28 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO
15-24


15. «QUE SE DEJE COMER»

Cada año, cuando celebramos la jornada de Manos Unidas dentro de la «Campaña contra el hambre en el mundo», todo un revuelo de propaganda --posters, vídeos, diapositivas, artículos, homilías, estadísticas...-- trata de hacernos caer en la cuenta de la paradójica y sarcástica división del mundo en dos sectores: los que, teniéndolo todo, están inapetentes y los que se mueren de hambre porque no tienen nada. Y rezamos la oración de Juan XXIII: «Concede, Señor, pan a los que tienen hambre y hambre a los que tienen pan».

Desplegamos también actividades, haciendo colectas tranquilizantes en las que se recaudan cantidades con bastantes cifras. Y, luego, seguimos nuestra vida «hasta la próxima». Este podría ser, por tanto, el tema de la glosa de hoy, en que leemos «la multiplicación de los panes» como signo solidario de Jesús con los hambrientos que le seguían.

Pero nos dicen los comentaristas que, en ese pasaje, hay también una clara referencia a la eucaristía: «Tomando los panes, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, los partió y se los dio»

Y creo que, aquí, también vuelve a producirse la paradoja: mientras los que poseemos la eucaristía, no parecemos tener hambre de ella a juzgar por la facilidad con que la dejamos o la desgana con que la vivimos, existen otros que no la tienen y que quizá, inconscientemente, están hambrientos de ella.

¡Nuestra vivencia de la eucaristía! Creo que la hemos devaluado hasta convertirla en algo «opcional» y de «gusto personal». Desde la actitud de los primeros cristianos, de los que se nos dice que «eran constantes en la fracción del pan» hasta nosotros se han dado todos los «matices» de la vivencia:

--Están los que ven en ella, solamente, algo «obligatorio», algo que, si no se cumple, nos crearía conciencia de pecado.

--Están los que van a ella con «pasividad e indiferencia», sin esforzarse en entrar en la riqueza de su contenido.

--Están los que llegan «mecidos por la rutina» Es una costumbre dentro del horario del domingo: el preludio del aperitivo, de la buena comida y de la diversión de la tarde.

Es verdad que la iglesia, en sucesivas etapas de reforma litúrgica, nos ha puesto al día la importancia de «la Palabra» y la hondura de «los gestos del Sacrificio». Pero es verdad también que ahí siguen nuestra pasividad, nuestra rutina o nuestra injustificada deserción. ¿Qué es lo que pasa? ¿Cuál es la causa? ¿No será que quienes creemos en ella, no sabemos, o no intentamos, o no nos esforzamos en preparar adecuadamente, «apetitosamente», ese alimento que es Jesús-Palabra y Jesús-Eucaristía?

Cuando una madre es consciente de la inapetencia de su hijo, no sólo se esmera en traer buenos alimentos, sino en aderezarlos y prepararlos del modo más apetitoso «para que se dejen comer». ¿No será que a nosotros no nos preocupa demasiado esto de preparar bien la liturgia, es decir, de «servir bien a Jesús» para que «se deje comer»?

No se trata sólo, por favor, de elegir cuatro cancioncillas «del día», al ritmo de la guitarra. Se trata de que todo --lectura y homilía, canciones y signos, ademanes y micrófono, silencios también, silencios...-- en fin, todo, sea el condimento adecuado para aderezar esa fiesta-banquete-donación- sacrificio-presencia, que es la Eucaristía.

Yo no sé, amigos, si todas estas cosas están sonando demasiado a cocina y buena receta. Pero decidme vosotros si este «panis angelorum factus cibus viatorum» puede servirse de otra guisa. No. El «pan de los ángeles, convertido en alimento de caminantes, no puede ser echado a los perros».

ELVIRA-1.Págs. 71 s.


16.

Frase evangélica: «Dadles vosotros de comer»

Tema de predicación: EL PAN DE LOS POBRES

1. La comida es uno de los gestos más habituales de los humanos, ya que es necesaria para sostener la vida, que es sagrada. Participada en comunidad, es signo de comunión, tanto a nivel humano como a nivel religioso. Por supuesto, comen juntos los hermanos y los amigos. El pan es símbolo de la creación antigua y nueva, ya que es elaborado por la técnica y por el trabajo del hombre y de la mujer. Su reparto es signo de generosidad. Se comparte en grupo, donde los comensales se unen.

2. Según la expresión profética de Elías y Eliseo, el pueblo será saciado en la plenitud de los tiempos mesiánicos, ya que el reino de los cielos es el banquete de los pobres. Al multiplicar Jesús el pan, indica que los tiempos mesiánicos han llegado. Nada menos que en seis ocasiones hablan los evangelios de la multiplicación del pan. El señorío de Jesús es respuesta a las más profundas necesidades humanas, una de las cuales es satisfacer el hambre. Por esta razón tienen en los evangelios un gran relieve las comidas de Jesús: con los pobres (multiplica el pan), con los pecadores (los reconcilia) y con sus discípulos (les enseña a compartir). Se despide con una cena y regresa, una vez resucitado, para comer con los suyos.

3. El relato de la multiplicación del pan -relatado seis veces distintas en los evangelios- tiene una dimensión social y una intención eucarística. Jesús se compadece de la multitud y da las gracias. La eucaristía anticipa el festín escatológico en la medida en que es comida compartida y gesto sacramental. A la acción de «comprar» opone Jesús la de «dar»; «sentarse en la hierba» es gesto de personas libres, no de esclavos; los números siete (cinco panes y dos peces) y doce (los cestos) representan la plenitud. En el fondo, esta escena está en relación con el Éxodo y con la realidad humana: un pueblo que tiene hambre (sin poder comprarlo), en un lugar desierto (mundo injusto) y en el que falta la comida (Tercer Mundo), pero donde el pueblo quedará saciado (con la justicia del reino).

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Compartimos con los pobres nuestro pan?

¿Qué hacemos para que la sociedad sea más justa?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 148 s.


17.

DE PAN MUERE EL HOMBRE CUANDO VIVE PARA EL PAN

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vaya a las aldeas y se compren de comer». Jesús les replicó: «No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer». Ellos replicaron: «Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces». Les dijo: «Traédmelos».

