24 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO
13-20

13.

Frase evangélica: «Vende todo lo que tiene y compra el campo»

Tema de predicación: EL CAMBIO DE VALORES

1. Las parábolas del tesoro y de la perla son gemelas, con imágenes diferentes: un labrador que descubre un tesoro en el campo y un mercader que encuentra una perla extraordinaria. Las dos parábolas destacan el supremo valor del reino como gran hallazgo; los otros valores son menores. Convertirse es cambiar de valores, es una «transvaloración». Por otra parte, el compromiso por el reino no se hace sólo desde la voluntad (el esfuerzo ascético), sino desde la alegría (el sentido místico). Ambas parábolas son una llamada de atención respecto de la primera bienaventuranza.

2. La parábola de la red de pescar describe una escena diaria en el lago de Galilea. El centro de esta parábola no está en el número de peces, sino en la selección que se hace después de la pesca. Es semejante a la parábola del trigo y de la cizaña: apunta a la necesaria convivencia de personas buenas y malas y a que todos tenemos algo de bueno y algo de malo hasta el final de la historia.

3. La verdadera comunidad de los hijos de Dios se descubrirá al final, cuando estemos libres de toda clase de esclavitudes: mentiras, injusticias, muerte y pecado. La «selección» equivale a evaluación, a revisión de vida, a saber elegir, a discernir. Los «escribas» saben muchas leyes y no poca teología, pero se aferran a lo «viejo», en tanto que los discípulos se atienen a lo «nuevo», al reino presente. Con la clave del Nuevo Testamento (lo «nuevo») debe entenderse el Antiguo Testamento (lo «viejo»).

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Sabemos discernir, evaluar, juzgar?

¿Son consistentes nuestros compromisos?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 146 s.


14.

NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN, DANOS LA LIBERTAD

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo b que tiene y compra el campo. El Reino de los cielos se parece a un comerciante en perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra».

Cada profeta tiene su tema central. En Jesús el tema central de su predicación es el Reino de Dios. También se dice de él que vino a traernos la Buena Noticia, por lo que podemos afirmar que: Reino de Dios y Buena Noticia son lo mismo. Si hoy les preguntase a ustedes, cristianos que llenan la Iglesia, qué es para usted una buena noticia, o dénme una buena noticia, seguro que no coincidían; cada cual me daría la suya, distinta de la de su vecino y me atrevo a decir que distinta de la de su cónyuge y seguro que a la de sus hijos, o la de sus padres.

Cada cual tiene su buena noticia, no somos un pueblo, más bien somos un colectivo que de común tenemos el bautismo y poco más. . . Pero si les preguntase lo contrario: ¿Cual es para ustedes la peor noticia? Seguro que si se ponen a reflexionar todos tememos lo peor, que no es la ruina económica, ni la enfermedad física más atroz, ni la misma muerte; hoy, y siempre, lo peor que le puede ocurrir a alguien es caer, vivir y sufrir en depresión. (Para el deprimido la muerte es una liberación).

Si la peor noticia para el hombre es la depresión, la buena y gran noticia será la no/depresión, la paz, la tranquilidad y sosiego de ánimo del que tiene esperanza y sabe sonreír ante un futuro incierto y desconocido. La no/depresión no es la euforia. Es un estado de humor vital. Es tener humor y amor a la vez.

Jesús en estas parábolas nos. dice que para adquirir ese estado de ánimo, para ser. ciudadano del Reino de los cielos en la tierra es preciso que el hombre sepa relativizar todo lo que sea relativizable, lo que en sí no tiene un valor absoluto, que sepa venderlo todo, que sepa «pasar» de cuanto le pueda absorber hasta el punto de hacer de él un ser. dependiente, que deje de lado lo que tenga que dejar para adquirir lo que es fundamental. El hombre no puede vivir arrodillado ante dos dioses, ni servir a dos señores. El corazón del hombre es suficientemente grande para que quepa todo un Dios en él; pero no le caben dos.

No le caben dos dioses por partida doble, por parte del hombre, porque amará a uno y utilizará al otro, y porque el Dios que es amor también es «celos», pues el amor llama a la exclusividad. Nadie puede pensar, sanamente, en compartir a la persona amada. Dios que es amor absoluto también es «celos» absolutos y nos quiere para sí y para siempre desde ya, por lo que el reinado de Dios no comienza en un más allá, sino en un más acá. . . Hay cristianos que interpretan la vida como la ocasión de coleccionar méritos, (cruces en este calvario o valle de lágrimas), para poderse encontrar después de la muerte con Dios. Ésta es una de las formas de hacer antipática la religión y de desacreditar el mensaje de las Bienaventuranzas. Esta vida es la ocasión que se nos brinda para experimentar a Dios en nosotros, (Dios/con/nosotros=es la definición del nombre de Jesús-Enmanuel). Esta vida es el tiempo que Dios, nuestro Padre Creador, nos regala como un don, como una gracia para experimentarle histórica y temporalmente.

