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HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO
13-20
13.
Frase evangélica: «Vende todo lo que tiene y compra el campo»
Tema de predicación: EL CAMBIO DE VALORES
1. Las parábolas del tesoro y de la perla son gemelas, con imágenes diferentes: un labrador que descubre un tesoro en el campo y un mercader que encuentra una perla extraordinaria. Las dos parábolas destacan el supremo valor del reino como gran hallazgo; los otros valores son menores. Convertirse es cambiar de valores, es una «transvaloración». Por otra parte, el compromiso por el reino no se hace sólo desde la voluntad (el esfuerzo ascético), sino desde la alegría (el sentido místico). Ambas parábolas son una llamada de atención respecto de la primera bienaventuranza.
2. La parábola de la red de pescar describe una escena diaria en el lago de Galilea. El centro de esta parábola no está en el número de peces, sino en la selección que se hace después de la pesca. Es semejante a la parábola del trigo y de la cizaña: apunta a la necesaria convivencia de personas buenas y malas y a que todos tenemos algo de bueno y algo de malo hasta el final de la historia.
3. La verdadera comunidad de los hijos de Dios se descubrirá al final, cuando estemos libres de toda clase de esclavitudes: mentiras, injusticias, muerte y pecado. La «selección» equivale a evaluación, a revisión de vida, a saber elegir, a discernir. Los «escribas» saben muchas leyes y no poca teología, pero se aferran a lo «viejo», en tanto que los discípulos se atienen a lo «nuevo», al reino presente. Con la clave del Nuevo Testamento (lo «nuevo») debe entenderse el Antiguo Testamento (lo «viejo»).
REFLEXIÓN CRISTIANA:
¿Sabemos discernir, evaluar, juzgar?
¿Son consistentes nuestros compromisos?
CASIANO
FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 146 s.
14.
NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN, DANOS LA LIBERTAD
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo b que tiene y compra el campo. El Reino de los cielos se parece a un comerciante en perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra».
Cada profeta tiene su tema central. En Jesús el tema central de su predicación es el Reino de Dios. También se dice de él que vino a traernos la Buena Noticia, por lo que podemos afirmar que: Reino de Dios y Buena Noticia son lo mismo. Si hoy les preguntase a ustedes, cristianos que llenan la Iglesia, qué es para usted una buena noticia, o dénme una buena noticia, seguro que no coincidían; cada cual me daría la suya, distinta de la de su vecino y me atrevo a decir que distinta de la de su cónyuge y seguro que a la de sus hijos, o la de sus padres.
Cada cual tiene su buena noticia, no somos un pueblo, más bien somos un colectivo que de común tenemos el bautismo y poco más. . . Pero si les preguntase lo contrario: ¿Cual es para ustedes la peor noticia? Seguro que si se ponen a reflexionar todos tememos lo peor, que no es la ruina económica, ni la enfermedad física más atroz, ni la misma muerte; hoy, y siempre, lo peor que le puede ocurrir a alguien es caer, vivir y sufrir en depresión. (Para el deprimido la muerte es una liberación).
Si la peor noticia para el hombre es la depresión, la buena y gran noticia será la no/depresión, la paz, la tranquilidad y sosiego de ánimo del que tiene esperanza y sabe sonreír ante un futuro incierto y desconocido. La no/depresión no es la euforia. Es un estado de humor vital. Es tener humor y amor a la vez.
Jesús en estas parábolas nos. dice que para adquirir ese estado de ánimo, para ser. ciudadano del Reino de los cielos en la tierra es preciso que el hombre sepa relativizar todo lo que sea relativizable, lo que en sí no tiene un valor absoluto, que sepa venderlo todo, que sepa «pasar» de cuanto le pueda absorber hasta el punto de hacer de él un ser. dependiente, que deje de lado lo que tenga que dejar para adquirir lo que es fundamental. El hombre no puede vivir arrodillado ante dos dioses, ni servir a dos señores. El corazón del hombre es suficientemente grande para que quepa todo un Dios en él; pero no le caben dos.
No le caben dos dioses por partida doble, por parte del hombre, porque amará a uno y utilizará al otro, y porque el Dios que es amor también es «celos», pues el amor llama a la exclusividad. Nadie puede pensar, sanamente, en compartir a la persona amada. Dios que es amor absoluto también es «celos» absolutos y nos quiere para sí y para siempre desde ya, por lo que el reinado de Dios no comienza en un más allá, sino en un más acá. . . Hay cristianos que interpretan la vida como la ocasión de coleccionar méritos, (cruces en este calvario o valle de lágrimas), para poderse encontrar después de la muerte con Dios. Ésta es una de las formas de hacer antipática la religión y de desacreditar el mensaje de las Bienaventuranzas. Esta vida es la ocasión que se nos brinda para experimentar a Dios en nosotros, (Dios/con/nosotros=es la definición del nombre de Jesús-Enmanuel). Esta vida es el tiempo que Dios, nuestro Padre Creador, nos regala como un don, como una gracia para experimentarle histórica y temporalmente.