Mandó a la gente que se recostara en la hierba y tomando los cinco panes y los dos peces alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

Si hiciéramos una lectura rápida nos quedaríamos en la pura anécdota: Unos hombres que siguen a Jesús y consiguen comida fácil y rápida. Solucionan sus problemas, enfermedades y males porque inspiran lastima. Además vemos unos apóstoles ocupados con el Maestro y despreocupados de las gentes. Y un Jesús que manifiesta su majestad multiplicando panes y peces para alimentar con su «maná» a miles de personas. Si leemos el «milagro» como un gesto que explica y da a conocer un mensaje, como un sermón o discurso, y dejamos de lado el «hecho», que en sí no interesa demasiado, y el «mecanismo», el cómo lo realizó, que tampoco interesa, y nos fijamos exclusivamente en el «sentido», qué es lo que nos quiere decir, podemos concluir:

1. El seguimiento de Jesús está por encima de las necesidades del hombre. Las necesidades nunca son excusa para seguirle o abandonarle.

2. El conocer la doctrina en «proximidad», (seguirle), es tan importante como el alimento. Sólo de pan muere el hombre, cuando vive sólo para el pan.

3. Los apartados 1° y 2° se hacen realidad cuando los apóstoles viven la solidaridad: «Dénles ustedes de comer. Sin solidaridad no hay apostolado. Quien interesa a Cristo es el hombre entero, cuerpo y espíritu.

El quehacer de todo apostolado es sanar y salvar, liberar cuerpo y espíritu; dar pan y catecismo.

El cristianismo no es una ideología ni una doctrina; es una escuela de vida, un estilo, una forma de entender el ser hombre o mujer en este mundo, una vía de crecimiento, de humanización; por eso nada de cuanto pueda ocurrir a cualquier persona puede ser ajeno o dejar indiferente.

4. Se evangeliza, se es apóstol, desde lo que uno es y uno tiene, poniéndose y poniéndolo a disposición del pueblo. No se puede ser apóstol a tiempo parcial, a media jornada.

5. Quien evangeliza es Cristo y los demás son sus colaboradores en la medida en que sean capaces de altruismo, generosidad y de buena voluntad.

6. La generosidad paga más y mejor, hace más felices a los demás y da mejores resultados que el egoísmo. Cuando uno da y se da, se da cuenta hasta qué punto se le pide que se dé y le es imposible dejar de dar y de darse. La generosidad es como un pozo: cuanta más tierra sacas, más pozo queda. Cuanto más das, más te piden que te des.

7. El milagro hoy, para nosotros, más que verlo en la multiplicación de los panes y los peces, que no está a nuestro alcance, está en el dar. Le llamaremos el milagro de la generosidad, del compartir. Compartiendo, poniendo en común nuestros recursos, venceremos las necesidades.

8. En el dar no hay administración, o al menos no hace falta. En el guardar hay hasta contabilidad.

9. Dios no actúa mientras el rico, el que tiene, no deja de serlo porque parte y reparte.

BENJAMIN OLTRA COLOMER
SER COMO DIOS MANDA
Una lectura pragmática de San Mateo
EDICEP. VALENCIA-1995. Págs. 81-83


18.

 

- ¿Quién no tiene hambre y sed?

Todos sabemos lo que es tener hambre y sed. Y que no sentimos hambre sólo de la comida material. No sentimos sed sólo de la bebida material. Tenemos hambre y sed de muchas otras cosas: de amor, de felicidad, de paz...

Hoy las lecturas nos dicen que en Dios está la fuente de agua viva que puede saciar esta sed. En la primera el profeta, de parte de Dios, nos ha invitado: "Oid, sedientos todos, acudid por agua... Venid... escuchadme y comeréis bien, escuchadme y viviréis". Nuestro Dios es un Dios que nos está cercano, que conoce nuestros problemas y quiere saciar nuestra hambre. ¿No ha creado él este mundo en el que ha puesto una fecunda capacidad para alimentar a todos? Y ¿no nos ha enviado a su Hijo Jesús, para que fuera nuestro maestro y nuestro médico y también nuestro pan de vida eterna?

Hemos visto cómo Jesús, compadecido de aquella multitud que le seguía, además de predicar y curar a los enfermos, hizo uno de los milagros más significativos de su vida, la multiplicación de los panes y los peces. Así es como nos mostró el amor y la cercanía de Dios, que actuaba por medio de él.

- Dadles vosotros de comer

Este evangelio es un programa para los seguidores de Jesús. No deberíamos contentarnos con admirar el buen corazón o el poder de Jesús, sino imitarlo. Lo primero que solemos hacer, leyendo esta escena, es referirla a la Eucaristia. Porque recordamos que Cristo se nos presentó como el pan verdadero: "Yo soy el pan de la vida". En efecto, nunca agradeceremos bastante este don que nos dejó Jesús como testamento. En la Eucaristía quiso ser, no sólo nuestro maestro, sino también nuestro alimento para el camino. Esta admirable multiplicación de panes sucede cada vez que las comunidades cristianas se reunen para celebrar la Eucaristía del Señor, el Pan verdadero que nos ayuda a recorrer con fe el camino de la vida cristiana, que a veces no es nada fácil.

Pero tendríamos que aprender otra lección de ese Jesús que se hace solidario de los que pasan hambre, de los que están cansados del camino, de los enfermos, de los que buscan y no acaban de encontrar luz y sentido para sus vidas. "Dadles vosotros de comer". Los cristianos hemos recibido el encargo de repartir no sólo pan con mayúscula, sino también pan con minúscula: la cultura, el cuidado sanitario, la preocupación por la justicia a favor de los más débiles, la solidaridad con los que no tienen nada, los que pasan hambre, los que padecen las injusticias de la guerra o las consecuencias de las catástrofes naturales.

Cuando rezamos el Padrenuestro y pedimos "el pan nuestro de cada día", no nos estamos refiriendo directamente al pan de la Eucaristía, sino al pan de la subsistencia del que carecen muchos millones de hermanos nuestros en todo el mundo, y tal vez también cerca de nosotros.

El ejemplo de Jesús nos interpela: ¿qué hacemos nosotros para "dar de comer", en los varios sentidos de la palabra, a los que tienen menos que nosotros? ¿a los que carecen de hogar, de compañía, de cultura, de seguridad en la vida, de pan para sus hijos? ¿Nos refugiamos en la misma excusa que los apóstoles, que querían despachar a la gente, porque no veían posible el darles de comer? Claro que nosotros no podremos remediar todos los males del mundo. Pero podemos contribuir más de lo que pensamos.

