28 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO
8-14

8.

El texto evangélico que acabamos de leer podría resumirse para nosotros en estos breves puntos:

1. En Jesús de Nazaret la Humanidad encuentra salida a sus necesidades, por graves que éstas sean. Sanó a los enfermos.

2. La preocupación real por el pan de todos -y estamos en tiempo de paro y de recesión económica a nivel planetario- no va por caminos de insolidaridad ni del "sálvese quien pueda", sino por la puesta en común de lo que tenemos cada uno, para que llegue a todos y nos sacie. Pues recursos los hay. Los cinco panes y dos peces pueden llegar a todos.

3. La solución de Jesús es una afirmación ética, de clara inspiración religiosa. Es recuperar el saber para qué son las cosas y pide una voluntad decidida de que cumplan su fin: saciar el hambre de todos los hombres, por difícil que parezca. Las objeciones abundarán. Este es un lugar desierto y se hace tarde, decían los discípulos.

4. Es evidente que Jesús no pretende un programa socioeconómico ni busca solucionar sólo el hambre de pan. La articulación de las medidas concretas que solventen el problema del hambre en nuestro mundo de hoy es un desafío a la creatividad de todos los hombres, comenzando significativamente por los cristianos. Jesús partió los panes y los entrega a los discípulos para que se los repartan a la gente. Y recogieron doce canastas llenas de los pedazos que sobraron.

5. En el texto de Mateo se nos recuerda que a un nivel experimental, pero lleno de promesas, todo lo anterior está dándose en la Iglesia. La evocación de la Eucaristía no tiene otro sentido. La comunidad de Jerusalén, en apuros económicos, supo de la solución de Jesús desde la solidaridad de las demás Iglesias. Levanta los ojos al cielo, pronuncia la bendición, parte los panes y los entrega a los discípulos; son los ritos centrales de la Eucaristía.

Todo esto dicho, creo que hoy tenemos poco más que hablar. Más bien tendríamos que preguntarnos sobre la credibilidad que damos a este Evangelio (no olvidemos que es una Buena Noticia para los hombres que viene de la parte de Dios). O dicho de otro modo: esta Palabra juzga nuestra vida, juzga nuestros criterios más personales en los terrenos en que nos sentimos más impuestos y competentes: en la gestión de los bienes, en las opiniones políticas y económicas. Y eso lo hace desde la fe en Jesús, constituida en el punto de mira privilegiado para valorar lo que somos y lo que decimos ser. Y desde ese juicio viene para muchos la salvación: la posibilidad del cambio de criterios y de vida, la liberación de nuestros egoísmos y la capacidad de vivir en la verdad, en el bien. En la justicia que da vida. La justicia de los Hijos de Dios.

HAMBRE/MUNDO:Tampoco podemos pretender ser más papistas que el Papa y querer que todos los hombres tengan claras las ideas sobre el destino de los bienes de la tierra y busquen cómo llevarlas a la práctica de un modo global e inmediato. A este respecto me viene a la memoria lo que el General de la Compañía de Jesús, P. Arrupe, decía a los católicos reunidos en Filadelfia (Estados Unidos) en el Congreso Eucarístico Internacional del año 1976. Recordaba el P. Arrupe que el difunto Presidente John F. Kennedy propuso a su pueblo como objetivos de su gobierno: "El primero era enviar un hombre a la Luna en el plazo de doce años; el otro era ayudar a eliminar el hambre de la Tierra en el tiempo de nuestra vida". Pues bien, apostillaba el P. Arrupe, "es un triste comentario a los valores de nuestra civilización constatar que el primer objetivo, técnico y científico, ha sido conseguido magníficamente, mientras el segundo, más humanitario y social, se ha alejado más de nuestras perspectivas de realización". ¿No será tarea de los cristianos el hacer tomar conciencia a la humanidad de que el proyecto de hacer desaparecer el hambre en el mundo es un objetivo primordial, por encima de cualesquiera empresas, por audaces y prestigiosas que sean? Pero, ¿estamos nosotros de acuerdo con ello? ¿Creemos que es posible realizar ese designio de nuestro Padre Dios? Otro empeño acuciante para que sea posible nuestra palabra al mundo es hacer que nuestras comunidades cristianas celebren la Eucaristía como culminación de una fraternidad basada en la comunidad de bienes.

