades. Llegas a través de las crisis de mis hijos. Llegas en la vida cotidiana pues tú eres el Dios que se halla próximo a los hombres y que es compasivo; pero vienes cuando quieres y como quieres, pues eres un Dios por encima de todo. Si no acepto estas dos dimensiones de familiaridad y de trascendencia me niego a conocerte verdaderamente.

San Pedro añade su nota personal; tenemos que agradecer a San Pedro que tenga espontáneamente nuestros comportamientos más habituales: "Señor, si eres tú, mándame ir donde ti sobre las aguas". "Ven" le dijo... Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: "¡Señor, sálvame!"" (Mt 14, 28-30). Hallamos en esta escena en primer lugar el magnífico ardor de nuestros primeros impulsos. Señor, si eres tú quien me impulsa, voy a ocuparme de los demás. Pero he aquí el contacto con la ola: hago algo que me saca de mis hábitos, que no es natural en mí y observo prioritariamente la dificultad, la descubro insuperable. Tengo el mismo comportamiento de Pedro que oye el viento y observa la ola. En el momento mismo en que he decidido empezar a dialogar con mi cónyuge, se enfada o formula una observación hiriente. En el momento mismo en que quiero iniciar la oración, se me presentan otras prioridades. En el momento mismo en que he aceptado una responsabilidad, la mezquindad de los demás se manifiesta en todo su esplendor. Sólo presto atención a la observación hiriente, al empleo del tiempo inextendible, a la mezquindad de los demás. El viento, la ola... escucho a uno, observo a la otra y me hundo. Es decir, que me desanimo; renuncio, diciéndome que me he engañado respecto de mí mismo, de mis capacidades; que me ha sentido condicionado por lo que decían otros, pero que en el fondo esto no es para mí. En aquel momento, en lugar de mirar al Señor, me convenzo de que este esfuerzo no es de mi nivel, de que esta responsabilidad me supera. Bien cierto es que esto me supera. Me supera el diálogo con Dios en la oración. Me supera la comunicación clara y transparente con mis hermanos. Me supera asumir una responsabilidad, sobre todo cuando se trata de permitir el progreso del Reino de Dios. Esto me supera, pero justamente, sólo el contacto con nuestro Señor me permitirá sobreponerme. En estas circunstancias, Señor Jesús, necesito tener el reflejo de tu apóstol Pedro: "¡Señor, sálvame!..." voy a hundirme. Pues sólo tú, con la potencia del Espíritu Santo, realizas en el hombre lo que es imposible al hombre. En medio de las pruebas, de los sufrimientos e incluso de los desfallecimientos, he resistido durante las largas horas de la noche oscura. Sé que vas a aparecer y que ése será el final de esta noche. Asomará el día y tú me tornarás el mar tranquilo, al menos por un tiempo porque mi travesía no ha concluido y todavía no he alcanzado la otra orilla.

Que mi mirada se aparte de la ola que agita el mar, que mi oído se haga sordo al ruido del viento. Tiendo la mano hacia ti, y tú, el Verbo de Dios, me coges la mano para ayudarme en el momento en que comienzo a hundirme. Y me dices una vez más: "Hombre de poca fe ¿Por qué dudaste?" (Mt 14, 31) ¡Ten piedad de mí, pecador! Hazme caminar sobre las aguas, superar la debilidad de mi naturaleza corrompida por el pecado y tan pronta a dejarse llevar por los vientos contrarios. Porque "verdaderamente eres Hijo de Dios" (Mt 14, 33) y me postro ante ti.

ALAIN GRZYBOWSKI
BAJO EL SIGNO DE LA ALIANZA
NARCEA/MADRID 1988.Pág. 143ss


13.

Este episodio sigue al de la multiplicación de los panes y los peces en los evangelios de Mateo, Marcos y Juan, aunque con notables diferencias entre los dos primeros y el último en cuanto a la actitud de los discípulos. Mateo y Marcos parecen querer indicarnos que Jesús mandó a los discípulos a la otra orilla, mientras él despedía a la gente; Juan prefiere decirnos que los discípulos le abandonaron, quizá por rechazar el entusiasmo de la gente que pretendía hacerle rey. Jesús continúa experimentando que las multitudes siguen empeñadas en ver en él a un mesías conquistador y triunfalista. Tampoco los discípulos acaban de entender. ¿Entendemos nosotros después de casi dos milenios? Es verdad que la gente le seguía porque buscaba algo, aunque no supiera exactamente qué; pero ese algo parece que no coincidía con lo que Jesús quería darles.

La barca sacudida por el mar, las aguas agitadas (símbolo de todos los males desencadenados), las palabras de ánimo de Jesús, el grito de Pedro y el final feliz nos están indicando que el texto pretende presentarnos a las comunidades cristianas enfrentadas con la persecución. Jesús caminando sobre las aguas y calmándolas sería una representación del Jesús resucitado que ha vencido el mal para siempre, lo que nos libera del miedo y nos da la paz.