Jesús en las parábolas del Reino, nos dice que para que esto sea realidad, para poder convivir con Dios, para poder compartir nuestra existencia con él es preciso que seamos capaces de venderlo todo, de soltar cuanto nos ata o atenaza impidiendo la libertad. Sólo el hombre radicalmente libre podrá experienciar, experimentar y expresar a Dios en el camino de su vida.
Y ¿cómo podrá el hombre llegar a hacer realidad esto?, ¿a golpes de inteligencia? No. A base de dogmas o catecismos no se convierte nadie al cristianismo; la Iglesia no es un partido político que necesite dogmas ni el cristianismo es una ideología que requiera definiciones. Tampoco a golpes de voluntad, pues somos débiles y muchas, demasiadas, veces no hacemos lo que nos conviene.
Creo que sólo podemos hacer realidad la convivencia de Dios con nosotros a golpes de afectividad. El hombre es capaz de conversión y de obediencia por el afecto. (Si tu mujer te dice que te tires por el balcón, procura estar en un primer piso). El afecto es capaz de cambiar al hombre. El amor de ternura es una locura capaz de hacer de un hombre un niño y de un niño un hombre.
Viviendo y sintiendo un amor de ternura, afecto y cariño, por Dios seremos capaces de venderlo todo, de adquirir la libertad más radical para entrar en su Reino y de no caer en la depresión, porque Él nos librará de todo mal. Amen.
BENJAMIN OLTRA
COLOMER
SER COMO DIOS MANDA
Una lectura pragmática de San Mateo
EDICEP. VALENCIA-1995. Págs. 79-81
15.
La búsqueda de la sabiduría ha sido sin duda una de las mayores preocupaciones para la humanidad a lo largo de su historia. En todas las culturas han habido personas que han dedicado sus vidas a buscar la auténtica sabiduría. No se trata, por supuesto, del conocimiento que se acumula en los libros. No se trata de conocer y saber cosas. Ésa es la gran equivocación de algunos que creen que la sabiduría consiste en acumular información. Esa posiblemente es la equivocación de nuestra cultura actual. Pero, ¿tenemos algo de la auténtica sabiduría? Tenemos más libros y universidades que nunca. Nuestros jóvenes estudian y se preparan más que nunca. Aprenden a hacer muchas cosas. Pero, ¿les ayuda todo eso a saber vivir mejor, a ser felices, a ser solidarios?
Ser sabios no consiste, pues, en saber muchas cosas o en tener muchos títulos universitarios. Se trata más bien de descubrir la razón y el sentido de nuestras propias vidas. ¿Quién soy? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me cabe esperar? Estas son las preguntas que alumbran el camino de la verdadera sabiduría. Filósofos y pensadores de todos los tiempos y culturas han dado vueltas en torno a esas cuestiones. Quien encuentra la respuesta encuentra la paz, porque, por más que sea pobre o tenga muchos problemas, tiene en su corazón la mejor de las riquezas. Mientras que no se tienen esas respuestas todo es agitación, ansiedad o superficialidad. Sin la sabiduría una vida llena de trabajos puede estar totalmente vacía.
Jesús nos dice que la respuesta está en el Reino de Dios. Entender el Reino es la auténtica sabiduría frente a la que todo lo demás es puro oropel, mero adorno sin valor ninguno. A los que han entrado en la dinámica del Reino se les conoce porque saben dar a cada cosa su valor real. Para ellos el Reino es la perla. Para poder comprarla el comerciante vende todas las que tiene. O el tesoro escondido. Para ser su dueño el que lo ha descubierto se despoja de todas sus propiedades. Por el Reino vale la pena dejarlo todo, abandonarlo todo, venderlo todo. Desde esa base, ellos, los que pertenecen al Reino, saben cómo habérselas con la realidad. No se dejan alterar por las tormentas que agitan la superficie de nuestras vidas. Tienen su ancla fija en la roca y no hay viento que cambie su dirección.
No hay precio que pueda pagar la sabiduría del Reino. En realidad los que han entrado en el Reino no creen haber pagado ningún precio. Lo que han dejado valía nada en comparación con lo que han adquirido. Es que desde la perspectiva del Reino se entiende que todo lo demás no vale nada. O mejor, todo está lleno de un valor infinito en cuanto está conectado con la presencia del Dios del Reino. Todo es Creación. Todo es don y vida para los que entienden el Reino. Todas las cosas son huellas de la presencia del Dios que da sentido a sus vidas.
