30 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO
25-30


25. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO

Comentario general

Sobre la Primera Lectura (Isaías 55, 1-3)

El Profeta invita y exhorta a todos al deseo y a la búsqueda de los bienes Mesiánicos:

Presenta los bienes Mesiánicos como un rico festín al que todos son invitados. Nadie queda excluido. A todos queda abierta la entrada gratuitamente (1). Jesús se aplicará a sí mismo esta profecía cuando dirá a la Samaritana: "El agua que Yo daré será agua de vida eterna" (Jn 4, 14). "El pan que Yo daré es mi carne para vida del mundo. Yo soy el Pan viviente. Quien comiere este Pan vivirá eternamente" (Jn 6, 51). Bebida y Pan de Vida que El a todos ofrece: "Yo al que tiene sed le daré de balde del manantial del agua de la vida (Ap 21, 7). E insiste todavía: "Venga el sediento. El que tenga sed tome de balde del agua" (Ap 22, 17).

Y dado que es frecuente tentación del hombre aficionarse a lo sensible y efímero y olvidar lo espiritual y eterno, el Profeta avisa: "¿Por qué gastáis dinero en lo que no es pan y os afanáis por lo que no sacia?" (2). Igualmente Jesús orientará a la Samaritana a dejar unos goces que no podían saciarla y a buscar el Agua de Vida y saciativa que El le iba a regalar (Jn 4, 13). Y también a su auditorio de Cafanaúm a afanarse no por el alimento corruptible, sino por el Pan de Vida eterna que El les iba a dar, que era El mismo (Jn 6, 26).

El Profeta define estos bienes a los que son todos los hombres invitados Y los llama: "Alianza Eterna" y las "amorosas y fieles promesas hechas a David" (3). Ahora conocemos mejor el sentido de estas palabras del Profeta. Gozamos ya plenamente de la "Nueva Eterna Alianza" (Mt 26, 27). Y asimismo gozamos de las fieles y amorosas promesas hechas a David. Pablo, en su discurso a los judíos en la Sinagoga de Antioquía de Pisidia, les dice cómo con la Resurrección de Jesús se ha inaugurado la Nueva Eterna Alianza y se han cumplido en los que nos adherimos con fe a Cristo las Promesas Mesiánicas hechas a David, y les cita este texto de Isaías (Act 13, 34).

Sobre la Segunda Lectura (Romanos 8, 35. 37-39)

Pablo cierra esta sección de la Carta, en la que ha puesto de relieve los frutos y la riqueza de la Redención, con una protesta cálida y ardiente de fidelidad y amor a Cristo Redentor.

En el estilo grávido de Pablo su frase "el amor de Cristo" significa a la vez el amor que Cristo nos tiene y el amor que nosotros tenemos a Cristo (35), y asimismo el amor que Dios nos tiene en Cristo y el amor que nosotros tenemos a Dios en Cristo.

Mirado desde la perspectiva de Dios y de Cristo nos inunda de paz y de consuelo el saber cómo este amor es sólido, seguro, indeficiente, infalible. ¡Cuánto nos ama Cristo que por nosotros ha muerto en la Cruz! (Rom 6, 6). ¡Y cuánto nos ama Dios que nos ha elegido y predestinado en Cristo! (8, 28). "In quo, omnia instaurare tibi complacuit, et de plenitudine ejus nos omnes accipere tribuisti. Cum enim in forma Dei esset, exinanivit semetipsum, ac per sanguinem crucis suae pacificavit universa: unde exaltatus est super omnia et omnibus obtemperantibus sibi factus est causa salutis aeternae" (Pref. Comm. I).

Ahora nos toca a nosotros responder a este amor de Dios Padre y de Cristo nuestro Redentor.

El corazón de Pablo nos dicta a todos la respuesta. Si amor con amor se paga, no podemos sino responder al amor de Dios y de Cristo con nuestro amor fiel, seguro, heroico.

Pablo desafía a la tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada, la muerte (35). Es decir, ninguna tribulación venida de parte de los hombres podrá robarnos nuestra adhesión a Cristo. Igualmente desafía a ángeles y principados, a poderíos y seres celestes e infernales (38). Es decir, a cuantas fuerzas y poderes cósmicos, según las concepciones de su tiempo, podían ejercer influjo hostil sobre el hombre. Ojalá pudiéramos repetir con la entereza y serenidad, con el afecto y cordialidad de Pablo este nuestro juramento cristiano: "Cierto, nadie ni nada podrá separarnos del amor de Dios; del amor que es en Cristo Jesús nuestro" (39). "Antes en todas las contradicciones triunfamos espléndidamente por obra de Aquel que nos ama" (37). La historia de la Iglesia, con sus millones de mártires y sus innúmeras legiones de almas fieles hasta el heroísmo, acreditan este amor fiel y cálido a Dios y a Cristo.

Sobre el Evangelio (Mateo 14, 13-21)

El Evangelista nos presenta a Jesús-Mesías ofreciendo un banquete milagroso conforme de él preanunciaban los Profetas: El Pan milagroso es figura y preparación del Pan Eucarístico (Mt 26, 26). Cristo el nuevo Moisés da al Pueblo Mesiánico un mejor "Maná" que el del Éxodo.

El milagro brota del corazón compasivo de Jesús: "Se le enternecieron las entrañas de compasión por las turbas" (14). Y el milagro de Jesús no desdeña, antes bien exige, la cooperación de los hombres. Estos aportan unos panes y los comparten generosos. Ahora la bendición omnipotente de Jesús trueca estos panecillos en un banquete para más de cinco mil comensales.

Los "Discípulos" a quienes se ha impuesto la responsabilidad de alimentar al Pueblo de Dios (17), son los "Mediadores"; por ellos la gracia del pan va de manos de Cristo a los comensales (19).

Pero según nos explicará San Juan, el milagro tenía en la intención de Jesús un claro sentido Mesiánico, aquel Pan milagroso era un "signo" para que todos entendieran la revelación de que El era el Pan de la Vida Eterna. Así les dirá luego: "Me buscáis porque habéis comido de los panes y os habéis hartado. Mirad de haceros no con el alimento corruptible, sino con el alimento permanente de la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre" (Jn 6, 27). El Pan saciativo es El: Su Palabra -su Eucaristía -su Persona.

Por tanto, el Pan que Cristo da a los hombres, el Pan que la Iglesia debe ofrecer a todos, es el Pan de la Vida Eterna. Lo cual no significa que no deba interesarnos y mucho el pan del cuerpo o el pan de la inteligencia. El Concilio nos dice: "La misión propia que Cristo confió a su Iglesia no es de orden político, económico o social. El fin que le asignó es de orden religioso. Pero donde sea necesario, la misión de la Iglesia puede crear, más aún, debe crear, obras al servicio de todos, particularmente de los necesitados, como son, por ejemplo, las obras de misericordia u otras semejantes" (G.8. 42). Es decir, debe tener entrañas de misericordia como Cristo. Debe dar pan o los hambrientos. Y debe dar a todos Pan de Vida Eterna.

*Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros de la Palabra", ciclo "A", Herder, Barcelona 1979.

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SANTO TOMÁS DE AQUINO


MODOS DE COMER LA EUCARISTÍA

1. Sacramental y espiritualmente

"En la recepción de este sacramento son de considerar dos cosas: el sacramento mismo y su efecto. La manera perfecta de recibir este sacramento se da cuando uno le recibe de tal modo que percibe también su efecto" (3 q.80 a.1 c).

2. Sacramentalmente

"Sucede a veces, como se ha dicho (q.79 a.3 y 8), que alguien se ve impedido de recibir el efecto de este sacramento; y tal recepción es imperfecta" (ibid.).

3. Espiritualmente

"Así como lo perfecto se contrapone a lo imperfecto, así la recepción sacramental, por la cual se recibe solamente el sacramento sin el efecto del mismo, se contrapone a la recepción espiritual, por la que uno recibe el efecto de este sacramento; por el cual efecto el hombre se une espiritualmente a Cristo por la fe y la caridad" (ibid.).

NECESIDAD DE COMULGAR

1. Diferencia con el bautismo

"Se puede alcanzar el efecto de un sacramento antes de recibirlo por el solo deseo de recibirlo. Por lo cual, antes de recibir este sacramento puede el hombre obtener la salvación por el deseo de recibirlo, como también antes del bautismo por el deseo de recibirlo. Sin embargo, hay diferencia respecto de estos dos sacramentos, y es que el bautismo es el principio de la vida espiritual y la puerta de los sacramentos; la Eucaristía, empero, es como la consumación de esta vida espiritual. Por esto la recepción del bautismo es necesaria para comenzar la vida espiritual, y la de la Eucaristía, para la consumación de la misma, mas no para que se tenga en absoluto, sino que basta tenerla por medio del deseo, como el fin se tiene en el deseo y en la intención. De ahí que la Eucaristía no es necesaria de esta manera a la salud, como el bautismo" (3 q.73 a.3 c).

2. El precepto de Cristo y de su Iglesia

"Hay dos modos de recibir la Eucaristía, a saber, espiritual y sacramentalmente. Es evidente que todos están obligados a recibirla al menos espiritualmente, porque esto es incorporarse a Cristo. Mas la manducación espiritual incluye el voto o deseo de recibir este sacramento. Y, por lo tanto, sin el voto de recibir este sacramento no puede haber salvación para el hombre; pero el voto sería vano si no se cumpliese cuando se presenta la oportunidad. Y por eso es evidente que el hombre está obligado a recibir este sacramento, no solamente por la ley de la Iglesia, sino por mandato del Señor, que dice (Le. 23,19): Haced esto en memoria mía. Por estatuto de la Iglesia se han determinado las épocas de cumplir el precepto de Cristo" (3 q.80 a.11 c).

LA COMUNIÓN DIARIA

1. Es útil

"Es útil recibirla a diario, para que el hombre obtenga cada día el fruto del sacramento. En consecuencia de esto, dice San Ambrosio (De sacram. 1.4 c.6: PL 16,464): "Si todas las veces que es derramada la sangre de Cristo se derrama por la remisión de los pecados, la debo recibir siempre, pues siempre peco, y debo tenerla siempre como una medicina" (3 q.80 a.10 c).

