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HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO
25-30
25. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO
Comentario general
Sobre la Primera Lectura (Isaías 55, 1-3)
El Profeta invita y exhorta a todos al deseo y a la búsqueda de los bienes
Mesiánicos:
Presenta los bienes Mesiánicos como un rico festín al que todos son invitados.
Nadie queda excluido. A todos queda abierta la entrada gratuitamente (1). Jesús
se aplicará a sí mismo esta profecía cuando dirá a la Samaritana: "El agua que
Yo daré será agua de vida eterna" (Jn 4, 14). "El pan que Yo daré es mi carne
para vida del mundo. Yo soy el Pan viviente. Quien comiere este Pan vivirá
eternamente" (Jn 6, 51). Bebida y Pan de Vida que El a todos ofrece: "Yo al que
tiene sed le daré de balde del manantial del agua de la vida (Ap 21, 7). E
insiste todavía: "Venga el sediento. El que tenga sed tome de balde del agua" (Ap
22, 17).
Y dado que es frecuente tentación del hombre aficionarse a lo sensible y efímero
y olvidar lo espiritual y eterno, el Profeta avisa: "¿Por qué gastáis dinero en
lo que no es pan y os afanáis por lo que no sacia?" (2). Igualmente Jesús
orientará a la Samaritana a dejar unos goces que no podían saciarla y a buscar
el Agua de Vida y saciativa que El le iba a regalar (Jn 4, 13). Y también a su
auditorio de Cafanaúm a afanarse no por el alimento corruptible, sino por el Pan
de Vida eterna que El les iba a dar, que era El mismo (Jn 6, 26).
El Profeta define estos bienes a los que son todos los hombres invitados Y los
llama: "Alianza Eterna" y las "amorosas y fieles promesas hechas a David" (3).
Ahora conocemos mejor el sentido de estas palabras del Profeta. Gozamos ya
plenamente de la "Nueva Eterna Alianza" (Mt 26, 27). Y asimismo gozamos de las
fieles y amorosas promesas hechas a David. Pablo, en su discurso a los judíos en
la Sinagoga de Antioquía de Pisidia, les dice cómo con la Resurrección de Jesús
se ha inaugurado la Nueva Eterna Alianza y se han cumplido en los que nos
adherimos con fe a Cristo las Promesas Mesiánicas hechas a David, y les cita
este texto de Isaías (Act 13, 34).
Sobre la Segunda Lectura (Romanos 8, 35. 37-39)
Pablo cierra esta sección de la Carta, en la que ha puesto de relieve los frutos
y la riqueza de la Redención, con una protesta cálida y ardiente de fidelidad y
amor a Cristo Redentor.
En el estilo grávido de Pablo su frase "el amor de Cristo" significa a la vez el
amor que Cristo nos tiene y el amor que nosotros tenemos a Cristo (35), y
asimismo el amor que Dios nos tiene en Cristo y el amor que nosotros tenemos a
Dios en Cristo.
Mirado desde la perspectiva de Dios y de Cristo nos inunda de paz y de consuelo
el saber cómo este amor es sólido, seguro, indeficiente, infalible. ¡Cuánto nos
ama Cristo que por nosotros ha muerto en la Cruz! (Rom 6, 6). ¡Y cuánto nos ama
Dios que nos ha elegido y predestinado en Cristo! (8, 28). "In quo, omnia
instaurare tibi complacuit, et de plenitudine ejus nos omnes accipere tribuisti.
Cum enim in forma Dei esset, exinanivit semetipsum, ac per sanguinem crucis suae
pacificavit universa: unde exaltatus est super omnia et omnibus obtemperantibus
sibi factus est causa salutis aeternae" (Pref. Comm. I).
Ahora nos toca a nosotros responder a este amor de Dios Padre y de Cristo
nuestro Redentor.
El corazón de Pablo nos dicta a todos la respuesta. Si amor con amor se paga, no
podemos sino responder al amor de Dios y de Cristo con nuestro amor fiel,
seguro, heroico.
Pablo desafía a la tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la
desnudez, los peligros, la espada, la muerte (35). Es decir, ninguna tribulación
venida de parte de los hombres podrá robarnos nuestra adhesión a Cristo.
Igualmente desafía a ángeles y principados, a poderíos y seres celestes e
infernales (38). Es decir, a cuantas fuerzas y poderes cósmicos, según las
concepciones de su tiempo, podían ejercer influjo hostil sobre el hombre. Ojalá
pudiéramos repetir con la entereza y serenidad, con el afecto y cordialidad de
Pablo este nuestro juramento cristiano: "Cierto, nadie ni nada podrá separarnos
del amor de Dios; del amor que es en Cristo Jesús nuestro" (39). "Antes en todas
las contradicciones triunfamos espléndidamente por obra de Aquel que nos ama"
(37). La historia de la Iglesia, con sus millones de mártires y sus innúmeras
legiones de almas fieles hasta el heroísmo, acreditan este amor fiel y cálido a
Dios y a Cristo.
Sobre el Evangelio (Mateo 14, 13-21)
El Evangelista nos presenta a Jesús-Mesías ofreciendo un banquete milagroso
conforme de él preanunciaban los Profetas: El Pan milagroso es figura y
preparación del Pan Eucarístico (Mt 26, 26). Cristo el nuevo Moisés da al Pueblo
Mesiánico un mejor "Maná" que el del Éxodo.
El milagro brota del corazón compasivo de Jesús: "Se le enternecieron las
entrañas de compasión por las turbas" (14). Y el milagro de Jesús no desdeña,
antes bien exige, la cooperación de los hombres. Estos aportan unos panes y los
comparten generosos. Ahora la bendición omnipotente de Jesús trueca estos
panecillos en un banquete para más de cinco mil comensales.
Los "Discípulos" a quienes se ha impuesto la responsabilidad de alimentar al
Pueblo de Dios (17), son los "Mediadores"; por ellos la gracia del pan va de
manos de Cristo a los comensales (19).
Pero según nos explicará San Juan, el milagro tenía en la intención de Jesús un
claro sentido Mesiánico, aquel Pan milagroso era un "signo" para que todos
entendieran la revelación de que El era el Pan de la Vida Eterna. Así les dirá
luego: "Me buscáis porque habéis comido de los panes y os habéis hartado. Mirad
de haceros no con el alimento corruptible, sino con el alimento permanente de la
vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre" (Jn 6, 27). El Pan saciativo es
El: Su Palabra -su Eucaristía -su Persona.
Por tanto, el Pan que Cristo da a los hombres, el Pan que la Iglesia debe
ofrecer a todos, es el Pan de la Vida Eterna. Lo cual no significa que no deba
interesarnos y mucho el pan del cuerpo o el pan de la inteligencia. El Concilio
nos dice: "La misión propia que Cristo confió a su Iglesia no es de orden
político, económico o social. El fin que le asignó es de orden religioso. Pero
donde sea necesario, la misión de la Iglesia puede crear, más aún, debe crear,
obras al servicio de todos, particularmente de los necesitados, como son, por
ejemplo, las obras de misericordia u otras semejantes" (G.8. 42). Es decir, debe
tener entrañas de misericordia como Cristo. Debe dar pan o los hambrientos. Y
debe dar a todos Pan de Vida Eterna.
*Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros
de la Palabra", ciclo "A", Herder, Barcelona 1979.
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SANTO TOMÁS DE AQUINO
MODOS DE COMER LA EUCARISTÍA
1. Sacramental y espiritualmente
"En la recepción de este sacramento son de considerar dos cosas: el sacramento
mismo y su efecto. La manera perfecta de recibir este sacramento se da cuando
uno le recibe de tal modo que percibe también su efecto" (3 q.80 a.1 c).
2. Sacramentalmente
"Sucede a veces, como se ha dicho (q.79 a.3 y 8), que alguien se ve impedido de
recibir el efecto de este sacramento; y tal recepción es imperfecta" (ibid.).
3. Espiritualmente
"Así como lo perfecto se contrapone a lo imperfecto, así la recepción
sacramental, por la cual se recibe solamente el sacramento sin el efecto del
mismo, se contrapone a la recepción espiritual, por la que uno recibe el efecto
de este sacramento; por el cual efecto el hombre se une espiritualmente a Cristo
por la fe y la caridad" (ibid.).
NECESIDAD DE COMULGAR
1. Diferencia con el bautismo
"Se puede alcanzar el efecto de un sacramento antes de recibirlo por el solo
deseo de recibirlo. Por lo cual, antes de recibir este sacramento puede el
hombre obtener la salvación por el deseo de recibirlo, como también antes del
bautismo por el deseo de recibirlo. Sin embargo, hay diferencia respecto de
estos dos sacramentos, y es que el bautismo es el principio de la vida
espiritual y la puerta de los sacramentos; la Eucaristía, empero, es como la
consumación de esta vida espiritual. Por esto la recepción del bautismo es
necesaria para comenzar la vida espiritual, y la de la Eucaristía, para la
consumación de la misma, mas no para que se tenga en absoluto, sino que basta
tenerla por medio del deseo, como el fin se tiene en el deseo y en la intención.
De ahí que la Eucaristía no es necesaria de esta manera a la salud, como el
bautismo" (3 q.73 a.3 c).
2. El precepto de Cristo y de su Iglesia
"Hay dos modos de recibir la Eucaristía, a saber, espiritual y sacramentalmente.
Es evidente que todos están obligados a recibirla al menos espiritualmente,
porque esto es incorporarse a Cristo. Mas la manducación espiritual incluye el
voto o deseo de recibir este sacramento. Y, por lo tanto, sin el voto de recibir
este sacramento no puede haber salvación para el hombre; pero el voto sería vano
si no se cumpliese cuando se presenta la oportunidad. Y por eso es evidente que
el hombre está obligado a recibir este sacramento, no solamente por la ley de la
Iglesia, sino por mandato del Señor, que dice (Le. 23,19): Haced esto en memoria
mía. Por estatuto de la Iglesia se han determinado las épocas de cumplir el
precepto de Cristo" (3 q.80 a.11 c).
LA COMUNIÓN DIARIA
1. Es útil
"Es útil recibirla a diario, para que el hombre obtenga cada día el fruto del
sacramento. En consecuencia de esto, dice San Ambrosio (De sacram. 1.4 c.6: PL
16,464): "Si todas las veces que es derramada la sangre de Cristo se derrama por
la remisión de los pecados, la debo recibir siempre, pues siempre peco, y debo
tenerla siempre como una medicina" (3 q.80 a.10 c).
