33 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO
1-9

1. FE/MIEDO.

"Los discípulos, viéndole andar sobre el agua se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma".

El miedo forma parte de la vida del hombre... a nivel íntimo, personal, familiar, profesional, económico, político, de salud... Y, muy claramente, este tiempo que nos toca vivir -como todo tiempo- está marcado profundamente por incertidumbres y riesgos concretos. No es necesario enumerarlos, porque forman parte, de un modo u otro y con más o menos intensidad, del miedo y de las angustias de todos y de cada uno de nosotros.

Y la realidad es que, humanamente hablando, la fe no nos ahorra nada, no nos libera de ninguna incertidumbre, ni de ninguna inseguridad, ni de ningún riesgo. Nosotros, creyentes, nos hallamos a la intemperie, al raso, como todo el mundo. A merced de lo que pueda suceder. ¡Y vete a saber qué puede suceder!... Bajo el peligro de los vendavales impetuosos e imprevistos, nosotros como todos los demás... Los apóstoles, como toda la gente sencilla de aquel tiempo creían en fantasmas. ¿Solamente la gente de aquel tiempo, podríamos preguntarnos? Y los fantasmas preferían las horas nocturnas para aparecer. Por eso se asustaron y ¡gritaron de miedo! Como nosotros, muchas veces nos asustamos y gritamos de miedo, aunque procuramos que nuestro grito sea lo más discreto posible. Y es que los fantasmas existen, aunque con mil caras distintas...

"¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!" Que la fe no nos libera de nada, como decíamos, no es del todo verdad. Nos quiere liberar precisamente del miedo. Jesús anda sobre el agua y no se hunde. E invita a ir con él a todos nosotros. Y -Pedro y nosotros-, hay momentos en los que nos aguantamos bastante bien en el agua y, otros momentos, en los que nos hundimos... porque la fe, que está por encima de toda confianza, nunca nos empapa del todo; no nos llega hasta el último repliegue de la vida. Y, por eso, dudamos...

Por tanto, el "¡ánimo, soy yo, no tengáis miedo!" pertenece al mensaje esencial de Jesús. Es la perenne promesa que fue realidad aquella noche para los discípulos en la barca, y quiere ser realidad para nosotros, nos hallemos en la situación que sea, en cualesquiera de nuestras noches. Tanto la Iglesia, como cada uno de nosotros, andamos seguros cuando fijamos la mirada en Jesús; pero cuando nos fijamos sólo en nosotros mismos, a la más ligera ventisca, temblamos...

"En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: ¡Qué poca fe!" Jesús, una vez más, educa a Pedro y a sus compañeros, que son hombres de mar, a saberse enfrentar, con valentía, con sus tempestades. Profecía, también, de todas las otras tempestades que les esperan y nos esperan.

Cuando el evangelista escribe este texto, la barca, que es símbolo de la Iglesia, ya es combatida: desde fuera, por la persecución y, desde dentro, por el cansancio, la desconfianza, el miedo... Y, por tanto, urgía a la primitiva comunidad recordar este hecho, como a menudo nos urge a nosotros recordarlo.

Recordar que, sin Jesús, la barca se hunde; pero él está en ella, invitándonos como siempre a avanzar mar adentro, porque solamente en la medida que arriesguemos algo en nuestra vida podremos decir que tenemos fe.

Cada Eucaristía es un momento privilegiado para sentir la voz de Jesús que nos dice como a Pedro: "Ven", y también, para decirle, juntos, como los discípulos postrados en la barca: "Realmente eres el Hijo de Dios".

P. VIVO
MISA DOMINICAL 1987/16


2.ORA/QUÉ-ES:PONERSE ANTE EL PADRE Y PRESENTARLE NUESTRA REALIDAD.

"Animo, soy yo, no tengáis miedo". Y aquella buena gente que pensaba que era un fantasma -quizá ahora pensaríamos que era un ovni- o vete a saber qué aparición. Y no: era Jesús, que cuando la barca, de noche, en la oscuridad, no avanza por el viento contrario, se presenta y tiende una mano.

La historia que hemos escuchado en el evangelio es bella, es reconfortante. Con un estilo poético, lleno de misterio, las palabras del evangelio invitan a contemplarnos a nosotros mismos ahí en el lago, sorprendidos ante las sacudidas de las olas, asustados porque de noche todo parece aún más difícil, y viendo que el viento es contrario, que no se avanza, que las cosas no funcionan. Y pensando, como pensarían los apóstoles, que lo de ser discípulos de Jesús sirve de muy poco, puesto que Jesús no está, se ha ido y nos ha dejado solos en el lío.

Imaginémonos la escena. La barca, las olas sacudiéndola bajo las escasas estrellas de una noche oscura... ¡Que desconcierto! Nuestro desconcierto, nuestra barca. La familia, la preocupación de los hijos, el trabajo, la constante pregunta de si realmente actuamos como deberíamos... Y el mundo, nuestra tarea en el mundo, nuestra contribución al bien colectivo...

