33 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XVII
1-6

1.

Jesús enseña, ante el interés de los suyos, qué es lo que hay que decir a Dios, al Padre, cuando nos pongamos a orar. Y empieza a desgranar los íntimos sentimientos de su corazón componiendo cada una de las peticiones del Padrenuestro. Ahí aparece su deseo irreprimible de que el Padre sea santificado, conocido y amado, y de que su reinado sea una realidad para los hombres. El había venido para eso y "eso" era la voluntad del Padre, que, por consiguiente, había que pedir que se cumpliera. Está en esta primera parte abierto de par en par el corazón de Cristo, dejando al descubierto sus inquietudes, sus deseos más hondos. Pero sabemos que en ese corazón hay otra fibra sensible: el hombre, el hombre a quien el Padre habrá de perdonar tantas veces porque es hijo pequeño y flaco, rebelde y débil. Y surge enseguida la petición del perdón acompañada de una llamada de atención de primer orden: el perdón lo pedimos porque estamos dispuestos a perdonar. Otro de los anhelos del corazón del Señor que queda al descubierto: su inquietud para que el hombre sea capaz de amar al hombre. Y el amor tiene una de sus más espléndidas manifestaciones en el perdón. Todos sabemos que es fácil amar al que nos ama, al que nos hace bien, al que nos satisface. Todos sabemos también que no es fácil hacerlo con el que nos ofende.

Sin embargo, según Cristo, hay que hacerlo y por eso la petición al Padre viene condicionada por el perdón al hermano, al hombre cualquiera que sea. Y acaba con una súplica que hay que silabear detenidamente: la de que no nos deje caer en tentación. Quizá a los ojos del Señor pasase rápidamente cuántas y cuántas tentaciones, de todo tipo, rondarían a los suyos a través de los tiempos y con cuánta necesidad los suyos deberían dirigirse al Padre para que las tentaciones no sofocasen sus buenos deseos. Y ya está. Todo un tratado de auténtica teología está escrito en el Padrenuestro, esa oración que desgranamos quizá con una perfecta indiferencia a fuer de repetida y de no ahondar en ella.

¡Cuántos "Padrenuestros" habremos recitado en nuestra vida religiosa pasando de puntillas por el contenido de sus peticiones, incapaces de pensar lo que estamos diciendo, repitiendo sus frases mientras pensamos distraídamente en otras cosas que son verdaderamente las que nos interesan y en las que, por eso, ponemos nuestra atención! La realidad es que, tras veinte siglos de cristianismo, la mayoría de los cristianos no sabemos orar. Decimos oraciones, pero pocas veces pensamos en lo que decimos en ellas. El resultado es una pesadez absoluta e insoportable, carente de todo sentido; es el repetir palabras sin sentido que no dejan -en quien las pronuncia- la menor huella. Por eso resulta tan poco eficaz nuestra oración, porque, como los apóstoles, en alguna ocasión, "no sabemos lo que pedimos".

Hoy es buen día para aprender a orar. Quizá podríamos hacer una experiencia interesante. Esta: haciendo un alto en nuestra costumbre, decir pausadamente el Padrenuestro, pensar en lo que decimos, detenernos en cada una de sus peticiones, saborear sus frases e intentar que esta experiencia nos impida, en lo sucesivo, repetirlo como si fuéramos cotorras.

A. M. CORTES
DABAR 1986, 40


2. J/ORACION:

EL CAMINO DE LA ORACIÓN

El camino de Jesús fue un camino de oración. Lucas es el evangelista que más veces hace alusión a Jesús orante, tanto en comunidad como en solitario, en momentos de alegría o de crisis.

El camino de los cristianos debe ser también un camino de oración. El mismo Lucas, en el libro de los Hechos, presenta muchas veces a la comunidad apostólica en oración, así como a sus protagonistas personalmente. El domingo pasado, con la escena de Marta y María, nos recomendaba saber escuchar la Palabra de Cristo. Hoy nos ayuda a entender la importancia de la oración en nuestra vida.

Hay varios temas que podrían ser elegido como tema o filón de la homilía de hoy: el Padrenuestro, como la oración que nos enseña el mismo Jesús; la "perseverancia" en nuestra oración; o también nuestra inserción, por el Bautismo, en el misterio Pascual de Cristo: 2a. lectura. Pero tal vez la mejor línea es sencillamente captar lo que Lucas nos quiere decir sobre el lugar de la oración en nuestra relación dialogal con Dios. 

HIJOS QUE HABLAN CON CONFIANZA A SU PADRE 

Oración significa apertura para con Dios. Nuestra vida no puede estar centrada en nosotros mismos, o en las cosas y afanes de este mundo: debe contar también con Dios y abrirse a El. Orar es saber escuchar su Palabra, y dirigirle -personal y comunitariamente- nuestra palabra de alabanza y de súplica, con confianza de hijos.

La oración es algo más que recitar unas fórmulas o poner en marcha un mecanismo "comercial" para obtener favores de Dios. Es, sobre todo, una convicción íntima de que Dios es nuestro Padre y que quiere nuestro bien más que nosotros mismos.

La lección primordial de la parábola de hoy es la confianza que debemos tener en Dios. Si uno consigue de su amigo, aunque sea de noche, lo que pide; si un hijo puede esperar que su padre le dé lo mejor; si Abraham logra que Dios le escuche: cuánto más nosotros, que por Cristo somos hijos en la familia de Dios, podemos dirigirnos con confianza a nuestro Padre. El protagonista de la parábola no es "el que pide" -por eso, la conveniencia en no cargar hoy el acento en las cualidades de nuestra oración- sino "el que da ", o sea, Dios. La frase fundamental es: "cuánto más vuestro Padre celestial".

A VECES PEDIMOS POR LOS DEMÁS: 

ABRAHAN/ORACION: Nuestra oración a Dios es a veces como la de Abraham: intercedemos por los demás, haciéndonos solidarios de sus necesidades.

El ejemplo de Abraham en un entrañable diálogo, lleno de confianza y familiaridad (la Biblia llama a Abraham "amigo de Dios": Is 41,8; St 2, 23). No importa que luego Dios no pudiera encontrar esos "diez" justos que hubieran bastado para salvar a la ciudad: pero Dios escucha a "su amigo".

Naturalmente para nosotros Abraham es figura del verdadero y definitivo Mediador, Cristo Jesús. Como nos ha dicho Pablo. "Dios os dio vida en Cristo, perdonándoos todos los pecados"; Cristo no sólo ha intercedido con palabras, sino que ha pagado él mismo el rescate, haciendo suya la "factura" que pesaba sobre nosotros.

Por El tenemos acceso al Padre. Por El nos escucha Dios (cfr. Jn 16, 23-26).

A VECES ORAMOS POR NOSOTROS MISMOS 

Jesús, el auténtico Maestro de oración, nos ha señalado según Lucas las direcciones principales de nuestra oración en el Padrenuestro.