- Las dos cosas: pan material y pan espiritual

Entonces sí, podemos pensar en dar también el pan espiritual, que tanto necesita nuestro mundo. Si, como Cristo, hacemos lo posible para remediar los problemas de los más necesitados, entonces podemos también poner nuestro empeño en la evangelización, en la Buena Noticia del amor de Dios.

Jesús curaba enfermos y luego les perdonaba los pecados y les anunciaba el Reino: les comunicaba esperanza porque atendía unitariamente su cuerpo y su espíritu. ¿No es eso lo que ha hecho la Iglesia de Jesús a lo largo de dos mil años: fundar escuelas, levantar hospitales, atender a los más necesitados, defenderlos de los abusos e injusticias, y luego también, anunciar la Buena Noticia, promover la fe y la verdad? El encargo "dadles vosotros de comer" es para cada uno de nosotros. Como padres de familia o catequistas en los grupos, o maestros en la escuela o testigos del evangelio en medio de la sociedad, ¿no deberíamos, por ejemplo, transmitir a nuestros hijos los mejores valores humanos y a la vez una formación cristiana? ¿no deberíamos mejorar la justicia social y además anunciar la Palabra de Dios?

Cuando damos de comer, cuando ayudamos a los demás, imitamos a Cristo. Nosotros no podremos hacer milagros, como él. Pero sí podemos contribuir a mejorar la sociedad y la situación de las personas: situación de pobreza humana o de pobreza espiritual, o de las dos a la vez. Si lo hacemos así, al final escucharemos aquellas palabras: "Entra en el Reino que te tengo preparado, porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber".

Así contribuiremos también nosotros al milagro de la multiplicación de panes: el pan que nos da a nosotros Dios, luego nosotros lo partimos y lo distribuimos a los que tienen menos que nosotros. Así actuó él. Así debemos actuar sus seguidores.

EQUIPO MD
MISA DOMINICAL 1999/10 39-40


19.

- NI PREPOTENCIA NI DERROTISMO ANTE LOS ACONTECIMIENTOS

Nos es muy difícil no desmoralizarnos cuando vemos que ni dominamos ni controlamos los acontecimientos y las situaciones de la vida. Quizás nos cuesta más a los cristianos y a la Iglesia en conjunto, porque a menudo tenemos una falsa idea sobre la providencia de Dios y la seguridad de nuestras percepciones y puntos de vista.

Hoy el evangelio puede ayudarnos a saber ver que no dominamos los acontecimientos pero que sí hemos de descubrir siempre respuestas positivas en las situaciones que vivimos.

Debió de ser un fuerte golpe para Jesús la muerte de Juan Bautista. Por eso busca un retiro y consuelo. Pero en cambio son muchos los que le requieren. "Siente lástima" y sabe entonces dejar sus planes y su propia sensibilidad herida. Y les atiende y cura a los enfermos.

Sus discípulos, como tantas veces nosotros, se ponen a la defensiva y tan sólo ven inconvenientes y pegas en las reacciones del pueblo. "Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer". Jesús les anima una vez más a tener una actitud positiva y entregada: "Dadles vosotros de comer". Pero ellos sólo constatan lo poco que tienen: "Aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces".

No confían ni en la iniciativa de Jesús ni en el dinamismo de la multitud ordenada en comunidad fraternal.

¿Por qué no aprendemos la lección en nuestra vida personal, social y eclesial? ¿No es, acaso, una lección muy oportuna y conveniente en los momentos en que vivimos?

- PROCUREMOS RESPONDER A LOS INTERROGANTES DE LA VIDA

Tanto la primera lectura, del profeta Isaías, como la segunda, de la carta a los Romanos, tienen una característica común muy interesante y que las sitúan también en esta ambiente de búsqueda y de discernimiento que tiene el Evangelio en medio de la confusión y de la problemática de las vivencias personales y colectivas que nos toca vivir.

Esta característica es el valor de interrogante en las dos lecturas, y la interpelación que suponen estos interrogantes para todos nosotros. Interrogantes profundos y misteriosos que mueven nuestra reflexión y nos empujan a buscar respuestas.

Se nos pregunta en la primera lectura: "¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta, y el salario en lo que no da hartura?". En la segunda sentimos este grito: "¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?". Ambas lecturas nos dan los elementos que nos ponen en camino para ir elaborando nuestra respuesta.

La primera nos viene a decir que la fe es una delicia, es una "pasada" como se expresan los jóvenes, y no una carga, ni una privación. Y que la vamos alcanzando gratuitamente, sin pagar nada a cambio, por obra del Espíritu que nos hace experimentar en nuestra vida personal y comunitaria la promesa de Isaías: "Comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos".

- EN TODO ESTO VENCEMOS FÁCILMENTE

Debiéramos saber de memoria, de carretilla, la segunda lectura de la carta a los Romanos, para que nos ayudara muchas veces como oración en las situaciones de nuestra vida.

Se trata de un precioso himno de esperanza, como de un bálsamo que cura nuestras preocupaciones, un antídoto que nos rehace de nuestros desánimos y depresiones. Nada "podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro". Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados... Por Jesucristo resucitado "vencemos fácilmente". Así lo afirma nuestro texto: vencemos y con facilidad. Seguro que a muchos de nosotros más bien nos parece que hay muchas dificultades, y cada vez más, para ser cristianos y para vivir la esperanza.

Por eso debemos hoy pedir que el Espíritu nos descubra hoy el sentido de esta expresión de la carta a los Romanos: "Pero en todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado". Y que sepamos saborear con gozo y alegría este humilde sentimiento de facilidad. Esta himno de la esperanza es uno de los gritos más potentes de la Buena Noticia de Jesús. Y nos ha de hacer activos, con los grupos y personas de buena voluntad, que los hay en todos los pueblos del mundo, para llevar hacia adelante la historia de la humanidad.

JOSEP HORTET
MISA DOMINICAL 1999/10 35-36


20.

