37 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XVI -
CICLO C
26-37
26. DOMINICOS 2004

Las paradojas de la misión
En pleno verano, la Palabra de Dios nos presenta la “única cosa necesaria” y la
necesidad de elegirla para nuestra vida.
Dios entra en la tienda de Abrahán y Sara y acepta la invitación de éstos.
Cristo acepta la invitación de Marta. La Iglesia es la tienda del encuentro del
Antiguo Testamento, es nuestra casa. En ella Cristo realiza su conversación
salvífica con el hombre y la mujer a través de su Palabra, de los sacramentos y
de la comunión eclesial.
Los cristianos estamos hoy ante las mismas posibilidades que tuvieron Abraham o
María de Betania: en la Iglesia podemos encontrarnos con Cristo, sentarnos a sus
pies, contemplar su rostro, escuchar su voz. La Iglesia nos acompaña en nuestro
proceso de adhesión y crecimiento en Cristo hasta que alcancemos la plenitud en
Él. Don de él acogido en nuestra escucha. También es tarea nuestra el silencio a
sus pies, no sólo el servicio. Se siente más acogido cuando le escuchamos que
cuando le ofrecemos lo que por Él creemos poder hacer.
Pero la hora del servicio llegará. Jesús lo presentó como tarea propia de sus
seguidores. María tendrá tiempo para incorporarse a él; pero en principio hay
que escuchar.
Comentario Bíblico
El Señor no pasa sin dejar huella en nuestra vida
Iª Lectura: Génesis (18,1-10): Abrahán, a la escucha de Dios
I.1. En la primera lectura nos encontramos con una de las estampas más
evocadoras de los relatos en torno al padre del pueblo de Israel, Abrahán. Es un
relato que tiene todas las connotaciones de leyenda sagrada, pero que expresa el
misterio de la vida de este personaje que todo se lo jugó apoyado en la palabra
de Dios, en su promesa de darle un tierra y una heredad. Tres personajes
aparecen a lo lejos, que son como uno, porque es uno el que al final habla al
Patriarca. Se pone en funcionamiento la sagrada ley de la hospitalidad en el
Oriente, y muy especialmente en el desierto, aunque aquí nos encontremos en
Mambré. Son varias las experiencias religiosas que Abrahán tiene en Mambré y que
han sellado el nombre y el lugar como algo religioso.
I.2. La iconografía de la tradición cristiana ortodoxa ha visto aquí el misterio
de la Trinidad, e incluso de la Eucaristía, ante los dones que ofrece Abrahán.
Todo ello se ha reproducido en un bello Icono que es de los más conocidos del
mundo. Efectivamente, se ha querido representar la visita del Señor para hacerle
la promesa de que tendrá un verdadero heredero. El paso de Dios a nuestro lado,
por nuestra vida, constantemente o en momentos puntuales, es una experiencia de
la cuál han hablado grandes y pequeños personajes de la historia de la
humanidad. Ése es el tema teológico de las lecturas de este domingo.
IIª Lectura: Colosenses (1,24-28): El misterio de Dios y su revelación
II.1. La segunda lectura pone de manifiesto que el misterio de Dios se ha
revelado a los suyos, a la Iglesia, por medio de su ministro. Es Pablo, aunque
no sea precisamente el autor de esta carta, el que se ha dedicado a contemplar
ese misterio que es Cristo, para darlo a conocer a los hombres. No se trata,
claro está, de una elección esotérica, reservada a algunos, sino que todo el que
quiera conocer a Dios lo puede hacer por medio de Cristo. Pablo subraya con
énfasis que este misterio se abre de par en par a todos los hombres y nadie está
excluido.
II.2. El “misterio de Dios” se ha hecho presente en Cristo, y de alguna manera
ha dejado ya de estar velado y de ser algo imposible para los hombres. Es verdad
que sigue siendo misterio, pero está humanizado; está humanizado en Cristo y
está humanizado en el servicio de proclamarlo a los hombres. Dios ¡misterio
escondido! No es una esencia sin entrañas, al contrario es un “personaje” que se
siente el verdadero Dios en la medida en que puede comunicarse y no guardarse
para sí su bondad. Aquí se cumple aquello del «Bonum est difusivum sui» : El
bien es de suyo difusivo. Para ello, Dios tiene a Cristo y al apóstol, para
comunicarse.
Evangelio: Lucas (10,38-42): Saber elegir lo que Dios desea
III.1. El evangelio de Lucas nos presenta a Jesús, en su camino a Jerusalén, que
hace una pausa en casa de Marta y María. Ya es sintomático que se nos describa
esta escena en la que el Señor entra en casa de unas mujeres, lo que no podía
ser bien visto en aquella sociedad judía. Pero el evangelista Lucas es el
evangelista de la mujer y pone de manifiesto aquellos aspectos que deben ser
tenidos en cuenta en la comunidad cristiana. Sin la cooperación de la mujer, el
evangelio hubiera sido excluyente. El sentido de este episodio ha dado mucho que
hablar, dependiendo del tipo de traducción que se adopte del original griego:
“una sola cosa es necesaria”, o por el contrario “pocas cosas son necesarias”,
dependiendo de los manuscritos. La primera opinión parece más coherente. Muchos
pensaron que se trataba de defender la vida contemplativa respecto de la vida
activa o apostólica. Esta es ya una vieja polémica que no tiene sentido, porque
las dos cosas, los dos aspectos, son necesarios en la vida cristiana. La opción
polémica entre la vida activa y la vida contemplativa sería empequeñecer el
mensaje de hoy, porque debemos armonizar las dos dimensiones en nuestra vida
cristiana.
III.2. Lo que Lucas subraya con énfasis es la actitud de escuchar a Jesús, al
Maestro, quien tiene lo más importante que comunicar. No quería decir Jesús que
“un solo plato basta”, como algunos han entendido, sino que María estaba
eligiendo lo mejor en ese momento que él las visita. Este episodio, todavía hoy,
nos sugiere la importancia de la escucha de la Palabra de Dios, del evangelio,
como la posibilidad alternativa a tantas cosas como se dicen, se proponen y se
hacen en este mundo. Jesús es la palabra profética, crítica, radical, que llega
a lo más hondo del corazón, para iluminar y liberar. Ya es sintomático, como
hemos apuntado antes, el detalle que Lucas quiera poner de manifiesto el sentido
del discipulado cristiano de una mujer en aquél ambiente.
III.3. Tampoco se debería juzgar que Marta es desprestigiada, ¡ni mucho menos!,
¡está llevando a cabo un servicio!, pero tiene que saber elegir. Muchas veces,
actitudes contemplativas pueden ocultar ciertos egoísmos o inactividad de
servicio que otros deben hacer por nosotros. Porque Jesús, camino de Jerusalén,
ha pasado por su lado y es posible que en su afán no supiera, como María, que
tenía que dejar huella en su vida. María se siente auténtica discípula de Jesús
y se pone a escuchar como la única cosa importante en ese momento. Y de eso se
trata, de ese ahora en que Dios, el Señor, pasa a nuestra lado, por nuestra vida
y tenemos que acostumbrarnos a elegir lo más importante: escucharle, acogerle en
lo que tiene que decir, dejando otras cosas para otros momentos. Lucas, sin
duda, privilegia a María como oyente de la palabra y eso, en este momento de
subida a Jerusalén, es casi decisivo para el evangelista. Se quiere subrayar
cómo debemos, a veces, sumergirnos en los planes de Dios. De eso es de lo
hablaba Jesús camino de Jerusalén (según Lucas) y María lo elige como la mejor
parte. Marta… no ha podido desengancharse… y ahora debiera haberlo hecho.
Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org
Pautas para la homilía
El Señor llega hasta nosotros.
El Señor viene a nuestro encuentro, gusta de nuestra compañía, de sentarse a la
mesa y compartir sus confidencias con los hombres igual que lo hacen dos amigos,
ama nuestro trato, nuestra atención, nuestra escucha.
Su presencia es origen de vida
Abraham, sentado a la puerta de su tienda, acoge la visita de Dios, se desvive
por atenderle ofreciéndole lo mejor de su hacienda. En el encuentro surge la
palabra que da vida: Dios confirma la promesa que hizo a Abraham de que nacería
de él un pueblo grande: “Sara va a tener un hijo”. Dios pasa por nuestras vidas
abriéndonos el horizonte de nuestra existencia, nos involucra en su acción
salvadora.
Jesús quiere el trato de amistad con nosotros, en nuestra casa.
El evangelio nos narra otro encuentro: Jesús se hospeda en casa de María y
Marta. Ambas lo acogen con dos disposiciones distintas: Marta lo ama desde la
acción, se multiplica en el servicio, realiza muchas tareas sin pararse a pensar
si realmente lo que ofrece es acorde a lo que el huésped desea. María, sin
embargo, no se preocupa por obsequiarle, hace silencio y sentada a sus pies le
escucha. Ante la queja de Marta, Jesús interviene: “Marta, Marta, andas inquieta
y nerviosa con tantas cosas: sólo una es necesaria. María ha escogido la parte
mejor y no se la quitarán”.
Jesús no condena la servicialidad de Marta, desea que tenga sentido.
Pues precisamente Él ha venido a servir y no a ser servido. Tampoco le reprocha
su trabajo porque “El Padre y yo estamos siempre trabajando”. Jesús acentúa
simplemente que el servicio que no se inicia en la escucha de Dios, no
fructificará, se convertirá en una acción estéril, sin efectividad. Para que
nuestro obrar tenga peso ha de confirmarse siempre en la oración, en la escucha
de la Palabra, en el encuentro con el Señor.
Jesús propone un trabajo espiritual y duradero, una nueva mentalidad.
Quiere darnos a conocer el misterio de Dios, su gloria, su riqueza. Sentados a
sus pies nos enseña los recursos de la sabiduría para que lleguemos a la madurez
de Cristo, a tener la mente de Cristo, la mente de Dios.
María lo entiende.
María, la amiga de Jesús, realiza una experiencia religiosa sosegada y sin
prisas. Su actitud de escucha y comprensión de lo que Jesús dice la mueve a
implicarse con todo su ser a vivir, con toda libertad, lo que comprende. Se
dispone a ver el mundo con los ojos de Cristo, con la sabiduría divina. Sentada
a sus pies toda su persona se adhiere y se inserta en Cristo.
Sor María Pilar Soler, O.P.
Monjas de Orihuela
orihueladominicas@alfaexpress.net
27.
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Antonio Izquierdo
Nexo entre las lecturas
La primera lectura y el Evangelio hablan claramente de la hospitalidad. Se nos
habla de Abrahán que, en plena canícula, ofrece un hospedaje espléndido a tres
misteriosos personajes. Se nos habla de Marta de Betania que acoge a Jesús y a
sus discípulos en su casa, y de María, su hermana, que acoge como discípula
atenta la palabra de Jesús en su corazón. El texto de la carta a los colosenses
presenta a Pablo que hospeda en su cuerpo y en su alma al Cristo Crucificado
para completar las tribulaciones de Cristo en su cuerpo, que es la Iglesia.
Mensaje doctrinal
1. Hospitalidad y bendición. Es sabido que la hospitalidad era, entre los
nómadas, la virtud por excelencia. En cierta manera, gozaba de un cierto
carácter sagrado e inviolable, digno del máximo respeto. El relato de la primera
lectura narra la hospitalidad de Abrahán para con tres personajes algo
misteriosos, pero se trata de una hospitalidad que va acompañada de una
bendición sorprendente y a contrapelo de las leyes naturales. Llama la atención
en este texto el hecho de que Abrahán se dirige a los tres personajes en
singular: "Señor mío, si te he caído en gracia, no pases de largo cerca de tu
servidor". Para Abrahán esos personajes son mensajeros (ángeles) de Dios, que
vienen a anunciarle algo de parte de Yahvé. La narración tiene, por tanto, visos
de ser una teofanía, en la que Abrahán acoge y hospeda generosa y gozosamente a
Dios bajo el rostro de tres delegados suyos. El mensaje de Dios no se hace
esperar, y es de bendición: "Volveré sin falta a ti pasado el tiempo de un
embarazo, y para entonces tu mujer Sara tendrá un hijo". ¿Qué otra mejor
bendición podría esperar Abrahán que la descendencia, que hasta ahora le había
sido negada por la esterilidad de su mujer? Ahora se le pide a Abrahán acoger
sin titubeos, con absoluta confianza, esta bendición de Dios. Y Abrahán acogió
de nuevo esta palabra de bendición y Dios le dio un hijo en su vejez. Hospedar
generosamente el misterio de Dios, hospedar confiadamente su palabra y,
consiguientemente, tener la seguridad de que Dios bendecirá nuestra existencia.
