33 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO
17-29

 

17.

LAS DUDAS DEL CREYENTE

¿Por qué has dudado?

No es fácil responder con sinceridad a esa pregunta que Jesús hace a Pedro en el momento mismo en que lo salva de las aguas: "¿Por qué has dudado?". A veces las más hondas convicciones se nos desvanecen y los ojos del alma se nos turban sin saber exactamente por qué. Principios aceptados hasta entonces como inconmovibles comienzan a tambalearse. Y se despierta en nosotros la tentación de abandonarlo todo sin reconstruir nada nuevo.

Otras veces, el misterio de Dios se nos hace agobiante y abrumador. La última palabra sobre mi vida se me escapa y es duro abandonarse al misterio. Mi razón sigue buscando insatisfecha una luz clara y apodíctica que no encuentra ni podrá jamás encontrar. No pocas veces, la superficialidad y ligereza de nuestra vida cotidiana y el culto secreto a tantos ídolos nos sumergen en largas crisis de indiferencia y escepticismo interior, con la sensación de haber perdido realmente a Dios.

Con frecuencia, nuestro propio pecado quebranta nuestra fe, pues ésta decae y se debilita cuando negamos a Dios el derecho a ser luz y principio de acción en nuestra vida. Si somos sinceros, hemos de confesar que hay una distancia enorme entre el creyente que profesamos ser y el creyente que somos en realidad.

¿Qué hacer al constatar en nosotros una fe a veces tan frágil y vacilante? Lo primero es no desesperar ni asustarse al descubrir en nosotros dudas y vacilaciones. La búsqueda de Dios se vive casi siempre en la inseguridad, la oscuridad y el riesgo. A Dios se le busca «a tientas». Y no hemos de olvidar que muchas veces «la fe genuina sólo puede aparecer como duda superada» (L. Boros).

Lo importante es aceptar el misterio de Dios con el corazón abierto. Nuestra fe depende de la verdad de nuestra relación con Dios. Y no hay que esperar a que nuestros interrogantes y dudas se encuentren resueltos, para vivir en verdad ante ese Dios. Por eso, lo importante es saber gritar como Pedro: "Señor, sálvame". Saber levantar hacia Dios nuestras manos vacías, no sólo como gesto de súplica sino también de entrega confiada de quien se sabe pequeño, ignorante y necesitado de salvación.

No olvidemos que la fe es «caminar sobre agua», pero con la posibilidad de encontrar siempre esa mano que nos salva del hundimiento total.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 99 s.


18.

1. Dios como fantasma.

El evangelio de hoy, en el que Jesús aparece caminando sobre las aguas del lago en medio de la noche y de la tempestad, comienza con su oración «a solas, en el monte» y termina con un auténtico acto de adoración a Jesús por parte de los discípulos: «Se postraron ante él diciendo: Realmente eres Hijo de Dios». Su mayestático caminar sobre las olas, su superioridad aún más clara sobre las fuerzas de la naturaleza (pues permite que Pedro baje de la barca y se acerque a él) y finalmente la revelación de su poder soberano sobre el viento y las olas, muestran a sus dubitativos discípulos, mejor que sus enseñanzas y curaciones milagrosas, que él está muy por encima de su pobre humanidad, sin ser por ello, como creen los discípulos, un fantasma. O mejor: el es un pobre hombre como ellos, como demostrará drásticamente su pasión, pero lo es con una voluntariedad que revela su origen divino. Desvelar su divinidad para fortalecer la fe de los discípulos puede formar parte de su misión, pero también forma parte de esa misma misión velarla la mayoría de las veces y renunciar a «las legiones de ángeles» que su Padre le enviaría si se lo pidiera (Mt 26,S3). Y tanto esta renuncia como el dolor asumido con ella demuestran su divinidad más profundamente que sus milagros.

Se trata aquí de iniciaciones a la fe: ante el aparente fantasma del lago, los discípulos deben aprender a creer, por el simple «soy yo» del Señor, en la realidad de Jesús; y Pedro, que baja de la barca, tiene miedo de nuevo y empieza a hundirse, se hace merecedor de una reprimenda por su falta de fe. En lugar de pensar en lo que puede o no puede, debería haberse dirigido directamente, en virtud de la fe que le ha sido dada, hacia el «Hijo del Hombre».

2. Dios como susurro.

En la primera lectura, Elías, en un simbolismo sumamente misterioso, es iniciado precisamente en esta fe. Se le ha ordenado aguardar en el monte la manifestación de la majestad de Dios, que va a pasar ante él. Y el profeta tendrá que experimentar que las grandes fuerzas de la naturaleza, que otrora anunciaban la presencia de Dios en el Sinaí, la misma tempestad violenta de la que los discípulos son testigos en el lago, el terremoto que en los Salmos es un signo de su proximidad, el fuego que le reveló antaño en la zarza ardiendo, son a lo sumo sus precursores, pero no su presencia misma. Sólo cuando se escuchó «un susurro», como una suave brisa, supo Elías que debía cubrir su rostro con el manto; esta suavidad inefable es como un presentimiento de la encarnación del Hijo: «No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará» (Is 42,2-3).

3. No sin los hermanos.

Pablo lamenta en la segunda lectura que Israel no haya mantenido la fe de Elías hasta el final, hasta la encarnación del Hijo de Dios. Israel -dice el apóstol- había recibido, con todos los dones de Dios, la «adopción filial» (Rm 9,4), que culmina en el hecho de que Cristo, «que está por encima de todo» (v. 4), nació según lo humano como hijo de Israel. Los judíos tendrían que haber reconocido la adopción filial definitiva en Jesús, en lo que en él había de suave y ligero, en vez de seguir añorando una posición de poder terreno como la que ellos esperaban de su Mesías. Pablo quisiera incluso, «por el bien de sus hermanos, los de su raza y sangre», ser un proscrito lejos de Cristo, si con ello éstos consiguieran la fe y la salvación. Este deseo casi temerario forma parte de la plena fe cristiana, que en el encuentro con el Dios suave y ligero ha aprendido de él que también los débiles merecen amor. El cristiano, a ejemplo de Cristo, no quiere salvarse sin sus hermanos.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 95 s.


19.

Frase evangélica: «¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?»

Tema de predicación: LA INSEGURIDAD DEL CREYENTE

1. La creación fue un triunfo del cosmos sobre el caos de las aguas primitivas. Sólo el Creador puede dominar el poder infernal de las aguas amargas de la injusticia. Precisamente mediante olas devastadoras, Dios castiga la impiedad y da vida nueva a la fraternidad. Pero, así como Jesús dio de comer a las multitudes, así también manifiesta a sus discípulos que tiene dominio sobre los vientos. Es el Hijo de Dios.

2. La barca, que representa a la comunidad, se encuentra zarandeada por las olas del mar. La violencia del viento es la oposición del mundo injusto. Los discípulos se hallan entre el temor y la fe, o con una fe atenazada por la duda. Pedro se apoya más en el milagro que en la fuerza del amor; cree, pero su fe es débil. La aparición de Jesús es una teofanía de Dios; por eso Jesús dice: «yo soy».

3. Nuestra fe se mueve, por un lado, con miedo, duda e incredulidad; por otro, con certeza, seguridad y confianza en Dios. El catolicismo del pueblo tiende a buscar milagros y apariciones, en lugar de fundamentarse en la palabra del Señor. Y en una Iglesia escasa en régimen comunitario se dan dos riesgos: la afirmación de su propio poder (tentación de inmovilismo a ultranza) y el zarandeo de las olas de este mundo (al que a veces condena sin dialogar). La fe consiste en una adhesión total a la palabra de Dios, que se da plenamente en Jesucristo; es la actitud religiosa fundamental; va unida a la conversión y al compromiso.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Recurrimos a Dios únicamente en las dificultades?

¿Es Jesucristo el centro de nuestra vida?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 148 s.


