37 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XVI - CICLO C

14-25

 

14. VIDA INTERIOR 

Hay personas que consideran la vida interior como algo perfectamente inútil y superfluo. En realidad, ni siquiera saben de qué se trata. Son personas que se organizan la vida sólo desde el exterior. Casi todo lo que hacen tiene como objetivo alimentar su personalidad más externa y superficial. Nunca ahondan en su interior.

Si les preguntáis: «¿Quién eres tú?», os dirán su nombre y apellidos, dónde viven, en qué trabajan, cuantos años tienen. Si profundizáis más y preguntáis: «¿Cuál es tu carácter?», bastantes no sabrán ya responder con cierta seguridad, pues no se conocen a sí mismos. Si preguntáis: «¿Quién eres tú en lo más hondo de ti mismo? ¿Qué buscas?», la mayoría se quedarán probablemente callados.

Muchos hombres y mujeres de hoy no saben lo que es estar en contacto con lo que el gran místico Ruysbroeck llamaba «el fondo» de la persona. No saben cuidar su vida interior.

Se esfuerzan por mejorar su nivel de vida, su apariencia física o su estado anímico. Cuidan el aspecto exterior, pero apenas parecen tener tiempo para pensar en el interior de su casa. Viven como «inquietos y nerviosos por muchas cosas», pero olvidan algo absolutamente necesario al ser humano: su apertura interior a Dios. El hombre contemporáneo ha olvidado con demasiada ligereza que el deseo de Dios vive siempre en lo más hondo de su ser y no puede ser satisfecho con cualquier sustitutivo.

Freud y sus seguidores nos han familiarizado con diversas neurosis, provocadas, con frecuencia, por la represión de los diversos instintos, pero no son las únicas.

NEUROSIS/FUNDAMENTAL: El sueco ·Stinissen-W ha hablado de «una neurosis fundamental» del hombre contemporáneo, que tiene su origen en la «represión de Dios». Según él, se trata de «una neurosis más profunda, que resulta de la pérdida de contacto, por parte del hombre, con el nivel trascendente de su ser, y que le precipita en un abismo de absurdo y soledad».

Ninguna terapia psicológica puede curar esta «neurosis fundamental», pues está causada por el hecho de encontrarnos fuera de nuestro ser auténtico. Podremos lograr que nuestra vida sea más agradable en un aspecto u otro, pero el problema más profundo no habrá sido resuelto. San Agustín lo expresó hace mucho tiempo en frase bien conocida: «Nos has hecho para ti, y nuestro corazón no descansará hasta que descanse en ti.»

JOSE ANTONIO PAGOLA
SIN PERDER LA DIRECCION
Escuchando a S.Lucas. Ciclo C
SAN SEBASTIAN 1944.Pág. 89 s.


15. 

UNA COSA NECESARIA

María ha escogido la mejor parte.

Ha llegado el verano. Y con el verano, las vacaciones. La inmensa mayoría interrumpirá su trabajo, se liberará de la esclavitud diaria de una ocupación forzada e iniciará un modo de vida diferente.

Pero, ¿qué es este tiempo libre? ¿en qué se ocupa? ¿es verdaderamente libre? ¿qué es descansar? ¿cómo puede descansar y renovarse una persona?

Son preguntas que pocos se plantearán mientras meten el bañador en la maleta o echan el último vistazo al mapa de carreteras.

Para muchos, lo importante es huir. Escapar de esa cotidianeidad que agobia, aburre y asfixia. Consolarse de la vida anodina y penosa de cada día. Otros vivirán «comprando» diversión y «consumiendo», de manera incontenible, playas, paisajes, restaurantes y festejos de todas clases.

No es extraño que ciertos «descansos» terminen agotando a bastantes y que este tiempo libre haga a muchos más esclavos aún de la trivialidad y más prisioneros de la superficialidad y el consumismo.

Cuánto bien podrían hacernos a todos las palabras de Jesús alabando la actitud de escucha de María, sentada serenamente a sus pies. Son palabras que nos deben hacer pensar: «Marta, Marta: andas inquieta y nerviosa con tantas cosas. Sólo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte».

El hombre actual necesita aprender el arte de escuchar. Necesitamos hacer silencio, curarnos de tanta prisa, detenernos despacio en nuestro interior, sincerarnos con nosotros mismos, sentir la vida a nuestro alrededor, sintonizar con las personas, escuchar la llamada silenciosa de Dios.

No se trata de buscar el silencio por el silencio, sino de reencontrarnos a nosotros mismos, enraizarnos más sinceramente en nuestro ser, y, sobre todo, escuchar al que es la fuente de la vida.

Dedicar un tiempo de nuestras vacaciones a estar sencillamente en silencio, a la escucha de nuestra pobre vida y a la escucha de la ternura de Dios, puede resultar insoportable al comienzo, pero puede ser una experiencia de renacimiento gozoso.

Con frecuencia, nuestra oración está tan llena de nuestras peticiones, preocupaciones e intereses, que nos resulta difícil encontrarnos con el Dios vivo.

Y, sin embargo, lo que cambia el corazón del hombre y lo renueva es la comunicación con ese Dios Viviente. Descubrir en lo más profundo de mí, allí donde yo estoy solo y donde ningún otro puede penetrar la paz, la reconciliación y la ternura de ese Dios que me ama tal como soy.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 329 s.


16.

El arte de amar

Santa Teresa, con ese gracejo tan espontáneo de su lenguaje, refiriéndose a los jesuitas de su tiempo, decía: «Hay muchas cabezas perdidas en la Compañía por el mucho trabajo». Y recuerdo un magnífico comentario de J. L. Martín Descalzo a esa frase de la santa de Avila -que creo llevaba el título de El santo activismo- en el que hablaba sobre esa fiebre de actividad que nos puede absorber hoy a muchos, jesuitas o no, incluso justificándola por la causa del servicio al reino de Dios.

Es llamativo que el evangelio de Lucas, inmediatamente después de la parábola del buen samaritano, sin ninguna interrupción, presente el relato de las dos hermanas: la superactiva Marta y la reposada María, que escucha tranquilamente las palabras del maestro.

Es un relato que ha caído especialmente mal a las amas de casa, que se afanan por los trabajos domésticos y a las que el Señor parece decirles que «lo único necesario» es estar a la escucha de su palabra. Todos hemos conocido situaciones en que se ha acusado a ciertas personas de pasarse muchas horas en la Iglesia y desatender las obligaciones familiares y de la propia casa. Han sido casos en que se ha citado la famosa frase de la misma Teresa de Jesús de que Dios anda también metido entre los pucheros. Parece existir una contradicción entre la parábola del buen samaritano y el relato de hoy: es como si se nos dijese ahora que los que actuaron bien fueron el levita y el sacerdote, que se marcharon a escuchar la palabra de Dios, dando un rodeo para no ver al que había sido asaltado por los ladrones.

La misma liturgia de la Iglesia ha escogido un pasaje en la primera lectura que está en contraste con el texto evangélico. Lo ha escogido, sin duda, porque ambos textos hablan de la hospitalidad. La actitud de Abrahán no es la de María de Betania, sino la de Marta: no se queda tranquilamente sentado escuchando «lo único necesario» a esos desconocidos que se aproximan a su tienda. Se pone enseguida en movimiento, a pesar de que estaba sentado a la puerta de su tienda, «porque hacía calor» -y todos sabemos lo duro que es tener que comenzar a moverse en estos días de bochorno-.

