24 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO
7-12

7. EV/TESORO 

ESCOGER EL VERDADERO TESORO

-Venderlo todo para adquirir el verdadero tesoro (Mt 13, 44-52)

El verdadero tesoro es el Reino de Dios, del que Jesús vuelve a hablar en parábolas. Tres parábolas le sirven a Jesús para hacer comprender lo que es el Reino: El tesoro escondido en un campo, para cuya consecución el que lo encuentra vende todo cuanto tiene. El comerciante que encuentra una perla de gran valor y vende también todo cuanto posee para adquirirla. La red que es echada en el mar y recoge toda clase de peces, pero sólo se conservan los buenos, mientras los malos son devueltos al mar. Podríamos indicar, a modo de cuarta parábola, el caso del escriba que se hace seguidor del Reino y es comparado a un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo. Pero, en este caso, se trata más bien de una conclusión del conjunto de las parábolas sobre el Reino, conclusión que se presenta en forma de inicio de una parábola.

Las dos primeras parábolas son idénticas. Se trata de un objeto precioso, para cuya adquisición se vende todo cuanto se tiene. Los dos personajes de ambas parábolas representan, sin embargo, dos situaciones diferentes: en la primera, se trata de un hombre que propiamente carece de riquezas, pero que abandona lo poco que posee con el fin de adquirir el tesoro; en la segunda, se trata de un comerciante, rico sin duda. Instintivamente se piensa en el hombre rico a quien Jesús invita a que le siga: "Vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo" (Mc 10, 21). Las dos parábolas ofrecen un modelo concreto para todos cuantos desean ser cristianos, y no sólo de nombre. Existe el peligro de no ver en ellas sino simples parábolas y no descubrir la exigencia radical que suponen. No se puede formar parte del Reino sin esa renuncia decisiva que no deja lugar a ningún posible compromiso: o se vende todo, o no se entra en posesión del Reino. El Reino supone una acogida positiva y no puede adquirirse en la indiferencia. La tibieza, los tibios, de quienes afirma Dios que los vomitará de su boca, no son admitidos en el Reino.

La tercera parábola describe, de un modo breve pero severo, la situación de quienes en su vida no hacen todo lo posible por conseguir el reino y no son, por consiguiente, "buenos peces"; porque para la entrada en el Reino sucede lo mismo que cuando los pescadores abren sus redes y escogen los buenos peces, desechando los malos. "Allí será el llanto y el rechinar de dientes". No es la primera vez que Jesús pronuncia estas amenazas de castigo contra quienes no han seguido la palabra. En su explicación de la parábola de la cizaña, en el evangelio de Mateo, Jesús emplea las mismas expresiones (Mt 13, 42).

La serie de parábolas sobre el Reino (las del sembrador, la cizaña, el grano de mostaza, la levadura, el tesoro y la perla) concluye con la de la red y los buenos y malos peces. Viene a continuación la conclusión general: "¿Entendéis bien todo esto?". Y la misma conclusión esboza una nueva parábola. Una vez más, se trata de un tesoro, pero en un sentido totalmente diferente: en este pasaje, se trata de un arca, de una reserva, en la que su bien provisto propietario conserva ciertos objetos de su posesión. Quien se hace discípulo del Reino es semejante a ese propietario. Ese escriba, discípulo del Reino, son también los discípulos que han oído y entendido las parábolas sobre el Reino. Aquél posee cosas nuevas y cosas antiguas. Lo nuevo es la doctrina del evangelio, de la Buena Nueva; pero ésta está íntimamente unida a lo que se ha enseñado en el Antiguo Testamento por la Ley y los profetas, a los que Jesús no ha venido a contradecir. Quien ha entendido las parábolas del Reino y se ha hecho su discípulo vendiendo todo lo que tiene, posee la riqueza del Nuevo Testamento, del evangelio que debe anunciar y que se apoya en el Antiguo Testamento.

