26 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO
21-26

21.  Instituto del Verbo Encarnado.

Comentarios al Texto Sagrado

Sobre la Primera Lectura (1 Reyes 3, 5. 7-12)

Se nos narra una célebre aparición de Dios a Salomón:

Gabaón era una ciudad levítica de la tribu de Benjamín (Js 9, 3). Era de antiguo "Lugar Santo" poseía una Piedra o monumento conmemorativo (Sm 20, 8).

Salomón ha subido a Gabaón para inmolar víctimas a Yahvé en aquel Lugar Santo. Dios le favorece con una visión en sueños (5).

Es digna de ser imitada la prudente oración del Rey. Dios no puede menos de atender la súplica tan oportuna y desinteresada que hace Salomón, Pide tres gracias: a) "Da a tu siervo un corazón que escuche atento". b) Rectitud para juzgar al pueblo. c) Prudencia para discernir el bien y el mal (9). Un corazón atento: significa docilidad y disponibilidad a la voluntad de Dios. Un juicio recto y justo y un discernimiento adecuado son virtudes indispensables del gobernante.

Dios premia a Salomón porque no ha pedido bienes caducos, sino que ha pedido Sabiduría. Dios le infunde este don con tanta abundancia que SaIomón quedará en la tradición judía como prototipo de la Sabiduría y pasará a la historia Corno el Rey Sabio. De ahí también que hayan sido atribuidos a Salomón varios libros sapienciales de la Escritura: "Te concedo lo que has pedido. Te doy un corazón sabio e inteligente de modo que no haya habido delante de ti otro semejante ni haya semejante a ti después de ti. y aun lo que no pediste te daré: riqueza y gloria" (12). Vemos que cuando buscamos el Reino de Dios lo demás se nos da por añadidura.

Sobre la Segunda Lectura (Romanos 8, 28-30)

Sigue exponiendo San Pablo la riqueza que entraña nuestra justificación o redención. Y llega a lo que en este orden de gracia representa el punto culminante, la dádiva más preciosa: Esta dádiva suma de Dios tiene un cúmulo invalorable de riquezas: Conocidos ab aeterno, predestinados, elegidos, llamados, justificados, agraciados, gloriflicados...Eslabones de la acción salvífica de Dios. El amor de Dios es un amor eterno, eficaz, seguro, inefable infalible, infinito. Lo llamamos Amor Salvífico. Tiene por objeto hacer de cada uno de Nosotros un hijo de Dios.(29)-El plan de Dios nos ve, nos piensa, nos ama "amoldados a la Imagen, su Hijo" (29). Cristo es Imagen perfecta del Padre (Col 1, 15), es su Hijo. Dios desde la eternidad tiene este plan de amor: Hacernos partícipes de la filiación de Cristo (Ef 1, 5); darnos el Espíritu del Hijo (Gál 4, 6); revestirnos de Cristo, formar a Cristo en nosotros: "Somos una obra de Dios, creados Cristo Jesús" (El 2, 9). En virtud de este plan de amor somos hijos de Dios en su Hijo; sos a imagen de Dios en su Imagen. De este modo Cristo es el "Primogénito entre rnuchos hermanos" (29). Ante tan maravillosa generosidad de Dios debemos estallar en gratitud de amor y glorificación: "Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien nos predestinó por Jesucristo a la filiación divina por solo beneplácito de su voluntad. Para que alabemos la gloria de su gracia con la cual nos agració en el Amado" (Ef 1, 3. 6). La Liturgia en su meta y en su cima eso es: Latría y Eucaristía para Dios, gracia, filiación y vida divina para nosotros: Agraciados en el Amado.

De parte de Dios no cabe fallo en su plan de amor. Desde nuestra elección en su eternidad hasta nuestra glorificación en su eternidad, el decreto de Dios no sufre nunca titubeo ni quiebra. Elección, vocación, glorificación: Todo de parte de Dios está concatenado. Y Pablo, que aquí mira la salvación desde la perspectiva de Dios, nos la da como segura e indubitable, Pero mientras somos viadores queda que el hombre puede salirse del plan de Dios y perderse. De ahí que lo que más nos interesa y lo que con más anhelo debemos pedir a Dios es: "Da, Señor, a tu siervo un corazón que escuche atento". Este corazón atento es un alma siempre dócil a la gracia de Dios, sinceramente abierta y dispuesta a aceptar y cumplir la divina voluntad. Quien se entra en la zona de esta voluntad salvífica no puede perderse.

Sobre el Evangelio (Mateo 1, 44-52)

Prosigue Jesús adoctrinando en parábolas y revelando con ellas el Misterio del Reino.Las dos parábolas del tesoro escondido y la perla preciosa pretenden desvelamos el valor y riqueza del Reino. Y en consecuencia, la generosidad con que a todo debernos renunciar PaTa hacemos con tal tesoro precioso y con tal perla valiosaEn la parábola de la Red (47-50), igual que su gemela de la cizaña (24-30), se refiere al ministerio de los llamados al apostolado, Implica a la vez la responsabilidad de éstos de entregarse al servicio del Reino y la de los oyentes de ser dóciles y fieles al mensaje de la fe.

También la conclusión que cierra el florilegio de las parábolas (5152) se dirige primordialmente a los llamados al servicio del Reino y a la predicación del Mensaje. Deben completar las enseñanzas del A.T. con las del Evangelio de Cristo. El A.T. sin Cristo carece de sentido y de meta. El A.T. es utilísimo al predicador del Evangelio. Incluso es también Evangelio cuando se lee y se medita a la luz de Cristo. Los predicadores de la fe son calificados por Jesús doctos y prudentes (52) si al exponer las Escrituras saben orientarlas a Cristo; y si al predicar el Evangelio saben iluminarlo con la luz con que lo preparan los Profetas: "Cristo Señor, en quien se consuma la revelación total, mandó a los Apóstoles que predicaran a todos los hombres el Evangelio. Este Evangelio, prometido antes por los Profetas, lo completó El y lo promulgó con su propia boca, como fuente de toda verdad salvadora" (Dei Verbum 7).

Viejo Testamento y Evangelio se han corno raíz y fruto. No se oponen; se armonizan y se plenifican.
Evidentemente el "tesoro" y la "perla" preciosa es Cristo mismo; y es su Evangelio.
Para quien abre los ojos de la fe, Cristo es: Verdad y Vida; Maestro y Redentor; Riqueza y Gozo sumo.
Y con gusto se renuncia todo para poseer a Cristo (Flp 3, 8).

Tal tesoro y tal perla bien merece este gesto del bienamado buscador: "Va y vende todo" (Mt 13, 44). A todo renuncia gozosísimo.

Nos vienen a la memoria las escenas de la vocación de los Apóstoles con el gozo que les salta del alma: "Hemos hallado al Mesías" (In 1, 39.41.45).

Innúmeros seguidores de Cristo han experimentado este gozo: Gozo siempre nuevo y recién estrenado, porque Cristo u vida infinita y eterna.

*Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros de la Palabra", ciclo "A", Herder, Barcelona 1979.

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SAN JUAN CRISÓSTOMO

Comentario (Extracto de la homilía n° 47)

EL SEÑOR PROPONE NUEVAS PARÁBOLAS

Mas ¿por qué razón ahora, cuando se han retirado de la muchedumbre, habla el Señor nuevamente en parábolas a sus discípulos? Es que sus palabras les habían hecho más inteligente, de modo que ya le entendían. Por lo menos, el Señor les preguntó después de terminadas las parábolas: ¿Habéis entendido todo esto? Y ellos le responden: Sí, Señor. Así entre otros bienes, las parábolas habían producido el de aumentar en ellos la penetración de su visión, ¿Qué dice, pues, ahora el Señor? Semejante es el reino de los cielos a un tesoro escondido en el campo. Un hombre lo halló y lo escondió de nuevo y, de puro gozo, vende cuanto tiene y compra aquel campo. Además semejante es el reino de los cielos a un mercader que busca piedras preciosas, El cual, hallando que halló una muy preciosa, fue, vendió cuanto tenía y la compró.

LAS PARÁBOLAS DEL TESORO ESCONDIDO Y LA PIEDRA PRECIOSA

Al modo como las anteriores parábolas del grano de mostaza y de la levadura no se diferenciaban mucho entre sí, así tampoco las del tesoro escondido y las piedras preciosas. A la verdad, lo que una y otra nos dan a entender es que debemos estimar el Evangelio por encima de todo: las parábolas de la levadura y del grano de mostaza se refieren particularmente a la oculta fuerza del mismo Evangelio, que había de vencer absolutamente a la tierra entera; éstas nos ponen más bien de manifiesto, su valor y precio. Se propaga, en efecto, como la mostaza, lo invade todo como la levadura; pero es precioso como una perla y nos procura magnificencia infinita como un tesoro. Mas no sólo hemos de aprender de esas parábolas a desnudarnos de todo lo demás para abrazarnos con el Evangelio, sino que hay que hacerlo con alegría. Sepa el que renuncia a sus bienes, que no ha sufrido una pérdida, sino que ha hecho un negocio. ¡Mirad cómo el Evangelio es tesoro escondido en el mundo y cómo en el Evangelio están escondidos los bienes! Si no vendemos cuanto tenemos, no lo compramos; y si no tenernos un alma que con todo afán se dé a la búsqueda, no lo encontramos. Dos condiciones, pues, es menester que tengamos: desprendimiento de todo lo terreno y una suma vigilancia: Semejante es el reino de los cielos - dice el Señor - a un mercader que busca piedras preciosas, y hallando que halló una muy preciosa, lo vendió todo y la compró. Una sola, en efecto, es la verdad, y no es posible dividirla en muchas partes. Y así como quien es dueño de una perla sabe que es rico; pero, muchas veces su riqueza: que le cabe en la mano - pues no se trata de peso corporal - es desconocida para los demás; así puntualmente, acontece con el Evangelio, los que lo poseemos, sabemos que con él somos ricos; mas los infieles, que desconocen este tesoro, desconocen también nuestra riqueza.