Abrahán «corrió a su encuentro» y les preparó un buen banquete para un pueblo nómada: una hogaza de flor de harina, un ternero guisado, cuajada y leche. El relato está marcado por el dinamismo: por dos veces el texto presenta a Abrahán corriendo, y este manda a su mujer, Sara, que prepare aprisa una hogaza. Cuando recibe, ya en su ancianidad, la promesa tanto tiempo esperada de que tendría un hijo, no se le alaba por su inactividad, sino que aparece como un premio a su hospitalidad activa.

Ciertamente no debe entenderse el relato evangélico de hoy como una afirmación de la primacía de la vida conventual, especialmente de la vida contemplativa, ya que los hombres y mujeres que siguen esa vocación han elegido lo «único necesario». Los mismos comentaristas subrayan que este texto puede tener como trasfondo ciertas tensiones en la primera comunidad entre los que se dedicaban al servicio y a la escucha de la palabra y que se refleja en el capítulo sexto de los Hechos de los apóstoles.

ORA/CONTEMPLACION: Uno de los autores que más bella y profundamente ha escrito sobre el amor -y del verdadero amor hablaba la parábola del buen samaritano- es ·Fromm-E, en El arte de amar. Y, sin embargo, es un libro que profundiza en la verdad del amor, dice cosas muy bellas de la contemplación: «Se considera "pasivo" a un hombre que está sentado, inmóvil y contemplativo, sin otra finalidad que experimentarse a sí mismo y su unicidad con el mundo porque no "hace" nada. En realidad, esa actitud de concentrada meditación es la actividad más elevada, una actividad del alma, y sólo es posible bajo la condición de libertad e independencia interiores».

Y añade: «Sin duda, ser capaz de concentrarse significa poder estar solo con uno mismo -y esa habilidad es precisamente una condición para la capacidad de amar-.

Paradójicamente, la capacidad de estar solo es la condición indispensable para la capacidad de amar». Fromm no alude a este pasaje del evangelio, pero parece estar pensando en él: no es pasiva una mujer que «está sentada, inmóvil y contemplativa» escuchando al Señor, sino que esa capacidad de concentrarse «es la condición indispensable para la capacidad de amar».

No se trata, evidentemente, de una llamada a la inactividad, a un espiritualismo desencarnado que se abstrae de las exigencias concretas que la vida nos marca. Como me comentaba un compañero, si no sólo María, sino también Marta, se hubiesen dedicado a escuchar las palabras de Jesús, los discípulos se hubieran tenido que ir otra vez por los campos para saciar su hambre triturando con los dedos las espigas... Y también me hacía notar que en el otro gran relato en que aparecen las dos hermanas -el de la resurrección de Lázaro-, el evangelista Juan dirá que «Jesús amaba mucho a Marta -en primer lugar-, a su hermana -aquí no se dice el nombre de María- y a Lázaro». Y será Marta -otra vez la activa- la que sale al encuentro de Jesús al entrar en Betania y la que expresará con fuerza su fe: «Yo creo que tú eres el mesías, el hijo de Dios que tenía que venir al mundo», mientras María «se quedaba en casa» llorando.

Por todo ello, podemos decir que es muy importante, y probablemente no casual, que este episodio de las dos hermanas siga, sin solución de continuidad, a la parábola del buen samaritano. Precisamente Lucas es el evangelista que más subraya la oración de Jesús. Podemos aplicar al maestro la misma frase de Fromm: la capacidad de Jesús para estar a solas, en oración filial a su Padre, fue precisamente la condición indispensable para su capacidad de amar. Jesús fue el buen Samaritano, el que se dejó conmover por el dolor de los hombres, pero fue también el que se pasaba las noches en oración. Fue la aparente pasividad de su oración la que le llevó a la actividad de una vida entregada como «el hombre para los demás».

San Pablo decía que «nosotros anunciamos a ese Cristo..., para que todos lleguen a la madurez en su vida cristiana». Pablo nos sigue anunciando hoy a ese Cristo, buen Samaritano, pero que, al mismo tiempo, se pasaba muchas noches en oración. Y nos lo anuncia para que lleguemos a la madurez de nuestra vida cristiana. ¿No tenemos que reconocer que tiene gran razón Fromm cuando afirma que «paradójicamente, la capacidad de estar solo es la condición indispensable para la capacidad de amar», que necesitamos esa experiencia de oración y de contemplación para ir haciendo carne propia las actitudes del buen samaritano?

¿No debemos confesar que nuestros múltiples propósitos de modelar nuestra vida en la clave de ese buen samaritano nos acaban fallando tantas veces porque nos falta esa fuerza y gracia interior -esa madurez en la vida cristiana, de la que hablaba Pablo-, que se adquiere en esa aparente pasividad de la contemplación, de estar a solas con nuestro Dios?

Porque Dios estará metido en los pucheros de nuestra vida si, al mismo tiempo, sabemos estar a la escucha de su Palabra, si sabemos conciliar la acción y la contemplación, la actividad de Marta y la escucha de la Palabra de María de Betania.

J. L. Martín Descalzo dejó, como su obra última, el Testamento del pájaro solitario, en que narra una experiencia de niño cuando su madre le llevó un día a una catedral: «Recuerdo que mi madre apretaba mi mano, como abrazando mi alma y me decía: "Mira, aquí está Dios", y que tenía temblor su voz cuando lo mencionaba. Y yo buscaba al Dios desconocido en los altares, sobre la vidriera en que jugaba el sol a ser fuego y cristal. Y ella añadía: "No le busques fuera, cierra los ojos, oye su latido. Tú eres, hijo, la mejor catedral"». ¿Tendremos tiempo, en estas semanas de descanso y en nuestra vida, para cerrar los ojos y oír el latido de un Dios, que llevamos dentro, como en una catedral o en una ermita, «más íntimo que mi mayor intimidad»?

Necesitamos la contemplación para que haya menos cabezas perdidas y más corazones llenos, dentro y fuera de la Compañía.

JAVIER GAFO
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C
Madrid 1994.Pág. 270 ss.


17.

1. «No pases de largo junto a tu siervo».

La hospitalidad es una ley suprema en los pueblos sencillos, y Abrahán la practica de la manera más generosa y solemne con los tres caminantes extranjeros, como se narra en la primera lectura. Prepara un banquete para ellos, como si barruntara que en estos extranjeros le visitaba un poder supraterrenal. Aunque son tres, Abrahán les habla en singular. Dios se le aparece en una pluralidad para él incomprensible (posteriormente, cuando Dios va a Sodoma, se habla de dos ángeles: Gn 19,1). El comportamiento de Abrahán con respecto a Dios es aquí el preludio de la promesa divina de que Sara tendrá un hijo antes de un año.

2. En el evangelio la cosa cambia: «Sólo una cosa es necesaria».

Aquí no es la solícita hospitalidad de Marta lo que está en primer lugar, sino la palabra de Dios que sale de la boca de Jesús. Ninguna acción que pueda realizar el hombre para agradar a Dios merece el don de esta palabra; ésta es dada gratuitamente a María porque está abierta a ella y puede escucharla. Sería absurdo invertir este sentido evidente del relato y atribuir a la criticada Marta una perfección superior porque sabe estar «in actione contemplativa». El hombre no puede actuar correctamente, si antes no ha escuchado la palabra de Dios; eso es precisamente lo que se puede reconocer incluso en el episodio de Abrahán en el encinar de Mambré, pues la historia había comenzado con la escucha obediente de la palabra de Dios. Ya en la Antigua Alianza todo comienza con el "Escucha, Israel". La acción debe después corresponder a esa escucha; a ninguna ortopraxis le está permitido imaginar que puede sustituir a la ortodoxia o producirla a partir de sí misma. La praxis de María se demostrará como la correcta en el último convite de Betania, cuando unge a Jesús para su sepultura; su acción será defendida por el Señor contra todos los ataques y propuesta como modelo para toda la historia de la Iglesia.