2. Es laudable

"Como el hombre necesita diariamente de la virtud saludable de Cristo, puede recibir laudablemente cada día este sacramento. Este sacramento es comida espiritual; y, en su consecuencia, así como se toma a diario el alimento corporal, así es laudable recibir cada día este sacramento. Por lo que el Señor nos enseña a pedirlo por estas palabras (Le. 11,3): El pan nuestro de cada día dánosle hoy; y San Agustín dice exponiendo estas palabras (1n lo. tr.11: PL 35,1487): "Si diariamente recibes el sacramento, diariamente resucita Cristo; pues hoy es cuando Cristo resucita para ti" (ibid., ad. 1),

3. Si existen las debidas disposiciones

"Se requiere que quien recibe este sacramento se acerque a él con gran devoción y reverencia. Así, pues, si alguno se halla dispuesto todos los días para esto, es laudable que lo tome cotidianamente. Por este motivo, San Agustín, después de haber dicho: "recibe a diario para que a diario te aproveche", añade: "vive de tal modo que merezcas recibirle cada día" (cf. Serm. suppos. serm.84: PL 39,1908). Sin embargo, puesto que muchas veces háyanse en la mayor parte de los hombres muchos obstáculos a esta devoción, por razón de su indisposición de cuerpo o de alma, no es útil a todos los hombres acercarse a diario a este sacramento, sino cuando se hallaren debidamente preparados para ello" (3 q.80 a.10 c).

g) LA EUCARISTÍA, ALIMENTO DE LA VIDA ESPIRITUAL

"La vida espiritual tiene cierto parecido con la corporal, porque las cosas corporales son como una imagen de las espirituales. Es evidente, con todo, que así como para la vida corporal Se requiere la generación, por la cual el hombre recibe la vida, y el crecimiento, por el que es conducido a la perfección de la vida, así también se requiere el alimento, por el que es conservado en ella. Y, por lo tanto, como para la vida espiritual fue necesario el bautismo, que es la generación espiritual, y la confirmación, que es el crecimiento, así fue necesario el sacramento de la Eucaristía, que es el alimento espiritual" (3 q.73 a.1 c).

"Todo el efecto que producen la comida y bebida materiales en cuanto a la vida corporal, es decir, el sustento, el crecimiento, la reparación y el deleite, todos estos efectos los produce este sacramento en cuanto a la vida espiritual. Por esta razón dice San Ambrosio (De sacram. 1.5 c.4: PL 16,471): "Este pan es el pan de la vida eterna, que sostiene la substancia de nuestra alma". Y el Crisóstomo (Super lo. hom.46: PG 59,260): "Se nos da a los que lo deseamos, para ser palpado, comido y abrazado". Y el Señor dice de sí mismo (Io. 6,56): Mi carne es verdaderamente comida, y mi sangre es verdadera bebida (3 q.79 a.1 c).

h) EFECTOS DE LA EUCARISTÍA

1. Da la gracia

"El efecto de este sacramento debe ser considerado primera y principalmente por lo, que en él se contiene, que es Cristo, quien, viniendo visiblemente al mundo, confirió al mundo la vida de la gracia, según aquello (Io. 1,17): La gracia y la verdad vino por Jesucristo. Asimismo, viniendo sacramentalmente al hombre, obra la vida de la gracia, como se dice (Io. 6,58): El que me come vivirá en mí" (3q.79a.1e).

"Se considera también el efecto de este sacramento por lo que representa, que es la Pasión de Cristo, y, por tanto, el efecto que la Pasión de Cristo hizo en el mundo obra este sacramento en el hombre" (ibid.).

2. Confiere la caridad

"Así como el bautismo se dice sacramento de la fe, la cual es el fundamento de la vida espiritual, así la Eucaristía se denomina sacramento de la caridad, la cual es el vinculo de la perfección (Col. 3,14), como se indica" (3 q.73 a.3 ad 3).

"Por las especies en que se da este sacramento puede considerarse su efecto, lo cual hace decir a San Agustín (In lo. 6,56 tr.26: PL 35,1614) : "Nuestro Señor ha puesto su cuerpo y su sangre en estas cosas, que, de múltiples que ellas son, se reducen a una sola de uno, porque la una, es decir, el pan, de muchos granos se hace una sola cosa; la otra, es decir, el vino, se produce de muchos granos, que forman un solo licor". Por lo cual dice además: "¡Oh sacramento de piedad! ¡Oh signo de unidad! ¡Oh vínculo de caridad!" (3 q:79 a.l e).

3. Disminuye la concupiscencia

"Aunque este sacramento no se ordena directamente a la disminución de la concupiscencia, sin embargo la disminuye por cierta consecuencia, en cuanto que aumenta la caridad, puesto que, como dice San Agustín (83 Quaest. q.36: PL 40,25), "el aumento de la caridad es la disminución del deseo". Confirma directamente el corazón del hombre en el bien, por lo que es también preservado el hombre del pecado" (3 q.79 a.6 ad 3).

4. Aumenta la devoción

"Este sacramento confiere la gracia actual con la virtud de la caridad... Según San Gregorio, "el amor de Dios no es ocioso, porque obra grandes cosas cuando existe" (In Evang. 1.2 hom.30: PL 76,1221). Y de aquí que este sacramento, según su propia virtud, no sólo confiere el hábito de la gracia y de la virtud, sino que también excita a obrar, según aquello (2 Cor. 5,14): La caridad de Cristo nos urge. Y de ahí es que por la virtud de este sacramento se fortifica el alma espiritualmente, por cuanto se deleita de una manera espiritual y se embriaga en cierto modo con la dulzura de la bondad divina, según aquello (Cant. 5,1),Venid, amigos míos, y embriagaos los muy amados" (3 q.79 a.1 ad 2).

5. Perdona los pecados veniales

"Este sacramento se toma bajo la especie de alimento nutritivo. La nutrición de la comida es necesaria al cuerpo para reparar lo que diariamente pierde por la acción del calor natural. Bajo el concepto espiritual hay en nosotros una pérdida diaria, que resulta del calor de la concupiscencia por medio de los pecados veniales, que disminuyen el fervor de la caridad, como se ha demostrado (2-2 q.24 a.10). Y así compete a este sacramento perdonar los pecados veniales, por lo cual dice también San Ambrosio (De sacram. 1.5 c.4: PL 16,471) que este pan cotidiano se toma para remedio de la debilidad diaria" (3 q.79 a.4 c).

"El efecto de este sacramento es la caridad, no sólo en cuanto al hábito, sino también en cuanto al acto, la cual caridad es excitada en este sacramento, por el que son borrados los pecados veniales. Luego es evidente que por virtud de este sacramento se perdonan los pecados veniales" (ibid.).

QUIEN COMULGA CON PECADOS VENIALES PERCIBE FRUTO, AUNQUE NO COMPLETO

"Los pecados veniales pueden ser considerados de dos modos: 1ro, como pasados; 2do, como realizados actualmente. Del primer modo los pecados veniales no impiden en manera alguna el efecto de este sacramento; pero puede suceder que uno, después de haber cometido muchos pecados veniales, se acerque devotamente a este sacramento y reciba plenamente su efecto. Por lo que toca al segundo modo, los pecados veniales no impiden del todo el efecto de este sacramento, sino en parte; pues se ha dicho ya (a.1 y 2) que el efecto de este sacramento es no solamente la adquisición de la gracia habitual o de la caridad; sino también cierta refección actual de espiritual dulzura, la cual es impedida si alguno se acerca a este sacramento con la mente distraída por los pecados veniales; pero no se destruye por esto solo el aumento de la gracia habitual o de la caridad" (3 q.79 a.8 c).


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Dr. D. ISIDRO GOMÁ Y TOMÁS

JESÚS Y SUS APÓSTOLES EN EL DESIERTO DE BETSAIDA. PRIMERA MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES

Explicación. -- El cuarto Evangelista ha omitido la mayor parte de los hechos ocurridos en el segundo año de la vida pública de Jesús: su objeto es llenar las lagunas de los sinópticos. Deja, por lo mismo, la historia de Jesús con la narración del discurso apologético pronunciado por el Señor en Jerusalén casi un año antes, cuando la curación del paralítico de la piscina (núm. 42), para reanudarla con la descripción del milagro de la multiplicación primera de los panes. Para este largo lapso de tiempo, en que tantas maravillas obró Jesús como hemos visto, no tiene San Juan más que estas pies palabras de transición: Después de esto... (v. 1), para entrar luego en la descripción del milagro de la multiplicación de los panes.

Los demás Evangelistas nos dan una serie de detalles preciosos que sirven para relacionar los hechos siguientes con lo ocurrido en los últimos días de la evangelización de la Galilea por Jesús, después de la muerte del Bautista.

Pero los cuatro Evangelios narran el hecho maravilloso de la multiplicación de los panes en el desierto de Betsaida. 'Las narraciones más detalladas y completas son las de Mc. y Ioh. Se comprende que los tres sinópticos coincidieran en la narración del estupendo prodigio, que marca uno de los puntos culminantes de la vida de Jesús. Cuanto a Juan, como a este prodigio está vinculado uno de los más profundos discursos de Jesús, el del Pan de la vida, toma el hecho milagroso como base de la disquisición teológica que le sigue, pronunciada por el Señor probablemente dos días más tarde, en sábado, en la sinagoga de Cafarnaúm. Si realmente fué así la multiplicación de los panes hubiese tenido lugar en lo que podríamos llamar jueves santo del año anterior al de la muerte de Jesús, al atardecer. Así Jesús, que no subió este año a Jerusalén para la Pascua, hubiese dado un avance de la institución de la Eucaristía en la multiplicación de los panes y en el admirable discurso que le siguió, un año cabal antes de la realidad.

CIRCUNSTANCIAS DEL MILAGRO (1-10). — Dos hechos principales refieren los sinópticos ocurridos después del martirio del Bautista: la vuelta de los discípulos de su primera misión y la resolución de Jesús de retirarse con ellos a un lugar apartado. Ya antes de que regresaran los discípulos, y por haber sabido Jesús que Herodes pensaba de él que era Juan resucitado, determinó el Señor dejar los dominios de Herodes. No era llegada todavía su hora. Era, por otra parte, profunda la conmoción popular por la muerte del Bautista: si corre la fama de que él es el Precursor resucitado, tal vez Herodes le persiga, sea para evitar una revolución popular, sea por instigación de Herodías: Y cuando lo oyó Jesús (lo que de él pensaba Herodes, y tal vez ya antes de la noticia de la muerte del Bautista) se fue de allí.