Jesús en las parábolas del Reino, nos dice que para que esto sea realidad, para poder convivir con Dios, para poder compartir nuestra existencia con él es preciso que seamos capaces de venderlo todo, de soltar cuanto nos ata o atenaza impidiendo la libertad. Sólo el hombre radicalmente libre podrá experienciar, experimentar y expresar a Dios en el camino de su vida.

Y ¿cómo podrá el hombre llegar a hacer realidad esto?, ¿a golpes de inteligencia? No. A base de dogmas o catecismos no se convierte nadie al cristianismo; la Iglesia no es un partido político que necesite dogmas ni el cristianismo es una ideología que requiera definiciones. Tampoco a golpes de voluntad, pues somos débiles y muchas, demasiadas, veces no hacemos lo que nos conviene.

Creo que sólo podemos hacer realidad la convivencia de Dios con nosotros a golpes de afectividad. El hombre es capaz de conversión y de obediencia por el afecto. (Si tu mujer te dice que te tires por el balcón, procura estar en un primer piso). El afecto es capaz de cambiar al hombre. El amor de ternura es una locura capaz de hacer de un hombre un niño y de un niño un hombre.

Viviendo y sintiendo un amor de ternura, afecto y cariño, por Dios seremos capaces de venderlo todo, de adquirir la libertad más radical para entrar en su Reino y de no caer en la depresión, porque Él nos librará de todo mal. Amen.

BENJAMIN OLTRA COLOMER
SER COMO DIOS MANDA
Una lectura pragmática de San Mateo
EDICEP. VALENCIA-1995. Págs. 79-81


15.

La búsqueda de la sabiduría ha sido sin duda una de las mayores preocupaciones para la humanidad a lo largo de su historia. En todas las culturas han habido personas que han dedicado sus vidas a buscar la auténtica sabiduría. No se trata, por supuesto, del conocimiento que se acumula en los libros. No se trata de conocer y saber cosas. Ésa es la gran equivocación de algunos que creen que la sabiduría consiste en acumular información. Esa posiblemente es la equivocación de nuestra cultura actual. Pero, ¿tenemos algo de la auténtica sabiduría? Tenemos más libros y universidades que nunca. Nuestros jóvenes estudian y se preparan más que nunca. Aprenden a hacer muchas cosas. Pero, ¿les ayuda todo eso a saber vivir mejor, a ser felices, a ser solidarios?

Ser sabios no consiste, pues, en saber muchas cosas o en tener muchos títulos universitarios. Se trata más bien de descubrir la razón y el sentido de nuestras propias vidas. ¿Quién soy? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me cabe esperar? Estas son las preguntas que alumbran el camino de la verdadera sabiduría. Filósofos y pensadores de todos los tiempos y culturas han dado vueltas en torno a esas cuestiones. Quien encuentra la respuesta encuentra la paz, porque, por más que sea pobre o tenga muchos problemas, tiene en su corazón la mejor de las riquezas. Mientras que no se tienen esas respuestas todo es agitación, ansiedad o superficialidad. Sin la sabiduría una vida llena de trabajos puede estar totalmente vacía.

Jesús nos dice que la respuesta está en el Reino de Dios. Entender el Reino es la auténtica sabiduría frente a la que todo lo demás es puro oropel, mero adorno sin valor ninguno. A los que han entrado en la dinámica del Reino se les conoce porque saben dar a cada cosa su valor real. Para ellos el Reino es la perla. Para poder comprarla el comerciante vende todas las que tiene. O el tesoro escondido. Para ser su dueño el que lo ha descubierto se despoja de todas sus propiedades. Por el Reino vale la pena dejarlo todo, abandonarlo todo, venderlo todo. Desde esa base, ellos, los que pertenecen al Reino, saben cómo habérselas con la realidad. No se dejan alterar por las tormentas que agitan la superficie de nuestras vidas. Tienen su ancla fija en la roca y no hay viento que cambie su dirección.

No hay precio que pueda pagar la sabiduría del Reino. En realidad los que han entrado en el Reino no creen haber pagado ningún precio. Lo que han dejado valía nada en comparación con lo que han adquirido. Es que desde la perspectiva del Reino se entiende que todo lo demás no vale nada. O mejor, todo está lleno de un valor infinito en cuanto está conectado con la presencia del Dios del Reino. Todo es Creación. Todo es don y vida para los que entienden el Reino. Todas las cosas son huellas de la presencia del Dios que da sentido a sus vidas.