La barca que no avanza. Y Jesús que no está. Pero en cambio... En cambio resulta que Jesús sí está. Resulta que está ahí, sobre el agua animando el camino de la barca. Lo que ocurre, lo que nos ocurre, es que nos cuesta mucho reconocerle y creer que realmente está ahí. Nos cuesta mucho oír su voz que dice: "¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!". Y además cuando le reconocemos, cuando le pedimos que nos haga caminar sobre el agua, resulta que tampoco nos fiamos del todo y nos hundimos. Y él tiene que decirnos aquello: "¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?"

Evidentemente todo parecería más fácil si la presencia de Jesús frente a nuestra barca -y frente a la barca del mundo, y frente a la barca de la Iglesia- fuese una presencia más clara, fuera un empujón que resolviera nuestros problemas de golpe. Pero resulta que no; la presencia y la compañía de Jesús no es ningún empujón que lo arregle todo: es una presencia suave, misteriosa, humana.

Es una presencia semejante a la presencia de Dios que hemos oído en la primera lectura -esa lectura también poética, llena de belleza-. Una presencia que no es un viento huracanado que agrieta los montes, ni un terremoto que rompa los peñascos, ni un fuego que lo arrase todo. Sino que es la presencia de un susurro: la presencia del amigo que acompaña y ofrece su mano.

Todo esto es importante para nosotros. Es como una invitación a reforzar nuestra relación con Dios, nuestra relación con Jesús Y es, sobre todo, una invitación a creer y una invitación a orar.

Una invitación a creer que, en verdad, Dios nuestro Padre y JC nuestro hermano están ahí, junto a nosotros, junto a nuestra barca. Están ahí, ofreciendo su compañía y su amistad, y sostienen nuestro camino incluso cuando el viento contrario nos impide avanzar y parece que no hay solución. Una invitación a creer, una invitación a escuchar las palabras que el mismo Señor nos transmitía en el salmo que hemos recitado: "Dios anuncia la paz. La salvación está cerca de sus fieles".

Y una invitación a orar, a aprender a orar. La oración es ponerse ante el Padre, ponerse ante Jesús y presentarle nuestra realidad, nuestras ilusiones y nuestros desencantos, nuestras pobrezas y nuestras esperanzas. Las nuestras y las de la gente que tenemos a nuestro alrededor, y las del mundo entero. Y así, con sencillez, sin necesidad de grandes razonamientos, como el que se dirige a un amigo verdadero, manifestarle nuestra esperanza en él, nuestra confianza en su amor, nuestros deseos de que su vida crezca en nosotros y en todos los hombres.

Sin duda es interesante leer este evangelio precisamente ahora, en este mes de agosto. Para muchos en estos días resulta probablemente más fácil encontrar algunos ratos de tranquilidad, de paz. Busquemos estos momentos. Y aprovechémoslos para eso que nos invita a hacer el evangelio: reafirmar nuestra fe, aprender a orar. Así, este verano, además del descanso físico y mental de las vacaciones, nos servirá también para tener mayor empuje en nuestra vida cristiana. Para que nuestra barca avance, halle su rumbo.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1981/03


3. J/VERDAD: ÉL ES EL SENTIDO MISMO DE SUS PROPIAS PALABRAS. SIN ÉL SON PALABRAS MUERTAS:/Jn/14/06

Quizá se piense que, más que en Jesús, sería en Pedro en quien deberíamos fijar la mirada. Sin embargo, las dos cosas son importantes. Primero hemos de fijarnos en Jesús el Maestro, porque del milagro y del símbolo aprendemos su lección, la lección de toda su vida, que consiste en mostrarnos a cada cual el "hombre que podemos y debemos ser", un hombre dispuesto a desafiar la fuerza del viento y el peligro de la vida, pues esas dificultades son presupuestos de la construcción del Reino de Dios.

Después, este dialogo de Pedro con Jesús presenta al apóstol como un prototipo de discípulo, caracterizándolo con la vehemencia de su amor al Maestro, pero también con la insuficiencia de su fe.

Pedro no es aquí un líder que haya alcanzado mejor que otros su relación con Jesús, sino que se hace portavoz de la situación en la que se encuentra "todo" discípulo. La duda parece ser un integrante continuo y siempre presente en los que quieren vivir la fe día tras día. Pedro es la figura del que confunde el entusiasmo, un tanto presuntuoso, con la fe, y no se da cuenta de que su salvación la debe más a un gesto del Señor que a su propia entrega, como lo hace observar el mismo Jesús.

Pero si la fe conlleva una gran carga de duda, también contiene el apoyo de la promesa de Jesús a todo el que cree. Dios no sólo rehabilita al hombre por la muerte de su Hijo, sino que también lo salva, es decir, lo acompaña en su caminar diario, nos dice Pablo en su carta a los romanos.

-El cristiano vive de la fe. FE/CR:

No de la fe en la fe, es decir, en cualquier fe. No de la fe en sí mismo, puesto que la fe es siempre una relación personal sino de la fe en JC. Creer en lo que se dice de JC no sirve para nada, si no se cree en la persona misma de JC. No es posible separar al Maestro de su doctrina, a Jesús del Evangelio. Porque él dice que es la "verdad", de modo que él es el sentido mismo de sus propias palabras, hasta el punto de que éstas sin él son palabras muertas.