Pero, por lo mismo, ninguna cosa se convierte en ídolo frente al que hombres y mujeres tengan que ofrecer sacrificios de adoración. La tentación de nuestro mundo, que no conoce la sabiduría del Reino, es la de proponer numerosos idolillos a la adoración de los pueblos: riqueza, poder, fama, belleza, juventud... Estos son los dioses ante los que sacrifica nuestro mundo día a día. Como los pescadores, al terminar la jornada, separan el pescado bueno del malo, así los que tienen la sabiduría del Reino saben apreciar lo que realmente vale la pena y lo que es pura vaciedad, aunque su apariencia sea muy aparatosa. No es que desprecien nada. Los que son del Reino no desprecian nada porque saben que todo es creación de Dios. Simplemente dan a cada cosa su importancia. Y actúan en consecuencia. La invitación a entrar en el Reino es la invitación a acoger en nuestro corazón la auténtica sabiduría sobre nuestra propia vida.
Para la revisión de vida
Somos muchos los bautizados, pero ¿somos muchos los cristianos, los que vivimos de acuerdo con nuestra fe, los que vivimos convencidos de que el Reino de Dios es el mayor tesoro de nuestra vida? Y yo ¿qué soy: bautizado o discípulo de Jesús?
Para la reunión de grupo
- Salomón, en lugar de pedirle victorias militares o el triunfo de su ideología, le pide a Dios sabiduría para gobernar a su pueblo, saber escuchar y saber discernir entre lo bueno y lo malo para su gente; y yo ¿escucho al pueblo, a los demás, para conocer sus verdaderas necesidades? Cuando me dirijo a Dios, ¿qué le pido?
- El que cree en Jesús ya ha comenzado a vivir su vida nueva, ya está salvado, justificado, glorificado; ¿creo que esto es un optimismo ingenuo o es la verdad que Dios ha producido en mi vida? ¿Vivo con ese sentimiento de amado por Dios, de salvado?
- ¿He descubierto lo que es verdaderamente el Reino de Dios? ¿Siento mi vida llena de gozo y alegría por ese hallazgo? ¿Soy capaz de venderlo todo por ese tesoro, por esa perla?
Para la oración de los fieles
- Por la Iglesia, para que no sea sólo una asociación de bautizados sino el rostro visible en el mundo del amor de Dios Padre. Roguemos al Señor.
- Por todas las personas, para que tengamos la sabiduría y el discernimiento suficientes para distinguir el bien de las gentes y trabajemos por él. Roguemos...
- Por todos los que trabajan por el Reino de Dios, Reino de justicia, de amor y de paz, para que vean recompensados sus trabajos con un mundo mejor. Roguemos...
- Por quienes no tienen otro reino que sus propios intereses y egoísmos, para que se haga la luz en sus vidas y cambien de metas. Roguemos...
- Por todos los que tienen la oportunidad de conocer el Evangelio, para que lo descubran como el mayor y mejor tesoro por el que merece la pena darlo todo a cambio. Roguemos...
- Por todos nosotros, para que el Señor nos conceda aquellos dones con los que mejor podamos servir a los hermanos.
Oración comunitaria
Dios, Padre nuestro, concédenos sabiduría para descubrir el significado y la importancia del Reino que tu Hijo anunció e inauguró entre nosotros; que lo acojamos en nuestra existencia como el tesoro más precioso, y que dediquemos a él toda nuestra vida. Por Jesucristo.
SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO
16.
Nexo
entre las lecturas
El hilo conductor que nos propone a nuestra meditación la liturgia del día es
la sabiduría del corazón. Salomón, prototipo del rey ideal de la Antigua
Alianza, es precisamente lo que pide al Señor en su oración: te pido que me
concedas sabiduría de corazón para que sepa gobernar a tu pueblo. (IL). El
Señor, ante aquella petición sensata y desinteresada del rey, le concede el
corazón dócil y sabio del hombre que pone su descanso en la ley del Señor,
que ama sus mandamientos más que el oro purísimo, que estima en más sus enseñanzas
que mil monedas de oro y plata (SAL). Todas estas actitudes encuentran su
plenitud precisamente en el corazón de la gente sencilla (cfr Mt 11,25)
que sabe descubrir el valor del Reino de los cielos y está dispuesto a
vender cuanto tiene para comprarlo (EV). Ese misterio del Reino, condensado
en la imagen del campo y de la perla, y cuyo contenido esencial es Cristo, llega
a su cumplimiento una vez que hemos reproducido en nosotros mismos su imagen
(2L).
Mensaje doctrinal
1. El valor del reino. Podemos decir que estas parábolas forman parte de
las siete parábolas de Mateo que tienen como único argumento el misterio del
reino de los cielos: su revelación, su manifestación, la parte que en ese
reino nos está reservada, las exigencias que debemos afrontar para alcanzar ese
reino y su cumplimiento al final de los tiempos. En particular, estas dos parábolas,
sea la primera, que pone en escena a un hombre que encuentra por casualidad un
tesoro escondido en el campo y vende cuanto tiene para comprarlo (Mt 13, 44),
sea la segunda, que nos presenta a un vendedor de perlas que al descubrir una de
mayor valor vende todas las que tiene para conseguir aquella más preciosa ( Mt
13, 45-46), nos revelan esta realidad: el reino de los cielos es un tesoro que
no tiene precio. Todo palidece ante el Reino de los cielos cuando éste ha sido
descubierto en su plenitud ya que no es otra que Cristo mismo (cfr San Cipriano,
Dom. orat. 13). Este valor viene recalcado por la alegría (v.44) que
experimenta el hombre al encontrarlo. Es una alegría profunda que empuja al
hombre a la posesión de un bien de frente al que todos los otros pierden su
peso y su valor. De hecho, el hombre que, habiendo descubierto esta perla
o este tesoro opta por conservar sus bienes, permanece triste (cfr Mt 19,
22). Es, en definitiva, el valor de la Nueva Alianza que supera y lleva a su
plenitud la Antigua, predicada e inaugurada por Cristo en la tierra (Lumen
Gentium 3) para elevar a los hombres a la participación de la vida divina (idem
2).