LA PARÁBOLA DE LA RED ECHADA AL MAR

Mas por que no pongamos toda nuestra confianza en la mera predicación evangélica ni nos imaginemos que basta la fe sola para la salvación, nos pone el Señor otra parábola espantosa. ¿Qué parábola? La de la red echada al mar: Porque semejante es el reino de los cielos a una red echada al mar y que recoge todo género de cosas. Sacándola luego los pescadores a la orilla, se sientan y recogen lo bueno en vasos y tiran afuera lo malo. ¿Qué diferencia hay de esta parábola a la de la cizaña? En realidad también allí unos se salvan y otros se pierden: pero en la de la cizaña es por seguir doctrinas malas y, aun antes de esto, por no atender siquiera a la palabra divina; éstos, empero, de la red se pierden por la maldad de su vida y son los más desgraciados de todos, pues alcanzado ya el conocimiento de la verdad, pescados ya en las redes del Señor, ni aun así fueron capaces de salvarse. Por lo demás, en otra parte dice que Él mismo, como pastor, separará a los buenos de los malos; mas aquí, lo mismo que en la parábola de la cizaña, esa función incumbe a los ángeles ¿Qué decir a esto? En un caso les habla de modo más rudo y en otro más elevado. Y notemos que esta parábola la interpretó el Señor espontáneamente, sin que nadie se lo pidiera, siquiera sólo la declara en parte y para aumentar el temor. Al oír, en efecto, que los pescadores se contentaban con tirar fuera lo malo, pudiera pensarse que aquella perdición no tenía peligro alguno. De ahí que, en la interpretación, el Señor señala el verdadero castigo, diciendo: Los arrojarán al horno de fuego, y nos recordó el rechinar de dientes y nos dió a entender que el dolor es inexplicable. ¡Ya veis cuántos son los caminos de la perdición! La perdición nos puede venir de la roca, de Las espinas, del camino, de la cizaña, de la red ahora. No sin razón dijo, pues, el Señor: Ancho es el camino que lleva a la perdición y muchos son los que andan por él. Habiendo, pues, dicho todo esto, cerrado su razonamiento con el temor y habiéndoles sin duda mostrado más cosas, pues con ellos habló más tiempo que con el pueblo, terminó diciéndoles: ¿Habéis entendido todo esto? Y ellos le respondieron: Sí, Señor. Luego, ya que le habían entendido, los alabó diciendo: Por eso todo escriba instruído en el reino de los cielos es semejante a un amo de casa que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas. De ahí que en otra parte les dice: Yo os enviaré sabios y escribas.

EL QUE NO CONOCE LAS ESCRITURAS NO ES AMO DE CASA

Mirad cómo no excluye el Señor el Antiguo Testamento, sino que lo alaba y públicamente lo llama un tesoro. De suerte que quienes ignoran las Escrituras, no pueden ser amos de casa; esos que ni de suyo tienen nada ni de los otros lo reciben, sino que a sí mismos se consienten morir de hambre. Y no sólo éstos. Tampoco los herejes gozan de esta bienaventuranza, pues no pueden sacar de su tesoro lo nuevo y lo viejo. Lo viejo no lo poseen y, por tanto, tampoco lo nuevo; como los que no tienen lo nuevo, tampoco lo viejo. Lo uno está íntimamente ligado a lo otro. Oigamos, pues, cuantos nos descuidamos de la lección de las Escrituras, cuán grande daño, cuán grande pobreza sufrimos. ¿Cuándo, en efecto, pondremos manos a la obra de nuestra vida, si no sabemos las leyes mismas por que ha de regirse nuestra vida? Los ricos, los que sufren locura de las riquezas, continuamente están sacudiendo sus vestidos para que no los ataque la polilla; y ¿tú, que ves cómo el olvido, peor que la polilla, ataca tu alma, no lees los libros santos, no arrojas de ti esta polilla, no quieres embellecer tu alma, no quieres contemplar continuamente la imagen de la virtud, y saber qué miembros tiene y qué cabeza? Porque, sí, la virtud tiene cabeza y tiene miembros, más magníficos que el más hermoso, y mejor configurado de los cuerpos.

LA CABEZA Y LOS MIEMBROS DE LA VIRTUD

¿Cuál es pues - me preguntas - la cabeza de la virtud? La cabeza de la virtud es la humildad. De ahí que Cristo empezara por ella sus bienaventuranzas, diciendo: Bienaventurados los pobres de espíritu. Esta cabeza no tiene ciertamente cabellera ni trenzas; pero sí tal belleza que enamora al mismo Dios. Porque ¿sobre quién fijaré mi mirada - dice -, sino sobre el manso y humilde, sobre el que tiembla de mis palabras? Y: Los ojos del Señor sobre los mansos de la tierra. Y: Cerca está el Señor de los contritos de corazón. Esta cabeza, en lugar de cabellos y cabellera, ofrece a Dios sacrificios agradables. Ella es altar de oro y propiciatorio espiritual: Porque sacrificio es para Dios un espíritu contrito. La humildad es la madre de la sabiduría. El que ésta tenga, tendrá todo lo demás. He ahí una cabeza cual jamás la habíais contemplado. ¿Queréis contemplar ahora, o mejor, saber cómo es su rostro?

Conoced, pues, ahora su color sonrosado y la flor de la belleza y la mucha gracia que respira, y sabed de dónde le viene. ¿De dónde, pues, le viene? De su pudor y su vergüenza. Por eso alguien dijo: Delante del pudoroso caminará la gracia. Y este pudor, ¡cuánta belleza no derrama sobre los otros miembros! Aun cuando combinarais cien colores, no lograrías cuadro tan bello. Si queréis también contemplar los miradlos suavemente pintados de modestia y castidad. Ahí que sean tan bellos y penetrantes, que son capaces de ver al Señor mismo: Bienaventurados - dice - los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Su boca es la sabiduría y la prudencia y el conocimiento de los himnos espirituales. Su corazón es la familiaridad con las Escrituras, la observación de las doctrinas exactas, la caridad y la bondad. Y así como no es posible vivir sin cabeza corporal, así tampoco es posible alcanzar la salvación sin la cabeza espiritual. De ella, en efecto, proceden todos los bienes. Tiene también la virtud sus pies y sus manos, que son las buenas obras; tiene un alma, que es la piedad; tiene un pecho de oro y más duro que el diamante, que es la fortaleza. Todo es fácil vencerlo antes que romper este pecho. El espíritu, en fin, que reside en el cerebro y en el corazón, es la caridad.

EL EVANGELISTA MISMO, IMAGEN VIVA DE LA VIRTUD

¿Queréis que os muestre ahora esa imagen en la realidad misma? Considerad al mismo evangelista Mateo. Cierto que no nos consta de todos los hechos de su vida; sin embargo, por lo poco que sabemos, podemos contemplar una imagen brillante de virtud. Para saber que fue humilde y contrito de corazón, basta que le oigamos cómo, en su propio evangelio, se llama a sí mismo publicano. Que fue misericordioso, lo prueba el hecho de haberse desprendido de todo y seguido a Jesús. Piadoso, bien se ve que lo fue por su doctrina. Su inteligencia, no menos que su caridad, fácil es verla por el mismo evangelio que escribió, pues por él quiso hacer un beneficio a la tierra entera. Sus buenas obras se prueban por el trono en que ha de sentarse; su valor por haber salido gozoso del sanedrín.

LA HUMILDAD Y LA MISERICORDIA, VIRTUDES NECESARIAS PARA SALVARSE

Imitemos, pues, esta virtud, y señaladamente la humildad y la misericordia, sin las cuales no es posible la salvación. Así nos lo ponen de manifiesto las cinco vírgenes fatuas, y no menos que ellas el fariseo. Sin la virginidad, es posible ver el reino de los cielos; sin misericordia, es imposible. La misericordia pertenece a las cosas necesarias, a las que lo sustentan todo. No sin razón, pues, la llamamos corazón de la virtud. Ahora bien, el mismo corazón corporal, si no suministra aliento a todos los otros miembros, rápidamente se extingue; una fuente, si no se derivan de ella constantes arroyuelos, rápidamente se corrompe; del mismo modo, los ricos, si para si solos retienen lo que poseen. De ahí que aun en el lenguaje corriente solemos decir: ¡Qué corrupción de riqueza tiene fulano! Y no decimos: ¡Qué, abundancia, qué tesoros de riqueza! Y a la verdad, de corrupción se trata, no sólo de los que las poseen, sino de las mismas riquezas. Así, los vestidos amontonados se apolillan, se toma de orín el oro, y el trigo es comido de gusanos. En cuanto al alma de quien todo eso posee, tomada es de orín; corrompida es también por las preocupaciones más que los mismos bienes que posee. Si pudiéramos sacar a la luz el alma de un avaro, como un vestido roído por infinitos gusanos, al que no le queda parte sana, tal la hallaríamos a aquélla, agujereada por todas partes a fuerza de preocupaciones, corrompida y tomada de orín por sus pecados.

LA GLORIA DEL ALMA DEL POBRE

No así, ciertamente, el alma del pobre; del pobre, digo, voluntario; sino que resplandece como el oro, brilla como una perla y florece como una rosa. No hay en ella polilla, no hay salteador, no hay preocupación mundana. No, la vida de estos pobres es vida de ángeles. ¿Queréis contemplar la belleza de esta alma? ¿Queréis saber la riqueza de la pobreza? No impera sobre los hombres; pero impera sobre los demonios. No asiste ante el emperador; pero asiste ante Dios. No sale a campana con hombres; pero sale con ángeles. No tiene un arca, ni dos, ni tres, ni veinte; pero tiene tal opulencia que reputa por nada al mundo entero. No tiene un tesoro; pero tiene el cielo. No necesita de esclavos, o, por mejor decir, tiene por esclavas a sus pasiones; tiene por esclavos a los pensamientos, que esclavizan a los mismos emperadores, esos pensamientos que mandan sobre los que se visten de púrpura, tiemblan ante el pobre y no se atreven a mirarle a la cara. El pobre se ríe de la realeza y del oro y todas las cosas semejantes, como de juguetes de chiquillos, y todo eso lo tiene por tan despreciable como los aros y las tabas y las bolas y las pelotas de los niños. El tiene un adorno que no son capaces ni de ver los que se entretienen en aquellos juegos. ¿Qué puede, pues, darse de mejor que un pobre de éstos? El pavimento que pisa es el cielo. Y si tal es el pavimento, ¿qué tal será el techo? - Pero el pobre no tiene, me dices, ni coche ni caballos -¿Y qué falta le hacen a quien ha de ser llevado sobre las nubes y estar con Cristo?

Considerando, pues, todo esto, hombres y mujeres, busquemos aquella riqueza, busquemos la opulencia que no puede ser consumida, a fin de alcanzar el reino de los cielos, por la gracia y amor de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén

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Dr. D. ISIDRO GOMÁ Y TOMÁS

PARÁBOLAS DEL TESORO, DE LA MARGARITA Y DE LA RED

Explicación. — Sólo Mt. tiene estas tres parábolas. Las dos primeras tienen por objeto poner de relieve el bien incomparable que es el reino de los cielos, para cuyo logro todo debe sacrificarse. La tercera, de la red, semejante a la de la cizaña, explica el porqué de la convivencia de buenos y malos en la Iglesia, y da idea de la universalidad de la misma.