-Pedir el verdadero tesoro (1 Re 3, 5.7-12)

Las exigencias del Reino suponen, por parte de quien desea entrar en su posesión, la verdadera sabiduría, la que Salomón pide cuando Dios se le aparece una noche y le dice: "Pídeme lo que quieras". Salomón pide un corazón dócil y prudente en sus juicios. Nos hallamos, una vez más, ante un caso de lectura litúrgica de un texto. Si nos atenemos a la pura exegesis de este pasaje, hemos de ver en él la voluntad de legitimar la sucesión del rey David. Dios da a su sucesor, puesto que se lo pide con humildad, las cualidades propias de un buen rey. La elección de este texto para la celebración de hoy, dejando de lado la "maniobra" política que se adivina entre líneas, pone de relieve cuál debe ser el deseo de quien desea formar parte del Reino: tener un corazón dócil a la palabra.

Esta interpretación litúrgica es subrayada por el salmo 118: "Mi porción, oh Yahvé, he dicho, es guardar tus palabras"... "Al abrirse, tus palabras iluminan dando inteligencia a los sencillos".

En relación con la lección que nos da el evangelio, podemos constatar que el formar parte del Reino supone un don, una sabiduría que no puede aprenderse si no es escuchando la palabra.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 6
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 9-21
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 82 ss.


8.

Son las tres últimas parábolas de las siete que Mateo nos transmite en el capítulo 13 de su evangelio. Las tres son exclusivas suyas.

El reino de Dios es algo tan valioso para la vida del hombre, que llega el momento en el que éste debe arriesgar todo lo demás para conseguirlo: prestigio personal, bienes materiales, profesión... Cuando el hombre se encuentra con Dios de verdad, todo su esquema de vida queda transformado.

No podemos pretender poseer el reino de Dios de una vez para siempre. Hemos de saber irlo encontrando en los acontecimientos cotidianos, grandes y pequeños. Se va consiguiendo a través de una incesante búsqueda. Dios se nos manifiesta allí donde menos nos lo imaginamos y con las características más sorprendentes. Se nos puede cruzar en cualquier camino, lo que nos exige una gran atención interior y un constante mirar hacia donde nunca miramos. El reino puede llegarnos por un amigo, por un trabajo, por un movimiento político-social, por una ideología que creemos contraria...

1. Parábola del tesoro PARA/TESORO

La escena que nos describe Jesús no era insólita en aquellos tiempos. Ante la incertidumbre de las constantes guerras era frecuente que algunos dueños de objetos valiosos los enterraran para defenderlos de los invasores. Los romanos solían excavar para buscar objetos así escondidos en los campos, en las paredes de las casas..., a veces orientados por datos recibidos de cautivos.

Jesús nos dice que un hombre encontró "un tesoro escondido en un campo". No dice si fue fortuitamente o buscándolo. Ante el descubrimiento, "lo vuelve a esconder" en el mismo sitio "y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo". La legislación romana decretaba que el que encontrara un tesoro fortuitamente y cuyo dueño fuera desconocido, podía apropiárselo. No así la legislación judía, que lo consideraba propiedad del terrateniente.

Jesús no trata de la moralidad o legalidad del que encuentra el tesoro. Es otra la enseñanza que nos quiere mostrar con la parábola (no olvidemos que no es una alegoría). Nos indica lo que un hombre debe hacer, o desearía hacer, ante un hecho de esa naturaleza. No es el modo de encontrar o de apropiarse el tesoro ni el lugar en que está lo que Jesús quiere enseñarnos, sino la necesidad de sacrificar -vender- todo lo demás para conseguirlo.

De la misma manera que este hombre encontró un tesoro y, para adquirirlo, se desprendió de todos sus bienes, debe hacer el seguidor de Jesús si desea adquirir el tesoro del reino de Dios: debe venderlo todo, desprenderse de todo, sacrificarlo todo para poder adquirir lo único necesario. Es la única forma de entrar en posesión de él. Es una nueva propuesta a optar por la pobreza más exigente.

Aunque la doctrina parece que se refiere principalmente a la opción que debe hacerse para adquirir por vez primera el reino, extensivamente debe aplicarse a cada paso dado en orden a una asimilaci6n más plena del mismo, asimilación que nunca acabaremos de completar. ¿Nos desasiremos algún día de todo lo que tenemos?