Las primeras peticiones se vuelven a Dios mismo: "tu nombre", "tu reino". Los cristianos, no sólo consideramos a Dios nuestro Padre, y además comunitariamente ("nuestro"), sino que nos comprometemos en nuestra oración con la gloria de Dios, queremos que su Reino sea conocido y crezca en este mundo.

Luego pasamos a pedir por nosotros mismos, en una actitud de pobreza y confianza: pedimos el pan de cada día (lo necesario para vivir), el perdón de nuestras faltas (somos pecadores, oramos con humildad, y además con actitud de perdonar también nosotros a los demás), y que nos libre de todo mal (estamos todos en lucha, aunque Cristo haya vencido radicalmente al mal).

APLICACIONES

El valor de la oración en el camino cristiano se podría ejemplificar sobre todo en dos direcciones.

a) Ante todo, valorando la oración en toda nuestra vida. Si ella es como el respiro de la fe, y la consecuencia normal de nuestra relación de hijos para con Dios, debemos hoy invitar a la oración cristiana, a la participación en la Oración de las Horas que se pueda organizar en los grupos cristianos o en la parroquia.

b) Y en particular, hoy, podemos apuntar a dos momentos de la Eucaristía que quedan iluminados por las lecturas: la oración universal, en la que, como Abraham, intercedemos ante Dios "por todos los hombres" (introducción al Misal, n. 45), más que por nosotros mismos, y la oración del Padrenuestro, que recitamos en cada Eucaristía, como preparación inmediata antes de la comunión: la oración de los hijos (y de los hermanos) que se disponen a participar en la Mesa que nos ha preparado Dios.

Hoy valdría la pena que se subrayaran estos dos momentos: cantando la respuesta de la oración universal, y cantando el Padrenuestro todos con los brazos elevados hacia lo alto, y motivando ambos en relación a las lecturas del día.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1986, 15


3. ORA/QUE-ES  GRATUIDAD/ORACION:

Actualmente, acostumbrados como estamos a valorar por encima de todo el resultado inmediato y palpable de nuestras acciones, surge una pregunta muy cruda y angustiosa: ¿SIRVE PARA ALGO LA ORACIÓN? De hecho gran cantidad de personas opina que la plegaria no sirve para nada, porque no soluciona nada, no aporta nada, sino que por el contrario es un perder el tiempo, o incluso, un engañabobos.

Otros plantean una pregunta diferente: ¿QUE ES REZAR? Porque les parece se reduce la oración a un repetir fórmulas prefabricadas, más o menos afortunadas, más o menos modernas.

Y muchos cristianos, sobre todo los que han tenido ocasión de visitar algún monasterio o de tratar a un monje, se preguntan: ¿PARA QUÉ HAY MONJES?. Comprendo la tarea de los religiosos en los hospitales -por ejemplo-, pero ¿para qué sirven los que se llaman contemplativos?". No se entiende que en la vida monástica se dediquen varias horas de la jornada a la oración; eso parece una pérdida inútil de tiempo; más bien es juzgado por muchos como una evasión del mundo y sus problemas.

-La oración es gratuita

Planteadas estas preguntas, hemos escuchado hoy en el evangelio cómo la oración es algo muy importante, y por eso los apóstoles -porque la querían hacer bien- pidieron a Jesús que les enseñara a rezar.

El valor de la oración no está en su "utilidad" sino en su "gratuidad". LA ORACIÓN ESTA ÍNTIMAMENTE LIGADA A LA FE, la oración es una cuestión de amor. A medida que la fe crece, a medida que aumenta nuestra amistad con Dios... sentimos más la necesidad de hablar, de dialogar con El.

Cuando vamos DESCUBRIENDO SU AMOR hacia nosotros sólo nos queda una posibilidad: colocarnos en ACTITUD DE CONTEMPLACIÓN y de acción de gracias. Es prácticamente lo que les pasa a dos enamorados que desean siempre estar juntos, decirse lo que se quieren, explicarse mil y una vez cómo son y qué les gusta. A éstos, ¿verdad que nunca nos atreveremos a preguntarles: "De que os sirve ese rato de diálogo?".

-La oración humaniza

LA ORACIÓN, además, NOS SITÚA A NOSOTROS ANTE DIOS y nos obliga a reconocernos tal como somos, ya que nosotros hemos sido creados a imagen de Dios. La oración, por tanto, nos va descubriendo lo que nosotros hemos de ser en cada momento. SI NO REZAMOS ES IMPOSIBLE QUE NOS CONOZCAMOS A FONDO, porque no sabemos lo que podríamos ser, no sabemos hacia dónde vamos, se nos desdibuja la imagen de Dios según la cual hemos sido creados, diremos muchas cosas sobre nosotros mismos, pero sin conocernos del todo. Tan solo la oración nos hace posible decir en profundidad lo que somos, lo que pensamos, lo que vivimos.

-Jesús nos enseña a rezar

Jesús, quien continuamente ora al Padre, que sabe muy bien quién es Dios, EL ES EL ÚNICO QUE PUEDE ENSEÑARNOS A REZAR. Y Jesús enseña a sus apóstoles. Y no les enseña a huir, a evadirse de la realidad ni de las dificultades que les rodean. Jesús les enseñaba a descubrir cómo ellos -en medio de esas condiciones- han de RESPONDER A LA PALABRA DE DIOS, han de corresponder al amor que Dios nos ha demostrado.

PATER/COMENTARIO: La plegaria de Jesús es muy sencilla y profunda a la vez. Quiere que EL NOMBRE DE DIOS SEA SANTIFICADO, pero que al mismo tiempo pidamos que venga a nosotros su REino (pedir significa que lo deseamos y que hacemos lo posible para que pronto sea realidad). Le pedimos nuestro pan de cada día; que nos perdone porque nosotros también lo hacemos así (¡LA ORACIÓN COMPROMETE!) y le rogamos también que nos guarde de caer en tentación. Cuando nosotros trabajamos para que todo esto sea realidad, cuando pedimos a Dios que nos lo conceda del todo, entonces estamos santificando su nombre.

Celebremos ahora el memorial de Jesús. De Aquel que se comprometió totalmente al servicio del Reino; del que más ha santificado el nombre de Dios. Este banquete es la garantía de lo que el mismo Jesús nos ha dicho: "VUESTRO PADRE CELESTIAL DARÁ EL ESPÍRITU SANTO A AQUELLOS QUE SE LO PIDEN".

JAUME GRANE
MISA DOMINICAL 1977, 14


4.

1. El hombre busca a Dios

Durante estos domingos la liturgia pone el acento en el tema de la vigilancia cristiana. Para conservar el don precioso de la vida nueva, el evangelio del domingo pasado nos alertaba sobre la necesidad de reforzar nuestra vida interior y la escucha serena de Ia palabra de Jesucristo. Hoy nos encontramos con el segundo elemento de esta vigilancia: la oración.

¿Qué quiere decir «orar»? ¿Cómo orar? ¿Para qué orar?

Estas preguntas se las hace hoy todo el mundo. A menudo decimos: «No sé rezar... Es difícil rezar... Me cuesta rezar... Antes rezaba avemarías y padrenuestros, pero ahora no sé cómo hacer...»