Estos dos signos -la multiplicación de los panes y Jesús caminando sobre las aguas -realizados cerca de la fiesta de la Pascua -según nos dice Juan- se complementan. Anticipan la Pascua definitiva, la victoria final. Jesús está presente siempre entre nosotros (Mt 28,20), de un modo misterioso, como alimento y como fuerza para hacer posible la llegada feliz a la "otra orilla", la orilla de Dios.

1. De nuevo la oración

En Mateo y Marcos, Jesús manda a los discípulos subir a la barca y "despide" a la gente, que le seguía desde hacía más de un año, después de haber saciado su hambre. Son dos grupos que normalmente iban siguiéndole juntos a los que ahora separa entre sí. Su vida de maestro itinerante, ídolo de las multitudes, no conduce a nada. Al confrontar los pobres resultados, Jesús va a cambiar de modo de actuación y a dedicarse a la formación intensiva del grupo de apóstoles, separados de la multitud. Se niega a ser considerado como un taumaturgo al que hay que admirar: quiere ser seguido. Se separa momentáneamente de sus discípulos para evitar que caigan en la tentación de convertirse en unos seguidores fanáticos suyos que busquen únicamente que dé respuesta a sus intereses personales. Y se retira a la soledad de la oración.

Juan nos dice que los discípulos esperaron hasta que cayó la noche y que, cuando vieron que sus esperanzas triunfalistas se esfumaban, "bajaron al lago, embarcaron y empezaron a atravesar hacia Cafarnaún". Quieren volver a la ciudad, a la vida de todos, en vez de quedarse con Jesús y con sus planteamientos. Ya que Jesús se niega a secundar sus planes, que se quede solo. Llegada la crisis por la diferencia de objetivos, bajan en la noche. El mar al que se dirigen los discípulos y la noche que viven sus corazones contrastan con la altura del monte en que se ha quedado Jesús en oración.

¡Qué diferencia entre la serenidad de Jesús en oración y las dificultades con que se van a encontrar los discípulos en el lago! No nos es posible penetrar todo el secreto de esta oración solitaria. Pero el paralelo que presenta con la oración de Getsemaní y la ocasión de popularidad que ha rechazado hacen pensar que esta oración de Jesús tiene relación con la tentación del mesianismo triunfalista que le acechaba por todas partes. Necesita descubrir la voluntad de su Padre en las nuevas circunstancias en que se halla comprometido. No debemos pasar por alto este detalle: en los momentos de triunfo, cuando todo sonríe, el reino también debe ser buscado en la oración silenciosa y humilde. De otra forma es fácil confundir la voluntad de Dios con nuestra conveniencia. Ha pasado muchas veces. Su oración no era evasiva, como suele ser la nuestra. Miraba al Padre, pero sin olvidar a los hombres. El hecho de haberse separado de la multitud y de sus discípulos no le llevaba a olvidarse de ellos; más bien rezaría para que unos y otros no cedieran a la tentación de un mesías de poder y pudieran entenderle para poder seguirle.

Deberíamos quedarnos contemplando esta escena: Jesús unido con Dios en la oscuridad de la noche, en el monte, en la soledad.

2. Dificultades de los Doce

Los discípulos se encuentran en un momento difícil, remando contra el viento que les es contrario. Avanzan penosamente. Estas dificultades nos deben hacer pensar que hay una enseñanza escondida para nosotros que debemos tratar de descubrir; porque el lago es pequeño y de fácil travesía para unos pescadores profesionales como eran los apóstoles. En eso cotidiano, fácil de superar, fue puesta a prueba su fe y su coraje. Una ironía de la narración que debemos desentrañar.

Los discípulos se encuentran solos y sin recursos en medio de las aguas del lago, lo mismo que estaban sin recursos ante la multitud hambrienta. En ambos casos es Jesús el que les sacará del apuro. Imaginémonos la escena: la barca, sacudida por las olas y el viento en una noche oscura, no avanza..., y Jesús no está.

Algunas viejas tradiciones concebían el mundo como una forma de combate entre Dios y las aguas. Las aguas del mar simbolizan, en esas tradiciones, las fuerzas del mal que se oponen a los designios de Dios sobre el hombre, al que pretenden destruir. El pensamiento bíblico no es ajeno a estas ideas.