Sé que es un esfuerzo que casi nos parece imposible. Más aún, ciertas comunidades que pretenden crear estos lazos de solidaridad no siempre son vistas con buenos ojos por los cristianos que están educados para participar en las Eucaristías como mera asistencia al culto, despreocupados por crear la comunidad en la que el Cuerpo y la Sangre del Señor compartido sea la expresión de esa unión. ¿No podríamos comenzar por informarnos sobre los proyectos de esas comunidades? ¿No sería el momento de quitar prejuicios e intentar formar parte de ellas? ¿No estamos llamados cada uno a aportar "lo nuestro" -nosotros mismos- a esa edificación de la comunidad en la que la Eucaristía sea la culminación de todo un proceso? Multiplicación de los panes, ¿multiplicación de las comunidades?

DABAR 1981/43


9.

A la apresurada palabra de los discípulos (Mt 14,15) "Despide, Señor, a la multitud", Jesús responde: ¡"No hace falta que se vayan!"

-Dadles vosotros de comer (Mt 16,16). Jesús no ha enseñado a sus discípulos a multiplicar el pan, sino a dar gracias por él, a partirlo, a repartirlo, a compartirlo... Esto tiene sus antecedentes: igual que a Moisés junto a la zarza ardiendo (Ex 3) no se le permitió quedarse en permanente adoración cultual -más bien se le comprometió a intervenir política y socialmente en favor del pueblo, así los profetas tampoco toleraron culto alguno que no tuviera consecuencias en el amor y ayuda al prójimo (Am 5; Miq 6; Jer 7; etc.). También, de este modo, el Hijo del Hombre, protagonista del juicio definitivo, discierne según un criterio profano, no cultual: "Lo que hicisteis con uno de mis más humildes, conmigo lo hicisteis". El milagro de una multiplicación de bienes imprescindibles sólo puede comprenderse en el marco de una fe socialmente comprometida.

-Y pronunció la bendición (Mt 14,19). La fórmula judía de la bendición, sigue siendo hoy día la misma de una milenaria tradición: "Alabado seas, eterno Dios nuestro, Señor del mundo, que has creado los frutos de la tierra... ¡Mirad el pobre pan que nuestros padres comieron en Egipto! Ahora, quien tenga hambre que venga y coma....". Entre nosotros, cuando se prepara la ofrenda en el altar para la Eucaristía, dice el sacerdote: "Bendito seas Señor, Dios creador del mundo. Tú nos das este pan, fruto de la tierra y del trabajo humano. Nosotros te lo ofrecemos en tu presencia, para que se convierta en pan de vida". En muchas ocasiones a lo largo del año (con el cambio de las estaciones, en fiestas familiares, en diversas celebraciones litúrgicas...) utilizamos oraciones de bendición semejantes.

-Recogieron doce cestos llenos de sobras (Mt 14,20). El evangelista acentúa la abundancia del inesperado acontecimiento. Así, en el marco de este milagro de la multiplicación y bajo el punto de vista sacramental, la historia de la fe, renovada por Jesucristo, se ha atenido permanentemente a una indicación tan antigua como el cristianismo: la conservación reverente de los dones eucarísticos. Tras la celebración, el pan sacramental fue siempre objeto de profunda adoración, porque en él permanece la presencia del Autor del don; una presencia salvadora.

En el fondo de este texto, Mateo tiene una intención global orientada a un objetivo catequético muy concreto: él quiere avanzar hacia un conocimiento profundo de Cristo. Nada tiene que ver la exposición del hecho con una exhortación piadosa. Sólo quien ve en Jesús la plenitud de vida -ahí el pan como símbolo definitivo para ello- ha entendido totalmente el mensaje.