Orar es un verdadero problema. Lo fue ayer, hasta el punto de que los apóstoles le pidieron a Jesús que les enseñara a rezar; y con mayor motivo lo es hoy. Lucas es el evangelista de la oración y ve a Jesús como el gran orante en permanente diálogo con el Padre. Sobre todo en los momentos importantes de su vida, nos muestra a Jesús que se retira a algún lugar solitario para orar a su Padre. Así ora en su bautismo, en el desierto, antes de la elección de los Doce, en la transfiguración, antes de la multiplicación de los panes, en la noche de la traición, en la cruz: «Orad para no caer en la tentación.»

Pero, ¿cómo rezar? Los apóstoles sabían por supuesto las oraciones de todo piadoso judío, pero temían quedarse en puras fórmulas. Además, necesitaban una oración que los caracterizara como discípulos y comunidad de Jesús.

También nosotros hemos aprendido muchas fórmulas de oración que repetimos mecánicamente cientos de veces; pero, ¿es eso rezar? O bien nos pasamos el día pidiéndole cosas a Dios, pero ¿acaso él ya no sabe lo que necesitamos?

Hoy, siguiendo a Lucas, vamos a tratar de descubrir no sólo lo que significa el Padre Nuestro, sino todo lo que lleva implícito como auténtica oración. El Padre Nuestro no sólo es una oración digna de ser puesta en nuestros labios, sino que también nos da los criterios para que cualquier oración sea auténtica. Por eso hoy transformaremos nuestra reflexión en una oración que desglose el sentido de la oración del Señor.

(Tengamos en cuenta que la fórmula que comúnmente empleamos no es la de Lucas sino la de Mateo, un poco más ampliada y extensa con siete invocaciones en lugar de cinco.)

Padre.- Es hermoso comenzar así: «padre»; no es un título honorífico ni majestuoso. Es la invocación confiada del hijo.

Jesús era enemigo de los grandes títulos, por eso no nos hizo decir: «Ilustrísimo Señor... Excelentísimo o Eminentísimo Señor...» No; nada de eso. Esos títulos están fuera de lugar en la comunidad cristiana y tampoco caben en la relación con Dios.

Los judíos, ya antes de Jesús llamaban «Padre» a Dios, aunque con menos frecuencia. Para los judíos, Dios era sobre todo padre del pueblo hebreo, padre de una raza a la que había salvado de la esclavitud de Egipto. Dios había llamado a ese pueblo desde el desierto, lo había guiado y protegido y se había comprometido con él en alianza de amor y fidelidad.

Jesús, por su parte, más bien entiende como hijos de Dios a los pequeños y a los pobres; a los sinceros y a los humildes de corazón. No se nace hijo de Dios por pertenecer a una raza o a un color privilegiado, sino por tener un corazón de niño. Por tanto, Dios es Padre de todos; pero más que ser padre, se hace padre en la medida en que crea en nosotros un corazón nuevo. Es hijo el que recibe su palabra y la acepta humilde y confiadamente.

Como dice el inicio del Evangelio de Juan: hizo hijos suyos a los que recibieron a Jesús como luz y palabra de vida.

El Hijo por excelencia es Jesús porque cumplió toda la voluntad del Padre con un amor extremo. Y en la medida en que nosotros nos identificamos con Cristo y vivimos su misma vida, en la medida en que cumplimos su palabra y practicamos su evangelio, nos hacemos hijos de Dios.

Decimos, entonces, «padre», con confianza, sin miedo, serenamente. Y en esa palabra lo decimos y expresamos todo.

Mateo subraya la idea de que este Padre es «nuestro» y de que «está en los cielos». Con ello insiste en el sentido comunitario de toda oración, que nunca puede excluir a los hermanos. Al mismo tiempo nos recuerda que Dios está por encima y más allá de todo cálculo y especulación humana. Su lugar está «arriba», allí de donde viene la luz. Por lo tanto, antes de rezar, debemos tomar conciencia de quiénes somos nosotros y quién es Dios. Somos hombres, hijos suyos y hermanos en la misma fe. El es el Todo, lo Absoluto en nuestra vida.

Esto exige purificar muchas de nuestras actitudes: dejar a un lado la vanidad, el orgullo, la prepotencia, el clasismo. Y sacar la oración desde el fondo de nosotros mismos. No venimos para pedir y pedir más cosas sino para el encuentro con el Padre; para escuchar al Padre, para estar con él; para mirarlo en silencio.

Es algo que hemos olvidado. A veces rezamos como el cliente con el dueño de una tienda, con una lista de peticiones en la mano, fríos y exigentes.

En cambio, rezar es sentir la alegría de estar con Dios, palpando su compañía en la calidez de los hermanos. Algo así como cuando estamos a la sombra de una nube: no hay nada que decir, basta sentir la frescura de la sombra.

Santificado sea tu Nombre.- Los hebreos, por sumo respeto jamás pronunciaban el nombre de Dios, como prescribe el segundo mandamiento; por eso cuando querían referirse a Dios, solían usar la palabra «Nombre». El Nombre es el mismo Dios en persona.

También lo llamaban con apelativos como «El Fuerte» o, en este caso, «El Santo». Dios es la santidad por excelencia, no tanto en un sentido moral, lo que es obvio, sino en cuanto tiene una vida propia, particular y superior. La santidad es esa forma propia e inaccesible que Dios tiene de vivir.

Dios es santo; o sea: es lo totalmente distinto del hombre y de las creaturas, sobrepasando nuestro modo de pensar, sentir y actuar. Porque es santo es un misterio para el hombre, pues siempre está un poco más allá de nuestra imaginación, pues, como dice Juan: «Nadie ha visto a Dios jamás.»

Por lo tanto, la expresión «santificado sea tu nombre» significa más o menos lo siguiente: Manifiéstate a nosotros, muéstrate como nuestro Dios, no te quedes oculto, pues queremos verte y conocerte tal cual eres, sin desfigurarte con fantasías e imaginaciones burdas. En este sentido, Jesús ha santificado el nombre de Dios porque nos ha revelado su verdadero rostro, sin desfigurarlo ni prostituirlo como hacemos a menudo cuando proyectamos en Dios nuestros miopes esquemas.

Por eso el creyente se obliga a santificar el nombre de Dios reconociéndolo como lo que es: Padre, Señor, Vida, Amor y Salvación.

En la plegaria del Padre Nuestro el cristiano, por una parte, pide a Dios que se le manifieste con su amor y salvación. Por otra, lo alaba, lo reconoce como su Señor, le agradece y le promete fidelidad. Santificar su nombre es manifestar el deseo de vivir en esa misma santidad, con su mismo Espíritu que obra en nosotros el cambio de corazón. Vemos, pues, que esta expresión hebrea, poco familiar un tanto difícil para nosotros, está cargada de un significado muy hondo y amplio. En síntesis: como hijos buscamos, antes que nada, el amor del Padre y vivir en ese amor para ser dignos de su nombre. Y como hijos tenemos la obligación de conocer quién es, qué hace, cómo se manifiesta. Por eso la comunidad cristiana tiene la misión en el mundo de "santificar el nombre de Dios", o sea, de dar a conocer a todos el verdadero rostro de Dios: Dios de amor, de paz, de misericordia, de justicia y de salvación. Un Dios encarnado en la historia y que ha plantado su tienda en medio de nosotros...