20. FE/EXODO: DIOS CON SU VENIDA NOS OBLIGA A SALIR CONSTANTEMENTE DE UN PASADO AL QUE YA ESTAMOS ACOSTUMBRADOS: /Gn/12/01. FE/SEGURIDAD. LA FE NO ES POSIBLE SIN EL RIESGO DE LA FE. LA ÚNICA SEGURIDAD DE LA FE ES CORRER EL RIESGO DE CAMINAR.

El profeta Elías esperaba encontrar a Dios en el viento huracanado, en la tormenta, en el fuego abrasador; pero ni el viento huracanado, ni la tormenta, ni el fuego abrasador manifiestan la presencia del Señor. En cambio, el Señor se manifiesta al profeta en el suave susurro de una brisa. Elías no encuentra a Dios como él se lo imaginaba, sino como Dios quiere salir al encuentro de Elías.

Los que salieron a escuchar la palabra de Jesús y comieron hasta la saciedad pan y peces en el desierto esperaban a un Mesías que fuera rey de Israel. Pero Jesús, el Mesías, cuando el pueblo quiere proclamarle rey, lo abandona y se retira él solo al monte para orar. Pablo, discípulo de fariseos y el más fanático entre los judíos, esperaba que Dios respondiera con su venida a la expectativa de los judíos; pero Dios le llama para hacerle apóstol de las gentes. Y es que Dios sorprende siempre con su venida. Dios es siempre el que viene; su venida siempre es noticia.

No podemos acostumbrarnos a Dios, o mejor, no podemos anticipar nunca desde nosotros mismos la voluntad de Dios, pues esto sería tanto como afirmar que nuestra voluntad es la voluntad de Dios.

No podemos nunca adivinar los caminos por los que Dios viene hasta nosotros, pues esto sería tanto como afirmar que somos nosotros los que señalamos a Dios el camino de su venida.D/SORPRENDENTE.

Dios es el Señor. Dios es el que viene. Dios es el auténtico futuro y, por eso, siempre sorprendente. Por eso Dios, con su venida, nos obliga constantemente a salir de un pasado al que ya estamos acostumbrados y nos introduce en un camino que sólo él conoce y poco a poco nos va descubriendo. Seguir a Dios es, por ello mismo, un éxodo permanente, un dejarse llevar hacia la tierra que él nos mostrará y que sólo él conoce.

Dios no viene nunca a consolidar un pasado, sino a renovar todas las cosas: "He aquí que hago nuevas todas las cosas" (/Ap/21/05).

Por eso, lo más conveniente para la fe no es un mundo tranquilo donde todo siga igual, sino un mundo en transformación y cambio permanente. En ese mundo es donde vive el cristiano y donde ha de aprender a caminar hacia el Señor, lo mismo que Pedro sobre las aguas movedizas. 

La fe, a diferencia de la simple religión, no es una seguridad fundada en un orden ya establecido, sino la confianza del que camina respondiendo continuamente a la llamada del Señor. La fe no es posible donde el miedo paraliza nuestros pies por el camino y nos retiene en la falsa seguridad de un pasado caduco.

La fe no es posible sin el riesgo de la fe, sin la inseguridad de la fe, pues la única seguridad de la fe es correr el riesgo de caminar, fiados tan sólo en la palabra de Dios, sobre las aguas de un mundo que cambia.

EUCARISTÍA 1972/47


21.DEL INFINITO AL CERO

Toda tu vida en la tierra, Señor, fue una alternancia continua entre tu «estar con Dios» y «tu estar con los hombres», un constante y asombroso equilibrio entre el milagro y la tarea humana más humilde, un vaivén imparable desde tu divinidad hasta tu humanidad. Así el fragmento de Mateo que leemos hoy. Acababas de realizar el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Pero, sintiéndote el responsable de aquella fiesta en el campo, te pones a organizar la «vuelta» rogando a tus discípulos que «se adelanten en barca a la otra orilla» y quedándote Tú, como un buen anfitrión, a despedir a la gente. Te vas después a la montaña «a pasar la noche en soledad con Dios y en oración». Pero, como intuyes que tus discípulos te necesitan porque la tempestad les azota, desciendes al lago para echarles una mano. Para hacerlo, tienes que valerte nuevamente de tu divinidad y apareces ante ellos «caminando sobre las aguas». Pero, como ellos --¡pobres!-- «creen que eres un fantasma», tienes que ponerte a alentar su fe y su confianza. Y permites que Pedro --;eterno niño grande!-- camine también sobre las aguas. Mas como Pedro se espanta y «cree que va a hundirse», porque al fin y al cabo es un amasijo de contradicciones igual que yo, tienes que echarle también otra mano y renegarle un poco diciéndole «¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?»

Así viviste siempre, entre lo divino y lo humano, entre tu «Padre del cielo» y tus «hermanos de la tierra», entre «el infinito y el cero». Y esa es la ciencia que quisiera aprender, Señor. Porque yo también, por voluntad salvífica tuya, soy una extraña y admirable mezcla de «naturaleza» y «gracia», de materia y espíritu divino, de humanidad y sobrenaturaleza, de «polvo, sí, más polvo enamorado».

También yo, como Tú --salvadas las distancias naturalmente--, en mi tarea pastoral, o en mi simple discurrir cristiano, tengo que pasar de «lo Sacro» a «lo profano», de «lo divino» a «lo humano», de la «celebración de los sagrados misterios» a la aventura del «pan nuestro de cada día», de la «misa» a la «mesa».

Y me gustaría que esa doble vertiente de mi ser cristiano, con su correspondiente vivencia, no fuera un paso violento y artificial, postizo, como un salto entre dos compartimentos estancos, un actuar bifocal, el misterio del «hombre de las dos casas». No. Mi vida no puede ser un mecanismo pendular --ahora me dedico a las cosas de Dios, ahora a las cosas de los hombres; unas horas están destinadas a mi parte espiritual, otras a mi parte material--, no. Mi vivir y mi actuar han de ser un trasunto fiel de alguien que «fue creado» como hombre y «elevado» a la categoría de hijo de Dios por la gracia. Lo material y lo espiritual han de surgir en mí sin demasiada diferencia ni distinción.

En una palabra, me gustaría que todo mi quehacer humano fuera sobrenatural y todo mi vivir sobrenatural fuera tremendamente humano. Para ser un poco como Tú, Jesucristo, Dios y hombre verdadero.

ELVIRA-1.Págs. 73 s.


22.

LA ORACIÓN FACILITA LA AUTOCRÍTICA, POR ESO REZAMOS POCO

Después que sació a la gente, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se adelantaran a la otra orilla mientras él despedía a la gente. Y después de despedir a la gente subió al monte a solas a orar. Llegada la noche estaba allí solo.

Jesús después de predicar/enseñar, de socorrer el hambre, de liberar a las gentes de sus necesidades y carencias se dirige a orar. Éstos son los tres cimientos en que se apoya el edificio cristiano: palabra, acción y oración. Si falta alguno de los tres todo se desmorona. Los tres son igual de importantes pues son aspectos de una misma realidad: el amor del hombre con Dios. Orar es estar con quien se ama. El amor tiende a expandirse, a comunicarse, a publicarse, esto es la predicación. Y el amor es ayudar a crecer, es un servicio desinteresado, o sea, es liberación de la persona amada.

Podríamos preguntarnos por qué en esta ocasión Jesús se retira a orar. Creo que para tomar distancia respecto de sí mismo y encontrarse y reconocerse para asumirse en su autentica misión y destino.

La oración es el encuentro con Dios que propicia el encuentro con uno mismo, facilita el autoconocimiento y la autocrítica

En la oración y por la oración adivino cómo he de ser, cómo me he de comportar para ser como Dios manda. Desde la oración descubro y desmonto mis falsos dioses y también por ella el hombre relativiza esas dos grandes mentiras de la vida: el éxito y el fracaso. Una buena base de datos es fundamental para acertar en un negocio. Pues la base de datos para el negocio de la vida está justamente en la oración y se adquiere con ella. Después de un día de éxitos, de predicación brillante que atrajo a miles de personas y de haberles dado de comer qué fácil hubiera sido dejarse arrastrar por el aplauso popular y aceptar un mesianismo sociopolítico. . .

Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús andando sobre el agua. Los discípulos, viéndolo andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma.

Cada grupo humano, cada sociedad, tiene sus claves culturales de lenguaje oral o gesticular. Andar sobre las aguas en el Antiguo Testamento es una prerrogativa divina. Jesús con este gesto les da pistas para que lo acepten, lo entiendan en su autenticidad mesiánica. Todavía no estaban maduros pues en ese momento no supieron hacer de él una lectura correcta.

Jesús les dijo enseguida: «¿Animo, soy yo, no tengáis miedo!»

La fe no es asunto de doctrinas, ni de ideologías, sino que es una cuestión personal que hace referencia a la confianza. Fe es fiarse y confiarse en la persona de Cristo. La fe borra el temor, el miedo. Quien arriesga con Cristo gana en el negocio de la vida.

Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre las aguas».

(Dame un poco de tu divinidad. Déjame experimentar lo que es la divinidad).

Él le dijo: «Ven».

Jesús acepta. Tener una experiencia divina está al alcance de cualquiera, sólo es necesario tener fe y mantenerla aun a pesar de las dificultades.

Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame».

Lo difícil, lo raro, no es tener fe, sino mantenerla en los momentos amargos o difíciles. La fe no te evita las dificultades pero te da valor para afrontarlas.

En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: «¿Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?» En cuanto subieron a la barca amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios».

Cuando con Jesús pierdes el miedo y por él arriesgas a pesar de los problemas, acabas viéndolo como Hijo de Dios y haces una lectura correcta de su mesianismo y de su persona.

Al final de nuestros días no se nos pedirán cuentas de los éxitos que hayamos cosechado, sino de los esfuerzos.

La vida es riesgo, es un quehacer que a golpes de esperanza y confianza vamos sacando adelante. El que no arriesga porque no confía pierde el tren de la historia.

BENJAMIN OLTRA COLOMER
SER COMO DIOS MANDA
Una lectura pragmática de San Mateo
EDICEP. VALENCIA-1995. Págs. 83-85


23.

- A Dios le gusta más la brisa suave que el terremoto

Dios, a veces, nos da lecciones para que controlemos nuestro temperamento. En la primera lectura hemos leído un expresivo episodio de la vida del profeta Ellas. Era éste un hombre fogoso, valiente. Que, sin embargo, en su viaje de huida hacia el monte Horeb, perseguido por las amenazas de la reina Jezabel, sintió miedo y se deseó la muerte. Al llegar al monte, se le anunció que iba a ver a Dios y se dispuso al encuentro. Y aquí es donde Dios le dio la lección.

Pasó el huracán y allí no estaba Dios. Luego vino un terremoto, y allí no estaba Dios. Hubo fuego en la montaña, y allí no estaba Dios. Finalmente se levantó una suave brisa, y allí si estaba Dios. Dios no se manifiesta necesariamente allí donde nosotros le suponemos o le queremos. Dios está lleno de sorpresas. Tiene su estilo de actuación. No le podemos programar en nuestros ordenadores. Sus caminos muchas veces no son nuestros caminos. A un Elías que era un profeta tremendo, casi violento, un verdadero terremoto, Dios le enseña a calmar su temperamento y a saberle encontrar en la paz y el silencio. No en la agitación y el tumulto y las palabras altas. Como nos ha dicho el salmo de hoy: "Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos".

- Cristo multiplica no sólo los panes sino, sobre todo, la paz

También Jesús nos da muchas veces, en las páginas del evangelio, una lección de paz y serenidad. Después de unas largas horas dedicadas a la multitud que le seguía, con la enseñanza y la multiplicación de los panes, como leíamos en los domingos anteriores, Jesús sabe encontrar momentos de pausa, de reposo anímico y corporal, de paz interior para separarse de todos y rezar a su Padre. Tiene tiempo para todo: para atender a la gentes, para predicar, para caminar, para retirarse y rezar, en el atardecer de un día por demás agitado.

Y cuando sube a la barca de los apóstoles, que se veía zarandeada por el viento contrario, automáticamente se hace allí la calma. Es bonito pensar que la primera consecuencia de que dejemos entrar en nuestra vida a Jesús es que nos comunica su paz, su alegría interior, su confianza, su amor a la vida y a las personas.

En vacaciones -si las tenemos- deberíamos encontrar más momentos de paz, de silencio, de serenidad. Humanamente, para dedicarnos a cosas que durante los tiempos de trabajo no podemos hacer, en el campo de la cultura o de la vida de familia o del contacto con la naturaleza. Y también espiritualmente: encontrándonos con Dios en nuestro interior y dedicando algún tiempo a la oración. Unas vacaciones bien programadas pueden ser un reencuentro con nosotros mismos, con los demás, con Dios, con el cosmos que nos rodea.

- Pedro recibió también su lección

Si Elías recibió una lección, otro tanto se puede decir de Pedro. Él sintió, al igual que los demás que estaban en la barca, verdadero pánico, hasta llegar a gritar del susto, ante la agitación del lago y también ante la presencia inesperada de Jesús sobre las aguas, en la oscuridad.

Pedro, siempre decidido, y un tanto presuntuoso, se arriesgó, fiado del Maestro. Hasta que la duda le hizo perder la seguridad y comenzó a hundirse. Hombre de poca fe. Su oración no pudo ser más breve ni más urgente: "Señor, sálvame". Asi fue aprendiendo a no confiar demasiado en sus propias fuerzas, sino en Dios.

También a nosotros nos pasa. A veces, pensando en la Iglesia, o en la humanidad, o en la sociedad que nos rodea, o en nuestra propia familia o comunidad, tenemos la impresión de que estamos en el ojo del huracán y que todo va mal. Se nos viene el mundo encima. Llegamos a creer que la Iglesia se hunde o que nuestra vida carece de sentido o que todo esto no tiene futuro. Mereceríamos la queja de Jesús: "hombres de poca fe". Tendríamos que saber escuchar también nosotros su voz: "ánimo, soy yo, no tengáis miedo". Y orar con confianza: "Señor, sálvame".

Cristo quiere para los suyos una visión como la que él tenía, una visión positiva y pascual, respecto a los acontecimientos y a las personas. No tendríamos que asustarnos demasiado por lo que nos parece que va mal, ni entusiasmarnos excesivamente cuando las cosas van bien. No perder la calma ni por un lado ni por otro. Ni en las tormentas ni en los éxitos. Fiarnos más de Dios, aunque nos parezca que se esconde, y dar también un voto de confianza a las personas.

La victoria de Cristo contra las fuerzas del mal es la garantía de que también nosotros triunfaremos. Podemos seguir diciendo cada día: "líbranos del mal", y a la vez trabajando para aportar nuestra ayuda a que mejoren las cosas a nuestro alrededor. Y sin perder la paz interior.

EQUIPO MD
MISA DOMINICAL 1999/10 45-46


24.

Para esta orientación merece la pena leer el libro de François Varone El dios sádico ¿ama Dios el sufrimiento? Sal Terrae 1988. Especialmente las páginas 31-55.

LA "CONVERSIÓN" DEL PROFETA ELÍAS

Humillado, Elías huye a la montaña para salvar su vida. Esperaba mucho de su alianza con el poder y de los métodos de imposición y de fuerza para realizar su misión profética. Y ahora se ha roto del todo esta alianza. La reina hace que lo sigan para darle muerte. Elías se ve turbado y fracasado en su misión de profeta. Pero ahora interviene Dios para trasladarlo a nuevos y más verdaderos caminos de conocimiento de la identidad de Dios, del mismo pueblo y de la misión del profeta.

El profeta no debe hacer de su Dios un ídolo como los demás, un "baal", aunque más poderoso y fuerte que todo el resto. El Dios de Israel y de Jesucristo se revela distinto de los ídolos del poder, de la fuerza y de la vanidad, de la ostentación y del dominio. Se trata del Dios de la brisa tenue. No el del viento impetuoso. Ni el Dios del terremoto. No es el Dios del fuego. Pero como "brisa tenue" será capaz de animar la esperanza y la valentía del "Resto" que niega a baal y su sistema de dominio. Y el profeta del Dios de la brisa tenue ha de ser también un profeta distinto, más humano, sin pretensión de poder, sin ira ni rencor, más en comunión con los pobres y los débiles, que actúa dando ánimo y revelándose al lado del "Resto".