-Cristianos ante lo social... ¿Qué puede hacer la Iglesia a la vista de las crisis sociales (hambre, explotación, devastación del espacio vital...)? ¿No se queda de manos cruzadas, impotente, ante el pecado moral perpetrado por la humanidad? ¿Intenta cambiar algo a pesar de sus limitadas posibilidades? No cabe duda de que es imposible todo reconocimiento de Dios y toda espiritualidad cristiana, si éstos, al mismo tiempo, no contienen en su programa de vida una preocupación activa frente a las necesidades del prójimo. Cuando Jesús contesta a sus discípulos "¡Dadles vosotros de comer!", está haciendo referencia una vez más a la "carta magna" del compromiso cristiano. El evangelio de Juan comenta este milagro. De Dios viene el pan, pues él ha puesto en la tierra todo lo que necesita la humanidad para su alimento y para su desarrollo. Pero, además, es Jesús el pan que necesita el ser humano: si no sabemos escuchar su palabra, no se solucionará el problema más urgente del mundo actual: distribuir las riquezas. La fe en las promesas de Dios es la única fuerza que permite superar egoísmos y privilegios y conseguir para todos pan, paz y libertad.

-... y ante las divisiones. Hablamos de distribución de bienes y podemos hablar de desarrollo comunitario a todos los niveles: Jesús no despidió a nadie de vacío, porque antes de la "comunicación de bienes", antes de la distribución, no hizo análisis sobre las personas, ni selección alguna. Tampoco hizo ninguna mención a este respecto desde un punto de vista ecuménico.

¡Que riqueza supone en orden a la solidaridad, a la fraternidad, al espíritu comunitario la diversidad de personas, incluso de cristianos con sus tradiciones y sus tendencias! No tiene que ser imposible poner puentes y establecer comunicación: es un gran símbolo, a partir del relato milagroso, que "sobraran doce cestos llenos".

Jesús no despachó a nadie; al contrario: la fórmula de bendición con que comienza el acto comunitario hace referencia sensiblemente al deseo de Jesús de celebrar la Pascua con el pueblo, momento en que instaurará la comunión humana más profunda, aquella que se afianza en Dios: la Eucaristía.

Eso mismo queda reflejado en la comida de los cinco mil: lo poco que puede ser aportado por los discípulos se convierte en sobreabundancia de dones divinos por medio de la amorosa y firme palabra de Jesús.

EUCARISTÍA 1993/36


10.

Para comprender mejor el pasaje del Evangelio de S. Mateo que se nos propone hoy, hay que aludir a los pasajes del cap. 6 de S. Juan sobre el discurso del pan de vida. Nos vemos obligados a cambiar nuestro método habitual y tenemos que comenzar por el Antiguo Testamento para poder captar con mayor exactitud el significado del texto de S. Mateo.

-Saciarse (Is 55, 1-3)

Es indispensable que nos metamos en la mentalidad del Evangelista que escribe para sus cristianos. El tiene ya una experiencia de los signos de Cristo y pretende que también los cristianos profundicen en ella. Mateo se dirige y quiere captar preferentemente a judeo-cristianos. Por eso les presenta una narración que haga renacer en ellos lo que ya conocen del plan de Dios en el Antiguo Testamento.

Si recorremos el Antiguo Testamento, el texto más parecido al que describe S. Mateo es el del segundo libro de los Reyes en el que el profeta Eliseo multiplica unos panes (2 Re 4, 42-44). Se puede hacer un paralelo casi matemático entre este relato y el que vamos a leer en el Evangelio de S. Mateo.

2 Re 4, 42-44 Mt 14, 16-21 El me ordenó: da a las gentes Dadles vosotros mismos de comer. de comer.

Cómo puedo dar de comer. Sólo tenemos 5 panes y dos peces. con esto a 100 personas. Y eran 5.000 hombres, sin contar mujeres y niños. Dáselo a las gentes para que coman Se lo entregó a los discípulos porque así dice el Señor: y éstos a la multitud. comerán todos y sobrará. Todos comieron y se saciaron, y con lo que sobró se llenaron 12 cestos.

Saciarse es un tema muy humano y, a la vez, muy ligado a la bondad de Dios y a su Alianza. Aparece con frecuencia en el Antiguo Testamento: "Mi alma se saciará de alimentos exquisitos" (Sal 62, 6). "Saciaré a mi Pueblo con miel de la roca" (Sal 80, 1-7). "Saciaré de pan a los pobres" (Sal 131, 15). Por otra parte, hay ocasiones en las que comer no sacia: "Comerás pero no te saciarás" (Mi 6, 14).