3. «Cristo es para vosotros la esperanza de la gloria».

También en la Iglesia la palabra de la predicación debe preceder a la praxis, como muestra la segunda lectura. «¿Cómo van a creer si no oyen hablar de él?, y ¿cómo van a oír sin alguien que proclame?» (Rm 10,14). La obra suprema de Dios, la entrega de su Hijo por nosotros, es la quintaesencia de la palabra que nos dirige. Y percibir la palabra de este Hijo como acción de Dios significa entrar en esa acción. Por eso el apóstol puede atreverse a escribir estas palabras: «Así completo en mi carne [lo que falta a] los dolores de Cristo». En la medida en que Cristo como cabeza ha sufrido por todo su cuerpo, a este sufrimiento no le falta nada; pero en la medida en que Cristo es «cabeza y cuerpo», el cuerpo debe participar en la pasión de Cristo. La «comunión en Cristo», en la que el apóstol quiere introducir mediante su predicación a todos los hombres, incluidos los paganos, exige algo más que la distancia entre el que habla y el que escucha, exige la acción común.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 271 s.


18. ELIJA USTED: ¿MARTA O MARÍA?

El evangelio de hoy quiere que nos fijemos de una manera especial en aquella «hermana de Marta llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba».

He ahí una actitud absolutamente evangélica; «escuchar su palabra». La sancionó Jesús con altísima calificación: «María ha elegido la mejor parte». Pero, al saber esto, no penséis por favor que se trata, al mismo tiempo, de una descalificación implícita de la «actividad», esto es, de quienes han puesto el acento en el compromiso dinámico y evangelizador; de quienes, llevados por el celo apostólico, han hecho una opción preferencial por los más necesitados, tratando de que llegue a ellos la justicia. No, no se trata de dar un «suspenso» a Marta y un «sobresaliente» a María. Se trata simplemente de advertirnos que no puede existir Marta sin María, que no puede separarse «la acción» de la «oración». Jesús, en una palabra, nos quiso decir que nuestro afán evangelizador y de compromiso temporal ha de brotar siempre de nuestro saber estar «a los pies del maestro escuchando su Palabra». Eso es lo que quiso resumir Don Chantard en su libro cuando, refiriéndose a la vida de oración, lo tituló: «El alma de todo apostolado».

¡«Escuchar su palabra»! He ahí, pues, la «mejor parte». Y conviene recordarlo una vez y otra vez, porque vivimos en una época de ruidos estridentes y parloteo continuos. Es decir como si «el ruido» hubiera iniciado una guerra a muerte contra «el silencio». Los grandes inventos del progreso -coches, alarmas, sirenas, máquinas en general-, tan útiles e imprescindibles ya para el hombre, generan sin embargo una auténtica catarata de ruidos. Ruidos que hacen peligrar nuestros tímpanos y nuestros nervios de una manera inexorable. Pero lo más terrible es que nosotros mismos,-que reconocemos ese alarmante fenómeno-, no sabemos vivir ya sin vibraciones y decibelios. Lo primero que hacemos al levantarnos es conectar nuestro transistor, caiga lo que caiga. Lo último que hacemos, antes de acostarnos, es apagar el televisor. Y gran parte de nuestro tiempo diario está recogido al alimón por ambos «medios de comunicación». Trabajamos con música (o lo que sea), viajamos y comemos con música (o lo que sea) y caminamos por la calle, coronados por los auriculares, oyendo nuestra música (o lo que sea). Hasta cuando vamos al campo, buscando la paz, la bienandanza, el piar de los pájaros y el murmullo del bosque -¡es el colmo, vamos!- nos llevamos el radio-cassette, -último modelo, eso sí- y pulverizamos sin piedad el silencio.

¿Qué pensaría de nosotros hoy aquel Fray Luis que soñaba y decía: «¡qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido...!»? ¡Qué asombro le produciría a Lope de Vega, el que escribió: «A mis soledades voy, de mis soledades vengo, porque para estar conmigo me bastan mis pensamientos...»! ¡Cómo se quedaría Fray Juan de la Cruz, el que anhelaba «la noche sosegada..., la música callada..., la soledad sonora... Ios valles solitarios nemorosos...»!

-«¡Sentarnos a los pies del Señor para escuchar su palabra.r» No se trata de una postura de evasión para «dejar sola a Marta en las tareas de la casa». Al revés, se trata de una positiva ocupación vigorizante y necesaria que sirve para acumular energías tanto para el propio individuo que la practica, como para las innumerables Martas que, por vocación de Dios, han sido llamados a «cuidar de la casa» y «construir la ciudad».

-¿Con quién nos quedamos, pues: con Marta o con María? Tengamos, por favor, claras estas cosas. Porque, de lo contrario, andaremos dando golpes de ciego: del caño al coro y del coro al caño. O lo que es lo mismo: «separando lo que Dios ha unido».

ELVIRA-1.Págs. 249 s.


19.

Frase evangélica: «María ha escogido la parte mejor»

Tema de predicación: MARTA Y MARÍA

1. La tradición cristiana (desde Orígenes) ha visto en Marta la acción, y en María la contemplación. Otros han visto en Marta la «sinagoga» de las obras de la ley, y en María la «iglesia» de los creyentes en la Palabra del Señor. Según Lucas, María está «sentada a los pies de Jesús»: representa una cara del discipulado. Marta «se multiplicaba para dar abasto con el servicio»: es otra cara del mismo discipulado. Pero, según Jesús, la soberanía está en la palabra de Dios y en que «sólo una cosa es necesaria»: la confesión del Hijo del Hombre, la búsqueda del reino de Dios.

2. Siempre se han dado y se darán diferentes maneras de entender el cristianismo (de acoger a Jesús, en suma): la hospitalidad de las obras (la justicia) y la contemplación de la Palabra (la plegaria, la liturgia). Pero en la escala de valores prevalece el observar activamente la Palabra de Dios, es decir, escucharla y cumplirla. No se reprocha en el evangelio de hoy la caridad de Marta, sino su ansiedad, inquietud y nerviosismo.

3. La conclusión actual de este evangelio puede ser ésta: hay que ser contemplativos en la acción y activos en la contemplación. O, en fórmula de los teólogos de la liberación, «contemplativos en la liberación». Todo es consecuencia de la acogida que prestemos al Señor.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Con que actitud acojo a Cristo?

¿Respeto la manera de ser cristiano diferente de la mía?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 293


20. 

En el evangelio de Lucas el camino de Jesús a Jerusalén marca una progresiva manifestación del Reino. A medida que avanza va formando a los discípulas y discípulos en actitudes de misericordia, de abandono de las pretensiones de poder, y en la atenta escucha de la Palabra. En ese camino, al igual que los misioneros que han venido anunciando su presencia, Jesús es recibido por dos mujeres en una casa de familia. Allí se topa con dos actitudes diferentes. Una de total atención y escucha, la otra, de afán por los quehaceres habituales y de distracción. El trajín de la vida cotidiana había atrapado a Marta y, probablemente, la había vuelto sorda a la Palabra de Dios. Ella recibe a Jesús pero no lo escucha. Aunque Jesús entra a su casa, ella lo deja por puertas. Jesús propone un plan encaminado a formar verdaderos oyentes de la Palabra -auténticos discípulos- que Marta no está dispuesta a atender.

