33 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XVII
7-14

 

7. PATER/COMENTARIO:

PEDIR PARA RECIBIR 

-Aprender a orar (Lc 11, 1-13) 

San Lucas quiere mostrarnos a Jesús orando. No es Lucas el único que escribe acerca de  la enseñanza de Jesús sobre la oración. Mateo también nos relata cómo concibe Jesús la  oración: "Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la  puerta, ora a tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te  recompensará" (Mt 6, 6). La oración en secreto tiene, pues, su eficacia. Igualmente Mateo  insiste en la presencia de Cristo en la oración en común: "Si dos de vosotros se ponen de  acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está  en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy en medio de  ellos" (Mt 18, 19-20). San Juan insiste especialmente en la eficacia de la oración "en nombre  de Jesús". "En mi nombre", que significa: "Unidos a mí". "Pedir lo que queráis unidos a mí"  (Jn 15, 7~. "Pedid en nombre de Cristo": es la oración que no queda sin respuesta: "Todo lo  que pidáis en mi nombre, yo lo haré" (Jn 14, 13); "...de modo que todo lo que pidáis al Padre  en mi nombre os lo conceda" (Jn 15, 16); "pedid y recibiréis" (Jn 16,  24), a condición de pedir en nombre de Cristo (Jn 16, 23-26).

San Mateo y San Lucas tienen en común la enseñanza concreta de Cristo en el "Padre  Nuestro". En San Lucas, esta enseñanza viene provocada por la petición de los mismos  discípulos: "Señor, enséñanos a orar". Y Lucas añade: "... como Juan enseñó a sus  discípulos". Se trata, pues, de una tradición y de un deseo común de todos cuantos se  agrupan en torno a un profeta: aprender de él su experiencia de la oración.

Lucas, al igual que Mateo, nos transmite el modelo de oración que nos dejó Jesús. Sin  embargo (y esto podría extrañarnos), los textos de ambos evangelistas no son realmente  idénticos. Ellos no creyeron necesario transmitir literalmente el modelo dejado por Jesús,  sino más bien su contenido esencial.

Sabemos que el Padre Nuestro ha sido objeto de numerosos comentarios por parte de  los Santos Padres. Por otra parte, el ritual del catecumenado incluía una "Tradición del  Padre Nuestro" que se explicaba a los catecúmenos para que éstos pudieran rezarlo. La  catequesis de los Santos Padres se preocupó mucho de la enseñanza del Padre Nuestro  que Jesús formuló. En la liturgia romana, en principio, se cantaba inmediatamente antes de  la comunión. El papa San Gregorio Magno hizo que se cambiara de lugar y se situara  inmediatamente después de la plegaria eucarística, porque no le parecía lógico que,  durante la celebración, se utilizaran oraciones compuestas por uno u otro autor, mientras  que la oración que el mismo Señor nos enseñó no tuviera un lugar en el mismísimo centro  de la celebración eucarística.

El texto del Padre Nuestro que nos transmite San Lucas no ha sido conservado por la  liturgia, que utiliza el del evangelio de Mateo. Veamos en paralelo ambos textos:

Mateo 6, 9b-13

Lucas 11, 2b-4

Padre Nuestro que estás en los cielos

Padre,

santificado sea tu Nombre;

santificado sea tu Nombre

venga tu Reino,

venga tu Reino;

hágase tu Voluntad  así en la tierra como en el cielo.

El pan nuestro de cada día dánosle hoy;

danos cada día nuestro pan cotidiano 

y perdónanos nuestras deudas,

y perdónanos nuestros pecados

así como nosotros perdonamos a nuestros deudores;

porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe

y no nos dejes caer en tentación

y no nos dejes caer en tentación

más líbranos del Mal.

En Mateo, sigue un comentario a la penúltima petición: "Que si vosotros perdonáis a los  hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no  perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas" (Mt 6,  14-15).

La estructura del Padre Nuestro se sitúa en la línea de las oraciones judías: Exclamación  y, a continuación, peticiones que, al mismo tiempo, constituyen alabanzas.

La oración se dirige al "Padre". Entre los latinos será costumbre orar al Padre, por  Jesucristo y en el Espíritu. El salmo 88, 27 expresa el deseo del mismo Dios de ser llamado  "Padre": "El me invocará: ¡Tú, mi Padre!". Sin embargo, aunque el Antiguo Testamento  tenga una idea muy justa y amorosa de la paternidad de Dios, tanto en el sentido de Padre  de un pueblo que él mismo ha engendrado, como en el sentido de Padre de los miembros  de la Nación, el Padre Nuestro aparece como típicamente cristiano. Para San Pablo, sólo el  Espíritu puede hacernos capaces después del bautismo, de llamar a Dios Abba, porque  hemos sido hechos hijos por mediación del Hijo, el cual llama Abba a su Padre (Ga 4. 6; Rm  8, 15). Mateo amplifica esta apelación: "Padre Nuestro que estás en los cielos". Lucas, por  su parte, se dirige directamente al Padre, sin añadir nada a este título. En el evangelio,  Cristo se dirige muchas veces a su Padre llamándole directamente: "Padre".  ·Ambrosio-SAN, en su Tratado De Sacramentis, escribe: 

"...De mal servidor te has convertido en buen hijo... Eleva, pues, tus ojos al Padre que te  ha engendrado mediante el baño, al Padre que te ha rescatado por medio de su Hijo"  (AMBROSIO DE MILÁN, De Sacramentis, V. 19; SC 25 bis, pp. 128-129).  El comentario de la "Tradición del Padre Nuestro" se inscribe en la misma línea de  pensamiento: 

"Es éste un grito de libertad, lleno de confianza. Por lo tanto, según estas palabras, tenéis  que llevar una vida tal que podáis ser hijos de Dios y hermanos de Cristo" (Sacr. Gel., pp.  51-53, nn. 319-328).

Se ha visto cómo San Lucas parece copiar más de cerca el modelo de la oración de  Jesús, diciendo sencillamente "Padre", sin añadir el posesivo "Nuestro" ni la proposición  relativa "que estás en los cielos". De este modo la oración es más familiar, pero ciertamente  se presta menos a la celebración común.