En la celebración de hoy, el texto de Isaías nos presenta el tema del alimento dado por el Señor como la realización de la Alianza en la que se manifiesta su bondad. En este pasaje podemos descubrir va la superioridad del alimento que nos quiere dar el Señor:

¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta?
¿Y el salario en lo que no da hartura?
Escuchadme atentos y comeréis bien,
saborearéis platos exquisitos.
Inclinad el oído, venid a Mí:
escuchadme y viviréis.
Sellaré con vosotros alianza perpetua...

El salmo 144 elegido como canto responsorial, se ha venido usando desde la más remota antigüedad como oración para antes de las comidas:

Los ojos de todos te están aguardando,
Tú les das la comida a su tiempo,
abres Tú la mano
y sacias de favores a todo viviente.

-Comer hasta quedar saciados (Mt 14, 13-21)

No es difícil de constatar que S. Mateo, como también S. Juan, se inspira en estos textos del Antiguo Testamento. Se inspira en ellos y les calca, como hemos visto anteriormente, porque estos hechos del Antiguo Testamento son "tipos", es decir, no ejemplos, sino puntos de partida que van a encontrar su verdadera realización en el mismo Cristo.

Así pues, el Evangelista presenta a su comunidad un relato que todos pueden comprender a la luz del Antiguo Testamento, pero también en referencia a sus experiencias en la celebración de la Eucaristía. Pues, evidentemente, no sin motivo, S. Mateo emplea, en el relato, los términos que luego pondrá en boca de Jesús en la institución de la Eucaristía (26, 26-29).

El relato de la multiplicación de los panes se sitúa, para la comunidad cristiana, entre el anuncio ya hecho en el Antiguo Testamento y su realización definitiva por Cristo, realización que se continúa y de la que la misma comunidad tiene ya experiencia. Jesús está allí con sus Apóstoles como en la Cena, y los Apóstoles son los encargados de la distribución del Pan. Estamos en un ambiente de celebración eucarística.

Simultáneamente, esta comida significa para la comunidad la presencia del Reino y el banquete de los últimos días.

Además, el relato perfila lo que es la Alianza definitiva: un don de Dios que se expresa en una munificencia que supera todo lo que el hombre puede esperar y puede realizar; porque se describe la situación como trágica y sin solución humana. El Señor es el único, y el primero, que puede resolverla, pero utiliza también a los Apóstoles para que el alimento de la Alianza eterna pueda llegar a ser realidad.

Nos encontramos, pues, ante un pasaje interesante para nuestra comprensión de la proclamación litúrgica: un punto de partida en el Antiguo Testamento, su realización por Jesús en el Nuevo, anuncio de la Eucaristía que vendrá después, su proclamación en la comunidad cristiana en el momento en que se va a realizar el Signo dado en la Cena y que actualiza el don del Pan de la vida.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 6
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 9-21
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 94-96


11.

Partió los panes y se los dio a los discípulos No sé si, aun, en algún rincón de España, de esta España que tiene raíces cristianas, se hace este gesto, que antes estaba presente en todas partes, en cada casa... El gesto consistía en que, el padre o la madre, antes de partir el pan para dar las rebanadas a los hijos y a toda la familia, casi ritualmente, lo marcaba con la punta del cuchillo, haciendo la señal de la cruz. Era como una acción de gracias por el pan de cada día, por el alimento de cada día... del cual el pan era su máxima expresión...

También en Israel, partir el pan era oficio del padre de familia y era signo de comunión y de intimidad. Por esto, bajo el gesto de Jesús de bendecir y multiplicar los panes y los peces, está el eco de una serie de signos incrustados en la historia de su pueblo y, a la vez, se convierte en un anuncio de la llegada de los tiempos mesiánicos, en los cuales el Mesías, tenía que dar respuesta a todas las necesidades y a todas las hambres.

-Dadles vosotros de comer

Aquí hallamos una clara consigna de Jesús para todos sus discípulos. Una consigna de acción. ¡Un imperativo! Un imperativo que, más tarde, todavía dejará más claro, proclamándolo el primer punto del examen al cual todos hemos de ser sometidos, en el atardecer de la vida: Dar de comer al necesitado...