2. La radicalidad del reino de los cielos. La radicalidad que Cristo
exige para poder ser partícipes del Reino es total. Es preciso venderlo todo,
arriesgarlo todo, poner todo en juego para ganar el Reino. Todo el mensaje de
Cristo está caracterizado por esta exigencia de totalidad y autenticidad. Para
todo los cristianos, sin excepciones, el radicalismo evangélico es una
exigencia fundamental e irrenunciable, que brota de la llamada de Cristo a
seguirlo e imitarlo, en virtud de la íntima comunión de vida con Él,
realizada por el Espíritu (Pastores dabo vobis 27). Comprender esto no
depende, ciertamente, de la inteligencia humana de los sabios e inteligentes,
sino que es fruto de la sabiduría divina que Dios otorga a los humildes y pequeños.
En este sentido, el Reino pertenece a los pobres y a los pequeños, es decir, a
los que lo acogen con un corazón humilde y desprendido de todo: Bienaventurados
los pobres porque de ellos es el Reino de los cielos (Mt 5, 3). Bienaventurados,
es decir, felices, dichosos. La radicalidad evangélica que pide el
desprendimiento de todo para ganar el reino es ya una felicidad; quienes la
realizan sienten la dicha de ser libres, la felicidad de ser puros, la dicha
incomparable de encontrar a Dios (cfr Luis María Martínez, El Espíritu
Santo y las Bienaventuranzas, La Cruz, México 1984 27). De hecho, la petición
que dirigimos a Dios en la oración colecta es precisamente ésta: que siendo
Él nuestro director y guía, pasemos de tal manera por los bienes temporales
que no perdamos los eternos.
Sugerencias pastorales
1. Pedir al Señor el don de sabiduría. La petición del rey Salomón es
la petición de un pastor que desea guiar a su pueblo por el camino del Señor.
El sacerdote ha sido puesto por Dios al frente de su pueblo como pastor y jefe
de almas. De ahí que tenga continuamente necesidad de la verdadera sabiduría
de corazón para poder guiar por el camino recto a las almas que a él se
acercan en busca de luz y de consejo. Él mismo, hombre frágil como sus
hermanos, necesita la luz de Dios para poder comunicarla. Es por tanto necesario
pedir a Dios este don del Espíritu que nos capacita para saborear y tener
cierta connaturalidad con las cosas divinas.. A través de este don, el
sacerdote puede adquirir un conocimiento más profundo de Dios, no sólo teórico
sino sobre todo un conocimiento experimental que le permita comunicar con fuego
y convicción esa realidad que ha conocido y amado en la oración. El don de
sabiduría da fortaleza al sacerdote y lleva en él a su máxima perfección la
virtud e la caridad, de tal manera que dirigiendo su corazón únicamente a Dios
como único tesoro, puede vivir desprendido de las cosas de este mundo.
2. La alegría de poseer el único tesoro que no se corroe.
La vida cristiana es un camino de plenitud y alegría verdadera porque toda ella
está encaminada a poseer a Dios, único ser que puede colmar el anhelo de
felicidad de hombre. Nos hiciste para ti, Señor e inquieto está nuestro
corazón hasta que descanse en ti (San Agustín, Confesiones 1,1). El
cristiano debe saber vivir en este mundo sin ser del mundo, debe aprender a
valorar en su justo valor los bienes de este mundo sin anclar su corazón en
ninguno de ellos. Más aún, debe estar dispuesto a venderlo todo consciente de
que su única posesión verdadera es Dios. Paradójicamente aquello en lo que
generalmente se piensa que se encuentra la alegría, la riqueza, los bienes
materiales, los placeres, que por lo demás han pasado a ser los valores
preponderantes de la cultura, desencantan al corazón del hombre hecho a una
medida que sólo Dios puede colmar. Sin ser en sí mismas malas, las riquezas
pueden convertirse en un impedimento y un obstáculo para vivir una vida
cristiana auténtica ya que con facilidad desvían el corazón del hombre hacia
los intereses del mundo. Es preciso, pues, enseñar a los hombres a vivir el
desprendimiento afectivo y efectivo de todo aquello que en nuestro corazón
quita espacio a Dios.