"La barca" simboliza a la comunidad de discípulos y a las comunidades cristianas posteriores. "El viento contrario" representa la resistencia de los discípulos y de los cristianos en general a aceptar el mesianismo de Jesús, cambiándolo por las ideas triunfalistas de un sensacional éxito humano, según el cual Jesús sería un líder indiscutible de multitudes. Han interpretado el signo de los panes y de los peces como una acción extraordinaria de Jesús y no como un efecto de su entrega personal a la voluntad del Padre, norma de vida para sus discípulos si lo quieren ser de verdad. "La orilla" a la que les envía Jesús -según Mateo y Marcos- es figura de los países paganos, a los que deben ir a comunicar el mensaje del Maestro. Pero ellos aún no han entrado en la óptica del reino de Dios; más aún: tienden a confundirlo con sus esquemas humanos. Por eso no han sentido la necesidad de orar, se creen autosuficientes, y el viento que cae sobre ellos pondrá en evidencia la distancia entre sus puntos de vista y los del reino expresados por Jesús. Con esas actitudes es imposible que progrese el reino.

Ya vimos cómo en Juan los discípulos abandonan a Jesús al ver fracasados sus propios planes; al contrario que en los otros dos, en los que Jesús les mandó embarcar y dirigirse a la otra orilla. Su oposición a Jesús, que les lleva a separarse de él, los hace caer en manos de la noche, que es el momento en que los ideales se nublan y los falsos valores se presentan como indiscutibles. Siendo sus discípulos, debían haberle esperado, pedirle explicaciones, dialogar con él, profundizar juntos en lo que de verdad había que hacer, si no querían defraudar los planes de Dios.

¿Dónde querían ir sin Jesús y con las fuerzas del mal desencadenadas en su contra? ¿Dónde queremos llegar con nuestros proyectos, si no le preguntamos al Padre en la oración qué quiere de nosotros?

3. Jesús sobre el agua

Jesús va hacia ellos "caminando sobre las aguas", lo que era atributo de Dios (Job 9,8; 38,16). Están en peligro y no puede dejarlos solos. Siempre acude cuando lo necesitamos. Está sobre el agua -por encima de todo mal-, sostenido por la oración al Padre, sin miedo. Como ha buscado la ayuda de Dios, puede mostrar una actitud valiente en los momentos dificiles. El lago encrespado y el viento contrario son también símbolo de todas las duras circunstancias con que tuvo que enfrentarse para ser fiel a sí mismo: la incomprensión de sus discípulos, las persecuciones de sus enemigos, el abandono del pueblo, la dura sentencia de los jefes religiosos de la nación. En todo momento demostró que estaba dispuesto a todos los riesgos con tal de ser fiel a la voluntad del Padre, que no podía ser otra que el bien de la humanidad. Un bien que estaba reñido con el triunfo fácil, y que sólo podría lograr a través de la entrega a sí mismo. Caminar sobre las aguas alude, además, a su condición de resucitado: sólo en esa situación se está por encima de cualquier mal para siempre. También nos indica que no tiene barca -comunidad-, porque los discípulos le han abandonado. Lo dejaron solo, pero, como ha rezado, superará todos los peligros. Ante un fenómeno tan extraño, los discípulos se asustan y gritan. Son presa del espanto. Han pasado una noche fatal y los nervios están a flor de piel.

"Hizo ademán de pasar de largo", escribe Marcos. No quiere imponerles su ayuda. La presencia de Dios en nuestra vida no suprime nuestra libertad. Mateo y Marcos nos dicen que los discípulos gritaron porque "pensaron que era un fantasma", algo soñado por ellos en un momento de angustia. ¡Cuántas veces hacemos las dificultades aún mayores con nuestra imaginación! Tienen miedo, que es la peor compañía que podemos tener los hombres en los peligros. El miedo paraliza a los hombres y hace innecesario que los conflictos actúen.

"¡Animo, soy yo; no tengáis miedo!" Es la frase central de la narración, el fundamento de toda lucha cristiana. No da ninguna señal para ser reconocido ni menciona ningún nombre. Sólo dice: "Soy yo". Dos palabras que lo dicen todo, porque sólo hay un hombre que puede hablar de un modo tan incondicional y absoluto. Los discípulos no debían reconocerlo ni por su voz, ni por su figura, ni por un gesto. Sólo deben saber que quien habla así tiene que ser él. "Yo soy" evoca la respuesta de Dios a Moisés en medio de la zarza ardiendo: "Yo soy el que soy" (Ex 3,14). Alude a su condición divina; por eso ante él sólo es válida la confianza sin reservas y la entrega total, que eliminan el miedo.

4. El intento de Pedro

La escena de Pedro es exclusiva de Mateo. Se deja fascinar por el atractivo de caminar sobre las aguas. Pero no había rezado. Se apoyaba más en el milagro que en la palabra de Jesús. En pocos instantes va a pasar del entusiasmo a la duda, y de ésta a la confianza en Jesús. Es modelo de todo creyente. ¿No es nuestra vida un constante oscilar entre la fe en Jesús, el miedo y la duda? Simboliza la fe imperfecta de quienes seguían -y siguen- a Jesús atraídos por la perspectiva del poder temporal y del dominio sobre los hombres. Su actitud es valiente, pero llena de vanidad.