2. Parábola de la perla PARA/PERLA

Es muy semejante a la anterior. La escena nos presenta a un mercader, pero no a uno cualquiera, sino a un especialista, "a un comerciante en perlas finas". El reino de los cielos no es semejante al comerciante, sino a la perla. El comerciante simboliza la postura del verdadero buscador de ese reino, al verdadero creyente en Jesús.

La perla era estimada en la antigüedad como uno de los máximos valores. Este comerciante es un buscador de "perlas" preciosas. No perdona viajes ni molestias por adquirirlas. Un día su búsqueda tiene éxito: encuentra lo que andaba buscando. "Se va a vender todo lo que tiene y la compra". ¡Ella sola valía más que todo lo demás!

La enseñanza de la parábola es clara y semejante a la anterior: el reino exige dejar todo lo demás, todo lo que no tenga relación con él o impida su plena posesión. Las parábolas del tesoro y de la perla subrayan la actividad que debe desplegar el hombre para tener acceso -para "comprar"- el reino de Dios.

Busca el reino el que comprende que carece de algo esencial para su vida, el que es consciente de que desea algo importante que no tiene. Esta carencia le impulsa a salir de sí mismo y no reposar hasta encontrar esa realidad que llene sus anhelos.

Son muchos los esfuerzos que hacemos para encontrar lo que nos falta: trabajo, dinero, placer, cultura... ¿Hacemos los mismos esfuerzos para conseguir la verdadera dimensión humana: saber por qué y para qué vivimos? Quizá estemos pasando una de las crisis más profundas de la humanidad en toda su historia: tenemos de todo, pero carecemos de lo esencial.

La búsqueda del reino modifica nuestro esquema de vida, y no puede llevarse adelante sin una absoluta sinceridad de corazón. Es una búsqueda interior que nos acarreará grandes defensas en nuestro propio ser para que nos convenzamos de que lo que ya estamos haciendo es esa búsqueda, cuando en realidad no es más que una autojustificación para no arriesgarnos.

El motivo que impulsa al discípulo a abandonar lo que tiene y a adherirse al reino es la alegría de haber encontrado. La renuncia a todo lo que se posee no es un acto ascético, sino espontáneo: el mensaje y la experiencia del reino relativizan todo valor hasta entonces conocido.

3. Parábola de la red PARA/RED-PECES

Nos describe una escena de pesca en el lago de Tiberíades, en el que se calculaban en unas treinta las especies distintas de peces. De ellas solamente una no podía comerse al estar prohibida por la legislación levítica por ser una especie de peces que carecían de escamas. Eran considerados impuros por los judíos, pero muy apreciados por los paganos de la región.

La selección se hacía entre los buenos y los malos. Los legalmente impuros, los defectuosos por alguna causa, los demasiado pequeños..., se tiraban. Los buenos eran colocados en cestos.

Algo semejante sucederá al final de los tiempos: habrá separación definitiva de buenos y malos. Del final de los justos no se dice nada. Se supone su destino por contraposición al de los injustos. Todo se centra en la suerte de los malos: como en la parábola de la cizaña, serán echados "al horno encendido". Allí será para ellos "el llanto", por efecto del dolor, y "el rechinar de dientes", fruto de la desesperación de haber equivocado el camino que llevaba a la vida (Mt 7,13-14).

4. Conclusión de las parábolas

Es Mateo el único que trae este final. Jesús pregunta a sus discípulos si han entendido lo que les ha querido decir a través de las parábolas. Al responderle que sí, les da otra enseñanza.

Existían en las casas de los campesinos -lo mismo que en muchas casas antiguas de ahora- unos arcones o baúles en los que guardaban todo aquello que querían conservar y que tenían en gran estima, principalmente vestidos y objetos de adorno. El que tenía posibilidades económicas compraba cosas nuevas para estar bien provisto. Tal es la comparación que hace Jesús con relación al "letrado que entiende del reino de los cielos": saca del tesoro de su doctrina "lo nuevo y lo antiguo".