Se sabe también que, en la Biblia, el "nombre" designa a la persona. ¿Qué puede  significar "la santificación" del Padre? San Ambrosio se plantea el problema en su  catequesis, y responde:

"...que sea santificado en nosotros, a fin de que su acción santificadora pueda llegar  hasta nosotros". El comentario de la "Tradición del Padre Nuestro" nos dice: "...pedimos  que su nombre sea santificado en nosotros para que, santificados en su bautismo,  perseveremos en lo que hemos empezado a ser".

Pero, ¿cómo entiende San Lucas esta santidad del nombre del Padre? En el canto del  Magnificat la santidad de Dios es asociada a su misericordia y a su fuerza: "Santo es su  nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen.  Desplegó la fuerza de su brazo..." (Lc 1, 49 ss.). El Señor es santo porque realiza la obra de  salvación para su pueblo y, al mismo tiempo demuestra su misericordia y su fuerza. En  Ezequiel, el Señor, a pesar de las infidelidades y profanaciones de las que su pueblo se ha  hecho culpable, proclama a todos: "No hago esto por consideración a vosotros, casa de  Israel, sino por mi santo nombre, que vosotros habéis profanado entre las naciones donde  fuisteis. Yo santificaré mi gran nombre profanado entre las naciones... cuando yo, por medio  de vosotros, manifieste mi santidad a la vista de ellos" (Ez 36, 22-23). Esta acción  misericordiosa y poderosa de Dios se manifestará cuando ponga en su pueblo un corazón  nuevo, un espíritu nuevo (Ez 36, 26). Que su nombre sea santificado, es decir, que el Señor  siga ejerciendo en nosotros su misericordia y su poder y nosotros respondamos a su  acción. La respuesta que se nos impone, ante esta misericordia y este poder, debe  prolongarse hasta la plenitud de los tiempos, en que ha de venir el Reino de Dios. San  Ambrosio escribe: "...el reino de Dios ha llegado cuando habéis alcanzado la gracia. Porque  él mismo dice: 'El Reino de Dios ya está entre vosotros' (Lc 17, 21)". Tomando el texto de  San Ambrosio, el comentario de la Tradición del Padre Nuestro escribe: "En efecto,  ¿cuándo no reina infinitamente nuestro Dios, cuyo reino es inmortal? Pero cuando decimos:  'Que venga tu reino', es nuestro reino el que pedimos que venga, reino prometido por Dios,  adquirido por la sangre y la pasión de Cristo". Se trata, pues, de una esperanza en la  escatología. Pero no puede excluirse que el deseo de "que venga tu reino" sea también una  exhortación a los cristianos contemporáneos de Mateo y de Lucas, y a todos nosotros, a  manifestar con nuestra actitud el reino de Dios y a promoverlo.

San Lucas omite la frase "hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo". De hecho,  esta frase es una explicación de lo que precede: la santificación del nombre de Dios y el  deseo de que venga su reino implican que la voluntad del Señor es cumplida. Sin embargo,  San Ambrosio ve en el cumplimiento de la voluntad de Dios la realización de su plan de  salvación:

"Todo ha sido pacificado por la sangre de Cristo en la tierra y en el cielo (Col 1. 20): el  cielo ha sido santificado, el demonio ha sido arrojado de él y ahora se encuentra allá donde  se encuentra el hombre al que ha conseguido engañar. Hágase tu voluntad, es decir, haya  paz en la tierra y en el cielo". El texto de la "Tradición del Padre Nuestro" deja entender que  el cumplimiento de la voluntad nos atañe particularmente: "que lo que tú quieres en el cielo  podamos nosotros, habitantes de la tierra, cumplirlo de forma irreprochable".

"Danos nuestro pan de cada día". Aquí insiste San Mateo en el "hoy": "El pan nuestro de  cada día dánosle hoy". Podría pensarse que Jesús desea que se le pida el pan de hoy sin  preocuparse por el de mañana. San Lucas, por su parte, parecería insistir en el hecho de  que el Padre alimenta cada día a los suyos.

Si esta petición que nos enseña Jesús recuerda la oración con que los judíos solían pedir  el pan del alimento terrestre, y si nosotros pedimos "nuestro pan de cada día" pensando en  los pobres, pues en realidad se trata de una oración de pobres, los Santos Padres, sin  embargo, piensan al mismo tiempo en el pan eucarístico. San Ambrosio escribe:"Dice pan,  pero "epiousios", es decir, sustancial. No se trata del pan que entra en el cuerpo, sino del  pan de vida eterna que reconforta la sustancia de nuestra alma. Por eso el griego lo llama  "epiousios". El latín ha llamado 'cotidiano' a este pan, porque los griegos denominan al  futuro 'ten epiousian emeran'. Así pues, el griego y el latín parecen igualmente útiles. El  griego ha expresado ambos sentidos mediante una sola palabra; el latín ha dicho:  cotidiano... Recibe cada día lo que debe aprovecharte cada día".

El comentario de la Tradición del Padre Nuestro dice: 

"Debemos aquí entenderlo del alimento espiritual. Cristo, efectivamente, es nuestro pan,  el que ha dicho: 'Yo soy el pan vivo bajado del cielo'. Lo llamamos de cada día porque  debemos pedir siempre ser preservados del pecado para ser dignos de los alimentos del  cielo".

Vemos cómo la interpretación espiritual y litúrgica puede diferir de la simple lectura  exegética del texto. Su uso en la celebración eucarística le ha dado una innegable  significación eucarística.

Lucas emplea la palabra "pecados" cuando pide que seamos perdonados: "perdónanos  nuestros pecados". Mateo escribe: "Perdónanos nuestras deudas". Puede parecer extraño  que Lucas no haya empleado también la imagen de la deuda, siendo así que él es el único  que nos relata el episodio de los dos deudores a quienes se les perdona su deuda (Lc 7,  41-42). Sin embargo, Lucas insiste precisamente en el hecho de que también nosotros  debemos perdonar su deuda a quien nos debe algo. La medida de nuestro perdón por parte  de Dios viene indicada por la medida en que nosotros perdonemos a los demás. San  Ambrosio, después de haber explicado que Cristo nos ha perdonado nuestras deudas al  darnos su sangre, prosigue: 

"Presta atención a lo que dices: Perdóname así como yo perdono. Si tú perdonas,  estableces un acuerdo justo para que se te perdone. Pero si tú no perdonas, ¿cómo  pretendes comprometerle a perdonarte?". 