Venga tu Reino.- A menudo, a lo largo de nuestras reflexiones, hemos abordado el tema del Reino de Dios, por lo que hoy debe resultarnos familiar esta frase del Padre Nuestro. El Reino no es un lugar geográfico o cosa parecida, sino que es el mismo Dios en cuanto reina o vive manifestándose en medio de los hombres. Como agrega Mateo, ésta es la voluntad de Dios: que toda la humanidad se haga partícipe del Reino.

Cuando Jesús dijo: «Mi comida es hacer la voluntad del Padre» (Jn 4,34), el cielo y la tierra se tocaron y el Reino se hizo realidad en el mundo. En Cristo el hombre se vació de su egoísmo para llenarse del amor de Dios. Como Jesús, el creyente comienza su oración pidiendo no algo para sí, sino poniéndose al servicio del Reino de Dios, como vimos en domingos anteriores con los Doce y con los Setenta y dos discípulos. Por eso, su oración es comprometida.

En efecto, orar es aprender a olvidarse de uno mismo para entregarse a un proyecto de salvación universal. Antes que pedir para uno mismo, nos ofrecemos por todos, porque la oración es ofrenda y culto a la vez. Rezar es decir: Aquí estoy...

Esta oración nos obliga, pues, a dejar nuestros esquemas a un lado: esas oraciones y esos pensamientos fríamente calculados, en los que no se nos olvida detalle alguno que se relacione con nuestra comodidad personal, pero donde suele estar ausente el Reino de Dios, su justicia y el amor a los hermanos.

La oración cristiana es una oración «pobre»: Señor, aquí me tienes con todo lo que soy y todo lo que tengo.

Estoy a tu disposición, quiero llenarme de ti, de tu amor y de tu justicia. Quiero ser útil a mis hermanos. Quiero dar y darme.

Por eso, lo difícil de la oración no está en las frases que podamos emplear, sino en el grado de compromiso que lleva implícita. Orar es ponerse a disposición de Dios, lo que Jesús tradujo como tomar la cruz cada día y seguirlo...

2. El hombre se compromete con el hermano

Danos cada día nuestro pan del mañana.- Las tres últimas peticiones del Padre Nuestro son más fáciles de comprender, por lo que, para no extender más estas reflexiones, las abordaremos en forma breve.

El lenguaje bíblico del pan significa todo lo que el hombre necesita para vivir: alimento, techo, cultura, educación, salud, trabajo, libertad, etc.

El evangelista Juan nos presenta a Jesús como el pan verdadero de la vida, porque es el fundamento de un auténtico crecimiento como hombres.

Por eso el domingo pasado insistíamos con el evangelio en que no nos falte sobre todo la vida interior, el alimento del espíritu, el sentido de la vida. No es lo que tenemos lo que nos hace más hombres, sino lo que somos por dentro: libertad, sinceridad, respeto, alegría... Por este motivo, esta petición del Padre Nuestro no es solamente para los pueblos subdesarrollados económicamente. Es la petición de todo hombre que todavía no se siente totalmente hombre. Quizá sean los ricos los que más tengan que pedir este pan del espíritu que impide que se transformen en máquinas o en lobos rapaces. Bien dijo Jesús al tentador: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.»

Y esta Palabra, por supuesto, nos invita a ser hombres íntegros, desarrollando nuestro cuerpo y salud, la inteligencia, la cultura y los grandes valores humanos.

Y decimos «danos», porque no puede haber verdadera oración mientras que no incluyamos a toda la humanidad en la mesa del pan. ¡Qué triste ver a tantos cristianos que rezan de noche el Padre Nuestro mientras especulan con los precios, acaparan productos básicos, trafican con el hambre de los necesitados, con la venta de armas a Gobiernos dictatoriales etc., para llenar sus arcas al precio del hambre y de la miseria de pueblos enteros!

Por eso mismo, al pedir el pan, decimos «cada día», esto es, el pan que ahora y aquí necesita esta comunidad, este pueblo, esta humanidad. No se trata de prometer pan para después de la muerte o cuando se cumplan nuestros proyectos de largo alcance a costa del sufrimiento de los pobres.

El pan que hoy compartimos con los que no lo tienen es el signo evidente y práctico de que ya viene el Reino de Dios y su justicia... ¡Cuántos padrenuestros menos rezaríamos si solamente hiciéramos realidad esta breve frase que tanto repetimos con los labios: Danos el pan de cada día...!

Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo.- Nuevo compromiso en esta invocación. Cada vez que pecamos faltamos al amor a la comunidad, por lo que quedamos en deuda con ella. Por tanto, recibir el perdón de Dios significa devolver a la comunidad lo que le hemos sustraído, sin contentarnos con un superficial arrepentimiento que deja las cosas como están. El perdón se produce en el mismo momento en que reparamos lo que el pecado ha destruido: a eso se compromete el cristiano que reza el Padre Nuestro. Nadie puede arreglar sus cuentas con Dios si no las arregla con el hermano. El perdón reconstruye, rehace y repara...

Cuando los apóstoles dijeron: «Señor, enséñanos a orar», ciertamente tenían muchas cosas que aprender. Y una de ellas y de las más difíciles: perdonar.

Y no nos dejes caer en tentación.- En sentido bíblico la palabra tentación significa todo obstáculo, peligro, trampa o lazo tendido en el camino del hombre en marcha hacia su crecimiento. Esos obstáculos o tentaciones ponen a prueba al caminante que no debe dejarse sorprender, vigilando constantemente como un alpinista que sortea las dificultades para llegar a la cima.

Cuando un hombre se decide a vivir según la palabra de Dios, inevitablemente será probado en la misma vida: hay pruebas en el matrimonio, en la vida religiosa, en el quehacer político, etc. Por eso, el creyente termina su oración con una petición que es también una voz de alarma: no caer en las trampas; y se dirige a Dios que está a nuestro lado para decirnos como al paralítico: «Levántate y camina.»

El cristiano no presume de sus fuerzas ni tienta a Dios colocándose en la boca del león. Consciente de su fragilidad, vigila sobre sí mismo y abre sus ojos porque cada día es una prueba a nuestro amor y a nuestra fidelidad al Evangelio.

Jamás el cristiano dice: Basta... a su afán de crecer y perfeccionarse. Día a día descubre que, a medida que avanza en el camino, el compromiso es más serio y radical. De ahí ese final humilde de su oración: «No nos dejes caer en tentación»...