El letrado era el técnico de la valoración doctrinal del Antiguo Testamento. Si ahora se instruye en la doctrina de Jesús sobre el reino, como están haciendo sus discípulos, serán semejantes al letrado mencionado.

Mateo opone aquí a los "letrados" cristianos y a los de Israel. Estos pretendían interpretarlo todo desde lo antiguo. El que ha comprendido los secretos del reino coloca a Jesús -"lo nuevo"- en primer lugar, subordinando a él toda la ley y los profetas -"lo antiguo"-. Esta será en adelante la clave de lectura de todo el Antiguo Testamento: el mensaje de Jesús.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 2
PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 216-220


9.

1. El Reino: una valiosa relación

El domingo pasado veíamos cómo obra el Reino de Dios en el mundo: en forma imperceptible, silenciosa, humilde, pero con gran energía interior. Es una acción que muere a sí misma para que crezca el hombre.

Las parábolas de hoy nos obligan a dar un paso más en la comprensión de este obrar misterioso del Reino, o sea, de Dios en nosotros.

Cuando hablamos del Reino de Dios (expresión semita que, por sí misma, nos dificulta su comprensión), nos imaginamos más bien una acción que nos llega desde fuera, como si Dios forzara o violentara nuestra voluntad penetrando como un intruso. Esto responde a la imagen que tenemos de Dios: el padre vigilante, todopoderoso, omnisciente, que no necesita pedir permiso para hacer lo que quiere hacer. No otra es la imagen que hemos recibido en nuestro catecismo: "Dios es el ser infinitamente perfecto, creador del cielo y de la tierra, que premia a los buenos y castiga a los malos".

Las parábolas de hoy pretenden corregir tan infantil concepción, pues tanto la parábola del agricultor que encuentra un tesoro en el campo, como la del comerciante que compra la perla, subrayan la actividad que debe desplegar el hombre para «comprar» el Reino de Dios, o sea, para tener acceso a él.

En otras palabras: si bien es cierto que Dios en su libertad interviene en la historia del hombre como una energía liberadora, también es cierto que el hombre debe tener cierta iniciativa para que esa supuesta intervención de Dios se desarrolle hasta el final. RD/QUÉ-ES: Efectivamente. el Reino no es "una cosa de Dios" que nos llega; tampoco es una orden que debemos cumplir; ni una institución a la que debemos ingresar... Es, antes que nada, una relación con Dios, tan determinante y fundamental, que cambia nuestro esquema de vida.

Llevando las cosas hasta su extremo, creo que ni siquiera podemos decir que el Reino es un conjunto de valores absolutos a los que el hombre debe supeditarse.

Sólo al final de un proceso de fe, se lo puede considerar como un valor fundamental, más importante que los demás; pero, antes que nada, el Reino se presenta como un encuentro del hombre con Dios, encuentro de una dimensión tal que al hombre no le queda otra alternativa que rechazarlo para construir su vida con otro esquema, o bien aceptarlo porque descubre que ese encuentro modifica su concepción de la vida.

Las parábolas de hoy no deben llevarnos a la confusión, ya que tratándose de comparaciones, no debemos interpretarlas en su sentido material sino que debemos llegar al pensamiento de Jesús que está detrás o por debajo de la comparación. Así las parábolas insisten, no en que el Reino es una cosa o algo tangible, sino en que es algo valioso; tan valioso para la vida del hombre, que llega un momento en que el hombre debe arriesgar todo por conseguirlo. Efectivamente, tanto el agricultor como el comerciante «compran» ese objeto valioso, es decir, se lo apropian, se identifican con él de tal forma que nunca más se pierda esa relación hombre-Reino.

En efecto, cuando uno compra algo, lo comprado pasa a ser parte de la vida de esa persona; es como la prolongación de su yo; robarle ese tesoro es como quitarIe algo de sí mismo...