El comentario de la Tradición del Padre Nuestro se refiere a las palabras de Jesús: "Si  vosotros no perdonáis sus pecados a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará  vuestras faltas".

"Y no nos dejes caer en la tentación". En el evangelio de Lucas, la petición se detiene  aquí, mientras que Mateo, después de esta petición negativa, se expresa positivamente:  "mas líbranos del Mal". San Ambrosio parece haber entendido perfectamente la  significación de esta petición y a él acuden muchos de los comentaristas modernos:  "No dice: No nos sometas a la tentación, sino que, como un atleta, desea una prueba que  la humanidad pueda superar, y que cada cual sea librado del mal, es decir, del enemigo  que es el pecado. Pero el Señor, que ha apartado vuestro pecado y perdonado vuestras  faltas, es capaz de protegeros y guardaros contra las asechanzas del diablo que os  combate... Quien se confía a Dios no teme al diablo. Porque, si Dios está con nosotros,  ¿quién estará contra nosotros?".

El comentario de la Tradición del Padre Nuestro dice: "Es decir, no permitas que seamos  inducidos a ella por el tentador".

* * * 

Después de ofrecer a sus lectores esta oración del Señor, Lucas prosigue su enseñanza  sobre la oración refiriéndonos una parábola que Jesús contó a sus discípulos. La parábola  del amigo importuno es de sobra conocida. Toda ella gravita sobre la insistencia continua  que debe caracterizar nuestras peticiones. La aplicación de la parábola a la actitud del  hombre que ora, pero sobre todo a Dios que escucha la oración es evidente. "Pedid y se os  dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá". Exhortación a la confianza y a la  perseverancia en la oración. Tanto más, cuanto que, si un padre no puede negar nada a su  hijo, a pesar de que los hombres somos pecadores, con menos razón podrá Dios resistirse  a nuestra oración.

No se puede negar que esta enseñanza sobre la oración podía constituir un cierto peligro  si no se seguía el modelo del Padre Nuestro que Lucas acababa de presentar. Una  mentalidad simplista (y este simplismo existe, incluso entre personas de gran cultura,  cuando se trata de cosas religiosas), podría hacer creer que basta con tener esta  perseverancia, esta audacia y esta fe inquebrantable para obtener de Dios cualquier cosa.  El Padre Nuestro corrige esta teología imposible de la oración. Lo que se obtiene,  ciertamente, es que el nombre de Dios sea santificado, que venga su reino y que se haga  su voluntad. El perdón se nos concede, pero somos nosotros mismos quienes ponemos sus  condiciones. Si Dios, como Padre que es, nos concede lo que le pedimos, no lo hace  condicionado por nuestras peticiones de todo género, y no habría que atribuir a la oración  una eficacia mecánica. Dios no nos escucha si nuestras súplicas no se inscriben en la línea  de su voluntad y si no nos dedicamos con todas nuestras fuerzas a hacer lo que él quiere  que hagamos para nuestra salvación.

-Orar sin desfallecer, contra toda esperanza (Gn 18, 20-32) 

No hay mejor ejemplo de la oración como diálogo audaz con Dios, que este pasaje del  Génesis, en el que vemos a Abrahan hablar con el Señor y... tratar de hacerle caer en la  trampa de su bondad y su justicia, abusando de su confianza hasta el límite. Hay que leer  de cabo a rabo este diálogo de Abrahan para ver al Señor "acorralado" en la última  trinchera de su misericordia. El estilo y el modo de proceder nacen realmente de la  mentalidad semítica. Poner en juego el honor de Dios, su reputación de justicia:  procedimientos que nos parecen llegar al último grado de la falta de respeto, pero que, de  hecho, demuestran la confianza en Dios, así como la proximidad "amistosa" de Dios a los  hombres, propia del Nuevo Testamento. De este modo, Abrahan se presenta como uno de  los grandes hombres "espirituales" de todos los tiempos, junto con Moisés, Samuel y  Jeremías, en quienes tenemos ejemplos siempre vivos de actitud de oración confiada.  También en los salmos vemos a Dios "acorralado" y "urgido", para salvar su honor, a  acoger la súplica de su pueblo: "no a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre" es  al que tienes que honrar dándonos lo que pedimos.

El salmo 137 magnifica la escucha de Dios, siempre atento a nuestra oración: "has  escuchado las palabras de mi boca". Dios extiende su mano para salvar, su poder lo hace  todo por nosotros, porque su amor es eterno y no se detiene el trabajo de sus manos.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 6
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 9-21
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 87-93


8.

-EL EVANGELIO DE LA ORACIÓN 

El Evangelio de Lucas comienza en clima de oración en el Templo (Lc 1, 1-10) y termina  en ese mismo clima, con los Doce bendiciendo a Dios en el Templo (24, 53). Aquí tenemos  el mejor indicio de la extraordinaria importancia que el evangelista concede a la oración. El  Evangelio de Lucas es llamado el Evangelio de la oración. Este es uno de sus rasgos más  bellos y característicos.

Lucas, consciente de que la oración, es una actitud esencial en la vida del cristiano y de  la comunidad cristiana, se complace en presentarnos a Jesús frecuentemente en oración.  Los momentos más importantes del ministerio público de Jesús están precedidos,  preparados e impregnados por la oración: el Bautismo de Jesús (3, 21), la elección de los  doce (6, 12), la confesión de Pedro (9, 18), la transfiguración (9, 28), la última Cena (22,  32), la agonía en el huerto de los Olivos (22, 41), sus últimos momentos en la cruz (23,  46).

Pero Jesús, en el Evangelio de Lucas, no sólo aparece orando en los momentos más  culminantes, sino que la oración acompaña, envuelve y sostiene toda su actividad, toda su  vida. Jesús gusta retirarse a lugares solitarios (5, 16); o sube al monte y pasa la noche en  oración (6, 12). La noche y el monte son el tiempo y el lugar preferidos por Jesús para su  incesante diálogo con el Padre. Al presentar el evangelista la ya citada oración de Jesús en  el huerto, leemos este precioso detalle: "Salió entonces y se dirigió, como de costumbre, al  monte de los Olivos" (22, 39). Era una costumbre en Jesús retirarse a la montaña para  pasar la noche en oración.