EL TESORO ESCONDIDO (44). — Compárase el reino de los cielos a un tesoro, es decir, a un cúmulo, de valor inestimable, de oro o plata o de cualquier otro metal precioso: mayor que todo ello es el reino de los cielos, que es la posesión de la verdadera sabiduría, "mucho más preciosa que todas las riquezas" (Prov. 3, 15), porque es la posesión de Dios, en el tiempo y en la eternidad. En el campo del mundo está escondido este tesoro; a él lo trajo el Hijo de Dios, y unos no lo conocen, ni siquiera saben exista, y otros que lo saben, no hacen caso de él: Semejante es el reino de los cielos a un tesoro escondido en el campo.

Puede este tesoro ser hallado como inopinadamente: tal le sucedió a Saulo, y les sucede a muchos conversos, y aun a muchos cristianos distraídos que, sin saber cómo, se dan cuenta de la riqueza del reino de Dios; y al hallarlo, para que no se les escape la oportunidad de adquirirlo, guardan y aprovechan con solicitud la gracia que se les ha hecho: Que cuando lo halla un hombre, lo esconde. Tanto es el gozo del tesoro hallado, que renuncia a todo y lo sacrifica todo para adquirirlo; bien vale la posesión de Dios y de su reino las mezquinas cosas de la tierra: Y por el gozo de ello va, y vende cuanto tiene, y compra aquel campo. Así se hace dueño del tesoro, y no tiene que dividirlo con el propietario.

Nótese que para los fines de la parábola no se emite juicio sobre la legitimidad de la compra del campo en que positivamente se sabe hay un tesoro, ignorándolo el dueño. Tampoco en la parábola del mal administrador (Lc. 16, 8) se alaba todo cuanto hizo en la administración. Por lo demás, prescribía la ley en la Mischna que si alguien daba o recibía frutos y entre ellos había monedas, éstas pertenecían a quien recibía la mercancía.

EL NEGOCIANTE DE PERLAS (45.46). — Ya no se trata aquí del que inopinadamente halla un tesoro, sino de quien lo busca con diligencia, para significar que muchos se hacen con el reino de los cielos porque lo buscan con ardor: Asimismo es semejante el reino de los cielos a un hombre negociante, que busca buenas perlas. La mejor de todas es el reino de los cielos. Es lo único que puede llenar al hombre, porque es lo único para que ha sido criado. Quien llega a convencerse de ello da gustoso todo lo que tiene, porque poco es todo el mundo en comparación de este reino, y nada son las cosas efímeras de la vida si se comparan con las eternas: Y habiendo hallado una de gran precio, fue y vendió cuanto tenía, y la compró. En ambas parábolas el reino de los cielos puede decirse de todo lo que contiene: Cristo, las Escrituras divinas, la gracia, la doctrina evangélica, etc.

LA RED DEL ARRASTRE (47-50). — No basta pertenecer al reino de los cielos, sino que es preciso ser buenos ciudadanos del mismo en el tiempo, para que no seamos excluidos de él en la eternidad. También es semejante el reino de los cielos a una red, echada al mar y que allega todo género de peces. Se trata de una de estas redes de arrastre que se echan en alta mar y luego se traen los cabos a la playa: tírase de los cabos, mientras la red se acerca a tierra barriendo los peces que halla por el camino, y recogiéndolos todos, buenos y malos de comer; empléase aún este procedimiento en el mar de Galilea:

Y cuando está lleno, la sacan a la orilla, y, sentados allí escogen los buenos, y los meten en vasijas, y echan fuera los malos.

Es una escena pintoresca que todos hemos contemplado. El mar es el mundo; la red, la Iglesia; los peces, los hombres, buenos y malos; la orilla es el fin del tiempo, las playas de la eternidad; los ángeles serán los ministros de Dios, que harán la selección de los hombres buenos y malos: Así será el final del mundo: saldrán los ángeles, y apartarán los malos de entre los justos, que serán llevados a los eternos tabernáculos. Los malos no sólo serán excluidos del reino de los cielos, sino arrojados al infierno: Y los arrojarán en el horno del fuego: allí será el llanto, y el crujir de dientes.

CONCLUSIÓN DE LAS PARÁBOLAS (51.52). Con la natural satisfacción del pedagogo que ve el aprovechamiento del discípulo, Jesús les pregunta a los suyos: ¿Habéis entendido todas estas cosas? Y, con la gratitud natural de quienes han merecido se les revelaran los misterios del reino de Dios, ellos dijeron: Sí. Jesús repuso, indicándoles ya los futuros deberes de su ministerio: Y les dijo: Por eso todo escriba instruido en el reino de los cielos, es semejante a un padre de familias, que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas. Como si dijera: Porque habéis sido constituidos doctores, por mí instruidos, en las cosas del reino de Dios, tenéis el deber de ser como el jefe de familia que tiene en su despensa guardados alimentos antiguos y nuevos y que los administra con oportunidad. Así debéis hacerlo con la abundancia de doctrina de toda suerte que habéis aprendido.

Lecciones morales.

A) v. 44. — Semejante es el reino de los cielos a un tesoro... — Este tesoro se halla gratuitamente, porque el Hijo de Dios lo trajo al mundo gratis y para todos, dice San Hilario. Pero su posesión no es gratuita, sino que debemos comprarlo, porque las celestiales riquezas no pueden obtenerse sin daño de las cosas temporales. Sacrifiquemos éstas para que podamos ser partícipes de la magnificencia de aquéllas.

B) v. 45. — Es semejante el reino de los cielos a un hombre negociante. — Dos cosas se exigen en la predicación del Evangelio: la separación de los negocios de esta vida y la vigilancia. La verdad es una, y no dividida, y por esto se dice hallada "una" margarita. Y así como el que tiene una perla sabe que es rico, y los demás no lo saben, porque la pequeñez de la perla le consiente tenerla encerrada en la mano, así sucede en la predicación del Evangelio: los que creen, saben que son ricos; los infieles, que no conocen el valor de la perla, ignoran nuestras riquezas.

C) v. 47. — Es semejante el reino de los cielos a una red — Parábola terrible llama el Crisóstomo a la de la red, en la que se recogen toda suerte de peces. Porque cosa terrible es creer que andamos bien, porque pertenecemos al reino de los cielos en la tierra, que es la Santa Iglesia, y luego nos hallemos excluidos del definitivo reino de los cielos, que es la gloria. No basta pertenecer al cuerpo de la Iglesia; es preciso pertenecer al alma de la misma, lo que se logra por la gracia y la caridad.

D) v. 51.- ¿Habéis entendido todas estas cosas? — Jesús llama "escribas" a sus apóstoles, porque vienen a ser como "notarios del Salvador", dice San Jerónimo: los cuales rubricaban sus palabras y preceptos en las tablas de carne de sus corazones. Por ello han venido a ser los fundamentos de la Santa Iglesia, porque no sólo son los legítimos depositarios de la divina doctrina, sino los inmediatos testigos y como los públicos instrumentos que dan fe de la predicación del Señor. Por ello la Iglesia se llama con razón "apostólica".

(El Evangelio Explicado Vol. II Ed. Rafael Casulleras, Barcelona, 1949, Pág. 285 y ss)

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CASTELLANI

PARÁBOLA DE LA PERLA Y EL TESORO

Semejante es el Reino de los Cielos a un tesoro escondido en un campo; al cual el hombre que lo topó, lo escondió, y lleno de gozo va, y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo. Ítem, semejante es el Reino de los Cielos a un mercader que busca perlas preciosas; y encontrada una perla muy preciosa, fue, vendió todo lo que tenía y compró aquella margarita. (Mt. XIII, 44).

La idea capital de esta parábola es el gesto de desprendimiento total para conseguir los bienes espirituales: TODOS los bienes espirituales, que en el fondo forman unidad: primero la fe, luego la gracia santificante, la ley de Dios, la vida de amor de Dios o "vida interior", el don de la perseverancia, y al fin la gloria eterna o salvación, que se continúan y se implican mutuamente. Se trata de una sola perla única enormemente valiosa, no de un cofrecillo de joyas; y de un tesoro, no de varios tesoros, como los tesoros de los Jesuitas que están escondidos en el Paraguay, me dijo el albañil Trevisano, y que ni los mismos Jesuitas pueden encontrar ya. Los Santos Padres han mencionado variamente, según su humor o la necesidad del auditorio, desde la fe hasta la felicidad, o la Iglesia o la Gracia, o el perdón o la perseverancia, como esta perla preciosa; pero no nos engañemos, la Perla es todo ello junto, pues ello es indescuartizable. La Magdalena por el perdón de sus pecados tiró todo lo que tenía; y encontró mucho más.

¿Quién no sabrá tu lloro
Tu bien trocado amor, oh Magdalena;
De tu nardo el tesoro
De cuyo olor la ajena
Casa y la redondez del mundo es llena?

La Perla es un bien absoluto; todo lo demás se puede tirar por eso; y un "mercader" no se va a engañar en eso. Siempre decimos que Dios es lo Absoluto; y todo lo creado, incluso nuestro propio "ipsum", es relativo; pero no sé si sabemos siempre lo que decimos. Eso significa que todas nuestras relaciones con Dios tienen algo de absoluto, y por tanto de infinito, y por tanto de incomprensible. Esas relaciones que tenemos (desde el momento que pertenecemos a esta religión o estotra) son una línea que por un lado tiene punta y por el otro no tiene punta, que "se pierde en el infinito"; como dicen los geómetras que sucede con las paralelas, las cuales (no se sabe por qué) "se juntan en el infinito". Así nuestra razón con los "dogmas" a los cuales prestamos asentimiento, "se juntan en el infinito" solamente.

Cristo nos comparó a un mercader y a un cavador, porque sabía que éramos interesados y logreros, y que nuestro destino es trabajar la tierra; y nos propuso una simple transacción ventajosa, un "gran negocio" seguro por un lado, pero que demanda un singular arrojo por otro. Es un negocio "absoluto" en todos los sentidos: en el de que implica una totalidad por ambas partes ("vendió todo lo que tenía" - "una perla única") y en el de que es incomprensible. Lo absoluto no es de la esfera del hombre, por más que el hombre hable de él cuanto quiera.