2. Dos formas de hospedar al amigo. Estas dos formas están representadas
por Marta y María. Son dos formas igualmente buenas y necesarias, aunque la
segunda sea preferible a la primera. Marta hospeda a Jesús y a sus discípulos en
su casa. De esta manera, les muestra primeramente su aprecio y amistad, les
protege además del calor ardiente del desierto que acaban de atravesar para
llegar hasta Betania, y les da de beber y comer para reparar sus fuerzas,
gastadas por la larga y fatigosa caminata. María hospeda a Jesús escuchando su
palabra, sentada a sus pies, como una discípula entusiasta que no quiere
perderse ni una jota de las enseñanzas del Maestro. Este hospedaje interior,
espiritualmente activo, es estimado por Jesús de más valor que el hospedaje
externo, centrado en la preparación de la mesa para una comida de hospitalidad.
Por eso Jesús le dice a Marta: "Marta, Marta, te preocupas y te agitas por
muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola". Jesús en modo
alguno desprecia la hospitalidad de Marta, la considera valiosa. Pero a la vez
le recuerda que hay otra hospitalidad más importante e, indirectamente, invita a
Marta a dársela. Es como si Jesús dijera a su anfitriona: "Mira, Marta, prepara
cualquier cosita, y luego ven a sentarte junto a María y a escuchar como ella mi
palabra". Dos formas de hospedar al amigo, de distinto valor, aunque las dos
sean necesarias.
3. Pablo, anfitrión del Crucificado. María ha hospedado la palabra de
Jesús. Pablo hospeda la cruz de Jesús, o mejor, a un crucificado. "Completo lo
que falta a las tribulaciones de Cristo". Aunque el huésped sea un crucificado,
Pablo no se espanta ni se angustia, lo acoge con alegría porque sabe por
experiencia que en Cristo crucificado está la esperanza de la gloria para él y
para todos los cristianos. Para Pablo no es un huésped obligado, molesto, sino
la razón de su existir y de su misión. Dirá: "Estoy crucificado con Cristo. Vivo
yo, pero ya no soy yo quien vivo, es Cristo quien vive en mí". Marta acoge en su
casa al amigo bueno y sumamente apreciado, María acoge al Maestro que tiene
palabras de vida, Pablo hospeda al Redentor, a quien con su pasión, muerte y
resurrección redime al hombre de sus pecados, lo salva de sí mismo. La
hospitalidad de Pablo culmina, como en el caso de Abrahán, en bendición, en la
bendición suprema.
Sugerencias pastorales
1. Hospitalidad hacia los emigrantes. Hoy la palabra hospitalidad puede
traducirse por solidaridad. El cristianismo nos enseña que todos somos hermanos,
y por ello todos hemos de ser solidarios unos de otros. Porque no hemos de
olvidar que la solidaridad es recíproca. El anfitrión se muestra solidario
acogiendo al huésped, y éste hace patente su solidaridad acogiendo con
agradecimiento y respeto la hospitalidad que se le brinda. En definitiva, el
anfitrión acoge a Cristo en el huésped y éste acoge a Cristo en el anfitrión.
Todo esto resulta de gran actualidad ante el problema no pequeño ni fácil de los
emigrantes que, como oleadas constantes, llegan sobre todo a los países de
Europa y de América. Ellos son nuestros hermanos en Cristo o, al menos, en
humanidad, y por eso hemos de respetarles y acogerlos. Ellos, por su parte, no
han de olvidar que nosotros somos sus hermanos, a quienes deben respeto y
acogida en su corazón. ¿Cómo no pensar que, tras la pantalla de la emigración,
se esconde en ocasiones la microcriminalidad, la mafia de emigrantes
clandestinos, la importación ilícita de tabaco y de droga, la mafia inhumana de
secuestro de niños para vender sus órganos o el engaño de jovencitas que serán
llevadas a diversos países de Europa y vendidas a la prostitución? Cuando el
respeto mutuo falla, no se debe exasperar ni generalizar, dejándose caer en el
racismo o el odio a todos los extranjeros, pero la autoridad pública deberá
intervenir y, cuando sea necesario, expulsar a los delincuentes. La hospitalidad
tiene sus reglas humanas y cristianas, y todos hemos de cumplirlas con
fidelidad, para que la convivencia sea provechosa para todos.
2. Hospedar a Quien nos ha hospedado. Pienso que es importante el que
tomemos conciencia de que nosotros somos huéspedes. Al venir a la vida hemos
sido hospedados por Dios, autor de la misma, en esta gran casa que es la tierra;
sí, porque toda la tierra es la casa de Dios para todo hombre que viene a este
mundo. Hemos sido hospedados con cariño en una familia: nuestros padres y
hermanos, nuestros abuelos, nuestros tíos...Hemos sido hospedados en una
sociedad, en una nación, en una cultura, en una institución política,
educativa...Y sobre todo hemos sido hospedados por Dios en la Iglesia, la casa
que Dios nos ha regalado a los creyentes en Cristo. La reciprocidad nos obliga.
Hemos de hospedar a quien nos ha hospedado, sobre todo al Huésped por excelencia
que es Dios Nuestro Señor. Hemos de dar el debido respeto al Huésped en nuestras
palabras. El blasfemar, el jurar en vano, el negar a Dios rompe las reglas del
respeto debido. Hemos de dar el debido respeto a Dios en la Iglesia, ante el
Santísimo Sacramento. Un respeto que se traduce en conciencia de la presencia de
Dios en la Eucaristía, en adoración humilde y agradecida, en el reconocimiento
práctico del carácter sagrado de la Iglesia, etc.
28. CLARETIANOS 2004
"Hospitalidad": la virtud en tiempos de
globalización
Este domingo nos confronta con un tema de especialísima importancia. Estamos en
tiempos de globalización, de innumerables inmigraciones y emigraciones. La
virtud más importante para tiempos como éste es: la hospitalidad.
La hospitalidad nos habla de las relaciones que se
establecen entre el huésped y su anfitrión. Esas relaciones conllevan
obligaciones y responsabilidades. El huésped y el anfitrión existen en su mutua
relación: no existe el uno sin el otro.
El huésped es un ausente que en cualquier momento
puede hacerse presente y reivindicar su derecho de hospitalidad. Allí donde vige
la hospitalidad, el ausente tiene derechos ante el anfitrión (ser acogido) y el
anfitrión -todavía no constituido en cuanto tal- tiene deberes respecto al
huesped que se le acerca (acogerlo).
No es fácil descubrir el motivo de la hospitalidad en los seres humanos, o tal
vez los complejos motivos que la hacen surgir en distintos pueblos y culturas.
Pero, en todo caso, la relación de hospitalidad no es mecánica, ya que el
huésped puede irse o el anfitrión puede retirar su acogida; pero tampoco es
arbitraria, dado que el anfritrión se siente moralmente obligado a recibir a un
huésped, aunque sea inoportuno.
La característica fundamental de la hospitalidad
es la acogida y el reconocimiento del huésped por parte del anfitrión. Huésped
puede ser cualquier persona; reconocerla como huésped supone dar un paso muy
importante hacia el reconocimiento de todos los seres humanos como huéspedes
virtuales. En muchas culturas se prohibe preguntar al huésped por su procedencia
o su nombre, como si fuera una representación simbólica del ausente. Se acoge al
extraño, al otro, que no pertenece a "los míos".
La hospitalidad es virtualmente sagrada. En no
pocos pueblos se siente que ese "otro" que es el huésped está revestido de
misterio. Una cierta sacralidad lo envuelve. El huésped puede ser un dios. El
hospedaje de los dioses es un tema que aparece muchas veces en la mitología
griega, en la Biblia y en la tradición de muy diversas culturas. Los dioses, se
dice, asumen frecuentemente formas irreconocibles y piden ayuda a los humanos.
La carta a los Hebreos dice que algunos habían hospedado ángeles sin saberlo (Heb
13,2). De este modo se sanciona religiosamente el derecho de hospitalidad: con
los extraños hay que comportarse como si de la visita de un Dios se tratara.
El gran patriarca Abraham concentró en sí mismo uno de los valores más
llamativos del pueblo de Dios: la hospitalidad.
Tres personajes misteriosos se le acercaron en lo
más caluroso del día. En el momento del sopor. Cuando a uno menos le apetece ser
molestado. Sin embargo, Abraham hace gala de su capacidad de acogida. Acudió a
la puerta de la tienda para recibirlos, se postró en tierra, suplicó a los
visitantes, o al visitante, que no pasara de largo.
Les ofreció toda su hospitalidad. Se sentía
agraciado por poder hospedar a aquellos visitantes imprevistos.
La insistencia de Abraham resulta llamativa, en un
contexto cultural como el nuestro, en que buscamos cualquier excusa para
librarnos de quienes nos resultan visitantes inoportunos.
Detrás de cada visitante está Dios, está su
Misterio. Acoger a cualquier persona es acoger al mismo Dios.
No solo vino Dios a visitar a Abraham. Hay algo mucho más misterioso todavía.
Dios nos ha enviado a su Hijo. Jesús de Nazaret nos visitó. Vivió entre
nosotros.
Pero hay un misterio, todavía más sublime. El
mismo Jesús, muerto y resucitado está en medio de nosotros, vive con nosotros.
Su cielo es la tierra, es la comunidad humana.
La encarnación lo ha ligado definitivamente a la
humanidad, al destino de todos y cada uno de los seres humanos.
Pero esta Presencia, que el autor de Colesenses
define como "el Misterio", ha de ser acogida. Solo manifiesta todas sus
virtualidades en aquellos que saben acogerla, con actitud de inmensa
hospitalidad.
A quienes acogen la Palabra de Dios, el mismo Dios
los regenera, los hace nacer de nuevo, los convierte en nueva creación.
Marta recibió a Jesús en su cara. Marta era mayor que María y la anfitriona.
Jesús le reprocha con ternura: "¡Marta, Marta!" Y Jesús pone en contraste el
frenesí de Marta con la paz de su hermana María que está a sus pies escuchando.
Lo que María - discípula a los pies de Jesús está
haciendo es "lo único necesario". Adopta la actitud del discípulo. Así estaba
Pablo ante Gamaliel, su maestro (Hech 22,3: "instruido a los pies de Gamaliel").
María ha escogido la mejor parte que no le será arrebatada por las convenciones
sociales o religiosas.
Jesús no deja que Marta prive a María de su elección. Incluso invita a Marta a
hacer lo mismo. Marta pensaba que ella era la anfitriona y Jesús el huésped.
Pero "¿quién es mayor, el que está a la mesa o el que sirve? Pues yo estoy entre
vosotros como el que sirve" (Lc 22,27).
Jesús le dice a Marta que las obras de caridad u
hospitalidad han de ser consecuencia de la escucha de la Palabra. Escuchar la
Palabra fructifica en acciones de caridad y generosidad. La hospitalidad
convencional tiene unos límites. Hay una hospitalidad profunda, honda, que nace
de la escucha de la Palabra de Dios.
De hecho, Marta aprendió la lección. El cuarto
evangelio nos dice que cuando murió Lázaro Marta salió a recibir a Jesús fuera
del pueblo de Betania. El diálogo entre ambos es preciosísimo. Marta se revela
como una excelente discípula de Jesús que ha comprendido de verdad su misterio.