Así, pues, de las dos parábolas podríamos extraer esta conclusión: el Reino se presenta como un tesoro que está delante de nosotros, que se nos cruza en el camino de la vida como casualmente, pero que nos exige el esfuerzo de entrar en relación con él como si de él dependiera el significado de toda nuestra vida.

Insistimos: no es una cosa que nos resuelve todos los problemas; éste sería un concepto mágico de la religión. Es una relación o encuentro con Dios que nos modifica hasta el punto de que lo que antes fue considerado como un gran valor, ahora puede no serlo a partir de esa relación. Es algo similar a lo que sucede cuando dos personas se enamoran y se casan: esa relación de amor modifica el esquema de vida de ambos, obligándolos a re-situar todos sus elementos en función de la relación de amor. Ninguno de los dos puede mirar la vida sólo desde su punto de vista o según su conveniencia; ahora es la relación de los dos el único punto de vista desde el cual deben mirar su vida. No es el Yo ni el Tú lo que importa, sino la relación Yo-Tú, es decir, el Nosotros.

O sea: ni Dios quiere hacer las cosas por su cuenta y riesgo, a espaldas del hombre, ni el hombre es el único que decide. Es el hombre «en posesión del Reino» el que piensa y obra; o, si se prefiere, es el Reino «que posee al hombre»... Mas como el Reino en realidad es Dios mismo en cuanto que se relaciona con el hombre, la palabra "posesión" debe ser interpretada como lo hacemos en la vida de una pareja: el hombre y la mujer se poseen mutuamente formando ambos una sola carne...

Bien dice el Génesis que el hombre «abandonará a su padre y a su madre para unirse a su mujer»; es algo similar a lo que nos dice Jesús: abandonará el hombre sus bienes, su dinero, sus esquemas, sus puntos de vista... para unirse a Dios que le llega como un Reino de amor.

Formalizada la pareja hombre-Dios (hombre-Reino), todo lo demás es re-situado en una dimensión nueva; eI hombre no pierde necesariamente sus cosas en un sentido material, pero sí las pierde como elemento determinante.

De ahora en adelante su vida adquiere sentido desde ese «nosotros» que se ha establecido en su interior. (Recordemos cómo en domingos anteriores Jesús aludió a las riquezas y al afán por la supervivencia que, si bien son elementos importantes en la vida del hombre, adquieren nuevo sentido desde la perspectiva del Reino.)

2. La búsqueda del Reino

Aclarados estos conceptos, es importante hacer resaltar que las dos parábolas subrayan la actividad del hombre en este encuentro con el Reino para formalizar la pareja. En otras palabras: debe existir en nosotros una búsqueda del Reino, como explícitamente lo dijera Jesús en otra oportunidad: «Buscad ante todo el Reino y su Justicia, y todo lo demás vendrá por añadidura.»

Preguntémonos, pues: ¿Qué implica esta búsqueda? --La búsqueda es, antes que nada, un esfuerzo por encontrar algo que no se tiene. Quien busca reconoce una carencia de algo. Es, pues, una actitud humilde por sí misma. Buscar el Reino es haber comprendido una cierta carencia esencial en nuestra vida, carencia que nos impulsa a salir de nosotros mismos y no reposar hasta que encontremos esa realidad que hace completo nuestro yo.

Muchos son los esfuerzos que hacemos por encontrar lo que nos falta: trabajo, dinero, placer, cultura, etc. Hoy podemos preguntarnos si existe el mismo esfuerzo por encontrar la Verdad; no la verdad abstracta de los filósofos, sino esa visión verdadera de la vida. Insistimos: el Reino no nos aporta un esquema filosófico ni una metafísica... Como insinúa la primera lectura de hoy, pertenece más bien al orden de la «sabiduría», es decir, de la más sublime de las artes: saber vivir con dignidad, con sentido. Saber que se vive, por qué se vive y para qué se vive.

Sin duda alguna es ésta una de las crisis más profundas de nuestra cultura: se tiene de todo, pero se carece de lo esencial: una visión general del hombre en el cosmos que le permita situarse como hombre.