Por tanto, la fe no es una doctrina sólida que, una vez recibida y poseída, podemos utilizar provechosamente sin Cristo, como algo que hubiera llegado a ser ya nuestra propiedad. El cristianismo, de ser así, perdería toda su fuerza y pasaría a ser una simple ideología ineficaz para la vida.

Pero la fe es una relación personal, como la confianza, aunque no sea solamente eso. De esa fe, de esa confianza, vive el cristiano; y cuando le falla, se hunde como Pedro, por su falta de fe o por su poca fe.

...................

Los vv. 28 al 31 recogen una parte propia de esta versión de Mateo que no se halla en las otras. Aparece aquí el talante de Pedro que anda siempre dudando entre el entusiasmo y el abandono, entre la decidida vocación de seguir al Maestro y la negación de haberlo conocido. Jesús no libera a Pedro de sus dudas, pero le ayuda para que no se hunda en ellas sin remedio.

EUCARISTÍA 1990/37


4. FE/SEGURIDADENEMIGA  LOS PRUDENTES ACONSEJAN TENER LOS PIES MUY AGARRADOS AL SUELO. JESÚS DICE QUE CAMINE SOBRE EL AGUA.

-LA BARCA EN LAS TINIEBLAS DE LA NOCHE

La escena del evangelio de hoy parece más bien un relato de aparición del Resucitado más que un hecho de la vida pública de Jesús. Es posible que la escena esté fuera de lugar. Pero lo mismo da. La escena tiene un sentido muy claro, y nos aporta una reflexión muy útil: la barca va avanzando en la oscuridad de la noche, a veces con dificultad, pero el Señor siempre está cerca, aunque no lo parezca.

La escena tal como está explicada invita a recrearse un poco en ella. Imaginémosla como si se tratara de una película: se ha parado la música de fondo, se ha hecho el silencio, es de noche, y se ve la barca avanzando con dificultad; de vez en cuando se oye el ruido de una ola fuerte; los discípulos preocupados, y más preocupados aún cuando Jesús se les acerca; y, finalmente, rompiendo el silencio, la palabra salvadora: "¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!" La escena se puede trasponer muy bien a nuestras vidas. Y el mensaje de Jesús, "¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!", es un mensaje que se dirige personalmente a cada uno de nosotros. A cada uno de nosotros, cuando nuestra barca va avanzando con dificultad, Jesús se nos acerca de manera a veces confusa, y no le reconocemos, y sólo vemos fantasmas. El nos invita hoy a saberlo reconocer, a saber que siempre está cerca de nuestra barca.

-EL DIOS DEL SUSURRO

La primera lectura es emblemática. El Dios del AT, que la misma carta a los hebreos tipifica como Dios de fuego y tempestad (12. 18ss), aquí se define como todo lo contrario. Al profeta Elías, que huye de Jezabel y que quería arrasar el reino pecador, Dios se le manifiesta lejos de las fuerzas atemorizadoras de la naturaleza: viene en el susurro, es el Dios de la confianza. Es, dirá el salmo responsorial con que oramos a continuación, un Dios que anuncia la paz, que está cerca para salvar, que lleva la fidelidad y el amor, la justicia. Jesús, al comenzar la escena evangélica, sube a la montaña a orar, a vivir en profundidad su unión con este Dios. Y después a los discípulos de la barca, se les mostrará como la presencia cercana del Dios que invita a la confianza en todas las ocasiones. La segunda parte de la escena evangélica con el empuje de Pedro que quiere ir hacia Jesús y luego su miedo que le lleva a hundirse, se encuentra sólo en el evangelio de Mateo. Mateo, como es sabido, tiene interés en mostrar cómo debe ser el nuevo pueblo de los seguidores de Jesús y toma, más de una vez la figura de Pedro como símbolo de este nuevo pueblo (dentro de dos domingos este hecho aparecerá muy claramente en la confesión de Cesarea).

Pedro ejerce una especial función, en este nuevo pueblo: es como un punto de referencia para todos. Se puede decir que él con su determinación y su empuje personal en el seguimiento "se lo ha ganado". Pero precisamente por eso Pedro debe ser de un modo muy claro signo de aquellas características fundamentales que Jesús quiere para su pueblo: signo, concretamente, de la capacidad de poner la confianza únicamente en la palabra de Jesús y no asustarse ni buscar seguridades en las cosas que este mundo considera fiables (este mundo considera fiable tener los pies muy agarrados en el suelo, y Jesús le dice a Pedro que camine sobre el agua).

La escena se aplica, por extensión, a la Iglesia, de la que Pedro es punto de referencia. El nuevo pueblo de Dios debe confiar en la palabra del Maestro y -digámoslo así- en los "métodos" del Maestro, unos métodos que probablemente cualquier persona razonable consideraría precisamente poco fiables...

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1990/16


5. AGUA/MU: LA AGUAS SIN CONSISTENCIA/SIN FORMA PERMANENTE SON EN LA BIBLIA EL SÍMBOLO DEL CAOS/DE LA DESTRUCCIÓN Y DE LA MUERTE. FE/RIESGO. LA FE NO ES LA SEGURIDAD DEL QUE SE QUEDA EN LA ORILLA SINO LA CONFIANZA EN MEDIO DEL RIESGO.