La construcción del pueblo de Dios ya no es tampoco la misma. No se ha de hacer un Israel imperial, unificado en torno a un dominador poderoso, sino una agrupación discreta y humana, fruto de voluntades libres, un "Resto" que opone resistencia a todas las idolatrías de los sistemas de violencia y explotación.

En el Horeb, la montaña de Dios, tiene lugar la conversión del profeta Elías.

- COMO ELÍAS TAMBIÉN PABLO PURIFICA SU CELO MISIONERO

Pablo desearía que Israel estuviera agrupado como un solo bloque en torno a Cristo, desearía tener un gran éxito en la evangelización de sus conciudadanos. Expresa su sentimiento de forma vehemente y entregada en esta segunda lectura: "Siento una gran pena en mi corazón, pues por el bien de los de mi raza según la carne, quisiera incluso ser un proscrito lejos de Cristo". Pero un poco más adelante del fragmento que hoy leemos, san Pablo recuerda al profeta Elías. Y descubre que la respuesta de Dios a un Elías decepcionado y acusador del comportamiento del pueblo de Israel está en clave de esperanza.

Dios no comulga con el derrotismo del profeta, ni con el desconsuelo de Pablo. A la luz de los acontecimientos del profeta Elías, Pablo entiende que Dios no ha rechazado al pueblo de Israel. De este modo, también Pablo es llamado como lo fuera Elías a cambiar sus sentimientos, su comprensión de la salvación de Jesucristo y de la naturaleza del pueblo de Dios.

- JESUS, MANIFESTACIÓN DE DIOS EN LA TEMPESTAD CALMADA

En el evangelio de hoy contemplamos a aquel que es mayor que el profeta Elías, el nuevo Elías, Cristo. También él en el desierto dijo no a todo ídolo y a los falsos dioses; y en la escena de hoy lo vemos que como Elías "subió al monte a solas para orar", para encontrarse con Dios.

Y en la tempestad calmada el mismo Dios de Elías, el Dios de la brisa tenue, se manifiesta en Jesucristo que amaina el viento. "Los de la barca se postraron ante él, diciendo: Realmente eres Hijo de Dios". Jesús es la revelación del rostro amoroso de Dios, el Dios hecho hombre, que con la tenue brisa de su Espíritu empuja hacia la esperanza y la paz. La Iglesia en todas las épocas y en todas las culturas ha de ser testigo de esta revelación de esperanza y paz.

- APLICACIÓN A NUESTRA VIDA CRISTIANA

"¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?", responde Jesús a Pedro. En nuestra vida de cristianos ¿no se dan a menudo reaciones de miedo y de intranquilidad ante vientos contrarios, ante el empuje de las olas? ¿No hay demasiada afición a descubrir fantasmas? Que cada uno de nosotros se examine si se ha convertido a la visión del Dios de Elías y de Jesús. Tenemos poca fe si convertimos nuestro mundo secularizado, como decimos, en un objeto constante y puntilloso de lamentación o un motivo de desánimo y desafección de la fe y de la comunidad cristiana. En cambio la lección de Elías, de Pablo y del evangelio nos llevan a considerar nuestra actualidad como una oportunidad de purificación y una ocasión de profundizar en la fe verdadera, la humildad y el sentido de servicio a nuestra sociedad. Hemos de rezar y trabajar especialmente en nuestra Iglesia para que los que dirigen la comunidad cristiana, en sus declaraciones, documentos y actos de gobierno tengan muy en cuenta esta "mística" de la brisa tenue de Elías, del "no tengáis miedo" y del no ver fantasmas. Hay que alejar las desconfianzas, las sospechas y las ideologías falsamente vestidas de teología, hay que alejar toda falta de respeto a la libertad y a compartir las responsabilidades evangelizadoras.

JOSEP HORTET
MISA DOMINICAL 1999/10 41-42


25.

Nexo entre las lecturas

En la Sagrada Escritura la teofanía o manifestación de Dios posee un lugar preeminente. Dios se manifiesta con su poder y grandeza y el hombre queda cautivado por esta visión. Este domingo nos encontramos con dos teofanías especiales. En el libro de los Reyes se nos narra el paso de Yahveh ante Elías, que se refugiaba en una cueva en el monte Horeb. A diferencia de otras manifestaciones divinas, aquí el Señor se hace presente, no como viento impetuoso, terremoto o tormenta, sino por medio de la suave brisa( 1L). En el evangelio la teofanía es propiamente Cristofanía, es decir manifestación de Cristo y de su poder sobre las potencias naturales. Los discípulos que se encontraban en medio de la tormenta en el lago de Tiberíades, ven caminar por las aguas a Jesús. En cuanto Jesús sube a la barca, el viento amaina y los apóstoles se postran ante él. Esta aparición de Jesús en medio de las aguas, se vincula con el acto de fe y con la subsiguiente duda de Pedro. "Si eres tú -le dice a Jesús que se acerca caminando por las aguas- mándame ir a Ti". En el corazón de Pedro hay una mezcla de fe incipiente y de duda temerosa. "Sí, creo en él, pero no tengo todas las certezas en la mano"-parece decir Pedro-. En todo caso, la Teofanía, bien sea aquella del libro de los Reyes, bien sea la del lago de Tiberíades, viene a reforzar la fe de quienes contemplan tales escenas. Elías sale de esa experiencia resulto a cumplir su misión profética. Los apóstoles robustecen su fe en Cristo y le siguen con pie seguro por los caminos de la misión. A Dios que se revela, se le debe dar la aquiescencia y el obsequio de la inteligencia y de la voluntad. Cfr. Constitución Dogmática Dei Filius del Concilio Vaticano I Cap. 3


Mensaje doctrinal

1. Encuadramiento litúrgico. Los domingos XV, XVI y XVII del tiempo ordinario de este ciclo A forman una cierta unidad. En ella se presenta el discurso en parábolas de Jesús. Dichas parábolas versan principalmente sobre el reino de los cielos. El siguiente esquema nos ayuda a comprender mejor:


Domingo XV --- Evangelio: Parábola del sembrador --- Primera lectura: Eficacia de la palabra de Dios (Is 55,10-11)
Domingo XVI --- Evangelio: Parábola de la cizaña --- Primera lectura: Potencia y paciencia de Dios (Sab 13,13)
Domingo XVII --- Evangelio: Parábola del campo y la perla --- Primera lectura: Oración de Salomón(1 Re 3,5.7-12)

El tema de fondo es el Reino de los cielos y la segunda lectura versa sobre la carta a los Romanos.


Los domingos XVIII, XIX y XX forman una nueva unidad que sirve de paralelismo a la unidad mencionada en los tres domingos precedentes. El tema de fondo es la "comunidad de los discípulos, la Iglesia" y su fe en Jesús.

Domingo XVIII --- Evangelio: La multiplicación de los panes --- Tema: Fe en Jesús que viene en ayuda de sus discípulos
Fe en Jesús que da de comer a la multitud
Domingo XIX --- Evangelio: Jesús camina por las aguas --- Tema: Fe en Jesús que viene en ayuda de sus discípulos
Domingo XX --- Evangelio: La cananea --- Tema: Fe en Jesús que viene en ayuda de sus discípulos
Fe en Jesús que escucha la oración de una madre

Este sencillo esquema nos ayuda a colocar de un modo más apropiado nuestras reflexiones en torno a la liturgia dominical.