Nexo entre las lecturas

Nos encontramos ante una de las verdades más consoladoras de la Sagrada Escritura: el amor misericordioso de Dios que se revela en el rostro de Jesús. La primera lectura tomada del profeta Isaías (1L) nos habla del gran banquete de los tiempos mesiánicos al que todos estamos llamados. Basta que uno tenga "hambre o sed", y es candidato apropiado para acercarse al amor de Dios. Es la pobreza humana la que conmueve el corazón de Dios. "Si alguno tiene sed, que venga, si tiene hambre que acuda, no importa que no tenga dinero" El hambre y la sed expresan adecuadamente esa necesidad vital y profunda que el hombre experimenta de Dios y de su amor. En el evangelio también aparece un grupo de hombres sin pan, sin sustento. Así como en el desierto Yahveh multiplicó los medios de sustento del pueblo hambriento, así Jesús hoy dará de comer a una multitud que no tiene con qué satisfacer sus necesidades básicas (EV). El alimento material nos lleva a la consideración de un alimento de carácter espiritual y que responde a la necesidad más esencial del hombre: su deseo de gustar a Dios, su anhelo de sentirse eternamente amado por Dios. El amor esponsal está inscrito en el alma humana con sello indeleble. De este amor ha hecho experiencia Pablo y lo proclama con franqueza y sencillez: ¿Quién podrá apartarme del amor de Cristo? No hay potencia alguna que pueda apartarnos del amor de Cristo. En Cristo se revela el rostro amoroso del Padre (2L).


Mensaje doctrinal

1. La condición para ser alimentado por Dios. El banquete en la biblia es una imagen del amor de Dios. Cuando se habla del banquete escatológico, se habla del amor de Dios que se manifestará al final de los tiempos. Lugar y ocasión de felicidad y de regocijo. Las viandas son símbolos de aquella felicidad que ha vencido las penas de la vida: el agua que refresca y calma la sed; el vino que alegra el corazón del hombre; la leche y miel que expresan la abundancia, suavidad y belleza de la tierra prometida. El hombre tiene una sed profunda, como quedó manifiesto en el diálogo entre Jesús y la Samaritana. "Quien beba de este agua volverá a tener sed. Pero quien bebiere del agua que yo le daré, no volverá a tener sed. Se convertirá en él en una fuente que salte hasta la vida eterna". El hombre es un eterno viandante y peregrino que conoce la sed y el hambre del camino. Es un ser que busca, que anhela, inquieto por encontrar su paz y su reposo. Sin embargo, no siempre acierta a dar con aquello que apaga la sed de su alma. La contemplación del mundo nos dice que es dramática su situación. Se despeña por cañadas profundas. Se abandona al mal y se hace sumamente cruel para sí mismo.

Por eso, el lenguaje del profeta Isaías es muy actual, es una invitación a no gastar en aquello que no nos da alimento, en aquello que nos deja igualmente hambrientos.

La condición que Dios nos pide para encontrar este agua, este vino, esta leche y miel, es la de escuchar su Palabra. Se trata de "inclinar el oído", inclinar el alma, inclinar el orgullo, inclinar la vida entera para contemplar el Plan de Dios, la Alianza que Dios ha establecido con su pueblo. La fuente de la vita se encuentra en la Palabra de Dios que se hace precepto, que se hace orientación, que se hace alianza. Dios habla a su pueblo. Lo ama. No permitirá que permanezca en la esclavitud de Egipto, no tolerará que venere otros dioses, no dejará que el pueblo muera de hambre y sed en el desierto. El Señor recogerá a su pueblo de todos los lugares donde se había dispersado. El Señor ama a su pueblo. Él es el esposo fiel. Israel es la esposa infiel. Pero el amor de Dios no conoce arrepentimiento y sus planes subsisten de edad en edad. ¿Quién podrá apartarnos del amor de Dios?

A nosotros, por tanto, nos corresponde escuchar la voz de Dios. Escuchar es una actitud bíblica. No es simplemente oír como transeúnte distraído y desmemoriado. Escuchar es acoger, es ponderar en el alma, como María. Escuchar es prestar el oído, prestar la aquiescencia de la inteligencia y voluntad. Escuchar es postrarse ante un Dios que habla y se revela. Escuchar es quitarse las sandalias para entrar en el lugar santo. Escuchar es recoger el alma y el espíritu, y decir con humildemente: "Heme aquí". Ante un Dios que se revela el hombre debe prestar la humilde sumisión. Así pues, escuchar no es sólo abrir el oído, sino abrir el corazón, poner en práctica la palabra de Dios, obedecer su voluntad. El drama del hombre consiste en "no escuchar" la voz de Dios, no querer dar el asentimiento, no confiar en la veracidad y en el amor de quien se revela.

Pero el amor de Dios no se detiene ante nuestras reticencias para escucharle. Así, nos envía a su Hijo, a su unigénito. La Palabra de Dios. En él, Dios hecho hombre, nosotros contemplamos, en rasgos humanos, el amor del Padre, el rostro del Padre. Quien ha visto a Cristo ha visto al Padre. Él nos habla con amor. El nos manifiesta el amor de Dios. El da su vida por amor al Padre y por amor a los hombres. Cuando el evangelio de hoy nos dice que Jesús vio a la multitud, sintió lástima y curó a los enfermos, nos está hablando del amor de Dios que no se detiene ante el pecado, ante la aparente derrota de su creación y de la realidad humana. El viene a rescatar lo que se había perdido. Viene a manifestar que Dios es amor, y no viene a menos en su amor. Por eso, en el Tabor el Padre había proclamado solemnemente: "He aquí, mi Hijo, mi predilecto, escuchadle". Escuchar la palabra de Cristo, ver su hoja de servicio, inclinar el oído ante sus palabras, alimentar nuestra vida y nuestro espíritu del amor de Dios, he aquí la tarea del hombre en esta tierra. "Venid a beber todos sin pagar".

2. Tener sed y dar de beber. Tener hambre y dar de comer. He aquí dos experiencias del hombre: la experiencia del hambre y de la sed y la experiencia del dar de comer al hambriento y dar de beber al sediento. El hombre padece sed y hambre. Ciertamente padece el hambre y la sed físicas. Tiene necesidad del agua y del alimento necesarios para la subsistencia. Pero padece, de modo más profundo, hambre y sed de verdad, de felicidad, de paz consigo mismo y con los demás. Es aquí donde se establece una paradoja: en la medida en que el hombre sacia la sed y el hambre de sus prójimos (próximos), en esa medida va saciando la propia sed. Si esto es así, quiere decir que la propia felicidad, la paz del alma, la realización espiritual, sólo se puede lograr en la entrega generosa a los demás. "Dadles vosotros de comer". Así, quien se preocupa sólo por su propia sed, está tristemente condenado a no encontrar sosiego a su inquietud, ni bálsamo para sus heridas, ni agua que sacie su seco paladar. La realización personal pasa a través de la entrega sincera de sí mismo a los demás. Quien se busca a sí mismo, se pierde. Y el que se da y se pierde a sí mismo, se encuentra para la vida eterna. ¿Cómo despertar en nosotros el deseo de dar de comer y de dar de beber? ¿Cómo hacer para que la propia vida se convierta en un don de Dios para los demás? Esto es lo que Jesús pidió a sus apóstoles: "dadles vosotros de comer". No es necesario que sigan padeciendo hambre, dadles vosotros de comer. La gracia vendrá de lo alto, pero los canales por los que se transmitirá sois vosotros: dadles vosotros de comer. En este domingo debe resonar en lo profundo del alma esta invitación: "dadles vosotros de comer". El mundo está a la espera de la manifestación de los Hijos de Dios.