Los milagros que se narran de Jesús en los evangelios no son nunca hechos desnudos sino hechos significativos o "señales" del reinado de Dios. De manera que a nosotros, creyentes, nos importa sobre todo lo que estos milagros nos quieren decir y, en este caso concreto nos importa mucho saber qué significa la figura de Jesús caminando sobre las aguas. Las aguas en continuo movimiento, sin forma permanente, sin consistencia, son en la Biblia el símbolo del caos, de la destrucción y de la muerte; recordemos, por ejemplo, las aguas primigenias sobre las que aleteaba el espíritu de Dios para formar el cosmos del caos, o las aguas del diluvio universal que anegaron el cosmos y lo destruyeron para que pudiera surgir una segunda creación bajo el signo de la paz (el arco iris). Por tanto, si Jesús camina sobre las aguas, esto quiere decir que supera el poder de la muerte y por él y con él ha madrugado la última y definitiva esperanza de la verdadera vida para todos los hombres.

Nos dice el evangelista Mateo que los discípulos, al verlo venir de madrugada caminando sobre el mar, no lo reconocieron y, pensando que se trataba de un fantasma, tuvieron miedo pero Jesús les tranquilizó: "¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!". Lucas refiere algo semejante narrando la aparición del Señor resucitado: "Se presentó en medio de ellos y les dijo: Paz a vosotros". Sobresaltados y asustados, creían ver un fantasma.

Pero él les dijo: "¿Por que os turbáis, y por que se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo". Y entonces los discípulos se llenaron de asombro y de alegría, porque habían visto al Señor, y dieron testimonio de la resurrección de Jesús con gran valor, en medio de un mundo que les era hostil y en la ciudad donde habían asesinado a su maestro.

Realmente Jesús es el Hijo de Dios. Realmente ha resucitado de entre los muertos. Realmente es la resurrección y la vida, y los que creen en él no morirán para siempre. Pues también ellos, lo mismo que Pedro, aprenderán a caminar sobre las aguas de la mano del que ha vencido la muerte. Por extraño que parezca, esta fe se ha mantenido a lo largo de dos milenios y ha ayudado a infinidad de hombres y mujeres a vivir y a morir con esperanza, porque la muerte se ha convertido para los creyentes en el desfiladero de la vida y su aguijón le ha sido quitado.

La otra imagen que debemos considerar en este retablo de las maravillas es la de Pedro, que salta de la barca y comienza a caminar también por encima del agua. Una imagen sugerente para comprender la situación de todos los que seguimos a Jesús. Cuando Simón, el hijo de Jonás, escucha la palabra de Jesús y hace lo que éste le manda, es la "roca" que flota sobre las aguas, y las "puertas del infierno" (las fauces de la muerte, las aguas profundas) no prevalecen sobre él. Simón es Pedro, y sobre esta piedra construye Jesús su Iglesia. Por lo tanto lo que mantiene a Pedro es la fe en Jesús resucitado. Pero si Pedro duda y tiene miedo del viento y de las olas, entonces comienza a hundirse. Hoy nos movemos en un mar de dudas. Nadie parece estar seguro de nada. Acaso podamos exceptuar a los inconscientes, porque la ignorancia es muy atrevida; aunque éstos no están propiamente ni seguros ni inseguros, sino más bien "en la higuera". Pero los que están en la vida, están hoy en la duda. Las preguntas se suceden en cadena: ¿qué podemos hacer?, ¿qué debemos hacer? ¿qué nos cabe esperar? Son como las olas que amenazan nuestra existencia. La fe cristiana no es la seguridad del que se queda en la orilla o en la barca, sino la confianza en medio del riesgo. Porque la fe es como un salto, y los que no se atreven a saltar tampoco pueden comprobar que es posible caminar sobre un mar de dudas, respondiendo a Jesús que nos incita a la gran aventura: "Señor, si eres tu, mándame ir hacia ti andando sobre las aguas. Él dijo: Ven".

-El justo vive de la fe. Por la fe y en la fe en Jesús resucitado, no por la fe en la fe o por la fuerza del fanatismo, y tampoco por la fe en uno mismo, es posible la existencia cristiana y la fidelidad cristiana en medio de una sociedad en cambio permanente, en la que todo parece perder consistencia bajo nuestros pies.

La fe en Cristo es unión de vida con Cristo, el que vive y ha vencido a la muerte, porque él es el Señor y el Hijo de Dios.

Pero es también comunión de vida con todos aquellos con los que Xto se ha identificado, con los pobres y los sencillos, con los que apenas cuentan en este mundo, con los débiles, con los explotados. No se trata sólo de sentirse unidos en las ideas o en los intereses, sino unidos con las personas. Porque la fe es abrazar a Xto en los hermanos. Este es el abrazo que nos permite seguir de pie sobre las aguas, erguidos en nuestra dignidad de hijos de Dios, testigos de la verdadera esperanza. Este es el abrazo que alza al hombre sobre sus dudas. Por eso la fe es inseparable del amor al prójimo y de la lucha por la fraternidad universal. El justo vive de la fe, y su verdadera vida es el amor. El amor es más fuerte que la muerte.