2. La peregrinación de la vida y la experiencia de Dios. Elías inicia un largo camino que lo conducirá al monte Horeb, es decir, al Monte Sinaí, lugar de la Teofanía de Dios y lugar de la Alianza entre Dios y los hombres. En un inicio, Elías emprende este viaje como una fuga (1 Re 19,3), pues teme por su vida ante las asechanzas de la Reina Jezabel, quien no le perdona que haya derrotado a los sacerdotes de Baal ( 1 Re 18, 20-40). Más adelante, este viaje encuentra las dificultades del camino: el sol inclemente, la sed, el desierto y se hace dramático. Elías se desea la muerte: "Basta, Señor, toma mi vida, que yo no soy mejor que mis padres". Sin embargo, el Señor le manda un ángel que lo reanima, le ofrece alimento y le dice: "Levántate y come porque el camino es superior a tus fuerzas" (1 Re 19, 1-8).

Elías reemprende la marcha y camina cuarenta días con cuarenta noches hasta llegar al monte Horeb, en donde tendrá lugar el encuentro misterioso con Yahveh. El número de cuarenta es simbólico: cuarenta son los años que pasa el pueblo en el desierto antes de ingresar a la tierra prometida, cuarenta son los días que permanece Moisés en el Sinaí. En todo caso expresa un tiempo suficientemente largo cuya duración exacta no se conoce, pero que sirve de preparación y de purificación para la experiencia que se vivirá a continuación. Sin embargo, la teofanía que presenciará Elías es muy distinta a la que tuvo lugar en el tiempo de Moisés. Esta vez no hay truenos, relámpagos, fuego y nube. Esta vez Dios se manifiesta en el viento ligero, en el silencio, en la soledad de la montaña.

Esta peregrinación de Elías puede darnos indicaciones muy válidas sobre el peregrinar humano. Como a Elías, también al hombre le sucede que pasa por muy diversos y difíciles momentos en su caminar. Momentos de desolación interior, momentos de incertidumbre, momentos de intenso sufrimiento físico y moral. El hombre se descorazona ante un mundo que parece superior a sus fuerzas de comprensión. El misterio del mal y de la muerte parecen atenazar su corazón y reducirlo a la desconfianza, a la desesperanza, a la cancelación de cualquier esperanza que no sea de carácter intra mundano. En estas circunstancias, el hombre, o se abandona al placer o se abandona a la desesperación. Desearía no haber nacido, quisiera no encontrarse en esa situación dramática; desearía llegar cuanto antes al final de sus días. Sin embargo, la providencia y el amor de Dios salen a su encuentro de uno y mil modos para confortarlo y decirle: "Ánimo, levántate y come porque el camino es superior a tus fuerzas". Ponte en camino, porque este peregrinar por el desierto, esta "noche obscura del alma" te prepara, te purifica para un encuentro más profundo y personal con Dios. Así como Elías en sus momentos de desolación no podía prever los resultados de su encuentro con Dios, así el hombre no llega ni siquiera a imaginar lo que el Señor le reserva en la revelación de su Alianza y de su amor. Ni el ojo vio, ni el oído oyó lo que el Señor tiene reservado para los que lo aman (1 Cor 2,9). Experimenta que su confianza en el Señor viene a menos al pasar por todos esos momentos obscuros. Sin embargo, la experiencia profunda de Dios supera todo cálculo y todo sufrimiento, el hombre purificado por el dolor, se encuentra con el rostro de Dios misericordioso, con esasuave brisa que le explica tantas horas de sed y le devuelve la ilusión de vivir, de sufrir y de donar su vida como una misión particular. Job lo dice también de un modo elocuente: Yo antes (de sufrir) te conocía sólo de oídas, pero ahora mis ojos te han visto (Job 42, 5) Ha sido el sufrimiento quien ha proporcionado a Job una nueva experiencia de Dios. Y son los místicos quienes nos pueden dar confirmación de ello. Dice San Juan de la Cruz:

Yo no supe dónde entraba,
pero, cuando allí me vi,
sin saber dónde me estaba,
grandes cosas entendí;
que me quedé no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo
....

Estaba tan embebido,
tan absorto y ajenado
que se quedó mi sentido
de todo sentir privado
de un entender no entendiendo
toda ciencia trascendiendo.


3. Jesús viene en ayuda de sus discípulos para robustecer su fe. En el evangelio de hoy Cristo se muestra como Señor de la naturaleza. Nos encontramos ante una especial cristofanía. Después de la multiplicación de los panes, Jesús reacciona de un modo desconcertante. Cuando todos las gentes lo buscaban para hacerlo rey y para celebrar su triunfo, Cristo se retira en soledad a la montaña. Se retira a orar, pues es consciente de su misión y de las renuncias que debe hacer para cumplirla. Los discípulos, sin duda, no comprendían aquel proceder. El texto griego dice que Jesús "obligó" a sus discípulos a subir a la barca, y así lo traduce la Biblia de Jerusalén. En realidad, no se les veía muy animados a marcharse sin el maestro. Jesús despide a la gente y se retira en oración.

Ciertamente, al enviarlos por delante cruzando el lago, Jesús pone a sus discípulos a la prueba. Las olas se agitan, el viento es contrario, la barca amenaza ruina. El único consuelo que pueden tener aquellos hombres es que su maestro reza por ellos, intercede por ellos ante Dios. Jesús es el viviente que intercede por nosotros (Hb 7,25). Es similar nuestra situación: muchas veces el Señor permite que pasemos por horas de "viento contrario", el corazón se oprime y la confianza de llegar a buen puerto desfallece. ¿Nos habrá enviado el Señor al lago para perecer en él? Esta es la pregunta que atenaza el alma. Nos debe consolar la oración de Jesús que intercede por nosotros ante el Padre.

El último momento de la escena es la aparición de Jesús caminando por las aguas. Una teofanía del todo singular que, de algún modo, sintetiza la teofanía de Moisés en el Sinaí (rayos, truenos, tormenta) y la teofanía de Elías en la misma montaña (serenidad, viento apacible, silencio). Los discípulos se turban y creen ver un fantasma y gritan de miedo. Jesús los serena: ¡Ánimo!, que soy yo, no temáis. En griego se conserva el orden: sujeto-verbo. Así dice: "¡Ánimo! Yo soy, no temáis". Esta palabra esconde una revelación de la divinidad de Jesús, pues nos envía a pasajes claves del Antiguo Testamento. "Yo soy" es una auto-definición de Dios como se ve en Ex 3, 14 cuando Moisés es enviado al faraón: "yo soy" me ha enviado a vosotros". Cfr. Is 45, 18; 46, 9. La escena de Pedro es bellísima y nos muestra que si el príncipe de los apóstoles empieza a hundirse es porque le falta fe; no estaba aún unido fuertemente a Cristo por la fe. "El que cree no vacilará" dice Isaías 7,9. Sin embargo, es la misma fe que invita a Pedro a confiarse a la mano del Salvador. "Sé, Señor, que Tú puedes salvarme".


Sugerencias pastorales

La situación de los apóstoles en la barca en medio de la tormenta, se puede comparar con la situación del cristiano en medio del mundo. Da la impresión de que Cristo lo ha obligado asubir a una barca y lo ha metido en una situación poco menos que imposible. El cristiano no tiene propiamente seguridades humanas. Ciertamente cuenta con ciertas apoyaturas, pero en realidad su vida sólo se explica en el misterio de Cristo, y su misión tiene mucho de una travesía en alta mar y con las olas encrespadas.

La tentación es la de olvidarse de Cristo y decir: ¿Por qué he de cruzar en una barca tan frágil por mares tan tempestuosos, si podría yo arreglar mi vida de modo más cómodo? ¿No será mejor renunciar a los grandes compromisos de mi fe y vivir como uno de tantos en busca del pan multiplicado? Sin embargo, Cristo viene en nuestra ayuda y nos repite: ¡Ánimo!, yo soy, no temáis. Y esto es la vida cristiana: confiarse en las manos de un Dios que se ha hecho hombre. De un Dios que nos ha revelado su misterio íntimo, el misterio trinitario y se ha puesto a caminar como uno de nosotros, más pobre que nosotros. Sólo quien descubra que es Dios quien camina por las aguas y me tiende su mano protectora, podrá seguir bogando en medio de temporales y vientos contrarios.