La imagen, pues, de los discípulos repartiendo el pan, el pan recibido de las manos de Jesús, significa para ellos, para la Iglesia y para todos nosotros, una misión y un compromiso. Porque es la imagen de Jesús que siente, y quiere que sintamos por el pueblo, una entrañable compasión. El pan y el pescado eran la base de la alimentación de los pobres. Por esto, también, es la imagen de la hermandad en la pobreza y la alegría de tener y compartir lo suficiente. Quería ser y es, también, la imagen educativa que nos quiere llevar a saber caminar sin una obsesiva preocupación por los bienes materiales. Pedir nuestro pan de cada día, quiere decir pedir que no nos falte lo necesario. Porque, ay de aquél que sólo se preocupa de tener los graneros llenos...

Jesús nos enseña, a través de este signo, que cuando repartimos bien las cosas, incluso cuando lo que repartimos es lo poco que tenemos, comemos todos y todavía sobra...

-Recogieron doce cestos llenos de sobras

Que no se pierda nada del don de Dios que es la Eucaristía; del don de Dios que es esta Eucaristía que ahora estamos compartiendo. Que sea, de verdad, un reconocer al Señor que nos parte el pan; que sea, también, reconocernos los unos a los otros, como invitados de una misma mesa fraterna. Que aumente nuestra comunión con el Señor y entre nosotros. Que haga el milagro de multiplicar nuestra capacidad de creer y de amar. Amen.

PERE VIVO
MISA DOMINICAL 1987/15


12.

1. Seguimos con hambre

Durante estos domingos estamos reflexionando sobre el Reino de Dios a través de las parábolas de Jesús: el Reino es como una semilla, como la levadura, es una perla preciosa, es un tesoro... Hoy es un milagro de Jesús el que cierra estas consideraciones: el Reino es el gran banquete que Dios ofrece a los pobres, enfermos, necesitados e indefensos. Así había sido predicho por Isaías (primera lectura) a los judíos que volvían del destierro: aun sin dinero podrán comprar trigo en abundancia, comerán y beberán hasta saciarse. Después de las reflexiones de los domingos anteriores, no resulta difícil comprender que el Reino viene al encuentro de los más necesitados; o mejor dicho: de la humanidad necesitada.

Dios sale al encuentro de los hombres que caminan por la vida como si ésta fuese un desierto estéril y hostil.

Así lo hizo Yavé en el Antiguo Testamento; así lo hizo Jesús en el Nuevo: el Reino responde a la realidad concreta de los hombres y los asume así tal cual son, con todas sus carencias, dolencias y enfermedades.

Frente al drama que viven los hombres, Dios no se queja ni condena. No añora tampoco tiempos pasados ni desespera por el porvenir. Se trata de un rasgo de la madurez divina, cualidad en la que pusimos poco el acento...

Efectivamente, es muy grande la tentación en la Iglesia de pedirle a los hombres precisamente aquello de lo que los hombres carecen. Un médico no le puede pedir al enfermo la salud...; es decir: Dios no le exige al hombre lo que el mismo Dios le da, supuesta la situación del hombre.

También nuestro siglo tiene sus problemas y sus graves carencias. Alguno puede pensar que estamos viviendo la peor época de la humanidad o que caminamos hacia atrás y no hacia adelante. En realidad, eso poco importa: vivimos en esta época, con estos hombres y con estos problemas concretos. Ese debe ser nuestro punto de partida. A estos hombres concretos, a nosotros con todas nuestras deficiencias y vicios, Dios se nos dirige, no para reprocharnos nada, sino para echarnos una mano: la mano que puede liberarnos.

Podemos así preguntarnos cuáles son hoy los problemas que más afligen a los hombres en este su caminar por el desierto. En tiempos de Jesús, eran ciertas carencias materiales las que más incidían en los pueblos pobres. De alguna manera, esto mismo sucede en los países del llamado Tercer Mundo: hambre, desnudez, desnutrición, enfermedades masivas, miseria...