Con esta complacencia en presentar a Jesús en oración, el evangelista ofrece al lector  un eximio ejemplo de actitud orante, al mismo tiempo que le exhorta, de la forma más  delicada y persuasiva, a la oración. La oración tiene una clara finalidad: «Orad para no  desfallecer en la prueba» (22, 40). Las pruebas, las dificultades, las tribulaciones -que  constituyen, en los escritos de Lucas, una dimensión esencial de la vida cristiana (He. 14,  22)- acompañan siempre al seguidor de Jesús.

La oración no sólo tiene un relieve singular en el Evangelio de Lucas, sino también en el  libro de los Hechos, que es como la segunda parte o una especie de continuación de aquél  (He. 1,1). "Todos -se refiere a los Doce- perseveraban unánimes en la oración, con algunas  mujeres, con María la madre de Jesús y sus hermanos» (He. 1, 14). Esta es la primera  presentación que hace el libro de los Hechos de la primitiva comunidad cristiana. Y las  referencias a la oración de la comunidad, como un rasgo fundamental de la misma, se  repiten, una y otra vez, a lo largo de todo el libro, como un estribillo.

-LA MAS BELLA PETICIÓN 

El texto evangélico de hoy nos presenta un precioso y preciso momento de la vida orante  de Jesús. Jesús se ha apartado del grupo para orar. Los discípulos lo contemplan sumido  en profunda oración al Padre. Están tan absortos y sobrecogidos viendo a Jesús en  oración, que no se atreven a interrumpirlo. Dejan que Jesús concluya su oración. «Y  cuando acabó», uno de los discípulos, fascinado por aquel singular estilo de orar de Jesús,  le dirige la más bella y conmovedora de las peticiones: «Señor, enséñanos a orar». Y fue entonces cuando Jesús enseñó a los Doce, como viva expresión de su actitud  orante, el Padre-nuestro. Desde aquel momento, nunca se encontrará ya completamente  solo y desamparado el creyente. En las circunstancias más adversas tendrá siempre el  maravilloso recurso de poder decir: «Padre nuestro que estás en el cielo...». Al entregarnos  el espléndido regalo del Padre-nuestro, nos dio a todos un inefable remedio para todo  nuestro inmenso desamparo existencial.

-DIOS COMO «ABBA» D/PADRE ABBA:

Evoquemos, junto a la oración del Padre-nuestro, las otras oraciones de Jesús recogidas  en el Evangelio de Lucas (10, 21-24; 22, 42; 23, 46) y hagamos esta constatación: todas  comienzan con la misma invocación: «¡Padre!». Tenemos la suerte de saber cuál era la  palabra aramea correspondiente a «Padre», que estaba siempre en los labios de Jesús,  cuando se dirigía a Dios Padre y nos mandaba dirigirnos a Dios Padre. Es la palabra  «Abbá». Esta palabra pertenecía al vocabulario profano y familiar. En las innumerables  oraciones judías que han llegado a nosotros, en ninguna aparece Dios invocado como  "Abbá". Esta palabra fue una revolucionaria y original innovación de Jesús. Era algo  insólito, inimaginable; expresaba la máxima confianza, cercanía y ternura. Llamó tan  poderosamente la atención de todos los oyentes que se nos ha conservado la mismísima  palabra aramea.

Con esa palabra se abría un mundo nuevo en las relaciones de Dios para con el hombre.  De todas las revoluciones del Evangelio, la más profunda, la más radical fue la operada en  la imagen de Dios: Dios como amor, como el Padre más cariñoso y entrañable. Del nuevo  concepto de Dios brotan unas relaciones nuevas del hombre con Dios y, por consiguiente, el  nuevo estilo de la oración cristiana, hecha de confianza, abandono y obediencia filial,  reflejadas en el «abbá» con que invocamos a Dios, siguiendo el ejemplo y el mandato de  Jesús. La vida cristiana está bañada de la alegría de sabernos hijos de Dios.

-EL DON DEL ESPÍRITU SANTO 

Después de enseñarnos el Padre-Nuestro, Jesús dirige una conmovedora exhortación a la  oración confiada, inspirada en lo que sucede entre los hombres, entre amigos y entre  padres e hijos. Y saca la conclusión: «Si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar a vuestros  hijos cosas buenas, ¿cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo  pidan?». Retengamos esta última afirmación. La oración no es un seguro a todo riesgo.  Jesús nos asegura que nos concederá su Espíritu. Así viviremos como hijos ante Dios y  como hermanos de nuestros hermanos. Este es el sentido de la oración.

VlCENTE GARCIA REVILLA
DABAR 1992, 39


9.

-Tener a Dios cerca

"Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá". Las lecturas de hoy son, ciertamente, una gran invitación a la confianza en Dios, una  invitación a tener a Dios muy presente en nuestras vidas y a ser capaces de presentarle sin  temor nuestros deseos, nuestras preocupaciones, nuestras necesidades.

Es la confianza que hemos encontrado en la primera lectura, cuando Abrahán habla con  Dios como con un compañero, como un buen amigo, a quien se le pueden discutir las  decisiones que toma. Casi podríamos decir que Abrahán regaña a Dios porque quiere  destruir Sodoma, y le pide que recapacite. Y el relato, de una manera muy ingenua, nos va  presentando como Dios va aceptando las propuestas de Abrahán, y le promete cambiar la  decisión que había tomado si se cumple lo que Abrahán dice. Y Abrahán va regateando, y  Dios va aceptando el regateo. Es un ejemplo de lo que quiere decir sentirse cerca de Dios y  saber que él es alguien con quien podemos contar en nuestras vidas.

Este poder contar con Dios, lo sabemos bien, no quiere decir que tengamos que esperar  que él nos resuelva todos los problemas, y menos aún que se ponga a favor de nuestros  pequeños intereses. Pero sí que quiere decir saber que él nos da la mano en nuestro  camino, y nos da fuerza, y valor. Es tener a alguien al lado que no nos deja nunca; es poder  vivir todo lo que pase, por duro que sea, acompañado por un amor muy grande, pleno,  infinito.

Ahora que estamos en pleno verano, y que quizá para bastantes la vida es más relajada y  tranquila, será una buena ocasión para reafirmar y revitalizar este espíritu de relación con  Dios, de plegaria, de vivir su proximidad cada día, en cada circunstancia.