Pedro sale de la barca con gran decisión, muy seguro de si mismo, desafiando a todo y a todos. Jesús lo deja caer en la trampa: su orgullo necesita estas lecciones para encontrarse con su verdadero yo. No será la última vez que su autosuficiencia quedará en evidencia. Cuando siente el viento, le tiemblan las piernas. Esperaba poder realizar la experiencia sin obstáculos, de manera milagrosa. Ha olvidado que el hombre se construye en medio de la oposición y de la lucha. No ha entendido que la misión se realiza a través de la entrega total, apoyado incondicionalmente en Dios, nunca en uno mismo.

¿Cómo es posible que camine hacia Jesús y se hunda? Porque cuando comenzó a dudar dejó de caminar hacia Jesús, porque la fe no puede ser consecuencia de algo extraordinario y milagroso, sino fruto de una apertura total a Dios y una confianza absoluta en su palabra, aun en las circunstancias más adversas de la vida. Al comenzar a caminar, su fragilidad se puso en evidencia y comprendió que aquello no era fruto de la magia, sino obra de la fe. Es la fe en Jesús la que nos permite afrontar las dificultades de la vida y salir adelante. Jesús nunca alimenta ese enfermizo espíritu religioso que sólo busca lo maravilloso y milagrero. El creyente debe enfrentarse con los problemas de la vida como los demás hombres, sin esperar jamás que Dios le resuelva mágicamente los problemas. La fe no garantiza el éxito, no da ninguna ventaja sobre las dificultades de la vida; aporta, eso sí, una nueva perspectiva ante ellas y la fuerza para tratar de superarlas.

Pedro se hunde y llama a Jesús. ¿Para qué, si sabe nadar? (Jn 21,7). Porque su "hundirse" es de otro orden: se le nublan todas sus seguridades y es únicamente Jesús el que puede rehacerlo por dentro.

Pedro ha entendido: "Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua". Es necesario lanzarse, comprometerse con el mundo en que vivimos, dejar de pensar sólo en uno mismo. Si queremos encontrar a Dios sin problemas, como quien oye una noticia..., jamás descubriremos su presencia real en nuestras vidas y en la sociedad. Para hallar es preciso ponerse a caminar. Como Pedro. Por eso, y a pesar de todas las deficiencias, pudo llegar a la fe. Camina sobre las aguas como Jesús, pero no por su propio poder. Puede hacerlo con la palabra de Jesús: "Ven".

La actitud de Pedro personifica y ejemplifica todo caminar hacia Jesús. Un caminar que no está exento de dudas ni de inseguridades humanas, porque cuando creemos no nos entregamos a algo evidente. Jesús rechaza siempre ese deseo de ser contemporáneos de querer tener signos palpables y seguros para creer. No hay otro signo que la vida asumida con toda su inseguridad, confiando en Dios, que nos ofrece la orientación de un camino que para nosotros es desconocido en todo momento; un camino que se nos va desvelando según vamos transitando por él.

Con la fe podemos realizar los mismos signos que Jesús, y mayores (Jn 14,12). Pero para eso hemos de salir de nosotros mismos y caminar hacia lo que no vemos, fiados de la palabra de Jesús: "Ven". Sólo una fe perfecta supera el riesgo humano apoyado en la seguridad divina. Pero ¿quién tiene esa fe? Para ser creyente hace falta mucho corazón, echarle valor y coraje... y lanzarse al agua. Sólo lanzándonos al agua hallaremos a Dios, sólo el que se arriesga encuentra el camino.

También Jesús nos dice a todos nosotros: "Ven", no tengas miedo, y si tienes la impresión de sucumbir, grita. Verás cómo no falto a la cita. Igual que Pedro encontró a Jesús porque le pidió ayuda al darse cuenta que se hundía, lo encontraremos nosotros. Nuestro peligro quizá sea que ni nos enteremos que nos estamos hundiendo. ¡Es tan fácil dejarse hundir en las aguas de la mediocridad, perdidos en el anonimato de "hacen todos lo mismo"! La fe del cristiano se demuestra en los momentos de prueba, fiados en un Dios que conduce la historia más allá de las apariencias. Si miramos la historia de la iglesia con la perspectiva que dan los siglos, veremos que no coinciden en ella los momentos de triunfo con la fidelidad a Jesús, que muchos de los verdaderos seguidores fueron perseguidos, incluso por los dirigentes religiosos, como le pasó a Jesús. Después de los siglos podemos apuntar cuáles fueron los verdaderos triunfos y las auténticas derrotas.