Mientras se dispone Jesús a realizar su designio de retirarse, y hallándose probablemente en Cafarnaúm, regresaron los Apóstoles de su primera predicación. Sólo en este pasaje da Mc. el nombre de "Apóstoles" a los Doce, y con razón, porque es la primera vez que ejercen su oficio de "Enviados" a la predicación del reino de Dios. Como el legado, cumplida su misión; da cuenta de su resultado a quien le envió, así los Apóstoles, con el gozo del deber cumplido, de la eficacia de su palabra y del maravilloso poder taumatúrgico que Jesús les había conferido, le dan cuenta al Maestro del éxito de su misión: Y llegándose los apóstoles a Jesús, contáronle todo cuanto habían hecho y enseñado.

Ignórase el tiempo que estuvieron separados Maestro y discípulos. Lo cierto es que llegaron éstos fatigados de su ministerio. Jesús, que oye con gozo la dilatación de su reino, piadoso y prudente Maestro como es, les invita a que vayan con él a descansar a un lugar solitario; así podrán volver a su ministerio con nuevas fuerzas: Y les dijo: Venid aparte a un lugar solitario, y reposad un poco.

Era imposible el reposo en Cafarnaúm, donde eran sobradamente conocidos Jesús y los apóstoles. A la agitación ordinaria que importaba la predicación y las curaciones se añadía la proximidad de la Pascua, que convertía la ciudad marítima en centro de confluencia de las caravanas que subían a Jerusalén: Pues eran muchos los que iban y venían, y ni aun tiempo tenían para comer. Por ello se dirigieron a la playa, y, entrando en un barco, se retiraron, a un lugar desierto y apartado, del territorio de Betsaida. Dos ciudades había de este nombre: una en la parte occidental del lago, patria de Pedro y Andrés, y otra en la parte oriental, hacia el norte, junto a la desembocadura del Jordán. Llamábase ésta Betsaida Julias, porque el tetrarca Filipo, que la había embellecido y dado el nombre de ciudad, quiso se llamara Julias en obsequio a la hija de este nombre, de César Augusto. La barquichuela queducía a Jesús y los Apóstoles abordó al otro lado del mar Galilea, esto es, de Tiberíades, junto a la planicie solitaria que se extiende al sur de Betsaida.

Escribe Juan para los fieles del Asia, desconocedores de topografía de la Palestina, y les designa el emplazamiento el mar por el de la ciudad que le da nombre.

La concurrencia en Cafarnaúm era enorme. Muchos que estaban en la playa vieron la partida de Jesús y el rumbo que la embarcación tomaba. Corrió veloz la noticia: por ello juntose muchedumbre de toda la comarca formada de gentes de toda edad y sexo, y siguiendo el camino que bordeaba el lago, se adelantaron para llegar antes que Jesús al lugar donde la embarcación hacía rumbo: Y los vieron muchos cómo se iban, y lo conocieron: y concurrieron allá a pie de todas las ciudades. La causa de que le siguiera tal multitud era el hecho y la fama de los milagros que Jesús obraba; había crecido la conmoción de las turbas porque también los Apóstoles se habían demostrado taumaturgos aquellos últimos días: Y le seguía una gran muchedumbre que veía los milagros que hacía con los enfermos. Sea que el viento hubiese sido contrario a los navegantes, o que Jesús se entretuviera con sus Apóstoles antes de desembarcar, la multitud se había anticipado al arribo de la barca: Y llegaron antes que él.

Tomaron tierra Jesús y sus apóstoles al pie de un promontorio, a alguna distancia de la ávida multitud. Lo primero que el Señor hizo fué subir a la colina, en cuya falda había desembarcado, para descansar allí con sus discípulos. Subió, pues, Jesús al monte, y sentóse allí con sus discípulos. Nota el Evangelista la proximidad de la Pascua para explicar la razón de aquella aglomeración extraordinaria de gente: Y estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos.

Desde aquella prominencia pudo Jesús contemplar aquella multitud enorme y abigarrada, y sus entrañas se conmovieron: Y habiendo alzado Jesús los ojos, y viendo que venía a él muy grande muchedumbre, compadecióse de ellos, porque eran como ovejas que no tienen pastor; y los recibió, y comenzó a enseñarles muchas cosas, y les hablaba del reino de Dios, y sanaba a los que lo habían menester. Había Jesús pasado al desierto para substraerse a las multitudes y descansar. Ni allí le dejan; ni allí deja él de darles copioso el pan del espíritu, de adoctrinarles sobre el futuro reino de Dios, de curar a los enfermos incontables. Va a cuidar también de la refección de sus cuerpos; contrasta la actividad de Jesús con la de escribas y fariseos, falsos pastores de aquel pueblo.

Entretanto atardeció. Los tres sinópticos nos dan el detalle de que se acababa el día: la predicación y las curaciones se habían prolongado, y el día había comenzado ya a declinar. Y como fuese ya muy tarde, se llegaron a él sus discípulos, diciendo: Desierto es este lugar, y la hora es ya pasada; despídelos para que vayan a las granjas y aldeas de la comarca a comprar qué comer. La propuesta de los discípulos no place a la misericordia de Jesús: Y él les respondió y dijo: No tienen necesidad de ir; dadles vosotros de comer. Con ello tienta Jesús a sus discípulos si reconocen el poder que tiene para dar pan a toda aquella multitud; quizás quiere manifestarles que si tienen fe bastante, ellos mismos podrán hacer el prodigio. Los discípulos no comprenden la lección, y, no sin alguna ironía de buena ley, dijéronle al Maestro, para significarle la imposibilidad de dar de comer a tanta multitud: ¿Iremos a comprar doscientos denarios de pan, y les daremos de comer? 200 denarios equivalen a unas 170 pesetas, fortuna que seguramente no contaba la comunidad de Jesús en sus reservas.

Entonces Jesús, como había probado a los Apóstoles en general, prueba en particular a Felipe, a quien dirige la pregunta porque se había revelado tardío en penetrar las cosas de Dios (Ioh. 14, 8.9): Dijo a Felipe: ¿De dónde compraremos pan para que coman éstos? Con la pregunta da Jesús relieve a la perentoria necesidad del pan, al tiempo que adiestra al discípulo en la fe: Esto decía por probarle, porque él sabía lo que había de hacer. Felipe, aludiendo seguramente a la cantidad que los demás discípulos habían considerado necesaria para dar de comer a la multitud, respondió: Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco,

La conversación de Jesús con los apóstoles ha llegado a un punto interesante. El sagrado grupo ha discutido vivamente la forma posible de satisfacer una necesidad grave, que afecta a ingente multitud. De pronto, Jesús puntualiza, como para resolver la cuestión, y les dice: ¿Cuántos panes tenéis? Id y vedlo. Y habiéndolo visto, dícele uno de sus discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro: Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos peces. Harían los Apóstoles una requisa de comestibles y sólo dieron con estos panes, alimento de gente mísera, especie de galleta en piezas de unos 25 centímetros de diámetro por 2 de espesor, y un par de pescados, probablemente en salazón, especie de arenques que abundaban en el país, donde había una importante factoría de pesca salada. El mismo hermano de Pedro, ante la miseria de lo requisado, hubo de decir: Más qué es esto para tantos? Con todo, Jesús quiere como base del milagro la aportación del pobre manjar: Y les dijo: Traédmelos acá.

Entonces dispuso Jesús la forma de aquel original banquete: Dijo, pues, Jesús: Haced que los hombres se sienten, por grupos, con el fin de facilitar la distribución de los manjares. Próxima la festividad de la Pascua, estaba la Palestina en plena primavera: montículo y llano verdeaban, cubiertos de tierno césped: Yen aquel lugar había mucho heno. Y se sentaron, según lo dispondría el mismo Jesús, en número como de cinco mil varones, mezclados seguramente con ellos mujeres y niños, en forma de pintorescos parterres, en grupos de a cien y de a cincuenta. Jesús lo quiere todo en orden. Con todo, más fácil es imaginar que describir el pintoresco e imponente espectáculo, que hacían más fantástico la soledad del lugar y los colores lampantes de la indumentaria judía. Sólo se cuentan los hombres, según dispone la ley (Ex. 30, 12; Num. 1, 2): ¿a qué número llegarían las mujeres y niños?

EL MILAGRO (11-15). — Distribuida la multitud en grupos, adoptó Jesús actitud solemne: Tomó, pues, Jesús los cinco panes y los dos peces, miró al cielo, con lo que demuestra referir al Padre lo que va a hacer, y los bendijo. Era esta bendición una impartición de la divina gracia, que en este caso producía la multiplicación de los panes benditos, como en la Ultima Cena producirá la transubstanciación del pan en el cuerpo del Señor. Y habiendo dado gracias en cuanto hombre, por haberse dignado Dios hacer tal milagro para bien corporal y espiritual de su pueblo, rompió los panes y los dió a sus discípulos, y los discípulos los dieron a las turbas, y los repartió entre los que estaban sentados: y asimismo de los peces, cuanto querían. Multiplicábase el pan en manos de Jesús y de los Apóstoles por una maravillosa adición de materia que no se concibe sino por creación o conversión de otra en ella; y como no se agotó la vasija de harina, ni la alcuza de aceite en casa de la viuda de Sarepta por la oración de Eliseo (3 Reg. 17, 14), así brotaban copiosamente los panes y peces de las manos de Jesús y de sus Apóstoles.

Fué estupendo el milagro: Y comieron todos, y se hartaron. Y para que apareciera mas patente a los ojos de sus discípulos el milagro, cada uno de ellos pudo recoger una canasta de pan sobrante, al mandato de Jesús, incluso Judas que había ya perdido la fe (Ion. 6, 71. 72), de donde le vino mayor condenación: Y cuando se hubieron saciado, dijo a sus discípulos: Recoged los pedazos que han sobrado, para qua no se pierdan: ¡Bella y ejemplar lección de previsión, seguramente a beneficio de los pobres! Y así recogieron, y llenaron doce canastos de pedazos de los cinco panes de cebada y de dos peces que sobraron a los que había comido. El número de los que comieron fué cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños. Atendidas las diversas circunstancias de los quehaceres domésticos de las mujeres y del cuidado de los hijos pequeños, y que los que saldrían al desierto serían ya de doce años para arriba, que eran los que acompañaban las caravanas que iban a la Pascua, Curci cuenta como unos 3.000, entre mujeres y niños, que deberían añadirse a los 5.000 hombres adultos.