Cada uno debe hallar su manera de vivir esta proximidad con Dios. O bien dedicar cada  noche un rato de repaso del día para compartirlo con él y convertirlo todo en oración, o  acostumbrarse a orar brevemente y con sencillez en medio de las actividades cotidianas, o  entrar cada día unos momentos en la Iglesia... Cada uno debe saber encontrar lo que le va  mejor.

-¿Qué hemos de pedir?

Y otro punto que nos invitan también a reflexionar las lecturas de hoy es sobre lo que  hemos de pedir en nuestra oración.

Porque sería un mal signo que a Dios le pidiéramos sólo ayuda y fuerza para nuestras  angustias y problemas personales. Querría decir que no nos creemos mucho ni vivimos  mucho el mandamiento principal de Jesús, el mandamiento del amor a Dios y a los demás.  Querría decir que nuestros intereses y preocupaciones no son los intereses y las  preocupaciones del Evangelio, sino unos intereses y preocupaciones egoístas.

El padrenuestro, que Jesús enseña a sus discípulos como modelo de oración y que  nosotros recitamos tan a menudo, nos muestra cuán amplios deben ser nuestros deseos y  anhelos en la plegaria.

El padrenuestro comienza invitándonos a desear que el nombre de Dios sea conocido y  amado por todas partes. Porque este debe ser el gran anhelo cristiano: que Dios y su amor  estén presentes en la vida de todos los hombres y mujeres del mundo.

Después, pedimos que venga el Reino de Dios y que la voluntad de amor de Dios llegue a  todo el mundo. ¿Qué quiere decir Reino de Dios?, ¿qué quiere decir que la voluntad  amorosa de Dios se realice ya ahora en la tierra? Quiere decir que se haga realidad todo lo  que Jesús enseñó. Quiere decir que el mundo sea tal como Jesús nos dijo. Quiere decir que  el amor y la fraternidad sean lo que marque la vida de los hombres y nadie quede al margen  de una vida digna. Ciertamente sería muy poco cristiana nuestra plegaria si estos anhelos  no formasen parte importante de ella!.

Después pedimos que no nos falte el pan. A cada uno de nosotros y a todos los hombres.  Que no nos falte lo necesario para vivir, y que no le falte a nadie. Y que no nos falte el pan  del Espíritu, todo aquello que nos ayuda a crecer como personas y como creyentes. Y finalmente, con mucho realismo, el padrenuestro nos hace mirar nuestra realidad débil y  pecadora, y nos hace recordar que podemos caer en el mal, en males de toda clase, del  cuerpo y del espíritu. Y nos hace pedir perdón, y nos hace pedir que seamos liberados del  mal.

Todo esto es lo que Jesús nos enseña a pedir. Todo esto debe formar parte de nuestra  plegaria confiada a nuestro Dios, que es padre, es amigo, es compañero de camino. 

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1992, 10


10.PATER/SER-CR  APRENDER EL PADRENUESTRO 

Hemos recitado tantas veces el Padrenuestro y, con frecuencia, de manera tan  apresurada y superficial, que hemos terminado, a veces, por vaciarlo de su sentido más  hondo.

Se nos olvida que esta oración nos la ha regalado Jesús como la plegaria que mejor  recoge lo que él vivía en lo más íntimo de su ser y la que mejor expresa el sentir de sus  verdaderos discípulos.

De alguna manera, ser cristiano es aprender a recitar y vivir el Padrenuestro. Por eso, en  las primeras comunidades cristianas, rezar el Padrenuestro era un privilegio reservado  únicamente a los que se comprometían a seguir a Jesucristo.

Quizás, necesitamos «aprender» de nuevo el Padrenuestro. Hacer que esas palabras que  pronunciamos tan rutinariamente, nazcan con vida nueva en nosotros y crezcan y se  enraicen en nuestra existencia.

He aquí algunas sugerencias que pueden ayudarnos a comprender mejor las palabras  que pronunciamos y a dejarnos penetrar por su sentido.

Padre nuestro que estás en los cielos. Dios no es en primer lugar nuestro Juez y Señor y,  mucho menos nuestro Rival y Enemigo. Es el Padre que desde el fondo de la vida, escucha  el clamor de sus hijos.

Y es nuestro, de todos. No soy yo el que reza a Dios. Aislados o juntos, somos nosotros  los que invocamos al Dios y Padre de todos los hombres. Imposible invocarle sin que crezca  y se ensanche en nosotros el deseo de fraternidad.

Está en los cielos como lugar abierto, de vida y plenitud, hacia donde se dirige nuestra  mirada en medio de las luchas de cada día.

Santificado sea tu Nombre. El único nombre que no es un término vacío. El Nombre del  que viven los hombres y la creación entera. Bendito, santificado y reconocido sea en todas  las conciencias y allí donde late algo de vida.

Venga a nosotros tu Reino. No pedimos ir nosotros cuanto antes al cielo. Gritamos que el  Reino de Dios venga cuanto antes a la tierra y se establezca un orden nuevo de justicia y  fraternidad donde nadie domine a nadie sino donde el Padre sea el único Señor de todos.

Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. No pedimos que Dios adapte su  voluntad a la nuestra. Somos nosotros los que nos abrimos a su voluntad de liberar y  hermanar a los hombres.

El pan de cada día dánosle hoy. Confesamos con gozo nuestra dependencia de Dios y le  pedimos lo necesario para vivir, sin pretender acaparar lo superfluo e innecesario que  pervierte nuestro ser y nos cierra a los necesitados.

Perdónanos nuestras deudas, egoísmos e injusticias pues estamos dispuestos a extender  ese perdón que recibimos de Ti a todos los que nos han podido hacer algún mal.

No nos dejes caer en la tentación de olvidar tu rostro y explotar a nuestros hermanos.  Presérvanos en tu seno de Padre y enséñanos a vivir como hermanos.

Y líbranos del mal. De todo mal. Del mal que cometemos cada día y del mal del que somos  víctimas constantes. Orienta nuestra vida hacia el Bien y la Felicidad.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 331 s.


11.

Del «Padre nuestro» se ha dicho todo. Es la oración por excelencia. El mejor regalo que  nos ha dejado Cristo. La invocación más sublime a Dios, pronunciada jamás por labios  humanos. Y, sin embargo, repetida una y otra vez por los cristianos, puede convertirse en  rezo rutinario. Palabras que se repiten mecánicamente sin elevar el corazón a Dios.  Por eso, es bueno que nos detengamos de vez en cuando a reflexionar sobre esta  oración en la que se encierra toda la vida de Jesús. Pronto nos daremos cuenta de que sólo  pueden rezar el «Padre nuestro» quienes viven con su Espíritu.