Perspectiva que nos debe ayudar a no caer hoy en los mismos errores. Hemos de buscar en todo momento la fidelidad a las palabras de Jesús, pase lo que pase. La historia se encargará de hacer justicia.

Es evidente que todo sería más fácil si la presencia de Jesús fuera más clara y nos resolviera los problemas de golpe. Pero no es así ni conviene que lo sea. ¿A qué quedaría reducida la vida de fe?

5. Con Jesús desaparece el peligro

Jesús subió a la barca y desaparece por sí mismo todo lo que causaba peligro. Entienden los planteamientos de Jesús y cesan en su oposición. La búsqueda del triunfo humano -el viento- no tiene razón de ser. Los discípulos le rinden homenaje, aceptan que se han equivocado: "Realmente eres Hijo de Dios", nos dice Mateo. Son unas palabras grandiosas, las máximas que se le pueden dirigir a un hombre. ¿Han entendido los discípulos el misterioso milagro de los panes en un lugar solitario, el poder de Jesús para caminar sobre las aguas sin riesgo, sus palabras de ánimo, el "soy yo" y el episodio de Pedro? ¿Les durará mucho? ¿Nos duran a nosotros mucho tiempo los ideales que descubrimos de vez en cuando?

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 3
PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 20-27


14. IR HACIA EL SEÑOR DESAFIANDO LOS OBSTÁCULOS

-Mándame ir hacia ti (Mt 14, 22-33)

Antes de entrar en el núcleo mismo del relato, el pasaje evangélico de hoy nos presenta dos aspectos que no carecen de importancia. Acaba de producirse la multiplicación de los panes. Jesús obliga a su discípulos a subir en la barca. ¿Por qué manda Jesús a sus discípulos que se alejen de la orilla? Mateo no nos dice nada al respecto, pero quizá encontremos una explicación en Juan. En efecto, este nos muestra cómo la multitud, después de la multiplicación de los panes, quiere apoderarse de Jesús para hacerle rey (Jn 6, 15). Quizá Jesús quiso evitar que sus discípulos fueran testigos de este deseo de la multitud y se vieran tentados a secundar sus intenciones. Por otra parte, y conforme a lo que nos dice Juan, Jesús se retira al monte, él solo, a orar. Sabemos que la región a donde "huye" Jesús con sus discípulos, al otro lado del lago, no es montañosa; pero puede verse precisamente en la elección de la palabra "monte" una precisión de orden espiritual. Mateo utiliza la palabra para designar el lugar en que se produce un acontecimiento importante. Por otra parte, el monte, tanto en el Antiguo Testamento como en Mateo, es el lugar privilegiado de los encuentros con Dios y las teofanías. Lucas, a su vez, nos muestra a Jesús orando en el monte (Lc 6, 12; 9, 28-29). Jesús se había quedado en tierra firme, mientras la barca, muy lejos de tierra, era sacudida por las olas porque el viento era contrario. Entonces Jesús se dirige a sus discípulos andando sobre el agua. Los discípulos se asustan. Su fe no ha alcanzado aún la suficiente solidez como para hacerles comprender instintivamente que Jesús es dueño de los elementos.

El relato se articula en torno a dos puntos centrales: 1.°, Jesús se manifiesta como Dios, como dueño de los elementos; 2.°, el grado de fe de los discípulos, especialmente de Pedro, y después, su profesión de fe común: Realmente eres Hijo de Dios.

Sólo Mateo refiere la marcha de Pedro sobre las aguas. Los otros dos evangelistas que narran el mismo episodio, Marcos y Juan, únicamente refieren la marcha sobre las aguas de Jesús. La petición de Pedro revela su fe y, al mismo tiempo, la insuficiencia de su confianza; quiere ir al encuentro de Jesús, pero quiere ser llevado por el mismo Jesús, como signo evidente de que es realmente él y no otro: "Si eres tú, mándame ir a ti andando sobre el agua".

-Aguardar al Señor que va a pasar (1 Re 19,9, 11-13)

La lectura del Antiguo Testamento nos refiere un acontecimiento algo parecido que pone en juego los elementos naturales con ocasión de una teofanía. Al igual que Moisés, Elías ha de encontrar al Señor en el Sinaí, en un marco en el que dichos elementos se han desencadenado. Sin embargo, el Señor no se encuentra en esos elementos desatados: ni en el huracán, ni en el terremoto, ni en el fuego. Es la brisa ligera la que permite a Elías adivinar el paso del Señor. Entonces se cubre el rostro, porque nadie puede ver a Dios sin morir. (Ex 33, 20-23).