Pero, por lo mismo, ninguna cosa se convierte en ídolo frente al que hombres y mujeres tengan que ofrecer sacrificios de adoración. La tentación de nuestro mundo, que no conoce la sabiduría del Reino, es la de proponer numerosos idolillos a la adoración de los pueblos: riqueza, poder, fama, belleza, juventud... Estos son los dioses ante los que sacrifica nuestro mundo día a día. Como los pescadores, al terminar la jornada, separan el pescado bueno del malo, así los que tienen la sabiduría del Reino saben apreciar lo que realmente vale la pena y lo que es pura vaciedad, aunque su apariencia sea muy aparatosa. No es que desprecien nada. Los que son del Reino no desprecian nada porque saben que todo es creación de Dios. Simplemente dan a cada cosa su importancia. Y actúan en consecuencia. La invitación a entrar en el Reino es la invitación a acoger en nuestro corazón la auténtica sabiduría sobre nuestra propia vida.

Para la revisión de vida

Somos muchos los bautizados, pero ¿somos muchos los cristianos, los que vivimos de acuerdo con nuestra fe, los que vivimos convencidos de que el Reino de Dios es el mayor tesoro de nuestra vida? Y yo ¿qué soy: bautizado o discípulo de Jesús?

Para la reunión de grupo

- Salomón, en lugar de pedirle victorias militares o el triunfo de su ideología, le pide a Dios sabiduría para gobernar a su pueblo, saber escuchar y saber discernir entre lo bueno y lo malo para su gente; y yo ¿escucho al pueblo, a los demás, para conocer sus verdaderas necesidades? Cuando me dirijo a Dios, ¿qué le pido?

- El que cree en Jesús ya ha comenzado a vivir su vida nueva, ya está salvado, justificado, glorificado; ¿creo que esto es un optimismo ingenuo o es la verdad que Dios ha producido en mi vida? ¿Vivo con ese sentimiento de amado por Dios, de salvado?

- ¿He descubierto lo que es verdaderamente el Reino de Dios? ¿Siento mi vida llena de gozo y alegría por ese hallazgo? ¿Soy capaz de venderlo todo por ese tesoro, por esa perla?

Para la oración de los fieles

- Por la Iglesia, para que no sea sólo una asociación de bautizados sino el rostro visible en el mundo del amor de Dios Padre. Roguemos al Señor.

- Por todas las personas, para que tengamos la sabiduría y el discernimiento suficientes para distinguir el bien de las gentes y trabajemos por él. Roguemos...

- Por todos los que trabajan por el Reino de Dios, Reino de justicia, de amor y de paz, para que vean recompensados sus trabajos con un mundo mejor. Roguemos...

- Por quienes no tienen otro reino que sus propios intereses y egoísmos, para que se haga la luz en sus vidas y cambien de metas. Roguemos...

- Por todos los que tienen la oportunidad de conocer el Evangelio, para que lo descubran como el mayor y mejor tesoro por el que merece la pena darlo todo a cambio. Roguemos...

- Por todos nosotros, para que el Señor nos conceda aquellos dones con los que mejor podamos servir a los hermanos.

Oración comunitaria

Dios, Padre nuestro, concédenos sabiduría para descubrir el significado y la importancia del Reino que tu Hijo anunció e inauguró entre nosotros; que lo acojamos en nuestra existencia como el tesoro más precioso, y que dediquemos a él toda nuestra vida. Por Jesucristo.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


16.

Nexo entre las lecturas

El hilo conductor que nos propone a nuestra meditación la liturgia del día es la sabiduría del corazón. Salomón, prototipo del rey ideal de la Antigua Alianza, es precisamente lo que pide al Señor en su oración: te pido que me concedas sabiduría de corazón para que sepa gobernar a tu pueblo. (IL). El Señor, ante aquella petición sensata y desinteresada del rey, le concede el corazón dócil y sabio del hombre que pone su descanso en la ley del Señor, que ama sus mandamientos más que el oro purísimo, que estima en más sus enseñanzas que mil monedas de oro y plata (SAL). Todas estas actitudes encuentran su plenitud precisamente en el corazón de la gente sencilla (cfr Mt 11,25) que sabe descubrir el valor del Reino de los cielos y está dispuesto a vender cuanto tiene para comprarlo (EV). Ese misterio del Reino, condensado en la imagen del campo y de la perla, y cuyo contenido esencial es Cristo, llega a su cumplimiento una vez que hemos reproducido en nosotros mismos su imagen (2L).