--La búsqueda del Reino, así considerado, supone una actitud de cambio en el hombre. Efectivamente, esta relación con Dios modifica nuestro esquema de vida. Si no lo modificara, ciertamente que no sería Reino de Dios, sino solamente el fruto de nuestra imaginación.

De ahí que sin sinceridad absoluta en el corazón, no se puede hablar de búsqueda del Reino o de la Verdad. Se trata de una búsqueda en la lucha interior, pues surgirán las defensas del yo para que el hombre se convenza de que el Reino es precisamente lo que él ya tiene o lo que él supone que es. En tal caso, se termina por buscar autojustificarse de la propia conducta. En más de una oportunidad nuestra supuesta búsqueda de la verdad no pasa de ser un denodado esfuerzo por demostrar racionalmente lo que debíamos defender a toda costa.

Esta sinceridad nos debe llevar a encontrarlo «allí donde está». Las parábolas aluden a este carácter sorpresivo de la aparición del Reino. Dios se nos puede cruzar en cualquier camino, allí donde menos nos lo imaginamos; lo cual exige una gran vigilancia interior y un permanente mirar hacia donde nunca miramos... El Reino puede pasar por ciertos acontecimientos de nuestra vida, por un amigo, por un trabajo; puede aparecer en cierto movimiento político-social, en aquella ideología o en aquel personaje que concita nuestra atención.

No hay peor error que pretender encerrar al Reino en un cofre como si ya se lo poseyera de una vez para siempre...

Esta debiera ser la cualidad primordial del cristiano: saber encontrar el Reino de Dios en el gran libro de los acontecimientos cotidianos, los pequeños y los grandes. Dios se manifiesta allí donde menos nos lo imaginamos y con las características más insólitas.

El siglo veinte nos depara sorpresas día a día. Estas sorpresas son las que deben ser cuidadosamente examinadas: escarbemos en ellas, pues pueden esconder en su seno el tesoro del Reino.

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A.Tres tomos
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1977.Págs. 154 ss.


10. CR/ENTUSIASMO  ALEGRIA/GOZO EXP-D/ALEGRÍA

EL GOZO DE CREER

y lleno de alegría va a vender todo...

Son muchos los hombres y mujeres que parecen condenados a no entender nunca el evangelio como fuente de vida y alegría. Dios se les presenta como alguien exigente que hace mas incómoda la vida y más pesada la existencia. En el fondo piensan que la religión es un peso que impide vivir la vida en toda su espontaneidad y riqueza. Sin embargo, Jesús en sus parábolas nos describe al creyente como un hombre sorprendido por el hallazgo de un gran tesoro e invadido por un gozo arrollador que determina en adelante toda su conducta.

¿Por que escasean tanto hoy esos creyentes llenos de vida y de alegría? Lo ordinario es encontrarse con cristianos "cuyas vidas no están marcadas por la alegría, el asombro o la sorpresa ni lo estuvieron nunca" (A.M. Greeley). Cristianos que nunca han creído nada con entusiasmo.

Hombres y mujeres que apoyan su fe en la doctrina o la organización de la Iglesia pero en cuyas vidas no se nota ni gozo ni sorpresa, porque nunca han descubierto por experiencia propia el evangelio como "el gran secreto de la vida".

A lo largo de los siglos, los cristianos hemos elaborado grandes sistemas teológicos, hemos organizado una Iglesia universal, hemos llenado bibliotecas enteras con comentarios muy eruditos al evangelio, pero son pocos los creyentes que sienten el mismo gozo que el hombre que halló aquel tesoro oculto.

Y sin embargo, también hoy «puede suceder que un hombre se encuentre repentinamente frente a la experiencia de Dios, y que de ahí resulte un gozo arrollador capaz de determinar en adelante toda su vida» (N. Pemn).

Lo que se nos pide es «cavar» con confianza. Detenernos a meditar y saborear despacio lo que con tanta ligereza e inconsciencia confiesan nuestros labios. No quedarnos en fórmulas externas ni en cumplimiento de ritos, sino ahondar en nuestras vivencias, descubrir las raíces más profundas de nuestra fe, abrirnos con paz a Dios, tener el coraje de abandonarnos a él.