«Padre nuestro». Es el primer grito que brota del corazón humano cuando el hombre vive  habitado, no por el miedo y el temor a Dios, sino por una confianza plena en su amor  creador. Un grito en plural, al que es Padre de todos. Una invocación que nos enraiza en la  fraternidad universal y nos hace responsables ante todos los hombres.

«Santificado sea tu Nombre». Esta primera petición no es una más. Es el alma de toda  esta oración de Jesús, su objetivo y su aspiración suprema. Que el «Nombre» de Dios, es  decir, su misterio insondable, su amor y su fuerza salvadora se manifiesten en toda su gloria  y su poder. Y esto dicho no desde la pasividad o la indiferencia, sino desde el deseo y el  compromiso de configurar nuestra propia vida desde esa aspiración de Jesús.

«Venga tu Reino». Que no reinen en el mundo la violencia y el odio destructor. Que reine  Dios y su justicia. Que no reine el Primer Mundo sobre el Tercero, los europeos sobre los  africanos, los poderosos sobre los débiles. Que no domine el varón a la mujer, ni el rico al  pobre. Que se adueñe del mundo la verdad. Que se abran caminos a la paz, al perdón y a la  verdadera liberación.

«Hágase tu voluntad». Que no encuentre tanto obstáculo y resistencia en nosotros. Que  la humanidad entera obedezca a la llamada de Dios que, desde el fondo de la vida, invita al  hombre a su verdadera salvación. Que mi vida sea hoy mismo búsqueda de esa voluntad de  Dios.

«Danos el pan de cada día». El pan y todo lo que necesitamos para vivir de manera  digna, no sólo los del Primer Mundo, sino todos los hombres de la Tierra. Y esto dicho no  desde el egoísmo acaparador o el consumismo irresponsable, sino desde la voluntad de  compartir más lo nuestro con los necesitados.

«Perdónanos». El mundo necesita el perdón de Dios. Los hombres sólo podemos vivir  pidiendo perdón y perdonando. Sólo quien renuncia a la venganza desde una actitud abierta  de perdón puede hacerse cada día más humano.

«No nos dejes caer en la tentación». No se trata de las pequeñas tentaciones de cada  día, sino de la gran tentación de abandonar a Dios, olvidar el evangelio de Jesucristo y  seguir un camino equivocado. Este grito de socorro queda resonando en nuestra vida. Dios  está con nosotros frente a todo mal. 

JOSE ANTONIO PAGOLA
SIN PERDER LA DIRECCION
Escuchando a S.Lucas. Ciclo C
SAN SEBASTIAN 1944.Pág. 91 s.


12.

El arte de orar 

Otra vez nos vuelve a aparecer hoy el tema de la oración, del que también hablábamos el  domingo pasado a propósito del relato de las dos hermanas, la activa Marta y la «pasiva»  María. Y no olvidemos que, inmediatamente antes, Jesús había presentado la parábola del  buen samaritano.

Ya insistimos hace una semana en esa frase de E. Fromm de que la capacidad de  contemplación es, paradójicamente, necesaria para la capacidad de amar. En este contexto  se sitúa el relato evangélico de hoy, que se inicia con esa imagen de Jesús en oración, que  suscita la petición de uno de los discípulos -no se nos dice el nombre-: «Señor, enséñanos a  orar, como Juan enseñó a sus discípulos».

La liturgia de la Iglesia ha escogido, como paralelo al evangelio de hoy, una vieja tradición  del Antiguo Testamento, que es casi continuación del texto del domingo pasado, el de la  hospitalidad de Abrahán con el Dios que se le manifiesta a través de los tres caminantes  desconocidos. Se trata de una tradición que nos presenta una imagen de Dios, que debe  ser iluminada desde el Dios que nos manifestará Jesús y en la que se da ese regateo, tan  característico de los pueblos orientales, entre Abrahán y Dios: Abrahán va rebajando la cifra  de los justos en la ciudad de Sodoma -desde cincuenta hasta sólo diez- para así salvar a la  ciudad pecadora.

Creo que es importante que precisamente en estas fechas, en ambiente de vacaciones,  se nos hable sobre el tema de la oración. Porque la oración, desde hace algunos años, se  encuentra en crisis. Frecuentemente los padres se sorprenden de que sus hijos no  aprendan, incluso en colegios confesionales, las principales oraciones que ellos aprendieron  de memoria en su niñez. En muchas personas se han diluido determinadas prácticas de  oración del pasado.

También es verdad que han surgido ciertas realidades nuevas que se sitúan en la línea  de la oración: hay personas que desean pasar algunos días en el ambiente de paz y  serenidad de los monasterios -algunos de los cuales están realizando una gran labor de  acogida, inspirada en la bella fórmula de la regla de san Benito: «Hospes venit, Christus  venit», «si viene un huésped, es Cristo mismo el que viene», reproduciendo la hospitalidad  de Abrahán con los desconocidos caminantes-. Ya hace años que el monasterio de Taizé ha  hecho descubrir a no pocos jóvenes la importancia y el valor de la oración. Y, por otra parte,  sigue vivo el interés por la espiritualidad de las religiones orientales y sus métodos de  oración, que parecen haber descubierto algo inédito en la espiritualidad cristiana.

Lo que se sigue manteniendo con más claridad es la llamada oración de petición. En  muchas personas se mantiene viva la famosa frase del refranero de «acordarse de santa  Bárbara cuando truena», y se recurre a la oración antes de los exámenes, ante un problema  de salud o una difícil situación... incluso para tener suerte en la lotería o que gane mi equipo  favorito.

Y es precisamente el tema de la oración de petición el que aparece especialmente  subrayado en la segunda parte del relato evangélico de hoy. Jesús, después de haber  formulado la oración del padrenuestro -más breve en Lucas que en Mateo-, entra en el tema  de la oración de petición a través de dos sencillas comparaciones.

La primera es la de aquel hombre que es despertado en lo mejor de su sueño y que se  acaba levantando -quizá no tanto por razones de amistad, sino para liberarse de aquel  molesto que llama a su puerta-. La segunda es la del padre que no puede dar una serpiente  o un escorpión al hijo que le pide un pescado o un huevo.