Mensaje doctrinal

1. El valor del reino. Podemos decir que estas parábolas forman parte de las siete parábolas de Mateo que tienen como único argumento el misterio del reino de los cielos: su revelación, su manifestación, la parte que en ese reino nos está reservada, las exigencias que debemos afrontar para alcanzar ese reino y su cumplimiento al final de los tiempos. En particular, estas dos parábolas, sea la primera, que pone en escena a un hombre que encuentra por casualidad un tesoro escondido en el campo y vende cuanto tiene para comprarlo (Mt 13, 44), sea la segunda, que nos presenta a un vendedor de perlas que al descubrir una de mayor valor vende todas las que tiene para conseguir aquella más preciosa ( Mt 13, 45-46), nos revelan esta realidad: el reino de los cielos es un tesoro que no tiene precio. Todo palidece ante el Reino de los cielos cuando éste ha sido descubierto en su plenitud ya que no es otra que Cristo mismo (cfr San Cipriano, Dom. orat. 13). Este valor viene recalcado por la alegría (v.44) que experimenta el hombre al encontrarlo. Es una alegría profunda que empuja al hombre a la posesión de un bien de frente al que todos los otros pierden su peso y su valor. De hecho, el hombre que, habiendo descubierto esta perla o este tesoro opta por conservar sus bienes, permanece triste (cfr Mt 19, 22). Es, en definitiva, el valor de la Nueva Alianza que supera y lleva a su plenitud la Antigua, predicada e inaugurada por Cristo en la tierra (Lumen Gentium 3) para elevar a los hombres a la participación de la vida divina (idem 2).


2. La radicalidad del reino de los cielos. La radicalidad que Cristo exige para poder ser partícipes del Reino es total. Es preciso venderlo todo, arriesgarlo todo, poner todo en juego para ganar el Reino. Todo el mensaje de Cristo está caracterizado por esta exigencia de totalidad y autenticidad. Para todo los cristianos, sin excepciones, el radicalismo evangélico es una exigencia fundamental e irrenunciable, que brota de la llamada de Cristo a seguirlo e imitarlo, en virtud de la íntima comunión de vida con Él, realizada por el Espíritu (Pastores dabo vobis 27). Comprender esto no depende, ciertamente, de la inteligencia humana de los sabios e inteligentes, sino que es fruto de la sabiduría divina que Dios otorga a los humildes y pequeños. En este sentido, el Reino pertenece a los pobres y a los pequeños, es decir, a los que lo acogen con un corazón humilde y desprendido de todo: Bienaventurados los pobres porque de ellos es el Reino de los cielos (Mt 5, 3). Bienaventurados, es decir, felices, dichosos. La radicalidad evangélica que pide el desprendimiento de todo para ganar el reino es ya una felicidad; quienes la realizan sienten la dicha de ser libres, la felicidad de ser puros, la dicha incomparable de encontrar a Dios (cfr Luis María Martínez, El Espíritu Santo y las Bienaventuranzas, La Cruz, México 1984 27). De hecho, la petición que dirigimos a Dios en la oración colecta es precisamente ésta: que siendo Él nuestro director y guía, pasemos de tal manera por los bienes temporales que no perdamos los eternos.


Sugerencias pastorales

1. Pedir al Señor el don de sabiduría. La petición del rey Salomón es la petición de un pastor que desea guiar a su pueblo por el camino del Señor. El sacerdote ha sido puesto por Dios al frente de su pueblo como pastor y jefe de almas. De ahí que tenga continuamente necesidad de la verdadera sabiduría de corazón para poder guiar por el camino recto a las almas que a él se acercan en busca de luz y de consejo. Él mismo, hombre frágil como sus hermanos, necesita la luz de Dios para poder comunicarla. Es por tanto necesario pedir a Dios este don del Espíritu que nos capacita para saborear y tener cierta connaturalidad con las cosas divinas.. A través de este don, el sacerdote puede adquirir un conocimiento más profundo de Dios, no sólo teórico sino sobre todo un conocimiento experimental que le permita comunicar con fuego y convicción esa realidad que ha conocido y amado en la oración. El don de sabiduría da fortaleza al sacerdote y lleva en él a su máxima perfección la virtud e la caridad, de tal manera que dirigiendo su corazón únicamente a Dios como único tesoro, puede vivir desprendido de las cosas de este mundo.

2. La alegría de poseer el único tesoro que no se corroe.
La vida cristiana es un camino de plenitud y alegría verdadera porque toda ella está encaminada a poseer a Dios, único ser que puede colmar el anhelo de felicidad de hombre. Nos hiciste para ti, Señor e inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en ti (San Agustín, Confesiones 1,1). El cristiano debe saber vivir en este mundo sin ser del mundo, debe aprender a valorar en su justo valor los bienes de este mundo sin anclar su corazón en ninguno de ellos. Más aún, debe estar dispuesto a venderlo todo consciente de que su única posesión verdadera es Dios. Paradójicamente aquello en lo que generalmente se piensa que se encuentra la alegría, la riqueza, los bienes materiales, los placeres, que por lo demás han pasado a ser los valores preponderantes de la cultura, desencantan al corazón del hombre hecho a una medida que sólo Dios puede colmar. Sin ser en sí mismas malas, las riquezas pueden convertirse en un impedimento y un obstáculo para vivir una vida cristiana auténtica ya que con facilidad desvían el corazón del hombre hacia los intereses del mundo. Es preciso, pues, enseñar a los hombres a vivir el desprendimiento afectivo y efectivo de todo aquello que en nuestro corazón quita espacio a Dios.