Es, de hecho, la mujer que confiesa por primera vez: "SJ que eres el Mesías, el
Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo".
JOSÉ CRISTO REY GARCÍA PAREDES
29.
Contemplativos en acción
Marta querida, imprescindible Marta: por favor sigue haciendo lo que haces con
tanto amor. Y para hacerlo mejor, imponte una pausa creativa, un respiro del
corazón, el minuto vital para escuchar a Dios.
Raúl Hasbún, Presbítero
La vida contemplativa ¿es más perfecta que la vida activa? Quienes se
enclaustran para dedicarse a la oración ¿son objetivamente mejores y
subjetivamente más felices que quienes surcan los anchos espacios del quehacer
misionero?
El episodio de Marta y María, recordado en el
Evangelio de hoy, ha servido de fundamento para estas preguntas clásicas en la
historia de la espiritualidad. Algunas precisiones podrán ayudarnos a su mejor
inteligencia.
Orar es una forma de obrar. Con razón se dice
"hacer oración". El orante empeña, en su quehacer, la totalidad de sus
facultades. Impone disciplina a su cuerpo y a su mente. Se recoge, concentra,
escucha, imagina, reflexiona, interpela, espera, gime, se alegra. Pocos trabajos
requieren tal sumatoria de energía y tanta capacidad, activa y pasiva, de
absorción.
La oración es un oficio. En los monasterios se canta
diariamente el "Oficio divino" : también lo recitamos quienes
vivimos apostólicamente en el mundo.
Si por trabajo se entiende una actividad
específicamente humana que provoca una trasmutación e incorpora una plusvalía,
la oración califica como trabajo de principal categoría, desde que por ella el
orante se trasmuta él mismo y reinfunde vital valor a las personas o situaciones
por las que ora.
La oración logra frutos que suelen estar fuera del
alcance del mejor trabajo apostólico, y tiene decisiva responsabilidad en que
esos trabajos apostólicos produzcan el fruto esperado. Es de perfecta
congruencia que una enclaustrada carmelita, Teresita de Lisieux, sea Patrona de
las Misiones. Y es de cotidiana experiencia lo que la divina Revelación enseña :
"Sin Mí, nada podéis hacer. Todo lo puedo en Aquel que me conforta".
Complementariamente, toda obra de apostolado
conlleva una esencial dimensión contemplativa. El apóstol que enseña tendrá
fruto en la medida en que sus discípulos y ovejas lo vean a él como encarnación
de quien ha venido a servir, a lavar los pies, a llamar a cada una por su
nombre, a dar la vida por los que le han sido confiados.
El apóstol que hace obras de misericordia ve a
Cristo en la persona del que sufre necesidad vital. Camilo de Lelis se
emocionaba y enternecía a la sola vista de los enfermos, y reconocía en ellos la
presencia de Cristo con tal realismo, que mientras les daba de comer les pedía
su gracia y el perdón de los pecados.
Esta capacidad de ver a Dios (de eso se trata la
vida contemplativa) en la persona del pobre (de ellos se trata en la vida
activa) sobresale en grandes misioneros como la beata Teresa de Calcuta y
nuestro beato Alberto Hurtado. Ellos veían a Cristo en sus pobres y al servirlos
con amor, oraban. Orar es conversar con Dios.
Volvamos a Marta y María. ¿Hizo, Marta, algo
diferente de aquello que será nuestro test para el cielo: dar de comer y beber a
Cristo, alojar a Cristo?
No son pocas las madres que se angustian o
abochornan con este episodio evangélico, en que suelen ver retratadas sus prisas
y urgencias por sacar adelante la ímproba tarea de ordenar la casa con sus poco
disciplinados y habitualmente hambrientos moradores. Entonces ¿qué? ¿Será más
laudable despreocuparse de ellos y dedicarse a leer la Biblia o escuchar bellos
sermones sobre la caridad? Y si las Martas de hoy hicieran tal cosa ¿no se las
censuraría con acritud por refugiarse en una espiritualidad ritualista y
desconocer el corazón de toda espiritualidad, que es el amor nuestro de cada
día?
Tranquila, Marta, tranquila. No te están reprochando
falta de amor. El que prometió no dejar sin recompensa a quien ofrece un vaso de
agua fresca al peregrino y profeta ¿dejará de prepararte mansión en el cielo a
ti, que le ofreciste tu casa y alimento en la tierra? Tranquila. El sólo quiso
verte más despejada, más trasparente del gozo que del agobio de servir, más rica
en el silencio de la escucha que en la aceleración de tareas, más consciente de
la prioridad de las personas sobre las cosas bien hechas. En el cielo, que bien
te ganaste con tu amorosa hospitalidad, no tendrás que preparar y servir comida.
Tu ocupación será ver a Cristo, disfrutar a Cristo. María, tu hermana, lo intuyó
mejor que tú. Sentada a los pies de Jesucristo, ella anticipaba en Betania el
gozo del cielo. No es que ella sea mejor que tú: sólo escogió la parte mejor, la
que ni siquiera la muerte le podría arrebatar.
Marta querida, imprescindible Marta: por favor
sigue haciendo lo que haces con tanto amor. Y para hacerlo mejor, imponte una
pausa creativa, un respiro del corazón, el minuto vital para escuchar a Dios.
Entonces retomarás la aspiradora y la sartén como signos de purificación y
alimento interior, y harás del orden y pulcritud del hogar un espejo de la paz
de tu corazón.
30. I. V. E. 2004
COMENTARIOS GENERALES
Génesis 18, 1-10:
En la Historia Salvífica adquiere grande relieve esta Teofanía de Mambré; el N.T.
alude con frecuencia a ella y acentúa sus valores morales y teológicos. Notemos
estos más principales:
- La hospitalidad con que acoge Abraham a los viajeros: “No olvidéis practicar
la hospitalidad. Por ella hubo quien, sin saberlo, hospedó ángeles” (Hebreos
13,1). Una hospitalidad que va en busca del peregrino y le impele a aceptar
cobijo y mesa: “Señor, no pases de largo” (vv. 3-4; Rom 12,13).
-El Señor, que nunca se deja ganar en generosidad, da en premio al Patriarca el
mejor regalo: la Promesa de un Hijo; Sara, esposa estéril y anciana, va a dar al
ya anciano Abraham un hijo.
-La fe del gran Patriarca queda así enaltecida por San Pablo en la Carta a los
Romanos: “Abraham esperó contra toda esperanza. No desfalleció en su fe al
advertir su cuerpo ya sin vigor (contaba ya cerca de cien años) y amortecido el
seno de Sara. Ante la Promesa de Dios no titubeó por la incredulidad, sino que
se vigorizó con la fe, y dio gloria a Dios; plenamente persuadido se que cuanto
promete, poderoso es también para cumplirlo”(Rom 4,18-21). Y todavía debe
superar la fe de Abraham otra más dura tentación cuando Dios le pide el
sacrificio de aquel hijo –heredero. El Patriarca de la fe “creyó a Dios, que da
vida a los muertos y llama a existir a aquello que no existe” (Rom 4,17). San
Pablo ve tipificado el N. T. en estos hechos de la vida de Abraham: Los hijos de
Dios nacerán de la fe: “A cuantos creen en su Nombre les dio el poder de llegar
a ser hijos de Dios” (Jn. 1,12). En esta fe nos precedió típicamente Abraham; y
por eso “Es padre de todos los creyentes” (Rom 4,11).
Colosenses 1,24-28:
Llegó ya la plenitud de cuanto se “prometió” a Abraham: nuestro nacimiento de
hijos de Dios en Cristo. Al adherirnos por la fe a Cristo Hijo de Dios nos hace
Éste partícipes de su filiación. San Pablo llama a este plan divino: “Misterio
de Dios”. Pablo se siente muy vinculado a este Misterio.
-Es el heraldo y anunciador del Misterio: “Dios me ha confiado el ministerio de
anunciar entre vosotros y poner a plena luz el Misterio guardado oculto desde el
origen de los siglos por todas las generaciones y manifestado ahora a sus
santos” (26-27).
-Ha sido escogido como instrumento no sólo para anunciarlo, sino para
realizarlo. El Misterio lo resumen en ésta expresión: “Cristo en vosotros” y
“vosotros en Cristo” (27-28). Todos judíos y gentiles, están llamados a formar
en Cristo la familia de los hijos de Dios. Misión o ministerio de Pablo es
lograr que sean “todos perfectos en Cristo”. A una mayor inserción por la fe en
Cristo responde una mayor participación en su filiación: de su vida divina.
-La teología y la mística han valorizado siempre grandemente el v 24; en él
Pablo nos habla de un complemento que presta a la Pasión de Cristo, con los
sufrimientos suyos personales, a favor del Cuerpo de Cristo, la Iglesia. Ya todo
cristiano queda asociado a la Pasión de Cristo por el hecho de ser miembro de su
Cuerpo Místico (Mt 24,8: Hch 14,22). Y con ello la Pasión de Cristo se continúa
y se completa. Se continúa por cuanto ahora Cristo sufre en sus miembros; se
completa por cuanto así los miembros adquieren la configuración con la Cabeza,
Cristo Crucificado. Pero el Apóstol tiene una vocación salvífica-redentora. Su
vocación le asimila a Cristo Redentor. Y por tal motivo ha de aportar en su
ministerio no sólo la predicación sino también la crucifixión. Por eso la gloria
de Pablo son los sufrimientos tolerados a favor de la Iglesia (2Cor 4,7-12;
12,12). Y a los Gálatas les escribe: “Lejos de mí gloriarme sino en la cruz de
Nuestro Señor Jesucristo... Yo traigo las marcas de Cristo en mi cuerpo” (Gal
6,17). A todo cristiano, pues, le cumple entrar a la parte con Cristo en su
Pasión; pero al Apóstol le cabe un lote más rico de sufrimiento, por cuanto debe
configurarse a Cristo Redentor.
Lucas 10,38-42:
El pasaje del Evangelio nos ofrece las más ricas enseñanzas. En un clima de
hospitalidad como en la primera lectura; pero ahora el hospedado y el obsequiado
es el mismo Jesús:
-Jesús, en su peregrinar, halló hogares generosos. Recordemos el de Zaqueo. Y el
de la familia de Betania. Jesús aceptaba el hospedaje y lo premiaba: “Da Jesús
manjar espiritual a quienes le invitan como comensal” (Jer in Mt 9). Aquí María
de Betania, a los pies del Maestro, se alimenta ávidamente de su Palabra la fe y
adhesión al Mensaje de Cristo es abrirle el corazón y hospedarle: “Por la fe
mora Cristo en vuestros corazones” (Ef 3,16).
-En el aviso que Jesús hace a Marta quiérele enseñar cómo el mejor servicio que
podemos hacerle es escuchar, aceptar, meditar, penetrar, asimilar, vivir su
Palabra. Este elogio hace Lucas de María: “María conservaba todo esto y lo
profundizaba en su Corazón” (2,19). Por esto es declarada dichosa por escuchar y
guardar la Palabra de Dios (Lc 11,28). La hermana de Marta merece los elogios de
Jesús porque el mejor obsequio que podemos prestar al Maestro es la fe: la
adhesión cordial a su Persona; la aceptación plena, consciente y amorosa de su
Mensaje.
-San Pablo verá reflejada en la virginidad esta actitud de María de Betania. La
virginidad, libre de toda distracción, “se preocupa sólo de las cosas del Señor”
(1Cor 7,34), en tanto que los que se casan “se preocupan de las del mundo; y
andan con desasosiego: divididos” (1Cor 7,33). Quien escoge esta total entrega a
la Persona y a la Palabra de Cristo, en virginidad y en apostolado, escoge, sin
duda, la mejor parte; que nunca le será quitada (Lc 10,42).