EUCARISTÍA 1981/38


6.

Harto estaba Elías de su vida tempestuosa, de trabajos y persecuciones, cuando huyó al desierto. A la sombra de una retama, abrumado por vida tan azarosa, se deseó a sí mismo la muerte: "No puedo más, quítame la vida", gritó a su Dios. Y la respuesta de Dios, que nunca es respuesta de muerte sino de vida, no se hizo esperar: "Levántate y come; porque el camino es demasiado duro para ti". Elías se levantó, comió y caminó hacia el lugar donde Dios se manifiesta. Aquel era el lugar de la Alianza de Dios con Israel. Allí permitió Dios a Moisés contemplar sus espaldas, que era revelarle su misericordia.

Allí tuvo Elías una nueva experiencia de Dios. No apareció como fuego, ni como huracán, ni como terremoto; apareció como susurro de una brisa, signo de la espiritualidad de Dios y de la intimidad de su trato con los profetas. Pero ni la intimidad fue intimismo que le apartara de la vida real, ni el susurro tenía nada que ver con el descanso burgués que busca no-hacer, no-arriesgar. Bien al contrario: este encuentro de Elías con Dios, le ayuda a volver reconfortado al camino, y a reemprender la aventura de una vida cargada de riesgos.

Sigo pensando, ante las lecturas de hoy, en el clima del relajo veraniego y vacacional que nos envuelve también a los creyentes en estas semanas. También para este momento es útil la Palabra, y concretamente la que vamos a escuchar hoy, adormecidos por los calores de agosto, alejados transitoriamente de obligaciones pesadas. Hay entre los oyentes de la Palabra quienes se han acercado hasta este lugar para descansar lejos de su trabajo habitual; hay oyentes que acaban de regresar de sus vacaciones; los hay que no se marchan, pero buscan relajarse en largas horas de piscina; o los que esperan las fiestas patronales como válvula de escape de tanta presión acumulada en el año.

No me parece que fuerzo el texto de Elías. Veo en él a cualquier hombre de hoy huyendo de la vida azarosa, harto de conflictos, hacia cualquier lugar de reposo. No es que se desee la muerte, pero sí el abandono, cuanto más prolongado mejor, de la vida que le pesa. Hay que aprovechar este Mensaje de domingo veraniego para llevar a ese hombre una palabra de paz, de esperanza y de ánimo:

Levántate y come, hermano: porque el camino de la vida es demasiado duro para ti. Hay que ofrecerle un alimento que lleve paz a su corazón, fortaleza a su espíritu, e ilusión a su vida real, que está ahí, esperándole a la vuelta de la esquina, con toda su carga abrumadora, el matrimonio y sus tensiones, los hijos y sus conflictos... Tal vez también las tareas apostólicas, las reuniones, los grupos, las catequesis, el Sínodo que comienza... Vuelve al camino, elige a Jesús por tu Dios, que El te vitalizará; y arremete contra tus enemigos que, disfrazados de comodidad, pereza y egoísmo, te esperan en tu vida real para destruirte.

Habrá que ofrecerle fe en Jesús, para que no sea engullido y ahogado por la rutina diaria que le está esperando con toda su capacidad de destrucción. El Evangelio de hoy se convierte en parábola de todos aquellos que tienen miedo de la vida porque tienen miedo de la muerte, de ser destruidos. Las aguas agitadas que amenazan engullir al pescador de los mares, son el símbolo de nuestra vida azarosa que amenaza destruir juventud, esperanzas e ilusiones. Pero observa atónito el poder de Jesús para caminar sobre ellas:

-Señor; si no estoy alucinado; si tienes ese poder que manifiestas; si es verdad que contigo se puede caminar sin peligro de ser engullido por la historia, haz que yo también camine sobre las aguas.

Honda impresión hubo de producir en Pedro la catequesis escenificada que Jesús le dio: mirándole a El, caminaba seguro; cuando miraba las dificultades del momento y su propia realidad humana, se hundía. No fue sólo cosa de aquel día; iba a ser la experiencia de Pedro a lo largo de todos sus días de discípulo y de predicador del Evangelio por los caminos de Roma.

Que sirva la experiencia del Apóstol a quienes usan las vacaciones de alienación transitoria, y no han aprendido a utilizarlas para un fortalecimiento de la fe y de la esperanza que les ayude a amar, que es lo mismo que arriesgar, que servir, que vivir... "Levántate y aliméntate de fe; porque el camino de la vida es duro para ti, aunque trates de olvidarlo en estos días de vacaciones...".

MIGUEL FLAMARIQUE VALERDI
ESCRUTAD LAS ESCRITURAS
REFLEXIONES SOBRE EL CICLO A
DESCLÉE DE BROUWER/BILBAO 1989 .Pág. 129


7.

Jesús es reconocido como Hijo de Dios. Se trata de un momento capital en el descubrimiento de los discípulos. El relato no tiene probablemente otra finalidad que la de hacer ver a través de qué experiencias han llegado los discípulos a esta confesión de fe. La multitud vacilante, dominada por sus jefes, queda a un lado; no le será revelado el misterio. Incluso quedará prohibido comunicarle las cosas esenciales (16, 20). Por el contrario, este misterio va a ser "revelado" a los discípulos. Por lo tanto es lógico que Jesús "despida a las multitudes" y "obligue" a los discípulos a separarse de ellas.