Pero seguramente que nuestros países de Occidente hoy ya no se ven tan preocupados por estas elementales carencias: su hambre camina por otro lado. Podríamos hablar, por ejemplo, de la corrupción política, de la alienación del hombre por la publicidad y los medios de comunicación; de la falta de comunicación, de la indiferencia ante los demás; del egoísmo o de la búsqueda desenfrenada del placer físico; de la guerra por el dinero o de la venta de armas; del mal trato que se da a los extranjeros obligados al servicio doméstico; del aburguesamiento o de la delincuencia juvenil, etc...

No importa mucho esta lista: lo que sí importa es el hombre que sufre estos u otros males. Comprender que lo que está en juego es una humanidad ahogada bajo su misma estructura; necesitada, a pesar de su abundancia, a pesar del libertinaje. Con toda propiedad, podemos hablar como lo hace el Evangelio, de una enfermedad que padece el hombre, enfermedad que se traduce en angustias, en una ansiedad desbordante, en miedo y hastío.

Es un hombre que todavía no aprendió a vivir: come de todo, pero carece de alimento, del alimento que lo haga feliz o que, al menos, le permita vivir en concordia con los demás. Con este hombre viene Dios a casarse; a este hombre se dirige el Reino; a este hombre ama Dios por medio de Jesucristo que dio su vida por él. Este hombre también es cada uno de nosotros, con su pecado a cuestas, con su drama, con su angustia. Un hombre acobardado, miedoso, desbordado por los acontecimientos...

También la Iglesia padece sus propias dolencias: las mismas de la humanidad. No es lo santo lo que reluce en ella; es más bien su pecado: mezquindades, egolatría, ambición, indiferencia ante el dolor ajeno, divisiones y odios, lucro y comodidad. Pues bien: a esta Iglesia se dirige la invitación del Reino. Tampoco Dios la condena, pero sí la llama a despojarse de sus atuendos para sentarse en el pasto y comer con todo el mundo el mismo pan.

He aquí el maravilloso camino del Reino: nos invita a sentarnos en el suelo para comer, no nuestro pan, sino el pan nuevo del Reino de Dios. Saquemos una importante conclusión: cómo debe cambiar nuestra imagen de Dios después de la lectura de este Evangelio... Y cómo debe cambiar nuestra forma de mirar a los hombres en este momento concreto de la historia que nos corresponde vivir... Dios no le pide al hombre más de lo que puede dar. Si sólo puede dar pobreza y enfermedad, eso basta. ¡Saber que Dios nos acepta y nos ama así, como somos, es algo simplemente hermoso!

2. Servir en la mesa del Reino Podemos ahora preguntarnos si los cristianos tenemos algo que hacer en esta tarea de acercarnos a los hombres para que puedan sentarse y comer en la mesa del Reino. No es difícil dar la respuesta: Jesús realizó el milagro o signo del Reino con la colaboración de los discípulos. Fueron ellos los que le plantearon el problema, los que trajeron los panes y los peces, los que distribuyeron la comida.

A esta tarea la llamamos «pastoral de la Iglesia»; en efecto, es propio del pastor dar de comer a sus ovejas, llevarlas al agua y cuidarlas. Para ejercer esta pastoral hemos sido llamados todos los cristianos el día de nuestro bautismo.

No se nos llamó para que nos apartemos de los hombres ni para que hagamos un mundo aparte, «alejados del mundo perverso». No es el escándalo ante los males que padece el mundo ni el deseo de condenarlo el que debe impulsarnos a seguir a Jesucristo. Más bien es todo lo contrario: acercarnos a los hombres, allí donde están, tal cual son, con todos sus problemas y preocupaciones, para encontrar juntos la salida.

Los cristianos somos los servidores del Reino; si el Reino es una mesa tendida a la humanidad necesitada, los cristianos somos los que preparan y sirven la mesa. ¿Qué puede implicar esto en la práctica?

--Ante todo, conocer la situación real de nuestra comunidad humana. No nos dejemos llevar por las apariencias; no hagamos dogmas de las estadísticas; no juremos sobre la última revista aparecida. Observemos y miremos por nosotros mismos. Una investigación seria y científica de la realidad humana no está reñida con el oficio pastoral; es más bien su punto de partida.

Mucha de nuestra tarea pastoral adolece de realismo por esta falta de conocimiento de lo que verdaderamente pasa hoy en el mundo. Seguimos aún con viejos esquemas mentales; medimos solamente con la vara de una moral tradicional lo que debiera ser comprendido según los cánones de la sociología, de la psicología o de la política. Muchas son las cosas que hacemos: predicamos, enseñamos catecismo, escribimos, levantamos templos, etcétera, etcétera.