María, al contrario, comprende bien el proyecto de Jesús y rompe con los prejuicios culturales de su época. En lugar de andar atareada con los oficios domésticos "propios de las mujeres", se pone "a los pies del Señor para escuchar su palabra". Este gesto, reservado entonces culturalmente a los discípulos varones, la acredita como discípula. Marta, al fatigarse con el interminable trabajo de la casa, cuestiona la contradictoria actitud de María e interpela al Maestro para que "ponga a la mujer en su sitio". Jesús le da una respuesta inesperada: felicita a María porque ha acertado en su elección y reprende a Marta por dejarse envolver en las preocupaciones cotidianas sin atender a lo importante. Efectivamente, María ha hecho la mejor opción, la única necesaria para ponerse en el camino de Jesús y ser su discípulo: ha decidido aprender a escuchar la Palabra y se deja interpelar por la presencia del Maestro.

En su camino Jesús va formando, pues, a sus seguidores en las actitudes indispensables para llegar a ser verdaderos discípulos. Una de esas actitudes es la de escuchar atenta y serenamente su Palabra. Actitud que exige romper con el ritmo loco e interminable de la vida cotidiana para ponerse, serena y atentamente, a los pies del Maestro. Esta elección que a los ojos de la eficiencia puede parecer superficial e inútil, es una condición fundamental para llegar a ser un auténtico discípulo.

Nosotros hoy nos enfrentamos a un ritmo de vida más agitado que el de épocas anteriores. Los medios proporcionados por la tecnología para ahorrar tiempo... también multiplican las ocupaciones y acaban haciéndonos caer en un activismo desenfrenado. Y el exceso de preocupaciones nos lleva a olvidarnos de lo fundamental...

Nuestro cristianismo se convierte así en un tímido cumplimiento de algunas obligaciones religiosas, sin espacio para la escucha de la Palabra. Se nos exhorta, se nos bombardea continuamente con mensajes que nos invitan a ser "eficaces, productivos y competitivos"... Pero con Marta y María, Jesús nos interpela y nos llama a respetar la jerarquía de valores y a poner en su sitio la "opción por lo fundamental": ponernos a sus pies y escuchar su palabra. Jesús nos invita a que nuestro cristianismo sea un verdadero discipulado.

Para aprender la lección del Maestro, debemos formarnos en la escucha atenta de la Palabra en la Biblia y en la vida. La Biblia no puede permanecer guardada en un cajón mientras nosotros nos ahogamos en el interminable torbellino de los quehaceres cotidianos. La Palabra de Dios está hecha para caminar con nosotros paso a paso, día a día, minuto a minuto. Para enseñarnos a vivir en comunidad la solidaridad que hace efectivo aquí y ahora el reinar de Dios. Para ayudarnos a escuchar la Palabra que Dios nos dirige en la difícil realidad de nuestros pueblos: en las inhumanas condiciones de las grandes ciudades, en la soledad y el aislamiento de los campos. Debemos pues optar por las actitudes que nos conviertan en verdaderos discípulos de Jesús y auténticos cristianos.

Evidentemente, sería malo interpretar el texto en un sentido dualista: "o contemplación y escucha pasiva de la Palabra... o acción caritativa sin oración ni contemplación". Marta y María no deben ser símbolos de extremos; o si lo fueran, la elección no iría por ninguna de ellas en particular, sino por las dos en conjunto. Es lo que nos dice el poeta Casaldáliga con "el difícil todo" que eligió "la otra María".

La espiritualidad latinoamericana tiene muy claro la intrínseca unidad entre "acción y contemplación": cfr "Espiritualidad de la Liberación", de CASALDALIGA-VIGIL, capítulos "Contemplativos en la liberación", "Santidad política"...

Para la conversión personal

-¿en el trajín de cada día tenemos tiempo para escuchar atenta y serenamente la Palabra que Dios nos dirige en la Biblia y en la vida?

-¿somos críticos ante nuestro propio activismo y afán de eficacia, o están siendo también de alguna manera unos nuevos "absolutos" en nuestra vida?

Para la reunión de la comunidad o del círculo bíblico:

-Marta, María... y la otra María. María la hermana de Marta escogió "la mejor parte". María, la madre de Jesús, ¿no escogió algo mejor que "la mejor parte"? ¿Qué escogió?

Comentar, tanto desde una perspectiva de teología como de espiritualidad, sobre las relaciones entre "la contemplación y la acción".

Para la oración de los fieles:

-Por toda la Iglesia de Dios, para que sea siempre tanto servicial y samaritana cuanto orante y contemplativa, roguemos al Señor...

-Para que no sigamos los pasos de Marta ni de María, sino los de Jesús, que vivió en armonía y en síntesis apretada la oración y la acción...

-Por los hombres y mujeres que viven en comunidades y monasterios el carisma de la contemplación: para que sus comunidades estén sintonicen siempre con las necesidades del mundo y se abran como escuela de oración y de contemplación para toda la comunidad humana...

-Por las muchas comunidades que han redescubierto la oración, para que ella les lleve a un compromiso de servicio y solidaridad...

-Por todos los que viven el servicio y la solidaridad, para que la alimenten con la oración y sepan "contemplar" a Dios en los rostros de los pobres...

Oración comunitaria: Oh Dios Padre nuestro, que en Jesús nos has mostrado "el camino": ayúdanos a encontrar como El la síntesis armoniosa entre la oración y la acción, entre contemplarte y obedecerte, el servirte a ti y servir a los hermanos. Por N.S. Jesucristo tu Hijo... 

Servicio Bíblico Latinoamericano


21. 18 de julio de 2004

ABRAHAM Y MARTA Y MARIA HOSPEDAN ATENTOS AL SEÑOR

1. Parecería, después de escuchar la parábola del buen samaritano, que toda la enseñanza de Jesús se concentraba en la acción. “Ve, haz tú lo mismo”. Caeríamos entonces en la trampa actual del hacer, producir, prescindiendo del ser. Ante la actitud de Abraham y de María, comprenderemos la actitud exacta que Jesús nos quiere enseñar, mirarle a él para hacer, orar para producir. Para ser una Iglesia samaritana, hay que ser primero una Iglesia abrahámica y mariana. Es decir, tiene que ser una Iglesia que escucha la Palabra y la pone en práctica. Si seguimos y profundizamos lo vamos a entender.

2. La virtud de la hospitalidad practicada por Abraham nos prepara para contemplar simultáneamente otra escena de acogida del huésped por parte de Marta y María. En ambos casos el huésped es Dios. Abraham no lo sabía y Marta casi tampoco. El motivo de la visita de Dios a Abraham afianzando los lazos de amistad comenzada hace años entre los dos, le trae el anuncio de que la promesa del hijo ya está cumpliéndose. Abraham se prodiga en atenciones, pues la hospitalidad era característica de los orientales, y por otra parte necesaria, dada la precariedad de medios en aquella cultura seminómada. Pone en movimiento a los criados: traer agua para lavarles los pies, coger tres cuartillos de harina, amasarlos para hacer una hogaza, escoger un hermoso ternero y mandar a un criado a que lo matara y lo guisara. Preparar el requesón, traer la leche y el ternero preparado y servírselo. Mientras los tres hombres comían, Abraham permaneció de pie, atento a los tres personajes, pendiente de sus gestos y de sus miradas, como dice el salmo: "Como están los ojos de los esclavos fijos en las manos de sus señores, así están los ojos de Abraham, en el Señor, esperando su misericordia" (Sal 122,2).  