Sugerencias pastorales

Uno de los rasgos más propios de la vida cristiana es su sentido misionero. En el alma del cristianismo está el sentido de la misión, del envío, de la buena noticia que se debe anunciar. Por desgracia, este espíritu misionero se ha debilitado en la conciencia y en la práctica de algunas de nuestras comunidades, y en la vivencia práctica de muchos cristianos. Por ello, es interesante volver a descubrir las riquezas de nuestro bautismo y de nuestra vocación cristiana, y su carácter misionero.

Afortunadamente, se percibe en la Iglesia un renacer misionero. Hay dos documentos que han contribuido a esta nueva toma de conciencia: la exhortación apostólica Evangeli nuntiandi (1975) de Pablo VI y la carta encíclica Redemptoris missio (1990) de Juan Pablo II. En ésta última el Papa afirma:El presente Documento se propone una finalidad interna: la renovación de la fe y de la vida cristiana. En efecto, la misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola! La nueva evangelización de los pueblos cristianos hallará inspiración y apoyo en el compromiso por la misión universal. (Redemptoris Missio 2) El ejemplo del Santo Padre y su encíclica sobre el tema, ha despertado un nuevo interés por la misión ad gentes. Se ha ido logrando poco a poco el fruto de la encíclica: renovación interna de la fe en los fieles. Son numerosas las iniciativas que se han puesto en marcha y otras que se están proyectando. Han surgido grupos de jóvenes, que a lo largo del año, especialmente en la semana santa, dedican tiempos específicos para ir a las pequeñas poblaciones para avivar la fe. Han surgido grupos de familias que, "en familia", van de hogar en hogar para compartir la fe con otras familias menos afortunadas y sin tantos medios de formación como ellas. Es importante subrayar la segunda razón que mueve al Papa a hablar de la misión : Pero lo que más me mueve a proclamar la urgencia de la evangelización misionera es que ésta constituye el primer servicio que la Iglesia puede prestar a cada hombre y a la humanidad entera en el mundo actual, el cual está conociendo grandes conquistas, pero parece haber perdido el sentido de las realidades últimas y de la misma existencia. « Cristo Redentor -he escrito en mi primera Encíclica- revela plenamente el hombre al mismo hombre. El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo ... debe ... acercarse a Cristo. La Redención llevada a cabo por medio de la cruz ha vuelto a dar definitivamente al hombre la dignidad y el sentido de su existencia en el mundo ».(3) (Redemptoris Missio 2)

Será muy útil buscar aquellos medios que favorezcan el espíritu misionero de nuestros fieles. En cada cristiano hay un corazón de apóstol. Es necesario avivarlo. Es necesario darle alas y medios de expresión. Es necesario "enviarlos a la misión": darles vosotros de comer, dijo Jesús a sus apóstoles. Este es el mejor servicio que podemos prestar al mundo y a nuestros mismos fieles.

P. Octavio Ortiz


21. COMENTARIO 1

EL REPARTO DE PANES Y PECES

Siempre me ha llamado la atención el relato evangélico de la multiplicación de panes y peces. He pensado instintivamente en un Jesús, especie de prestidigitador, pero con poder divino, para obrar lo imposible: alimentar a cinco mil con sólo cinco panes y dos peces, sobrando, para colmo, doce cestas. Cinco mil, sin contar mujeres y niños, que ya es gente...

Rebuscando en las páginas de la Biblia veo que Jesús tuvo su predecesor en el profeta Eliseo, quien dio de comer a cien personas con veinte panes. También en aquella ocasión se saciaron todos y sobró. Jesús, no obstante, supera con creces a este antiguo profeta.

Personalmente nunca he llegado a comprender el por qué de este relato. ¿Pudo suceder así como se narra? ¿No será éste un relato simbólico o metafórico? Basado en esta sospecha, voy a proponer otra interpretación; la de siempre ya la conocemos; a pesar de ser muy extraña, a fuerza de oírla nos parece normal y natural. ¿Normal hacer un milagro de este calibre? ¿Para qué? ¿Qué sentido tiene?

Los discípulos de Jesús, en esta ocasión, me parecen sensatos: "Estamos en despoblado -le dicen al Maestro-, y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer". Ellos no esperaban milagros aparatosos. Además, si estaban con Jesús en un lugar apartado de la gente, tenían sus motivos: se habían enterado del asesinato de Juan Bautista por parte de Herodes y temían que a su Maestro le sucediera otro tanto. Como Juan, Jesús no tenía pelos en la lengua. Había que pasar a la clandestinidad. Por eso, la presencia de la gente los incomoda. Lo ideal era despedirlos, disolver la manifestación para que las cosas no fuesen a más. Que Jesús deje de enseñar al pueblo...

Pero Jesús no está de acuerdo con estas sensatas propuestas: "Dadles vosotros de comer", les dice. Me imagino que se mirarían unos a otros, pensando que el Maestro no estaba en sus cabales...

Cinco panes y dos peces son todo un símbolo. Hasta Jesús, el pueblo judío se alimentaba de la doctrina-pan del Antiguo Testamento. (En arameo, doctrina ("hamira") y pan de levadura ("'amira") suenan igual. Cinco son los libros del Pentateuco; dos, el resto de las Sagradas Escrituras: los Profetas y los Escritos. Pan y pez, alimento básico en el norte del país, junto al lago. Los panes y los peces representan la enseñanza contenida en el Antiguo Testamento, alimento que no satisfacía al pueblo que estaba infla-alimentado como oveja sin pastor...

Jesús, pan de vida, "tomó los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente".

Esto es lo que Jesús hacía a diario: interpretar las Escrituras, explicarlas a partir de la realidad de su persona.

Y gracias a esta enseñanza, nace el nuevo pueblo de Dios, el pueblo cristiano, formado por cinco mil, como cuenta el libro de los Hechos (4,4), los convertidos al Evangelio.