El salmo 84 nos da un comentario de este texto y de su significación que es útil para nosotros hoy. Se trata, en el estribillo que se nos propone, de expresar nuestro deseo: "Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación". Pero un encuentro con Dios, en la intimidad del corazón, no puede por menos de ser una pretensión egoísta, por el hecho de ser personal; debe, más bien, hacer que su fruto se extienda a todo el mundo. Este es el significado profundo de la llamada vía contemplativa:

Voy a escuchar lo que dice el Señor.
Dios anuncia la paz.
La salvación está ya cerca de sus fieles
y la gloria habitará en nuestra tierra.
El Señor nos dará la lluvia,
y nuestra tierra dará su fruto.
La justicia marchará ante él,
la salvación seguirá sus pasos.

Se nos llama, pues, a encontrar a Dios que viene hacia nosotros, a fin de que nosotros vayamos hacia él. Esta es la significación del evangelio de hoy para la Iglesia y para todos nosotros. Reconocer a Cristo, ir a su encuentro a través de los elementos desatados, teniendo confianza. Esta es la situación en que necesariamente se encuentran la Iglesia y cada uno de los bautizados. Con ayuda de la fe, Pedro puede caminar sobre las aguas, y es el mismo Jesús quien nos asegura que el que crea en él hará las mismas obras que él ha hecho (Jn 14, 12). Y Cristo sigue diciendo: "y hará mayores obras aún, porque yo voy al Padre". "Obras mayores", porque se trata de culminar la obra de Cristo y extenderla a escala universal; "obras más grandes", porque Cristo, sentado a la derecha del Padre, envía su Espíritu que asiste continuamente a la Iglesia.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 6
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 9-21
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 102 ss.


15.

Elías huye al monte de Dios irritado con su pueblo porque derriba sus altares y mata a los profetas. Pero Dios no estaba en la aparatosidad del aire o del fuego o del terremoto. Sólo en una brisa percibió que Dios le mandaba volver con el pueblo.

Los discípulos confiesan su fe en Jesús cuando, en medio de la tormenta, le ven caminando sobre las aguas y calmando el viento.

Ateos y creyentes viven la misma aventura: apresar a Dios, sentir su presencia. Pero mientras el creyente confiesa experimentar a Dios, el ateo dice que "Dios no está aquí". Los creyentes sin fuerza (sin experiencia de Dios) sólo saben contar historias acabadas (como la de hoy). Los ateos, apoyándose en el progreso desacralizan las historias. La fe parece haber perdido todos sus solares habituales. Bien pensado, nunca tuvo solares fijos: "Dios no estaba allí", confesó Elías. Había estado, pero había sido con Moisés. Dios no se queda, se adelanta.

Que Jesús caminara allí sobre las aguas no nos compromete a nada; fue en otro mar, en otras tormentas, con otra barca y creyeron otros. Lo importante es creer aquí, en este mar, con estas tormentas, en estas barcas, y, sobre todo: que creamos nosotros, que estamos remando y buscando la calma de su presencia.

Aquí todo es distinto, y creer también. Se abrió una sima insalvable entre las viejas fórmulas de fe y la experiencia que ahora tenemos del mundo y la manera de percibir la realidad. Allí supieron creer y aquí tenemos que aprender a creer. El interés de la fórmula no está en aceptarla y contarla, sino en creerla como respuesta de Dios a lo que nos está pasando. Dios no se quedó allí; si no está también aquí, es que ciertamente se ha muerto. A Dios lo mataron. Los integristas lo separaron de la historia, lo redujeron a fórmulas, a ritos vacíos y a lugares donde estuvo, pero ya no está: lo mataron. Los progresistas borraron sus huellas y se fueron de copas con los agnósticos: Estamos solos, pensaron. La pregunta sobre Dios no tiene horas bajas. Pero nadie pregunta ya mirando a la montaña o al hombre abstracto. "EI hombre abstracto -decía Marx- no existe». La pregunta, y la respuesta, se sitúan en lo que nosotros, hombres concretos, vayamos a hacer aquí, en lo que vayan a hacer en Bruselas o en Sarajevo. Si no está aquí, no nos hace falta. Si nos dicen que no está aquí, principalmente aquí, mejor que se lo queden.

Dios tiene un lugar siempre fijo: Los que necesitan amor y los que aman. El que necesita amor revela a Dios al que sabe amar, y el que ama revela a Dios al que está necesitando amor. Ya estaba dicho: "Dios es amor".

No es la hora de los agnósticos para que los creyentes les dejemos la historia, y "nosotros a lo nuestro"; ni tampoco para inventar un evangelio nuevo para congresos de señoritos. Es la hora del Evangelio, dentro de la historia, creando lugares de fe, es decir, de amor, es decir, de esperanza; porque ahí, sí está Dios.

Jaime CEIDE
ABC/DIARIO 8-8-1993


16.