CARD. D. ISIDRO GOMA Y TOMAS
Marta y María
Y aconteció que, como fuesen de camino, entró Jesús en una aldea; y una mujer
que se llamaba Marta lo recibió en su casa. Y ésta tenía una hermana llamada
María, la cual, también sentada a los pies del Señor, oía su palabra. Mientras
que Marta estaba muy afanada en los quehaceres de la casa; la cual se presentó y
dijo: Señor, ¿no reparas en que mi hermana me ha dejado sola para servir? Dile,
pues, que me ayude. Y el Señor le respondió, y dijo: Marta, Marta, muy cuidadosa
estás, y por muchas cosas te acongojas. En verdad, una sola cosa es necesaria.
María ha escogido la mejor parte, que no le será quitada.
Explicación.- Júntase admirablemente esta lección con la anterior; en aquélla se
resuelve en tesis cuál sea la manera de lograr la vida eterna, a saber, amando a
Dios y al prójimo; en ésta se nos ofrece, en las dos hermanas, un admirable
ejemplo de lo uno y de lo otro; Marta es el modelo de amor al prójimo; María lo
es del amor a Dios. El hecho tiene lugar en Betania, en la Judea (Ioh. 11,1), a
tres kilómetros escasos de Jerusalén, adonde se dirigía Jesús para la fiesta de
la Dedicación.
Y aconteció que como fuesen de camino, entró Jesús en una aldea: Juan la llama
castillo o granja; Y una mujer que se llamaba marta lo recibió en su casa: la
franqueza con que tratan a Jesús las dos hermanas hace suponer que no era ésta
la primera vez que se hospedaba en la casa; Marta se presenta aquí como la
hermana mayor y dueña de la casa. Y ésta tenía una hermana llamada María, la
cual, también sentada a los pies del Señor, oía su palabra: le escuchaba sentada
como discípula, ávida de absorber espiritualmente la celestial doctrina de
Jesús; y estaba “también” sentada, porque quizá la acompañaban otras mujeres, o
cuidaba d la casa y acudía cuando podía a los pies de Jesús, o “también” acogía
al divino huésped, aunque a su manera. Marta, en cambio, agitábase de aquí para
allá, atraída por toda suerte de cuidados con que honrar debidamente a Jesús,
especialmente en disponer la cena para él y sus discípulos: Mientras que Marta
estaba muy afanada en los quehaceres de la casa.
El temor de que no pudiese atender a todo en sus cuidados, la hizo pararse
bruscamente delante de Jesús, par quejarse ante él lo que creía desidia de su
hermana: La cual se presentó, y dijo: Señor, ¿no reparas en que mi hermana me ha
dejado sola para servir? La queja va contra la hermana; la apelación, al
huésped: si no se lo manda Jesús, María no se moverá de sus pies: Dile, pues,
que me ayude. La descripción de la psicología de las dos hermanas está tratada
de mano maestra: es breve, delicada, luminosa.
Y el Señor le respondió, con una frase que encierra todo un programa de vida y
que es la concreción del sumo equilibrio del Cristianismo en el orden del obrar,
y dijo: Marta, Marta...; la repetición del nombre es signo de afecto y
admonición sobre un punto grave: muy cuidadosa estás, y por muchas cosas te
acongojas: es la preocupación del espíritu y la agitación exterior por la
multitud y nimiedad de los detalles en la preparación del hospedaje. Hacía Marta
cosa laudable en sí, pero se excedía en el modo. Jesús la llama al justo medio,
contraponiendo a la de Marta la conducta de su hermana: En verdad, una sola cosa
es necesaria: no hay absoluta precisión más que de un solo objetivo. Cuál sea
éste, lo indica Jesús: María ha escogido la mejor parte: debemos cuidar de las
cosas de la vida, pero antes que todo, de la vida del espíritu, de nutrir el
alma con la buena doctrina, fundamento del bien vivir. Tú has obrado bien,
aunque te has excedido en lo exterior; María ha elegido lo mejor, porque con
toda su alma se ha adherido a mí, y ha bebido a sorbos la ciencia del espíritu;
esto durará siempre, que no le será quitada esta parte o suerte de vida que ha
escogido, porque la vida bienaventurada es vida completamente de espíritu, de
contemplación y de amor. Estas palabras de Jesús han producido en su Iglesia
estas dos grandes manifestaciones de la vida: la contemplación y la acción;
aquella es superior a ésta.
Lecciones morales.
A) v. 38.- Marta lo recibió en su casa.- Le recibió, dice San Agustín, como
suelen recibirse los peregrinos: pero aquí era la sierva, que recibía al Señor;
la enferma, al Salvador; la criatura al Creador. Ni digamos: “Felices los que
pudieron hospedar en su propia casa a Cristo”; no nos lamentemos por ello,
cuando él mismo nos dice: “Lo que hiciereis a uno de estos pequeños, a mí lo
habéis hecho” (Mt. 5, 40). Y ¿por ventura no tenemos la dicha de poder recibirle
cuando queramos personalmente, como Marta, en la Sagrada Comunión, en la
propísima casa de nuestro pecho?
B) v. 39.- María..., sentada a los pies del Señor, oía su palabra. No estaba
sentada solamente cerca de Jesús, sino a los mismos pies del Señor, dice el
Crisóstomo; con lo se significa la diligencia, la asiduidad, la atención a lo
que dice, y la profunda reverencia que tiene para con el Señor. Porque, dice San
Agustín, cuanto más humildemente se sentaba a los pies de Jesús, tanto más se
empapaba su alma de la doctrina del divino Maestro: como las aguas, que no se
detienen en los montes y collados, sino que bañan y fecundan la humildad de las
llanuras.
C) v. 41.-Por muchas cosas te acongojas.- ¡Cuántos son los hombres que se
acongojan por demasiadas cosas! Se cuida de lo que tiene; se sufre por aquello
que se carece; se busca con afán pábulo para todas las potencias, objetivo para
todas las direcciones de la vida. Y ésta se distiende: y vienen las inquietudes
y las congojas. Es que la mayor parte de las vidas tienen poco nervio
espiritual: un pensamiento y una voluntad es lo que da fijeza, estabilidad,
descanso a la vida, que gira toda con regularidad alrededor de un solo árbol
maestro. Cuando, por el contrario, hay en nuestra vida lo que podríamos llamar
multiplicidad de centros periféricos, cada uno reclama una porción de las
energías de la vida, lo que engendra la agitación estéril, el cansancio, el
desasosiego. ¡Abundan más las Martas que las Marías; y aún ojalá que los
simbolizados por Marta se ocupasen, como ella, en útiles y santos ministerios!
D) v. 42.-María ha escogido la mejor parte...- ¿Querrá esto decir que debemos
ser todos unos contemplativos, abismándonos en el estudio de las cosas de Dios,
olvidados del mundo que nos rodea? No: Jesús, dice San Agustín, no reprende a
Marta; sólo señala diferencia de ministerios. Hay vocaciones a un estado
superior de contemplación. Que no digan los activos que los que contemplan no
trabajan; trabajan mejor que ellos, si contemplan mejor. De aquí la importancia
suma que a la vida contemplativa dio siempre la Iglesia. Pero cuando debe
prevalecer la acción, entonces la misma Iglesia es la que orienta la actividad
de sus hijos en este sentido. Este criterio ha hecho que surgieran en el campo
de la Iglesia, en días de lucha con el enemigo, esta pléyade de hombres, de
instituciones, que tienen por lema unir la acción a la contemplación. Hacen a la
vez la obra de Marta y María.
(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio explicado, t. II, Ed. Acervo,
Barcelona, 1967, 109-112)
P. JUAN DE MALDONADO
Las dos hermanas
Sucedió que mientras iba caminando.- Durante su viaje hacia Jerusalén (...).
Entró en cierta aldea.- En la casa de Marta y María, hermanas de Lázaro (Jn 11,
1) (...).
Y cierta mujer llamada Marta.- (...) Nacía, sin duda, aquella gran preocupación
suya de preparar las cosas necesarias para el divino Huésped, de ser ella la que
lo hospedaba y tener, por tanto, el cuidado de que no le faltase nada.
Tenía ésta una hermana llamada María.- (...) Antepone María a Marta por ser más
conocida por haber lavado y ungido los pies del Señor, como añade el mismo San
Juan (v. 2): María es la que ungió con ungüento los pies del Señor y los enjugó
con sus cabellos.
La cual sentada a los pies del Señor.- No se ve claro que fuerza especial pueda
tener la partícula etiam. Según algunos, quiere decir: Sentada como suelen
también las otras mujeres. Pero no se habla aquí de dos, Marta y María, ni es
verosímil que hubiera más en la casa, si no es algunas criadas, las cuales no es
de creer que estuviesen sentadas, sino sirviendo. Otros dicen que “también se
sentó”, esto es, no sólo estando de pie y como si hiciese otra cosa, sino
sentada, sin más ocupación que oír y contemplar lo que decía Jesucristo. No me
desagrada esta interpretación, pero me parece que podemos buscar otra más
acomodada al intento de la narración, a saber, para indicar que no sólo estaba
ella ajena al trajín de Marta por preparar las cosas necesarias, sino que,
olvidada de todo otro cuidado, se había sentado a los pies del Señor para
escuchar allí con más facilidad las palabras del mismo. O que también se sentó
como estaba también sentado Cristo, con la diferencia de estar a sus pies, en
lugar más bajo, en actitud de mujer y de discípula.
Debe considerar el lector la ocupación de Cristo y de María en este lugar:
Cristo, el huésped, apenas entra a la casa, empieza su tarea de enseñar las
cosas divinas, queriendo alimentar primero con este manjar espiritual a las que
iban a proporcionar el alimento corporal. María, por su parte, dejadas todas las
demás cosas y cuidados, aún aquellos que se referían al hospedaje del mismo
Cristo, está sentada a sus pies, escuchando al que enseñaba, pensando que
honraba así más a Cristo que si le estuviese sirviendo. Aprendan los
predicadores del ejemplo de María.
Mientras tanto, Marta andaba preocupada en disponer todo lo necesario.- El
griego significa que estaba distraída, turbada, absorbida por sus faenas, de
todo ocupada en el servicio; dice también “mucho servicio”, no por lo opíparo
del convite, según creo, sino por la preocupación excesiva que le causaba, por
el deseo de mostrar a Cristo del mejor modo su gratitud y caridad. Una y otra
cosa procedían sin duda de su caridad; ésta es su preocupación por razón de tan
gran huésped, su excesivo servicio de mesa.
La cual se paró y dijo.- Se presentó delante de Cristo como ante el juez que
dirimiese su querella, para proponerle su acusación contra María. No ruega a su
hermana que le eche una mano, sino que se dirige a Cristo, como acusándola a
ella implícitamente: Señor, ¿no reparas que mi hermana me ha dejado sola para
servirte? Porque no se admiraba tanto de que María, encantada con estar a sus
pies oyéndolo, no se preocupara de ninguna otra cosa, como de que el mismo Señor
permitiera algo que a ella, la hermana mayor, estaba tan ocupada, María
estuviese tranquilamente sentada sin hacer nada.
No debemos juzgar a los santos por nuestras costumbres y modo de proceder; pero
si atendemos a las palabras de Marta, abstrayendo en lo posible de su persona,
encontramos, al parecer, en ellas algo de humano: primero por acusar en cierto
modo a Cristo, pues, aunque las tomemos como expresión de sorpresa o de broma,
más bien que como verdadera acusación, no dejan de tener su apariencia de
reprensión y queja. Además parece manifestar su actividad y diligencia en
contraste con la ociosidad y dejadez de su hermana: ¿No adviertes, no te da
cuidado que me deje sola mi hermana para todo el quehacer de casa? Dile, pues,
que me ayude. Finalmente, parece que nace esta queja y acusación de algo muy
propio de la mujer (Aunque tal vez no se diese aquí en Marta), o sea de cierta
especie de emulación envidiosa; como si no le pareciese tan mal que la dejase
sola (cosa que podría redundar en elogio del ama de casa), cuanto que su hermana
estuviese aparte disfrutando las palabras del Señor, como si le fuese más grata.