Jesús, escrutando-interpretando-superando la Antigua Ley, se convierte en el verdadero alimento-pan-doctrina que sacia al nuevo pueblo de Dios, la comunidad cristiana. Un pueblo, que, como el antiguo Israel, también tiene doce pilares -los discípulos- cuya doctrina, recibida de Jesús, sacia a la comunidad. Sobraron doce cestas, una por cada tribu.

Más que ante un milagro o prodigio, estamos, a mi juicio, ante un relato simbólico. Por otro lado, difícilmente podemos afirmar o negar, desde el punto de vista histórico, si Jesús multiplicó los panes o no. La palabra "multiplicar" no aparece para nada en la narración evangélica y no olvidemos que los números juegan un papel muy importante, con categoría de símbolos, en todo el Antiguo Testamento.


22. COMENTARIO 2

UN BUEN EJEMPLO

Decíamos el domingo pasado que la opción por el reino de Dios y la necesaria renuncia a todo lo que es incompatible con él debe ser causa y efecto de la alegría de haber encontrado una mejor manera de vivir. El evangelio de este domingo pre­senta un ejemplo concreto: hay que renunciar a la riqueza no porque sea bueno pasar hambre, sino para que nadie la sufra.


PANES Y PECES

El evangelio de hoy es el relato conocido como «la multi­plicación de los panes y los peces», aunque, como vetemos, sería más acertado el título «el reparto de los panes...».

A continuación del discurso en parábolas, Jesús se entera de que alguien le ha dicho a Herodes que él, Jesús, es Juan Bautista -que había muerto asesinado por orden del rey-, que ha resucitado. El evangelio no explica por qué, pero al conocer esta noticia Jesús se marcha en la barca hacia un lugar despoblado.

La gente no había aceptado el contenido de su predicación, pero, quizá por curiosidad, quizá porque había empezado a despertarse en ellos una cierta inquietud, averiguan el lugar al que se dirige Jesús, se ponen en camino y, cuando él llega, se encuentra con que lo espera «una gran multitud».

Como habían rechazado su mensaje (véase Mt 13,53-58), Jesús no insiste, no sigue enseñando; peto no deja de manifes­tar su amor ofreciendo vida a quienes están faltos de ella: «le dio lástima de ellos y se puso a curar enfermos».

En lugar despoblado, se hace tarde. Los discípulos se dan cuenta de que aquellas gentes no habían traído nada para co­mer y proponen a Jesús que los despida para que «compren» provisiones con las que sustentarse. Pero Jesús les da una res­puesta sorprendente: «No necesitan ir; dadles vosotros de co­mer». Los discípulos, en tono que seguramente revelaba su asombro, le dicen: « ¡ Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces! » Jesús pide que se lo lleven todo, los cinco panes y los dos peces; manda sentar a la gente, «y tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció una bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos, a su vez, se los dieron a las multitudes. Comieron todos hasta quedar saciados y recogieron los trozos sobrantes: doce cestos. Los que comieron eran hombres adultos, unos cinco mil, sin mujeres ni niños».

La lección que da Jesús a sus discípulos es ésta: si renun­cian a quedarse con aquellos alimentos, que, según los criterios de este mundo, les pertenecen, y, reconociendo que son un don de Dios, los ponen a disposición de todos, su renuncia no les causará hambre; al contrario, saciará el hambre de todos.


EL NUEVO EXODO

La misión de Jesús incluye la realización de un nuevo éxo­do, de un nuevo proceso de liberación abierto esta vez a todos los que estén faltos de libertad.

La mayor de las esclavitudes -¡vigente todavía en nuestro mundo!- es el hambre. Por eso este episodio sirve como modelo del proceso de liberación que promueve Jesús.

La tierra de esclavitud son las ciudades y aldeas de las que procede la gente; allí rige la ley de lo mío y lo tuyo; y siempre hay alguien a quien le pertenece lo que a otros les falta. Allí, quien no puede comprar tiene que pasar hambre o, lo que es peor, tiene que renunciar a su libertad y a su dignidad para conseguir lo mínimo necesario para seguir viviendo. También allí hay una religión que distrae la atención de los pobres con minucias sin importancia y los mantiene quietos mediante el miedo al castigo divino, olvidándose de sus orígenes: la formi­dable intervención liberadora del Señor en favor de aquel pu­ñado de esclavos.

Salir de esa tierra de esclavos, romper con ese sistema so­cial y religioso es dar comienzo al nuevo éxodo, es emprender de nuevo el camino hacia la libertad, ahora definitiva.

En el primer éxodo Dios tuvo que alimentar a los israeli­tas que caminaban por el desierto enviándoles el maná; ahora Dios no va a hacer ningún prodigio. En este nuevo camino la intervención de Dios ya se ha producido: la lección que da Jesús con el reparto de panes y peces (cuando se comparte con amor, hay para todos y sobra) garantiza el alimento para todo el camino.

La meta del primer éxodo fue la tierra de Canaán, la tierra prometida; ahora toda la tierra se convierte en tierra prome­tida: está allí donde hay un grupo que ha comprendido el men­saje de Jesús, ha confiado en su palabra, ha descubierto que ese mensaje es el más valioso de todos los tesoros y se ha pues­to en marcha, camino de la libertad.

DICHOSOS LOS POBRES
A la luz de este relato podemos entender mucho mejor la primera bienaventuranza, «dichosos los que eligen ser pobres» (Mt 5,3). No se trata de buscar la pobreza porque ésta sea una virtud. Se trata de luchar contra ella de la manera más eficaz: renunciando a la riqueza, negándose a aceptar que pueda ser «mío» lo que el otro necesita para vivir, sustituyendo el insa­ciable deseo de tener por la alegría de compartir.

Y ahora se entiende también mucho mejor la respuesta de Jesús a la primera tentación («Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan... Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino también de todo lo que Dios vaya diciendo»: Mt 4,3-5). Y lo que Dios dice por medio de Jesús es que el hambre no se vence con milagros espectaculares y portentosos, sino con el no menos portentoso milagro de la solidaridad entre los hombres.

23. COMENTARIO 3

v. 13: Al enterarse Jesús, se marchó de allí en barca a un si­tio tranquilo y apartado. Las multitudes lo supieron y le siguieron por tierra desde las ciudades. 14Al desembarcar vio Jesús una gran multitud, se conmovió y se puso a cu­rar a los enfermos.