Aquella multitud de hombres, imbuida de las ideas de un Mesías glorioso en el orden temporal, quiso llevar consigo a Jesús a Jerusalén, centro de la teocracia de Israel, adonde se dirigía para la celebración de la Pascua, fiesta instituida en memoria de la liberación de Egipto: allí le proclamarían rey y sacudirían el yugo de los romanos. El milagro que acaba de realizar es tan estupendo que basta para acreditarle de Mesías, el Profeta prometido por Moisés: Aquellos hombres, pues, cuando vieron el milagro que Jesús había obrado decían: Éste es verdaderamente el Profeta que debe venir al mundo. Corrió entre aquella multitud de hombres la voz y el propósito de llevarlo consigo para proclamarle rey: Y Jesús, cuando entendió que habían de venir a arrebatarlo para hacerlo rey...

Quizás los mismos discípulos, que participaban de las ideas del pueblo en este punto (Mt. 20. 21; Act. 1, 6), entraron en los sentimientos de la multitud. Humanamente, el entusiasmo irreflexivo de aquella muchedumbre podía comprometer la obra de Jesús; por ello separa, no sin violencia, a sus Apóstoles de la turba: Luego obligó a sus discípulos a que entrasen en la barca para que fuesen antes que él a la otra orilla, a Betsaida, mientras él despedía al pueblo.

Mientras los discípulos, con la pena de separarse del Maestro, se hacían a la mar, donde de nuevo debían ser testigos de su omnipotencia, Jesús, con suaves palabras, despidió al pueblo: Y cuando lo hubo despedido, huyó otra vez al monte él solo a orar. Y cuando vino la noche, dice lacónicamente Mt., estaba allí solo.

La escena es sublime. Cuando la obscuridad cierra el día, el rumor de la multitud que se aleja se extingue en la llanura; cruza el mar, rumbo a poniente, la barquilla de los Apóstoles; entretanto Jesús, solo en el desierto promontorio, dominando la multitud y sus queridos discípulos, que bogan mar dentro, entra en altísima oración con el Padre.

Lecciones morales. — A) Mc. V. 30. — Y llegándose los apóstoles a Jesús... — Los ríos, dice San Jerónimo, vuelven al lugar de donde nacen; los que son enviados a algún ministerio, deben volver a quien les envió. Aprendamos, cuando somos enviados, a no perder el contacto con quien nos envió, ni a excedernos en el ejercicio de lo que se nos ha cometido. Lo exige la razón de jerarquía, las conveniencias de régimen y la utilidad de los que ejercen el ministerio, así como la de aquellos entre quienes se ejerce.

B) Mc. v. 31. — Y les dijo. Venid... y reposad. — Jesús, tan acérrimo en el trabajo, que ha enviado a sus Apóstoles a una misión laboriosísima, quiere ahora que descansen, y que lo hagan donde no puedan ser molestados. Es el descanso una exigencia fisiológica y moral de quienes trabajan con ahínco en cualquier empresa. Dios descansa en su obra de la creación del mundo, e instituye el descanso semanal, que han respetado todas las legislaciones sabias. Quebrántanse las fuerzas del cuerpo y las del espíritu si se las somete a tensión violenta e ininterrumpida. Aprendan los trabajadores a descansar con mesura, que así lo reclama la economía de la vida; y los que tienen subordinados, para el desempeño de trabajos y ministerios de toda especie, sepan imitar a Jesús, dándoles el oportuno reposo.

C) Mc. v. 31. — Pues eran muchos los que iban y venían... — Debe el reposo tomarse en forma oportuna, para que se rehagan las fuerzas, no se relaje el sentido del trabajo. El des-canso debe ser un alto en la actividad ordinaria, no para hacerla entrar por el camino de la disipación y del tumulto, sino para que se sosiegue nuestra actividad fisiológica y moral y se canalicen luego mejor las energías. Para ello sirve sobremanera la práctica de los deberes religiosos del día festivo. ¡Cuán apartada de ello está la civilización de nuestros días, que tienta a todo trabajador, en los días de reposo, con toda suerte de diversiones, agitación continua, grandes aglomeraciones de muchedumbres, etc.! Es ello muy a propósito para concebir fastidio del trabajo.

D) Mc. V. 32.-Se retiraron a un lugar desierto y apartado... — Es el lugar que podemos hacernos nosotros, dentro de nosotros mismos, siempre que necesitemos templar nuestras fuerzas para el trabajo. No siempre es dado dejar la compañía de los hombres: entonces debemos buscar a Dios en nuestro espíritu. Siempre le hallaremos presente para alentarnos, darnos fuerza y descansar en su suavidad y seguridad: "En su paz dormiremos y descansaremos", con el Profeta (Ps. 4, 9).

E) V. 3. — Subió Jesús al monte, y sentóse allí con sus discípulos. — Plácenos considerar a Jesús como amador de la naturaleza: es su obra, porque es la obra del Verbo de Dios, y Jesús es el Verbo de Dios hecho hombre. Fatigado como se hallaba, él y sus discípulos, pudo retirarse a descansar con ellos en la tranquilidad de un hogar, en la placidez de la vida doméstica. No quiere, y va por mar a un monte solitario, desde el que se domina el pintoresco lago, con las ciudades marítimas allá en la lejanía... Y se sienta sobre la muelle y fresca hierba, en aquella tarde plácida de primavera. Se sienta, dice el Crisóstomo, no simplemente, para no hacer nada, sino hablando con diligencia a sus Apóstoles, y aunándoles cada vez más consigo. Es un momento en que el Pedagogo divino nos enseña a utilizar los recursos de naturaleza y gracia en provecho de nuestros prójimos. El espectáculo de la plena naturaleza templa y ensancha nuestro espíritu, le aleja de las mezquindades de los hombres, le prepara a las nobles empresas.

F) V. 11. — Tomó Jesús los cinco panes... y habiendo dado gracias... — ¿Por qué, dice el Crisóstomo, cuando cura al paralítico no ora, ni cuando resucita muertos, ni cuando calma las tempestades? Para enseñarnos que cuando empezamos a comer debemos dar gracias a Dios. Además, ora en las cosas pequeñas y no en las grandes, para que sepamos que no ora por necesidad, sino para darnos ejemplo, mayormente esta ocasión, cuando tenía ante sí millares de espectadores a quienes darlo.

G) V. 12. — Recoged los pedazos que han sobrado... — Jesús quiere que seamos buenos administradores. Fué generoso en la multiplicación de los panes: es cuidadoso en recoger sus fragmentos. Saca panes de la nada, y manda guardar en espuertas lo que sobró de la multitud. Para enseñarnos que, por abundantes que sean los bienes que la divina Providencia nos conceda, por simple herencia o donación o por el esfuerzo de nuestro trabajo, no podemos desperdiciarlos sin malbaratar la gracia de Dios. Nos atienden mil necesidades, presentes y futuras, a las que no sabemos si podremos hacer frente, porque cambian con facilidad las fortunas con el correr de los tiempos. Y a más de nuestras necesidades, que nos exigen previsión y ahorro, nos esperan mil otras necesidades de todo género, de cuyo socorro no podemos substraernos: los pobres, la prensa, el culto, las obras sociales de caridad, de beneficencia, de fomento de organizaciones católicas, según las exigencias de lugares y tiempos. Guardemos los fragmentos para que no se pierdan...

H) V. 15. — Y Jesús cuando entendió que habían de venir... para hacerle rey... — Era un rey, dice San Agustín, que temía le hiciesen rey. Ni era tal rey que le hiciesen los hombres, sin un rey que hace reyes a los hombres, porque reina siempre con el Padre, en cuanto es el Hijo de Dios. Ya los profetas habían vaticinado su reino en cuanto, según era hombre, fué hecho el Ungido o Cristo de Dios, y a sus fieles les hizo Cristianos, porque son su reino, congregado y comprado con la sangre de Cristo. Su reino se hará manifiesto cuando brille la claridad de sus santos después del juicio. Mas los discípulos y las turbas creyeron que había venido para reinar ya en este mundo: con lo cual quisieron que se anticipara a su tiempo. Pero ahora el tiempo de la plena realeza de Jesús ha llegado ya para nosotros: re-conozcámosle como nuestro rey, y seamos perfectos súbditos suyos.

(El Evangelio Explicado Vol. II Ed. Rafael Casulleras, Barcelona, 1949, Pág. 351 y ss)

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P Juan Lehman V.D.


LA MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES, SÍMBOLO DE LA SAGRADA EUCARISTÍA

La multiplicación de los panes, de que nos habla el Evangelio, es un símbolo de la multiplicación del Pan eucarístico.

1. El pan milagroso y el Pan Eucarístico. — Todo pan viene de Dios. El fue quien creó la semilla dándole fuerza y aptitud para reproducirse. A El, pues, debemos dirigir nuestra gratitud. El pan distribuido en el desierto, entre millares de personas, era asimismo un pan creado por Dios, un pan maravilloso. No era fruto de la tierra, sino producto de la palabra omnipotente del Eterno. Era un pan divino. Pero el Sacramento del Altar es el Pan divino por excelencia. Si, en el desierto, el pan natural fue multiplicado maravillosamente, en el Santísimo Sacramento lo vemos transformado milagrosa y misteriosamente. Si te dieran, como regalo, o como precioso recuerdo, un solo trocito de aquel pan multiplicado por Jesús en el desierto ¡con que alegría, con que amor y respeto lo guardarías, como el más preciado presente que se te pudiera ofrecer en la vida! Es probable que no exista ya en todo el mundo ni una migaja de aquel divino pan, y vana sería tu esperanza de ser algún día feliz poseedor de tan preciosa reliquia. ¿Pero acaso no tienes en el Santísimo Sacramento una maravilla infinitamente más perfecta y admirable? ¿No merecerá, pues, la Eucaristía tu admiración y tu amor, en mayor grado que aquel pan, material al fin, aunque de procedencia divina?

2. Muchedumbres hambrientas de entonces y de hoy. — Miles de personas eran las que siguieron a Jesús en el desierto y quedaron con El días enteros, hasta el punto de sentirse desfallecidas por el hambre. Jesús se conmovió, viendo al pueblo sufrir por su causa, y al momento trazó el plan de un estupendo prodigio. Cinco panes, que se le ofrecieron, le sirvieron de base para el milagro que aun hoy nos admira y asombra. Más de cinco mil personas comieron de aquel pan maravilloso, sin que sintieran ya la fatiga y el hambre que antes las atormentaba.

¿Qué otra cosa es nuestra vida más que un vasto desierto que debemos atravesar antes de llegar a la tierra prometida? Hambre y fatiga son las compañeras inseparables de nuestra existencia. ¿Quien nos dará pan y aliento para no desfallecer en el camino?