Hoy podemos preguntarnos: ¿Están todas estas actividades corroboradas por el estudio concreto y profundo de la realidad social de nuestra comunidad? Es cierto que repartimos alimento... Pero, ¿es el alimento que hoy se necesita? Este estudio de la realidad es mucho más que hacer algunas estadísticas: es encontrar las motivaciones que guían a la gente a hacer tal o cual cosa; es descubrir su modo de pensar y de sentir la vida; es darnos cuenta de que hoy se vive una nueva mentalidad, que se tiene un modo distinto de enfocar los problemas. No importa si esos criterios son los «verdaderos» o no; sí saber que esos son los criterios del hombre de hoy.

--Una vez que descubrimos esa realidad, se nos impone la obligación de buscar los caminos más aptos para entrar en diálogo con ese hombre concreto. No nos preocupemos demasiado por lo que vamos a decirle; es más importante saber con qué lenguaje vamos a dirigirnos a él.

Se trata de otra grave deficiencia de nuestra pastoral: hablamos pero no nos entienden. Nuestros dogmas, nuestro culto, nuestros libros religiosos no responden al esquema de comunicación del hombre de hoy; están anticuados y eso impide la comunicación... Si esto vale para todos los hombres, mucho más para la juventud. Allí la ruptura es casi total, como si se tratara de dos mundos, de dos lenguas distintas.

Si logramos entrar en diálogo, y sólo hay diálogo si hay respeto por el otro, el resto vendrá solo. Hoy nadie tolerará que le demos el pan en la boca ni que le enseñemos nuestra verdad como la única y absoluta. Pero nos escucharán si nosotros somos capaces de escucharlos. Quizá no aceptarán nuestros puntos de vista, pero si los amamos tal cual son, eso ya es mucho. Quizá sea todo lo que hoy podemos y debemos dar. Quizá sea ése el alimento del Reino que hoy debe repartirse...

En otras palabras: tiempo atrás podíamos permitirnos el lujo de repartir nuestro pan como el único o, al menos, el mejor; incluso teníamos la fuerza y el poder para imponer nuestra marca de pan. Ahora, felizmente para todos, sabemos que más importante que nuestro pan es la dignidad del otro. Si lo tratamos con respeto y consideración, ya bastante pan le damos, y nadie rechaza ese pan...

En fin: que el Evangelio de hoy es una parábola más que debe ser desentrañada. No nos quedemos con la materialidad de sus palabras. Han pasado veinte siglos y no en vano. Si el pan es importante, más importante es el hombre que lo come.

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A
Tres tomos EDICIONES PAULINAS
MADRID 1977.Págs. 164 ss.


13.

COMPARTIR EL PAN
partió los panes...

Un proverbio budista dice que «cuando el dedo señala la luna, el estúpido se queda mirando al dedo».

Algo semejante se podría decir quizás de nosotros cuando nos quedamos exclusivamente en el carácter portentoso de los milagros de Jesús, sin llegar hasta el mensaje que encierran.

Porque Jesús no era un milagrero cualquiera realizador de prodigios propagandísticos. Sus milagros son signos que abren brecha en este mundo de pecado y nos apuntan ya hacia la realidad del Reino de Dios que ocupará un día su lugar.

De diversas maneras el relato de la multiplicación de los panes nos invita a descubrir que el proyecto de Jesús es alimentar a los hombres y reunirlos en una fraternidad real en la que sepan compartir su «pan y su pescado» y convivir como hermanos.

La fraternidad no es una exigencia junto a otras. Es la única manera de construir entre los hombres el Reino del Padre. Y por lo tanto, la tarea fundamental del cristianismo. Pero la fraternidad bien entendida es «algo peligroso». Con demasiada frecuencia la confundimos con «un egoísmo vividor que sabe comportarse muy decentemente» (K Rahner).