Si no hizo ella esto con tal ánimo, nosotros sí que lo solemos hacer; pues
cuando vemos a uno entregado a la contemplación de las cosas divinas, que se
preocupa menos de los negocios y asuntos de este mundo, lo calificamos de hombre
ocioso, como dice San Beda: “Habla aquí Marta como en persona de aquellos que,
ignorantes de la contemplación divina, únicamente tienen por agradable lo que
aprendieron de la caridad fraterna, tanto que querrían ver dedicados a estas
obras a cuantos quieran consagrarse a Cristo”.
Semejante modo de expresarse, aunque se oiga a veces de labios de católicos,
tiene todo el sabor de los herejes, los cuales ninguna cosa toleran menos que la
vida de los monjes, que ellos tienen por ociosa. Distingan lo que dicen en esta
acusación: porque si algunos monjes o religiosos son realmente ociosos, no son
tales monjes, o se dedican a la vida activa (y están tan ocupados como Marta), o
a la contemplativa (y lo están como María, por la que respondió el mismo Señor
cuando su hermana la acusaba), o, finalmente, se consagran a una y otra, y son
más que Marta y que María pues tienen las ocupaciones de las dos.
Oigamos a este propósito a San Agustín: “Mientras escuchaba María suavemente
aquella dulcísima palabra y se recreaba en ella con toda la atención de su alma,
interpelado el Señor por su hermana, ¡Cómo estaría temiendo no le dijese: Anda,
levántate y ayúdala! Porque estaba como absorta por aquella suavidad admirable,
mucho mayor para el espíritu que la que puede recibir el cuerpo. Pero fue
disculpada por el Señor, y así siguió sentada con mayor seguridad. De qué manera
fue excusada, veámoslo atentamente y así también nos alimentaremos nosotros.”
Casiano parece que leyó así: “Señor, ¿acaso te agrada que mi hermana me haya
dejado sola para servir?”
¡Marta, Marta! Tú te afanas y andas solícita y preocupada con muchas cosas.-
Dice San Agustín sobre estas palabras: “No es que reprenda el Señor la obra en
sí, sino que distingue el empleo, María, dice, ha escogido la parte mejor; por
tanto, no es que la tuya sea mala, pero es mejor la suya… Porque ¿acaso pensamos
que fue reprendido el servicio de Marta, ocupada por su deseo de dar buen
hospedaje al mismo Señor? ¿Cómo iba a ser con razón reprendida la que se gozaba
de tener tan gran Huésped? De ser esto verdad, dejen los hombres cuanto hacen
por los necesitados y escójanse la parte mejor, que no les será quitada;
entréguese a disfrutar de la palabra divina, no ansíen sino la dulzura de su
doctrina”…
Y en otro lugar añade: “Dice que ha escogido María la mejor parte, que no se le
quitará: se entiende la mejor, porque por ésta se tiende a aquélla y no será
quitada; más la otra, ocupada en trabajos externos, aunque sea también buena,
pero será quitada”.
Del mismo modo lo explica San Ambrosio: “No se reprende en Marta el buen
servicio, sino sólo se antepone María por haber escogido para sí una parte
mejor”.
A la verdad, sólo una cosa es necesaria.- Lee Casiano que sólo hay necesidad de
pocas cosas y aún de una sola.
Qué cosa sea esta que dice Cristo ser lo único necesario, no consta claramente.
Según algunos, una comida sola y sencilla, como si reprendiese Cristo a Marta
por ocuparse en preparar muchos manjares, bastando uno solo. Así San Basilio,
San Cirilo (según Santo Tomás) y Teofilacto en su comentario.
Según San Agustín, sólo es necesaria la unidad que consiste en el Señor, pues
sólo Él nos es necesario y bastante, sobrando las demás cosas.
Otros entienden esta sola cosa que eligió María, oír la palabra de Dios y
dedicarse a la propia salvación; así San Beda y Eutimio. Este sentido tengo por
verdadero. Porque contrapone Cristo el afán de María al de Marta, y lo único que
preocupaba entonces a María era escuchar a Cristo y buscar en Él su salvación.
En cambio, Marta se preocupaba por servir a Cristo en las cosas externas todo lo
que podía. Dice ser necesaria aquella cosa sola, y todas estas otras cosas, no
necesarias, no que no sean algunas veces necesarias, porque hay que tener el
debido cuidado del cuerpo; sino que aquello se ha de buscar por sí mismo, y lo
restante solamente en cuanto a lo mismo se refiere. Aquello solo, sin las demás
cosas, es bastante, más éstas sin aquello no lo son. Porque ¿qué sirve al hombre
ganar todo el mundo si sufre daño su alma? O ¿qué podrá dar el hombre en
compensación de su alma? Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas
estas cosas se os añadirán (Mt. 16, 26; 6, 33; Lc. 12, 31). Esto quiere decir:
Una sola cosa es necesaria, a saber: buscar el reino de Dios.
Se dirá entonces: ¿Por ventura no buscaba marta el reino de Dios, esto es,
aquella única cosa que dice Cristo ser necesaria, cuando se ocupaba en servirle?
Lo buscaba, cierto, pero a través de muchas otras cosas externas, como por
vueltas y rodeos. María, en cambio, estaba como fija y atenta en aquello solo
que era lo necesario; esto es, lo buscaba directamente y se acercaba más y más
cada día. Sentada a los pies del Señor y oyendo sus palabras, hacía solo esta
cosa que sabía ser la única necesaria.
Estaba más segura, sentada a los pies junto al sumo bien, observándolo y
teniéndolo como para no perderlo, y así no se distraía ni siquiera para el
servicio de casa, no fuera a perder el bien que poseía. He hallado (diría) a
aquel que ama mi alma; lo tengo ya y no lo dejaré (Cant. 3, 4).
En cambio, Marta, que quería llegar también a aquel sumo bien, se exponía al
peligro de errar y desviarse. Siguiendo un solo camino, no se extravía uno;
siguiendo muchos, se puede extraviar; y la solicitud por las cosas temporales
suele ahogar la palabra de Dios. Por eso dice:
.María ha escogido la mejor parte.- Como dijimos antes, por lo mismo que alaba
Cristo a María, reprende en cierto sentido a Marta por andar excesivamente
solícita, turbada con muchas cosas, y aquí está la comparación. Así lo entiende
San Agustín, cuando traduce: “Escogió la mejor parte”. Casiano también “la parte
mejor, la parte óptima”. Filastrio lee también “la parte mayor”.
El mismo San Agustín, San Gregorio y San Ambrosio traducen “buena parte”; pero
en el mismo lugar y en su comentario a estas palabras, las entiende en sentido
comparativo: “Mayor obra es darse a conocer la palabra que a servir, como afirma
la autoridad de esta sentencia divina. No se reprende aquí a Marta en su buen
servicio, pero se le antepone María por haber escogido una parte mejor”.
A mi parecer, no creo que pudiera expresarse mejor nuestra versión latina la
comparación latente que haciéndolo por el superlativo. Porque no se establece la
comparación solamente entre María y Marta, sino también entre lo que había
elegido una y otra y las demás cosas que cualquier otro hubiera podido escoger,
las cuales siendo muchas, se hubo de hacer la comparación por medio del
superlativo.
Ya hemos indicado antes a qué dice la parte mejor, elegida por María, a saber,
permanecer a los pies de Cristo oyendo sus palabras, alimentándose de su
doctrina; en una palabra, procurando su salvación, dando de mano a todo lo
demás, Ésta es la mejor parte.
Me parece tomada esta comparación de las herencias y particiones, en las cuales,
según el derecho romano y de otras naciones, el mayor dividía la renacía en
partes lo más iguales posibles, y el menor escogía primero la que quería. La
palabra usada por San Lucas se usa en la Sagrada Escritura para indicar la parte
o porción de una herencia, v. gr. (Sal. 72, 26): El Señor es mi porción para
siempre; Esta es la porción del hombre impío (Job 20, 29), y mil otros que el
lector encontrará a cada paso. Corresponden estas palabras de la versión a una
palabra hebrea que se dice propiamente de la herencia.
Venía muy bien aquí esta alusión por tratarse de aquellas dos hermanas y ser
Cristo como su herencia, que trataban como de repartirse entre sí, buscándolo la
una en sí mismo y la otra fuera de Él, en cosas de su servicio. Marta, como
hermana mayor, había hecho en cierto sentido, las partes, y María, como la
menor, según su derecho, había escogido la mejor parte, eligiendo al mismo
Cristo en sí, y la otra parecía fijarse en otras cosas.
.La cual no le será quitada.- Me parece ridícula y del modo impropia la
interpretación de Calvino tiene por aguda. Explica el hereje estas palabras como
si respondiera Cristo a lo que había rogado Marta: Dile a mi hermana que me
ayude; como si quisiera decir: No quiero decirle que te ayude, pues ha escogido
la mejor parte, de la que no debe ser apartada para atender al servicio
material; non auferetur ab ea, esto es, no toleraré que se lo quite, no sufriré
que se aparte de mi lado para ayudarte a ti, que andas tan preocupada y cargada.
Aunque fuera esto verdadero, pero es demasiado poco. Mucho más lejos iba la
intención de Cristo, que quería enseñar por el fin y los efectos la diferencia
que había entre la parte de María y la de Marta; a saber, que aquélla era eterna
y ésta temporal. Aquélla atesoraba para sí un tesoro en el cielo, donde ni el
orín ni la polilla lo consumen, y los ladrones excavan y roban (Mt. 6, 19- 20).
Lo que aquí dice del tesoro se ha de entender también de todos los otros bienes
temporales.
No significa, por tanto, Cristo que lo había escogido María no se le quitaría
porque no se le había de quitar la gracia, como si la confirmase con estas
palabras en su gracia, al modo como escribe San Pablo que se le dijo (2 Cor. 12,
9): Te basta mi gracia. Tal vez sea esto verdad, pero no pretendía Cristo aquí
mostrarnos la gracia que le había otorgado a ella, sino qué es lo que ella había
escogido, aunque ciertamente no lo habría podido escoger sin su gracia. En
efecto, si miramos la gracia, también la tenía Marta, y tampoco se le había de
quitar (como hemos de creer). Enseña, por tanto, la diferencia que había entre
la contemplación de María y la ocupación activa de Marta, por su misma
naturaleza, a saber: que aquélla era eterna y ésta temporal.
En este sentido lo expone como ningún otro autor San Agustín: “miremos, pues,
con atención nuestras ocupaciones acerca de muchas cosas. Necesario es el
ministerio de sustentar los cuerpos. ¿Por qué? Porque se tiene hambre. Necesaria
es la misericordia para con los miserables. Repartes tu pan con el hambriento,
porque encontraste al hambriento. Si quitas el hambriento, ¿con quién lo
repartirás? Suprime la peregrinación: ¿cómo vas a recibir al peregrino? Suprime
la desnudez: ¿a quién vas a ofrecer tu vestido? No haya más enfermos: ¿cómo los
vas a visitar? No haya más cautividad: ¿cómo rescatarás al cautivo? No haya más
discordias ni riñas: ¿a quién vas a reconciliar? Desaparezca la muerte: ¿a quién
vas a enterrar? En el siglo venidero no existirán estos males de ahora, y, por
tanto, tampoco habrá necesidad de estos ejercicios de caridad. Con razón, pues,
se dice María que escogió la mejor parte, que no le será quitada. Pues escogió
lo que siempre permanece: por eso no le será quitado. Sólo quiso ocuparse de una
cosa, y ésta ya la tenía: Bueno es para mí unirme a mi Dios (Sal 7, 28).
Y hablando de Marta, continúa el mismo santo Doctor: “Estás ocupada en muchas
cosas, siendo así que una sola es necesaria. Esto es lo que María escogió para
sí. Pasa el amor de la multitud y sólo quedará la caridad de la unidad. Por eso
no le será quitado lo que escogió, y, en cambio, a ti se te quitará lo que
elegiste. Esto es lo que ser ha de sobrentender: lo que tú has elegido sí te
será quitado; pero de tal modo se te quitará lo que es como tu bien, que se te
dé, en cambio, otra cosa mejor. Se te quitará el trabajo para dársete el
descanso. Tú vas navegando, más ella está ya en el puerto”.