1. Dos maneras de afrontar los conflictos

El evangelio de hoy es continuación del relato del domingo pasado. El Reino llega como una comida abierta a todos los hombres necesitados, pero los discípulos no lo entienden así, sino más bien como una forma de poder sobre los hombres. Por eso Jesús les ordena cruzar al otro lado del lago, mientras él permanece en oración Pronto sobreviene la tormenta durante la noche, y se pone en evidencia la falta de fe de los apóstoles. Lo que nos narra el Evangelio es un signo que debemos descifrar con vistas a profundizar nuestra fe en Jesucristo.

El relato tiene cierta semejanza con lo sucedido en la noche de Getsemaní: mientras Jesús reza al Padre, los apóstoles duermen. Cuando llega la hora de la prueba, su fe se desmorona, y sucumben a la tentación.

Esta es la distancia que separa a Jesús de los discípulos: Jesús no se engolosina con el milagro de la multiplicación de los panes. Se sabe servidor del Reino, por eso se recoge en oración para estrechar vínculos con el Padre. En la oración descubre cuál es la voluntad de Dios y fortalece su confianza en la obra que se le ha asignado.

Los apóstoles, por su parte, todavía no han entrado en la óptica del Reino de Dios. Más aún: tienden a confundirlo con sus esquemas humanos; por eso no sienten la necesidad de orar; se creen autosuficientes y la tormenta pondrá en evidencia la distancia entre sus puntos de vista y los del Reino expresados por Jesús.

No perdamos, pues, este importante detalle: aun en los momentos de triunfo, el Reino debe ser buscado en la oración silenciosa y humilde. La presunción es la tentación más común en todo hombre que se diga religioso.

Volvamos ahora al lago: es pequeño y fácil de ser atravesado. Es casi una rutina en la vida de los apóstoles, pescadores de profesión. Sin embargo, en eso cotidiano, seguro y fácil, fue puesta a prueba su fe y su coraje. Una ironía que vamos a desentrañar... Las aguas del mar simbolizan, entre otras cosas, las fuerzas del mal que se le oponen al hombre con vistas a destruirlo. Bajo su aparente quietud, se oculta una fuerza misteriosa que puede surgir en cualquier momento, casi de improviso, transformando la vida en muerte. En un sentido más espiritual, representa igualmente las fuerzas demoníacas en oposición a los designios de Dios.

Resulta así significativo el hecho de que Jesús -el Cristo resucitado de la fe, tal como lo ve el relato- camine sobre las aguas tormentosas sin sentir miedo ni sufrir daño de su poder, sostenido por la oración al Padre. Los apóstoles, a su vez, se sienten temerosos ante el imprevisto empuje de las olas.

Cuando Pedro descubre el poder del Señor, se deja fascinar por el atractivo de dominar la tormenta con ese poder «milagroso». Pero Pedro no había rezado ni buscado la voluntad del Padre; muy por el contrario, era el prototipo de la fe imperfecta de quienes seguían a Jesús atraídos por la perspectiva del poder temporal y del dominio sobre los hombres. Ahora se le presentaba la oportunidad de caminar sobre las aguas tormentosas: de vencer las fuerzas destructoras, con lo que su vanidad podría quedar muy bien compensada. Jesús lo deja caer en la trampa, pues su orgullo necesitaba de estas «caídas» -como lo necesitó en la noche del canto del gallo- para encontrarse consigo mismo.

Así fue como al comenzar a caminar, su fragilidad se puso en evidencia y comprendió que aquello no era arte de magia sino obra de la fe. Efectivamente, es la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios, la que permite al cristiano afrontar las tormentas de la vida y salir a flote... Podemos ya extraer una primera conclusión: a pesar de las apariencias, Jesús jamás alimenta un enfermizo espíritu religioso que sólo busca lo maravilloso y milagrero. El cristiano deberá enfrentarse con las contingencias de la vida como los demás hombres sin disponer de un Dios aparte que le resuelva mágicamente los problemas. Esto por un lado. Por otro, dispondrá, sí, de una fuerza especial que no es otra que su fe: la absoluta confianza en Dios y la aceptación incondicional de su voluntad.

Como todos los demás hombres, tenemos problemas para vivir, para convivir, para llevar adelante nuestro matrimonio o la educación de los hijos; si somos políticos, la religión no nos da garantía de éxito; si estamos enfermos, deberemos recurrir al médico como todos los demás, y así sucesivamente. ¿Dónde radica, entonces, nuestra ventaja? Si se trata de cierta ventaja para no tener que enfrentarse con la vida, no existe tal ventaja. ¿Qué nos aporta, en definitiva, la fe? Una nueva perspectiva en el enfrentamiento de los problemas. La fe en Jesucristo vence al mal, pero su primera victoria debe darse en nuestro propio interior, venciendo nuestro orgullo.