Dios nos ha hecho el intolerable cumplimiento de amarnos. Así como la Pastora en el cuento de Grimm, que empezó a declinar, rehusar y huir el amor del Emperador en cuanto vio adónde llevaba todo eso, preferiríamos que Dios nos dejara solos; sin darnos cuenta que esa frase equivale simplemente al infierno: "dejados de Dios". Para dejarnos Dios tendría que no crearnos; una vez creados, una relación indestructible se ha establecido, basada en nuestro mismo ser: que es una cosa (nuestro ser) que no podemos renunciar ni siquiera querer renunciar. "Mejor sería para mí no haber existido": el que dice esta blasfemia dice una frase enteramente sin contenido, como "dos y dos son cinco". ¿Qué significa ese "no existir" junto a ese "para mí"? Nada Es una contradictio in términis. Lo que no existe no tiene ni "mí" ni "para". "No quiero querer a Dios: que me deje solo": el que esto dice no sabe lo que dice; y al decirlo, quiere a Dios.

Mas Dios nos conoce, y así nos propone su amor como un negocio, no como una obligación forzosa o una imposición (aunque podría) pues eso es propio del amor: no hay amores por imposición, como creen los gobiernos que quieren "imponer" su popularidad. El amante se agacha si es necesario para atraer la voluntad amada, es una rendición, un vencimiento. ¿Aniquilación quieren? Pues aniquilación. "Annihilavit semetipsum", dice san Pablo.

De ahí que todo lo que expresa nuestra relación con Dios termina en lo incomprensible,-aunque no ininteligible; pues cualquier amor se entiende pero no se comprende. Hay que ver las dificultades de los teólogos para explicar (no se puede) o al menos entender la "gracia santificante" o "adopción divina" o "habitación de Dios en nosotros". Y así es con todo. El Pecado Original...

El Pecado Original: pertenecemos a una especie decaída o arruinada por UN pecado, que no hemos hecho nosotros; y uno solo bastó; y que en cierto modo es irremediable; pues Dios remitió a Adán su pecado (en virtud de los méritos futuros de Cristo) pero no sus efectos; porque no pudo. Pero entonces ¿qué diablos es el pecado? Una manera de relación con Dios y con el Cosmos todo entero: separación de para con Dios y con toda la trabazón intangible del orbe creado. ¿No pudo Dios con un milagro quitar los efectos del pecado de Adán? Aparentemente no, porque sin duda lo hubiese hecho. ¿No puede Dios todo lo que quiere? No puede querer lo que es intrínsecamente imposible; porque eso es un no-ser, una no-entidad, y ningún acto positivo puede tener como objeto una no-entidad; como 2 y 2 son 5 no puede ser objeto de un acto de intelecto, sino de un simple "flatus vocis", que es una debilidad del hombre: palabras vacías.

El pecado es un acto de voluntad que en vez de tender hacia el Ser se va hacia la nada; y como eso es imposible, se centra en su propio ser, en el "ipsum" del pecador, y efectúa una inversión trascendental (salió la palabreja comodín) que quiebra una relación cuasi infinita. "No entiendo nada". Consuélese. Yo entiendo poco. Lea todo de nuevo. El Infierno: un castigo que dura para siempre por un acto que dura un instante. A causa de que somos humanos, nos es fuerza imaginar el Infierno y el Cielo como la sentencia de un tribunal humano, un castigo o premio "de afuera", una sentencia judicial, un "Juicio"; y así tuvo que representarlos el mismo Cristo. Pero Cristo advirtió que es otra cosa o más que una sentencia, es un "estado" voluntariamente incurrido, una elección: "el que rechaza el Verbo de Dios no necesita que lo juzguen, ya está juzgado". Se juzgó a sí mismo, se condenó él solo, se "destinó", se prefirió, se ensimismó, se perdió.

El Infierno: no significa sino que llega un momento en que Dios abandona su cortejar, y deja simplemente que el Pecador sea lo que él quiere (cede Dios humildemente como si dijéramos a la voluntad creada) como hace cualquier amante humano: el cual desdeñado no se venga propiamente, sino la deja allí simplemente, y se va; mas aquí el que se va es "ella", el pecador. Abandona el amor divino su intolerable solicitación; y comienza la solicitación invertida; pues esa relación trascendental (que Dios es nuestra única felicidad posible) es primaria y existencial, no tiene destrucción posible. Dios mismo no la puede destruir. Mi propio ser no puede ser mi propia felicidad, lo experimentamos incluso aquí abajo; más bien es nuestra infelicidad. "Quedarse solo". Los solitarios huyen a la soledad, para NO quedarse solos: quedarse en medio de ESTA sociedad en que el Destino los puso, es hallarse horriblemente solos. Dejan ESTA sociedad sin ser asociales, a ver si por caso pueden hallar a Dios, o al menos algún modesto ángel o demonio.

El infierno es la terrible sociedad de los que se han quedado solos interiormente, sin Dios, por su voluntad, con su propio y miserable "ipsum" hecho un abismo. No han querido a Dios. ¿Y por qué no lo quieren ahora? No se puede ya. ¿No quieren más la felicidad? La quieren, pero donde ella no está. Un avaro o un envidioso empedernidos querrían la felicidad, quién lo duda: pero quieren que ella esté en las riquezas o en el mal del prójimo; y, desdichados, allí no está. ¿Y el fuego? El fuego viene simplemente de todo eso.

Pero ¿no podría Dios darle al pecador otra "chance"? Pueden estar segurísimos que si Dios previera que con otra "chance" tendría éxito, le daría mil millones de "chances".

El cielo: Una eternidad con una palma en una mano y dos alitas, parados en una nube y tocando la cítara, que no sé cómo se puede tocar con una mano; como lo pintan los estúpidos caricaturistas o chisteros gráficos yanquis -y de todo el mundo: el edén del dormilón, una eternidad sin hacer nada; un serrallo con una docena de "huríes" ("hure", dicen los alemanes, en español no se puede decir), el paraíso de Mahoma.

El Cielo es la compleción total del ser humano, de todas sus facultades y aspiraciones reales: es la realización del ideal que ha estado detrás de todos nuestros ideales en la vida, nunca realizado ni siquiera claramente expresado; ni visto, solamente atisbado; pues si pudiéramos expresarlo, podríamos expresar a Dios. Ese ideal que una vez fue modestamente un año sin escuela, muchos chocolatines y una bicicleta; después una mujer; después mucha plata o bien un gobierno cualquiera aunque sea de un hato de cabras con además (en la Argentina) plata; siempre plata; o bien la gloria y el renombre con plata y para adquirir plata; o en naturas más nobles, una gran obra de arte o un estupendo libro de filosofía... mía, que deje plata; después una salud perfecta o aunque sea imperfecta, pero con plata; después que les vaya bien a los nietos y que me hagan todos los caprichos, y plata; y así: "la lima de los deseos", que dice Pereda: nunca realizados, y los realizados, tremendas desilusiones. Pues bien, detrás de todo eso hay una cosa que no se ve, que se formulará al instante de morir ("y entonces ella vio... y entendió", dice Benson en Señor del Mundo) y será cumplida, colmada y desbordada en una forma que no puede entender el intelecto humano... ni los caricaturistas. Bueno, estos no entienden ni siquiera lo humano. Digo, los yanquis, no mi amigo Medrano.

Esta es la Perla que muy propiamente Cristo llamó "escondida". El Cielo es nuestra incorporación a una empresa de conquistas sobrehumanas que se extiende por siglos y por Universos, en donde Ud. y yo tenemos algo que hacer que ningún otro puede hacer, y para lo cual justamente fue diseñada y combinada nuestra persona individual, diferente de todas las demás: el albañil Trevisano lo que quiere es construir una iglesia; pues la construirá, hasta cansarse. No es pasividad, es actividad. No es placer, es algo más allá del placer y aun del gozo, cuyo nombre no existe sobre la tierra. No es un estado sin penas, porque así no es la vida, sino con penas que no se querrían perder por nada, penas de amor; como yo rehusaría no tener el dolorcito cansado y agradable en las piernas que han paseado, cuando me acuesto a dormir; ni la pena que me dan las imperfecciones de los que yo quiero. Cristo anduvo toda la vida pasado de penas de amor porque quiso, y aun ahora las tiene, creo. Y toda esta música celestial ¿quién la comprende? Justamente: por ahora es incomprensible.

El infierno y el cielo son los dos términos naturales (por decirlo así, no ignoro lo sobrenatural, que es también natural, aunque sea sobre) de un movimiento esencial: el movimiento de nuestra natura, que como todo movimiento, algún día tiene que llegar; pues metafísicamente no puede haber movimiento sin un término "ad quem". Aunque el "llegar" aquí no significa pararse sino transfigurarse; pues nuestra natura es indestructible, y toda natura creada se mueve mientras "es". Ninguna natura sin operación, "operatio séquitur esse", dicen los pedantes.

Y todo esto comporta en el hombre una rendición total: "vendió todo lo que tenía". Este inciso hace eco a todas las exigencias, "absolutas" de Cristo a sus secuaces, desparramadas en el Evangelio; pues para que no vuele un pájaro no es necesario un grillete, basta un hilito en una pata, o "liga" en el ala. "El que no deja todo por mí no es digno de Mí" - "Véte, vende cuanto tienes y dalo a los pobres, y ven y sígueme" - "Deja que los muertos entierren a sus muertos" - "El que quiera poseer su vida la perderá, y el que la pierda por mí la hallará" - "Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, no produce nada" - "Nadie ama más que el que da su vida por el amigo" - "Os matarán por causa de mi nombre" - Y ferozmente: "odiar al padre y a la madre".

"No queremos vender lo que tenemos; queremos en todo caso dejar algo: una cosa razonable"; esta será la respuesta de muchos a esta explicación: pues bien, para eso la escribo, "para que oigan y no entiendan, y no se conviertan, y no hagan penitencia, y se pierdan", dijo Cristo con una ferocidad que en el fondo es amor, amor herido y disfrazado. "Para que no entiendan", lo mejor era callarse; pero, habló y habló hasta lo último, no retrocedió ni ante las palabras cuasi feroces; porque el amor es más fuerte que la muerte y los celos son duros como el infierno. Diga que nosotros ni sabemos casi en este siglo bruto lo que es el amor.

Menos mal que Dios no dejó del todo escondida la Perla, pues la medio-descubrió en Cristo. La perla es Cristo, puesto allí en Palestina "en figura de siervo": disfrazado pues, pero no del todo. Magdalena vio que había en Él una cosa insólita, inmensa, enorme, "que no se puede decir y casi no me atrevo a pensar"; san Ignacio vio que todo aquel que no fuese un "ruin caballero" no podía menos de escogerlo a El como su Caudillo Incondicional, como el Gran Capitán Gonzalo de Córdoba; san Pedro vio que no se podía ir a otro lado si uno quería "palabras de vida eterna"; santa Teresa sintió que sufrir por Cristo todo lo posible era una felicidad, la única; y los mismos fariseos vieron claramente que era intolerable, que había que barrerlo de este mundo, había que eliminar cuanto antes para poder estar tranquilo el intolerable cumplimiento que nos hizo Dios cuando se puso a amarnos.