P. Octavio Ortiz


17. 2001 - COMENTARIO 1

NADAR Y GUARDAR LA ROPA

El refranero encierra una sabiduría de siglos. Un simple refrán como "nadar y guardar la ropa" sirve para dibujar un modo muy habitual de comportamiento poco humano. Cinco palabras. Así de breve, pero qué profundo.

Nadar es sostenerse flotando en un líquido, moverse en el agua o sumergirse en ella sin tocar fondo. El agua representa la inseguridad, lo inestable y movedizo. Para nadar y flotar es conveniente no tener ataduras ni peso añadido al del propio cuerpo. Hay que despojarse de ropa y abandonar la orilla firme, adentrándose en esa masa líquida que envuelve y amenaza. Nadar significa arriesgarse.

Guardar la ropa representa el polo opuesto: la seguridad. Guardar es sinónimo de custodiar, vigilar, conservar en seguro, no arriesgar, retener. La ropa es el símbolo de nuestra imagen exterior, de nuestra posición o situación en la vida ante los demás.

Nadar y guardar la ropa son los dos extremos de una situación vital: inseguridad, desnudez y riesgo frente a seguridad, vestido, tranquilidad. Este refrán une lo imposible en la práctica. Cada día, por desgracia, es mayor el número de gente que hace de él su pauta de vida. Gente que pasa por la vida, interviniendo con astucia para beneficiarse del provecho que pueda producir cada ocasión, sin arriesgarse. Gente de poco fiar, que tira la piedra y esconde la mano.

Freud decía que la vida humana se debate entre dos polos: seguridad y libertad. A más seguridad, menos libertad; a más libertad, menos seguridad. El hombre se mide por su praxis de libertad, por su capacidad de riesgo. Es más quien más arriesga; quien no arriesga, no gana, dice el proverbio.

Y así está el mundo. Por no perder la seguridad, por salvar las apariencias, pocos se adentran de verdad en el agua del riesgo y de la libertad, de la claridad y de la transparencia. Los empresarios no invierten, dedicados a guardar la ropa-capital. Los políticos se han acostumbrado a decir "sí, pero..." La Iglesia, al menos un sector de ella, se ha tirado para el centro, si no para la derecha, para arriba más que para abajo. Mientras tanto, el pueblo, obligado a nadar, cada vez más desnudo y solo, se ahoga con el peso que todos le echamos encima.

Poco humana y menos cristiana es esta actitud tan corriente. Jesús de Nazaret no quería a su lado gente que practicase este refrán. En su reino no caben actitudes medias, ni personas no definidas. Es reino de riesgo, libertad y verdad. Para entrar en él hay que quedarse desnudos, pobres -sin ropa ni seguridad- hay que ser transparentes y cristalinos, tirarse al agua de la vida, mojarse, romper amarras.

"El Reino de Dios -decía Jesús- se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El Reino de Dios se parece a un comerciante de perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra".

Jesús exige al cristiano una renuncia radical: venderlo todo, romper amarras, arriesgarse, definirse para entrar en el Reino de Dios, un Reino donde está prohibido "nadar y guardar la ropa".


18. COMENTARIO 2

¿RENUNCIAR? ¿A CAMBIO DE QUE?

La vida cristiana se ha presentado muchas veces como un constante ejercicio de renuncia: renunciar al dinero, renunciar a los placeres de la vida, renunciar a las comodidades, renun­ciar a la ambición, renunciar, renunciar, renunciar... Pero ¿para qué?, ¿a cambio de qué?


CAMINO DE PERFECCION

Sin que esto suponga que criticamos a aquellos que buscan sinceramente la perfección, hay que afirmar que el cristianis­mo no debe confundirse con lo que se llama un camino de per­fección, un método para llegar a ser santos. El objetivo de Jesús no era enseñar al hombre a ser más santo, a ser más per­fecto; el suyo no era un proyecto dirigido únicamente al indi­viduo, sino orientado a la transformación de la manera de vivir de toda la humanidad.

Cuando Jesús presenta las bienaventuranzas, que constitu­yen el núcleo de su programa, no dice a quienes le escuchan que serán más santos si hacen todo aquello, sino que serán felices.

Es la felicidad de los hombres, de todos los hombres y de cada uno de ellos en particular, lo que preocupa a Jesús, porque ésa es la principal preocupación del Padre.

Por eso no se puede considerar la perfección como un ideal propiamente cristiano. Éste era el ideal de los fariseos y lo fue también de ciertas escuelas filosóficas de la antigüedad (los estoicos, por ejemplo). El ideal cristiano es la felici­dad. Y, en consecuencia, la felicidad es la razón por la que un cristiano actúa: un cristiano se comporta cristianamente por­que tal comportamiento es causa de alegría para él y para sus semejantes. O, si se quiere formular la cuestión de otra ma­nera: debe juzgarse que una acción es buena si produce felici­dad en quien la realiza y contribuye a la felicidad de los demás.