P. Octavio Ortiz
17. 2001 - COMENTARIO 1
NADAR Y GUARDAR LA ROPA
El refranero encierra una sabiduría de siglos. Un simple refrán como "nadar y
guardar la ropa" sirve para dibujar un modo muy habitual de comportamiento poco
humano. Cinco palabras. Así de breve, pero qué profundo.
Nadar es sostenerse flotando en un líquido, moverse en el agua o sumergirse en
ella sin tocar fondo. El agua representa la inseguridad, lo inestable y
movedizo. Para nadar y flotar es conveniente no tener ataduras ni peso añadido
al del propio cuerpo. Hay que despojarse de ropa y abandonar la orilla firme,
adentrándose en esa masa líquida que envuelve y amenaza. Nadar significa
arriesgarse.
Guardar la ropa representa el polo opuesto: la seguridad. Guardar es sinónimo de
custodiar, vigilar, conservar en seguro, no arriesgar, retener. La ropa es el
símbolo de nuestra imagen exterior, de nuestra posición o situación en la vida
ante los demás.
Nadar y guardar la ropa son los dos extremos de una situación vital:
inseguridad, desnudez y riesgo frente a seguridad, vestido, tranquilidad. Este
refrán une lo imposible en la práctica. Cada día, por desgracia, es mayor el
número de gente que hace de él su pauta de vida. Gente que pasa por la vida,
interviniendo con astucia para beneficiarse del provecho que pueda producir cada
ocasión, sin arriesgarse. Gente de poco fiar, que tira la piedra y esconde la
mano.
Freud decía que la vida humana se debate entre dos polos: seguridad y libertad.
A más seguridad, menos libertad; a más libertad, menos seguridad. El hombre se
mide por su praxis de libertad, por su capacidad de riesgo. Es más quien más
arriesga; quien no arriesga, no gana, dice el proverbio.
Y así está el mundo. Por no perder la seguridad, por salvar las apariencias,
pocos se adentran de verdad en el agua del riesgo y de la libertad, de la
claridad y de la transparencia. Los empresarios no invierten, dedicados a
guardar la ropa-capital. Los políticos se han acostumbrado a decir "sí, pero..."
La Iglesia, al menos un sector de ella, se ha tirado para el centro, si no para
la derecha, para arriba más que para abajo. Mientras tanto, el pueblo, obligado
a nadar, cada vez más desnudo y solo, se ahoga con el peso que todos le echamos
encima.
Poco humana y menos cristiana es esta actitud tan corriente. Jesús de Nazaret no
quería a su lado gente que practicase este refrán. En su reino no caben
actitudes medias, ni personas no definidas. Es reino de riesgo, libertad y
verdad. Para entrar en él hay que quedarse desnudos, pobres -sin ropa ni
seguridad- hay que ser transparentes y cristalinos, tirarse al agua de la vida,
mojarse, romper amarras.
"El Reino de Dios -decía Jesús- se parece a un tesoro escondido en el campo: el
que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo
que tiene y compra el campo. El Reino de Dios se parece a un comerciante de
perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que
tiene y la compra".
Jesús exige al cristiano una renuncia radical: venderlo todo, romper amarras,
arriesgarse, definirse para entrar en el Reino de Dios, un Reino donde está
prohibido "nadar y guardar la ropa".
18.
COMENTARIO 2
¿RENUNCIAR? ¿A CAMBIO DE QUE?
La vida cristiana se ha presentado muchas veces como un constante ejercicio de
renuncia: renunciar al dinero, renunciar a los placeres de la vida, renunciar a
las comodidades, renunciar a la ambición, renunciar, renunciar, renunciar...
Pero ¿para qué?, ¿a cambio de qué?
CAMINO DE PERFECCION
Sin que esto suponga que criticamos a aquellos que buscan sinceramente la
perfección, hay que afirmar que el cristianismo no debe confundirse con lo que
se llama un camino de perfección, un método para llegar a ser santos. El
objetivo de Jesús no era enseñar al hombre a ser más santo, a ser más perfecto;
el suyo no era un proyecto dirigido únicamente al individuo, sino orientado a
la transformación de la manera de vivir de toda la humanidad.
Cuando Jesús presenta las bienaventuranzas, que constituyen el núcleo de su
programa, no dice a quienes le escuchan que serán más santos si hacen todo
aquello, sino que serán felices.
Es la felicidad de los hombres, de todos los hombres y de cada uno de ellos en
particular, lo que preocupa a Jesús, porque ésa es la principal preocupación del
Padre.
Por eso no se puede considerar la perfección como un ideal propiamente
cristiano. Éste era el ideal de los fariseos y lo fue también de ciertas
escuelas filosóficas de la antigüedad (los estoicos, por ejemplo). El ideal
cristiano es la felicidad. Y, en consecuencia, la felicidad es la razón por la
que un cristiano actúa: un cristiano se comporta cristianamente porque tal
comportamiento es causa de alegría para él y para sus semejantes. O, si se
quiere formular la cuestión de otra manera: debe juzgarse que una acción es
buena si produce felicidad en quien la realiza y contribuye a la felicidad de
los demás.