Pondré aquí la conversación con el albañil Trevisano en la Vascongada, para no terminar demasiado lírico. Es un correntino que dice que el mundo se termina pronto y que eso él desea fuertemente; y no sabe mucho de religión, me parece que cree que hay tres dioses, y una diosa que es la Virgen de Itatí, que está muy por encima de la Virgen de Luján. Me parece que en el fondo lo que quiere es que caiga Frondizi, aunque se hunda el mundo; pues hasta el mismo fin del mundo es poco precio para conseguir su deseo "absoluto". Toda la conversación no la puedo poner; la escribí, pero tiene cinco hojas, otro día la copiaré. Al fin me dijo: "Los curas nos esconden muchas cosas". -¿Sabe que eso es un endecasílabo? -le dije yo. -¿Cómo dice? -Que lo que ha dicho es un endecasílabo... (y este es otro) -¡Su abuela de usté! -me dijo-. ¡Es pura verdá! Pero yo tenía que irme, y discutir con él era imposible, tanto en religión como en política.

(Las Parábolas de Cristo, Ed. Jauja, Argentina, pag. 153)

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JUAN PABLO II

Jesucristo, inauguración y cumplimiento del Reino de Dios

1. “Se ha cumplido el tiempo, está cerca el reino de Dios” (Mc 1, 15). Con estas palabras Jesús de Nazaret comienza su predicación mesiánica. El reino de Dios, que en Jesús irrumpe en la vida y en la historia del hombre, constituye el cumplimiento de las promesas de salvación que Israel había recibido del Señor.

Jesús se revela Mesías, no porque busque un dominio temporal y político según la concepción de sus contemporáneos, sino porque con sumisión se culmina en la pasión-muerte-resurrección, “todas las promesas de Dios son ‘sí’” (2 Cor 1, 20).

2. Para comprender plenamente la misión de Jesús es necesario recordar el mensaje del Antiguo Testamento que proclama la realeza salvífica del Señor. En el cántico de Moisés (Ex15, 1-18), el Señor es aclamado “rey” porque ha liberado maravillosamente a su pueblo y lo ha guiado, con potencia y amor, a la comunión con Él y con los hermanos en el gozo de la libertad. También el antiquísimo Salmo 28/29 da testimonio de la misma fe: el Señor es contemplado en la potencia de su realeza, que domina todo lo creado y comunica a su pueblo fuerza, bendición y paz (Sal 28/29, 10). Pero la fe en el Señor “rey” se presenta completamente penetrada por el tema de la salvación, sobre todo en la vocación de Isaías. El “Rey” contemplado por el Profeta con los ojos de la fe “sobre un trono alto y sublime” (Is 6, 1 ) es Dios en el misterio de su santidad trascendente y de su bondad misericordiosa, con la que se hace presente a su pueblo como fuente de amor que purifica, perdona, salva: “Santo, Santo, Santo, Yahvé de los ejércitos. Está la tierra llena de tu gloria” (Is 6, 3).

Esta fe en la realeza salvífica del Señor impidió que, en el pueblo de la alianza, la monarquía se desarrollase de forma autónoma, como ocurría en el resto de las naciones: El rey es el elegido, el ungido del Señor y, como tal, es el instrumento mediante el cual Dios mismo ejerce su soberanía sobre Israel (cf. 1 Sam 12, 12-15). “El Señor reina”, proclaman continuamente los Salmos (cf. 5, 3; 9, 6; 28/29, 10; 92/93, 1; 96/97, 1-4; 145/146, 10).

3. Frente a la experiencia dolorosa de los límites humanos y del pecado, los Profetas anuncian una nueva Alianza, en la que el Señor mismo será el guía salvífico y real de su pueblo renovado (cf. Jer 31, 31-34; Ez 34, 7-16; 36, 24-28).

En este contexto surge la expectación de un nuevo David, que el Señor suscitará para que sea el instrumento del éxodo, de la liberación, de la salvación (Ez 34, 23-25; cf. Jer 23, 5-6). Desde ese momento la figura del Mesías aparece en relación íntima con la manifestación de la realeza plena de Dios.

Tras el exilio, aún cuando la institución de la monarquía decayera en Israel, se continuó profundizando la fe en la realeza que Dios ejerce sobre su pueblo y que se extenderá hasta “los confines de la tierra”. Los Salmos que cantan al Señor rey constituyen el testimonio más significativo de esta esperanza (cf. Sal 95/96 - 98/99).

Esta esperanza alcanza su grado máximo de intensidad cuando la mirada de la fe, dirigiéndose más allá del tiempo de la historia humana, llegará a comprender que sólo en la eternidad futura se establecerá el reino de Dios en todo su poder: entonces, mediante la resurrección, los redimidos se encontrarán en la plena comunión de vida y de amor con el Señor (cf. Dan 7, 9-10; 12, 2-3).

4. Jesús alude a esta esperanza del Antiguo Testamento y proclama su cumplimiento. El reino de Dios constituye el tema central de su predicación, como lo demuestran sobre todo las parábolas.

La parábola del sembrador (Mt 13, 3-8) proclama que el reino de Dios está ya actuando en la predicación de Jesús; al mismo tiempo invita a contemplar a abundancia de frutos que constituirán la riqueza sobreabundante del reino al final de los tiempos. La parábola de la semilla que crece por sí sola (Mc 4, 26-29) subraya que el reino no es obra humana, sino únicamente don del amor de Dios que actúa en el corazón de los creyentes y guía la historia humana hacia su realización definitiva en la comunión eterna con el Señor. La parábola de la cizaña en medio del trigo (Mt 13, 24-30) y la de la red para pescar (Mt 13, 47-52) se refieren, sobre todo, a la presencia, ya operante, de la salvación de Dios. Pero, junto a los “hijos del reino”, se hallan también los “hijos del maligno”, los que realizan la iniquidad: sólo al final de la historia serán destruidas las potencias del mal, y quien hay cogido el reino estará para siempre con el Señor. Finalmente, las parábolas del tesoro escondido y de la perla preciosa (Mt 13, 44-46), expresan el valor supremo y absoluto del reino de Dios: quien lo percibe, está dispuesto a afrontar cualquier sacrificio y renuncia para entrar en él.

5. De la enseñanza de Jesús nace una riqueza muy iluminadora. El reino de Dios, en su plena y total realización, es ciertamente futuro, “debe venir” (cf. Mc 9, 1; Lc 22, 18); la oración del Padrenuestro enseña a pedir su venida: “Venga a nosotros tu reino” (Mt 6, 10).

Pero al mismo tiempo, Jesús afirma que el reino de Dios “ya ha venido” (Mt 12, 28), “está dentro de vosotros” (Lc 17, 21) mediante la predicación y las obras, de Jesús. Por otra parte, de todo el Nuevo Testamento se deduce que la Iglesia, fundada por Jesús, es el lugar donde la realeza de Dios se hace presente, en Cristo, como don de salvación en la fe, de vida nueva en el Espíritu, de comunión en la caridad.

Se ve así la relación íntima entre el reino y Jesús, una relación tan estrecha que el reino de Dios puede llamarse también “reino de Jesús” (Ef 5, 5; 2 Pe 1, 11), como afirma, por lo demás, el mismo Jesús ante Pilato al decir que “su” reino no es de este mundo (cf. 18, 36).

6. Desde esta perspectiva podemos comprender las condiciones indicadas por Jesús para entrar en el reino se pueden resumir en la palabra “conversión”. Mediante la conversión el hombre se abre al don de Dios (cf. Lc 12, 32), que llama “a su reino y a su gloria” (1 Tes 2, 12); acoge como un niño el reino (Mc 10, 15) y está dispuesto a todo tipo de renuncias para poder entrar en él (cf. Lc 18, 29; Mt 19, 29; Mc 10, 29)

El reino de Dios exige una “justicia” profunda o nueva (Mt 5, 20); requiere empeño en el cumplimiento de la “voluntad de Dios” (Mt 7, 21), implica sencillez interior “como los niños” (Mt 18, 3; Mc 10, 15); comporta la superación del obstáculo constituido por las riquezas (cf. Mc 10, 23-24).

7. Las bienaventuranzas proclamadas por Jesús (cf. Mt 5, 3-12) se presentan como la “Carta magna” del reino de los cielos, dado a los pobres de espíritu, a los afligidos, a los humildes, a quien tiene hambre y sed de justicia, a los misericordiosos, a los puros de corazón, a los artífices de paz, a los perseguidos por causa de la justicia. Las bienaventuranzas no muestran sólo las exigencias del reino; manifiestan ante todo la obra que Dios realiza en nosotros haciéndonos semejantes a su Hijo (Rom 8, 29) y capaces de tener sus sentimientos (Flp 2, 5 ss.) de amor y de perdón (cf. Jn 13, 34-35; Col 3, 13).

8. La enseñanza de Jesús sobre el reino de Dios es testimoniada por la Iglesia del Nuevo Testamento, que vivió esta enseñanza con a alegría de su fe pascual. La Iglesia es la comunidad de los “pequeños” que el Padre “ha liberado del poder de las tinieblas y ha trasladado al reino del Hijo de su amor” (Col 1, 13); es la comunidad de los que viven “en Cristo”, dejándose guiar por el Espíritu en el camino de la paz (Lc 1, 79), y que luchan para no “caer en la tentación” y evitar la obras de la “carne”, sabiendo muy bien que “quienes tales cosas hacen no heredarán el reino de Dios” (Gál 5, 21). La Iglesia es la comunidad de quienes anuncian, con su vida y con sus palabras, el mismo mensaje de Jesús: “El reino de Dios está cerca de vosotros” (Lc 10, 9).

9. La Iglesia, que “camina a través de los siglos incesantemente a la plenitud de la verdad divina hasta que se cumpla en ella las palabras de Dios” (Dei Verbum, 8), pide al Padre en cada una de las celebraciones de la Eucaristía que “venga su reino”. Vive esperando ardientemente la venida gloriosa del Señor y Salvador Jesús, que ofrecerá a la Majestad Divina “un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor la paz” (Prefacio de la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo).

Esta espera del Señor es fuente incesante de confianza de energía. Estimula a los bautizados, hechos partícipes de la dignidad real de Cristo, a vivir día tras día “en el reino del Hijo de su amor”, a testimoniar y anunciar la presencia del reino con las mismas obras de Jesús (cf. Jn 14, 12). En virtud de este testimonio de fe y de amor, enseña el Concilio, el mundo se impregnará del Espíritu de Cristo y alcanzará con mayor eficacia su fin en la justicia, en la caridad y en la paz (Lumen gentium, 36).