UN TESORO, UNA PERLA

Ésta es la idea central de las dos primeras parábolas que se leen este domingo: el reino de Dios es como un tesoro es­condido, como una perla de incalculable valor. Si alguien en­cuentra el tesoro o la perla y descubre el valor tan inmenso que tienen, hace todo lo necesario para conseguirlos. Reunirá todo el dinero que pueda, aunque tenga que vender todas sus posesiones, todo lo que tiene, y correrá a comprar la perla o el campo donde sabe que está escondido el tesoro.

La parábola no necesita demasiadas explicaciones. Jesús ha dicho desde el principio que hay ciertas cosas que son in­compatibles con el evangelio; y resulta que esas cosas son las que más se valoran entre la mayor parte de los hombres: el poder, la riqueza, los honores... ¿Por qué hay que renunciar a todo eso? ¿Para qué? ¿Es que la renuncia tiene valor en sí misma? Estas preguntas quedan respondidas con las parábolas que comentamos.

En primer lugar, el proyecto de Jesús, el reino de Dios, es un tesoro para el hombre, el mayor tesoro. Vivir de acuerdo con el evangelio vale más, tiene más valor que cualquier otro modo de vida. Más que todo el dinero del mundo, más que todos los honores, más que todo el poder.

Y, en segundo lugar, la elección debe llenar de alegría a quien la realiza. El dolor que pudiera causar la renuncia a algo que se ha querido hasta ese momento debe quedar anulado por la felicidad que produce lo que se ha elegido: «Se parece el reino de Dios a un tesoro escondido en el campo; si un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y de la alegría va a vender todo lo que tiene y compra el campo aquel».


LO QUE DE VERDAD IMPORTA

No quiere esto decir que no cueste ningún esfuerzo renun­ciar a todo lo que es incompatible con el evangelio. Lo que quiere decir es que la razón por la que se hace tal esfuerzo no es otra que la seguridad de que el resultado final será una feli­cidad mucho mayor. Y no sólo en la otra vida: ya, desde ahora, desde el momento en que se descubre el valor de lo que se ha elegido.

En conclusión: lo realmente importante no es la renuncia, sino la elección; lo que realmente nos hace mejores no es lo que dejamos, sino lo que elegimos. Y la elección es consecuen­cia no tanto de que queremos ser mejores, más santos, más perfectos, sino más bien de que hemos descubierto que adop­tando el modelo de vida que propone el evangelio, siendo cris­tianos, podremos tener y ofrecer a los demás, de la manera más excelente, la experiencia del amor compartido, que es la felicidad.


19. COMENTARIO 3

vv. 44-46: Se parece el reino de Dios a un tesoro escondido en el campo; si un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y de la alegría va a vender todo lo que tiene y compra el campo aquél.

45Se parece también el reino de Dios a un comerciante que buscaba perlas finas; 46al encontrar una perla de gran valor fue a vender todo lo que tenía y la compró.

Las parábolas del tesoro y de la perla contienen una misma enseñanza: que el compromiso total que exige el reino no se hace por un esfuerzo de voluntad, sino llevados por la alegría de haber descubierto un valor insospechado e incomparable. La renuncia a todo lo que se posee no es, por tanto, un acto ascético, sino espontáneo. El mensaje y la experiencia del reino relativizan todo valor hasta entonces conocido. Ambas parábolas se inspiran en el lenguaje sapiencial (cf. Prov 2,4; 3,14s; 8,18s; Job 28,18; Is 33,6).

El reinado de Dios está escondido en el mensaje y la actividad de Jesús; en ellos anuncia su cercanía; quien los comprende en­trega a ese mensaje su entera existencia, porque descubre en él el tesoro que puede enriquecer toda su vida.

Estas dos parábolas proponen de nuevo la opción por la po­breza expresada en 5,3, como lo muestra ]a frase repetida «va a vender todo lo que tiene» (vv. 44.46; cf. 19,21); el tesoro y la perla son la experiencia del amor de Dios (5,3: «ésos tienen a Dios por rey»; cf. 6,20; 19,21), que causa una profunda alegría.


vv. 47-48: Se parece también el reino de Dios a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: 48cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, reúnen los buenos en cestos y tiran los malos.

La última parábola lleva también su explicación. El con­tenido coincide con la del trigo y la cizaña. La oposición de «bue­nos» y «malos» corresponde a la de los árboles buenos y malos de 7,15-19 (cf. 12,33); los malos son los falsos profetas, los lobos con piel de oveja, los que siguen a Jesús sólo en la apariencia, pero persiguen objetivos inconfesables.