Entonces descubriremos quizás por vez primera y sin que nos lo digan otros desde fuera, cómo Dios puede ser fuente de vida y gozo arrollador. Entonces sabremos que la renuncia y el desprendimiento no son un medio para encontrarnos con Dios sino la consecuencia de un hallazgo que se nos regala por sorpresa.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 05 s.


11.

1. Poner todo en juego.

En el evangelio de hoy Jesús expone de nuevo tres parábolas muy claras sobre el reino de los cielos. Las dos primeras se asemejan en lo que cuentan y en lo que exigen a los oyentes: el tesoro que el labrador encuentra escondido en el campo y la perla de gran valor hallada por el comerciante en perlas finas, exigen a sus respectivos descubridores, el labrador y el comerciante, ya por cálculos y miras puramente terrenales, vender todo cuanto tienen para poder adquirir algo que es mucho más valioso. Actuar así no es en el fondo un riesgo, es casi pura astucia humana. El que comprende el valor de lo que le ofrece Jesús, no dudará en desprenderse de todos sus bienes, en convertirse en un pobre en el espíritu y en la fe pura para adquirir lo que se le ofrece. «Bienaventurados los pobres en el espíritu (es decir, aquellos que están dispuestos a renunciar a todo), porque de ellos es el reino de los cielos». Pero no todos los hombres encuentran el tesoro y la perla, no todos los hombres se deciden a arriesgarlo todo. Por eso, como el domingo pasado, aparece una tercera parábola que, de la decisión temporal, saca la consecuencia de la separación escatológica: la red se saca sobre la playa y los peces malos se tiran. Esto significa que tras la oferta de Dios, la posibilidad irrepetible, se encuentra la seria advertencia de no desaprovecharla. Se trata de ganar o perder todo el sentido de la existencia humana. Como el labrador y el mercader que, por pura astucia, no dudan ni un momento, así también el cristiano que ha comprendido de qué se trata aprovechará enseguida la ocasión.

2. ¿Habéis entendido todo esto?

Los discípulos le respondieron: Sí, gracias quizá a la plena inteligencia que han adquirido tras la Pascua. Pues en Pascua Jesús les ha explicado el sentido pleno de la Escritura: «Todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y en los Salmos acerca de mí tenía que cumplirse» (Lc 24,44). A la luz de lo nuevo, comprenden la «parábola» de lo antiguo. Y de este modo Jesús, al final de su discurso en parábolas, puede compararse, para los «discípulos del reino», a un «padre de familia que va sacando de un arca lo nuevo y lo antiguo»: lo antiguo aquí no es sin más lo anticuado, lo obsoleto, sino aquello que recibe, a la luz de lo nuevo, un nuevo brillo y una significación más elevada.

3. Nuevo y antiguo.

Las dos lecturas son apropiadas para simbolizar lo nuevo y lo antiguo. Dios se aparece al joven y todavía inexperto rey Salomón y le dice que le pida lo que quiera, que está dispuesto a concedérselo. Salomón le pide que le dé «un corazón dócil para juzgar a su pueblo, para poder discernir el mal del bien». La actitud del rey es la correcta: Salomón renuncia a todo por el tesoro escondido en el campo y por la perla preciosa. Su petición agrada al Señor y Salomón obtiene lo que realmente vale: todo lo demás se le dará por añadidura.

Esto «antiguo» se puede traducir íntegramente en lo «nuevo», donde se ofrecen bienes mucho más preciosos. A los que «aman a Dios», a los que en virtud de su impulso más íntimo se han decidido por Dios, se les dice que su decisión libre estaba ya eternamente englobada y amparada en la decisión de Dios en su favor. Se les dice también que, si realmente aman, son conformados a Cristo y que nada puede apartarles del camino que conduce de la predeterminación a la vocación, a la justificación y a la glorificación eterna. Esto no es la rueda del destino (cfr. St 3,6), sino el círculo cerrado en sí mismo del amor.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 92 s.