A menudo los cristianos nos quejamos por la falta de éxitos en nuestras empresas, como reprochándole a Dios cierto abandono del que nos hace objeto. Si Dios se comportara según ese criterio, sólo alimentaría una forma cobarde de afrontar la vida. Y efectivamente, como surge del relato evangélico, el miedo y la cobardía se habían hermanado con la fe imperfecta y triunfalista de los apóstoles.

2. El triunfo de la fe

El miedo es un sentimiento normal en la vida del hombre. Se trata de una actitud de defensa lógica ante el riesgo que supone determinado peligro; es como la voz de alerta que pone al resguardo la seguridad de una persona.

Pero hay oportunidades en que el miedo se transforma en cobardía: hasta tal punto nos domina ese sentimiento que nos imposibilita para tomar decisiones y afrontar los problemas con un criterio sano y adulto.

También se da cobardía cuando no somos capaces de asumir los riesgos que implica un determinado compromiso. El mismo Evangelio nos trae el ejemplo de los apóstoles que abandonan a Jesús en su hora decisiva, o el de Pedro que lo niega ante una criada. Lo interesante de estos casos es que tal cobardía fue como el fruto de una actitud anterior de alarde en sus propias fuerzas. En realidad, la cobardía siempre existió, solamente que cuando no había peligros era disimulada con una conciencia de omnipotencia irrebatible. La cobardía se manifiesta, a su vez, en un alejamiento de la situación cuestionada, en una fuga que puede llegar a ser pánico, abandonando tras nuestros pasos los supuestos ideales que nos alimentaban.

El Evangelio, en este sentido, mientras enfatiza la actitud humilde de Jesús que busca fuerzas en el Padre, subraya fuertemente su actitud valiente en los momentos cruciales. La tormenta del lago es el símbolo de todas las duras circunstancias con que debió enfrentarse para ser fiel a sí mismo; así se enfrentó tanto con la incomprensión de los apóstoles como con la persecución de sus enemigos; con el abandono del pueblo como con la dura sentencia de los jefes de su nación. Bien podemos decir de él que era un hombre «fuerte»: demostró hasta dónde llegaba el vigor de sus convicciones y qué riesgos era capaz de asumir. Mas lo característico de esta fuerza o valor de Jesús residía, por paradoja, en su misma pobreza interior. Jamás presumió de sí mismo ni buscó el triunfo fácil. Era su sentido de servicio a los hombres el que sostenía su voluntad inquebrantable. De ahí su oración: toma de conciencia de cuál era la voluntad del Padre y qué le pedía en cada momento. Con estos elementos extraemos nuestra segunda conclusión: la fe del cristiano se mide en los momentos de prueba. Es la fe que nos lleva, incluso, a sucumbir antes que renunciar al ideal de servir a los hermanos conforme a la voluntad del Padre. Que tengamos éxito en nuestras empresas llamadas «cristianas o religiosas», es algo que no cuenta como elemento indispensable. El verdadero triunfo del cristiano es el triunfo de la fe en un Dios que conduce la historia más allá de las apariencias. Es el triunfo del hombre, cuya conciencia no se doblega ante los peligros ni ante las amenazas.

En estos últimos siglos la historia de la Iglesia ha estado marcada por triunfos y derrotas. Hoy podemos, con mejor perspectiva, señalar cuáles fueron los verdaderos triunfos y cuáles las verdaderas derrotas. Cuando triunfó el orgullo, la prepotencia, el dominio sobre los hombres, el avasallamiento de las conciencias..., en realidad la gran derrotada fue la Iglesia. Y la historia se encarga de demostrarlo. Mas cuando la Iglesia fue perseguida y marginada, muriendo con todos aquellos que se sentían perseguidos y marginados por los poderes que no respetan los derechos humanos; cuando permaneció fiel a su ideal de pobreza, de diálogo, de apertura, de comprensión..., entonces sí podemos hablar del triunfo de la fe. No es el triunfo sobre los enemigos... sino sobre el enemigo que está dentro de la misma Iglesia atentando contra los designios de Dios y los postulados del Evangelio.

El evangelio de hoy es un buen punto de partida para examinar mucho de nuestra historia: la de Europa y la de nuestro país. Cuando nos dejamos llevar por el éxito de la magia religiosa, sucumbimos ante las primeras dificultades y tropiezos, nos desorientamos y huimos. Algo de eso puede estar pasando hoy: sin el poder en las manos, al menos sin todo el poder del que antes disponíamos..., ¿dónde ha quedado nuestra fe? ¿Comprenderemos que el Reino de Dios está mucho más allá de nuestros afanes revanchistas? ¿Entendemos que Dios no es el abogado de nuestras causas caprichosas...? Hemos dudado de la validez de los criterios evangélicos, y hoy se nos dice: «Hombres de poca fe, ¿por qué habéis dudado?»

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A
Tres tomos EDICIONES PAULINAS
MADRID 1977.Págs. 176 ss.