UN TESORO, UNA PERLA
Ésta es la idea central de las dos primeras parábolas que se leen este domingo:
el reino de Dios es como un tesoro escondido, como una perla de incalculable
valor. Si alguien encuentra el tesoro o la perla y descubre el valor tan
inmenso que tienen, hace todo lo necesario para conseguirlos. Reunirá todo el
dinero que pueda, aunque tenga que vender todas sus posesiones, todo lo que
tiene, y correrá a comprar la perla o el campo donde sabe que está escondido el
tesoro.
La parábola no necesita demasiadas explicaciones. Jesús ha dicho desde el
principio que hay ciertas cosas que son incompatibles con el evangelio; y
resulta que esas cosas son las que más se valoran entre la mayor parte de los
hombres: el poder, la riqueza, los honores... ¿Por qué hay que renunciar a todo
eso? ¿Para qué? ¿Es que la renuncia tiene valor en sí misma? Estas preguntas
quedan respondidas con las parábolas que comentamos.
En primer lugar, el proyecto de Jesús, el reino de Dios, es un tesoro para el
hombre, el mayor tesoro. Vivir de acuerdo con el evangelio vale más, tiene más
valor que cualquier otro modo de vida. Más que todo el dinero del mundo, más que
todos los honores, más que todo el poder.
Y, en segundo lugar, la elección debe llenar de alegría a quien la realiza. El
dolor que pudiera causar la renuncia a algo que se ha querido hasta ese momento
debe quedar anulado por la felicidad que produce lo que se ha elegido: «Se
parece el reino de Dios a un tesoro escondido en el campo; si un hombre lo
encuentra, lo vuelve a esconder, y de la alegría va a vender todo lo que tiene y
compra el campo aquel».
LO QUE DE VERDAD IMPORTA
No quiere esto decir que no cueste ningún esfuerzo renunciar a todo lo que es
incompatible con el evangelio. Lo que quiere decir es que la razón por la que se
hace tal esfuerzo no es otra que la seguridad de que el resultado final será una
felicidad mucho mayor. Y no sólo en la otra vida: ya, desde ahora, desde el
momento en que se descubre el valor de lo que se ha elegido.
En conclusión: lo realmente importante no es la renuncia, sino la elección; lo
que realmente nos hace mejores no es lo que dejamos, sino lo que elegimos. Y la
elección es consecuencia no tanto de que queremos ser mejores, más santos, más
perfectos, sino más bien de que hemos descubierto que adoptando el modelo de
vida que propone el evangelio, siendo cristianos, podremos tener y ofrecer a
los demás, de la manera más excelente, la experiencia del amor compartido, que
es la felicidad.
19.
COMENTARIO 3
vv. 44-46: Se parece el reino de Dios a un tesoro escondido en el campo; si un
hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y de la alegría va a vender todo lo
que tiene y compra el campo aquél.
45Se parece también el reino de Dios a un comerciante que buscaba perlas finas;
46al encontrar una perla de gran valor fue a vender todo lo que tenía y la
compró.
Las parábolas del tesoro y de la perla contienen una misma enseñanza: que el
compromiso total que exige el reino no se hace por un esfuerzo de voluntad, sino
llevados por la alegría de haber descubierto un valor insospechado e
incomparable. La renuncia a todo lo que se posee no es, por tanto, un acto
ascético, sino espontáneo. El mensaje y la experiencia del reino relativizan
todo valor hasta entonces conocido. Ambas parábolas se inspiran en el lenguaje
sapiencial (cf. Prov 2,4; 3,14s; 8,18s; Job 28,18; Is 33,6).
El reinado de Dios está escondido en el mensaje y la actividad de Jesús; en
ellos anuncia su cercanía; quien los comprende entrega a ese mensaje su entera
existencia, porque descubre en él el tesoro que puede enriquecer toda su vida.
Estas dos parábolas proponen de nuevo la opción por la pobreza expresada en
5,3, como lo muestra ]a frase repetida «va a vender todo lo que tiene» (vv.
44.46; cf. 19,21); el tesoro y la perla son la experiencia del amor de Dios
(5,3: «ésos tienen a Dios por rey»; cf. 6,20; 19,21), que causa una profunda
alegría.
vv. 47-48: Se parece también el reino de Dios a la red que echan en el mar y
recoge toda clase de peces: 48cuando está llena, la arrastran a la orilla, se
sientan, reúnen los buenos en cestos y tiran los malos.
La última parábola lleva también su explicación. El contenido coincide con la
del trigo y la cizaña. La oposición de «buenos» y «malos» corresponde a la de
los árboles buenos y malos de 7,15-19 (cf. 12,33); los malos son los falsos
profetas, los lobos con piel de oveja, los que siguen a Jesús sólo en la
apariencia, pero persiguen objetivos inconfesables.