2. Es laudable
"Como el hombre necesita diariamente de la virtud saludable de Cristo, puede
recibir laudablemente cada día este sacramento. Este sacramento es comida
espiritual; y, en su consecuencia, así como se toma a diario el alimento
corporal, así es laudable recibir cada día este sacramento. Por lo que el Señor
nos enseña a pedirlo por estas palabras (Le. 11,3): El pan nuestro de cada día
dánosle hoy; y San Agustín dice exponiendo estas palabras (1n lo. tr.11: PL
35,1487): "Si diariamente recibes el sacramento, diariamente resucita Cristo;
pues hoy es cuando Cristo resucita para ti" (ibid., ad. 1),
3. Si existen las debidas disposiciones
"Se requiere que quien recibe este sacramento se acerque a él con gran devoción
y reverencia. Así, pues, si alguno se halla dispuesto todos los días para esto,
es laudable que lo tome cotidianamente. Por este motivo, San Agustín, después de
haber dicho: "recibe a diario para que a diario te aproveche", añade: "vive de
tal modo que merezcas recibirle cada día" (cf. Serm. suppos. serm.84: PL
39,1908). Sin embargo, puesto que muchas veces háyanse en la mayor parte de los
hombres muchos obstáculos a esta devoción, por razón de su indisposición de
cuerpo o de alma, no es útil a todos los hombres acercarse a diario a este
sacramento, sino cuando se hallaren debidamente preparados para ello" (3 q.80
a.10 c).
g) LA EUCARISTÍA, ALIMENTO DE LA VIDA ESPIRITUAL
"La vida espiritual tiene cierto parecido con la corporal, porque las cosas
corporales son como una imagen de las espirituales. Es evidente, con todo, que
así como para la vida corporal Se requiere la generación, por la cual el hombre
recibe la vida, y el crecimiento, por el que es conducido a la perfección de la
vida, así también se requiere el alimento, por el que es conservado en ella. Y,
por lo tanto, como para la vida espiritual fue necesario el bautismo, que es la
generación espiritual, y la confirmación, que es el crecimiento, así fue
necesario el sacramento de la Eucaristía, que es el alimento espiritual" (3 q.73
a.1 c).
"Todo el efecto que producen la comida y bebida materiales en cuanto a la vida
corporal, es decir, el sustento, el crecimiento, la reparación y el deleite,
todos estos efectos los produce este sacramento en cuanto a la vida espiritual.
Por esta razón dice San Ambrosio (De sacram. 1.5 c.4: PL 16,471): "Este pan es
el pan de la vida eterna, que sostiene la substancia de nuestra alma". Y el
Crisóstomo (Super lo. hom.46: PG 59,260): "Se nos da a los que lo deseamos, para
ser palpado, comido y abrazado". Y el Señor dice de sí mismo (Io. 6,56): Mi
carne es verdaderamente comida, y mi sangre es verdadera bebida (3 q.79 a.1 c).
h) EFECTOS DE LA EUCARISTÍA
1. Da la gracia
"El efecto de este sacramento debe ser considerado primera y principalmente por
lo, que en él se contiene, que es Cristo, quien, viniendo visiblemente al mundo,
confirió al mundo la vida de la gracia, según aquello (Io. 1,17): La gracia y la
verdad vino por Jesucristo. Asimismo, viniendo sacramentalmente al hombre, obra
la vida de la gracia, como se dice (Io. 6,58): El que me come vivirá en mí"
(3q.79a.1e).
"Se considera también el efecto de este sacramento por lo que representa, que es
la Pasión de Cristo, y, por tanto, el efecto que la Pasión de Cristo hizo en el
mundo obra este sacramento en el hombre" (ibid.).
2. Confiere la caridad
"Así como el bautismo se dice sacramento de la fe, la cual es el fundamento de
la vida espiritual, así la Eucaristía se denomina sacramento de la caridad, la
cual es el vinculo de la perfección (Col. 3,14), como se indica" (3 q.73 a.3 ad
3).
"Por las especies en que se da este sacramento puede considerarse su efecto, lo
cual hace decir a San Agustín (In lo. 6,56 tr.26: PL 35,1614) : "Nuestro Señor
ha puesto su cuerpo y su sangre en estas cosas, que, de múltiples que ellas son,
se reducen a una sola de uno, porque la una, es decir, el pan, de muchos granos
se hace una sola cosa; la otra, es decir, el vino, se produce de muchos granos,
que forman un solo licor". Por lo cual dice además: "¡Oh sacramento de piedad! ¡Oh
signo de unidad! ¡Oh vínculo de caridad!" (3 q:79 a.l e).
3. Disminuye la concupiscencia
"Aunque este sacramento no se ordena directamente a la disminución de la
concupiscencia, sin embargo la disminuye por cierta consecuencia, en cuanto que
aumenta la caridad, puesto que, como dice San Agustín (83 Quaest. q.36: PL
40,25), "el aumento de la caridad es la disminución del deseo". Confirma
directamente el corazón del hombre en el bien, por lo que es también preservado
el hombre del pecado" (3 q.79 a.6 ad 3).
4. Aumenta la devoción
"Este sacramento confiere la gracia actual con la virtud de la caridad... Según
San Gregorio, "el amor de Dios no es ocioso, porque obra grandes cosas cuando
existe" (In Evang. 1.2 hom.30: PL 76,1221). Y de aquí que este sacramento, según
su propia virtud, no sólo confiere el hábito de la gracia y de la virtud, sino
que también excita a obrar, según aquello (2 Cor. 5,14): La caridad de Cristo
nos urge. Y de ahí es que por la virtud de este sacramento se fortifica el alma
espiritualmente, por cuanto se deleita de una manera espiritual y se embriaga en
cierto modo con la dulzura de la bondad divina, según aquello (Cant. 5,1),Venid,
amigos míos, y embriagaos los muy amados" (3 q.79 a.1 ad 2).
5. Perdona los pecados veniales
"Este sacramento se toma bajo la especie de alimento nutritivo. La nutrición de
la comida es necesaria al cuerpo para reparar lo que diariamente pierde por la
acción del calor natural. Bajo el concepto espiritual hay en nosotros una
pérdida diaria, que resulta del calor de la concupiscencia por medio de los
pecados veniales, que disminuyen el fervor de la caridad, como se ha demostrado
(2-2 q.24 a.10). Y así compete a este sacramento perdonar los pecados veniales,
por lo cual dice también San Ambrosio (De sacram. 1.5 c.4: PL 16,471) que este
pan cotidiano se toma para remedio de la debilidad diaria" (3 q.79 a.4 c).
"El efecto de este sacramento es la caridad, no sólo en cuanto al hábito, sino
también en cuanto al acto, la cual caridad es excitada en este sacramento, por
el que son borrados los pecados veniales. Luego es evidente que por virtud de
este sacramento se perdonan los pecados veniales" (ibid.).
QUIEN COMULGA CON PECADOS VENIALES PERCIBE FRUTO, AUNQUE NO COMPLETO
"Los pecados veniales pueden ser considerados de dos modos: 1ro, como pasados;
2do, como realizados actualmente. Del primer modo los pecados veniales no
impiden en manera alguna el efecto de este sacramento; pero puede suceder que
uno, después de haber cometido muchos pecados veniales, se acerque devotamente a
este sacramento y reciba plenamente su efecto. Por lo que toca al segundo modo,
los pecados veniales no impiden del todo el efecto de este sacramento, sino en
parte; pues se ha dicho ya (a.1 y 2) que el efecto de este sacramento es no
solamente la adquisición de la gracia habitual o de la caridad; sino también
cierta refección actual de espiritual dulzura, la cual es impedida si alguno se
acerca a este sacramento con la mente distraída por los pecados veniales; pero
no se destruye por esto solo el aumento de la gracia habitual o de la caridad"
(3 q.79 a.8 c).
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Dr. D. ISIDRO GOMÁ Y TOMÁS
JESÚS Y SUS APÓSTOLES EN EL DESIERTO DE BETSAIDA. PRIMERA MULTIPLICACIÓN DE LOS
PANES
Explicación. -- El cuarto Evangelista ha omitido la mayor parte de los hechos
ocurridos en el segundo año de la vida pública de Jesús: su objeto es llenar las
lagunas de los sinópticos. Deja, por lo mismo, la historia de Jesús con la
narración del discurso apologético pronunciado por el Señor en Jerusalén casi un
año antes, cuando la curación del paralítico de la piscina (núm. 42), para
reanudarla con la descripción del milagro de la multiplicación primera de los
panes. Para este largo lapso de tiempo, en que tantas maravillas obró Jesús como
hemos visto, no tiene San Juan más que estas pies palabras de transición:
Después de esto... (v. 1), para entrar luego en la descripción del milagro de la
multiplicación de los panes.
Los demás Evangelistas nos dan una serie de detalles preciosos que sirven para
relacionar los hechos siguientes con lo ocurrido en los últimos días de la
evangelización de la Galilea por Jesús, después de la muerte del Bautista.
Pero los cuatro Evangelios narran el hecho maravilloso de la multiplicación de
los panes en el desierto de Betsaida. 'Las narraciones más detalladas y
completas son las de Mc. y Ioh. Se comprende que los tres sinópticos
coincidieran en la narración del estupendo prodigio, que marca uno de los puntos
culminantes de la vida de Jesús. Cuanto a Juan, como a este prodigio está
vinculado uno de los más profundos discursos de Jesús, el del Pan de la vida,
toma el hecho milagroso como base de la disquisición teológica que le sigue,
pronunciada por el Señor probablemente dos días más tarde, en sábado, en la
sinagoga de Cafarnaúm. Si realmente fué así la multiplicación de los panes
hubiese tenido lugar en lo que podríamos llamar jueves santo del año anterior al
de la muerte de Jesús, al atardecer. Así Jesús, que no subió este año a
Jerusalén para la Pascua, hubiese dado un avance de la institución de la
Eucaristía en la multiplicación de los panes y en el admirable discurso que le
siguió, un año cabal antes de la realidad.
CIRCUNSTANCIAS DEL MILAGRO (1-10). — Dos hechos principales refieren los
sinópticos ocurridos después del martirio del Bautista: la vuelta de los
discípulos de su primera misión y la resolución de Jesús de retirarse con ellos
a un lugar apartado. Ya antes de que regresaran los discípulos, y por haber
sabido Jesús que Herodes pensaba de él que era Juan resucitado, determinó el
Señor dejar los dominios de Herodes. No era llegada todavía su hora. Era, por
otra parte, profunda la conmoción popular por la muerte del Bautista: si corre
la fama de que él es el Precursor resucitado, tal vez Herodes le persiga, sea
para evitar una revolución popular, sea por instigación de Herodías: Y cuando lo
oyó Jesús (lo que de él pensaba Herodes, y tal vez ya antes de la noticia de la
muerte del Bautista) se fue de allí.
Mientras se dispone Jesús a realizar su designio de retirarse, y hallándose
probablemente en Cafarnaúm, regresaron los Apóstoles de su primera predicación.