Los discípulos están ahora solos. ¿Qué ocurre cuando se encuentran así, lejos de Jesús? Mientras Jesús "está con" sus amigos, hay confianza, paz (comparar con 28, 20). Pero cuando se aleja o parece desinteresarse de su destino -por ejemplo, durmiendo (8,24)-, entonces viene la turbación, la tempestad.

Precisamente es en la tempestad cuando Dios se revela. Jonás tuvo de ello una cierta experiencia cuando una oportuna tempestad le devolvió a su misión profética. Job lo entendió mejor todavía: "Yahvé respondió a Job desde el seno de la tempestad" (Job 38, 1; 40, 6). "Y Job respondió de esta manera: yo no te conocía más que de oídas, pero ahora te han visto mis ojos". E igualmente los héroes del Salmo 107 hicieron el mismo descubrimiento: les fue dado -mal de su grado, comenta el autor con humor- "ver las obras de Yahvé, sus maravillas en lo más profundo de los abismos" (vv. 23-32). Y un poco más arriba, en este mismo evangelio, después de que una gran agitación zarandeara la barca envuelta en la tempestad que había de calmar Jesús, es cuando los "hombres" sintieron la necesidad de preguntarse acerca de "Aquel a quien vientos y mares obedecen" (8, 24-27).

Es pues cuando la barca de los Apóstoles se ve envuelta en la noche -"en la cuarta vigilia" (hacia las 4 de la mañana)-, cuando se ve "sacudida por las olas", expuesta a un "viento contrario"; entonces es cuando Jesús "va hacia ellos andando sobre el mar". Es conocido el giro bíblico: Dios camina sobre el mar, en el Salmo 77: "Por el mar iba tu camino, y por las inmensas aguas tu sendero; y nadie conoció tus pisadas" (v. 20). Los discípulos se extrañan; no saben reconocer en Jesús a Aquel que traza "en las aguas su sendero"; y le toman por un fantasma.

Será necesaria la frase soberana de Jesús: "¡Soy yo!", para que le reconozcan de veras.

Reconocerle, confesando lo que es en realidad. Para Mateo, ese "soy yo", dicho en medio del mar, es proclamación de la identidad divina. Es la fórmula con que se reveló Dios a Moisés, y después a Israel, en el curso de una aventura histórica en la que el mar había jugado el papel que es conocido, mostrando a su manera la omnipotencia de Yahvé-Yo soy.

Pero la revelación no ha alcanzado de lleno al corazón de los discípulos. Pedro nos lo prueba. Necesita hacer la experiencia personal, inmediata, de la brutalidad de la tempestad, del peligro que hace correr, para que vuelvan a hallar en lo más profundo de su ser una aptitud para creer. "¡Señor, sálvame!", exclama; y ya tenemos a Jesús saludado por Pedro con el título de Señor Kyrios, traducción griega del nombre divino Yahvé, es decir: Dios próximo, eficaz... salvador.

Ahora ya la tempestad ha terminado; el viento se ha calmado. Los discípulos han comprendido: Jesús es "Hijo de Dios". Primero, era uno hacia quien dirigirse porque su aparición en medio del peligro tenía algo de fascinante: "mándame ir hacia ti", pedía Pedro. Ahora es Aquel ante quien uno "se prosterna": "Verdaderamente tú eres Hijo de Dios". La unanimidad de la fe está establecida; todos los que están presentes en la misma barca adoptan ante Jesús la misma actitud y confiesan la misma fe.

Causará extrañeza la elección de la 1 lectura, puesta en paralelo con el relato del encuentro de Jesús y de Pedro en medio de las aguas. Indudablemente se trata de un tema idéntico, que podría definirse no olvidando la importancia simbólica de los datos: tempestad y encuentro de Dios. Pero el tema es tratado de formas absolutamente contrarias. El motivo de esta diversidad es claro.

El lenguaje simbólico, extremadamente sugestivo, el único capaz de traducir algo de la experiencia inefable de Dios, es siempre deficiente en lo que a esta experiencia se refiere. Deficiente, hasta el punto de que se podrá decir que es a la vez capaz e incapaz de expresar la experiencia de Dios.

"Huracán, temblor de tierra, relámpagos no son más que los signos precursores del paso divino; el murmullo de un viento tranquilo simboliza la espiritualidad de Dios y la intimidad en medio de la que conversa con sus profetas", escribe R. de Vaux.

Podrá alguien sentir una gran dificultad en construir una homilía a partir de dos textos que se refieren a la misma realidad -el encuentro de Dios- y que lo expresan con el mismo tema simbólico -la tempestad- explotado en dos direcciones contrarias. A no ser que nos sensibilicemos al hecho de que estos dos pasajes no se contradicen en la superficie más que para... completarse mejor en profundidad. Podríamos entonces llegar a las reflexiones siguientes.