En la explicación son llamados «los malos/malvados», siempre en relación con
«el Malo».
vv. 49-50: Lo mismo sucederá al fin de esta edad: saldrán los ángeles, separarán
a los malos de los buenos 50y los arrojarán al horno encendido. Allí será el
llanto y el rechinar de dientes.
El destino de los malos es también el fuego destructor (50; cf. 13,42). La
frustración definitiva del hombre («llanto y rechinar de dientes») es perder la
vida para siempre.
La parábola propone a los discípulos la suerte final, para orientarlos en la
decisión presente. Los únicos que llegan a la vida son los que producen fruto.
vv. 51-52: -¿Habéis entendido todo esto? Contestaron ellos: -Sí. 52Él les dijo:
-De modo que todo letrado instruido en el reino de Dios se parece al dueño de
casa que saca de su arcón cosas nuevas y antiguas.
Termina la instrucción a los discípulos en privado. Vuelve el tema del
«entender» que ha dado el tono de todo el capítulo (13,13.14.15.19.23.51).
Recibido el conocimiento, han de exponerlo a los demás.
Mt establece una oposición entre los «letrados» cristianos y los de Israel.
Estos tenían detrás una inmensa tradición interpretativa que pretendía no
salirse de los límites de lo antiguo. El letrado que ha comprendido el secreto
del reino ya no depende de su antigua tradición, sino que en él «lo nuevo» tiene
el primer lugar; «lo antiguo» está subordinado a lo nuevo. No se basa en primer
lugar en lo que han dicho o hecho Moisés o los Profetas, sino que comienza con
el mensaje de Jesús. Este es la clave de lectura de todo el AT.
El modelo de este letrado es el mismo evangelista.
20.
COMENTARIO 4
Los textos litúrgicos del presente domingo pueden ser catalogados bajo un común
denominador: enseñanza sobre la necesidad de la ayuda divina en vistas a un buen
discernimiento y los frutos que éste comporta.
En la primera lectura, Salomón ante la aparición divina, solicita el don de la
escucha y del discernir entre el bien y el mal y obtiene la aprobación divina
por ese pedido y la concesión de una “mente sabia y prudente”.
En el salmo se confiesa que la fuente de este don está radicada en Dios, quien
se lo concede al que sabe valorarlo.
Y en la carta a los Romanos se constata con admirado gozo la comunicación hecha
por Dios en Cristo a los que “El ha llamado”.
Aceptar el don y valorarlo de medida adecuada son también el centro de las
preocupaciones del texto evangélico, apelando a las tres últimas parábolas de
Jesús del discurso de Mt 13 y a su conclusión (vv. 51-52).
Las dos primeras parábolas [texto opcional más breve] invitan a una valoración
adecuada de las diversas ofertas que se hacen a lo largo de la vida. En ellas el
Reino se compara a un tesoro escondido y a una perla de gran precio. La persona
que ha comprendido su valor está dispuesto ha renunciar a todo con el fin de
adquirir esa perla o ese tesoro. Vale la pena vender todo para comprar ese
máximo bien para la propia vida. Igualmente la existencia de una perla induce al
comerciante de este ramo a venderlo todo para lograrla. De esa forma, renuncia
incluso a su oficio, a fin de convertirse en poseedor de ese preciado bien.
Ambas parábolas tienen en común la acción emprendida por el hombre y por el
comerciante: se trata de “vender todo” lo que se tiene, para “comprar” el bien
deseado.
En una sociedad que conoce la actividad febril del comercio, se invita a
descubrir el valor único del Reino de Dios, superior a toda otra realidad. Esta
insistencia subraya que la respuesta pedida por Jesús no admite componendas.
La valoración propuesta nos pone ante un interrogante decisivo: ¿hasta qué punto
estimamos la propuesta recibida por las palabras y la persona de Jesús? Sólo si
somos capaces de entender que el Reino pide todo de nosotros, podremos hacerle
un espacio adecuado en nuestra vida.
Ese compromiso debe ser total y debe perdurar a lo largo de toda la vida hasta
el discernimiento definitivo. Por ello, el Reinado de Dios puede ser comparado
también a una red arrojada al mar. Extrañamente, con ella no sólo se recogen
peces, sino “cosas de todo tipo”, hasta el momento en que se “llena”. Esta
última expresión significa más exactamente “se cumple”. El término es el mismo
que indica el evangelista para el cumplimiento de las profecías en Cristo. Con
Cristo nos encontramos en el “fin del mundo”, y se repiten aquí algunos términos
de la ambientación del discurso de las parábolas: “mar”, “orilla”, “gente que se
sienta”…
Por tercera vez en este capítulo, luego del sembrador y de la cizaña, se da una
explicación de la parábola. Después de enseñar que “al fin del mundo” los
ángeles separarán a los malos de los buenos, Jesús se detiene en detallar la
suerte reservada a “los malos”. Esta no puede ser otra que la frustración total
a causa de la vanidad en que se ha desarrollado su vida. Por ello su destino es
el fuego que destruye la banalidad y la ligereza. Esta atención al fracaso es
una advertencia a todo discípulo en vistas a enfrentar con responsabilidad el
momento presente. De éste depende el futuro de la persona humana, que puede ser
malbaratado por una vida vacía de sentido.