AUDIENCIA GENERAL miércoles 18 de marzo de 1987

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CATECISMO

El infierno

1033 Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra El, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: "Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él" (1 Jn 3, 15). Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de El si no omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos (cf. Mt 25, 31-46). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de El para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra "infierno".

1034 Jesús habla con frecuencia de la "gehenna" y del "fuego que nunca se apaga" (cf. Mt 5,22.29; 13,42.50; Mc 9,43-48) reservado a los que, hasta el fin de su vida rehúsan creer y convertirse, y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo (cf. Mt 10, 28). Jesús anuncia en términos graves que "enviará a sus ángeles que recogerán a todos los autores de iniquidad..., y los arrojarán al horno ardiendo" (Mt 13, 41-42), y que pronunciará la condenación:" ¡Alejaos de Mí malditos al fuego eterno!" (Mt 25, 41).

1035 La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, "el fuego eterno" (cf. DS 76; 409; 411; 801; 858; 1002; 1351; 1575; SPF 12). La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.

1036 Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión: "Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran" (Mt 7, 13-14):

Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra, mereceremos entrar con él en la boda y ser contados entre los santos y no nos mandarán ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde `habrá llanto y rechinar de dientes' (LG 48).

1037 Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf DS 397; 1567); para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la liturgia eucarística y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia implora la misericordia de Dios, que "quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión" (2 P 3, 9):

Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa, ordena en tu paz nuestros días, líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos (MR Canon Romano 88)

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EJEMPLOS PREDICABLES

Ismard encontró a Dios a la luz de sus desdichas.

Durante la Revolución de 1792, el célebre escritor francés Ismard, que se gloriaba de su incredulidad, pero que siempre conservó el gusto por la virtud, volvió a las creencias de su niñez llevado por la dura mano de la desgracia.

La tormenta revolucionaria le dejó sin amigos, sin fortuna, sin ilusiones, y le llevó casi hasta el camino de la tumba. Para librarse de una muerte segura se vio obligado a huir de su pueblo natal para refugiarse en París. En la capital de Francia, en medio de la furia revolucionaria, el fugitivo halló un tesoro que ni siquiera sospechaba que tuviera tal valor: encontró a Dios. Y se dedicó a estudiar la ley de Dios con tal fervor y tanto éxito, que escribió admirablemente en un libro que publicó en 1802, titulado "La inmortalidad del alma", los más profundos aspectos del catolicismo. De ese libro son estos pensamientos:

"El encontrar las verdades divinas consiste menos en los esfuerzos del pensamiento, que en las disposiciones del corazón. La razón se extravía cuando no va llevada de la mano por la virtud".

La Reina Cristina de Suecia.

— Exponente preclaro de sinceridad en la búsqueda de la verdad y ejemplo aleccionador de fortaleza, en razón de abrazar las consecuencias prácticas de los principios admitidos, fue la reina Cristina de Suecia

Tras prolijas lecturas, largas consultas llegó a la firme persuasión de que la Iglesia Católica era la única depositaria de la verdad. Para ingresar en ella era forzoso, llevar a cabo un gran sacrificio: ya que las leyes de su reino prohibían el ejercicio del Catolicismo, era menester renunciar a la corona. Después de un reinado de tres años, abdicó de todos los derechos al trono, abandonó su país, abrazó la religión católica y se radicó en Roma, en donde murió en 1689.

Sus restos fueron sepultados en la basílica de San Pedro.

(Salio el Sembrador…, Tomo VIII, Ed. Guadalupe, Buenos Aires, 1946 pag. 335).


22.

Las paráboas del Reino II

Bien dice el Concilio Vaticano II que los textos bíblicos deben ser leídos teniendo en cuenta la revelación completa. A primera vista, la primera lectura nos muestra a Salomón como un rey paradigmático que, ante el ofrecimiento de Dios, pidió sabiduría para gobernar a su pueblo, en vez de riqueza, larga vida o la vida de sus enemigos. Hasta ahí todo bien, el papel aguanta todo.

Pero en la práctica Salomón no fue otra cosa que otro más en la cuenta de los reyes que aprovecharon su poder para esclavizar, explotar y llevar una vida a sus anchas, sin importarle la miseria de su pueblo. Después de acabar con sus enemigos, para pagar los favores recibidos y asegurar la fidelidad a su reinado, nombró a sus compinches en los más altos cargos del gobierno: a Azarías, hijo de Sadoc, como sacerdote; Elijoref y Ajías, hijos de Sisa, fueron secretarios; Josafat hijo de Ajilud, el canciller… y una lista larga de altas “dignidades” (1Re 4,1ss). Estos “servidores públicos” eran los encargados de proporcionarle al rey y a todos los convidados, lo necesario para la mesa: 30 cargas de flor de harina y 60 de harina cada día, 10 bueyes cebados y 20 de pasto, 100 cabezas de ganado menor, aparte de los ciervos, gacelas, gamos y aves cebadas. 4.000 establos de caballos para sus carros y 12.000 caballos. Y ¡claro! Un buen harén de mujeres para calmar sus nervios.

¿Con ese harén a su servicio y los banquetes de cada día, qué tiempo le iba a quedar para hacer un buen gobierno y además para escribir? Pero para eso son los asesores de imagen, diríamos en nuestro tiempo. Las escuelas de la sabiduría creadas por él y puestas a sus órdenes se encargaron de presentar al rey como un gran sabio atribuyéndole dichos, proverbios, aforismos, consejos e historietas, como la de las mujeres que peleaban por sus hijos, traída de la tradición hindú.

Salomón con su reinado monárquico y sus estructuras económicas, políticas, militares y religiosas que estableció para manejar los hilos del poder, no tienen nada que ver con la propuesta del Reino que presentó y enseñó Jesús con sus palabras, pero sobre todo con su práctica de justicia y fraternidad. El reinado salomónico, para el seguidor de Jesús, debe ser descartado, pues suplanta a Dios y niega al ser humano.

Para nosotros lo único absoluto debe ser el Reinado de Dios, tal como nos lo sugieren las dos primeras parábolas de hoy. Jesús acudió a dos figuras comunes para la época: el tesoro en el campo, y la perla. Israel padeció durante casi toda su vida por las guerras, entre ellos mismos, con los demás o por su posición estratégica entre Mesopotamia y Egipto, dos antiguos imperios regionales. Por esto muchas veces la gente se veía obligada a esconder los tesoros más valiosos en la tierra. Las perlas por su parte, eran pescadas por buceadores en el golfo pérsico, en el mar rojo o en el océano índico, para ser montadas como adorno en los collares. Su valor era muy alto.

Cuando el seguidor de Jesús descubre y comprende la grandeza que encierra la propuesta del Reino debe invertir todo lo que tiene para construirlo, teniendo en cuenta que el Reino no es la negación de su vida, sino la afirmación más completa de su dignidad, la plenitud de su existencia en relación con Dios y con los hermanos. Cuando descubrimos los estragos que en la humanidad han ocasionado, la codicia, la ambición, el ansia de poder y demás ídolos, tenemos que cuidarnos en no caer en tentación. Y cuando comprendemos el valor de la justicia, la fraternidad, la solidaridad, el servicio y los demás valores del Reino, estamos invitados a venderlo todo e invertirlo para ese fin.

Esta es una propuesta exigente, pero el énfasis principal no está tanto en la renuncia o en la heroicidad del luchador como en la alegría que representa el Reino, como la alegría del que encuentra el tesoro escondido en el campo o el mercader de perlas que encuentra una de gran valor, venden todo con la ilusión de conseguir eso más valioso. ¡Lleno de alegría! “Cuando una gran alegría, que supera toda medida, embarga a un hombre, lo arrastra, abarca lo más íntimo, subyuga el sentido. Todo palidece ante el brillo de lo encontrado. Ningún precio parece demasiado elevado”. (Joaquín Jeremías).

Lo más valioso no es la entrega misma sino el motivo de la entrega. Esa gran alegría de sabernos amados por Dios, partícipes de su Reino, nos hace capaces de amar como el Señor (Lc 22,27/Mc 10,45/Jn 13,15), con un amor que da sin buscar protagonismos (Mt 6,12), sin acumular tesoros en la tierra pues somos capaces de compartir (Mt 6,19-21/Lc 12,23) y servir (Mc 10,35-45). “Dormía y soñaba que la vida era alegría. Desperté y vi que la vida era servicio. Serví y vi que el servicio era alegría” (Rabindranath Tagore).

Pero no todos están dispuestos a construir el reino; la propuesta se lanza, como se lanza la red, los que no quieran o todavía no están convencidos, así como los peces de mala calidad o que no han alcanzado un buen tamaño, se dejan libres en el agua para que cuando llegue su tiempo lo puedan hacer, si quieren.

Si otras personas todavía no quieren comprometerse con el Reino, no tenemos derecho a juzgarlos; nosotros, respondamos a esta exigente, pero alegre sorpresa, invirtiendo todo lo que tengamos en hacerlo realidad. ¡Con gran alegría!

Neptalí Díaz Villán, CSsR


23. Fray Nelson Domingo 24 de Julio de 2005
Temas de las lecturas: Pediste sabiduría * Nos predestina para que reproduzcamos en nosotros mismos la imagen de su Hijo * Vende cuanto tiene y compra aquel cam.

1. El Comienzo de la Sabiduría
1.1 Salomón tiene justa fama de hombre sabio, y así lo destaca el Antiguo Testamento. Sin embargo, para comprender bien lo que significa ese elogio tenemos que hacer tres precisiones.

1.2 En primer lugar, la sabiduría según la Biblia es más que el simple conocimiento. Alguien puede amontonar muchos conocimientos y no ser sabio porque ser sabio no es tanto conocer sino saber qué hace uno con lo que conoce. Se relaciona más con saber vivir que con saber otras muchas cosas.

1.3 En segundo lugar, esta sabiduría es un don. Salomón pidió de Dios el regalo de ser sabio. Tenemos la imagen de que los científicos de nuestro tiempo son gente muy sabia, pero mucho de ellos despreciarían la fe como un camino para buscar nuestra ruta en esta vida. En la Biblia es lo contrario: la sabiduría empieza por reconocer que esta vida tiene mayor complejidad que todo lo que quepa en mi cabeza o mis palabras. Ser sabio es reconocer que necesito una luz más grande que la que yo me puedo dar. Nadie puede darme más y mejor luz que Dios, mi creador y quien más me ama. Según esto, la fe y la plegaria son caminos privilegiados para la genuina sabiduría.