Los hombres del Antiguo Testamento ya habían realizado la dura experiencia, y varios de sus textos así lo afirman, de que Dios jamás se revela tan bien como en el seno de la tempestad. Se trata del momento en que el creyente, o la comunidad de los fieles, siente el desconcierto más profundo, experimenta con la mayor violencia la imposibilidad de la salvación humana. En ese momento es cuando esos fieles se hacen más aptos para acoger la revelación de Dios, y es el momento en que el poder amistoso de Dios se revela en su verdad seductora.

Con su habitual penetración y claridad, Pablo supo percibir y expresar perfectamente esta verdad fundamental. Términos conmovedores, únicos en la literatura neotestamentaria, afluyen en él para decir lo que, entre otros acontecimientos, la crisis sobrevenida en Corinto le había hecho descubrir. "Nuestra confianza no podía fundarse por más tiempo en nosotros mismos, sino en Dios que resucita los muertos" (2 Co 1, 8 s)... "Llevamos incesantemente en nuestro cuerpo la agonía de Jesús, a fin de que la vida de Jesús sea también manifestada en nuestro cuerpo" (4, 10 s)... "Con sumo gusto seguiré enorgulleciéndome más bien en mis flaquezas, a fin de que habite en mí el poder de Cristo" (12, 9).

Una enseñanza así es difícil de aceptar. Difícil primero de proponer, aunque no sea más que porque podría llevar a falsas interpretaciones, a aplicaciones tendenciosas. Por eso, no está mal que la doctrina que emana de la 1. lectura venga en cierto modo a completar la del evangelio. En el seno de la tempestad se encuentra a Dios... pero la tempestad no es más que un preliminar; quizá no hace sino disponer a ver. Dios está más allá de la tempestad, más allá de la turbación, del miedo. Dios es fuente de paz, de aliento eficaz, tranquilo. El encuentro de Dios lleva a la misión serenamente aceptada, valiente, eficazmente cumplida, como cuenta la continuación, no leída, de la historia de Elías.

Cuando el Hijo de Dios está en la barca, ésta no puede menos de llegar a ribera segura.

LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE MATEO
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1981.Pág 202


8.Sobre la primera lectura.

El primer Libro de los Reyes nos trae el relato de un suceso de la vida del profeta Elías, que es una catequesis clásica para comprender que al Dios de la Biblia no hay que buscarlo en lo espectacular sino en lo cotidiano. En el texto que leemos hoy escuchamos, por tres veces la aseveración "allí no estaba el Señor", al hablar de un viento huracanado, de un terremoto y de un fuego. Pero el Señor sí que estaba en la suave brisa.

Para nosotros es importantes saber reconocer dónde está presente el Señor; y para esto, lo mejor no es dejarnos llevar por nuestra imaginación, nuestros gustos o nuestras conveniencias, sino escuchar al propio Jesús, que nos dice con toda claridad dónde está y dónde no está.

-El Señor está en la Comunidad. Esta es una de las afirmaciones más rotundas y más importantes: "Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí en medio de ellos estoy yo" (/Mt/18/20). Buen aviso para franco- tiradores, visionarios y amigos de los personalismos; Jesús no dice nada de si tiene que haber algún miembro de la jerarquía o no, ni pone ninguna otra condición: simplemente dos o tres reunidos en su nombre, y él se hace presente.

Algo similar podemos deducir de otras palabras de Jesús: "Como el Padre me ha enviado, así os envío yo también" (Jn. 20, 21): la misma relación que une a Jesús con el Padre es la que une a los discípulos con Jesús; si quien ve a Jesús ve al Padre, quien ve a los discípulos ve al Señor.

-Está en los que tiene hambre y sed, en los que tienen problemas de extranjería, en los que no tienen ni para vestirse, en los enfermos y en los presos. El texto de Mateo 25, 37-40 no admite arreglos ni componendas: "cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, lo hicisteis conmigo". Por eso, quienes lo buscan entre los ricos y los poderosos, entre los bien situados y los que tienen una vida fácil, entre los construyen sus templos con oro y mármoles... no lo encuentran (lo más que encuentran es otro dios, que no el Padre de Jesús). En estas personas hay que buscarlo, en ellas hay que escucharle y en ellas hay que socorrerle y atenderle.

-Está en todo aquel que lucha por el bien de los hombres, por la paz, la justicia, la defensa de los derechos de los hombres; en definitiva de todo aquel que, desde cualquier credo político, religioso o social, dedica su vida a trabajar en favor de los hombres. Recordemos aquel momento en que unos discípulos le dicen a Jesús que han querido impedir que a uno que echase demonios porque no era de los suyos, y Jesús contesta que "el que no está contra nosotros, está a favor nuestro" (Mc. 9, 40).

Son tres pilares fundamentales, tres lugares clave para descubrir la presencia del Señor: la comunidad, los pobres, los que trabajan en favor del hombre. No son lugares excluyentes, pero sí los privilegiados; son las brisas de nuestro tiempo en las que se manifiesta el Señor, aunque no sean vistosas, llamativas, arrasadoras. Por el contrario, y aunque sean muchos los que se empeñen en buscarlo por otros caminos:

-No lo vamos a encontrar en la seguridad de los templos y de los rezos, "ni en este monte ni en Jerusalén se dará culto verdadero a Dios" (cf. Jn. 4, 21), sino que a Dios se le da culto en espíritu y en verdad.