De esta forma Dios nos coloca ante el juicio definitivo operante por medio de la
actuación de Jesús. Gracias a ella se descubre la maldad o bondad de cada acto
humano. La naturaleza de esta actuación justifica las exigencias que se
requieren. Es necesario venderlo todo y mantenerse en este compromiso a lo largo
del tiempo que se nos concede.
La conclusión de todo el discurso se hace mediante una pregunta seguida de una
breve comparación. Los discípulos en su respuesta son conscientes de haber
entendido el significado de Jesús en su propia vida. Han recibido el don del
“entendimiento” de todas estas cosas, de las parábolas de Jesús y, más aún, de
Jesús mismo, que habla en parábolas. Con esta base se exige de ellos el
desempeño de un oficio: letrado de la comunidad. Éste permanece siempre
discípulo de Jesús y, a diferencia de los letrados israelitas encerrados en lo
antiguo, deberán compartir como un dueño de casa con los demás las riquezas
antiguas, pero también las nuevas, que dan plenitud a aquéllas.
Convertirse en discípulo es, entonces, asumir una tarea, la misma tarea de
Cristo. El letrado es el experto en la Escritura. Gracias al magisterio de
Cristo ese letrado puede renovar todas sus concepciones y llevarlas a su verdad
plena.
Para la revisión de vida
Somos muchos los bautizados, pero ¿somos muchos los cristianos, los que vivimos
de acuerdo con nuestra fe, los que vivimos convencidos de que el Reino de Dios
es el mayor tesoro de nuestra vida? Y yo ¿qué soy: bautizado o discípulo de
Jesús?
¿He descubierto verdaderamente el Reino de Dios en mi vida? ¿Siento mi vida
llena de gozo y alegría por ese hallazgo? ¿Soy capaz de venderlo todo por ese
tesoro, por esa perla?
Para la reunión de grupo:
Aunque las dos primeras parábolas están construidas sobre el esquema de vender y
comprar, su mensaje central es, precisamente, que en la vida hay cosas que
pueden valer mucho más que todo eso que se compra y se vende… El dinero solo no
hace la felicidad. Para un rey sabio (Salomón) es más importante el don de saber
gobernar que las riquezas… Y para todo ser humano hay algo que es “más
importante que todo lo demás”… ¿Será ése el sentido de estas dos parábolas?
Comentar.
¿Qué es eso que es más importante que todo lo demás? ¿La gracia de Dios? ¿El
perdón de Dios? ¿La pertenencia a la Iglesia? ¿Cristo?
La tercera parábola está construida sobre el esquema “esta vida/la otra”. A este
respecto: CIRES, en 1991, publicó en España una encuesta según la cual, en la
católica España, “4 de cada 10 españoles no creen ni en la resurrección ni el
infierno”. En ese mismo país, la revista Misión Abierta publicaba otra encuesta
en la que descubría que “en la resurrección no cree el 48% de los ciudadanos
españoles. Pero, en cambio, hemos dado un viraje hacia Oriente porque un 25%
acepta la reencarnación”. En este contexto, ¿cómo repetir la parábola hoy para
que sea significativa para todos? ¿Podemos en la reunión de grupo (sin
autocensuras doctrinales) arriesgar una reinterpretación?
Para la oración de los fieles:
Por la Iglesia, para que no sea sólo una asociación de bautizados sino el rostro
visible en el mundo del amor de Dios Padre. Roguemos al Señor.
Por todas las personas, para que tengamos la sabiduría y el discernimiento
suficientes para distinguir el bien de las gentes y trabajemos por él.
Roguemos...
Por todos los que trabajan por el Reino de Dios, Reino de justicia, de amor y de
paz, para que vean recompensados sus trabajos con un mundo mejor. Roguemos...
Por quienes no tienen otro reino que sus propios intereses y egoísmos, para que
se haga la luz en sus vidas y cambien de metas. Roguemos...
Por todos los que tienen la oportunidad de conocer el Evangelio, para que lo
descubran como el mayor y mejor tesoro por el que merece la pena darlo todo a
cambio. Roguemos...
Por todos nosotros, para que el Señor nos conceda aquellos dones con los que
mejor podamos servir a los hermanos.
Oración comunitaria:
Dios, Padre nuestro, concédenos sabiduría para descubrir el significado y la
importancia del Reino que tu Hijo anunció e inauguró entre nosotros; que lo
acojamos en nuestra existencia como el tesoro más precioso, y que dediquemos a
él toda nuestra vida. Por Jesucristo.
1. J. Peláez, La otra lectura de los Evangelios I, Ediciones El Almendro,
Córdoba
2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Seréis dichosos". Ciclo A. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991
3. J. Mateos - F. Camacho, El Evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid.
4. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).