12. LA PERLA

Encontrar el camino del Reino de los Cielos es encontrar la perla preciosa. Así lo dijo Jesús: «El mercader que encuentra la perla preciosa, vende todo lo que tiene y la compra».

Jesús estaba empeñado en que entendiéramos bien esa expresión: «Reino de los cielos». Sabía que, si entrábamos en la dinámica de «ese reino», se conseguirían dos cosas a la vez: cumplir el objetivo de su venida a la tierra y proporcionar al hombre la dicha, esa felicidad que el hombre tan afanosamente busca.

En efecto, «una vez que el mercader encuentra la perla preciosa, vende todo lo demás y compra la perla». ¿Para qué quiere «lo menos» si tiene «lo más»? ¿Para qué andar coleccionando «partes» si ha conseguido el «Todo»? San Pablo «consideraba que todo era basura», fuera del amor de Jesucristo. Francisco de Asís, cuando descubrió a Dios como «Padre», se desprendió de todos los vestidos y riquezas con las que le obsequiaba Pedro Bernardone, su padre de la tierra, para poder poseer sin ataduras al «Padre que está en los cielos». Todos los santos, en la medida en que han hallado las huellas del Creador, han ido abandonando los caminos de las criaturas. San Agustín, desde la experiencia de sus desengaños, ha expresado como nadie la alegría de encontrar la Perla: «¡Qué tarde te conocí, hermosura siempre antigua y siempre nueva!».

Lo que ocurre es que el hombre mil veces se equivoca. Cree haber encontrado la perla del Reino de los cielos y solamente encuentra la del Reino de la tierra, la «Perla del Mundo».

He estado releyendo hoy LA PERLA, la deliciosa y estremecedora novela de John Steinbeck. ¡Cuánta fuerza, cuánta ternura, cuánta bondad humilde, cuánto sacrificio en sus tres personajes centrales: Kino, Juana y Coyotito! Son una familia de pescadores. Su casa es una choza construida con haces de ramas por las que entra la luz de la luna y corre el viento. Un día Kino, buceando en el Golfo, encuentra una ostra que contiene una perla inmensa, la Perla del Mundo. Cuando vuelve con ella a casa cree que se han acabado ya las penurias y que comienza la felicidad. Ocurre justamente al revés. Esa misma noche, como las moscas ante la miel, van surgiendo todos: primero, los ladrones, después los timadores, los estafadores, los que emplean la violencia y la muerte para conseguir el tesoro. También en el matrimonio surge la discordia porque empiezan a pensar que la perla ha traído la maldición. Juana, por la noche, sigilosamente, intenta arrojar la perla al lago. Kino la persigue y la golpea. En el barullo interviene alguien a quien Kino mata con un cuchillo. Tienen que huir, desterrarse del poblado, arrastrar un camino selvático de peligro, hambre e incertidumbre. Les acosan los rastreadores y los avariciosos de siempre: los poderosos.

La tragedia crece por minutos. Cuando al fin los descubren, en la espantosa lucha final, Coyotito muere en los brazos de su madre alcanzado por el rifle de un matón. Como Coyotito era, al fin y al cabo, la perla preciosa de aquellos padres, ahí acaba todo. Vuelven al poblado como dos lunáticos y, al llegar a la orilla del lago, «Kino, echando su brazo atrás, lanzó la perla con toda su fuerza. La vieron brillar un instante a la luz del sol y luego vieron la salpicadura del agua en el mar, a lo lejos».

(¡Digo yo si, en ese momento, al arrojar la Perla del Mundo al mar, al desprenderse de ella, habría encontrado la «otra» perla, la que dijo Jesús que «se parece al Reino de los cielos»!).

Lo que sí está claro es que las «Perlas del Mundo» suelen levantar siempre un torbellino de odios, avaricias, falsedades, violencias, muerte... Mientras que la «Perla del Reino de los cielos» nos lleva a la Dicha y a la Verdad. Y a Luz. Y a la Paz.

ELVIRA-1.Págs. 70 s.