Sólo en este pasaje da Mc. el nombre de "Apóstoles" a los Doce, y con razón,
porque es la primera vez que ejercen su oficio de "Enviados" a la predicación
del reino de Dios. Como el legado, cumplida su misión; da cuenta de su resultado
a quien le envió, así los Apóstoles, con el gozo del deber cumplido, de la
eficacia de su palabra y del maravilloso poder taumatúrgico que Jesús les había
conferido, le dan cuenta al Maestro del éxito de su misión: Y llegándose los
apóstoles a Jesús, contáronle todo cuanto habían hecho y enseñado.
Ignórase el tiempo que estuvieron separados Maestro y discípulos. Lo cierto es
que llegaron éstos fatigados de su ministerio. Jesús, que oye con gozo la
dilatación de su reino, piadoso y prudente Maestro como es, les invita a que
vayan con él a descansar a un lugar solitario; así podrán volver a su ministerio
con nuevas fuerzas: Y les dijo: Venid aparte a un lugar solitario, y reposad un
poco.
Era imposible el reposo en Cafarnaúm, donde eran sobradamente conocidos Jesús y
los apóstoles. A la agitación ordinaria que importaba la predicación y las
curaciones se añadía la proximidad de la Pascua, que convertía la ciudad
marítima en centro de confluencia de las caravanas que subían a Jerusalén: Pues
eran muchos los que iban y venían, y ni aun tiempo tenían para comer. Por ello
se dirigieron a la playa, y, entrando en un barco, se retiraron, a un lugar
desierto y apartado, del territorio de Betsaida. Dos ciudades había de este
nombre: una en la parte occidental del lago, patria de Pedro y Andrés, y otra en
la parte oriental, hacia el norte, junto a la desembocadura del Jordán.
Llamábase ésta Betsaida Julias, porque el tetrarca Filipo, que la había
embellecido y dado el nombre de ciudad, quiso se llamara Julias en obsequio a la
hija de este nombre, de César Augusto. La barquichuela queducía a Jesús y los
Apóstoles abordó al otro lado del mar Galilea, esto es, de Tiberíades, junto a
la planicie solitaria que se extiende al sur de Betsaida.
Escribe Juan para los fieles del Asia, desconocedores de topografía de la
Palestina, y les designa el emplazamiento el mar por el de la ciudad que le da
nombre.
La concurrencia en Cafarnaúm era enorme. Muchos que estaban en la playa vieron
la partida de Jesús y el rumbo que la embarcación tomaba. Corrió veloz la
noticia: por ello juntose muchedumbre de toda la comarca formada de gentes de
toda edad y sexo, y siguiendo el camino que bordeaba el lago, se adelantaron
para llegar antes que Jesús al lugar donde la embarcación hacía rumbo: Y los
vieron muchos cómo se iban, y lo conocieron: y concurrieron allá a pie de todas
las ciudades. La causa de que le siguiera tal multitud era el hecho y la fama de
los milagros que Jesús obraba; había crecido la conmoción de las turbas porque
también los Apóstoles se habían demostrado taumaturgos aquellos últimos días: Y
le seguía una gran muchedumbre que veía los milagros que hacía con los enfermos.
Sea que el viento hubiese sido contrario a los navegantes, o que Jesús se
entretuviera con sus Apóstoles antes de desembarcar, la multitud se había
anticipado al arribo de la barca: Y llegaron antes que él.
Tomaron tierra Jesús y sus apóstoles al pie de un promontorio, a alguna
distancia de la ávida multitud. Lo primero que el Señor hizo fué subir a la
colina, en cuya falda había desembarcado, para descansar allí con sus
discípulos. Subió, pues, Jesús al monte, y sentóse allí con sus discípulos. Nota
el Evangelista la proximidad de la Pascua para explicar la razón de aquella
aglomeración extraordinaria de gente: Y estaba cerca la Pascua, la fiesta de los
judíos.
Desde aquella prominencia pudo Jesús contemplar aquella multitud enorme y
abigarrada, y sus entrañas se conmovieron: Y habiendo alzado Jesús los ojos, y
viendo que venía a él muy grande muchedumbre, compadecióse de ellos, porque eran
como ovejas que no tienen pastor; y los recibió, y comenzó a enseñarles muchas
cosas, y les hablaba del reino de Dios, y sanaba a los que lo habían menester.
Había Jesús pasado al desierto para substraerse a las multitudes y descansar. Ni
allí le dejan; ni allí deja él de darles copioso el pan del espíritu, de
adoctrinarles sobre el futuro reino de Dios, de curar a los enfermos
incontables. Va a cuidar también de la refección de sus cuerpos; contrasta la
actividad de Jesús con la de escribas y fariseos, falsos pastores de aquel
pueblo.
Entretanto atardeció. Los tres sinópticos nos dan el detalle de que se acababa
el día: la predicación y las curaciones se habían prolongado, y el día había
comenzado ya a declinar. Y como fuese ya muy tarde, se llegaron a él sus
discípulos, diciendo: Desierto es este lugar, y la hora es ya pasada; despídelos
para que vayan a las granjas y aldeas de la comarca a comprar qué comer. La
propuesta de los discípulos no place a la misericordia de Jesús: Y él les
respondió y dijo: No tienen necesidad de ir; dadles vosotros de comer. Con ello
tienta Jesús a sus discípulos si reconocen el poder que tiene para dar pan a
toda aquella multitud; quizás quiere manifestarles que si tienen fe bastante,
ellos mismos podrán hacer el prodigio. Los discípulos no comprenden la lección,
y, no sin alguna ironía de buena ley, dijéronle al Maestro, para significarle la
imposibilidad de dar de comer a tanta multitud: ¿Iremos a comprar doscientos
denarios de pan, y les daremos de comer? 200 denarios equivalen a unas 170
pesetas, fortuna que seguramente no contaba la comunidad de Jesús en sus
reservas.
Entonces Jesús, como había probado a los Apóstoles en general, prueba en
particular a Felipe, a quien dirige la pregunta porque se había revelado tardío
en penetrar las cosas de Dios (Ioh. 14, 8.9): Dijo a Felipe: ¿De dónde
compraremos pan para que coman éstos? Con la pregunta da Jesús relieve a la
perentoria necesidad del pan, al tiempo que adiestra al discípulo en la fe: Esto
decía por probarle, porque él sabía lo que había de hacer. Felipe, aludiendo
seguramente a la cantidad que los demás discípulos habían considerado necesaria
para dar de comer a la multitud, respondió: Doscientos denarios de pan no bastan
para que cada uno tome un poco,
La conversación de Jesús con los apóstoles ha llegado a un punto interesante. El
sagrado grupo ha discutido vivamente la forma posible de satisfacer una
necesidad grave, que afecta a ingente multitud. De pronto, Jesús puntualiza,
como para resolver la cuestión, y les dice: ¿Cuántos panes tenéis? Id y vedlo. Y
habiéndolo visto, dícele uno de sus discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro:
Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos peces. Harían los
Apóstoles una requisa de comestibles y sólo dieron con estos panes, alimento de
gente mísera, especie de galleta en piezas de unos 25 centímetros de diámetro
por 2 de espesor, y un par de pescados, probablemente en salazón, especie de
arenques que abundaban en el país, donde había una importante factoría de pesca
salada. El mismo hermano de Pedro, ante la miseria de lo requisado, hubo de
decir: Más qué es esto para tantos? Con todo, Jesús quiere como base del milagro
la aportación del pobre manjar: Y les dijo: Traédmelos acá.
Entonces dispuso Jesús la forma de aquel original banquete: Dijo, pues, Jesús:
Haced que los hombres se sienten, por grupos, con el fin de facilitar la
distribución de los manjares. Próxima la festividad de la Pascua, estaba la
Palestina en plena primavera: montículo y llano verdeaban, cubiertos de tierno
césped: Yen aquel lugar había mucho heno. Y se sentaron, según lo dispondría el
mismo Jesús, en número como de cinco mil varones, mezclados seguramente con
ellos mujeres y niños, en forma de pintorescos parterres, en grupos de a cien y
de a cincuenta. Jesús lo quiere todo en orden. Con todo, más fácil es imaginar
que describir el pintoresco e imponente espectáculo, que hacían más fantástico
la soledad del lugar y los colores lampantes de la indumentaria judía. Sólo se
cuentan los hombres, según dispone la ley (Ex. 30, 12; Num. 1, 2): ¿a qué número
llegarían las mujeres y niños?
EL MILAGRO (11-15). — Distribuida la multitud en grupos, adoptó Jesús actitud
solemne: Tomó, pues, Jesús los cinco panes y los dos peces, miró al cielo, con
lo que demuestra referir al Padre lo que va a hacer, y los bendijo. Era esta
bendición una impartición de la divina gracia, que en este caso producía la
multiplicación de los panes benditos, como en la Ultima Cena producirá la
transubstanciación del pan en el cuerpo del Señor. Y habiendo dado gracias en
cuanto hombre, por haberse dignado Dios hacer tal milagro para bien corporal y
espiritual de su pueblo, rompió los panes y los dió a sus discípulos, y los
discípulos los dieron a las turbas, y los repartió entre los que estaban
sentados: y asimismo de los peces, cuanto querían. Multiplicábase el pan en
manos de Jesús y de los Apóstoles por una maravillosa adición de materia que no
se concibe sino por creación o conversión de otra en ella; y como no se agotó la
vasija de harina, ni la alcuza de aceite en casa de la viuda de Sarepta por la
oración de Eliseo (3 Reg. 17, 14), así brotaban copiosamente los panes y peces
de las manos de Jesús y de sus Apóstoles.
Fué estupendo el milagro: Y comieron todos, y se hartaron. Y para que apareciera
mas patente a los ojos de sus discípulos el milagro, cada uno de ellos pudo
recoger una canasta de pan sobrante, al mandato de Jesús, incluso Judas que
había ya perdido la fe (Ion. 6, 71. 72), de donde le vino mayor condenación: Y
cuando se hubieron saciado, dijo a sus discípulos: Recoged los pedazos que han
sobrado, para qua no se pierdan: ¡Bella y ejemplar lección de previsión,
seguramente a beneficio de los pobres! Y así recogieron, y llenaron doce
canastos de pedazos de los cinco panes de cebada y de dos peces que sobraron a
los que había comido. El número de los que comieron fué cinco mil hombres, sin
contar las mujeres y los niños. Atendidas las diversas circunstancias de los
quehaceres domésticos de las mujeres y del cuidado de los hijos pequeños, y que
los que saldrían al desierto serían ya de doce años para arriba, que eran los
que acompañaban las caravanas que iban a la Pascua, Curci cuenta como unos
3.000, entre mujeres y niños, que deberían añadirse a los 5.000 hombres adultos.