Jesús se compadece de nosotros. Aquel que se compadeció de la muchedumbre que en el desierto le seguía, Aquel que se compadeció de los débiles y hambrientos, no nos dejará sin consuelo, sin su auxilio poderoso. Un año después del milagro de la multiplicación de los panes en el desierto, Jesús dio a los Apóstoles reunidos en el Cenáculo de Jerusalén, el Pan misterioso, el Sacramento, que guardamos en nuestros altares como Viático, el Pan sagrado, destinado a los peregrinos, como sustento en el camino áspero y pedregoso que tienen que recorrer. ¿Quién podrá viajar sin alimentarse?

Quien come de este Pan recibirá vida y fuerza divina, y vencerá fácilmente las dificultades y obstáculos que se le han de presentar, en el largo transcurso de su peregrinación, a través del desierto de la vida.

3. Distribuidores de aquel pan, y de la Eucaristía. Jesús entregó el pan a los Apóstoles. Estos lo distribuyeron, y mientras partían aquel pan bendecido por el Maestro, contemplaron asombrados que se les multiplicaba entre las manos, de tal manera que todos comieron de él hasta hartarse. Nuestro Señor pudiera haber tenido el placer de repartir El mismo el pan al pueblo, en cuyo favor obró tan extraordinario portento. Más no quiso. Prefirió que los Apóstoles fueran los distribuidores de sus beneficios. Lo que ocurrió en el desierto ocurre también en nuestros días. El Pan misterioso, que guardamos en nuestros altares, está confiando al cuidado de los obispos y sacerdotes. El pueblo lo recibe de sus manos. ¡Qué honrosa misión, qué admirable distinción la del sacerdote! ¡Ser distribuidor de la gracia de Dios, del Pan divino! Si, los sacerdotes gozan de una gran dignidad.

La multitud, en presencia de tan extraordinaria maravilla, quiso proclamar rey a Jesús. Los cristianos, sin pretender elevar más a los obispos y sacerdotes, constituidos ya en tan alta dignidad, deben respetar y honrar en ellos a Nuestro Señor Jesucristo, cuyos ministros son, y rezar para que, con la gracia de Dios, se hagan cada día más dignos de su alta misión.

(Salio el Sembrador…, Tomo II, Ed. Guadalupe, Buenos Aires, 1946, Pág. 162 y ss).

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SAN AGUSTÍN

«Levanta los ojos al cielo para enseñarnos a dirigir allí nuestra mirada. Tomó en sus manos cinco panes y los dos pececitos, los partió y se los dio a sus discípulos. Cuando el Señor parte los panes abundan los alimentos. En efecto, si hubieran permanecido enteros, si no hubieran sido cortados en trozos ni divididos en cosecha multiplicada no hubieran podido alimentar a las gentes, los niños, las mujeres, a una multitud tan grande. Comenta San Jerónimo.

«Por eso la Ley con los profetas es fraccionada en trozos y son anunciados los misterios que contiene para que lo que estaba íntegro y en su primer estado no alimentaba, dividido en partes, alimente a la multitud de los pueblos. Cada uno de los apóstoles llena su canasto con los restos del Salvador para tener luego que alimentar a los pueblos o bien para mostrar con esos restos que los panes multiplicados eran panes verdaderos. Trata a la vez de explicar cómo en un desierto, en una soledad tan vasta donde no se encuentran sino cinco panes y dos pececitos, tan fácilmente se halla doce canastos. (Comentario al Evangelio de Mateo, 14, 19-20)

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Juan Pablo II

(Homilía de Corpus Christi del jueves 22 de junio de 2000)

1. La institución de la Eucaristía, el sacrificio de Melquisedec y la multiplicación de los panes es el sugestivo tríptico que nos presenta la liturgia de la Palabra en esta solemnidad del Corpus Christi.

En el centro, la institución de la Eucaristía. San Pablo, en el pasaje de la primera carta a los Corintios, que acabamos de escuchar, ha recordado con palabras precisas ese acontecimiento, añadiendo: “Cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva" (1 Co 11, 26). "Cada vez", por tanto también esta tarde, en el corazón del Congreso eucarístico internacional, al celebrar la Eucaristía, anunciamos la muerte redentora de Cristo y reavivamos en nuestro corazón la esperanza de nuestro encuentro definitivo con él.

Conscientes de ello, después de la consagración, respondiendo a la invitación del Apóstol, aclamaremos: “Anunciamos tu muerte. Proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!".

2. Nuestra mirada se ensancha hacia los otros elementos del tríptico bíblico, que la liturgia presenta hoy a nuestra meditación: el sacrificio de Melquisedec y la multiplicación de los panes.

La primera narración, muy breve pero de gran relieve, está tomada del libro del Génesis, y ha sido proclamada en la primera lectura. Nos habla de Melquisedec, "rey de Salem" y "sacerdote del Dios altísimo", que bendijo a Abraham y "ofreció pan y vino" (Gn 14, 18). A este pasaje se refiere el Salmo 109, que atribuye al Rey Mesías un carácter sacerdotal singular, por consagración directa de Dios: “Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec" (Sal 109, 4).

La víspera de su muerte en la cruz, Cristo instituyó en el Cenáculo la Eucaristía. También él ofreció pan y vino, que "en sus santas y venerables manos" (Canon romano) se convirtieron en su Cuerpo y su Sangre, ofrecidos en sacrificio. Así cumplía la profecía de la antigua Alianza, vinculada a la ofrenda del sacrificio de Melquisedec. Precisamente por ello, -recuerda la carta a los Hebreos- "él (...) se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen, proclamado por Dios sumo sacerdote a semejanza de Melquisedec" (Hb 5, 7-10).

En el Cenáculo se anticipa el sacrificio del Gólgota: la muerte en la cruz del Verbo encarnado, Cordero inmolado por nosotros, Cordero que quita el pecado del mundo. Con su dolor, Cristo redime el dolor de todo hombre; con su pasión, el sufrimiento humano adquiere nuevo valor; con su muerte, nuestra muerte queda derrotada para siempre.

3. Fijemos ahora la mirada en el relato evangélico de la multiplicación de los panes, que completa el tríptico eucarístico propuesto hoy a nuestra atención. En el contexto litúrgico del Corpus Christi, esta perícopa del evangelista san Lucas nos ayuda a comprender mejor el don y el misterio de la Eucaristía.

Jesús tomó cinco panes y dos peces, levantó los ojos al cielo, los bendijo, los partió, y los dio a los Apóstoles para que los fueran distribuyendo a la gente (cf. Lc 9, 16). Como observa san Lucas, todos comieron hasta saciarse e incluso se llenaron doce canastos con los trozos que habían sobrado (cf. Lc 9, 17).

Se trata de un prodigio sorprendente, que constituye el comienzo de un largo proceso histórico: la multiplicación incesante en la Iglesia del Pan de vida nueva para los hombres de todas las razas y culturas. Este ministerio sacramental se confía a los Apóstoles y a sus sucesores. Y ellos, fieles a la consigna del divino Maestro, no dejan de partir y distribuir el Pan eucarístico de generación en generación.

El pueblo de Dios lo recibe con devota participación. Con este Pan de vida, medicina de inmortalidad, se han alimentado innumerables santos y mártires, obteniendo la fuerza para soportar incluso duras y prolongadas tribulaciones. Han creído en las palabras que Jesús pronunció un día en Cafarnaúm: “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre" (Jn 6, 51).

4. "Yo soy el pan vivo, bajado del cielo".

Después de haber contemplado el extraordinario "tríptico" eucarístico, constituido por las lecturas de la liturgia de hoy, fijemos ahora la mirada del espíritu directamente en el misterio. Jesús se define "el Pan de vida", y añade: “El pan que yo daré, es mi carne para la vida del mundo" (Jn 6, 51).

¡Misterio de nuestra salvación! Cristo, único Señor ayer, hoy y siempre, quiso unir su presencia salvífica en el mundo y en la historia al sacramento de la Eucaristía. Quiso convertirse en pan partido, para que todos los hombres pudieran alimentarse con su misma vida, mediante la participación en el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre.

Como los discípulos, que escucharon con asombro su discurso en Cafarnaúm, también nosotros experimentamos que este lenguaje no es fácil de entender (cf. Jn 6, 60). A veces podríamos sentir la tentación de darle una interpretación restrictiva. Pero esto podría alejarnos de Cristo, como sucedió con aquellos discípulos que "desde entonces ya no andaban con él" (Jn 6, 66).

Nosotros queremos permanecer con Cristo, y por eso le decimos con Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6, 68). Con la misma convicción de Pedro, nos arrodillamos hoy ante el Sacramento del altar y renovamos nuestra profesión de fe en la presencia real de Cristo.

Este es el significado de la celebración de hoy, que el Congreso eucarístico internacional, en el año del gran jubileo, subraya con fuerza particular. Y este es también el sentido de la solemne procesión que, como cada año, dentro de poco se desarrollará desde esta plaza hasta la basílica de Santa María la Mayor.

Con legítimo orgullo escoltaremos al Sacramento eucarístico a lo largo de las calles de la ciudad, junto a los edificios donde la gente vive, goza y sufre; en medio de los negocios y las oficinas donde se realiza su actividad diaria. Lo llevaremos unido a nuestra vida asechada por un sinfín de peligros, oprimida por las preocupaciones y las penas, y sujeta al lento pero inexorable desgaste del tiempo.

Lo escoltaremos, elevando hacia él el homenaje de nuestros cantos y de nuestras súplicas: “Bone Pastor, panis vere (...) Buen Pastor, verdadero pan -le diremos con confianza-. Oh Jesús, ten piedad de nosotros, aliméntanos y defiéndenos, llévanos a los bienes eternos.

"Tú que todo lo sabes y todo lo puedes, que nos alimentas en la tierra, guía a tus hermanos a la mesa del cielo, en la gloria de tus santos". Amén.

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CATECISMO

La Eucaristía en la economía de la salvación
Los signos del pan y del vino

1333 En el corazón de la celebración de la Eucaristía se encuentran el pan y el vino que, por las palabras de Cristo y por la invocación del Espíritu Santo, se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Fiel a la orden del Señor, la Iglesia continúa haciendo, en memoria de él, hasta su retorno glorioso, lo que él hizo la víspera de su pasión: "Tomó pan...", "tomó el cáliz lleno de vino...". Al convertirse misteriosamente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, los signos del pan y del vino siguen significando también la bondad de la creación. Así, en el ofertorio, damos gracias al Creador por el pan y el vino (cf Sal 104,13-15), fruto "del trabajo del hombre", pero antes, "fruto de la tierra" y "de la vid", dones del Creador. La Iglesia ve en en el gesto de Melquisedec, rey y sacerdote, que "ofreció pan y vino" (Gn 14,18) una prefiguración de su propia ofrenda (cf MR, Canon Romano 95).