Jesús se entera de la opinión de Herodes sobre él (el episodio de la muerte de Juan es retrospectivo) y se retira. No enseña a la multitud. Su enseñanza para las masas ha terminado con las parábolas. Las multitudes están ciegas y sordas para el mensaje (13,14s). Sin embargo, cura a los enfermos. A pesar de la falta de respuesta, el amor de Jesús por la multitud no cesa (14: «le dio lástima»).

vv. 15-l8: Caída la tarde se acercaron los discí­pulos a decirle: -Estamos en despoblado y ya ha pasado la hora; des­pide a las multitudes, que vayan a las aldeas y se compren comida. 16Jesús les contesto: -No necesitan ir; dadles vosotros de comer. 17Ellos le replicaron: -¡Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces! 18Les dijo: -Traédmelos.

Mt señala el momento del día: había pasado la hora de la comida. Los discípulos se preocupan de ello y piden a Jesús que despida a la gente. «Comprar» significa volver a la sociedad de la que proceden para someterse otra vez a las leyes económicas que los han mantenido en la miseria. A «comprar» Jesús opone «dar»: son los discípulos los que tienen que dar de comer a la gente. Ellos estiman que no tienen lo suficiente. «Cinco» panes, en relación con los cinco mil hombres (21). Cinco panes y dos pe­ces suman siete, el número que indica la totalidad.

vv. 19-21: Mandó a las multitudes que se recostaran en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció una bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos a su vez se los dieron a las multitudes. 20Comieron todos hasta quedar saciados y recogieron los trozos sobrantes: doce cestos llenos. 21Los que comieron eran hombres adultos, unos cinco mil, sin mujeres ni niños...

«Recostarse» para comer era propio de los hombres li­bres y era la postura adoptada para la comida pascual, en recuerdo de la liberación de Egipto. Jesús coge todas las provisiones que tiene el grupo y pronuncia la bendición. Como en Mc, ésta repre­senta la acción de gracias a Dios por el pan; se desvincula el pan de sus posesores humanos para considerarlo como don de Dios, expresión de su generosidad y de su amor a los hombres. Repartir el pan y los peces significa prolongar la generosidad de Dios crea­dor. Cuando se libera la creación del egoísmo humano, sobra para cubrir la necesidad de todos. La saciedad está en relación con la promesa de 5,6; se realiza la liberación de los oprimidos propia del reino de Dios. Las sobras, que llenan doce cestos, indican que compartiendo puede saciarse el hambre de Israel.

La escena está en relación con el éxodo: lugar desierto, falta de comida, gente saciada inesperadamente. Se pensaba que el Me­sías había de cumplir el éxodo, la liberación definitiva. Jesús pro­pone en este episodio su modelo de éxodo. La gente ha salido de las ciudades (13), es decir, de la sociedad israelita (alusión a las ciudades que Jesús increpaba, 11,20). Es éste el punto de partida del éxodo. Al maná corresponden los panes y los peces que sacian a la multitud. No es un fenómeno prodigioso como aquél, sino una lección que da Jesús: el amor manifestado en el compartir todo lo que se tiene asegura la abundancia y libera de la esclavitud a la sociedad injusta. Este episodio se opone directamente a la pri­mera tentación. «El diablo» había propuesto a Jesús la solución milagrosa para el hambre. Jesús rechazó la tentación. La solución no se encuentra en un prodigio efectuado por el Hijo de Dios, sino en lo sencillo, al alcance de todos, en el compartir los bienes de la creación.

La escena prepara la eucaristía, que será la expresión del don total de Jesús y de los suyos. El pan de la eucaristía funda la posibilidad de compartir este pan. El número cinco mil, múltiplo de cincuenta (50 x 100, multiplicador que indica la repetición ili­mitada), alude a las comunidades proféticas del AT (1 Re 18,4.13; 2 Re 2,7); «hombres - adultos», la obra del Espíritu. El número cinco mil es, por tanto, simbólico; significa que, compartiendo el pan, se comunica el Espíritu, que lleva al hombre a su madurez y construye la nueva comunidad. De ahí la ausencia de mujeres y niños (símbolo de los débiles).

Mt describe con estos rasgos las características del éxodo de Jesús: la tierra de esclavitud es la sociedad israelita; la ley es el amor manifestado en el compartir, que continúa la generosidad de Dios y hace sobreabundar sus dones en beneficio de todos; la tie­rra prometida significa ]as comunidades del Espíritu.

Se explica también el sentido de la opción por la pobreza (5,3); «los pobres» son aquellos que no se reservan nada, sino que ponen lo que tienen a disposición de los que lo necesitan. Se cumplen aquí los dichos de Jesús sobre la generosidad (6,22s) y sobre la provi­dencia del Padre (6,25-34).


24. COMENTARIO 4

El texto evangélico comienza presentando a Jesús que se aparta de la gente, de los discípulos y de la barca (v.13), y la misma situación vuelve a relatarse en los vv. 22-23, que siguen inmediatamente al presente pasaje.

Hay, por consiguiente, una insistencia en el señalar el “retiro” de Jesús respecto a la multitud que volverá a repetirse en 15,21 y 16,4, semejante al alejamiento de los Magos respecto a Herodes en Mt 2,12.

Esta actitud está ligada al rechazo por parte de la multitud y de Herodes a la actividad profética de Jesús y del Bautista. Por eso, con las parábolas, ha concluido la enseñanza frente a ese auditorio que es ciego y sordo para el mensaje y “al enterarse” de la muerte del Bautista, Jesús se marchó de allí (v. 13). Mt 14,22 exigirá de los discípulos la misma actitud: “obligó a los discípulos a que se embarcaran...”

A pesar de esta falta de respuesta, sigue viva la compasión de Jesús por la multitud: “le dio lástima”(v. 14) y continúa en favor de ella su actividad benéfica, de la que son fruto la curación de los enfermos (v.14) y el relato de la primera multiplicación (vv. 15-21).

Esta se inscribe en una larga serie de acontecimientos que manifiestan el amor de Dios que triunfa sobre todas las dificultades como aparece en la lectura de la carta a los Romanos. Dicho amor se hace nutrición de sus creaturas como proclama alborozado el salmo interleccional “El Señor es clemente y compasivo (v.8)...cariñoso con todas sus criaturas (v. 9)... tú les das comida a su tiempo”(v. 15). De allí la invitación del profeta del exilio que invita a buscar en Dios bebida y alimento (Is 55,1-3).