Pensamos amar al prójimo simplemente porque no le hacemos nada especialmente malo, aunque luego vivamos con un horizonte mezquino y estrecho, despreocupados de todos los demás, impulsados únicamente por la solicitud de nuestra propia vida y la de los nuestros. La Iglesia como "sacramento de fraternidad" está llamada a descubrir incesantemente nuevas exigencias y tareas de amor al prójimo y de creación de una fraternidad más honda y viva entre los hombres.

Los creyentes hemos de aprender a vivir con un estilo más fraternal escuchando las necesidades del hombre de hoy.

La lucha a favor del desarme, la protección del medio ambiente, la solidaridad con los pueblos hambrientos, el compartir con los parados las graves consecuencias de la crisis económica, la ayuda a los drogadictos, la preocupación por los ancianos solos y olvidados.... son otras tantas exigencias para quien se siente hermano y quiere «multiplicar» para todos el pan que necesitamos los hombres para vivir.

No podemos comer tranquilos nuestro pan y nuestros peces mientras junto a nosotros haya hombres amenazados de tantas hambres.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 97 s.


14.

El marco del evangelio de la multiplicación de los panes y los peces es significativo. El Bautista ha sido decapitado; Jesús está también en peligro (Lc 13,31ss) y se retira a un lugar tranquilo y apartado; la muchedumbre le sigue y a Jesús le da lástima de nuevo de ella: enseña y cura a todos los enfermos. Se hace tarde y los discípulos le recomiendan que despida ya a la multitud para que puedan ir a comprarse de comer. Jesús les responde: «Dadles vosotros de comer». Y como ellos replican que no pueden hacerlo, Jesús debe realizar otro prodigio. Las revelaciones de Dios en Cristo se insertan en las necesidades de la humanidad.

1. Demasiado poco, demasiado.

El tema atraviesa los evangelios de principio a fin: desde Caná, la primera revelación pública, el hombre tiene demasiado poco y Dios le ofrece demasiado. En la boda de Caná no tenían más vino, y después, por así decirlo demasiado tarde, hay vino en sobreabundancia. Ahora sólo hay cinco panes, y, después de haber comido hasta saciarse miles de personas, los discípulos recogen doce cestos llenos de sobras. Naturalmente la paradoja material no es más que un «signo», una parábola de lo espiritual: el Todopoderoso es manso y humilde de corazón; el revelador, rechazado por todos, obtiene el juicio total sobre el mundo; no se trata simplemente de la oposición entre la pobreza del hombre y la riqueza de Dios, sino de una paradoja mucho más profunda: Dios se hace pobre para que todos nosotros seamos ricos (2 Co 8,9); él, el perseguido, precisamente en esta situación, reparte entre nosotros su riqueza inconcebible.

2. Gratuitamente.

Esto supera toda relación de control humano; entre Dios y el hombre no hay más negocio que el descrito en la primera lectura: «oíd también los que no tenéis dinero: Venid, comprad trigo; comed sin pagar vino y leche de balde». Y sólo donde tiene lugar esta gratuidad de lo dado y lo recibido, el hombre sale ganando y queda satisfecho. Cuando hace cálculos y sus cuentas le cuadran de alguna manera, sale perdiendo y queda insatisfecho: «¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta? ¿Y el salario en lo que no da hartura?», pregunta la primera lectura. Esto significa simplemente que sólo la gratuidad del amor y de la gracia es capaz de saciar el hambre insondable del alma, lo que ciertamente presupone en ella la existencia de un sentido de esta gratuidad o al menos la obligación de engendrarlo. Nadie podría saciarse con el amor impagable de Dios, si recibiera este amor calculadamente para sí mismo y pretendiera acapararlo para sí. El hombre debe descartar todo cálculo si quiere entrar en la «eterna alianza» ofrecida por Dios.

3. Definitivamente.

El exuberante canto de victoria de Pablo en la segunda lectura nos muestra lo que sucede cuando el hombre entra en la alianza. Dios nos da absolutamente todo lo que tiene y por eso su alianza se convierte en «eterna». Y el que entra realmente en esta sobreabundancia del don divino, penetra personalmente en esta eternidad que está más allá de toda amenaza y agresión mundanas. «Nada podrá apartarnos», no porque nosotros tengamos la fuerza para «vencer» en todo; toda la fuerza requerida para esto proviene «del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor».

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 93 s.