De semejante manera escribe San Jerónimo, San Gregorio, San Beda y Teofilacto en
sus comentarios a este lugar.
Se ría Calvino de los monjes que dedujeron de este lugar los dos géneros de
vida: la contemplativa, expresada en María, y la activa, en Marta. Pues ¿qué?
¿Va a negar que fueran monjes aquellos antiguos Padres que realmente lo fueron,
llamando ahora a todos monjes? Como si ninguno de ellos hubiera dicho lo que él
atribuye a solos los monjes, siendo así que lo dicen todos. Lo dice San Basilio,
lo dice San Agustín, lo dice San Jerónimo, lo dice Casiano, lo dice San
Gregorio, y ¿quién no lo dice? No que lo dedujeran de este lugar, cuyo verdadero
sentido no ignoraban ni callaron, sino que tomaron estas dos santas mujeres como
dos ejemplares de la vida contemplativa una y de la activa la otra. Y a la
verdad que ningún otro ejemplo se podía pensar más acomodado.1
• 1(N. del E.) Oración y acción.- No queremos dejar pasar estas últimas palabras
del autor sin recordar la insistencia de los últimos papas en contrarrestar la
tentación funestísima de una actividad febril, a título de caridad o apostolado,
que degenere en vértigo agotador y estéril. Desde la condenación por León XIII
del llamado americanismo hasta las advertencias y exhortaciones de Pío XI y Pío
XII podemos decir que, ante la persistencia y agravación del peligro, persiste
también la voz de alarma de los representantes del Médico Divino. Recuérdese,
por ejemplo, aquella recomendación del Papa de las Misiones y la Acción Católica
en 1924: “Los que se consagran a la vida de oración y penitencia contribuyen al
desarrollo de la Iglesia y a la salvación del género humano mucho más de los que
con sus trabajos cultivan la viña del Señor” (6 de junio). Repite iguales
muestras de aprecio por la oración en más de doscientas ocasiones hablando a
socios del Apostolado de la Oración.
Del Papa Pío XII podríamos citar semejante florilegio. Supla por todas aquella
frase de su carta apostólica en el primer centenario del mismo Apostolado (16 de
junio de 1944): “En nuestros días, el falaz sistema naturalista intenta
infiltrarse en todos los órdenes de la vida y, bajo la forma de la llamada
herejía de la acción, procura insinuarse en los mismos medios de vida espiritual
y apostólica”.
(Comentarios a San Marcos y San Lucas, BAC, Madrid, 1954, p. 552-561)
Arriba
SAN AGUSTÍN
Comentario a Lucas 10,38-42:
"Pero el Señor, que vino a su propiedad, y los suyos no le recibieron (Jn 1),
fue aceptado como huésped, por esto sigue: 'Y una mujer, que se llamaba Marta,
le recibió en su casa', etc., como suelen recibirse los peregrinos; sin embargo,
la sierva recibió a su Señor, la enferma a su Salvador, la criatura a su
Criador. Y no digas: 'Bienaventurados los que merecieron recibir a Cristo en su
propia casa': no te aflijas, puesto que ha dicho (Mat 25): 'lo que hicisteis a
uno de mis pequeñuelos, a mí me lo hicisteis'. Tomada forma de siervo, quiso en
ella ser alimentado por sus siervos, por dignación, no por condición. Tenía
carne, en la que sentía el hambre y la sed; pero cuando tuvo hambre en el
desierto, los Ángeles le servían (Mt 4). Luego si quiso ser alimentado, lo hizo
por el que le alimentaba. Marta, pues, disponiendo y preparando la comida al
Señor, se ocupaba en su servicio; pero María, su hermana, eligió más bien ser
alimentada por el Señor. Pues, sigue: 'Y ésta tenía una hermana, que sentándose
junto a los pies del Señor oía su palabra'.
Con cuanta más humildad se sentaba a los pies del Señor, tanto más percibía;
porque el agua afluye a la profundidad de los valles, mientras se aparta de la
cumbre de los montes.
Marta servía bien al Señor en cuanto a la necesidad del cuerpo y la voluntad,
como a un mortal; pero el que estaba en carne mortal, en el principio era el
Verbo: he ahí lo que María oía: 'El Verbo se hizo carne': he ahí a quien servía
Marta. Ésta trabajaba, aquélla meditaba. Sin embargo, Marta, trabajando mucho en
aquella ocupación y negocio de servir, interpeló al Señor y se quejó de su
hermana; prosigue, pues: "Y le dijo, Señor, )no ves cómo mi hermana me ha dejado
sola para servir?", etc. Estaba María absorta oyendo la dulzura de la palabra
del Señor; Marta le preparaba el convite, en el cual María ya se gozaba.
Escuchando, pues, suavemente las dulces palabras, y alimentándose en el
recogimiento de su corazón, cuando su hermana interpeló al Señor )cómo pensamos
que ella temería le dijese el Señor: Levántate, y ayuda a tu hermana? Estaba
absorbida por una admirable suavidad, mayor en el alma que en el cuerpo; pero
quiso más bien someter su causa al Juez, sin tomarse el trabajo de contestar,
porque, si se ocupase de responder, debilitaría la intención de oír. Respondió,
pues, el Señor, que habla sin trabajo, porque es el Verbo: prosigue, pues: "Y
respondiéndole, dijo el Señor: Marta, Marta", etc. La repetición del nombre es
señal de dilección, o acaso para mover la intención, a fin de que escuche más
atentamente: "Te fatigas en muchas cosas", esto es, estás ocupada en muchas
cosas. Quiere el hombre complacer cuando sirve, y alguna vez no puede: se busca
lo que falta, se prepara lo que se tiene, y el ánimo se distrae. Si Marta
hubiera sido suficiente, no hubiera pedido el auxilio de su hermana: son muchas
cosas, son diversas, porque son carnales, porque son temporales. Se prefiere uno
a muchos; porque uno no viene de muchos, sino muchos de uno. De donde sigue:
"Una sola cosa es necesaria". Quiso ocuparse en uno, según aquellas palabras
(Sal 72,28): "Bueno es para mí adherirme a Dios". Uno son el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo, y a este uno no llegamos, sino en cuanto todos tenemos un solo
corazón.
¿Cómo creemos que fue vituperada la conducta de Marta, que se ocupaba en las
faenas propias de la hospitalidad, cuando tan gozosa estaba por tener un huésped
tan grande?. Si esto es así, que cesen los hombres de servir a los pobres,
dedíquense a la palabra, ocúpense en la ciencia saludable, y no se cuiden si hay
algún peregrino en el lugar, si alguno necesita de pan; abandonen las obras de
misericordia, aplicándose solo a la ciencia.
El Señor no reprende, pues, la obra, sino que distingue las ocupaciones; por eso
sigue: "María ha escogido la mejor parte", etc. Tú no la elegiste mala, pero
ella la eligió mejor. Y ¿por qué mejor? Porque no le será quitada. A ti se te
quitará alguna vez el cuidado de la necesidad ¿porque cuando vengas a aquella
patria no encontrarás peregrino a quien hospedar?, pero se te quitará para tu
bien para darte el descanso. Tú navegas, aquélla está en el puerto. Eterna es la
dulzura de la verdad; auméntase en esta vida, perfecciónase en la otra, jamás se
quita.
En sentido místico, Marta, recibiendo al Señor en su casa, representa la
Iglesia, que ahora le recibe en su corazón. María, su hermana, que estaba
sentada junto a los pies del Salvador, y oía su palabra, representa la misma
Iglesia, pero en la vida futura, en que, cesando de todo trabajo y ministerio de
indigencia, sólo goza de la sabiduría. En cuanto a que Marta se queja de su
hermana porque no le ayuda, se da ocasión a la sentencia del Señor, con la que
muestra que esta Iglesia inquieta y turba por muchas cosas, cuando sola una cosa
es necesaria, a la cual llega por los méritos de este ministerio. Dice que María
"eligió la mejor parte", porque por ésta se va a aquélla que no se quita jamás.
(Extractado de Santo Tomás, CATENA AUREA, Lucas t.4, Cursos de Cultura Católica,
Bs. As. 1947, p. 264-266).
Arriba
JUAN PABLO II
Guardianas del Mensaje evangélico
El modo de actuar de Cristo, el Evangelio de sus obras y de sus palabras, es un
coherente reproche a cuanto ofende la dignidad de la mujer. Por esto, las
mujeres que se encuentran junto a Cristo se descubren a sí mismas en la verdad
que él " enseña ' y que él " realiza ", incluso cuando ésta es la verdad sobre
su propia " pecaminosidad ".
Por medio de esta verdad ellas se sienten " liberadas ", reintegradas en su
propio ser; se sienten amadas por un " amor eterno ", por un amor que encuentra
la expresión más directa en el mismo Cristo. Estando bajo el radio de acción de
Cristo su posición social se transforma: sienten que Jesús les habla de
cuestiones de las que en aquellos tiempos no se acostumbraba a discutir con un a
mujer.
Un ejemplo, en cierto modo muy significativo al respecto, es el de la Samaritana
en el pozo de Siquem. Jesús -que sabe en efecto que es pecadora y de ello le
habla- diálogo con ella sobre los más profundos misterios de Dios. Le habla del
don infinito del amor de Dios, que es como " una fuente, que brota para la vida
eterna " (jn 4, 14); le habla de Dios que es Espíritu y de la verdadera
adoración, que el Padre tiene derecho a recibir en espíritu y en verdad (cf. Jn
4, 24); le revela, finalmente, que El es el Mesías prometido a Israel (cf. Jn 4,
26).
Estamos ante un acontecimiento sin precedentes; aquella mujer -que, además es
una " mujer-pecadora "- se convierte en " discípula " de Cristo; es más, una vez
instruida, anuncia a Cristo, a los habitantes de Samaria, de modo que también
ellos lo acogen con fe (cf. Jn 4, 39-42).
Es éste un acontecimiento insólito si se tiene en cuanta el modo usual con que
trataban a las mujeres los que enseñaban en Israel; pero, en el modo de actuar
de Jesús de Nazaret un hecho semejante es normal. A este propósito, merecen un
recuerdo especial las hermanas de Lázaro; " Jesús amaba a Marta, a su hermana
María y a Lázaro " (cf. Jn 11, 5). María, " escuchaba la palabra ", de Jesús;
cuando fue a visitarlos a su casa él mismo definió el comportamiento de María
como " la mejor parte " respecto a la preocupación de Marta por las tareas
domésticas (cf. Lc 10, 38-42). En otra ocasión, la misma Marta -después de la
muerte de Lázaro- se convierte en interlocutora de Cristo y habla acerca de las
verdades más profundas de la revelación y de la fe.
- " Señor si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano ".
- " Tu hermano resucitará ".
- " Ya sé que resucitará en la resurrección, el último día ".
Le dijo Jesús: " Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera,
vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamas. ¿Crees esto?.
" Si, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir
al mundo " (Jn 11, 21-27).
Después de esta profesión de fe Jesús resucitó a Lázaro. También el coloquio con
Marta es uno de los más importantes del Evangelio.
Cristo habla con las mujeres acerca de las cosas de Dios y ellas le comprenden;
se trata de una auténtica sintonía de mente y de corazón, una respuesta de fe.
Jesús manifiesta aprecio por dicha respuesta, tan " femenina ", y -como en el
caso de la mujer cananea (cf. Mt 15, 28)- también admiración.
A veces propone como ejemplo esta fe viva impregnada de amor; él enseña, por
tanto, tomando pie de esta respuesta femenina de la mente y del corazón. Así
sucede en el caso de aquella mujer " pecadora " en casa del fariseo, cuyo modo
de actuar es el punto de partida por parte de Jesús para explicar la verdad
sobre la remisión de los pecados: " Quedan personados sus muchos pecados, porque
ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra " (Lc 7,
47).