3. Abraham observaba, sentía que aquella presencia le hacía arder el corazón y se experimentaba conmovido y movido a actuar con sumo respeto en medio de su contemplación. Se comprende intrigado porque aquellos huéspedes parecen diferentes de las otras personas nómadas a quienes tantas veces ha visto y tratado y hasta ha hospedado. En una cultura en que la mujer no cuenta, resulta extraño que pregunten por Sara, que se quedaba en la penumbra, reservada y tímida, pero preguntan por ella, pues en su seno ha comenzado, o va a comenzar a germinar, el cumplimiento de la tan esperada promesa. Abraham respondió que Sara estaba en la tienda. Y uno de los tres dijo a Abraham: "Cuando vuelva a verte dentro del tiempo natural, Sará habrá tenido un hijo". Sara lo oyó desde dentro de la tienda, y se rió sorprendida dudosa y gozosa, que es el significado del nombre Isaac, “el que hace reir”. Parecería normal que hubieran llamado a Sara y le hubieran dado la noticia que biológicamente afectaba más a ella. Pero desde el comienzo de la llamada de Abraham éste ha sido el interlocutor de Dios y el que ha recibido la promesa.

4. En el contacto con sus huéspedes ha ido creciendo la confianza de Abraham. Poco a poco ha comprendido que no son de este mundo. El crecimiento de la amistad es terreno abonado para las confidencias. En ese clima, el Señor revela a Abraham su decisión de destruir la ciudad de Sodoma. Abraham, el hombre que ha escuchado tantas veces a Dios, ha comprendido hoy que para ser el padre de un gran pueblo y conocer los designios de Dios, ha de estar a la escucha de sus palabras. A fuerza de escuchar tantas veces la palabra del Señor, ha ido conociéndolo mejor y en su corazón ha crecido su cariño y su intimidad. Génesis 18, 1.

5. La escucha de la palabra exige y es causa de practicar la justicia, tener intenciones limpias y leales, no hacer mal al prójimo, no difamarle, no ser usurero, ni aceptar soborno contra el inocente. El que así obra nunca fallará y merecerá hospedarse en la tienda del Señor, como Abraham ha conseguido hospedarle en la suya. Salmo 14.

6. Marta y María han hospedado también a Jesús en su casa. María, como Abraham, ha permanecido a la escucha de la palabra de Jesús. Marta ha cargado con todo el trajín, más atenta a que el hospedaje que ofrecía a Jesús fuera decoroso, que a la acogida que prestaba a su persona. No estaba mal esto, pero lo principal era lo otro. "A los pobres los tenéis siempre con vosotros, en cambio, a mí no siempre me tenéis" (Mt 26,11). Jesús no había ido a su casa a que Marta y María le dieran un banquete, sino a ofrecérselo él a las dos, porque "No sólo se vive de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Lc 4,4).

7. Cuando Marta, nerviosa, tensa, agobiada y un poco celosilla, pidió a Jesús que reprendiera a Marta, consiguió ser ella la amonestada: "Estás inquieta y nerviosa por tantas cosas: una sola es necesaria". No reprendió su servicio, sino el modo de servir. ¿Por qué estaba tensa? Quería jugar un buen papel delante de su huésped. Buscaba causar una impresión de eficacia; ganar prestigio de buena anfitriona, más que acoger a la persona del Maestro. Con amor de sí misma se olvidó del amor al Señor. En vez de dedicarle a él la atención y el afecto y el cariño, la mirada y el acatamiento, la dedicó a los pucheros y a la sopa, a las manzanas, a los dátiles y a la carne que estaba cociendo, al mantel y a la colocación de los muebles y esteras. No es que esto estuviera mal, es que esa actitud activista la descentraba, le robaba hondura y serenidad y perdía  la actitud mejor, que es la que supo adoptar María, eligiendo la mejor parte, que no se la quitarán Lucas 10, 38. 8. Otra vez las dos hermanas: «Marta servía» y María «tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume» (Jn 12, 1). Una expresa su amor con el servicio concreto; la otra con gestos de amor a Jesús. Una, muy práctica, prepara las comidas a Jesús y la otra, de forma más lírica y poética, perfuma a Jesús. Ambas vocacioneds son hermosas, pero ccoren un riesgo: las personas activas, pueden caer en la disipación y la ansiedad; las contemplativas, en la pereza y el ocio. Es necesario tener el corazón de María y las manos de Marta. Hay que encontrar la perfección y el equilibrio entre las dos vocaciones en la Virgen María. «María» meditaba en su corazón las palabras de Dios y estaba en silencio junto a la cruz; y como «Marta» visitar a su prima Isabel y en Caná se dio cuenta de que no había más vino. Hemos de saber servarnos algún tiempo para pararnos, para reencontrar el centro y los motivos de nuestro actuar, para entrar en nuestro ser profundo con Dios.

8 La Iglesia tiene que hacer la síntesis de las dos posturas. No excluir una en detrimento de la otra, sino integrar las dos. De la intensidad de la atención al Señor brota la iniciativa del servicio y la permanencia en él, aunque no sea gratificante. Porque sensiblemente casi siempre es menos placentero atender a Dios, que parece que no nos dice nada aunque nos pasemos la noche en oración, que dar de comer a un enfermo que nos corresponde con una sonrisa. Y seguramente es más apetecible organizar un club de muchachos agradables, que dedicar la mitad del tiempo a estar sentado a los pies del Señor como María, o estar de pie con los ojos fijos en él, como Abraham. Un esposo que trabaja toda la semana y cuando llega por la noche cansado, apenas le dice cuatro palabras a su esposa, y el viernes por la tarde le entrega el sobre abultado con el salario ganado y cree que porque ha estado enfrascado en el trabajo para la esposa ha cumplido con su deber de esposo, no se ha dado cuenta de que la atención a la persona de su esposa y al diálogo con ella es más importante. ¿Pueden estar toda la semana mirándose a los ojos? No, hay que integrar las dos actitudes. Primero, el corazón a la esposa y desde ahí, el trabajo con mayor ilusión. "Cuando estás en casa te entretienes jugando con el ordenador, y ahora salimos de paseo con los niños, y te vas a ver a tu prima", oí quejarse dolida a su esposo a una esposa, con razón.

9. Santa Teresa decía que entre los pucheros anda el Señor, pero si no se enciende por la mañana la caldera de la calefacción, estamos todo el día destemplados, pensando sólo en los pucheros. Para meter al Señor entre los pucheros, hay que cultivar su amistad. De lo contrario el Señor se va difuminando y quedando en la penumbra hasta desaparecer del horizonte, y entonces aparece la tensión, se pierde la calma y sólo cuenta el trabajo y "tantas cosas". Una Iglesia que centre más su atención en el trabajo de Dios que en la persona de Cristo, ni ha entendido el amor, ni ama de veras, y además, se agota en la esterilidad.

10. Han sido años difíciles, los pasados, para el tema de la oración. Digo el hábito de la meditación por cuanto formaba parte del horario de cada día, que no propiciaba mucho el hábito, al menos interior y de profunda convicción. En realidad no sé había hecho una pastoral pedagógica y eficaz de la oración, en todos los niveles. Fuera de una plática teórica dedicada al tema de la oración en los ejercicios espirituales anuales, ya no se trataba más. Se consideraba tema sabido. Ocurría como en la ficha de la mili: Valor: se le supone. Era asunto supuesto. Los jueves y los domingos, se oían pláticas en las que se vertían ideas. Pero nada de ejercicio personal de oración. Hablo en general; siempre, en todos los campos, hay alguna excepción que confirma la regla. De todos modos opino que se tenía conciencia de que había que hacer meditación. Quizá en los años cincuenta se mantiene, pero a la baja, esta conciencia. Y ya en los sesenta se invierten los términos: en vez de ir al sagrario, hay que ir al hermano, es mejor tomarse unas cervezas en el bar con unos muchachos, que estar un rato de rodillas ante el Señor. Y entonces comienza el rumor y la sospecha sobre la oración: es una evasión, urge el compromiso, hay que actuar ya. Se retrasaron un poco. En España siempre se retrasan los movimientos, sean del orden que sean.