Aquella multitud de hombres, imbuida de las ideas de un Mesías glorioso en el
orden temporal, quiso llevar consigo a Jesús a Jerusalén, centro de la teocracia
de Israel, adonde se dirigía para la celebración de la Pascua, fiesta instituida
en memoria de la liberación de Egipto: allí le proclamarían rey y sacudirían el
yugo de los romanos. El milagro que acaba de realizar es tan estupendo que basta
para acreditarle de Mesías, el Profeta prometido por Moisés: Aquellos hombres,
pues, cuando vieron el milagro que Jesús había obrado decían: Éste es
verdaderamente el Profeta que debe venir al mundo. Corrió entre aquella multitud
de hombres la voz y el propósito de llevarlo consigo para proclamarle rey: Y
Jesús, cuando entendió que habían de venir a arrebatarlo para hacerlo rey...
Quizás los mismos discípulos, que participaban de las ideas del pueblo en este
punto (Mt. 20. 21; Act. 1, 6), entraron en los sentimientos de la multitud.
Humanamente, el entusiasmo irreflexivo de aquella muchedumbre podía comprometer
la obra de Jesús; por ello separa, no sin violencia, a sus Apóstoles de la
turba: Luego obligó a sus discípulos a que entrasen en la barca para que fuesen
antes que él a la otra orilla, a Betsaida, mientras él despedía al pueblo.
Mientras los discípulos, con la pena de separarse del Maestro, se hacían a la
mar, donde de nuevo debían ser testigos de su omnipotencia, Jesús, con suaves
palabras, despidió al pueblo: Y cuando lo hubo despedido, huyó otra vez al monte
él solo a orar. Y cuando vino la noche, dice lacónicamente Mt., estaba allí
solo.
La escena es sublime. Cuando la obscuridad cierra el día, el rumor de la
multitud que se aleja se extingue en la llanura; cruza el mar, rumbo a poniente,
la barquilla de los Apóstoles; entretanto Jesús, solo en el desierto
promontorio, dominando la multitud y sus queridos discípulos, que bogan mar
dentro, entra en altísima oración con el Padre.
Lecciones morales. — A) Mc. V. 30. — Y llegándose los apóstoles a Jesús... — Los
ríos, dice San Jerónimo, vuelven al lugar de donde nacen; los que son enviados a
algún ministerio, deben volver a quien les envió. Aprendamos, cuando somos
enviados, a no perder el contacto con quien nos envió, ni a excedernos en el
ejercicio de lo que se nos ha cometido. Lo exige la razón de jerarquía, las
conveniencias de régimen y la utilidad de los que ejercen el ministerio, así
como la de aquellos entre quienes se ejerce.
B) Mc. v. 31. — Y les dijo. Venid... y reposad. — Jesús, tan acérrimo en el
trabajo, que ha enviado a sus Apóstoles a una misión laboriosísima, quiere ahora
que descansen, y que lo hagan donde no puedan ser molestados. Es el descanso una
exigencia fisiológica y moral de quienes trabajan con ahínco en cualquier
empresa. Dios descansa en su obra de la creación del mundo, e instituye el
descanso semanal, que han respetado todas las legislaciones sabias. Quebrántanse
las fuerzas del cuerpo y las del espíritu si se las somete a tensión violenta e
ininterrumpida. Aprendan los trabajadores a descansar con mesura, que así lo
reclama la economía de la vida; y los que tienen subordinados, para el desempeño
de trabajos y ministerios de toda especie, sepan imitar a Jesús, dándoles el
oportuno reposo.
C) Mc. v. 31. — Pues eran muchos los que iban y venían... — Debe el reposo
tomarse en forma oportuna, para que se rehagan las fuerzas, no se relaje el
sentido del trabajo. El des-canso debe ser un alto en la actividad ordinaria, no
para hacerla entrar por el camino de la disipación y del tumulto, sino para que
se sosiegue nuestra actividad fisiológica y moral y se canalicen luego mejor las
energías. Para ello sirve sobremanera la práctica de los deberes religiosos del
día festivo. ¡Cuán apartada de ello está la civilización de nuestros días, que
tienta a todo trabajador, en los días de reposo, con toda suerte de diversiones,
agitación continua, grandes aglomeraciones de muchedumbres, etc.! Es ello muy a
propósito para concebir fastidio del trabajo.
D) Mc. V. 32.-Se retiraron a un lugar desierto y apartado... — Es el lugar que
podemos hacernos nosotros, dentro de nosotros mismos, siempre que necesitemos
templar nuestras fuerzas para el trabajo. No siempre es dado dejar la compañía
de los hombres: entonces debemos buscar a Dios en nuestro espíritu. Siempre le
hallaremos presente para alentarnos, darnos fuerza y descansar en su suavidad y
seguridad: "En su paz dormiremos y descansaremos", con el Profeta (Ps. 4, 9).
E) V. 3. — Subió Jesús al monte, y sentóse allí con sus discípulos. — Plácenos
considerar a Jesús como amador de la naturaleza: es su obra, porque es la obra
del Verbo de Dios, y Jesús es el Verbo de Dios hecho hombre. Fatigado como se
hallaba, él y sus discípulos, pudo retirarse a descansar con ellos en la
tranquilidad de un hogar, en la placidez de la vida doméstica. No quiere, y va
por mar a un monte solitario, desde el que se domina el pintoresco lago, con las
ciudades marítimas allá en la lejanía... Y se sienta sobre la muelle y fresca
hierba, en aquella tarde plácida de primavera. Se sienta, dice el Crisóstomo, no
simplemente, para no hacer nada, sino hablando con diligencia a sus Apóstoles, y
aunándoles cada vez más consigo. Es un momento en que el Pedagogo divino nos
enseña a utilizar los recursos de naturaleza y gracia en provecho de nuestros
prójimos. El espectáculo de la plena naturaleza templa y ensancha nuestro
espíritu, le aleja de las mezquindades de los hombres, le prepara a las nobles
empresas.
F) V. 11. — Tomó Jesús los cinco panes... y habiendo dado gracias... — ¿Por qué,
dice el Crisóstomo, cuando cura al paralítico no ora, ni cuando resucita
muertos, ni cuando calma las tempestades? Para enseñarnos que cuando empezamos a
comer debemos dar gracias a Dios. Además, ora en las cosas pequeñas y no en las
grandes, para que sepamos que no ora por necesidad, sino para darnos ejemplo,
mayormente esta ocasión, cuando tenía ante sí millares de espectadores a quienes
darlo.
G) V. 12. — Recoged los pedazos que han sobrado... — Jesús quiere que seamos
buenos administradores. Fué generoso en la multiplicación de los panes: es
cuidadoso en recoger sus fragmentos. Saca panes de la nada, y manda guardar en
espuertas lo que sobró de la multitud. Para enseñarnos que, por abundantes que
sean los bienes que la divina Providencia nos conceda, por simple herencia o
donación o por el esfuerzo de nuestro trabajo, no podemos desperdiciarlos sin
malbaratar la gracia de Dios. Nos atienden mil necesidades, presentes y futuras,
a las que no sabemos si podremos hacer frente, porque cambian con facilidad las
fortunas con el correr de los tiempos. Y a más de nuestras necesidades, que nos
exigen previsión y ahorro, nos esperan mil otras necesidades de todo género, de
cuyo socorro no podemos substraernos: los pobres, la prensa, el culto, las obras
sociales de caridad, de beneficencia, de fomento de organizaciones católicas,
según las exigencias de lugares y tiempos. Guardemos los fragmentos para que no
se pierdan...
H) V. 15. — Y Jesús cuando entendió que habían de venir... para hacerle rey... —
Era un rey, dice San Agustín, que temía le hiciesen rey. Ni era tal rey que le
hiciesen los hombres, sin un rey que hace reyes a los hombres, porque reina
siempre con el Padre, en cuanto es el Hijo de Dios. Ya los profetas habían
vaticinado su reino en cuanto, según era hombre, fué hecho el Ungido o Cristo de
Dios, y a sus fieles les hizo Cristianos, porque son su reino, congregado y
comprado con la sangre de Cristo. Su reino se hará manifiesto cuando brille la
claridad de sus santos después del juicio. Mas los discípulos y las turbas
creyeron que había venido para reinar ya en este mundo: con lo cual quisieron
que se anticipara a su tiempo. Pero ahora el tiempo de la plena realeza de Jesús
ha llegado ya para nosotros: re-conozcámosle como nuestro rey, y seamos
perfectos súbditos suyos.
(El Evangelio Explicado Vol. II Ed. Rafael Casulleras, Barcelona, 1949, Pág. 351
y ss)
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P Juan Lehman V.D.
LA MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES, SÍMBOLO DE LA SAGRADA EUCARISTÍA
La multiplicación de los panes, de que nos habla el Evangelio, es un símbolo de
la multiplicación del Pan eucarístico.
1. El pan milagroso y el Pan Eucarístico. — Todo pan viene de Dios. El fue quien
creó la semilla dándole fuerza y aptitud para reproducirse. A El, pues, debemos
dirigir nuestra gratitud. El pan distribuido en el desierto, entre millares de
personas, era asimismo un pan creado por Dios, un pan maravilloso. No era fruto
de la tierra, sino producto de la palabra omnipotente del Eterno. Era un pan
divino. Pero el Sacramento del Altar es el Pan divino por excelencia. Si, en el
desierto, el pan natural fue multiplicado maravillosamente, en el Santísimo
Sacramento lo vemos transformado milagrosa y misteriosamente. Si te dieran, como
regalo, o como precioso recuerdo, un solo trocito de aquel pan multiplicado por
Jesús en el desierto ¡con que alegría, con que amor y respeto lo guardarías,
como el más preciado presente que se te pudiera ofrecer en la vida! Es probable
que no exista ya en todo el mundo ni una migaja de aquel divino pan, y vana
sería tu esperanza de ser algún día feliz poseedor de tan preciosa reliquia.
¿Pero acaso no tienes en el Santísimo Sacramento una maravilla infinitamente más
perfecta y admirable? ¿No merecerá, pues, la Eucaristía tu admiración y tu amor,
en mayor grado que aquel pan, material al fin, aunque de procedencia divina?
2. Muchedumbres hambrientas de entonces y de hoy. — Miles de personas eran las
que siguieron a Jesús en el desierto y quedaron con El días enteros, hasta el
punto de sentirse desfallecidas por el hambre. Jesús se conmovió, viendo al
pueblo sufrir por su causa, y al momento trazó el plan de un estupendo prodigio.
Cinco panes, que se le ofrecieron, le sirvieron de base para el milagro que aun
hoy nos admira y asombra. Más de cinco mil personas comieron de aquel pan
maravilloso, sin que sintieran ya la fatiga y el hambre que antes las
atormentaba.
¿Qué otra cosa es nuestra vida más que un vasto desierto que debemos atravesar
antes de llegar a la tierra prometida? Hambre y fatiga son las compañeras
inseparables de nuestra existencia. ¿Quien nos dará pan y aliento para no
desfallecer en el camino?