Quizá podamos sacar una conclusión última: mejor que muchos padrenuestros que caen de nuestros labios como las hojas del otoño, es un Padrenuestro reflexionado y vivido a lo largo de todo el año. Rezar esta oración no es repetirla mecánicamente, sino vivir su espíritu. Al fin y al cabo. fue eso lo que Jesús quiso enseñarles a sus apóstoles: a vivir en constante oración. El Padrenuestro es, desde luego, una hermosa síntesis del camino del discípulo de Jesús.

SANTOS BENETTI
CAMINANDO POR EL DESIERTO. Ciclo C.3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1985.Págs. 145 ss.


5.

Resulta evidente que la primera lectura y el evangelio convergen en la plegaria y concretamente en la de petición. La ingenuidad de Génesis permite darse cuenta, por una parte, de la connaturalidad de la oración y, por otra , de su eficacia. El relato, en efecto, presente una escena de regateo entre Abrahán y Dios. El patriarca habla con su Dios, como un amigo. No tiene miedo: la mirada amplia se lo impide. Ora y lo hace para ayudar a todos. La justicia del Señor queda equilibrada por su misericordia. El cuatro es sencillo, espontáneo, amistoso; es el marco adecuado para la oración filial que conduce a la petición.

El que se siente hijo de Dios ora espontáneamente, sin prejuicios. La petición alcanza su sentido en la seguridad del amor. Y el buen hijo sabe que toda oración es atendida. Sólo el siervo no está seguro. Ahí habría que ver si a menudo ante Dios no nos sentimos más siervos que hijos.

La oración de petición nos sitúa, pues, ante el Dios Padre. Jesús lo explicó muy claramente, valiéndose de la analogía del amigo y del padre. Dios es infinitamente mejor que un padre y un amigo.

En esta perspectiva, la oración se convierte en respuesta al amor de Dios, puesto que se descubre que es El mismo el que desea ayudar al hombre, hasta el punto de alegrarse cuando éste le ruega. Debe quedar claro que tenemos el derecho evangélico de pedir y que la petición es fuente de alegría. Quien pide, recibe, y quien recibe, tiene alegría. Y así surge la acción de gracias.

La oración significa, pues, sentido confidencial e íntimo en el trato con el Señor. La jornada del creyente debe ser un diálogo con el Padre. El que cree presenta todas sus penas y necesidades, habla con Dios sobre todo cuanto le ocurre... A pesar del pecado -y precisamente por él- no desfallece en la plegaria, puesto que ésta es salvación.

ORA/PERSEVERANCIA:De ahí que la plegaria pida constancia. Debe ser introducida en el trabajo, en el viaje, en el descanso... hasta obtener un clima que motive y purifique la actuación cristiana. Se puede indicar también el valor (la necesidad) de una plegaría cotidiana algo más extensa, que sea como un punto de partida o un punto de apoyo... Hay que hacer considerar que en la plegaria -y esto es muy importante- se encuentra la razón de ser creyente.

La petición puede ayudar a la renovación de la vida de plegaria, puede ser el principio de una orientación nueva. Empezando por ahí toda la vida se puede convertir en oración. Y la petición será el primer paso que facilite la acción de gracias, la intercesión y la alabanza. La conclusión puede consistir en recordar que la oración es un mandamiento del Señor -no un consejo-. Sin ella dejamos de respirar, no tenemos fe... Como los apóstoles debemos pedir al Señor que nos enseñe a orar.

JUAN GUITERAS
MISA DOMINICAL 1974, 4b


6.

1. La oración de Jesús

El hombre actual, acostumbrado a valorar ante todo la eficacia y el resultado inmediato y palpable de las acciones propias y de los demás, considera inútil la oración. ¿Para qué rezar?

Lucas es el evangelista de la oración. Nos presenta a Jesús en diálogo permanente con el Padre, sobre todo en los momentos más importantes de su vida.

Pero ¿cómo rezar? Los discípulos sabían las oraciones de todo judío piadoso, lo mismo que nosotros sabemos muchas oraciones desde la primera infancia; pero temían quedarse en puras fórmulas. Además, necesitaban una oración que los caracterizara como discípulos y comunidad de Jesús.

Nuestras fórmulas de oración, ¿son oración? Muchos cristianos, preocupados por el tema, experimentan la dificultad de rezar, y se preguntan -nos preguntamos- cómo hacerlo. Antes rezábamos las oraciones aprendidas de pequeños; ahora buscamos otra cosa, sin saber qué ni cómo. Hemos de preguntar. Es lo que hacen los discípulos a Jesús en el presente pasaje evangélico, que es un magnífico tratado sobre la oración, una verdadera catequesis sobre ella: primero, el ejemplo de Jesús, hombre de profunda oración; después, la petición a Jesús para que nos enseñe su oración. Jesús nos enseña el Padrenuestro, nos explica una parábola sobre la perseverancia en la plegaria y, finalmente, nos habla de la confianza como actitud básica de la oración cristiana y nos promete el Espíritu Santo.

La oración es algo muy importante en la vida del hombre. Jesús rezaba mucho. Con frecuencia dejaba a aquellas muchedumbres interesadas, a aquellos discípulos duros de cabeza, y se retiraba a un lugar apartado o a una montaña. Y allí, al atardecer o de madrugada, se quedaba solo, delante del Padre. También dedicó muchas noches enteras a orar.

En la presencia del Padre volvía a ser lo que era, se llenaba de paz, replanteaba su acción, escuchaba desde lo más profundo de su alma. La conciencia que iba teniendo de su misión lo llenaba de fuerza y de alegría. Se sentía de nuevo revestido de paciencia, de la misericordia incansable del Padre, de su amor dinámico y creador...

Su oración se desbordaba en palabras de confianza y de cariño: "Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Ya sé que siempre me escuchas" (Jn 11,41-42); "Padre, yo te bendigo..." (Lc 10,21); "Padre, cuida a los que me has dado..." (Jn 17,11)...

Jesús tenía a Dios como a Alguien vivo, como a Alguien presente en su vida, que le comprendía y deseaba su conversación y su atención. Hablaba con el Padre de su vida y de la vida de todos los que le rodeaban; pensaba en él, en su grandeza y amor, en sus deseos de salvación y liberación de todos los hombres...

Jesús no era muy amigo de tener ritos y fórmulas prefabricadas, porque ofrecen muchos peligros de alienación.

2. El Padrenuestro

Una de las veces que regresaba de la oración, luminoso, radiante y renovado, "uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos". Y Jesús les enseñó una oración muy parecida a la suya. No les enseñó una oración para recitar, sino una oración para vivir, para meditarla y hacerla vida. ¿No necesitó él mismo una noche entera para pronunciar solamente una frase del Padrenuestro?: "Que no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Mt 26,42.44).

El Padrenuestro es la oración que refleja la experiencia de plegaria y de vida de Jesús. Es como la síntesis de su camino, que nosotros tenemos que continuar. Es la oración del cristiano; oración de cada día. Oración de todo el pueblo de Dios en la eucaristía.