11. Ese movimiento del «activismo» se había iniciado y desarrollado en los Estados Unidos de América, a finales del siglo XIX. Lo descalificó León XIII en una carta al Arzobispo de Baltimore, "Testem benevolentiae" del 22 de enero de 1899. El Papa en esa carta condena el «activismo» y acuña un nombre para designarlo: el «americanismo», y que posteriormente Pío XII convertiría en la «herejía de la acción». Aún en el año 1945 publica un libro el cardenal Speellman, Arzobispo de Nev-York, con el significativo título de «Acción ahora mismo». Vemos que por aquellas fechas España aún andaba bastante regular. En el año sesenta y dos comenzó el Concilio y, lo que se esperaba una bocanada de aire fresco en la Iglesia que vivía con las ventanas cerradas, se convirtió en un huracán, que se llevó tras de sí aquellas conciencias, ya poco sólidas, de los años cuarenta. Se ridiculizó el rezo de oraciones tan venerables y arraigadas como el Rosario, se desmantelaron trisagios, adoraciones eucarísticas, triduos de cuarenta horas, novenas, ejercicios del mes del rosario, de las almas y de mayo, todo en nombre del Concilio, que no había dicho eso, sino todo lo contrario. Había rutinas y polvo de siglos que sacudir y poner al día, pero, de ninguna manera, extinguir. Al pueblo se le quitó lo que tenía sin darle ninguna sustitución. Comenzaron a cerrarse los templos por la mañana y abrirlos sólo por la noche para la misa vespertina, y se condenó a muerte la piedad popular.

12. Pablo VI se lamentaba y decía: «Un célebre escritor de nuestro tiempo hace decir a uno de sus personajes, un cultísimo e infeliz sacerdote: "Yo había creído con demasiada facilidad que podemos dispensarnos de esta vigilancia del alma, en una palabra, de esta inspección fuerte y sutil, a la que nuestros antiguos maestros dan el bello nombre de oración"» (Bernanos, L´impost).

13. El Espíritu Santo que vela por la Iglesia va a intervenir. Ha escrito Oscar Cullman, teólogo protestante, que cuando la Iglesia deja la oración el Espíritu Santo la deja a ella. Quizá la expresión no es muy acertada, pero es gráfica e indica una situación psicológica, más que teológica, porque en realidad lo que hace el Espíritu Santo es corregir la dirección y curar el desvío. Y lo hará allí mismo donde comenzó el error. El americanismo, herejía de la acción y escape de la oración, comenzó en Estados Unidos. En  la película americana Siguiendo mi camino, protagonizada por Bing Crosby. Este encarna a un sacerdote joven que llega a una parroquia americana, y que responde con una sonrisa irónica a la pregunta del sacerdote mayor sobre si hace oración. Pues allí, en Estados Unidos, entre los universitarios, nacerá la Renovación Carismática para revalorizar la oración. Entre los laicos. Es tan vital la oración que, cuando las vocaciones de consagrados están pasando su invierno, el Espíritu Santo hace germinar la primavera en el pueblo llano, para que vengan a ser como los primeros cristianos, de quienes los paganos decían que eran «hombres que oran, y hombres que aman”.

14. Y después, o a la vez, ha hecho surgir los nuevos movimientos.: «Es evidente que nos encontramos ante una crisis bastante fuerte porque la Iglesia como institución no logra llegar a determinados sectores», ha manifestado Silvano Cola, responsable de los sacerdotes del movimiento focolar. Ya el cardenal Ratzinger dijo que, tras el Concilio Vaticano II, en lugar de una explosión de vida, hubo una helada, hasta que el Espíritu Santo volvió a soplar y crear los carismas conocidos como nuevos movimientos». El cardenal James Francis Stafford afirma que los movimientos son la vanguardia de la nueva evangelización querida por Juan Pablo II, por lo que hay que dar a los sacerdotes, que parecen presionados por la gran cantidad de dificultades, un poco de esperanza. Está cambiando el rostro de la Iglesia. Antes todo se concentraba en las diócesis y en los párrocos, ahora está naciendo en el laicado una fuente de evangelización».

15. En una reunión de superiores mayores italianos, celebrada en Collevalenza, un padre salesiano, ha dicho: «Desde hace 17 años hemos alentado una rama de vida consagrada, hemos producido chispas apagadas, no ha nacido nada. Estábamos buscando leña para nuestra chimenea, cada uno por su cuenta, pero era leña verde y no se encendía ningún fuego, y no nos hemos dado cuenta del incendio que el Espíritu Santo ha encendido con los movimientos». «El Papa ha insistido mucho en el perfil mariano, que es esencial al perfil petrino. El perfil mariano implica una vida de santidad que es esencial para cada cristiano. En términos teológicos, antes toda la estructura estaba basada en la actuación, se confiaba en los sacramentos que actúan ex opere operato, y se miraba menos a la santidad interior. El cardenal Darío Castrillón ha subrayado que hace falta santidad personal, para poder evangelizar. Vemos en los jóvenes la fe mariana, que no está en competencia con el perfil petrino. Al contrario, el perfil mariano vive por el perfil petrino, mientras que el petrino vive para la santidad del perfil mariano y no está en contradicción, no hay oposición sino unidad, pureza, maternidad y coherencia. Hay que vivir con María como ejemplo a seguir siempre».

16. Que la Eucaristía, en la que el Señor nos hospeda en su casa, y después de explicarnos las Escrituras, nos reparte su pan y su vino, alimente nuestro amor y gratitud por la salvación, haga arder nuestro corazón como a los discípulos de Emaús y lo mantega atento durante la semana, como Abraham y María que escuchan la palabra de Dios para cumplirla.

J. MARTI-BALLESTER


22. COMENTARIO 1

¿CRISTIANOS DE DOS CLASES?

Fue Orígenes, al parecer, quien introdujo en la Iglesia la famosa distinción entre los preceptos y los consejos evangéli­cos. Según ésta, los primeros obligan a los cristianos, mientras que los segundos (concretamente la pobreza, castidad y obe­diencia) ofrecen el modo de conseguir una perfección mayor dentro del cristianismo a quienes los practiquen. Tal distin­ción no concuerda demasiado con una interpretación seria del evangelio, pues monopoliza el radicalismo evangélico en prove­cho de una clase, la de los religiosos, de modo que la vía de los cristianos no religiosos sería menos perfecta, menos segura.

En el Nuevo Testamento no se habla de una clase de cre­yentes a quienes estén reservadas unas exigencias particulares que les conviertan en un grupo de 'perfectos'. El evangelio va dirigido en su totalidad a todos los cristianos; lo que Jesús exigió de un modo particular a sus discípulos, los evangelistas lo proponen como una exigencia siempre actual para todos. La distinción de Orígenes no tiene fundamento evangélico. Como tantas otras.

Y si entre los creyentes se han hecho siempre dos grupos -unos considerados más perfectos y otros menos-, también entre los religiosos, ya de suyo 'perfectos', se ha establecido una distinción entre los contemplativos (dedicados a la ora­ción) y los activos (menos dedicados a la oración que a la acción); la perfección de los primeros excede a la de los se­gundos. Nada más disparatado.

A la base de esta última afirmación está la interpretación tradicional de un texto del evangelio de Lucas que dice así: «Por el camino entró Jesús en una aldea, y una mujer de nom­bre Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llama­da María, que se sentó a los pies del Señor para escuchar sus palabras. Marta, en cambio, se distraía con el mucho trajín; hasta que se paró delante y dijo: -Señor, ¿no se te da nada de que mi hermana me deje trajinar sola? Dile que me eche una mano. Pero el Señor contestó: -Marta, Marta, andas in­quieta y nerviosa con tantas cosas: sólo una es necesaria. Sí, María ha escogido la parte mejor, y ésa no se le quitará» (Lc 10,38-42).