Jesús se compadece de nosotros. Aquel que se compadeció de la muchedumbre que en
el desierto le seguía, Aquel que se compadeció de los débiles y hambrientos, no
nos dejará sin consuelo, sin su auxilio poderoso. Un año después del milagro de
la multiplicación de los panes en el desierto, Jesús dio a los Apóstoles
reunidos en el Cenáculo de Jerusalén, el Pan misterioso, el Sacramento, que
guardamos en nuestros altares como Viático, el Pan sagrado, destinado a los
peregrinos, como sustento en el camino áspero y pedregoso que tienen que
recorrer. ¿Quién podrá viajar sin alimentarse?
Quien come de este Pan recibirá vida y fuerza divina, y vencerá fácilmente las
dificultades y obstáculos que se le han de presentar, en el largo transcurso de
su peregrinación, a través del desierto de la vida.
3. Distribuidores de aquel pan, y de la Eucaristía. Jesús entregó el pan a los
Apóstoles. Estos lo distribuyeron, y mientras partían aquel pan bendecido por el
Maestro, contemplaron asombrados que se les multiplicaba entre las manos, de tal
manera que todos comieron de él hasta hartarse. Nuestro Señor pudiera haber
tenido el placer de repartir El mismo el pan al pueblo, en cuyo favor obró tan
extraordinario portento. Más no quiso. Prefirió que los Apóstoles fueran los
distribuidores de sus beneficios. Lo que ocurrió en el desierto ocurre también
en nuestros días. El Pan misterioso, que guardamos en nuestros altares, está
confiando al cuidado de los obispos y sacerdotes. El pueblo lo recibe de sus
manos. ¡Qué honrosa misión, qué admirable distinción la del sacerdote! ¡Ser
distribuidor de la gracia de Dios, del Pan divino! Si, los sacerdotes gozan de
una gran dignidad.
La multitud, en presencia de tan extraordinaria maravilla, quiso proclamar rey a
Jesús. Los cristianos, sin pretender elevar más a los obispos y sacerdotes,
constituidos ya en tan alta dignidad, deben respetar y honrar en ellos a Nuestro
Señor Jesucristo, cuyos ministros son, y rezar para que, con la gracia de Dios,
se hagan cada día más dignos de su alta misión.
(Salio el Sembrador…, Tomo II, Ed. Guadalupe, Buenos Aires, 1946, Pág. 162 y ss).
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SAN AGUSTÍN
«Levanta los ojos al cielo para enseñarnos a dirigir allí nuestra mirada. Tomó
en sus manos cinco panes y los dos pececitos, los partió y se los dio a sus
discípulos. Cuando el Señor parte los panes abundan los alimentos. En efecto, si
hubieran permanecido enteros, si no hubieran sido cortados en trozos ni
divididos en cosecha multiplicada no hubieran podido alimentar a las gentes, los
niños, las mujeres, a una multitud tan grande. Comenta San Jerónimo.
«Por eso la Ley con los profetas es fraccionada en trozos y son anunciados los
misterios que contiene para que lo que estaba íntegro y en su primer estado no
alimentaba, dividido en partes, alimente a la multitud de los pueblos. Cada uno
de los apóstoles llena su canasto con los restos del Salvador para tener luego
que alimentar a los pueblos o bien para mostrar con esos restos que los panes
multiplicados eran panes verdaderos. Trata a la vez de explicar cómo en un
desierto, en una soledad tan vasta donde no se encuentran sino cinco panes y dos
pececitos, tan fácilmente se halla doce canastos. (Comentario al Evangelio de
Mateo, 14, 19-20)
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Juan Pablo II
(Homilía de Corpus Christi del jueves 22 de junio de 2000)
1. La institución de la Eucaristía, el sacrificio de Melquisedec y la
multiplicación de los panes es el sugestivo tríptico que nos presenta la
liturgia de la Palabra en esta solemnidad del Corpus Christi.
En el centro, la institución de la Eucaristía. San Pablo, en el pasaje de la
primera carta a los Corintios, que acabamos de escuchar, ha recordado con
palabras precisas ese acontecimiento, añadiendo: “Cada vez que coméis de este
pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva" (1 Co
11, 26). "Cada vez", por tanto también esta tarde, en el corazón del Congreso
eucarístico internacional, al celebrar la Eucaristía, anunciamos la muerte
redentora de Cristo y reavivamos en nuestro corazón la esperanza de nuestro
encuentro definitivo con él.
Conscientes de ello, después de la consagración, respondiendo a la invitación
del Apóstol, aclamaremos: “Anunciamos tu muerte. Proclamamos tu resurrección.
¡Ven, Señor Jesús!".
2. Nuestra mirada se ensancha hacia los otros elementos del tríptico bíblico,
que la liturgia presenta hoy a nuestra meditación: el sacrificio de Melquisedec
y la multiplicación de los panes.
La primera narración, muy breve pero de gran relieve, está tomada del libro del
Génesis, y ha sido proclamada en la primera lectura. Nos habla de Melquisedec,
"rey de Salem" y "sacerdote del Dios altísimo", que bendijo a Abraham y "ofreció
pan y vino" (Gn 14, 18). A este pasaje se refiere el Salmo 109, que atribuye al
Rey Mesías un carácter sacerdotal singular, por consagración directa de Dios:
“Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec" (Sal 109, 4).
La víspera de su muerte en la cruz, Cristo instituyó en el Cenáculo la
Eucaristía. También él ofreció pan y vino, que "en sus santas y venerables
manos" (Canon romano) se convirtieron en su Cuerpo y su Sangre, ofrecidos en
sacrificio. Así cumplía la profecía de la antigua Alianza, vinculada a la
ofrenda del sacrificio de Melquisedec. Precisamente por ello, -recuerda la carta
a los Hebreos- "él (...) se convirtió en causa de salvación eterna para todos
los que le obedecen, proclamado por Dios sumo sacerdote a semejanza de
Melquisedec" (Hb 5, 7-10).
En el Cenáculo se anticipa el sacrificio del Gólgota: la muerte en la cruz del
Verbo encarnado, Cordero inmolado por nosotros, Cordero que quita el pecado del
mundo. Con su dolor, Cristo redime el dolor de todo hombre; con su pasión, el
sufrimiento humano adquiere nuevo valor; con su muerte, nuestra muerte queda
derrotada para siempre.
3. Fijemos ahora la mirada en el relato evangélico de la multiplicación de los
panes, que completa el tríptico eucarístico propuesto hoy a nuestra atención. En
el contexto litúrgico del Corpus Christi, esta perícopa del evangelista san
Lucas nos ayuda a comprender mejor el don y el misterio de la Eucaristía.
Jesús tomó cinco panes y dos peces, levantó los ojos al cielo, los bendijo, los
partió, y los dio a los Apóstoles para que los fueran distribuyendo a la gente (cf.
Lc 9, 16). Como observa san Lucas, todos comieron hasta saciarse e incluso se
llenaron doce canastos con los trozos que habían sobrado (cf. Lc 9, 17).
Se trata de un prodigio sorprendente, que constituye el comienzo de un largo
proceso histórico: la multiplicación incesante en la Iglesia del Pan de vida
nueva para los hombres de todas las razas y culturas. Este ministerio
sacramental se confía a los Apóstoles y a sus sucesores. Y ellos, fieles a la
consigna del divino Maestro, no dejan de partir y distribuir el Pan eucarístico
de generación en generación.
El pueblo de Dios lo recibe con devota participación. Con este Pan de vida,
medicina de inmortalidad, se han alimentado innumerables santos y mártires,
obteniendo la fuerza para soportar incluso duras y prolongadas tribulaciones.
Han creído en las palabras que Jesús pronunció un día en Cafarnaúm: “Yo soy el
pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre" (Jn 6,
51).
4. "Yo soy el pan vivo, bajado del cielo".
Después de haber contemplado el extraordinario "tríptico" eucarístico,
constituido por las lecturas de la liturgia de hoy, fijemos ahora la mirada del
espíritu directamente en el misterio. Jesús se define "el Pan de vida", y añade:
“El pan que yo daré, es mi carne para la vida del mundo" (Jn 6, 51).
¡Misterio de nuestra salvación! Cristo, único Señor ayer, hoy y siempre, quiso
unir su presencia salvífica en el mundo y en la historia al sacramento de la
Eucaristía. Quiso convertirse en pan partido, para que todos los hombres
pudieran alimentarse con su misma vida, mediante la participación en el
sacramento de su Cuerpo y de su Sangre.
Como los discípulos, que escucharon con asombro su discurso en Cafarnaúm,
también nosotros experimentamos que este lenguaje no es fácil de entender (cf.
Jn 6, 60). A veces podríamos sentir la tentación de darle una interpretación
restrictiva. Pero esto podría alejarnos de Cristo, como sucedió con aquellos
discípulos que "desde entonces ya no andaban con él" (Jn 6, 66).
Nosotros queremos permanecer con Cristo, y por eso le decimos con Pedro: “Señor,
¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6, 68). Con la misma
convicción de Pedro, nos arrodillamos hoy ante el Sacramento del altar y
renovamos nuestra profesión de fe en la presencia real de Cristo.
Este es el significado de la celebración de hoy, que el Congreso eucarístico
internacional, en el año del gran jubileo, subraya con fuerza particular. Y este
es también el sentido de la solemne procesión que, como cada año, dentro de poco
se desarrollará desde esta plaza hasta la basílica de Santa María la Mayor.
Con legítimo orgullo escoltaremos al Sacramento eucarístico a lo largo de las
calles de la ciudad, junto a los edificios donde la gente vive, goza y sufre; en
medio de los negocios y las oficinas donde se realiza su actividad diaria. Lo
llevaremos unido a nuestra vida asechada por un sinfín de peligros, oprimida por
las preocupaciones y las penas, y sujeta al lento pero inexorable desgaste del
tiempo.
Lo escoltaremos, elevando hacia él el homenaje de nuestros cantos y de nuestras
súplicas: “Bone Pastor, panis vere (...) Buen Pastor, verdadero pan -le diremos
con confianza-. Oh Jesús, ten piedad de nosotros, aliméntanos y defiéndenos,
llévanos a los bienes eternos.
"Tú que todo lo sabes y todo lo puedes, que nos alimentas en la tierra, guía a
tus hermanos a la mesa del cielo, en la gloria de tus santos". Amén.
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CATECISMO
La Eucaristía en la economía de la salvación
Los signos del pan y del vino
1333 En el corazón de la celebración de la Eucaristía se encuentran el pan y el
vino que, por las palabras de Cristo y por la invocación del Espíritu Santo, se
convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Fiel a la orden del Señor, la
Iglesia continúa haciendo, en memoria de él, hasta su retorno glorioso, lo que
él hizo la víspera de su pasión: "Tomó pan...", "tomó el cáliz lleno de
vino...". Al convertirse misteriosamente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, los
signos del pan y del vino siguen significando también la bondad de la creación.