En la ex­plicación son llamados «los malos/malvados», siempre en rela­ción con «el Malo».

vv. 49-50: Lo mismo sucederá al fin de esta edad: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos 50y los arrojarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.

El destino de los malos es también el fuego destructor (50; cf. 13,42). La frustración definitiva del hombre («llanto y rechinar de dientes») es perder la vida para siempre.

La parábola propone a los discípulos la suerte final, para orientarlos en la decisión pre­sente. Los únicos que llegan a la vida son los que producen fruto.

vv. 51-52: -¿Habéis entendido todo esto? Contestaron ellos: -Sí. 52Él les dijo: -De modo que todo letrado instruido en el reino de Dios se parece al dueño de casa que saca de su arcón cosas nuevas y antiguas.

Termina la instrucción a los discípulos en privado. Vuel­ve el tema del «entender» que ha dado el tono de todo el capítulo (13,13.14.15.19.23.51). Recibido el conocimiento, han de exponerlo a los demás.

Mt establece una oposición entre los «letrados» cris­tianos y los de Israel. Estos tenían detrás una inmensa tradición interpretativa que pretendía no salirse de los límites de lo antiguo. El letrado que ha comprendido el secreto del reino ya no depende de su antigua tradición, sino que en él «lo nuevo» tiene el primer lugar; «lo antiguo» está subordinado a lo nuevo. No se basa en primer lugar en lo que han dicho o hecho Moisés o los Profetas, sino que comienza con el mensaje de Jesús. Este es la clave de lectura de todo el AT.

El modelo de este letrado es el mismo evan­gelista.


20. COMENTARIO 4

Los textos litúrgicos del presente domingo pueden ser catalogados bajo un común denominador: enseñanza sobre la necesidad de la ayuda divina en vistas a un buen discernimiento y los frutos que éste comporta.

En la primera lectura, Salomón ante la aparición divina, solicita el don de la escucha y del discernir entre el bien y el mal y obtiene la aprobación divina por ese pedido y la concesión de una “mente sabia y prudente”.

En el salmo se confiesa que la fuente de este don está radicada en Dios, quien se lo concede al que sabe valorarlo.

Y en la carta a los Romanos se constata con admirado gozo la comunicación hecha por Dios en Cristo a los que “El ha llamado”.

Aceptar el don y valorarlo de medida adecuada son también el centro de las preocupaciones del texto evangélico, apelando a las tres últimas parábolas de Jesús del discurso de Mt 13 y a su conclusión (vv. 51-52).

Las dos primeras parábolas [texto opcional más breve] invitan a una valoración adecuada de las diversas ofertas que se hacen a lo largo de la vida. En ellas el Reino se compara a un tesoro escondido y a una perla de gran precio. La persona que ha comprendido su valor está dispuesto ha renunciar a todo con el fin de adquirir esa perla o ese tesoro. Vale la pena vender todo para comprar ese máximo bien para la propia vida. Igualmente la existencia de una perla induce al comerciante de este ramo a venderlo todo para lograrla. De esa forma, renuncia incluso a su oficio, a fin de convertirse en poseedor de ese preciado bien.

Ambas parábolas tienen en común la acción emprendida por el hombre y por el comerciante: se trata de “vender todo” lo que se tiene, para “comprar” el bien deseado.

En una sociedad que conoce la actividad febril del comercio, se invita a descubrir el valor único del Reino de Dios, superior a toda otra realidad. Esta insistencia subraya que la respuesta pedida por Jesús no admite componendas.

La valoración propuesta nos pone ante un interrogante decisivo: ¿hasta qué punto estimamos la propuesta recibida por las palabras y la persona de Jesús? Sólo si somos capaces de entender que el Reino pide todo de nosotros, podremos hacerle un espacio adecuado en nuestra vida.

Ese compromiso debe ser total y debe perdurar a lo largo de toda la vida hasta el discernimiento definitivo. Por ello, el Reinado de Dios puede ser comparado también a una red arrojada al mar. Extrañamente, con ella no sólo se recogen peces, sino “cosas de todo tipo”, hasta el momento en que se “llena”. Esta última expresión significa más exactamente “se cumple”. El término es el mismo que indica el evangelista para el cumplimiento de las profecías en Cristo. Con Cristo nos encontramos en el “fin del mundo”, y se repiten aquí algunos términos de la ambientación del discurso de las parábolas: “mar”, “orilla”, “gente que se sienta”…

Por tercera vez en este capítulo, luego del sembrador y de la cizaña, se da una explicación de la parábola. Después de enseñar que “al fin del mundo” los ángeles separarán a los malos de los buenos, Jesús se detiene en detallar la suerte reservada a “los malos”. Esta no puede ser otra que la frustración total a causa de la vanidad en que se ha desarrollado su vida. Por ello su destino es el fuego que destruye la banalidad y la ligereza. Esta atención al fracaso es una advertencia a todo discípulo en vistas a enfrentar con responsabilidad el momento presente. De éste depende el futuro de la persona humana, que puede ser malbaratado por una vida vacía de sentido.