Marta -se decía- representa a todos aquellos cristianos seglares que viven en el mundo; María es el prototipo de los religiosos dedicados a la vida contemplativa. María, sin duda, ha escogido la parte mejor, alejándose del mundo para dedi­carse a Dios. La peor parte corresponde a todos los que tienen que andar distraídos, como Marta, con tanto trajín mundano.

Según esta interpretación, el evangelio sólo puede ser vi­vido en perfección dentro de los muros de un convento de clausura; quienes no estén en esa situación, la inmensa ma­yoría, son condenados a ser cristianos de a pie, segundones, clase de tropa. Pero, en realidad, no es así. Lo que en este evangelio se contrapone no es la acción y la contemplación, sino más bien dos modos de ser: uno, el de Marta, distraída con un activismo a ultranza, que le impide oír la palabra del Maestro, empeñada en que su hermana deje también de escu­charlo; otro, el de María, que se ha hecho discípula de Jesús («se sentó a los pies de Jesús para escuchar sus palabras»), camino seguro para poder hacer realidad «la única cosa nece­saria: buscar el reino de Dios y su justicia». Quien elige este objetivo, según Jesús, ha escogido «la parte mejor».

Lo demás, si se es religioso, contemplativo o activo, fraile o seglar, poco importa.


23. COMENTARIO 2

UNA SOLA COSA IMPORTA

¿Contemplación o acción? ¿Y quién nos obliga a elegir? Más aún, ¿es posible elegir? Ni acción sin contemplación ni escuchar el mensaje de Jesús y olvidarse de ponerlo en práctica. Esta es la única cosa importante: conocer el mensaje de Jesús y realizarlo unidos a él.


UN ALTO EN EL CAMINO

Mientras iba de camino entró también él en una aldea, y una mujer de nombre Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María...

La parábola del buen samaritano terminó con esta reco­mendación de Jesús al jurista que lo había interpelado: «Pues anda, haz tú lo mismo». Pero ese consejo era la conclusión de una parábola con la que Jesús trató de explicar una de las exigencias de la antigua alianza. ¿Era eso todo lo que tenía que decir Jesús? ¿Seguían siendo los antiguos mandamientos la norma para sus seguidores? De hecho Jesús había formula­do algunas exigencias que superaban con mucho las de la antigua religión judía (Lc 6,20-36) y que incluso las contradecían (Lc 6,1-11). ¿Cómo saber entonces qué es lo propio de la comunidad cristiana?

La escena que cuenta el evangelio de hoy se desarrolla en un escenario totalmente nuevo: una aldea en donde dos her­manas reciben y dan hospitalidad a Jesús. Nada se dice de los discípulos ni del resto de seguidores de Jesús (incluidos en el relato sólo por el uso del plural, al principio, «iban de camino»); por otro lado, a Jesús se le llama, por dos veces, el Señor. Todo esto indica que, más allá del valor histórico de esta narración, Lucas refleja la situación de la comunidad para la que escribe y pretende ofrecer un ejemplo para cual­quier comunidad: se trata de una propuesta de reflexión, un alto en el camino, para descubrir «lo verdaderamente impor­tante».


¿QUE HACER? ¿COMO ESCUCHAR?

...llamada María, que se sentó a los pies del Señor para escuchar sus palabras. Marta, en cambio, se dispersaba en múltiples tareas. Se le plantó delante y le dijo:

Señor, ¿no se te da nada que mi hermana me deje sola con el servicio? Dile que me eche una mano.



Marta y María representan dos maneras de entender el seguimiento de Jesús. Marta se dispersa en múltiples tareas, es una mujer servicial, incansable, atenta seguramente a todo lo que pudiera necesitar Jesús y cualquiera de los que iban con él. Lo que hace está seguramente bien, pero ¿qué es lo que hace? y ¿con qué criterios actúa? Podemos pensar que, puesto que no se había parado a escuchar a Jesús, su actividad no irá mucho más allá de las exigencias del Antiguo Testamen­to, y ya que no les presta mucha atención, acabará por inter­pretar las palabras de Jesús de acuerdo con las viejas tradicio­nes.

María, por el momento, no hace nada: escucha a Jesús; sólo a Jesús. Como había que hacer, según la voz del cielo que acabó con las ilusiones de Pedro (pretendía escuchar a la vez la Ley y los Profetas y el mensaje de Jesús; «Este es mi hijo, el Elegido. Escuchad/o a él. Al producirse la voz, Jesús estaba solo» (Lc 9,35-36).

El mensaje de Jesús resulta tan radicalmente nuevo que no se entenderá si no se le presta toda la atención; lo acaba­remos falseando si lo escuchamos con la atención dispersa por demasiadas preocupaciones, y se acabará adulterando si se intenta combinar con prácticas o mensajes ya superados. Por eso María «ha escogido la parte mejor, y ésa no se le quitará», dice Jesús: María se ha centrado en las palabras de Jesús, en la Buena Noticia.


SOLO UNA COSA ES NECESARIA

Lucas ni siquiera plantea en este pasaje la cuestión que, según la interpretación tradicional, se trataba en este pasaje: qué es más importante: la contemplación o la acción; porque escuchar a Jesús sólo tiene sentido si después se «pone por obra» el mensaje que se ha escuchado (Lc 8,21; 11,28). El problema es otro: qué es lo verdaderamente importante para el seguidor de Jesús, de dónde debe extraer los criterios para su vida (contemplación y acción) entera; cuál es su tarea específica. Y tampoco responde aquí, de manera completa, a esta cuestión; se limita a formular un criterio: sólo en Jesús se encuentra la respuesta; lo único importante es el mensaje de Jesús, el proyecto de Jesús, la Buena Noticia de Jesús Mesías.

No estaría de más que la comunidad cristiana hiciera un alto en el camino para ver cuáles son las fuentes de donde se nutre y el objetivo al que se dirige; no estará de más analizar si no hay una serie de preocupaciones que, aun siendo cues­tiones importantes (la moral sexual, los métodos anticoncep­tivos, el aborto, la enseñanza), nos están haciendo olvidar el proyecto global de Jesús de Nazaret: buscar que Dios reine en un mundo de hombres libres, porque son hijos, y que se quieren como hermanos (Lc 4,14-21; 6,17.20-26. 27-38; 7,36-8,3; 15,1-32).

Por supuesto que sin caer en fundamentalismos de ningún tipo, respetando la autonomía de la ciencia y de la técnica, de la filosofía y de la política; pero sabiendo que para nosotros la piedra de toque es siempre el mensaje y, sobre todo, la persona de Jesús.


24. COMENTARIO 3

MARTA Y MARIA, ¿VIDA ACTIVA Y CONTEMPLATIVA?