En este contexto, el mensaje de Jesús se expresa con gran claridad y belleza: «Pedid y se  os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá, porque quien pide, recibe; quien busca,  llama; y al que llama, se le abre». Podemos decir que es el mismo mensaje del relato del  Génesis: a base del regateo de Abrahán se consigue esa gran rebaja desde la cifra de los  cincuenta justos a únicamente diez.

Y, sin embargo, todos somos conscientes de que las cosas no son tan claras, como  parece indicar el relato del evangelio. Todos tenemos la experiencia de que hemos pedido,  incluso con insistencia, algún favor de Dios..., y nos hemos quedado con las manos vacías;  hemos buscado y no hemos encontrado; hemos llamado a la puerta de Dios y nos parece  que nos ha respondido el más absoluto silencio.

El mismo Jesús tuvo esa misma experiencia en su agonía de Getsemaní, cuando pedía  con insistencia que pasase de él el cáliz de su pasión y, sin embargo, pocas horas después  tenía que beber ese cáliz hasta el final.

ORA/PETICION: La oración de petición no es una especie de recurso mágico a través del  cual podemos ver cumplidos nuestros deseos del tipo que sean. Lo expresaba gráficamente  san Agustín, cuando afirmaba que «Dios llena los corazones, no los bolsillos».

En este contexto es interesante leer con atención las comparaciones utilizadas por Jesús.  Jesús no dice que si le pedimos un pan, se nos va a conceder el pan deseado; lo que nos  dice es que no vamos a recibir una piedra. Tampoco dice que el que pide un pescado o un  huevo, lo que va a recibir sea lo solicitado, pero afirma claramente que no va a recibir una  serpiente o un escorpión. Y su mensaje queda claro en sus últimas palabras: «¡Cuánto más  vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden!». La oración de petición  no tiene nada que ver con el regateo comercial, insinuado por el texto de Abrahán, sino que  debe situarse en un nivel distinto.

Lo expresaba espléndidamente el mismo ·Agustín-SAN: «El hombre no ora para orientar  a Dios, sino para orientarse a sí mismo». El fin de la oración no es el de Abrahán: decirle a  Dios qué es lo que tiene que hacer, sino el conocer qué es lo que nosotros debemos  realizar.

Muchos siglos después decía lo mismo ·Bernanos-G: «¡Cómo cambian mis ideas cuando  las rezo!». ¡Que distintas son mis ideas cuando las llevo a la oración, cuando las pongo en  relación con lo más auténtico de mi yo, con ese Dios que es más íntimo que mi mayor  intimidad! o en el marco precisamente de las antes citadas religiones orientales, decía  Gandhi: «Es mejor poner el corazón en la oración sin encontrar palabras que encontrar  palabras sin poner en ellas el corazón».

¿No le acontece a nuestra oración que intentamos aturdir a Dios con nuestras palabras y  nos falta aquello que decía el mismo Jesús: «No utilicéis muchas palabras, como los  paganos que piensan que así serán escuchados..., pues vuestro Padre sabe lo que  necesitáis, incluso antes de que comencéis a pedir»? 

Precisamente en este contexto, Mateo presenta la oración de Jesús, el padrenuestro.  Porque, en el fondo, las dos comparaciones de Jesús en el relato del evangelio de hoy no  son sino una explicitación del padrenuestro, que es la quintaesencia de la oración cristiana.  Dios ya no es el que discute con Abrahán; es el Padre que Jesús nos ha revelado. Y a ese  Padre le pedimos el pan de cada día -el pan que sacia el hambre física y el hambre  espiritual de nuestro corazón-; que su nombre sea santificado y su reinado venga sobre  nosotros. Y también que nos dé capacidad para perdonar, así como nosotros somos  perdonados, para, finalmente, pedirle que «no nos meta en la tentación», que no haga de  nuestra vida una prueba intolerable.

Esa fue la oración de Jesús que fue escuchada en su agonía de Getsemaní. Esa gracia  de la oración es el don del Espíritu Santo que el Padre bueno no puede negar a aquellos  que se lo piden. A nosotros nos gustaría que la oración fuese más eficaz y que respondiese  tangiblemente a nuestros deseos, pero, ¿nos parece poco que esta oración nos ayude a  asumir la vida y ser capaces de encontrar un gozo que nadie nos podrá quitar? 

Hace poco hablaba con una mujer joven, cuyo marido sufre una grave e incurable  enfermedad. Y me decía, con una mirada limpia y resignada, que Dios era para ella como el  piloto automático que guiaba y daba calor a su vida. ¿No es ese el Espíritu Santo que Jesús  promete a todos los que acuden a su Padre? ¿No es un ejemplo admirable de que es  verdad que el que pide, recibe; quien busca, halla; y al que llama, se le abre? ¿Qué importa  que Dios no llene los bolsillos, si llena los corazones?

JAVIER GAFO
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C
Madrid 1994.Pág. 276 ss.


13.

1. «¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable?». 

La intercesión de Abrahán por los justos de Sodoma, tal y como se cuenta en la primera  lectura, es el primer gran ejemplo y el modelo permanente de toda oración de petición. Es  insistente y humilde a la vez. Cada vez va un poco más lejos: desde los cincuenta inocentes  que bastarían para impedir la destrucción de la ciudad, hasta cuarenta y cinco, cuarenta,  treinta, veinte, diez. Semejante descripción sólo puede entenderse -aunque al final la súplica  no pueda ser escuchada, pues ni siquiera hay diez justos en Sodoma- como un estímulo del  todo singular para animar al creyente a penetrar en el corazón de Dios hasta que la  compasión que hay en él comience a brotar. Ejemplos posteriores, sobre todo cuando Dios  escucha las súplicas de Moisés, lo confirman. Cuando Dios se compromete en una alianza  con los hombres, quiere comportarse como un amigo y no como un déspota; quiere dejarse  determinar, humanamente se puede decir que quiere que el hombre le haga «cambiar de  opinión», como las oraciones de súplica veterotestamentarias mitigan muy a menudo la ira  de Yahvé. El hombre que está en alianza con Dios tiene poder sobre su corazón.

2. «Perdónanos nuestros pecados». 