El ofrecimiento del amor de Dios hecho comida hará al evangelista subrayar el significado eucarístico del episodio. Con la indicación temporal, ausente en Marcos, de “al atardecer” se relaciona este acontecimiento con el relato de la última cena (Mt 26,20) y con el de la sepultura de Jesús (Mt 27,57). Por otra parte, el v 19b: “alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se lo dio a los discípulos”, equipara este acontecimiento, mediante las fórmulas utilizadas, a la consagración eucarística (cf Mt 26,20). Esta asimilación explica la desaparición del tema de los peces a lo largo de la narración.

La celebración eucarística de la Iglesia primitiva es, por tanto, una de las fuentes de inspiración del relato. Junto a ella, otra de las fuentes inspiradoras más directas es el relato de la multiplicación de los panes de Eliseo en 2 Re 4,42-44.

Este último texto presenta a un hombre que trae panes al profeta. También él recibe la orden de alimentar a numerosas personas, y aunque señala la imposibilidad de cumplir la orden recibida, distribuye al gentío los panes. Como en Mateo se señala que después de la comida, el alimento “sobró”.

Ayudado con la referencia a este último texto, Mateo pone de relieve la función de los discípulos en esta primera multiplicación. Mucho más activos que en los textos paralelos de los restantes evangelistas, ellos hablan a Jesús de la situación de la multitud (v. 15), ellos reciben la orden de alimentarla (v. 16) y se convierten en intermediarios privilegiados del pan que Jesús ha destinado a la gente (v. 19c).

En este recorrido, Jesús debe vencer la resistencia de los suyos. El evangelista señala que ellos buscan la solución del problema en el marco de la sociedad comercial de la época: “que vayan a las aldeas y se compren comida”. En esta concepción sólo se puede satisfacer las necesidades en las actividades de intercambio, propia de las aldeas.

Frente a ese “comprar”, Jesús señala un nuevo camino que puede definirse en términos de “don”. Este camino se presente inicialmente como sin salida para los discípulos. Con la bendición sobre el pan, Jesús traslada a éste a otra esfera distinta de aquella en que lo sitúan las leyes de la oferta y la demanda. Pronunciando esta acción de gracias, Jesús coloca al pan en relación directa al creador, expresión de su amor.

El reparto significa colocarse en ese ámbito de generosidad divina, único medio para saciar la necesidad y el hambre de Israel, significado por el número doce de los canastos sobrantes.

Con el número de cinco mil para indicar a los saciados se alude a las comunidades proféticas de Eliseo (2 Re 2,7) constituidas por cincuenta hombres, multiplicadas por cien para indicar un número ilimitado. Compartir el pan es fruto de la acción del Espíritu que hace madurar al ser humano en el seno de la comunidad.

De esa forma, la comunidad cristiana es invitada a buscar la plenitud humana más allá de los ofrecimientos del circuito de la sociedad comercial. Se trata de constituir comunidades centradas en el compartir que encuentren expresión en la mesa eucarística. Esta debe readquirir su sentido primigenio. En ella la recepción del pan, originado en el amor de Dios por sus criaturas, debe llegar por medio de los discípulos a la multitud hambrienta. Los seguidores de Jesús se deben sentir profundamente comprometidos en esta tarea.



Para la revisión de vida

¿Cómo y de qué manera me convierto yo en pan para los demás? ¿El pan que yo ofrezco a los demás alimenta las ganas de construir el Reino o es más bien un pan que engorda y deja sentado?

¿Quiénes son para mí "pan" que alimenta mis ganas de servir a los demás?

¿Cuál es el pan que busco?


Para la reunión de grupo

-Cuando los discípulos acuden a Jesús, poco menos que a que resuelva milagrosamente la situación, o sea, cuando le pasan la responsabilidad sobre la situación de hambre que está viviendo la comunidad, Jesús reacciona reclamando la responsabilización de los discípulos: “Denles ustedes de comer”. Relacionemos esto con los siguientes refranes: “Ayúdate y Dios te ayudará”, “A Dios rogando y con el mazo dando”, “A quien madruga Dios le ayuda”…

-“Sólo tenemos cinco panes y dos pescados”. Los discípulos habían pensado que la solución sería “ir a comprar”; el dinero solucionaría los problemas. Al negarse Jesús, los discípulos tienen que volver la mirada no al dinero, sino a “lo que tenemos”, para ponerlo en común. ¿Este momento del evangelio se debe seguir llamando “multiplicación de los panes” o “división (reparto, distribución, compartimiento) de los panes”?

-“Cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños”. Hoy resuena como latigazo este versículo 21. Hasta en el mismísimo evangelio se ha colado esta forma machista de contar. Comentar en el grupo: ¿Cómo interpretar este hecho? ¿Es palabra de Dios?


Para la oración de los fieles

Te pedimos, Señor, que cada uno de los que formamos esta comunidad eclesial seamos "pan" para el hermano, para los hambrientos de este mundo.

Por todos aquellos que tienen hambre de trabajo, techo y pan; por los que tienen hambre de justicia e igualdad... para que no pierdan nunca la esperanza de formar un nuevo pueblo viviendo en la solidaridad.

Por todos los que mueren de hambre en nuestra comunidad mundial, por los millones de hombres y mujeres que no pueden llevar a su boca un pedazo de pan...

Por todas las personas e instituciones que, por pereza o insensibilidad, se niegan a revisar la discriminación de género que tiene el lenguaje habitual y siguen hablando “sin contar mujeres y niños”; para que todos hagamos un esfuerzo por hablar de una manera que tenga presente a la mujer.

Por todos los que ponen su confianza siempre en el dinero, en los préstamos internacionales hechos al país, en el endeudamiento económico creciente… para que los pueblos exijan una economía más soberana, que no supedite a los países a los préstamos y deudas internacionales, sino a la autonomía financiera y la solidaridad del pueblo.


Oración comunitaria

Danos, Señor, junto al hambre de ti, un hambre también insaciable de amor, de justicia, de libertad, para nosotros y para todos los humanos, especialmente aquellos a quienes el mundo actual estructuralmente se lo niega. Que, así, nuestra hambre de ti dará realmente contigo y no con un ídolo religioso que te suplante, a ti que eres el Dios del amor, de la justicia, de la libertad y de la implacable pasión por los pobres. Así nos lo enseñó Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina, y ama y camina con nosotros, por los siglos de los siglos. Amén.

1. J. Peláez, La otra lectura de los Evangelios I, Ediciones El Almendro, Córdoba

2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Seréis dichosos". Ciclo A. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

3. J. Mateos - F. Camacho, El Evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid.

4. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).