Es una oración que hemos de aprender a decir, a sentir, a vivir. ¿Por qué la rezamos con tanta prisa? Deberíamos rezarla con mucha calma, dejando que cada palabra penetre profundamente en nuestra vida. Todo el programa de vida cristiana está resumido en el Padrenuestro.

En él se anhela, se sueña, se pide la venida definitiva de la plenitud de la felicidad tan esperada y deseada. Es como el grito íntimo de los creyentes que entrevén, pero no ven realizado lo que el canto de María celebra ya como actual. Es la oración del nosotros; en ella nada es individual.

¿Se trata de pedir y esperar quietos? No es ésa la tónica del evangelio. En la oración no podemos expresar ni pedir más que aquello por lo que estemos ya luchando. Es más un anhelo y un desahogo que un acto que produzca eficacia por sí mismo; porque después de la oración los problemas siguen ahí..., pero nos ha dado la fuerza para luchar por superarlos, el convencimiento de que pueden ser vencidos. En la oración, la utopía se "ve" posible.

El Padrenuestro es una oración profética y escatológica, que se dirige a Dios desde el corazón de la vida. Cuando lo rezamos penetrados de los sentimientos e intenciones que expresa, rezamos como Jesús. Nos da los criterios para que cualquier oración sea auténtica.

El Padrenuestro en la versión de Lucas es más breve que en Mateo (6,9-13), y parece que refleja mejor el lenguaje de Jesús, pero el contenido es el mismo; lo esencial no falta. Lucas trae cinco invocaciones; Mateo, siete.

Jesús nos enseñó a rezar pidiendo cosas, porque pedir es la actitud del hombre que reconoce sus limitaciones y pide al Otro que se acuerde de él, que le ayude a ser él mismo; a pedir las cosas que son realmente importantes: el pan, el reino, la fortaleza en los momentos difíciles.

El centro de la oración es el Padre. Hacia él se dirigen todas las miradas, todas las esperanzas. El hombre tiene su misión en el mundo: perdonar a todos para ser perdonados, colaborar con Dios para que toda oración llegue a ser una realidad.

"Padre". Dios es Padre ante todo y sobre todo. Es Padre en plenitud. No sabe ni quiere ser otra cosa. No es un título honorífico ni majestuoso. Es la invocación confiada del hijo. Jesús era enemigo de los títulos honoríficos.

Jesús es el Hijo. En la medida en que nosotros nos identificamos con él y tratamos de vivir su vida, nos hacemos hijos. Entonces, en la palabra Padre lo decimos y lo expresamos todo.

A través de la oración redescubrimos nuestra condición de hijos, y experimentamos como posibles todas las audacias, como legítimas las esperanzas más desbocadas. En ella aprendemos a vivir ante un Dios que nos ama infinitamente, nos hacemos capaces de todo. Los santos estaban dotados de utopía porque rezaban; no se aceptaban como eran, con sus limitaciones, sus defectos y su debilidad, sino que se "inventaban' otros, trataban de llegar a ser la imagen y semejanza de ese Padre que experimentaban en el silencio y la soledad.

Mateo añade "nuestro" y "está en los cielos". Con ello insiste en el sentido comunitario de toda oración, que nunca puede excluir a los hermanos. Al mismo tiempo nos recuerda que Dios está siempre más allá de nuestros cálculos y especulaciones. Porque el cielo no es un lugar: es una actitud, una amistad sin despedida con Dios y con todos los hombres.

Dios es Padre de todos. La conclusión es sencilla: todos los hombres somos hermanos. Es la afirmación que, si la viviéramos los cristianos, ocasionaría la mayor revolución de la historia. ¿Dónde apoyar, desde esta oración, el que haya ricos y pobres, blancos y negros?...

Todo el cristianismo consiste en la aplicación de esto: un Padre común que nos hace a todos hermanos.

"Santificado sea tu nombre". Los hebreos, por respeto, no pronunciaban el nombre de Dios. Usaban la palabra "nombre", que designaba al mismo Dios. También lo llamaban "el fuerte", "el santo". Dios es la santidad porque tiene una vida propia, distinta y superior a la del hombre; sobrepasa infinitamente nuestro modo de pensar, sentir y actuar. Porque es santo -realidad plena de vida- es un misterio para el hombre, pues siempre está más allá de nuestra imaginación, por encima de nuestros cálculos y esquemas humanos.

"Santificado sea tu nombre" significa: manifiéstate a nosotros tal cual eres, como nuestro Dios; no te quedes oculto, no te dejes desfigurar por nuestras conveniencias ni por nuestras fantasías y burdas imaginaciones. ¡Cuántas veces hemos transformado a Dios en un fetiche, en un objeto mágico o un artículo de consumo!

Jesús santificó plenamente el nombre de Dios al revelarnos, con su vida de obediencia, su verdadero rostro, sin desfigurarlo ni prostituirlo en absoluto, como hacemos con frecuencia nosotros cuando proyectamos en Dios nuestros esquemas miopes e interesados.

Santificar el nombre de Dios es reconocerlo como Padre, viviendo como hijos; es manifestar el deseo de vivir en esa misma santidad, con su mismo espíritu, que cambia nuestro corazón; es cumplir sus mandatos. Es buscar como hijos, antes que nada, su amor de Padre y vivir en ese amor para ser dignos de él. Es descubrir, como hijos, la obligación que tenemos de conocer quién es, qué hace, cómo se manifiesta.

Las comunidades cristianas santificamos el nombre de Dios cuando presentamos al mundo su verdadero rostro de vida, de amor, de libertad, de salvación, de justicia... Cuando lo presentamos como el Dios encarnado en la historia, como el Dios que ha plantado su tienda en medio de nosotros; cuando tratamos de vivir de su misma vida.

"Venga tu reino". El reino no es un lugar geográfico; es el mismo Dios en cuanto vive y se manifiesta en medio de nosotros. El reino es la justicia, la libertad, la verdad, la paz y el amor. Hay reino entre los hombres en la medida en que vivimos todas esas cosas.

Esta petición es el resumen y la totalidad de lo que debemos pedir y vivir: que Dios viva plenamente en nosotros y en toda la creación, que sus valores sean los nuestros, sus ilusiones las nuestras, su vida la nuestra. A la vez, nos comprometemos a ponernos al servicio de ese reino, a ser sus testigos trabajando por ponerlo en práctica. El reino es la totalidad de la salvación que Dios nos ofrece; por eso incluye el pan, el perdón de las ofensas y la fidelidad en las pruebas.

La oración llevó a Jesús a vaciarse de sí mismo para llenarse del amor del Padre. Su oración era comprometida. Pedir la venida del reino de Dios obliga a aprender a olvidarse de uno mismo para entregarse a un proyecto de salvación universal. Antes que pedir para uno mismo es ofrecerse por todos, porque la oración es ofrenda y culto a la vez. Rezar es decir "estoy dispuesto a todo, estoy a tu disposición con todo lo que soy y todo lo que tengo".