Concluyamos con un texto de P. Talec:

Tú no eres un Dios que salva con facilidad.
Sino que, como el guía de montaña,
nos das seguridad...
Porque Tú eres el Amor

Señor, cuando los vientos son contrarios
y sobre el mar cae ya la noche...
Que tu voz llegue hasta nosotros:
"Soy yo, no tengáis miedo"
Señor, a cada uno de nosotros
dinos: "Ven a mí"
Alza un poco tu voz
cuando nos mandes ir a ti

P. Octavio Ortíz


(P.Talec, Un gran désir. Prières dans le secret, prières en commun. Centurion-Cerf, Paris 1971, p.112. Tr. It. Gantoy R. e Swaeles R. Commento delle letture dominicali San Paolo Milano 1993.)


26. COMENTARIO 1

CAMINANDO SOBRE EL MAR

“¡Señor, que nos hundimos!” Hoy caminamos por la vida con esta sensación. Ya no existe la tierra firme sobre la que posar los pies. Casi todo bajo ellos es arena movediza, mar fiero que abre sus fauces para devorarnos. El hombre de hoy, a fuerza de sentirse inseguro, trata en cada momento de agarrarse a la tabla que las olas le arrojan, con la ilusión de llegar a la anhelada seguridad de sus sueños y pesadillas.

En el inconsciente humano existe el fantasma de una guerra nuclear monstruosa; el miedo nos defiende del conflicto. La economía mundial baila a son de dólar y petróleo, partitura musical de vaivenes a modo de vals, que sube y baja según los vientos que soplen. El fantasma del paro nos asedia; la droga arrasa cada día más corazones. La familia se desestabiliza, los matrimonios quiebran, la barrera generacional entre padres e hijos se acrecienta. La sociedad de consumo incita a más y más consumir para tirar antes de gastar, por imperativo de la moda temporera.

En una palabra, el mundo ha dejado de ser tierra firme. Caminamos sobre el mar. ¿Sin hundirnos? ¿Por cuánto tiempo aún?

También en la Iglesia se vive esta sensación. Dentro de ella han aparecido con virulencia inusitada las corrientes ideológicas. Hay teologías para todos los gustos: popular y de liberación, clásica y conservadora, de izquierdas y de derechas. Incluso la parroquia, esa secular estructura, se resquebraja, haciendo aguas, como barca rota, por todos sitios. Los cristianos andan desconcertados: ¿A qué voz seguir, con tantos y tan diferentes pastores? Se ha perdido aquella añorada uniformidad de antaño, basada en la obediencia ciega a los superiores, "portavoces de Dios"(?). La barca de Pedro, mejor, de Jesús, único timonel de esta nave que impulsa el Espíritu; se siente amenazada por las olas. El Evangelio del Nazareno nos parece a los cristianos tierra firme, pero lejana. ¿Cómo implantarlo en este mar de egoísmo e insolidaridad, de injusticia, miedo y fuerza que aplasta, de honores y dinero?

Siempre me ha llamado la atención aquella escena en la que Pedro se arrojó al mar para caminar sobre él, como su Maestro. Sólo uno de entre doce se tiró al agua. ¡Qué iluso! Y no se lanzó precisamente para nadar, sino para caminar sobre ella.

Con todo lo que se quiera desprestigiar a este Pedro -mote que significa piedra, cabeza dura- me merece todos mis respetos. Pues el milagro no es que un hombre camine por el mar imagen poética que expresa la naturaleza divina de Jesús- sino que haya quien sueñe todavía en el mar como si se tratara de tierra firme.

Tampoco Pedro lo consiguió del todo y comenzó a hundirse. Y no se ahogó, porque sintió la mano de Jesús que lo agarró y el susurro de un reproche a flor de labios: "¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?"

Poca fe. Este es el problema. Para hacer un mundo nuevo hace falta fe, mucha fe, mucho poder creativo, más ilusión y ensueño. Y además, la mano tendida y poderosa de un Maestro que nos ayude a caminar por el mar; pues sin El, como Pedro, nos hundimos.


27. COMENTARIO 2

Y VERDADERO HOMBRE

Desde el punto de vista de las creencias, se considera «cris­tiano» a quien acepta que Jesús es Hijo de Dios. Por el con­trario, a quien no cree en Jesús, o lo acepta sólo como un hom­bre bueno, que propuso un interesante modo de vida, no se le considera, y con razón, cristiano.

Pero ¿y el que, en teoría o de hecho, no acepta que Jesús es hombre?


AUN HAY RESISTENCIAS

La lección contenida en el evangelio del domingo pasado no fue asimilada por todos los discípulos. O, por lo menos, Jesús, que los conoce bastante bien, teme que haya reacciones no deseables: alguno podría aprovechar el entusiasmo del mo­mento para intentar desviar a Jesús en la dirección del mesia­nismo triunfalista. Por eso, mientras él despide a las multitu­des, obliga a sus discípulos a alejarse de la gente enviándolos en barca a la otra orilla del lago. Jesús, por su parte, se marcha, solo, a orar.

Nada se dice del contenido de su oración. Pero si la pone­mos en relación con los acontecimientos inmediatos, podemos pensar que Jesús, por un lado, continúa la acción de gracias que precedió al reparto de los panes y de los peces, y por otro, se dirige al Padre para pedirle por su grupo, para que también ellos, los discípulos, sean capaces de comprender que el mun­do no tiene arreglo desde el poder, puesto que sólo los que se tratan como iguales pueden vivir como hermanos.

Son estas resistencias -estas tentaciones- que aún que­dan por vencer en sus discípulos el objeto de la oración de Jesús; ésta, la del poder, y la tentación del nacionalismo ex­cluyente.


VIENTO CONTRARIO

Esta otra tentación se manifiesta en el transcurso de la tra­vesía. Jesús ha enviado a sus discípulos a la otra orilla, a tierra de paganos. La experiencia que acaban de gozar no se la pue­den reservar para ellos. Ni siquiera para su pueblo. Esa expe­riencia deben compartirla, como el pan, con toda la humani­dad. La misión de Jesús no está limitada por ningún tipo de frontera, sea ésta geográfica, cultural o religiosa. El ha dejado ya bien explicada esta cuestión; la última vez con las parábolas de «el grano de mostaza» y «la levadura en la masa» (Mt 13,31-33; véase comentario en el domingo decimoséptimo); pero los discípulos no lo ven claro todavía. Por un lado, les debe parecer mucho más fácil el triunfo entre aquellos que acaban de ver lo que ha hecho Jesús, les tiene que resultar mucho más sencillo hablar del éxodo, de la liberación a quie­nes ya sabían que el Señor es un Dios liberador; por otro lado, considerar que los paganos eran iguales que ellos, que las fron­teras deberían desaparecer, que Israel no sería en adelante la exclusiva propiedad del Señor, sino que Dios iba a ser Padre de todos los hombres, después de haber estado toda una vida maldiciendo a los paganos en nombre de Dios...

Ese es el viento contrario: su miedo al fracaso y su miedo a perder privilegios; miedo a ser aceptados y miedo a aceptar a los otros. La barca no puede avanzar con este viento, la co­munidad no puede llevar a cabo el encargo de Jesús si por un lado sigue manteniendo, o simplemente «creyendo» en la uti­lidad del poder, y por otro no es capaz de vencer el miedo a encontrarse con «los otros»: los de otra cultura, los de otra taza, los de otra opinión.


EL HOMBRE-DIOS

«El solo ... camina sobre el dorso del mar», dice Job ha­blando de Dios (Job 9,8). Y sobre el dorso del mar se presenta Jesús, en medio de la tempestad, ante sus discípulos. Pero no lo reconocen, sienten miedo, piensan que es un fantasma.

Al principio del evangelio de Mateo, Jesús es presentado como «Dios con nosotros» (Mt 1,23). Pero también esto re­sulta difícil para los discípulos. Eso de que un hombre preten­da ser Dios..., eso de que Dios pueda haberse hecho presente como hombre en el mundo de los hombres... Que también esa frontera, la que separa a Dios de la humanidad, pueda llegar, en un cierto sentido, a desaparecer... Mejor pensar que es un fantasma.