De esta forma Dios nos coloca ante el juicio definitivo operante por medio de la actuación de Jesús. Gracias a ella se descubre la maldad o bondad de cada acto humano. La naturaleza de esta actuación justifica las exigencias que se requieren. Es necesario venderlo todo y mantenerse en este compromiso a lo largo del tiempo que se nos concede.

La conclusión de todo el discurso se hace mediante una pregunta seguida de una breve comparación. Los discípulos en su respuesta son conscientes de haber entendido el significado de Jesús en su propia vida. Han recibido el don del “entendimiento” de todas estas cosas, de las parábolas de Jesús y, más aún, de Jesús mismo, que habla en parábolas. Con esta base se exige de ellos el desempeño de un oficio: letrado de la comunidad. Éste permanece siempre discípulo de Jesús y, a diferencia de los letrados israelitas encerrados en lo antiguo, deberán compartir como un dueño de casa con los demás las riquezas antiguas, pero también las nuevas, que dan plenitud a aquéllas.

Convertirse en discípulo es, entonces, asumir una tarea, la misma tarea de Cristo. El letrado es el experto en la Escritura. Gracias al magisterio de Cristo ese letrado puede renovar todas sus concepciones y llevarlas a su verdad plena.


Para la revisión de vida

Somos muchos los bautizados, pero ¿somos muchos los cristianos, los que vivimos de acuerdo con nuestra fe, los que vivimos convencidos de que el Reino de Dios es el mayor tesoro de nuestra vida? Y yo ¿qué soy: bautizado o discípulo de Jesús?

¿He descubierto verdaderamente el Reino de Dios en mi vida? ¿Siento mi vida llena de gozo y alegría por ese hallazgo? ¿Soy capaz de venderlo todo por ese tesoro, por esa perla?


Para la reunión de grupo:

Aunque las dos primeras parábolas están construidas sobre el esquema de vender y comprar, su mensaje central es, precisamente, que en la vida hay cosas que pueden valer mucho más que todo eso que se compra y se vende… El dinero solo no hace la felicidad. Para un rey sabio (Salomón) es más importante el don de saber gobernar que las riquezas… Y para todo ser humano hay algo que es “más importante que todo lo demás”… ¿Será ése el sentido de estas dos parábolas? Comentar.

¿Qué es eso que es más importante que todo lo demás? ¿La gracia de Dios? ¿El perdón de Dios? ¿La pertenencia a la Iglesia? ¿Cristo?

La tercera parábola está construida sobre el esquema “esta vida/la otra”. A este respecto: CIRES, en 1991, publicó en España una encuesta según la cual, en la católica España, “4 de cada 10 españoles no creen ni en la resurrección ni el infierno”. En ese mismo país, la revista Misión Abierta publicaba otra encuesta en la que descubría que “en la resurrección no cree el 48% de los ciudadanos españoles. Pero, en cambio, hemos dado un viraje hacia Oriente porque un 25% acepta la reencarnación”. En este contexto, ¿cómo repetir la parábola hoy para que sea significativa para todos? ¿Podemos en la reunión de grupo (sin autocensuras doctrinales) arriesgar una reinterpretación?

Para la oración de los fieles:

Por la Iglesia, para que no sea sólo una asociación de bautizados sino el rostro visible en el mundo del amor de Dios Padre. Roguemos al Señor.

Por todas las personas, para que tengamos la sabiduría y el discernimiento suficientes para distinguir el bien de las gentes y trabajemos por él. Roguemos...

Por todos los que trabajan por el Reino de Dios, Reino de justicia, de amor y de paz, para que vean recompensados sus trabajos con un mundo mejor. Roguemos...

Por quienes no tienen otro reino que sus propios intereses y egoísmos, para que se haga la luz en sus vidas y cambien de metas. Roguemos...

Por todos los que tienen la oportunidad de conocer el Evangelio, para que lo descubran como el mayor y mejor tesoro por el que merece la pena darlo todo a cambio. Roguemos...

Por todos nosotros, para que el Señor nos conceda aquellos dones con los que mejor podamos servir a los hermanos.


Oración comunitaria:

Dios, Padre nuestro, concédenos sabiduría para descubrir el significado y la importancia del Reino que tu Hijo anunció e inauguró entre nosotros; que lo acojamos en nuestra existencia como el tesoro más precioso, y que dediquemos a él toda nuestra vida. Por Jesucristo.

1. J. Peláez, La otra lectura de los Evangelios I, Ediciones El Almendro, Córdoba

2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Seréis dichosos". Ciclo A. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

3. J. Mateos - F. Camacho, El Evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid.

4. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).