Lo difícil en la oración no está en las frases que podamos emplear, sino en el grado de compromiso que llevamos dentro. Orar es ponerse a disposición de Dios. Debe ser ésta la causa por la que rezamos tan poco y tan mal y por la que tiene tanta aceptación la oración llamada vocal, que no lleva ningún compromiso dentro. ¡Esos rosarios y esas novenas que sólo sirven para quedar tranquilo!

"Hágase tu voluntad en la tierra como se hace en el cielo". Lo añade Mateo (6,10). En el cielo todos viven el reino en plenitud, sus valores. Le pedimos a Dios que eso mismo se haga realidad ya aquí y ahora. Y nos ofrecemos a luchar para lograrlo. Como vemos, es una clarificación de "venga tu reino".

"Danos cada día nuestro pan del mañana". Las tres últimas peticiones son más fáciles de comprender. En el lenguaje bíblico, "pan" significa todo lo que el hombre necesita para vivir: alimento, vivienda, cultura, educación, salud, trabajo, libertad, amor, justicia, fe, esperanza... Esta es la petición de todos los que no están satisfechos de su vida, de todos los que han descubierto que no se bastan a sí mismos, de todos los que necesitan a Dios y a los demás para ser ellos mismos. Nos invita a ser hombres íntegros, a desarrollar nuestro cuerpo y espíritu, todos los grandes valores humanos. Y, como consecuencia, a dejar todo lo superfluo.

Decimos "danos" porque no puede haber verdadera oración mientras no incluyamos en ella a toda la humanidad. ¡Cómo podrán rezar esta oración los que especulan con los precios, acaparan productos básicos para la vida, tienen pluriempleos mientras otros no tienen trabajo, trafican con el hambre de los necesitados, aumentan sus cuentas bancarias al precio del hambre y de la miseria de pueblos y naciones enteros!...

Decimos "cada día" porque el cristiano no debe acaparar. Pedimos lo que necesitamos y necesita la humanidad para ahora. Si nadie acaparara, habría en abundancia para todos. ¿Poseemos algo que esté impidiendo que otros tengan lo necesario?

El "pan" que compartimos con los que no lo tienen es signo evidente y práctico de que ya viene el reino de Dios y su justicia (Mt 6,33). ¡Cuántos padrenuestros dejaríamos de rezar si comprendiéramos el compromiso que trae consigo esta petición!

"Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo". Nuevo compromiso en esta petición: hemos de perdonar siempre a todos y todo. De otra forma pedimos a Dios que no nos perdone. ¡Pobres de nosotros!

Con nuestros pecados fallamos al amor que debemos a Dios y a la comunidad. Quedamos en deuda con ellos. Recibir el perdón de Dios significa devolver a la comunidad lo que le hemos quitado, sin contentarnos con un arrepentimiento superficial y cómodo en el sacramento del perdón, si ese arrepentimiento deja las cosas como estaban. El perdón de Dios se produce en el momento en que reparamos lo que habíamos destruido con nuestro pecado. El sacramento es el signo de ese perdón para la mayoría de los cristianos. Nadie puede arreglar sus cuentas con Dios si no las arregla con el hermano. El perdón reconstruye, rehace y repara. Quizá sea perdonar una de las cosas más difíciles de aprender. ¡Tenemos tantas razones para no hacerlo!

"Y no nos dejes caer en la tentación". ¿No hemos experimentado alguna vez que, cuando creíamos haber llegado al fondo de nuestras fuerzas, cuando pensábamos que ya no había nada que hacer, de pronto algo o alguien nos ha animado a seguir adelante?, ¿una presencia infinitamente dulce y tranquilizadora? Así es como la oración alivia nuestra desolación, rompe el cerco de nuestra soledad. Bastan pocos momentos. Una sensación rapidísima; pero ya no me siento solo. De nuevo tengo ganas de seguir caminando, me encuentro seguro, protegido por esta presencia, con la seguridad de que basta alargar la mano en la oscuridad para que alguien se acerque.

TENTACION/QUÉ-ES:En sentido bíblico la palabra "tentación" significa todo obstáculo o peligro que se interpone en el camino del hombre para impedirle su crecimiento. Pedimos no caer en la tentación de vivir prescindiendo de los otros y del Otro, de instalarnos en el mundo, de no ser fieles a nosotros mismos, de acostumbrarnos a saber las cosas...

Cuando el hombre se decide a vivir según la palabra de Dios, inevitablemente entrará en conflicto con los valores de la sociedad, encontrará dificultades sin fin... y le entrarán ganas de dejarlo todo. Por eso, Lucas termina la oración con una petición, que es también una voz de alarma, solicitando la ayuda del Padre para los momentos difíciles de la vida.

No debemos presumir nunca de nuestras fuerzas ni tentar a Dios buscando las dificultades y los problemas. Conscientes de nuestra fragilidad, hemos de vigilar constantemente, porque cada día es una prueba a nuestra fidelidad al evangelio. Jamás hemos de decir "¡basta!" a nuestro deseo de crecer y perfeccionarnos. Día a día iremos descubriendo que, a medida que avanzamos en el camino de ser hombre, el compromiso es más duro y radical; iremos descubriendo que cada día nos es más necesaria esta petición. "Líbranos del maligno" (Mt 6,13). Líbranos del único mal verdadero: del pecado y de todas sus consecuencias. De alguna manera es como una repetición de lo anterior.

3. La oración da forma a la utopía humana

Una persona que reza de verdad es capaz de todo, porque cuenta con Dios; se hace imprevisible, capaz de todas las sorpresas. De una persona que reza se puede esperar todo: nunca se sabe qué puede hacer, hasta dónde puede llegar, qué efectos puede desencadenar.

Se reza para entender. Muchas personas dan la impresión de saberlo siempre todo o casi todo simplemente porque no rezan. Con la oración entran en crisis nuestras seguridades, se borra lo que creíamos saber acerca de la vida, porque la vida que Dios nos ofrece en ella siempre es muy distinta a lo que imaginamos. La oración nos arrebata nuestro saber, nos hace verdaderos, nos da una lucidez asombrosa: la que es propia de la humildad que es la verdad. Nos va ayudando a ver el mundo como lo ve Dios, única forma de verlo de verdad.

En la oración no se trata de decir palabras, sino de dejarse acoger e instruir por la palabra. La oración da forma a la utopía humana, cuya falta impide a los hombres alcanzar ciertas metas. Rezando, el hombre se da cuenta de que no es esclavo del pasado, ni de lo sucedido, ni del destino, ni del horóscopo.

El que reza se lanza, gracias a la utopía, al futuro: quiere algo que no tiene, pretende librarse de todo lo que le estorba para ser hombre en plenitud. La oración le ayuda a soñarse distinto y a pedirle al Padre la fuerza necesaria para escapar de la prisión de lo que es para llegar a lo que debería ser. Con la oración logramos quitar la razón a la realidad más humillante, oponernos a las situaciones más imposibles. En la oración nuestra utopía se une al amor del Padre, y brota el milagro del hombre nuevo.