Pedro se arriesga a creer («Señor, si eres tú, mándame llegar hasta ti andando sobre el agua»); pero vuelve a dejarse vencer por el miedo: ¡él andando sobre las aguas, él partici­pando de una cualidad divina...!

Jesús saca a flote a Pedro, que se hundía por culpa del miedo, y juntos suben a la barca. Y, con él a bordo, el viento se calma. Y los presentes lo reconocen como Hijo de Dios.

Todavía hoy, al menos en ciertos ambientes, resulta difícil aceptar que Jesús, el rostro que nosotros podemos ver de Dios, es un hombre. Un hombre cualquiera, uno de tantos. Quizá sea fácil verlo andando por encima de las aguas del mar; lo que resulta más difícil es imaginarlo empapado de sudor por los caminos de Palestina, o participando de la alegría de una fiesta de bodas, o apasionado en la defensa de la justicia y en la denuncia de los abusos de los poderosos y el cinismo de los sumos sacerdotes; firme y enérgico en ocasiones, débil y tierno en otras, sintiendo miedo ante la muerte y dando un paso adelante y, pisando su miedo, hacer que venciera la fuer­za del amor; o mordiéndose los labios para no gritar, o quizá gritando de dolor, cuando lo clavaron en la cruz, y, en seguida, perdonando a los salvajes que lo habían clavado...

Pero ése es el aspecto que Dios ha querido que conozca­mos de él. Y sigue dándose a conocer en aquellos que, de la mano del Hijo, siguen sudando y amando, llorando y gozando, viviendo y muriendo para que este mundo pueda un día ser un mundo de hermanos.

A los discípulos, que podían tocar al que como ellos era un hombre, les costó trabajo aceptar en él la presencia de Dios.

Algunos, a quienes tal vez les gustaría ocupar el puesto de Dios, procuran disimular que se hizo presente en el Hombre. Pues en el hombre sigue presente.


28. COMENTARIO 3

vv. 22-23a: Enseguida obligó a los discípulos á que se embarca­ran y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a las multitudes. 23aDespués de despedirlas subió al monte para orar a solas.

Jesús obliga a sus discípulos a embarcar. Quiere ale­jarlos del escenario de la señal mesiánica y del contacto con la multitud. Él se encarga de despedirla. Ahora es el momento, des­pués de haber saciado su hambre (cf. v. 15). Sube al monte solo (cf. v. 23) a orar; es la primera vez que habla Mt de la oración de Jesús (la segunda y última será la de Getsemaní, 26,36ss). El paralelo con Getsemaní y la ocasión de popularidad que se ha presentado hacen pensar que la oración de Jesús tiene que ver con la tenta­ción del mesianismo triunfal.

El hecho de obligar a los discípulos a embarcarse, separándolos de la multitud, insinúa que Jesús ora por ellos, para que no cedan a la tentación de un Mesías de poder.


vv. 23b-26: Caída la tarde, seguía allí solo. 24Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, maltratada por las olas, porque llevaba viento contrario. 25De madrugada se les acercó Jesús andando sobre el mar. 26Los discípulos, vién­dolo andar sobre el mar se asustaron diciendo que era un fantasma, y daban gritos de miedo.

Nuevo momento de la jornada, que coincide, sin em­bargo, con el de v. 15. Son dos momentos no lejanos de la misma tarde.

«Muy lejos de tierra», lit. «muchos estadios»; el estadio medía unos 185 metros. «Andar sobre el agua» era atributo propio de Dios (cf. Job 9,8; 38,16). La reacción de los discípulos es de in­credulidad. No reconocen en Jesús al «Dios entre nosotros» (1,23). De ahí que quiten toda realidad a su presencia, considerándolo un fantasma. Rechazan la posibilidad de un hombre-Dios.

«La barca» de los discípulos es figura de la comunidad. Jesús los envía «a la otra orilla», adonde habían ido con él (cf. 8,28), es decir, a país pagano. La misión debe hacerse repartiendo el pan con todos los pueblos, como acaban de hacer en país judío. «El viento» contrario, que les impide llevar a cabo el encargo de Jesús, representa la resistencia de los discípulos a alejarse del lugar don­de está la esperanza de un triunfo, de que Jesús se convierta en el líder de la multitud. Consideran lo sucedido en el reparto de los panes como una acción extraordinaria exclusiva de Jesús, no como el efecto de la entrega personal, norma de vida para el discípulo.


v. 27: Jesús les habló enseguida: -¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!

Jesús se da a conocer. La palabra «¡Animo!» disipa el te­mor provocado por la aparición. «Soy yo», fórmula de identifica­ción con que Dios se revelaba en el AT (cf. Ex 3,14; Is 43,1.3.10s); a ella corresponde la exhortación «no tengáis miedo».


vv. 28-34: Pedro le contestó: -Señor, si eres tú, mándame llegar hasta ti andando sobre el agua. 29E1 le dijo: -Ven. Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua para llegar hasta Jesús; 30pero al sentir la fuerza del viento le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: -¡Sálvame, Señor! 31Jesús extendió en seguida la mano, lo agarró y le dijo: -¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado? 32En cuanto subieron a la barca cesó el viento. 33Los de la barca se postraron ante él diciendo: -Realmente eres Hijo de Dios.

Pedro desafía en cierto modo a Jesús. Lo llama «Señor» y le pide que «le mande» ir a él: cree en el poder «milagroso» de Jesús, no en la fuerza del amor. Pedro quiere «andar sobre el agua», participar de la condi­ción divina de Jesús. Éste no duda y lo invita; todo el que lo sigue está llamado a acceder a la condición de hijo de Dios, comportán­dose como lo hace el Padre (cf. 5,9). Sin embargo, Pedro «ve» el viento, es decir, su efecto sobre el agua, y siente miedo; esperaba la condición divina sin obstáculos, de manera milagrosa; ha olvi­dado que el hombre se hace hijo de Dios en medio de la oposición y persecución del mundo (cf. 5,10s). Su petición a Jesús (cf. Sal 18, 5-18; 144,5-7) le vale un reproche, pues muestra su falta de fe.

Pedro siente miedo porque no ha entendido el modo como se hace la misión, con la entrega total. Su miedo está en paralelo con el de la primera travesía (8,25), que tenía por motivo la desigualdad de fuerzas entre una sociedad y un grupo insignificante de indivi­duos. En uno y otro caso, los discípulos o Pedro apelan a Jesús en los momentos de dificultad, forzándolo a intervenir. Tienen el con­cepto de salvación expresado en los salmos citados antes: una in­tervención milagrosa de Dios desde el cielo que resuelve la situa­ción desesperada del hombre. El de Jesús es diferente: estando con él, el hombre se basta a sí mismo (cf. 19,26), ya está salvado.

En cuanto Jesús sube a la barca cesa el viento, es decir, la oposición y resistencia de los discípulos. El viento era la búsqueda del triunfo humano. «Los de la barca», que representan a la co­munidad cristiana, reconocen que Jesús es «Hijo de Dios». Nótese la ausencia de artículo. No se trata de «el Hijo de Dios» según la concepción tradicional, ni tampoco de un título exclusivo. Jesús es «Hijo de Dios», pero ha demostrado que también ellos pueden llegar a serlo.


vv. 34-35: Terminada la travesía tomaron tierra en Genesaret.

Llamaban Gennesar a una pequeña llanura muy fértil, limitada al norte por las cercanías de Cafarnaún y al sur por Magdala. Genesaret podría ser un pueblo situado en aquella comarca. De hecho, la barca no llega a la orilla pagana; los discípulos no están preparados para la misión. Por eso, Jesús tendrá que repetir el episodio de los panes, enseñarles de nuevo cómo han de ejercer la misión, ya directamente en medio de los paganos (15,32-39).


vv. 35-36: Los hombres del lugar, al reconocerlo, avisaron por toda la comarca, y le llevaron los enfermos, 36rogándole que les dejara tocar siquiera el borde de su manto, y todos los que lo tocaron se curaron

«Los hombres» pueden relacionarse con los de 14,21. Los que ya conocen la eficacia de Jesús y han presenciado sus curaciones (14,14) difunden la noticia de su llegada. El mínimo contacto con Jesús (el vestido equivale a la persona) los hace salir de la penosa situación en que se encuentran; su efecto es infalible («todos los que lo tocaban se curaban»). Como toda la realidad de Jesús es vida, el mínimo contacto con él produce vida y salvación. La sal­vación anunciada en el episodio anterior se prolonga en toda ocasión.