-No está en muchos que se presentan diciendo venir en su nombre, proclamándose portavoces suyos o sus únicos interlocutores válidos (cf. Mc. 13, 6).

-No está donde los cálculos de los sabios y entendidos pueden prever, sino dentro de cada uno de nosotros (cf. Lc. 17, 20).

-Y, sobre todo, no está entre los muertos: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado" (Lc. 24, 6). No está entre los muertos de los cementerios, ni entre los muertos vivientes, ni entre las instituciones muertas (políticas o religiosas, civiles o militares), que no dan vida o incluso producen la muerte, ni en muchos de los proyectos, planes, ideales y metas de nuestra sociedad que, en el fondo, no buscan la vida de los hombres, sino dar rienda suelta al egoísmo de unos pocos.

Tenemos que seguir buscando al Señor, que nos da la vida y nos llama a la vida; y tenemos que buscarlo por los caminos que él nos señala. Su palabra es clara, precisamente porque la tentación del hombre de buscarlo donde no debe es fuerte. Pero ya no tenemos excusa: la comunidad (y en especial la comunidad reunida "en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" para celebrar la Eucaristía), los pobres y los que trabajan por la justicia y la fraternidad: ahí está él, y ahí hemos de buscarlo si, de verdad, queremos encontrarnos con él.

LUIS GRACIETA
DABAR/90/41


9.Sobre la primera lectura.

El hombre tiene una tendencia innata a buscar, a tratar de conocer lo que le es desconocido y, si puede, a dominarlo. Los misterios es algo que el hombre no sabe soportar mucho tiempo; necesita desentrañarlos y hacerlos suyos por un proceso cognoscitivo. Es la historia del hombre; continuamente anda éste intentando descubrir una nueva ley física o química o matemática que explique tal o cual fenómeno, una causa que explique un determinado efecto hasta el momento desconocido o conocido, pero incomprendido. Claro que no siempre el hombre ha dado con la clave del camino que le conduzca al descubrimiento de lo que ansía; por eso la historia del hombre también está llena de continuos fracasos, marcha atrás y rectificaciones; pero, evidentemente, gracias a eso ha ido adelantando.

Lo mismo ha pasado con la búsqueda de Dios, un gran misterio que a todos los pueblos de todas las épocas ha fascinado, sobrecogido e inquietado.

Los pueblos han buscado, a lo largo de todas las épocas, aproximarse a Dios, conocerle, desentrañar sus misterios, en definitiva: dominarle, hacerse con él para no vivir ya más bajo la angustia de tener que enfrentarse a un ser desconocido y, por tanto, peligroso, un enemigo en potencia.

Israel, pueblo elegido, fue en esto, sin embargo, no poco distinto al resto de los pueblos que con él convivieron. Israel no fue quien descubrió a su Dios sino que fue el mismo Yahvéh quien se dio a conocer al pueblo elegido. Israel nunca hubiera alcanzado a conocer al Dios verdadero; era Dios quien se tenía que revelar, quien se tenía que dar a conocer. Y así lo hizo. La historia de Israel es la historia de la revelación de Dios a los hombres.

Sin embargo, Israel no estuvo exento de los peligros de buscar a Dios, de querer descubrirlo él. Pero Yahveh iba a salir al paso de este peligro. Y así quedaría bien claro que Dios no está "en el viento huracanado, ni en el terremoto, ni en el fuego impetuoso". Por más que lo buscaran allí, no lo podrían encontrar allí, porque allí él no estaba.

A Dios se le debe buscar, porque allí se revela él y allí se le encuentra, sin sensacionalismos, sin acontencimientos espectaculares: en la labor diaria bien y puntualmente cumplida, en la sencillez de una vida que cumple la misión que Dios le ha encomendado, en la vida normal de quien ha encontrado su vocación y la realiza en quien lucha día a día por el cumplimiento de la justicia, aunque sea con una labor ignorada, oculta, callada, pero eficaz. Porque Dios está en "el susurro apacible".

Pero ¡ojo!, no engañarse; el "susurro apacible" puede dar lugar a equívocos; el susurro apacible no significa, precisamente, que Dios no sea "peligroso"; no significa que Dios es manso, manejable a nuestro antojo, dominable; no olvidemos que es un susurro apacible ante el que hay que cubrirse el rostro.

La primera lectura nos presenta hoy, pues, toda una catequesis sobre cómo y dónde se revela Dios y, por tanto, cómo y dónde encontrarle; es muy importante este texto de hoy, teniendo en cuenta que vivimos en una sociedad que prefiere el sensacionalismo fácil y la extravagancia sistemática a la hora de ponerse en la búsqueda de Dios. Por eso, por buscar fuera de sitio, es por lo que tantos y tantos hombres están dando en nuestros días no con el Dios verdadero sino con ídolos equívocos que no hacen sino despistar. Conviene tener cuidado a la hora de ponernos en la ruta de la búsqueda de Dios y no irnos tras lo más llamativo o tras lo más espectacular. A Dios, no lo olvidemos, se le encuentra "en el susurro apacible".

DABAR 1978/45