1334 En la Antigua Alianza, el pan y el vino eran ofrecidos como sacrificio entre las primicias de la tierra en señal de reconocimiento al Creador. Pero reciben también una nueva significación en el contexto del Exodo: los panes ácimos que Israel come cada año en la Pascua conmemoran la salida apresurada y liberadora de Egipto. El recuerdo del maná del desierto sugerirá siempre a Israel que vive del pan de la Palabra de Dios (Dt 8,3). Finalmente, el pan de cada día es el fruto de la Tierra prometida, prenda de la fidelidad de Dios a sus promesas. El "cáliz de bendición" (1 Co 10,16), al final del banquete pascual de los judíos, añade a la alegría festiva del vino una dimensión escatológica, la de la espera mesiánica del restablecimiento de Jerusalén. Jesús instituyó su Eucaristía dando un sentido nuevo y definitivo a la bendición del pan y del cáliz.

1335 Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y distribuyó los panes por medio de sus discípulos para alimentar la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía (cf. Mt 14,13-21; 15, 32-29). El signo del agua convertida en vino en Caná (cf Jn 2,11) anuncia ya la Hora de la glorificación de Jesús. Manifiesta el cumplimiento del banquete de las bodas en el Reino del Padre, donde los fieles beberán el vino nuevo (cf Mc 14,25) convertido en Sangre de Cristo.

1336 El primer anuncio de la Eucaristía dividió a los discípulos, igual que el anuncio de la pasión los escandalizó: "Es duro este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?" (Jn 6,60). La Eucaristía y la cruz son piedras de tropiezo. Es el mismo misterio, y no cesa de ser ocasión de división. "¿También vosotros queréis marcharos?" (Jn 6,67): esta pregunta del Señor, resuena a través de las edades, invitación de su amor a descubrir que sólo él tiene "palabras de vida eterna" (Jn 6,68), y que acoger en la fe el don de su Eucaristía es acogerlo a él mismo.

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Ejemplos Predicables

UNA TINAJA LLENA DE ACEITE

«Tras de haberle reprendido, púsose (San Benito) en oración junto con los hermanos. En el mismo lugar donde oraba con ellos había una tinaja de aceite vacía y cubierta. Y en tanto que el santo varón perseveraba en su plegaria, empezó a levantarse la tapadera que cubría la tinaja. A causa del aceite que había ido subiendo, rebasando el borde de la vasija, inundaba el pavimento del lugar en donde se habían postrado. Al darse cuenta de ello el siervo de Dios Benito, puso al punto fin a su plegaria y cesó de fluir al suelo el aceite. Entonces amonestó más por menudo al hermano desconfiado e inobediente a que aprendiese a tener fe y humildad. El monje, corregido saludablemente, se avergonzó de lo ocurrido, pues el venerable Padre había puesto de manifiesto con milagros virtud de Dios omnipotente, que antes mostrara con su exhortación. Y así, no había ya por qué nadie dudara de sus promesas, toda vez que n un momento, en lugar de una redoma de cristal casi vacía, había él devuelto una tinaja llena de aceite» (cf. SAN GREGORIO MAGNO, 1,2 de los Diálogos c.29: BAC, San Benito: Su vida, su regla p.217)


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SAN FRANCISCO DE ASÍS MULTIPLICA LOS ALIMENTOS

«Ardía en divino amor y procuraba siempre el bienaventurado padre dirigir sus acciones a más perfectas cosas, y, corriendo con generoso corazón tras el fidelísimo cumplimiento de los preceptos de Dios, aspiraba a poseer el ápice de la perfección. Así, pues, el año sexto de su conversión, abrasándose en encendidas ansias de obtener el santo martirio, quiso trasladarse a los confines de Siria para predicar la fe cristiana y la penitencia a los sarracenos y demás infieles. Entró en la nave que hacia allá dirigía su rumbo, mas vióse arrojado con los demás viajeros por los huracanados vientos de la deshecha tempestad a las partes de Eslavonia. Viendo con tal motivo defraudado su deseo, transcurrido breve tiempo, rogó a algunos marinos que se dirigían a Ancona que le llevaran consigo, porque en lo que restaba del año sería rara la nave que se dirigiese a Siria. Mas, rehusándolo ellos tenazmente, porque no ofrecía el precio del viaje, el varón de Dios, poniendo su confianza en el Señor, entró ocultamente en la nave con su compañero y se escondió en ella. Asistióle a no tardar la divina Providencia, pues un desconocido, trayendo consigo las cosas necesarias para la comida, llamó a uno de los que iban en la nave, temeroso de Dios, y le dijo: «Toma todo esto y entrégalo fielmente para el tiempo de la necesidad a los pobres que están escondidos en la nave». Así sucedió, porque se desencadenó una violenta tempestad y, empleados muchos días en remar inútilmente, consumieron todas las provisiones, quedando sólo la ración del pobre Francisco. Mas, por la gracia y virtud divinas, se multiplicó en tanta cantidad, que basté para atender copiosamente a las necesidades de todos hasta llegar al puerto de Ancona, aunque faltaban muchos días de camino. Re-conocieron los navegantes que habían sido librados de los peligros del mar por el siervo de Dios Francisco, y dieron gracias al Todopoderoso, que siempre se muestra amable y atento con los que: le sirven» (cf. CELANO, Vida de San Francisco c.20: BAC, Escritos completos de San Francisco de Asís y biografías de su época p.320‑321)


26. Fray Nelson Temas de las lecturas: Dense prisa y coman * Ninguna criatura podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo * Comieron todos hasta quedar satisfechos.

1. Abundancia, Regalo, Gracia
1.1 Las tres lecturas de hoy repican como campanas de pascua el tema del amor abundante de Dios. Nuestro Dios no es tacaño ni mezquino; es generoso, más allá de todo lo que podemos imaginar o afirmar. Y tal es su munificencia que a menudo da sin cobrar. La palabra clave del Nuevo Testamento y quizá de toda la Biblia lleva ese sello de lo gratis. Hablamos de la palabra gracia.

1.2 Esta idea del Dios dadivoso y magnánimo contrasta mucho con la idea del Dios de mente estrecha que muchos cristianos parecen tener en su cabeza. Según tal concepto, Dios estaría solamente a la caza de nuestros errores para llevar meticulosa cuenta de lo que hacemos mal o en qué fallamos. Es un Dios al acecho, amargado con la imperfección de su obra, indispuesto contra el hombre y predispuesto a condenarlo sumaria y definitivamente.

1.3 Frente a tal idea nos encontramos hoy con una invitación pasmosa: "los que no tienen dinero, vengan, tomen trigo y coman; tomen leche y vino sin pagar." Este es un Dios que conoce dos cosas: que necesitamos y que no podemos dar nada a cambio de lo que necesitamos. Este es un Dios compasivo del cual quedó escrito en el evangelio: "vio Jesús a la muchedumbre, se compadeció de ella y curó a los enfermos." Un Dios que multiplica panes, regala perdón, ofrece alimento a los hambrientos y enseña sabiduría sin cobrar.

2. Sí a las Necesidades, No a los Caprichos
2.1 ¿Por qué entonces estrechamos la idea de Dios? ¿Por qué la encogemos haciéndole como si pensara igual o peor que nosotros? Una razón es porque estos regalos de Dios tienen el propósito no sólo de calmar nuestras penurias sino de transformarnos a nosotros mismos. Y a veces pasa que queremos satisfacer el apetito pero a la vez seguir siendo las personas que hemos sido. Queremos no un Dios generoso sino un Dios a nuestro antojo. No un Dios para responder a nuestras necesidades sino a nuestros caprichos. Por supuesto, el Señor no se presta a ese juego.

2.2 Si creer significa aceptar no sólo lo que Dios nos da sino sobre todo aceptar al Dios que nos lo da, uno entiende que no es posible acoger la gracia de Dios sin llegar a ser creaturas nuevas, dispuestas a vivir no según la lógica antigua del egoísmo y la satisfacción sino a la manera nueva, con la lógica de la donación y la santidad, como nos mostró Cristo.

2.3 El amor que Dios nos ha dado tiene expresión en regalos concretos, como el pan multiplicado o el perdón ofrecido, pero es ante todo un amor que quiere QUEDARSE en nosotros, habitar en nosotros. Ese amor es el don mismo del Espíritu Santo, y de ese amor nada puede separarnos, como bien explica Pablo en la segunda lectura de hoy.


27. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

La segunda parte del libro de Isaías, a la que pertenece el texto que hoy meditamos, nos invita a hacer una valoración experiencial y sapiencial de la Palabra de Dios. Esta pequeña exhortación “cierra” los capítulos anteriores, desde el 40 hasta el 55, y ofrece una poderosa clave de lectura para comprender toda la segunda parte del libro. Además termina con el ya famoso texto que compara la Palabra de Dios con la lluvia vivificadora (Is 55: 10-11).

El hambre y la sed son mecanismos fundamentales de los seres vivos. Todo ser viviente necesita nutrición e hidratación, pero en los seres humanos, estas necesidades biológicas tienen carácter social. En muchas culturas humanas –no todas-, compartir la bebida y el alimento son mecanismos de socialización y de integración. El autor toma, entonces, esta necesidad vital y la traslada al campo de la fe para mostrarnos que para el creyente la Palabra de Dios es algo más que una comunicación divina. La Palabra de Dios se convierte así en una necesidad inaplazable que alimenta nuestro ser y nos vivifica. Jesús mismo, retomando las reflexiones del Deuteronomio (Dt 8, 3; 6, 13), combate la tentación contraponiendo la voluntad divina al inmediatismo humano (Lc 4, 3-4). El problema de la humanidad no es únicamente la satisfacción de las necesidades básicas, sino, también, hacer surgir y formar una consciencia que exija la justa distribución de los recursos, que lleve a que la humanidad cultive lo mejor de sí y lo entregue como solidaridad y justicia en un proyecto social alternativo al proyecto egoísta.