1.4 La sabiduría, entendemos entonces, es patrimonio frecuente de los humildes. Tiene mucho que ver con el conocimiento de uno mismo. Salomón reza diciendo: "Yo no soy más un muchacho y no sé cómo actuar. Soy tu siervo y me encuentro perdido en medio de este pueblo tuyo, tan numeroso, que es imposible contarlo. Por eso te pido que me concedas sabiduría de corazón para que sepa gobernar a tu pueblo." En vez de considerarse jefe de un pueblo se considera siervo de Dios. Por consecuencia, cuanto más uno mira a quiénes tiene "debajo" y menos mira a Quién tiene "arriba," menos sabiduría real adquiere.

2. Cosas Nuevas y Cosas Antiguas
2.1 Los que se tenían y eran tenidos por sabios en tiempos de Jesús eran los escribas. Llevaban ese apelativo porque sabían leer y escribir, cosas escasas en la época, y por esta capacidad podían entablar elevadas discusiones sobre las posturas de los distintos comentadores de la Escritura.

2.2 Tal vez llevados por esa seguridad en su propio saber, los escribas en general fueron hostiles a la enseñanza de Cristo. Lo veían como un entrometido y como alguien que exhibía demasiada confianza con Dios, hasta el punto de llamarlo "mi Padre." Casi siempre que vemos que se habla de escribas en los Evangelios, el tono es de polémica con Jesucristo (Marcos 3,22-29; Lucas 20,46) o de estar asociados con adversarios suyos (Lucas 15,2; 23,10; Juan 8,3); aunque hay excepciones, como cuando Cristo hizo callar a los saduceos (Lucas 20,27-39). Uno pensaría que es casi imposible que un escriba se abra al mensaje novedoso y poderoso del Reino de Dios anunciado por Nuestro Señor.

2.3 Sin embargo, hubo casos de escribas que aceptaron a Jesús de corazón, e incluso recordamos el caso de uno que no dudó en presentarse como discípulo suyo haciendo lo que los discípulos hacían con sus maestros en las escuelas rabínicas, a saber, repetir la lección (Marcos 12,28-34).

2.4 El evangelio de hoy nos presenta ese cuadro: ¿qué sucede cuando un escriba cree en el mensaje del Mesías? ¿Qué pasa con todo lo que sabía? ¿Se pierde simplemente? No es esa la opinión de Cristo. Cuando un hombre que tiene muchos conocimientos acepta el Evangelio, todo lo que sabía se vuelve parte de su tesoro, y de ese tesoro podrá sacar cosas antiguas, las que ya sabía, pero ahora desde otra luz, y cosas nuevas, las alhajas propias de la gracia y la redención que ha recibido últimamente.


24. 24 de julio de 2005

EL HALLAZGO DEL TESORO Y DE LA PERLA LLENAN DE ALEGRÍA EL CORAZON

1. El rey Salomón fue a ofrecer mil holocaustos a Gabaón, donde estaba el santuario principal cuando él no había aún edificado el templo de Jerusalén. "El Señor se le apareció en sueños y le dijo: ". Y Salomón pidió sabiduría para gobernar a su pueblo. La petición acertada agradó al Señor y le dio "un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrá después de tí" 1 Reyes 3,5. "Dios concedió a Salomón una sabiduría e inteligencia extraordinarias y una mente abierta como las playas junto al mar" (5,9). Dos son las características de la sabiduría de Salomón: se la ha infundido Dios, como fruto de su oración, según afirma el libro de la Sabiduría: "Supliqué y se me concedió la prudencia; invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría. La segunda propiedad es que la preferí a cetros y tronos, y en su comparación tuve en nada la riqueza; no le equiparé la piedra más preciosa, porque todo el oro a su lado es un poco de arena, y junto a ella, la plata vale lo que el barro; la quise más que la salud y la belleza y me propuse tenerla por luz, porque su resplandor no tiene ocaso. Con ella me vinieron todos los bienes juntos, en sus manos había riquezas incontables; de todas gocé, porque la sabiduría las trae, aunque yo no sabía que las engendra todas" (Sab 7,7).

2. La sabiduría pedida por Salomón, es el tesoro escondido en un campo y encontrado por un afortunado que no dudó en vender todo lo que tiene para comprarlo y acceder de manera justa al tesoro, "lleno de alegría". Es también la perla fina, lo más precioso que un oriental puede encontrar, y para comprarla vende todo lo que tiene. Nada de lo que tiene puede ser comparado con la perla Mateo 13,44.

3. El cumplimiento de la voluntad del Señor, la obediencia a sus mandatos, el afán en escuchar la explicación de sus palabras, constituyen la herencia y la porción del hombre bíblico, que ha resuelto guardar las palabras del Señor, que "estima más que miles de monedas de oro y plata, y más que el oro purísimo, porque "iluminan y dan inteligencia a los ignorantes". El salmista tiene experiencia de que el cumplimiento de la voluntad de Dios y su deseo de santidad coherente le ha expuesto a la maledicencia y al odio de los enemigos soberbios, obcecados porque carecen de la más mínima sensibilidad espiritual para comprender la lealtad y la finura de conciencia del justo. Comprende que su crítica y marginación le han servido para examinarse y controlarse. El tropiezo que le han puesto lo ha convertido en escalón de ascenso en la virtud del desprendimiento de la imagen de su yo. Decía Santa Teresa que si nosotros no nos corregimos el mundo nos hará corregir porque nos observa y no nos pierde de vista ni nos perdona una. Pero, como se sabe débil e impotente, pide el consuelo del Señor para no dejarse llevar por la amargura de la soledad y la depresión de la marginación. Y sabe que la fidelidad del Señor le ha dado la alegría y tiene la seguridad de que la palabra de Dios no defrauda. Pero necesita su misericordia y su consuelo para poder vivir con gozo. Es así como para él tiene más valor la palabra de Dios y su cumplimiento por mucho esfuerzo que exija, que los tesoros de los euros y los dólares, que a tantos pierden y causan la corrupción y el envilecimiento y también la pobreza y la miseria de los pueblos. El salmista y nosotros con él pide al Señor que sus mandatos se conviertan en su delicia, petición propia del hombre humilde. Salmo 118.

4. Jesús le dirá al joven rico: "Ve, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; y tú ven y sígueme" (Mt 19,21). Seguir a Cristo es entrar en su Reino y gozar de su amistad. Y eso vale más que todo. Nada se le puede comparar. Cuando Paul Claudel aún era ateo, entró en Notre Dame, la catedral de París, en busca de inspiración estética y poética. Al oir cantar el Magnificat le llegó la inspiración deseada, que no era la que esperaba, y exclamó: "Dios existe y está aquí. Es una persona que me ama y me llama". Era un momento precioso. Era una llamada privilegiada. Acaba de encontrar la perla, ser afortunado con hallazgo del tesoro, verse enriquecido con la sabiduría. ¡Oh, Señor, envía tu Espíritu!

5. También nosotros hemos encontrado ese tesoro y esa perla. Jesús nos la ha hecho encontrar. Roguemos que seamos expertos en tesoros y en joyas, para ver que Jesús se nos ofrece para obrar en nosotros la liberación, y nuestro Exodo de Egipto.

6. Proliferan por ahí ofertores de felicidad, prometedores de vocaciones falsas y erróneas en nombre de salvación en masa, de la inmolación colectiva, de supuestos paraísos a bordo de naves espaciales. Edenes de huríes, recompensa de auto-suicidios, que no inmolaciones. Combatamos tales ideas con la verdad del evangelio en que el Padre en Jesús, su Hijo Unico, Salvador Unico, nos lo ha dicho todo. Ofrezcamos nuestra generosa colaboración para desterrar todo error que busca la salvación donde no está. Pidamos para todos a la Virgen, Trono de la Sabiduría, que nos de a conocer mejor su inestimable valor, para que podamos ser testigos de él ante nuestros hermanos, y ante todo el mundo. Si se nos da, y cuando se nos dé, como a Salomón, todo nos parecerá pobre en su comparación, deslustrado junto a su luminosidad radiante, sereno y pacificante, y equilibrador de la ansiedad y del nerviosismo que produce la ambición y la envidia y la intolerancia.

7. Seguramente a nuestra cultura le diga poco el tesoro escondido y encontrado y la perla fina, quizá si le hablamos de una quiniela de catorce resultados o del gordo de Navidad, nos va a comprender mejor de cara al cambio de vida que cualquiera de estos acontecimientos van a causar en su camino. Porque es evidente que lo que la parábola intenta es darle a la vida un cambio de 180 grados: Considerarlo todo estiércol, como San Pablo, en comparación del amor de Nuestro Señor y Salvador nuestro y único Jesucristo. El que ha encontrado la perla o el tesoro, como el que le ha tocado el gordo y ha acertado la quiniela, no va a vivir como antes. Así la persona que ha encontrado a Cristo, su Salvador y Redentor, va a cambiar de vida y la escala de valores que le va a mover va a ser diferente. Si su dios era la adicción al sexo, lo cambiará por el amor y el dominio de sus pasiones, si el egoismo duro e intransigente, por la entrega generosa y abnegada, si la avaricia, se convertirá en liberal y buen administrador. Si le esclavizaba la droga o la ira, se pondrá en curación y luchará por ser manso y humilde. Lo importante del encuentro del tesoro de Cristo, es el cambio radical de vida.

8. En las parábolas de hoy, Jesús describe una decisión que todos tenemos que enfrentar. El reino de los cielos es como un tesoro escondido, una perla muy valiosa. Para obtenerlo hay que arriesgar todo: El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo. El que lo encuentra lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo. Ahora es el momento para decidir. Yo sé que algunos dicen, “Quiero seguir a Jesús pero mi vida estaría vacía sin alcohol... aquella muchacha... mi pornografía.” Hermano, tu vida ya esta vacía, pero vende aquellas cosas y obtendrás algo de valor verdadero. ¿Es necesario repetir que la situación es extrema? No hay tiempo para regatear con Dios. El precio esta fijado: todo. “El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha.” (Catecismo 1024) El cielo cumplirá los anhelos más profundos del corazón. Cuando estamos ante El, cualquier alegría, placer o belleza será tan pálida como tiza. Se llama la “Visión Beatifica” ver a Dios cara a cara. (I Jn 3:2, I Cor 13:12). Es la perla muy valiosa. Es Jesús mismo – en su plenitud, la Comunión de los Santos. Es un buen negocio, ahora mismo, invertir todo lo que tienes – todo lo que eres – para obtener tal premio.

9. Sobre el ara del altar vamos a hacer presente vivo, resucitado e inmortal al amigo fiel, que nos ofrece su cuerpo partido en comida y su sangre derramada en bebida para reconfortar nuestra pobre vida. Prestémosle atención, devoción, amor.