Cuando nos disponemos a leer la Escritura no vamos con una mente transparente. La memoria hace de las suyas. Proyec­tamos nuestro reticulado mental sobre los textos y los prejuzga­mos. ¡Oh si pudiésemos borrar de la memoria la interpretación tradicional del paradigma de «Marta y María» como dos concre­ciones complementarias, «la vida activa y la contemplativa»! ¡El plato nos lo han servido siempre así! El encabezamiento sitúa la perícopa en el «camino» que Jesús ha emprendido hacia Jeru­salén para cantar las cuarenta a la institución: «Sucedió que, mientras ellos iban de camino, también él entró en una aldea» (10,38a). Jesús (« él ») -mientras los discípulos («ellos») iban de camino- entra en una aldea («aldea» = reducto de fanatismo, símbolo de una mentalidad cerrada, donde predomina una deter­minada ideología común a todos los que habitan allí). La aldea, a diferencia de Marta y María, no lleva nombre. Se subraya así el realismo de la situación descrita a través de Marta y María, personajes reales (llevan nombre), en detrimento de una hipoté­tica concreción histórica. Sólo Jesús entra en ella. Lucas puntua­liza que algún personaje o colectividad había hecho antes algo parecido: «también él entró en una aldea». Una vez conozcamos el contenido de la perícopa, será posible identificar esta situación del pasado.

«Cierta mujer, de nombre Marta, lo recibió en su casa» (10,38b). Marta es un personaje representativo («cierta») y real («de nombre Marta»). A diferencia de los samaritanos, que no 'recibieron' a Jesús porque los discípulos los habían indispuesto con él, Marta lo 'recibe' como discípula que es. Después veremos cómo. Tiene una casa, de su propiedad («en su casa»): siendo «casa» una expresión para designar la familia, Marta domina como señora («Marta» significa en arameo «señora») la comuni­dad o familia que, conjuntamente con María ('dos' -mínima expresión comunitaria- y 'hermanas' -relaciones de intimidad y afectivas-), representa.

Por eso Lucas no ha hecho entrar a los discípulos (represen­tación masculina) en esta aldea, para describir así el grupo de Jesús desde la vertiente femenina. Tampoco aquí la comunidad será homogénea. Saber relacionar es el secreto de una comprensión más profunda.


EL LIDERAZGO DEL CELOSO OBSERVANTE

Pero Marta no tiene solamente una casa o familia en abstrac­to; tiene también una hermana: «y ésta tenía una hermana llama­da María» (10,39a). De María se precisa que «se sentó a los pies del Señor y se puso a escuchar sus palabras» (10,39b): 'sentada' como un discípulo ante el maestro, escuchando con atención el mensaje de Jesús. De Marta no se ha dicho con qué disposiciones lo ha recibido. Ahora Lucas puntualiza: «Marta, en cambio, se afanaba con todo el trajín (gr. diakonia)» (10,40a). De por sí, la diakonia, es decir, el servicio hecho a los demás, no es negativa; todo depende de cómo se haga. En el presente contexto es negativa y equivale al «trajín» de la casa, según la letra, y, según el espíritu, al «cumplimiento del deber» llevado a su máxima expresión. El acento está puesto en el hacer porque está mandado por la Ley, mientras que en el caso de María está puesto en escuchar la novedad del mensaje de Jesús. Marta está tan segura de sí misma y tan predispuesta a juzgar la conducta de los demás, como toda persona observante, que no se arredra ante la situa­ción y planta cara a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con el servicio?» (10,40b). El celo de buena cumpli­dora de la Ley la impele a involucrar al «Señor», para que ponga más interés y use de su ascendiente para hacer observar la Ley, y a que «su» hermana se deje de cuentos y la cumpla. «Dile que me eche una mano» (1 0,40c). El imperativo traiciona el ascen­diente que ella se ha arrogado sobre Jesús. En lugar del «mensa­je», ¡lo que Jesús debe inculcarle es la Ley! ¡Todo es de su posesión! Y es que la Ley despierta en el que la cumple el instinto de posesión.


LA HERENCIA DEL REINO

Jesús responde al regaño de Marta con una severa advertencia: « ¡Marta, Marta, te inquietas y te pones nerviosa por tantas cosas...! Sólo una es necesaria» (10,41-42a). Marta anda de cabeza: lo quiere dominar todo, es esclava de las muchas necesidades que crea la casa. Poniéndolo en clave legalista, Marta, que es partidaria de la observancia minuciosa de la Ley, quiere ser fiel en los más míni­mos detalles y no puede dar abasto a las múltiples imposiciones que la institución va creando. Para Jesús todo es secundario, a excepción de la escucha atenta del mensaje. El que escucha, acoge; y quien acoge el mensaje, lo acoge a él. «María, en efecto, ha escogido la parte mejor, y ésa no se le quitará» (10,42b). Marta había escogido la parte que le ofrecía más seguridades, la herencia del Antiguo Testamento compendiada en la Ley mo­saica; María -que se encontraba también en la aldea-, «la parte mejor», que nadie le podrá quitar, puesto que no se expresa en símbolos externos, como son casa, tierras, observancia le­gal, etc. Jesús, como antiguamente Josué (= Jesús, en griego), ha entrado «también él en una aldea», camino de la Tierra Pro­metida, que tiene como meta Jerusalén. Mientras Marta ha tomado posesión de la tierra («tenía una casa»), como las tribus de Rubén, Gad y la media tribu de Manasés, que heredaron territo­rios de la Transjordania (cf. Nm 32; Jos 13), María, igual que la tribu de Leví, tiene al Señor como única heredad (cf. Jos 13,14). Vive materialmente en la «aldea», pero sin comulgar en la ideología que allí predomina.


25. COMENTARIO 4

Nos encontramos con un cuadro familiar en el que Jesús visita en su casa a unos amigos suyos. Ellas, Marta y María lo reciben en su casa. Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio para atender al huésped, y Jesús la reprende porque anda inquieta "con tantas cosas". Marta no encuentra la colaboración de nadie. La hermana, en efecto, se ha sentado a los pies de Jesús y está ocupada completamente en la escucha de su palabra.

El Maestro no aprueba el afán, la agitación, la dispersión, el andar en mil direcciones "del ama de casa". ¿Cuál es, pues el error de Marta? El no entender que la llegada de Cristo significa, principalmente, la gran ocasión que no hay que perder y, por consiguiente, la necesidad de sacrificar lo urgente a lo importante.

Pero el desfase en el comportamiento de Marta resulta, sobre todo, del contraste respecto a la postura asumida por la hermana. María, frente a Jesús, elige "recibirlo"; Marta, por el contrario, toma decididamente el camino del dar, del actuar; María se coloca en el plano del ser y le da la primacía a la escucha.

Marta se precipita a "hacer" y este "hacer" no parte de una escucha atenta de la palabra de Dios, y que consiguientemente se pone en peligro de convertirse en un estéril girar en el vacío. Marta se limita, a pesar de todas sus buenas intenciones, a acoger a Jesús en casa. María lo acoge "dentro", se hace recipiente suyo. Le ofrece hospitalidad en aquel espacio interior, secreto, que ha sido dispuesto por él, y que está reservado para él. Marta ofrece a Jesús cosas, María se ofrece a sí misma.

Según el juicio de Jesús, María ha elegido inmediatamente, "la mejor parte" (que, a pesar de las apariencias, no es la más cómoda: resulta mucho más fácil moverse que "entender la palabra"). Marta, desgraciadamente, que no quiere que falte nada al huésped importante, que pretende llegar a todo, deja pasar clamorosamente "la única cosa necesaria". Marta reclama a Jesús, no sabe lo que él quiere. El problema es precisamente éste: descubrir poco a poco qué es lo que quiere Jesús de mí. Por eso es necesario parar, dejar el ir y venir y sacar tiempo para escuchar la Palabra de Jesús y comprender cuál es realmente la voluntad de Dios sobre mi vida.

COMENTARIOS

1. Jesús Peláez, La otra lectura de los evangelios II, Ciclo C, Ediciones El Almendro, Córdoba

2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Para que seáis hijos". Ciclo C. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

3. J. Mateos, Nuevo Testamento (Notas al evangelio de Juan). Ediciones Cristiandad Madrid.

4. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).