29. COMENTARIO 4

En el camino del seguimiento, el discípulo de Jesús debe ser consciente de las dificultades que deberá enfrentar a lo largo de todo su recorrido. Ellas se presentan a cada paso como obstáculos insalvables que pueden inducir al desaliento y al miedo. Sin embargo, el discípulo es acompañado constantemente por la presencia cercana del Dios con nosotros que le alienta y, a la vez, le recrimina por su falta de confianza. Tal es el sentido del relato evangélico de Mt 14, 22-33 propuesto para la liturgia de este domingo.

El texto se inicia (vv. 22-23) describiendo una situación que reproduce la introducción a la primera multiplicación de los panes. En ambos casos se habla de una “barca”, de la “multitud” y de la “separación de Jesús” hacia un lugar más tranquilo, lejano de ella. De esta forma se unen íntimamente la obra divina de alimentación de la gente por medio de los discípulos y la prueba que éstos experimentan. Ambos motivos aparecen p. ej., en Sal 107, 9.30 y la última es descripta por el relato que sigue a continuación de la multiplicación de los panes.

En dicho relato se subraya repetidamente la presencia del temor en el corazón de los discípulos. Primeramente se trata del “miedo” ante la presencia de Jesús al que toman por un fantasma, luego el mismo sentimiento se atribuye a Pedro ante el mar que amenaza sumergirlo (v. 30).

Este miedo de los discípulos nace de las dificultades experimentadas. Aquí se mencionan una barca en peligro, “maltratada por las olas” (v. 24). Se reproduce de esa forma el momento fundacional del pueblo de Israel ante la persecución del Faraón que amenazaba destruirlo. La situación que se describe es semejante a la relatada por el Cántico de Moisés (Ex 15) describiendo el paso del pueblo a través del Mar de las Cañas. También en él nos encontramos con un mar que sumerge (Ex 15,4) con olas que se levantan (Ex 15,8) con una mano tendida que domina al mar (Ex 15,12; cf Mt 14,31), con el temor y la turbación (Ex 15,16). Por consiguiente debemos saber descubrir en el episodio relatado, la teofanía, la manifestación divina tranquilizadora y productora de paz para “los de la barca” (Mt 14,33). Todo parece indicar que con este episodio colocado en la vida terrestre de Jesús el Resucitado quiere salvar a su Iglesia, a su comunidad, de las dudas que la asaltan ante los peligros (14,31) comunicándole su poder.

Este motivo de la duda insistentemente acompaña a los discípulos delante de los peligros que experimentan. Este motivo adquiere especial relevancia en el presente texto ya que el verbo empleado aquí aparece también al final del Evangelio en el envío a la misión universal: “los mismos que habían dudado” (28,17). Son los únicos que aparece en todo el evangelio de Mateo y en ambos casos es acompañado por la adoración (14,33 y 28,17).

Además, se tiene cuidado en señalar la presencia del Señor en medio del mar y de las olas. Aparentemente, Jesús está ocupado en la comunicación con su Padre (v.23) mientras la barca sufre los embates de las olas. De nuevo una tempestad, semejante a la de Mt 8,23-27 con el agravante que Jesús no está en la barca.

Pero el discípulo debería ser consciente que Jesús está siempre interesado por la barca. Su acercamiento en medio de las dificultades se hace manifiesto en las palabras de aliento dirigida a los discípulos (“Ánimo": v. 27) y en la invitación a los que quieren seguirlo como Pedro (“Ven”, v. 28).

El significado de esa presencia se pone en evidencia también en el salmo interleccional y en la primera lectura. Aquel describe un futuro de salvación, obra de Yahveh, ésta nos coloca ante un Dios que sostiene a Elías, aislado de sus compatriotas a causa de su fe. El mismo sentimiento atribuye a Pablo la segunda lectura. Pero, como en el texto evangélico, todas las dificultades desaparecen ante la presencia divina: signo de paz, suave brisa refrescante y Padre que ha adoptado a Israel por la alianza y las promesas.

La capacidad de caminar sobre el mar es atribuida en el Antiguo Testamento a Dios (Jb 9,8; 38,16) o a la Sabiduría (Eclo 24,5). Idéntico poder ha sido transmitido a los discípulos pero éstos, ante la magnitud de los peligros, la ponen en cuestión. La “poca fe” y el “dudar” se instalan en el corazón mismo del seguimiento de Jesús.

De allí el reproche que Jesús dirige a Pedro que, dudando, ha revelado la pequeñez de su fe. El episodio entonces debe servir a todos los integrantes de la comunidad eclesial para el fortalecimiento de su fe. Las mismas dificultades se integran en el designio salvífico de Dios que desea de su comunidad un coraje y una confianza inquebrantable.

Todavía después de siglos, el cristiano es llamado a hacer experiencia de Dios en medio de los peligros y dificultades y de seguir en ellos dirigiéndose a Jesús de Nazaret, el “Señor”, con una confianza plena.

Para la revisión de vida

La fe es capaz de mover montañas… y de hacernos caminar sobre el mar. ¿Cómo va mi fe? ¿Tengo confianza ciega en Dios? ¿Qué hago con mis dudas? ¿Me pasa como a Pedro, que me hundo en la vida por dudar?


Para la reunión de grupo

- La segunda lectura, del libro segundo de los Reyes, es una lectura clásica para discernir la presencia de Dios. Hagamos una aplicación alegórica de los símbolos que utiliza: el huracán, el terremoto, el rayo, la brisa…

- Las personas siempre estamos recibiendo beneficios de Dios, pero muchas veces tales beneficios no responden a las expectativas que nosotros tenemos, pues solemos andar tras las riquezas y el poder más que otra cosa; por eso, muchas veces, a no respondemos a lo que Dios nos ha dado. ¿Es ése mi caso? ¿Cómo respondo yo a los dones de Dios?

- Anunciar el evangelio en un ambiente religioso cerrado puede resultar difícil y complicado, pues nos gusta más la seguridad de las leyes que todo lo controlan, que la libertad del Espíritu que nos envía a la aventura de predicar la buena noticia. ¿También yo le tengo miedo a la libertad del espíritu, y prefiero la comodidad de las leyes, aunque éstas no me ven la vida que sólo me puede dar Jesús?

Para la oración de los fieles

- Por la Iglesia, para que busque siempre en el Señor la fuerza necesaria para llevar a cabo su misión en el mundo. Oremos.

- Por todos los cristianos, para que nos esforcemos en conocer cada día más y mejor la voluntad de Dios y así vivamos con más coherencia nuestra fe. Hoy hemos.

- Por todos los que trabajan por lograr un mundo más humano y más fraterno, para que nunca se desanimen ante las dificultades y vean recompensados sus esfuerzos con el triunfo. Oremos.

- Por todos los pueblos y personas, para que disfruten de paz y libertad verdaderas y plenas. Oremos.

- Por todos los que dudan y vacilan en su fe, para que encuentren la fortaleza que da el confiar plenamente en Dios. Oremos.

- Por todos nosotros, para que encontremos en la Eucaristía y en la Comunidad la fuerza y el ánimo necesarios para no perder nunca la ilusión ni la esperanza. Oremos.



Oración comunitaria

Dios, Padre nuestro, acrecienta en nosotros el sentimiento de hijos tuyos, nuestro amor y nuestra confianza en Ti, para que seamos en todo momento y circunstancia signos vivos de tu presencia en medio de la humanidad. Por Jesucristo.

1. J. Peláez, La otra lectura de los Evangelios I, Ediciones El Almendro, Córdoba

2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Seréis dichosos". Ciclo A. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

3. J. Mateos - F. Camacho, El Evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid.

4. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).