Pero el autor, como buen poeta y profeta, no se contenta con hacer una arenga o una instrucción legal; busca, por medio de la imagen asociada a los mejores frutos (trigo, vino, leche), que el lector encuentre no sólo consuelo sino deleite. La Palabra de Dios se convierte así en un manjar sabroso que puede ser degustado por la pura gratuidad divina. El olor del amasijo fresco, del vino bien conservado y de la leche fresca nos recuerdan los dones que Dios le ha dado a su pueblo; dones que ayudan al ser humano a construir un cuerpo vigoroso pero que deben ser acompañados por una degustación asidua de su Palabra.

Isaías nos hace una invitación a degustar con sabiduría todos los dones que Dios nos ofrece, sabiendo que lo mejor que podemos ofrecer nosotros mismos es la gratitud activa, que revierte sobre todos los menos favorecidos aquellos dones que unos pocos acaparan. Lo mismo ocurre con la Palabra de Dios, debe ser entregada con sabiduría y generosidad de modo que el pueblo de Dios no desfallezca. La Palabra de Dios nos invita y convoca a hacer de este ‘valle de lágrimas’ un jardín frondoso donde florezca la justicia y la sabiduría (Sal 72, 1-9).

La multiplicación y los peces nos evoca la gran tentación de considerar que únicamente la satisfacción de las necesidades básicas nos conduce al Reino. Jesús se preocupó de que sus discípulos fueran mediadores efectivos frente a las necesidades del pueblo, pero no recurriendo a la mentalidad mercantilista que reduce todo a la presencia o ausencia de dinero (Mt 14, 15). Es muy fácil, a falta de un benefactor, despedir a la multitud hambrienta para que cada cual consiga lo necesario. Pero Jesús no quiere eso; él pide a sus seguidores que sean ellos mismos quienes se ofrezcan a ser agentes de la solidaridad entre el pueblo, ofreciendo lo que son y todo (lo poco) que tienen. Entonces la ración de tres personas, cinco panes y dos peces, se convierte en el incentivo para que todos aporten desde su pobreza y pueda ser alimentado todo el pueblo de Dios, que es lo que simbolizan las doce canastas. En la intención del evangelista, Jesús demuestra de este modo que el problema no es la carencia de recursos sino la falta de solidaridad.

Lo que nos acerca a Jesús no son los muchos rezos, genuflexiones o ceremonias, sino el amor incondicional a él y a su Causa, el Reino. Algo que hizo diferente a Jesús de todos los predicadores de su época fue la capacidad para despertar los mejores sentimientos de la gente: amor, generosidad y respeto. Nosotros no deberíamos amar a Jesús con un amor diferente al amor con el que él nos ama. Si el nos amó con un amor solidario, generoso, compasivo… nosotros no podemos responderle con melifluas plegarias ni con lloriqueos o explosiones de emotividad, porque esto no sería amor recíproco. Por eso, si entendemos con qué amor Jesús nos amó, estaremos seguros de lo que proclama Pablo: nada nos puede separar del amor de Cristo.

Para la revisión de vida
¿Cómo y de qué manera me convierto yo en pan para los demás? ¿El pan que yo ofrezco a los demás alimenta las ganas de construir el Reino o es más bien un pan que engorda y deja sentado?
¿Quiénes son para mí "pan" que alimenta mis ganas de servir a los demás?
¿Cuál es el pan que busco?

Para la reunión de grupo
- Cuando los discípulos acuden a Jesús, poco menos que para que resuelva milagrosamente la situación, o sea, cuando le pasan la responsabilidad sobre la situación de hambre que está viviendo la comunidad, Jesús reacciona reclamando la responsabilización de los discípulos: “Denles ustedes mismos de comer”. Relacionemos esto con los siguientes refranes: “Ayúdate y Dios te ayudará”, “A Dios rogando y con el mazo dando”, “A quien madruga Dios le ayuda”…
- “Sólo tenemos cinco panes y dos pescados”. Los discípulos habían pensado que la solución sería “ir a comprar”; el dinero solucionaría los problemas. Al negarse Jesús, los discípulos tienen que volver la mirada no al dinero, sino a “lo que tenemos”, para ponerlo en común. ¿Este momento del evangelio se debe seguir llamando “multiplicación de los panes” o se debería llamar, mejor, “división (reparto, distribución, compartimiento) de los panes”?
- “Cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños”. Hoy resuena como latigazo este versículo 21. Hasta en el mismísimo evangelio se ha colado esta forma machista de contar. Comentar en el grupo: ¿Cómo interpretar esa forma de contar? ¿Es “palabra de Dios”?

Para la oración de los fieles
- Te pedimos, Señor, que cada uno de los que formamos esta comunidad eclesial seamos "pan" para el hermano, para los hambrientos de este mundo.
- Por todos aquellos que tienen hambre de trabajo, techo y pan; por los que tienen hambre de justicia e igualdad... para que no pierdan nunca la esperanza de formar un nuevo pueblo viviendo en la solidaridad.
- Por todos los que mueren de hambre en nuestra comunidad mundial, por los millones de hombres y mujeres que no pueden llevar a su boca un pedazo de pan...
- Por todas las personas e instituciones que, por pereza o insensibilidad, se niegan a revisar la discriminación de género que tiene el lenguaje habitual y siguen hablando “sin contar mujeres y niños”; para que todos hagamos un esfuerzo por hablar de una manera que no invisibilice a la mujer.
- Por todos los que ponen su confianza siempre en el dinero, en los préstamos internacionales hechos al país, en el endeudamiento económico creciente… para que los pueblos exijan una economía más soberana, que no supedite a los países a los préstamos y deudas internacionales, sino a la autonomía financiera y la solidaridad del pueblo.

Oración comunitaria
Danos, Señor, junto al hambre de ti, un hambre también insaciable de amor, de justicia, de libertad, para nosotros y para todos los humanos, especialmente aquellos a quienes el mundo actual estructuralmente se lo niega. Que, así, nuestra hambre de ti dará realmente contigo y no con un ídolo religioso que te suplante, a ti que eres el Dios del amor, de la justicia, de la libertad y de la implacable pasión por los pobres. Nosotros te lo pedimos recordando a Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro. Amén.


28. 31 de Julio de 2005

COMED Y BEBED SIN PAGAR.

SOLO CRISTO PUEDE SACIAR EL HAMBRE DEL HOMBRE

1. "Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme y viviréis" Isaías 55,1. Nada menos que cuatro veces en trece líneas pone el Señor en labios de Isaías el imperativo del verbo oir y escuchar. Las mismas veces que nos manda beber y comer. Lo cual nos sugiere que oir y escuchar es tanto como comer y beber. Y no sólo Isaías equipara el oir al comer, sino también los salmos: "Yo soy el Señor tu Dios;...abre bien tu boca que te la llenaré" (Sal 80,11).

Las dos necesidades biológicas instintivas más acuciantes están remitiendo en la Escritura a la necesidad, al hambre que el hombre tiene de felicidad, de paz, de amor y de su correspondencia. Y Dios se manifiesta como saciador de esa hambre y de esa sed por su Hijo Jesucristo. Y nos dice que él nos da de balde el agua, el trigo, el vino y la leche satisfactorias.

2. Y como sabe que el hombre cuando tiene sed física, corre como la cierva sedienta en busca de agua (Sal 41,2), y apenas encuentra un charquito intenta saciarse en él, nos reprende: "¿Porque gastáis dinero en lo que no alimenta? ¿y el salario en lo que no satisface?". Gastan los hombres sus energías vitales en lo que, no sólo no sacia su hambre y su sed, sino que, además de la desazón y angustia que produce, las aumenta más. ¡Cuánta corrupción y escándalo, y envilecimiento y deshonra estamos viendo en nuestros días causadas por hombres que tenían bienes de sobra y no se satisfacían y buscaban más poder, más riqueza, más placer! ¡Cuántos descalabros por la avaricia sin límites, el egoismo cerrado, el orgullo y afán desmedido de poder! Y al final, en manos de la justicia que, aunque tarde, llega, aunque no siempre para todos. ¡Tan fácil y barato que os resultaría comer y beber sin pagar mi palabra que os puede llenar gratis de paz y de verdad!. Pero nos ocurre como a los anoréxicos, que cuanto más debilitados y enflaquecidos están, menos ganas tienen de comer. Cuando más debilitadas están las almas, y mayor necesidad tienen de palabra de Dios y de oración, menos les apetece e ilusiona el ir a saciar su sed y su hambre donde de verdad serían saciadas y cobrarían fuerzas y robustez para seguir el camino de las bienaventuranzas.

3. ¿Habéis observado a los pájaros, cuando son alimentados por sus padres en el nido, cómo abren sus bocas, que ensanchan desmesuradamente, de manera escandalosa? Es el Padre quien los alimenta. Con esa ansia deberíamos todos desear el vino y la leche de la eucaristía y de la palabra de Dios. En el salmo, himno grandioso, que comienza la conclusión del Salterio con una carcasa de alabanza al Señor que canta su bondad, su justicia y misericordia, su cariño por los pequeños y los desamparados y su cuidado paterno y benignidad, su providencia y su fidelidad, le decimos que todos necesitamos y esperamos el pan de cada día, tanto el material como el de su Palabra de la que vivimos, de su mano abierta y generosa. ¡Ojalá "los ojos de todos estén aguardando, Señor, que les des la comida a su tiempo"! ¡Ojalá esperemos todos con ansia "que abras la mano y sacies de favores a todo viviente"! Sé bondadoso, Señor, con nosotros, en todas tus acciones a favor nuestro; y permanece cerca de nosotros, que te invocamos sinceramente con el Salmo 144.

4. San Marcos, en el lugar paralelo de la perícopa que leemos este domingo, nos refiere que Jesús había enviado a predicar de dos en dos a sus discípulos, y cuando volvieron y le contaron llenos de gozo todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado, les dijo estas palabras tan interesantes y relajantes después del trabajo estresante: “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo, y descansad un poco” (Mc 6,30). Antes de predicar y después de predicar y de todas las acciones apostólicas y evagelizadoras, necesitamos descansar en el Señor, encomendarle el cuidado de la siembra, el fruto de nuestros esfuerzos realizados con su espíritu, porque ni el que siembra ni el que riega es el que hace crecer la semilla y madurar los frutos (1 Cor 3,7). Además el apostolado, el contacto con las multitudes, desgasta, y es necesario recargar las baterías. Guardar silencio, permanecer a la escucha, a la puntualización del matiz que queremos encomendar al Señor con mayor insistencia, como el que consideramos más central. Confiar en su interés y dejarlo todo en sus manos, teniendo presente que cuanto más quiere conseguir una gracia más nos la hace desear e insistir en ello. Aunque a veces, será preciso dejar a Dios por Dios, como en el caso que vamos a comentar, por verdadera caridad, para suplir después el recogimiento y la oración.