Así, en el ofertorio, damos gracias al Creador por el pan y el vino (cf Sal
104,13-15), fruto "del trabajo del hombre", pero antes, "fruto de la tierra" y
"de la vid", dones del Creador. La Iglesia ve en en el gesto de Melquisedec, rey
y sacerdote, que "ofreció pan y vino" (Gn 14,18) una prefiguración de su propia
ofrenda (cf MR, Canon Romano 95).
1334 En la Antigua Alianza, el pan y el vino eran ofrecidos como sacrificio
entre las primicias de la tierra en señal de reconocimiento al Creador. Pero
reciben también una nueva significación en el contexto del Exodo: los panes
ácimos que Israel come cada año en la Pascua conmemoran la salida apresurada y
liberadora de Egipto. El recuerdo del maná del desierto sugerirá siempre a
Israel que vive del pan de la Palabra de Dios (Dt 8,3). Finalmente, el pan de
cada día es el fruto de la Tierra prometida, prenda de la fidelidad de Dios a
sus promesas. El "cáliz de bendición" (1 Co 10,16), al final del banquete
pascual de los judíos, añade a la alegría festiva del vino una dimensión
escatológica, la de la espera mesiánica del restablecimiento de Jerusalén. Jesús
instituyó su Eucaristía dando un sentido nuevo y definitivo a la bendición del
pan y del cáliz.
1335 Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la
bendición, partió y distribuyó los panes por medio de sus discípulos para
alimentar la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su
Eucaristía (cf. Mt 14,13-21; 15, 32-29). El signo del agua convertida en vino en
Caná (cf Jn 2,11) anuncia ya la Hora de la glorificación de Jesús. Manifiesta el
cumplimiento del banquete de las bodas en el Reino del Padre, donde los fieles
beberán el vino nuevo (cf Mc 14,25) convertido en Sangre de Cristo.
1336 El primer anuncio de la Eucaristía dividió a los discípulos, igual que el
anuncio de la pasión los escandalizó: "Es duro este lenguaje, ¿quién puede
escucharlo?" (Jn 6,60). La Eucaristía y la cruz son piedras de tropiezo. Es el
mismo misterio, y no cesa de ser ocasión de división. "¿También vosotros queréis
marcharos?" (Jn 6,67): esta pregunta del Señor, resuena a través de las edades,
invitación de su amor a descubrir que sólo él tiene "palabras de vida eterna" (Jn
6,68), y que acoger en la fe el don de su Eucaristía es acogerlo a él mismo.
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Ejemplos Predicables
UNA TINAJA LLENA DE ACEITE
«Tras de haberle reprendido, púsose (San Benito) en oración junto con los
hermanos. En el mismo lugar donde oraba con ellos había una tinaja de aceite
vacía y cubierta. Y en tanto que el santo varón perseveraba en su plegaria,
empezó a levantarse la tapadera que cubría la tinaja. A causa del aceite que
había ido subiendo, rebasando el borde de la vasija, inundaba el pavimento del
lugar en donde se habían postrado. Al darse cuenta de ello el siervo de Dios
Benito, puso al punto fin a su plegaria y cesó de fluir al suelo el aceite.
Entonces amonestó más por menudo al hermano desconfiado e inobediente a que
aprendiese a tener fe y humildad. El monje, corregido saludablemente, se
avergonzó de lo ocurrido, pues el venerable Padre había puesto de manifiesto con
milagros virtud de Dios omnipotente, que antes mostrara con su exhortación. Y
así, no había ya por qué nadie dudara de sus promesas, toda vez que n un
momento, en lugar de una redoma de cristal casi vacía, había él devuelto una
tinaja llena de aceite» (cf. SAN GREGORIO MAGNO, 1,2 de los Diálogos c.29: BAC,
San Benito: Su vida, su regla p.217)
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SAN FRANCISCO DE ASÍS MULTIPLICA LOS ALIMENTOS
«Ardía en divino amor y procuraba siempre el bienaventurado padre dirigir sus
acciones a más perfectas cosas, y, corriendo con generoso corazón tras el
fidelísimo cumplimiento de los preceptos de Dios, aspiraba a poseer el ápice de
la perfección. Así, pues, el año sexto de su conversión, abrasándose en
encendidas ansias de obtener el santo martirio, quiso trasladarse a los confines
de Siria para predicar la fe cristiana y la penitencia a los sarracenos y demás
infieles. Entró en la nave que hacia allá dirigía su rumbo, mas vióse arrojado
con los demás viajeros por los huracanados vientos de la deshecha tempestad a
las partes de Eslavonia. Viendo con tal motivo defraudado su deseo, transcurrido
breve tiempo, rogó a algunos marinos que se dirigían a Ancona que le llevaran
consigo, porque en lo que restaba del año sería rara la nave que se dirigiese a
Siria. Mas, rehusándolo ellos tenazmente, porque no ofrecía el precio del viaje,
el varón de Dios, poniendo su confianza en el Señor, entró ocultamente en la
nave con su compañero y se escondió en ella. Asistióle a no tardar la divina
Providencia, pues un desconocido, trayendo consigo las cosas necesarias para la
comida, llamó a uno de los que iban en la nave, temeroso de Dios, y le dijo:
«Toma todo esto y entrégalo fielmente para el tiempo de la necesidad a los
pobres que están escondidos en la nave». Así sucedió, porque se desencadenó una
violenta tempestad y, empleados muchos días en remar inútilmente, consumieron
todas las provisiones, quedando sólo la ración del pobre Francisco. Mas, por la
gracia y virtud divinas, se multiplicó en tanta cantidad, que basté para atender
copiosamente a las necesidades de todos hasta llegar al puerto de Ancona, aunque
faltaban muchos días de camino. Re-conocieron los navegantes que habían sido
librados de los peligros del mar por el siervo de Dios Francisco, y dieron
gracias al Todopoderoso, que siempre se muestra amable y atento con los que: le
sirven» (cf. CELANO, Vida de San Francisco c.20: BAC, Escritos completos de San
Francisco de Asís y biografías de su época p.320‑321)
26. Fray Nelson Temas de las lecturas: Dense prisa
y coman * Ninguna criatura podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en
Cristo * Comieron todos hasta quedar satisfechos.
1. Abundancia, Regalo, Gracia
1.1 Las tres lecturas de hoy repican como campanas de pascua el tema del amor
abundante de Dios. Nuestro Dios no es tacaño ni mezquino; es generoso, más allá
de todo lo que podemos imaginar o afirmar. Y tal es su munificencia que a menudo
da sin cobrar. La palabra clave del Nuevo Testamento y quizá de toda la Biblia
lleva ese sello de lo gratis. Hablamos de la palabra gracia.
1.2 Esta idea del Dios dadivoso y magnánimo contrasta mucho con la idea del Dios
de mente estrecha que muchos cristianos parecen tener en su cabeza. Según tal
concepto, Dios estaría solamente a la caza de nuestros errores para llevar
meticulosa cuenta de lo que hacemos mal o en qué fallamos. Es un Dios al acecho,
amargado con la imperfección de su obra, indispuesto contra el hombre y
predispuesto a condenarlo sumaria y definitivamente.
1.3 Frente a tal idea nos encontramos hoy con una invitación pasmosa: "los que
no tienen dinero, vengan, tomen trigo y coman; tomen leche y vino sin pagar."
Este es un Dios que conoce dos cosas: que necesitamos y que no podemos dar nada
a cambio de lo que necesitamos. Este es un Dios compasivo del cual quedó escrito
en el evangelio: "vio Jesús a la muchedumbre, se compadeció de ella y curó a los
enfermos." Un Dios que multiplica panes, regala perdón, ofrece alimento a los
hambrientos y enseña sabiduría sin cobrar.
2. Sí a las Necesidades, No a los Caprichos
2.1 ¿Por qué entonces estrechamos la idea de Dios? ¿Por qué la encogemos
haciéndole como si pensara igual o peor que nosotros? Una razón es porque estos
regalos de Dios tienen el propósito no sólo de calmar nuestras penurias sino de
transformarnos a nosotros mismos. Y a veces pasa que queremos satisfacer el
apetito pero a la vez seguir siendo las personas que hemos sido. Queremos no un
Dios generoso sino un Dios a nuestro antojo. No un Dios para responder a
nuestras necesidades sino a nuestros caprichos. Por supuesto, el Señor no se
presta a ese juego.
2.2 Si creer significa aceptar no sólo lo que Dios nos da sino sobre todo
aceptar al Dios que nos lo da, uno entiende que no es posible acoger la gracia
de Dios sin llegar a ser creaturas nuevas, dispuestas a vivir no según la lógica
antigua del egoísmo y la satisfacción sino a la manera nueva, con la lógica de
la donación y la santidad, como nos mostró Cristo.
2.3 El amor que Dios nos ha dado tiene expresión en regalos concretos, como el
pan multiplicado o el perdón ofrecido, pero es ante todo un amor que quiere
QUEDARSE en nosotros, habitar en nosotros. Ese amor es el don mismo del Espíritu
Santo, y de ese amor nada puede separarnos, como bien explica Pablo en la
segunda lectura de hoy.
27. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO
La segunda parte del libro de Isaías, a la que pertenece el texto que hoy meditamos, nos invita a hacer una valoración experiencial y sapiencial de la Palabra de Dios. Esta pequeña exhortación “cierra” los capítulos anteriores, desde el 40 hasta el 55, y ofrece una poderosa clave de lectura para comprender toda la segunda parte del libro. Además termina con el ya famoso texto que compara la Palabra de Dios con la lluvia vivificadora (Is 55: 10-11).
El hambre y la sed son mecanismos fundamentales de los seres vivos. Todo ser viviente necesita nutrición e hidratación, pero en los seres humanos, estas necesidades biológicas tienen carácter social. En muchas culturas humanas –no todas-, compartir la bebida y el alimento son mecanismos de socialización y de integración. El autor toma, entonces, esta necesidad vital y la traslada al campo de la fe para mostrarnos que para el creyente la Palabra de Dios es algo más que una comunicación divina. La Palabra de Dios se convierte así en una necesidad inaplazable que alimenta nuestro ser y nos vivifica. Jesús mismo, retomando las reflexiones del Deuteronomio (Dt 8, 3; 6, 13), combate la tentación contraponiendo la voluntad divina al inmediatismo humano (Lc 4, 3-4). El problema de la humanidad no es únicamente la satisfacción de las necesidades básicas, sino, también, hacer surgir y formar una consciencia que exija la justa distribución de los recursos, que lleve a que la humanidad cultive lo mejor de sí y lo entregue como solidaridad y justicia en un proyecto social alternativo al proyecto egoísta.