La oración nos hace salir de nosotros mismos para encontrar a Dios en los demás. Nos pide una actitud de despojo que nos sitúa ante Dios en nuestra verdad y sin pretensiones; una actitud de pobreza que nos hace esperar todo del don del Padre; de silencio para poder oír la palabra de Dios; de impotencia humana frente a la salvación. Nos dispone para experimentar dolorosamente nuestras limitaciones y pecados. Toda la oración cristiana consiste en un volverse transparente ante el don de Dios que llega.

Jesús nos quiere llevar a una oración que nos vaya transformando, modelando por dentro, que nos lleve a una opción total y feliz; opción que brota en las horas de recogimiento.

La oración está íntimamente ligada a la fe y al amor; es una mirada de fe y de amor sobre la realidad. Nos va descubriendo lo que hemos de ser en cada momento. Si no rezamos es imposible que nos conozcamos a fondo, porque no sabremos lo que podríamos ser ni hacia dónde caminamos; diremos muchas cosas sobre nosotros mismos, pero sin conocernos del todo; se nos borra la imagen de Dios según la cual hemos sido creados. Sólo desde la oración seremos capaces de decir en profundidad lo que somos, lo que pensamos, lo que vivimos.

Jesús, que continuamente oraba al Padre y que llegó a saber a la perfección quién es Dios, es el único que puede enseñarnos a rezar. Y no nos enseña a huir, a evadirnos de la realidad ni de las dificultades que nos rodean. Nos enseña cómo hemos de responder a la palabra de Dios, cómo hemos de responder al amor que el Padre nos ha demostrado. La plegaria de Jesús es sencilla y profunda, siempre comprometida. En ella recibía los dones del Padre. Dones vivos, sorprendentes, activos, peligrosos para nuestro egoísmo y pereza. Dones que hacen dar, perdón que hace perdonar, amor que hace amar... ¿No tendremos miedo a la verdadera oración por temor a que nos escuche?

Cada uno de los cristianos deberíamos hacer la síntesis entre el tiempo dedicado a la oración y el del compromiso concreto al servicio del prójimo, entre la oración o contemplación y la acción. La oración debe hacernos más sensibles, más atentos a los problemas de los demás. De otra forma, será una hipocresía. Si los cristianos rezáramos, y rezáramos bien, no ofreceríamos tantos escándalos en la vida social y religiosa. ¿Qué es la utopía? Lo utópico no es lo irrealizable ni el idealismo. Es la acción de denunciar y anunciar, el acto de denunciar las estructuras deshumanizantes de la sociedad y de anunciar lo que debería ser. La utopía es un acto de conocimiento, porque no podemos denunciar y anunciar si no penetramos a fondo la realidad para conocerla. En la oración el hombre penetra en la realidad, ahonda en las causas de los problemas de los hombres y de los pueblos e intuye las soluciones al ir viendo la creación con los ojos del Padre. Y se lanza a la acción.

Solamente puede ser utópico el insatisfecho, el que de verdad sabe lo que debe ser el hombre y la creación en plenitud. Solamente los utópicos pueden ser proféticos y portadores de esperanza; y solamente pueden ser proféticos los que anuncian y denuncian, comprometidos permanentemente en un proceso de transformación del mundo para que todos los hombres puedan ser más. Los hombres reaccionarios y opresores no pueden ser utópicos, no pueden ser proféticos, no pueden tener esperanza: les basta lo que tienen y lo que viven, sólo pretenden aumentar en lo que ya poseen.

4. ¿Rezamos?

Lucas completa su reflexión sobre la oración con dos historietas sacadas de la vida real: la del amigo inoportuno y la del hijo que le pide a su padre pan u otro alimento. Entender el texto del amigo machacón como una lección de que hay que pedir y pedir lo que necesitamos con muchos rezos, con el corazón siempre puesto en Dios y sin hacer nada por nuestra parte, es una forma burguesa y falsa de leer el evangelio.

Lo que hemos de sacar de él es, principalmente, que la historia la cambiarán los tenaces, que la constancia de los pobres acabará triunfando. Es la experiencia que tienen los que han ido por ese camino; experiencia que debe servirnos de luz y orientación. La oración debe ir acompañada de la lucha por conseguir lo que pedimos, sabiendo que la ayuda de Dios no nos faltará. En la oración y en la lucha hemos de ser tan pesados y constantes como ese vecino que va a pedir un favor en plena noche. Tanta insistencia no puede menos de obtener éxito.

"Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe quien busca halla y al que llama se le abre". ¿Cómo conciliar estas palabras con la experiencia casi diaria que las desmiente? ¿Cuántas veces hemos pedido y no hemos recibido, o buscado sin encontrar y llamado y no se nos ha abierto? Cada uno de nosotros podríamos presentar una lista interminable de peticiones desatendidas.

Es necesario que nos liberemos de la mentalidad de eficacia en asuntos de oración. También de esa idea que tenemos según la cual sólo somos escuchados cuando hemos conseguido lo que pedíamos.

ORA/EFICACIA: Jesús nos da la certeza de que nuestras oraciones siempre llegan a Dios, de que él se pone en camino con nosotros, participa en nuestras búsquedas, está a nuestro lado, comparte nuestros riesgos y dificultades; que Dios, con su silencio, nos dice: sigue adelante, camina y verás. Y veremos que el camino sigue siendo el mismo de antes, las dificultades siguen ahí, pero nosotros ya no somos los mismos; somos distintos porque hemos rezado. Tenemos que emprender el mismo camino que antes, pero nuestras fuerzas ya no son solamente nuestras fuerzas. Nos hemos asegurado la presencia de un compañero de viaje inigualable. En la oración no se consigue un descuento en las dificultades de la vida, se obtiene un compañero para vencerlas.

Por otra parte, ¿cómo va Dios a concedernos la cantidad de tonterías que le pedimos?; tonterías que nada tienen que ver con la vida verdadera del hombre. Aunque muchos padres y madres actuales, en su afán de evitarse complicaciones, dan a sus hijos todo lo que les piden, Dios no puede ni quiere hacerlo. Y no es éste el caso que plantea el evangelio. Jesús afirma que si los hombres, siendo malos, sabemos dar cosas buenas a los que amamos, ¡cuánto más el Padre!

La enseñanza sobre la oración termina con unas palabras decisivas: "Vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan". Generalmente pedimos cosas para satisfacer nuestra pereza y comodidad; y luego nos quejamos porque Dios no nos escucha. El Espíritu Santo es el don más preciado que Dios puede conceder al hombre, y la gran petición del cristiano. Es él el que nos llevará a la verdad plena (Jn 16,13), el que nos irá dando la visión de Dios sobre todas las criaturas. El Espíritu Santo es el objetivo final de toda oración; el don que siempre dará a los que se lo pidan de verdad, a los que lo desean desde lo más profundo de sus corazones.

Dios da, se deja encontrar y abre a los que llaman a su puerta. Y ¿qué da? La comunión con él, la fidelidad a su voluntad, su Espíritu, como bien fundamental y definitivo que está en la raíz de todo otro bien que legítimamente el hombre puede desear, para él y para los demás.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 2
 PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 141-151