5. "Vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos" Mateo 14,13. Jesús, la Palabra del Padre misericordioso, con el corazón conmovido, curó a los enfermos. La carencia de alimento nutritivo causa las enfermedades. Pero su palabra no es sólo espiritual y alimento sobrenatural. Es también alimento corporal, pan material. "No sólo de pan vive el hombre" (Mt 4,4), pero también de pan. Por eso, Jesús bendijo los panes y los peces y los dio a los discípulos para que los repartieran y "comieron todos hasta quedar satisfechos". Es difícil saber si Jesús multiplicó los panes en sus manos santas o estos y los peces iban brotando de las manos de los apóstoles. Fuera como fuera la escena, que recordaba a la lluvia del maná en el desierto, al crecimiento obrado por Eliseo de la harina y del aceite en favor de la viuda generosa y, sobre todo, prefiguraba la eucaristía, cuerpo y sangre de Jesús, Hijo de Dios para la vida divina del mundo, debió de ser impresionante y espectacular.

6. Este milagro es la prueba de que es al hombre entero al que hay que alimentar y curar. Su cuerpo y su alma. Para el cuerpo nos deja a nosotros el cuidado de los que tienen hambre. Jesús nos pide la aportación de nuestra pobreza: "los cinco panes y los dos peces", que de ningún modo desprecia; él hará el resto. Para el alma se ha quedado con nosotros en la Palabra, que estamos ahora escuchando, y que pide la pobreza de nuestros medios para repartirla; como también pide la ofrenda de nuestro pan y de nuestro vino, y de las gotas de agua, que expresan nuestra comunión con El, para hacer la Eucaristía, que vamos a consagrar y a repartir, como semilla de la vida eterna.

7. Acudamos a María que alimentó con su leche la carne inmaculada de su Hijo y Hermano nuestro, que tiene compasión, como ayer de la gente, de nosotros y del mundo, que está enfermo y padece hambre y sed, pidiéndole que se repita hoy en el mundo la comida maravillosa y trascendente.

JESUS MARTI BALLESTER


29. Fuente: buzoncatolico.com

Autor: Padre Mario Santana Bueno, sacerdote de la diocesis de Canarias.

Evangelio: Mt 14, 13-21.

Homilia

Tanto en el mundo antiguo como en el nuestro, la importancia de la comida es grande. En la antigüedad comer significaba recibir fuerzas
(vida) que ella proporciona; no era solamente un acto gustativo sino una acción fuertemente cargada de valor simbólico, de aquí que una y otra vez, aquí y allá, toda la Escritura esté llena de esas comidas que crean comunidad.

El Evangelio de hoy nos cuenta un milagro donde Jesús actúa como hacedor de comida, no como cocinero sino como creador y los discípulos se encargan de repartirlo a los demás comensales. Algo parecido es la Iglesia que reparte lo que el Señor le da constantemente.

Cristiano es aquella persona que es capaz de recibir de Dios con generosidad, con alegría, con entusiasmo, para luego dar y repartir a otros. El Reino de Dios necesita personas por medio de las cuales pueda obrar y hablar. Jesús sabe bien esto y nos deja para que sigamos perpetuando ese milagro a la Eucaristía.

Ir a la Eucaristía necesita de cada una de las personas que se acercan algunas actitudes interiores y espirituales:

Tenemos que ir a la Eucaristía:

* Con ganas de ser alimentados por Dios, alimentados espiritualmente para seguir el camino constante de la vida y de la fe.
* Con sincero deseo de compartir con los demás. En la Eucaristía no comemos en platos aparte, individualmente; todos participamos del banquete de la palabra, del pan y del vino.
* Dejarse alimentar por la experiencia de Cristo resucitado. La cena eucarística es una invitación permanente a reponer las fuerzas espirituales debilitadas por el cansancio de la vida.

¿Cuáles son las actitudes que llevo a la Eucaristía?
¿Por qué hay personas que dicen que la misa no me dice nada…?

Hay personas que ven los milagros como algo del pasado, algo que sucedió y que ya no sucede más… Esta es una forma burda de entender los milagros. Las acciones que Jesús hizo no son acontecimientos aislados en la Historia, sino demostraciones del poder de Cristo que está siempre y para siempre activo. Los milagros se siguen realizando también en nuestro tiempo.

¿Qué pienso de los milagros?
¿Son los milagros acciones exclusivamente del pasado?
¿Sigue Dios haciendo milagros?

Acercarnos a Jesús, muchas veces hundidos por el cansancio de la vida, supone encontrar reposo y alimento para nuestra vida espiritual.

Otro aspecto que descubrimos en la palabra de esta semana es la compasión que Jesús siente por la multitud, y que no sólo se conformó con compadecerse sino que vino en su ayuda curando a los enfermos y dándoles de comer.

¿Cuál es la diferencia entre ayudar a alguien necesitado porque me da pena… a ayudarle por compasión y justicia… ¿Qué decir de las personas que son víctimas del hambre en el mundo mientras nosotros derrochamos…? ¿Es justo?

Los discípulos le dicen que despida a la multitud. Jesús se niega. El Señor siempre mostró hacia las multitudes mayor ternura que sus discípulos. Cuando el Evangelio dice que Jesús se compadeció de la multitud, usa un verbo griego que literalmente significa: “se le enternecieron las entrañas”. Esta palabra griega aparece en otros momentos también significativos: cuando el padre rogaba a Jesús para que librara a su hijo del demonio; en el padre de la parábola del hijo pródigo…

¿Tengo yo misericordia con los que me rodean, con mi familia, amigos, compañeros de trabajo, vecinos, comunidad…? Si Dios es misericordioso y se compadece de nosotros ¿por qué hay mal en el mundo?¿tengo yo entrañas de misericordia conmigo mismo y con los demás?

Se nos habla de cinco mil personas que quedaron saciadas en ese encuentro con el Señor. ¿Cuántos de aquellos le siguieron después como discípulos? Esta es una de las dimensiones de la existencia del ser humano. Muchas veces nos acercamos a Dios para saciarnos, pero no para seguirle.

El Evangelio no se extiende por la cantidad de oyentes, sino por el número de personas sinceramente convertidas a Él. Sin embargo, Cristo da a comer a todos, a pesar de que habían de ser muy pocos los que le habían de seguir.

Los que son alimentados por Cristo siempre quedan satisfechos.

* * *

1. ¿Estás satisfecho en tu vida? ¿por qué?
2. ¿Qué pondrías y qué quitarías de tu vida para crecer como persona y como cristiano?
3. ¿Cómo nos alimenta Jesús hoy?
4. ¿Qué papel tiene el egoísmo en tu vida?
5. ¿Qué relación tiene la misericordia con la justicia social?


30. PAPA FRANCISCO
Quien se acerca a la Eucaristía sin tener compasión de los necesitados y sin ánimo de compartir, no está a bien con Jesús".

El Evangelio del día era el del milagro de los panes y los peces, y Francisco centró sobre él su mensaje previo al Angelus de este domingo, algo más breve de lo habitual porque la lluvia obligó a abrir los paraguas a los miles de personas congregadas en la Plaza de San Pedro para escucharle.

Tras resumir los hechos (los cinco panes y dos peces con los que Jesucristo alimentó a una multitud hambrienta hasta saciarla, sobrando comida), el Papa explicitó los "tres mensajes" que pueden extraerse de su meditación.

Compasión
El primero es "la compasión": "Ante la multitud que le persigue y, por así decirlo, ´no le deja en paz´, Jesús no reacciona con irritación, sin con un sentimiento de compasión, porque sabe que no le buscan por curiosidad, sino por necesidad". Pero esa compasión de Jesús es algo más que "sentir piedad", añadió Francisco, es "compartir, hacerse uno con los sufrimientos del otro hasta el punto de tomarlos sobre uno mismo: así es Jesús. Sufre junto a nosotros, sufre con nosotros, sufre por nosotros".

Las curaciones que hace son un signo de esa compasión. "Jesús nos enseña a anteponer las necesidades de los pobres a las nuestras. Nuestras exigencias, aunque sean legítimas, nunca serán tan urgentes como las de los pobres que no tienen lo necesario para vivir", proclamó Francisco, quien hizo un algo para reflexionar sin leer: "Cuando hablamos de los pobres, ¿sentimos realmente que no tienen para comer, que no tienen para vestirse, que no tienen medicinas, cuyos niños no pueden ir al colegio?".

Compartir
El segundo mensaje del milagro de los panes y los peces es precisamente el de "compartir": "Es útil confrontar la reacción de los discípulos", que sugieren despedir a la muchedumbre para que puedan ir a comer, "con la de Jesús", que les dice que ellos mismos les darán de comer.

Son "dos lógicas opuestas": "La lógica de los discípulos es la lógica del mundo, según la cual cada uno tiene que pensar en sí mismo", como diciendo "allá vosotros, buscaos la vida"; sin embargo, "Jesús razona con la lógica de Dios, que es la de compartir. ¡Cuántas veces miramos hacia otro lado para no ver a nuestros hermanos necesitados! Mirar hacia otro lado es una forma educada de decir, con guante blanco, ´arregláoslas vosotros´. Pero esto no es de Jesús, esto es egoísmo. Si Jesús hubiese despedido a la muchedumbre, muchas personas se hubiesen quedado sin comer".

El Papa advirtió de que el milagro de los panes y los peces "no es magia": "Es un signo que invita a tener fe en Dios, Padre providente, que no dejará que nos falte el pan nuestro de cada día si sabemos compartirlo con los hermanos".

Eucaristía
Y un tercer mensaje: "El milagro de los panes anuncia la Eucaristía", como se ve en el gesto de bendecirlos antes de distribuirlos, "el mismo gesto de la Última Cena". "En la Eucaristía Jesús no da solamente un pan, sino el pan de vida eterna, se da a sí mismo ofreciéndose al Padre por amor a nosotros. Debemos acercarnos a la Eucaristía con estos sentimientos de Jesús, con compasión y con ese deseo de Jesús de compartir. Quien se acerca a la Eucaristía sin tener compasión de los necesitados y sin ánimo de compartir, no está a bien con Jesús".

"Compasión, compartir, Eucaristía", resumió: "Éste es el camino que Jesús nos muestra en este Evangelio", un camino que nos lleva "a compartir las necesidades de este mundo" pero también nos lleva "más allá de este mundo, porque parte de Dios y vuelve a Él".