En el evangelio Jesús se dirige a Dios con la seguridad del que sabe que el Padre le  «escucha siempre» (Jn 11,42). Y, como está en oración, sus discípulos le piden que les  enseñe a orar. Jesús les enseña su propia oración, el Padrenuestro, y además les cuenta la  parábola del hombre que despierta a su amigo a medianoche para pedirle que le preste tres  panes. En la parábola el hombre tiene que insistir hasta llegar a ser importuno para obtener  lo que desea. Con Dios en realidad sobra la indiscreción, pero se exige la constancia en la  oración, en la búsqueda: hay que llamar a la puerta para que Dios Padre abra a sus  criaturas. Dios no duerme, está siempre dispuesto a «dar su Espíritu Santo a los que se lo  piden», pero no arroja sus preciosos dones a los que no los desean o sólo los demandan  con tibieza y negligencia. Lo que Dios da es su propio amor inflamado, y éste sólo puede ser  recibido por aquellos que tienen verdadera hambre de él. Pedir a Dios cosas que por su  esencia El no puede dar (un «escorpión», una «serpiente») es un sinsentido; pero toda  oración que es según su voluntad y sus sentimientos, El la escucha, incluso infaliblemente,  incluso inmediatamente, aunque no lo advirtamos en nuestro tiempo pasajero. «Cualquier  cosa que pidáis en la oración, creed que os la han concedido, y la obtendréis» (Mc 11,24).  «Si le pedimos algo según su voluntad, nos escucha. Y si sabemos que nos escucha en lo  que le pedimos, sabemos que tenemos conseguido lo que le hayamos pedido» (1 Jn  5,14s).

3. «Dios os dio vida en Cristo». 

La segunda lectura nos indica la condición para esta esperanza casi temeraria. Esta  condición es que hayamos sido sepultados junto con Cristo en el bautismo y hayamos  resucitado con él en Pascua mediante la fe en la fuerza de Dios. De este modo entre Dios, el  Señor de la alianza, y nosotros, sus socios, se establece una relación directa e inmediata  que elimina todos los impedimentos -nuestros pecados, los pagarés de nuestra deuda y las  acusaciones que pesan sobre nosotros-. La cruz de Cristo quita todo esto de en medio; ella  es la que ha «derribado el muro separador del odio», la que ha traído «la paz» (Ef  2,14-16).

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 272 ss.


14.LA ORACIÓN Y LA FILOSOFÍA 

-«Si el pájaro canta, vive. Es así que canta. Luego vive». Así nos decía aquel entrañable  profesor de lógica tratando de poner un ejemplo claro de silogismo válido.

Permitidme que, parodiando su ejemplo y a la luz del evangelio de hoy, os argumente de  una manera similar: «si el cristiano reza, es seguro que vive». Por eso, se nos ha repetido  hasta la saciedad que la oración es «la respiración del alma». Y ya el domingo pasado,  mirando a María la hermana de Marta, quedaba claro que todas nuestras actividades  cristianas serán sobrenaturalmente estériles, -como «azotar el viento»-, si no arrancan de  una actitud de escucha, «a los pies de Jesús».

Pero he aquí que el viejo profesor, queriendo después poner un ejemplo de silogismo  inválido, añadía: «Si el pájaro vive, canta. Es así que vive; luego canta».-«Ya comprendéis  que no vale-, repetía,-puesto que un pájaro, aunque viva, por las razones que sean, puede  no cantar».

Y aquí es donde yo, en aplicación de la parodia a la que me refiero, me aparto de la  filosofía de aquel profesor de juventud y sé que él también se apartaría. Y afirmo: «si el  cristiano vive, reza; tiene necesariamente que orar». La oración brotará espontáneamente  de él, como el humo del fuego, como el perfume de la rosa, como el llanto de un corazón  herido.

Ved a Abrahám en la primera lectura de hoy. Es una página llena de lirismo y de ternura.  Daos cuenta. Era una época en que los hombres concebían a Dios como ser misterioso  -«bajaba en la brisa del atardecer-; un ser lejano y displicente -«veréis mi espalda, pero no  mi rostro-; un ser terrible, envuelto en el fuego, el rayo y el trueno: -«que no nos hable Dios,  que moriremos», le decían los israelitas a Moisés. Y sin embargo, a ese Dios tan terrible,  Abrahám, adoptando una actitud mimosa y confiada, pero sintiéndose «polvo y ceniza», no  puede menos de orar. En una oración modélica, rebosante de sencillez, audacia, esperanza,  travesura y fe: «Y si en Sodoma hay cincuenta justos..., o cuarenta..., o acaso treinta..., o, a  lo peor, veinte..., o quién sabe si sólo diez, ¿no perdonarás por ellos a la ciudad?» 

Si el hombre vive, es decir, si tiene una vida de verdad, reza. Es un argumento  perfectamente válido. Incontestable. Más todavía: desde el día en que Jesús nos aclaró que  Dios no es un Dios lejano y distante sino, al revés, un Dios cercano, detallista y atento, hay  que concluir que «si cuida de los pajarillos y los lirios, cuánto más lo hará de nosotros que  valemos más que los pajarillos y los lirios».

Por eso, en el evangelio de hoy se nos dice «un día que Jesús estaba orando dijo a sus  discípulos: "pedid y recibiréis, buscad y hallaréis..."».

¿Por qué debemos «pedir» y confiar en que «recibiremos»? Fundamentalmente por dos  razones.

Una.-Porque «Dios escucha nuestra palabra». Ved la paradoja. Decíamos el domingo  pasado que «María, a los pies de Jesús, escuchaba su palabra». Pues sabedlo de una vez y  no os escandalicéis: en esto de la oración es como si Dios «se sentara a nuestros pies y  escuchara nuestra palabra». Deletread lo que Jesús dijo: «Si vosotros que sois malos dais  cosas buenas a vuestros hijos ¿cuánto más vuestro Padre dará el Espíritu -es decir, el "don"  por excelencia- a quien se lo pida?».

Y dos.-Porque es «padre». Es cardum quaestionis, esto es, el quid de la cuestión. Dios,  tanto como Dios es «padre». ¿Lo oís? «¡Padre!». Y. «¿puede un padre abandonar al hijo  de sus entrañas?».

Ejercicio práctico para el día de hoy.-Buscad el silencio. Y, luego, lentamente, muy  lentamente, repetid con todos los matices que os broten del corazón, estas palabras:  «Padre... nuestro... que estás en el cielo. . .» .

ELVIRA-1.Págs. 251 s.