Pero el autor, como buen poeta y profeta, no se contenta con hacer una arenga o una instrucción legal; busca, por medio de la imagen asociada a los mejores frutos (trigo, vino, leche), que el lector encuentre no sólo consuelo sino deleite. La Palabra de Dios se convierte así en un manjar sabroso que puede ser degustado por la pura gratuidad divina. El olor del amasijo fresco, del vino bien conservado y de la leche fresca nos recuerdan los dones que Dios le ha dado a su pueblo; dones que ayudan al ser humano a construir un cuerpo vigoroso pero que deben ser acompañados por una degustación asidua de su Palabra.
Isaías nos hace una invitación a degustar con sabiduría todos los dones que Dios nos ofrece, sabiendo que lo mejor que podemos ofrecer nosotros mismos es la gratitud activa, que revierte sobre todos los menos favorecidos aquellos dones que unos pocos acaparan. Lo mismo ocurre con la Palabra de Dios, debe ser entregada con sabiduría y generosidad de modo que el pueblo de Dios no desfallezca. La Palabra de Dios nos invita y convoca a hacer de este ‘valle de lágrimas’ un jardín frondoso donde florezca la justicia y la sabiduría (Sal 72, 1-9).
La multiplicación y los peces nos evoca la gran tentación de considerar que únicamente la satisfacción de las necesidades básicas nos conduce al Reino. Jesús se preocupó de que sus discípulos fueran mediadores efectivos frente a las necesidades del pueblo, pero no recurriendo a la mentalidad mercantilista que reduce todo a la presencia o ausencia de dinero (Mt 14, 15). Es muy fácil, a falta de un benefactor, despedir a la multitud hambrienta para que cada cual consiga lo necesario. Pero Jesús no quiere eso; él pide a sus seguidores que sean ellos mismos quienes se ofrezcan a ser agentes de la solidaridad entre el pueblo, ofreciendo lo que son y todo (lo poco) que tienen. Entonces la ración de tres personas, cinco panes y dos peces, se convierte en el incentivo para que todos aporten desde su pobreza y pueda ser alimentado todo el pueblo de Dios, que es lo que simbolizan las doce canastas. En la intención del evangelista, Jesús demuestra de este modo que el problema no es la carencia de recursos sino la falta de solidaridad.
Lo que nos acerca a Jesús no son los muchos rezos,
genuflexiones o ceremonias, sino el amor incondicional a él y a su Causa, el
Reino. Algo que hizo diferente a Jesús de todos los predicadores de su época fue
la capacidad para despertar los mejores sentimientos de la gente: amor,
generosidad y respeto. Nosotros no deberíamos amar a Jesús con un amor diferente
al amor con el que él nos ama. Si el nos amó con un amor solidario, generoso,
compasivo… nosotros no podemos responderle con melifluas plegarias ni con
lloriqueos o explosiones de emotividad, porque esto no sería amor recíproco. Por
eso, si entendemos con qué amor Jesús nos amó, estaremos seguros de lo que
proclama Pablo: nada nos puede separar del amor de Cristo.
Para la revisión de vida
¿Cómo y de qué manera me convierto yo en pan para los demás? ¿El pan que yo
ofrezco a los demás alimenta las ganas de construir el Reino o es más bien un
pan que engorda y deja sentado?
¿Quiénes son para mí "pan" que alimenta mis ganas de servir a los demás?
¿Cuál es el pan que busco?
Para la reunión de grupo
- Cuando los discípulos acuden a Jesús, poco menos que para que resuelva
milagrosamente la situación, o sea, cuando le pasan la responsabilidad sobre la
situación de hambre que está viviendo la comunidad, Jesús reacciona reclamando
la responsabilización de los discípulos: “Denles ustedes mismos de comer”.
Relacionemos esto con los siguientes refranes: “Ayúdate y Dios te ayudará”, “A
Dios rogando y con el mazo dando”, “A quien madruga Dios le ayuda”…
- “Sólo tenemos cinco panes y dos pescados”. Los discípulos habían pensado que
la solución sería “ir a comprar”; el dinero solucionaría los problemas. Al
negarse Jesús, los discípulos tienen que volver la mirada no al dinero, sino a
“lo que tenemos”, para ponerlo en común. ¿Este momento del evangelio se debe
seguir llamando “multiplicación de los panes” o se debería llamar, mejor,
“división (reparto, distribución, compartimiento) de los panes”?
- “Cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños”. Hoy resuena como latigazo
este versículo 21. Hasta en el mismísimo evangelio se ha colado esta forma
machista de contar. Comentar en el grupo: ¿Cómo interpretar esa forma de contar?
¿Es “palabra de Dios”?
Para la oración de los fieles
- Te pedimos, Señor, que cada uno de los que formamos esta comunidad eclesial
seamos "pan" para el hermano, para los hambrientos de este mundo.
- Por todos aquellos que tienen hambre de trabajo, techo y pan; por los que
tienen hambre de justicia e igualdad... para que no pierdan nunca la esperanza
de formar un nuevo pueblo viviendo en la solidaridad.
- Por todos los que mueren de hambre en nuestra comunidad mundial, por los
millones de hombres y mujeres que no pueden llevar a su boca un pedazo de pan...
- Por todas las personas e instituciones que, por pereza o insensibilidad, se
niegan a revisar la discriminación de género que tiene el lenguaje habitual y
siguen hablando “sin contar mujeres y niños”; para que todos hagamos un esfuerzo
por hablar de una manera que no invisibilice a la mujer.
- Por todos los que ponen su confianza siempre en el dinero, en los préstamos
internacionales hechos al país, en el endeudamiento económico creciente… para
que los pueblos exijan una economía más soberana, que no supedite a los países a
los préstamos y deudas internacionales, sino a la autonomía financiera y la
solidaridad del pueblo.
Oración comunitaria
Danos, Señor, junto al hambre de ti, un hambre también insaciable de amor, de
justicia, de libertad, para nosotros y para todos los humanos, especialmente
aquellos a quienes el mundo actual estructuralmente se lo niega. Que, así,
nuestra hambre de ti dará realmente contigo y no con un ídolo religioso que te
suplante, a ti que eres el Dios del amor, de la justicia, de la libertad y de la
implacable pasión por los pobres. Nosotros te lo pedimos recordando a Jesús,
hijo tuyo y hermano nuestro. Amén.
28. 31 de Julio de 2005
COMED Y BEBED SIN PAGAR.
SOLO CRISTO PUEDE SACIAR EL HAMBRE DEL HOMBRE
1. "Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme y viviréis" Isaías 55,1. Nada menos
que cuatro veces en trece líneas pone el Señor en labios de Isaías el imperativo
del verbo oir y escuchar. Las mismas veces que nos manda beber y comer. Lo cual
nos sugiere que oir y escuchar es tanto como comer y beber. Y no sólo Isaías
equipara el oir al comer, sino también los salmos: "Yo soy el Señor tu
Dios;...abre bien tu boca que te la llenaré" (Sal 80,11).
Las dos necesidades biológicas instintivas más acuciantes están remitiendo en la
Escritura a la necesidad, al hambre que el hombre tiene de felicidad, de paz, de
amor y de su correspondencia. Y Dios se manifiesta como saciador de esa hambre y
de esa sed por su Hijo Jesucristo. Y nos dice que él nos da de balde el agua, el
trigo, el vino y la leche satisfactorias.
2. Y como sabe que el hombre cuando tiene sed física, corre como la cierva
sedienta en busca de agua (Sal 41,2), y apenas encuentra un charquito intenta
saciarse en él, nos reprende: "¿Porque gastáis dinero en lo que no alimenta? ¿y
el salario en lo que no satisface?". Gastan los hombres sus energías vitales en
lo que, no sólo no sacia su hambre y su sed, sino que, además de la desazón y
angustia que produce, las aumenta más. ¡Cuánta corrupción y escándalo, y
envilecimiento y deshonra estamos viendo en nuestros días causadas por hombres
que tenían bienes de sobra y no se satisfacían y buscaban más poder, más
riqueza, más placer! ¡Cuántos descalabros por la avaricia sin límites, el
egoismo cerrado, el orgullo y afán desmedido de poder! Y al final, en manos de
la justicia que, aunque tarde, llega, aunque no siempre para todos. ¡Tan fácil y
barato que os resultaría comer y beber sin pagar mi palabra que os puede llenar
gratis de paz y de verdad!. Pero nos ocurre como a los anoréxicos, que cuanto
más debilitados y enflaquecidos están, menos ganas tienen de comer. Cuando más
debilitadas están las almas, y mayor necesidad tienen de palabra de Dios y de
oración, menos les apetece e ilusiona el ir a saciar su sed y su hambre donde de
verdad serían saciadas y cobrarían fuerzas y robustez para seguir el camino de
las bienaventuranzas.
3. ¿Habéis observado a los pájaros, cuando son alimentados por sus padres en el
nido, cómo abren sus bocas, que ensanchan desmesuradamente, de manera
escandalosa? Es el Padre quien los alimenta. Con esa ansia deberíamos todos
desear el vino y la leche de la eucaristía y de la palabra de Dios. En el salmo,
himno grandioso, que comienza la conclusión del Salterio con una carcasa de
alabanza al Señor que canta su bondad, su justicia y misericordia, su cariño por
los pequeños y los desamparados y su cuidado paterno y benignidad, su
providencia y su fidelidad, le decimos que todos necesitamos y esperamos el pan
de cada día, tanto el material como el de su Palabra de la que vivimos, de su
mano abierta y generosa. ¡Ojalá "los ojos de todos estén aguardando, Señor, que
les des la comida a su tiempo"! ¡Ojalá esperemos todos con ansia "que abras la
mano y sacies de favores a todo viviente"! Sé bondadoso, Señor, con nosotros, en
todas tus acciones a favor nuestro; y permanece cerca de nosotros, que te
invocamos sinceramente con el Salmo 144.
4. San Marcos, en el lugar paralelo de la perícopa que leemos este domingo, nos
refiere que Jesús había enviado a predicar de dos en dos a sus discípulos, y
cuando volvieron y le contaron llenos de gozo todo lo que habían hecho y lo que
habían enseñado, les dijo estas palabras tan interesantes y relajantes después
del trabajo estresante: “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo, y descansad
un poco” (Mc 6,30). Antes de predicar y después de predicar y de todas las
acciones apostólicas y evagelizadoras, necesitamos descansar en el Señor,
encomendarle el cuidado de la siembra, el fruto de nuestros esfuerzos realizados
con su espíritu, porque ni el que siembra ni el que riega es el que hace crecer
la semilla y madurar los frutos (1 Cor 3,7). Además el apostolado, el contacto
con las multitudes, desgasta, y es necesario recargar las baterías. Guardar
silencio, permanecer a la escucha, a la puntualización del matiz que queremos
encomendar al Señor con mayor insistencia, como el que consideramos más central.
Confiar en su interés y dejarlo todo en sus manos, teniendo presente que cuanto
más quiere conseguir una gracia más nos la hace desear e insistir en ello.