Con ocasión de otra unción Jesús defiende, delante de sus discípulos y, en
particular, de Judas, a la mujer y su acción : " ¿Por qué molestáis a esta
mujer? Pues una " obra buena " ha hecho conmigo (...) al derramar ella este
ungüento sobre mi cuerpo, en vista de mi sepultura lo ha hecho. Yo os aseguro
dondequiera que se proclame esta Buena Nueva, en el mundo entero, se hablará
también de lo que ésta ha hecho para memoria suya " (Mt 26, 6-13).
En realidad los Evangelios no sólo describen lo que ha realizado aquella mujer
en Betania, en casa de Simón, el leproso, sino que, además, ponen en evidencia
que, en el momento de la prueba definitiva y decisiva para toda la misión
mesiánica de Jesús de Nazaret, a los pies de la Cruz estaban en primer lugar las
mujeres. De los apóstoles sólo Juan permaneció fiel; las mujeres eran muchas. No
sólo estaba la Madre de Cristo y " la hermana de su madre, María, mujer de
Clopás, y María Magdalena" (Jn 19, 25), sino que " habían allí muchas mujeres
mirando desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para
servirle " (Mt 27, 55).
Como podemos ver, en ésta que fue la prueba más dura de la fe y de la fidelidad
las mujeres se mostraron más fuertes que los apóstoles; en los momentos de
peligro aquellas que " aman mucho " logran vencer el miedo. Antes de esto habían
estado las mujeres en la vía dolorosa, " que se dolían y se lamentaban por él (Lc
23, 27). Y antes aun había intervenido también la mujer de Pilato, que advirtió
a su marido: "No te metas con este justo, porque hoy he sufrido mucho en sueños
por su causa " (Mt 27, 19).
(Mulieris Dignitatem, V)
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
El servicio a Cristo y su Iglesia
876 El carácter de servicio del ministerio eclesial está intrínsecamente ligado
a la naturaleza sacramental. En efecto, enteramente dependiente de Cristo que da
misión y autoridad, los ministros son verdaderamente "esclavos de Cristo", a
imagen de Cristo que, libremente ha tomado por nosotros "la forma de esclavo" (Flp
2,7). Como la palabra y la gracia de la cual son ministros no son de ellos, sino
de Cristo que se las ha confiado para los otros, ellos se harán libremente
esclavos de todos.
916 El estado religioso aparece por consiguiente como una de las maneras de
vivir una consagración "más íntima" que tiene su raíz en el bautismo y se dedica
totalmente a Dios. En la vida consagrada, los fieles de Cristo se proponen, bajo
la moción del Espíritu Santo, seguir más de cerca a Cristo, entregarse a Dios
amado por encima de todo y, persiguiendo la perfección de la caridad en el
servicio del Reino, significar y anunciar en la Iglesia la gloria del mundo
futuro.
924 "Semejante a otras formas de vida consagrada", el orden de las vírgenes
sitúa a la mujer que vive en el mundo (o a la monja) en el ejercicio de la
oración, de la penitencia, del servicio a los hermanos y del trabajo apostólico,
según el estado y los carismas respectivos ofrecidos a cada una. Las vírgenes
consagradas pueden asociarse para guardar su propósito con mayor fidelidad.
931 Aquel que por el bautismo fue consagrado a Dios, entregándose a El como al
sumamente amado, se consagra, de esta manera, aún más íntimamente al servicio
divino y se entrega al bien de la Iglesia. Mediante el estado de consagración a
Dios, la Iglesia manifiesta a Cristo y muestra cómo el Espíritu Santo obra en
ella de modo admirable. Por tanto, los que profesan los consejos evangélicos
tienen como primera misión vivir su consagración. Pero "ya que por su misma
consagración se dedican al servicio de la Iglesia están obligados a contribuir
de modo especial a la tarea misionera, según el modo propio de su instituto".
945 Entregado a Dios supremamente amado, aquel a quien el Bautismo ya había
destinado a El, se encuentra en el estado de vida consagrada, más íntimamente
comprometido en el servicio divino y dedicado al bien de toda la Iglesia.
Arriba
EJEMPLOS PREDICABLES
Juan Soto, hermano lego de la Compañía de Jesús, tenía el oficio de sastre; pero
su trabajo era una continua oración; porque lo hacía únicamente por servir a
Dios.
A la hora de la muerte, después de haber recibido los sacramentos, se hizo traer
una aguja y, mostrándola a sus compañeros, dijo: “He aquí la llave que me abrirá
la puerta del cielo”. Quería decir: Con la humilde labor de mis manos, dirigida
a Dios, he ganado el cielo.
¿Veis? Todos podemos santificarnos sirviendo a Dios en nuestra profesión: de
herrero, mecánico, agricultor, abogado, médico, estudiante... si todo se hace
con recta intención; porque Dios mira más al corazón, que a las obras: Deus
autem intuetur cor.
Oíd una historia de las vidas de los padres, la cual no deja de tener gracia y
filosofía:
Llegó a un monasterio que gobernaba el viejo abad Silvano un monje que pidió
hospitalidad. Encontró a todos los monjes ocupados haciendo cestas y esteras, y
les dijo, muy ofendido:
¿Para qué trabajáis en busca de la comida que perece? ¡El mantenimiento del
espíritu, que no se acaba, es lo que hay que buscar!
El abad hizo que le hospedaran en una celda donde no había nada, y allí le
dejaron. Llegó la hora de comer, y el huésped no hacía más que mirar a una parte
y otro a ver si le llamaban. Se hacía tarde y el hambre le apretaba. Fue al fin
al abad y le dijo:
-Padre, ¿no comen hoy los hermanos de esta casa?
-Sí comen -respondiole el abad.
-Pues ¿cómo no me han llamado?
-Es que vos sois hombre espiritual y no necesitáis comida de la tierra;
nosotros, como hombres de carne que somos, sí, y por eso trabajamos para
ganarla.
Quedó el monje corrido y hambriento, pero aleccionado.
Aprended vosotros también la lección: el trabajo después de la oración es una
oración continuada. Ora et labora. Era el lema del viejo abad y ha de ser
también el nuestro.
El hermano Buenaventura era el cocinero del monasterio. Una vez había terminado
el trabajo, se retiraba a hacer oración, en la cual gozaba de celestiales
consuelos. A fin de tener más tiempo para ella, pidió al superior que le
relevara de su trabajo de cocinero.
Consiguió lo que pedía y pudo dedicarse a la oración durante largas horas; pero
halló que las dulces consolaciones habían desaparecido, y en su lugar se veía
atormentado por la aspereza y las distracciones.
Reconociendo entonces su error, pidió humildemente al superior que le devolviera
a la cocina, y de nuevo su oración se convirtió en un tiempo de deleite
espiritual.
(Mauricio Rufino, Vademecum de ejemplos predicables, Herder, Barcelona, 1962, nn.
1908, 947 y948)
31. FLUVIUM 2004
Trabajar por amor a Dios
Se ha hecho famoso este momento de la vida de Nuestro Señor en el que, como en
otros, se pone de manifiesto también la agudeza humana de Jesucristo. No
entramos en esta ocasión en especiales detalles acerca de la confianza grande
que tenía Jesús en aquella casa: la de los tres hermanos, Marta, María y Lázaro.
San Juan, el evangelista, relata más en profundidad pormenores concretos de la
relación de amistad de Jesús con aquella familia, con quienes el Señor se sentía
a gusto, mientras los tres hermanos correspondían con total confianza al trato
de privilegio que les dispensaba. Betania, la pequeña aldea junto a Jerusalén de
Marta y sus hermanos, ha pasado a la historia del pensamiento cristiano como
prototipo de lugar acogedor, por cuanto allí, en aquella casa, había una
relación ideal, humana y sobrenatural, entre Dios y los hombres.
Aquel día, con la misma franqueza que en otras ocasiones, Marta, posiblemente la
mayor de las hermanas, se dirige al Señor con la queja de que su hermana María
la deja sola con las tareas de la casa. Ni mucho menos sería una murmuración,
pues el relato de san Lucas da a entender que la propia María estaba presente,
escuchando también de la protesta de su hermana. Marta no entiende que Jesús
pueda consentir, al menos implícitamente, lo que ella considera pasividad en su
hermana María: desentenderse de los quehaceres domésticos por escuchar a Jesús.
Vale la pena que meditemos, aunque sea muy brevemente, la escena sobriamente
narrada por san Lucas, antes de reflexionar en la respuesta de Jesús, que pudo,
en un primer instante, sorprender a Marta. Ambas mujeres son un ejemplo para
todo cristiano. De hecho, las dos son veneradas como santas desde los primeros
siglos del cristianismo. Para María, nada, ni lo que pueda parecer más
necesario, es equiparable a la presencia misma del Señor en casa. Todo se debe
posponer –ya se hará en otro momento, pensaría– cuando se puede atender a las
palabras del Hijo de Dios encarnado. No se trata tanto de lo que pueda decir,
por su interés según las circunstancias, cuanto de que son palabras del mismo
Dios: siendo Jesús quien nos habla, es en cualquier circunstancia decisivo.
Sería absurdo pensar que Dios pueda decirnos algo sólo hasta cierto punto
interesante. Así lo entiende María que, sin entrar en especiales valoraciones
acerca de lo que será más oportuno en ese momento, no se plantea otra
posibilidad salvo estar pendiente de Jesús y de sus palabras.
Marta, por otra parte, nos enseña asimismo algo también decisivo para nuestras
relación con Dios. Marta es franca consigo misma, enjuicia la situación, esas
circunstancias concretas de aquel día que posiblemente reclamara más trabajo, y
traslada sin más su problema a Jesús. Marta que es "trasparente" con el Señor:
dice lo que piensa, no intenta guardar las apariencias ocultando su mal humor en
lo que le parece injusto. Como quiere que se hagan las cosas bien, expone el
asunto que le preocupa –por trivial que parezca– a quien, sin duda, juzgará a la
perfección. Ella quiere que se hagan las cosas del mejor modo según el criterio
divino.
Del comportamiento de ambas hermanas podemos aprender mucho, para llevar a cabo
nuestros quehaceres de acuerdo con la dignidad que nos corresponde, de hijos de
Dios. En todo momento nada es más decisivo y enriquecedor para cada hombre que
esa mirada permanente de amor que Dios nos dedica: nos contempla Dios como a
hijos muy queridos. Es una mirada cariñosa, acompañada de unas palabras
–escuchadas en el silencio de nuestra contemplación sobrenatural– que nos
recuerdan la nobleza por don divino de nuestra condición y que Dios nos aguarda
a cada paso de la vida: "también ahora –con eso que tienes entre manos– me
puedes amar", viene a decirnos de continuo; "eso que te ocupa, por
intrascendente que parezca, te puede servir para ganar el Cielo", nos insiste.
Posiblemente, como María, tendremos que dedicar algunos momentos a no hacer otra
cosa que contemplar y escuchar al Señor. Son los ratos de meditación, únicamente
ocupados en sentirnos mirados por Dios, mientras afinamos el oído de nuestra
conciencia, con el deseo de incorporar a la conducta de cada día los afanes e
ilusiones del mismo Dios. También, como Marta, preguntaremos al Señor, con
franca sencillez, si es ya suficiente nuestro empeño por la santidad: si es
bastante el sacrificio, el interés por los demás, nuestra súplica en favor del
Papa, lo que rezamos por vocaciones..., si –en fin– lo que nos ocupa nos lleva
verdaderamente a Él, o únicamente nos ocupa.
Nadie como la Madre de Dios ha vivido en permanente contemplación, únicamente
atenta a los requerimientos divinos y haciendo de su conducta una afirmación
siempre decidida y consciente al querer de Dios. Si procuramos caminar en su
presencia maternal, sabremos vivir con el espíritu de María y el de Marta.
32.
«Marta lo recibió. María ha escogido la parte
mejor»
Al preparar la homilía de hoy, me encontraba como Marta, ajetreado en tareas por
resolver; esta circunstancia me ha hecho pensar en la enseñanza de Jesús, de que
sólo una cosa es necesaria: acoger su palabra y amarlo por encima de todo.