JESUS MARTI BALLESTER
jmarti@ciberia.es


25.

Fuente: buzoncatolico.com
Autor: Padre Mario Santana Bueno, sacerdote de la diocesis de Canarias.

Evangelio: Mt 13, 44-52. "El reino se parece a un tesoro escondido".

Homilia.

El lenguaje del evangelio de hoy es bastante cercano a nuestro mundo presente: vender y comprar, riquezas y fortuna… Pero, sin duda, nos ofrece un mensaje que va más allá de lo puramente material.

Veamos primero qué significados tienen los símbolos usados en este evangelio:

El tesoro escondido en el campo

Si hoy tú tienes algo de valor lo guardas en una caja fuerte en el banco o en casa; en la época de Jesús cuando alguien poseía algo de gran valor material lo escondía bajo tierra. Decían los rabinos de la época que no había más que un lugar seguro para guardar el dinero: la tierra.

En la Iglesia de la Edad Media se simbolizaba artísticamente a la Virgen María como un campo no cultivado, donde se guardaba la mayor riqueza (Jesús) y que, sin embargo, no había sido tocado por nadie en clara referencia a su virginidad .

¿Dónde escondemos nosotros los valores que Dios nos ha dado? ¿En el miedo, en la vergüenza…? ¿Qué hacemos con el tesoro de la fe? ¿Lo escondemos para que nadie nos lo robe? La perla

En la tradición de los pueblos antiguos el nacimiento de la perla de debía a la irrupción de un rayo caído del cielo en una concha abierta. En el mundo antiguo una perla era la posesión más maravillosa por la que se era capaz de todo.

En el Nuevo Testamento la perla es una imagen de lo divino, de lo que no es terreno. Jesús dice: no den lo sagrado a los perros ni les echen sus perlas a los cerdos. (Mt 7,6). Jesús se refiere a la perla como un símbolo del Reino de Dios.

En la Iglesia medieval se representa artísticamente a la Virgen María como una concha donde se guarda el tesoro más preciado: Jesús.

¿Qué consideras lo más valioso de tu vida? ¿Por qué? ¿Cuál es la perla de tu vida tanto material como espiritual? La red

En la antigüedad las redes, lazos y trampas son imágenes para indicar el mal. En el Antiguo Testamento la red es un arma de Dios.

Desde finales del siglo II se representó el bautismo bajo la imagen de una pesca con anzuelo y red; el pescador es símbolo de quien bautiza; el pez del bautizado. La red llena de pequeños peces es un símbolo de la Iglesia. El mar es imagen del mundo.

¿Te sientes Iglesia? ¿Qué es la Iglesia para ti, en tu vida diaria?

En estas tres parábolas vemos una clara diferencia con respecto a la de las anteriores semanas. Hasta este momento Cristo había comparado el Reino de Dios con cosas pequeñas, pero ahora lo compara con dos cosas de gran valor: el tesoro enterrado en el campo y la perla encontrada.

En ambos ejemplos se nos descubre algo valioso pero en los dos existe también una clara diferencia:

* el hombre de la primera parábola encuentra accidentalmente el tesoro.
* el hombre del segundo ejemplo busca perlas finas.

Algo parecido nos sucede a los seres humanos para con Dios. En algunas ocasiones encontramos ante nuestra propia vida ese tesoro inmenso de la fe, casi sin ningún esfuerzo, con sólo mirar… en muchos otros momentos de nuestra vida vemos como las personas buscan un sentido para su existencia, buscan ese tesoro que les haga sentir vivos y plenos. Entre el buscar y encontrar anda la vida de todos los seres humanos…

Estas parábolas han tenido durante la historia dos interpretaciones:

1. El hombre del campo se aplica a Cristo que dio todo cuanto tenía, incluida la vida para salvarnos.
2. El tesoro escondido es el servir a Cristo. El tesoro no está en un huerto cerrado sino en el campo abierto de la vida.

Muchas veces me pregunto si los cristianos vemos la fe y nuestra pertenencia a la Iglesia como ese inmenso tesoro, ese magnífico regalo que podemos tomar como una presencia de Dios.

Después de la explicación que Jesús hizo de las principales parábolas de este capítulo, preguntó a los discípulos si habían entendido estas cosas, a lo que ellos respondieron afirmativamente. Nosotros también hoy podemos comprender tantas y tantas cosas del Señor profundizando en Él, en su vida, en su oración, en su experiencia constante de encuentro con el resucitado.

Termina el evangelio diciéndonos que tenemos que compaginar lo viejo y lo nuevo, lo que nos anunciaba el Antiguo Testamento con el Nuevo Testamento. Lo que hay de nosotros desde una fe recibida cuando pequeños a la fe adulta que intentamos vivir. En ese encuentro actualizado es donde nuestra fe y nuestra vida se encuentran y se gustan mutuamente…

* * *

1. ¿La fe para ti es una carga o un tesoro?
2. ¿Cuáles son los tesoros que existen en tu vida?
3. ¿Cómo podemos compartir el tesoro de fe con los demás?
4. ¿Cómo hacer que el tesoro de la fe germine en tu vida y produzca más?
5. ¿Qué valores descubres en la tradición y en el progreso de nuestra fe?
6. ¿Todo es bueno o todo es malo de lo que recibimos del pasado?


26. “... Como un tesoro escondido”

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Sergio A. Cordova

En una ocasión, un gran rey cruzaba el desierto. Lo seguían sus ministros. De pronto, uno de los camellos se desplomó a tierra y se rompió el baúl que cargaba en su joroba. Una lluvia de joyas, perlas preciosas y diamantes se desparramó sobre la ardiente arena. El rey dijo a sus ministros:
– “Señores, yo sigo adelante. Ustedes, si quieren, pueden quedarse aquí. Todo lo que recojan, será suyo”. Y continuó su viaje sin parpadear, pensando que ya nadie lo seguiría. Al cabo de un rato, se da cuenta de que alguien viene detrás de él. Vuelve la mirada hacia atrás y ve que es uno de sus ministros. El rey le pregunta:
– “¿Qué no te importan las perlas y diamantes de tu rey? Podrías ser rico toda tu vida...”
Y el ministro replica:”
– “Me importa más mi rey que todas las perlas de mi rey”.

Esta bella historia del poeta persa Firdusi podríamos aplicarla perfectamente al Evangelio que hoy nos ofrece el Señor para nuestra meditación: “El Reino de los cielos –nos dice– se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra aquel campo”.

Entre ambos relatos hay algunas diferencias: en la primera narración el ministro “deja” los tesoros de su amo; mientras que en la segunda, el hombre de la parábola “compra” el campo para adquirir el tesoro que ha encontrado. Parecería, según esto, que ambas narraciones resultan contrapuestas entre sí. Pero, no obstante estas variantes, el contenido de fondo es bastante semejante. Trataré de explicarme.

Lo que nuestro Señor quiere resaltar con la parábola del tesoro escondido –como también con la otra parábola que viene a continuación, la del mercader de perlas finas– no es tanto el objeto material del tesoro escondido, sino la decisión fundamental de estos dos hombres de dejar todo para llegar a poseer ese tesoro de incalculable valor que han encontrado. “Va a vender todo lo que tiene –nos dice Cristo– para comprar aquel campo”. Este es el mensaje esencial de la parábola: vender todo para poder comprar todo. Aquí está precisamente el punto de convergencia con el cuento persa: también el ministro deja sus perlas para quedarse con lo verdaderamente importante, que es su rey.

A la luz de esta última historia comprendemos que el tesoro escondido de nuestra parábola no es algo material, sino que es Cristo mismo, nuestro Rey supremo: importa infinitamente más el Señor de las cosas que las cosas del Señor. En efecto, todos los teólogos y biblistas católicos afirman con unanimidad que el Reino de los cielos del que Cristo nos está hablando en estas parábolas es ÉL mismo. El centro de su mensaje es su Persona. ¡Él es el único y verdadero tesoro de nuestro corazón!

Bernal Díaz del Castillo, en su “Historia de la conquista de la Nueva España”, nos narra que el capitán Hernán Cortés, cuando desembarcó con sus hombres y puso pie en el continente americano, quemó todas las naves. El mensaje era clarísimo: había que acabar con todo lo que significara una huida, un retorno al pasado o la posibilidad de una marcha atrás. No había escapatorias. La única opción posible era ir hacia adelante.

Es el mismo mensaje que Cristo nos da en el Evangelio de hoy: no hay marcha atrás. Hay que “quemar” todo, “vender” todo para comprar ese tesoro escondido. Desafortunadamente, hoy en día son muy pocos los cristianos que están dispuestos a “quemar” las naves de sus seguridades personales o a “vender” todas sus posesiones con tal de alcanzar a Cristo. ¡Cuántos hoy en día se llaman “buenos cristianos”, pero siguen aferrados como lapas a su propio egoísmo y vanidad, y no quieren prescindir de sus frenéticos apegos a las riquezas, a las comodidades, a la vida fácil y a los placeres mundanos! Es mil veces más sencillo arrancar una concha o un erizo de un acantilado marino que mover su voluntad de sus apegos desordenados. Y lo peor de todo es que muchas veces estas cosas conducen al hombre al pecado, no porque sean malas en sí mismas, sino porque es tal la ambición con la que se vive que le impiden acercarse a Dios y abrir el alma a su gracia redentora.

Es ésta la lógica “paradójica” del Evangelio: llorar para reír, sufrir para ser feliz, dejar que te persigan para entrar en el Reino de los cielos, morir para vivir, vender todo para poseerlo todo... ¡Así es el Evangelio: una paradoja que conduce a la felicidad y a la vida eterna! San Pablo, que bien sabía de estas cosas, y no por oídas sino por experiencia personal, así lo expresa: “lo que tenía por ganancia, lo considero ahora por Cristo como pérdida, y aun todo lo tengo por pérdida a causa del sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por cuyo amor todo lo sacrifiqué y lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo” (Fil 3, 7-8). Ésta es la ley cristiana del “perder todo para ganarlo todo”.“El que pierda su vida por mí, la encontrará”.

Hoy Cristo también está hablando con el mismo amor a tu alma. No le cierres tus entrañas. Escúchalo. Déjalo entrar en tu corazón y dale una respuesta pronta y generosa. No tengas miedo. Él está contigo y te da las fuerzas necesarias para responder con amor a su llamada. ¿Qué es lo que tú tienes que vender? ¡Ve, pues, lleno de alegría, a vender todo lo que tienes –aquello que te impida acercarte a Cristo– y compra ese campo que esconde el maravilloso tesoro, que es Jesucristo mismo!