Aunque a veces, será preciso dejar a Dios por Dios, como en el caso que vamos a
comentar, por verdadera caridad, para suplir después el recogimiento y la
oración.
5. "Vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos" Mateo 14,13.
Jesús, la Palabra del Padre misericordioso, con el corazón conmovido, curó a los
enfermos. La carencia de alimento nutritivo causa las enfermedades. Pero su
palabra no es sólo espiritual y alimento sobrenatural. Es también alimento
corporal, pan material. "No sólo de pan vive el hombre" (Mt 4,4), pero también
de pan. Por eso, Jesús bendijo los panes y los peces y los dio a los discípulos
para que los repartieran y "comieron todos hasta quedar satisfechos". Es difícil
saber si Jesús multiplicó los panes en sus manos santas o estos y los peces iban
brotando de las manos de los apóstoles. Fuera como fuera la escena, que
recordaba a la lluvia del maná en el desierto, al crecimiento obrado por Eliseo
de la harina y del aceite en favor de la viuda generosa y, sobre todo,
prefiguraba la eucaristía, cuerpo y sangre de Jesús, Hijo de Dios para la vida
divina del mundo, debió de ser impresionante y espectacular.
6. Este milagro es la prueba de que es al hombre entero al que hay que alimentar
y curar. Su cuerpo y su alma. Para el cuerpo nos deja a nosotros el cuidado de
los que tienen hambre. Jesús nos pide la aportación de nuestra pobreza: "los
cinco panes y los dos peces", que de ningún modo desprecia; él hará el resto.
Para el alma se ha quedado con nosotros en la Palabra, que estamos ahora
escuchando, y que pide la pobreza de nuestros medios para repartirla; como
también pide la ofrenda de nuestro pan y de nuestro vino, y de las gotas de
agua, que expresan nuestra comunión con El, para hacer la Eucaristía, que vamos
a consagrar y a repartir, como semilla de la vida eterna.
7. Acudamos a María que alimentó con su leche la carne inmaculada de su Hijo y
Hermano nuestro, que tiene compasión, como ayer de la gente, de nosotros y del
mundo, que está enfermo y padece hambre y sed, pidiéndole que se repita hoy en
el mundo la comida maravillosa y trascendente.
JESUS MARTI BALLESTER
29. Fuente: buzoncatolico.com
Autor: Padre Mario Santana Bueno, sacerdote de la diocesis de Canarias.
Evangelio: Mt 14, 13-21.
Homilia
Tanto en el mundo antiguo como en el nuestro, la importancia de la comida es
grande. En la antigüedad comer significaba recibir fuerzas
(vida) que ella proporciona; no era solamente un acto gustativo sino una acción
fuertemente cargada de valor simbólico, de aquí que una y otra vez, aquí y allá,
toda la Escritura esté llena de esas comidas que crean comunidad.
El Evangelio de hoy nos cuenta un milagro donde Jesús actúa como hacedor de
comida, no como cocinero sino como creador y los discípulos se encargan de
repartirlo a los demás comensales. Algo parecido es la Iglesia que reparte lo
que el Señor le da constantemente.
Cristiano es aquella persona que es capaz de recibir de Dios con generosidad,
con alegría, con entusiasmo, para luego dar y repartir a otros. El Reino de Dios
necesita personas por medio de las cuales pueda obrar y hablar. Jesús sabe bien
esto y nos deja para que sigamos perpetuando ese milagro a la Eucaristía.
Ir a la Eucaristía necesita de cada una de las personas que se acercan algunas
actitudes interiores y espirituales:
Tenemos que ir a la Eucaristía:
* Con ganas de ser alimentados por Dios, alimentados espiritualmente para seguir
el camino constante de la vida y de la fe.
* Con sincero deseo de compartir con los demás. En la Eucaristía no comemos en
platos aparte, individualmente; todos participamos del banquete de la palabra,
del pan y del vino.
* Dejarse alimentar por la experiencia de Cristo resucitado. La cena eucarística
es una invitación permanente a reponer las fuerzas espirituales debilitadas por
el cansancio de la vida.
¿Cuáles son las actitudes que llevo a la Eucaristía?
¿Por qué hay personas que dicen que la misa no me dice nada…?
Hay personas que ven los milagros como algo del pasado, algo que sucedió y que
ya no sucede más… Esta es una forma burda de entender los milagros. Las acciones
que Jesús hizo no son acontecimientos aislados en la Historia, sino
demostraciones del poder de Cristo que está siempre y para siempre activo. Los
milagros se siguen realizando también en nuestro tiempo.
¿Qué pienso de los milagros?
¿Son los milagros acciones exclusivamente del pasado?
¿Sigue Dios haciendo milagros?
Acercarnos a Jesús, muchas veces hundidos por el cansancio de la vida, supone
encontrar reposo y alimento para nuestra vida espiritual.
Otro aspecto que descubrimos en la palabra de esta semana es la compasión que
Jesús siente por la multitud, y que no sólo se conformó con compadecerse sino
que vino en su ayuda curando a los enfermos y dándoles de comer.
¿Cuál es la diferencia entre ayudar a alguien necesitado porque me da pena… a
ayudarle por compasión y justicia… ¿Qué decir de las personas que son víctimas
del hambre en el mundo mientras nosotros derrochamos…? ¿Es justo?
Los discípulos le dicen que despida a la multitud. Jesús se niega. El Señor
siempre mostró hacia las multitudes mayor ternura que sus discípulos. Cuando el
Evangelio dice que Jesús se compadeció de la multitud, usa un verbo griego que
literalmente significa: “se le enternecieron las entrañas”. Esta palabra griega
aparece en otros momentos también significativos: cuando el padre rogaba a Jesús
para que librara a su hijo del demonio; en el padre de la parábola del hijo
pródigo…
¿Tengo yo misericordia con los que me rodean, con mi familia, amigos, compañeros
de trabajo, vecinos, comunidad…? Si Dios es misericordioso y se compadece de
nosotros ¿por qué hay mal en el mundo?¿tengo yo entrañas de misericordia conmigo
mismo y con los demás?
Se nos habla de cinco mil personas que quedaron saciadas en ese encuentro con el
Señor. ¿Cuántos de aquellos le siguieron después como discípulos? Esta es una de
las dimensiones de la existencia del ser humano. Muchas veces nos acercamos a
Dios para saciarnos, pero no para seguirle.
El Evangelio no se extiende por la cantidad de oyentes, sino por el número de
personas sinceramente convertidas a Él. Sin embargo, Cristo da a comer a todos,
a pesar de que habían de ser muy pocos los que le habían de seguir.
Los que son alimentados por Cristo siempre quedan satisfechos.
* * *
1. ¿Estás satisfecho en tu vida? ¿por qué?
2. ¿Qué pondrías y qué quitarías de tu vida para crecer como persona y como
cristiano?
3. ¿Cómo nos alimenta Jesús hoy?
4. ¿Qué papel tiene el egoísmo en tu vida?
5. ¿Qué relación tiene la misericordia con la justicia social?
30. PAPA FRANCISCO
Quien se acerca a la Eucaristía sin tener compasión de los necesitados y sin
ánimo de compartir, no está a bien con Jesús".
El Evangelio del día era el del milagro de los panes y los peces, y Francisco
centró sobre él su mensaje previo al Angelus de este domingo, algo más breve de
lo habitual porque la lluvia obligó a abrir los paraguas a los miles de personas
congregadas en la Plaza de San Pedro para escucharle.
Tras resumir los hechos (los cinco panes y dos peces con los que Jesucristo
alimentó a una multitud hambrienta hasta saciarla, sobrando comida), el Papa
explicitó los "tres mensajes" que pueden extraerse de su meditación.
Compasión
El primero es "la compasión": "Ante la multitud que le persigue y, por así
decirlo, ´no le deja en paz´, Jesús no reacciona con irritación, sin con un
sentimiento de compasión, porque sabe que no le buscan por curiosidad, sino por
necesidad". Pero esa compasión de Jesús es algo más que "sentir piedad", añadió
Francisco, es "compartir, hacerse uno con los sufrimientos del otro hasta el
punto de tomarlos sobre uno mismo: así es Jesús. Sufre junto a nosotros, sufre
con nosotros, sufre por nosotros".
Las curaciones que hace son un signo de esa compasión. "Jesús nos enseña a
anteponer las necesidades de los pobres a las nuestras. Nuestras exigencias,
aunque sean legítimas, nunca serán tan urgentes como las de los pobres que no
tienen lo necesario para vivir", proclamó Francisco, quien hizo un algo para
reflexionar sin leer: "Cuando hablamos de los pobres, ¿sentimos realmente que no
tienen para comer, que no tienen para vestirse, que no tienen medicinas, cuyos
niños no pueden ir al colegio?".
Compartir
El segundo mensaje del milagro de los panes y los peces es precisamente el de
"compartir": "Es útil confrontar la reacción de los discípulos", que sugieren
despedir a la muchedumbre para que puedan ir a comer, "con la de Jesús", que les
dice que ellos mismos les darán de comer.
Son "dos lógicas opuestas": "La lógica de los discípulos es la lógica del mundo,
según la cual cada uno tiene que pensar en sí mismo", como diciendo "allá
vosotros, buscaos la vida"; sin embargo, "Jesús razona con la lógica de Dios,
que es la de compartir. ¡Cuántas veces miramos hacia otro lado para no ver a
nuestros hermanos necesitados! Mirar hacia otro lado es una forma educada de
decir, con guante blanco, ´arregláoslas vosotros´. Pero esto no es de Jesús,
esto es egoísmo. Si Jesús hubiese despedido a la muchedumbre, muchas personas se
hubiesen quedado sin comer".
El Papa advirtió de que el milagro de los panes y los peces "no es magia": "Es
un signo que invita a tener fe en Dios, Padre providente, que no dejará que nos
falte el pan nuestro de cada día si sabemos compartirlo con los hermanos".
Eucaristía
Y un tercer mensaje: "El milagro de los panes anuncia la Eucaristía", como se ve
en el gesto de bendecirlos antes de distribuirlos, "el mismo gesto de la Última
Cena". "En la Eucaristía Jesús no da solamente un pan, sino el pan de vida
eterna, se da a sí mismo ofreciéndose al Padre por amor a nosotros. Debemos
acercarnos a la Eucaristía con estos sentimientos de Jesús, con compasión y con
ese deseo de Jesús de compartir. Quien se acerca a la Eucaristía sin tener
compasión de los necesitados y sin ánimo de compartir, no está a bien con
Jesús".
"Compasión, compartir, Eucaristía", resumió: "Éste es el camino que Jesús nos
muestra en este Evangelio", un camino que nos lleva "a compartir las necesidades
de este mundo" pero también nos lleva "más allá de este mundo, porque parte de
Dios y vuelve a Él".