Siglos atrás, Abraham se caracterizó por ser un gran acogedor de Dios y oyente
de su palabra. ¿Cuántas veces nos hemos visto como Marta, atolondrados y
angustiados ante mil problemas? Con frecuencia, nos vemos obligados a abandonar
lo necesario para solucionar lo urgente. Ante situaciones similares, sigue
oyéndose la voz de Jesús: «Sólo una cosa es necesaria, ¡elige la mejor parte!».
Marta y María, cada cual a su manera, acogen a Jesucristo. Marta quiere que no
le falte nada y que esté bien en su casa, por eso se desvive en las tareas
domésticas y en los preparativos para obsequiarlo. Se "des-vive", es decir, no
vive propiamente la acogida, porque se dispersa y tiene su cabeza en mil
preocupaciones. Para María, en cambio, es más importante quedarse junto al
Maestro, escucharlo y ofrecerle conversación. Marta es sincera y cordial en sus
afanes porque ama a Jesús; sin embargo, el Maestro se conforma con menos y
quiere más, porque lo importante no es dar cosas a Dios o a los hermanos, sino
darnos a nosotros mismos. Marta quería acoger a Jesús y le ofrecía cosas; María
se ofrecía a sí misma, escuchando a Jesús con atención y sintiéndose acogida por
el Salvador. De hecho, en nuestra relación con Dios, no somos nosotros quienes
le acogemos, si no que Él nos acoge a nosotros; por eso, en medio de nuestras
ocupaciones cotidianas, ¡qué hermoso será poder hallar tiempo para gozar en
compañía de Jesús! Otro aspecto remarcable es el hecho de que, en aquella época,
las mujeres debían ocuparse en las tareas domésticas, mientras que los hombres
recibían a los invitados y conversaban con ellos. Era algo insólito que una
mujer estuviese escuchando a un maestro, pero Jesús rompió los moldes de su
tiempo y de su sociedad para mostrarnos que en el Reino de Dios ya no hay
distinciones.
La lección que hoy nos enseña la Palabra de Dios es que debemos encontrar la
unidad de vida en todo lo que hagamos. ¿No es cierto que si hoy estamos tan
atolondrados es porque vivimos en una dispersión continua y nos ocupamos en
muchas cosas inconexas? Al llegar el verano, período propicio para el descanso y
las vacaciones, procuremos no dejarnos llevar por el aturdimiento y la
dispersión del resto del año; ahora tenemos la ocasión de hallar un principio
que dé unidad y sentido a nuestra vida, así como también se nos brinda la
oportunidad de fomentar las relaciones humanas y la acogida de las personas. El
Señor nos invita a hacer una parada para reflexionar y orar, para que todo
cuanto hagamos tenga sentido y unidad en lo que es mejor y más necesario: acoger
y amar.
P. JOAQUIM MESEGUER
33. 2004. Comentarios Servicio Bíblico
Latinoamericano
El texto de la primera lectura nos presenta una escena familiar. Abraham,
sentado ante la tienda, recibe la visita del Señor. Abraham lo recibe con
hospitalidad. Dios lo premia con la fecundidad de Sara.
Tres rasgos fundamentales caracterizan el texto: la fe de Abraham al reconocer
al Señor. La hospitalidad con que se recibe al Señor y la familiaridad de Dios
con Abraham y su familia. Es un bello ejemplo de la relación y acogida de Dios
por el ser humano, la única posible para caminar.
Volvemos a encontrar en la segunda lectura de hoy el pensamiento de Pablo sobre
el misterio de Dios y su revelación por medio de la predicación y lo que Pablo
aporta a esa revelación por el sufrimiento. Cristo revela la riqueza de Dios en
la pobreza de la cruz y el apóstol será el distribuidor de la misma a hombres y
mujeres.
Un primer comentario al evangelio de hoy:
Lucas nos presenta finalmente una anécdota perteneciente al fondo de las
tradiciones recibidas por el evangelista en el círculo de sus discípulos,
especialmente mujeres. Marta y María, hermanas de Lázaro, reciben en su casa al
Señor.
El caso de Marta y María es aprovechado una vez más por Lucas para resaltar el
valor de la escucha de la Palabra de Dios. Sin entrar en la teoría del valor de
la contemplación sobre la acción, que se ha querido ver en las dos actitudes
opuestas de Marta y María, lo cierto de la anécdota es que el Reino de Dios no
puede dejarse distraer por una preocupación demasiado exclusiva por las
realidades terrenas. Por otra parte escuchar la Palabra de Dios es todo, menos
ocasional.
Nos encontramos con un cuadro familiar en el que Jesús visita en su casa a unas
amigas suyas. Ellas, Marta y María lo reciben en su casa. Marta se multiplicaba
para dar abasto con el servicio para atender al huésped, y Jesús la reprende
porque anda inquieta “con tantas cosas”.. Marta no encuentra la colaboración de
nadie. La hermana, en efecto, se ha sentado a los pies de Jesús y está ocupada
completamente en la escucha de su palabra.
El Maestro no aprueba el afán, la agitación, la dispersión, el andar en mil
direcciones “del ama de casa”. ¿Cuál es, pues, el error de Marta? El no entender
que la llegada de Cristo significa, principalmente, la gran ocasión que no hay
que perder, y por consiguiente la necesidad de sacrificar lo urgente a lo
importante.
Pero el desfase en el comportamiento de Marta resulta, sobre todo, del contraste
respecto a la postura asumida por la hermana. María, frente a Jesús, elige
“recibirlo”, Marta, por el contrario, toma decididamente el camino del dar, del
actuar; María se coloca en el plano del ser y le da la primacía a la escucha.
Marta se precipita a “hacer” y este “hacer” no parte de una escucha atenta de la
palabra de Dios, y consiguientemente se pone en peligro de convertirse en un
estéril girar en el vacío. Marta se limita, a pesar de todas sus buenas
intenciones, a acoger a Jesús en casa. María lo acoge “dentro”, se hace
recipiente suyo. Le ofrece hospitalidad en aquel espacio interior, secreto, que
ha sido dispuesto por él, y que está reservado para él. Marta ofrece a Jesús
cosas, María se ofrece a sí misma.
Según el juicio de Jesús, María ha elegido inmediatamente, “la mejor parte”
(que, a pesar de las apariencias, no es la más cómoda: resulta mucho más fácil
moverse que “entender la palabra”). Marta, desgraciadamente, que no quiere que
falte nada al huésped importante, que pretende llegar a todo, deja pasar
clamorosamente “la única cosa necesaria”. Marta reclama a Jesús, no sabe lo que
él quiere. El problema es precisamente éste: descubrir poco a poco qué es lo que
quiere Jesús de mí. Por eso es necesario parar, dejar el ir y venir y sacar
tiempo para escuchar la Palabra de Jesús y comprender cuál es realmente la
voluntad de Dios sobre mi vida.
Un segundo comentario al evangelio de hoy:
En el evangelio de Lucas el camino de Jesús a Jerusalén marca una progresiva
manifestación del Reino. A medida que avanza va formando a los discípulas y
discípulos en actitudes de misericordia, de abandono de las pretensiones de
poder, y en la atenta escucha de la Palabra. En ese camino, al igual que los
misioneros que han venido anunciando su presencia, Jesús es recibido por dos
mujeres en una casa de familia.
Allí se topa con dos actitudes diferentes. Una de total atención y escucha, la
otra, de afán por los quehaceres habituales y de distracción. El trajín de la
vida cotidiana había atrapado a Marta y, probablemente, la había vuelto sorda a
la Palabra de Dios. Ella recibe a Jesús pero no lo escucha. Aunque Jesús entra a
su casa, ella lo deja por puertas. Jesús propone un plan encaminado a formar
verdaderos oyentes de la Palabra -auténticos discípulos- que Marta no está
dispuesta a atender.
María, al contrario, comprende bien el proyecto de Jesús y rompe con los
prejuicios culturales de su época. En lugar de andar atareada con los oficios
domésticos “propios de las mujeres” (las “labores propias de su sexo”, como se
ha dicho y pensado durante tanto tiempo), se pone “a los pies del Señor para
escuchar su palabra”. Este gesto, reservado entonces culturalmente a los
discípulos varones, la acredita como discípula.
Marta, al fatigarse con el interminable trabajo de la casa, cuestiona la
contradictoria actitud de María e interpela al Maestro para que "ponga a la
mujer en su sitio". Jesús le da una respuesta inesperada: felicita a María
porque ha acertado en su elección y reprende a Marta por dejarse envolver en las
preocupaciones cotidianas sin atender a lo importante. Efectivamente, María ha
hecho la mejor opción, la única necesaria para ponerse en el camino de Jesús y
ser su discípulo: ha decidido aprender a escuchar la Palabra y se deja
interpelar por la presencia del Maestro.
En su camino Jesús va formando, pues, a sus seguidores en las actitudes
indispensables para llegar a ser verdaderos discípulos. Una de esas actitudes es
la de escuchar atenta y serenamente su Palabra. Actitud que exige romper con el
ritmo loco e interminable de la vida cotidiana para ponerse, serena y
atentamente, a los pies del Maestro. Esta elección que a los ojos de la
eficiencia puede parecer superficial e inútil, es una condición fundamental para
llegar a ser un auténtico discípulo.
Nosotros hoy nos enfrentamos a un ritmo de vida más agitado que el de épocas
anteriores. Los medios proporcionados por la tecnología para ahorrar tiempo...
también multiplican las ocupaciones y acaban haciéndonos caer en un activismo
desenfrenado. Y el exceso de preocupaciones nos lleva a olvidarnos de lo
fundamental...
Nuestro cristianismo se convierte así en un tímido cumplimiento de algunas
obligaciones religiosas, sin espacio para la escucha de la Palabra. Se nos
exhorta, se nos bombardea continuamente con mensajes que nos invitan a ser
"eficaces, productivos y competitivos"... Pero con Marta y María, Jesús nos
interpela y nos llama a respetar la jerarquía de valores y a poner en su sitio
la "opción por lo fundamental": ponernos a sus pies y escuchar su palabra. Jesús
nos invita a que nuestro cristianismo sea un verdadero discipulado.
Para aprender la lección del Maestro, debemos formarnos en la escucha atenta de
la Palabra en la Biblia y en la vida. La Biblia no puede permanecer guardada en
un cajón mientras nosotros nos ahogamos en el interminable torbellino de los
quehaceres cotidianos. La Palabra de Dios está hecha para caminar con nosotros
paso a paso, día a día, minuto a minuto. Para enseñarnos a vivir en comunidad la
solidaridad que hace efectivo aquí y ahora el reinar de Dios. Para ayudarnos a
escuchar la Palabra que Dios nos dirige en la difícil realidad de nuestros
pueblos: en las inhumanas condiciones de las grandes ciudades, en la soledad y
el aislamiento de los campos. Debemos pues optar por las actitudes que nos
conviertan en verdaderos discípulos de Jesús y auténticos cristianos.
La espiritualidad latinoamericana tiene muy clara la intrínseca unidad entre
"acción y contemplación": cfr "Espiritualidad de la Liberación", de CASALDALIGA-VIGIL,
capítulos "Contemplativos en la liberación", "Santidad política"... (El libro
puede ser recogido en la página de Pedro Casaldáliga: http://servicioskoinonia.org/pedro
o en la biblioteca de Koinonía: http://servicioskoinonia.org/biblioteca
Evidentemente, sería malo interpretar el texto en un sentido dualista (o una
cosa u otra): "o contemplación y escucha pasiva de la Palabra, por una parte...
o, por otra, acción caritativa sin oración ni contemplación". Marta y María no
deben ser símbolos de extremos parciales; si lo fueran, la elección no iría por
ninguna de ellas en particular, sino por las dos en conjunto. Es lo que nos dice
el poeta Casaldáliga con "el difícil todo" que eligió "la otra María":
EL DIFICIL TODO
Tan sólo mejor
que la mejor parte
que escogió Maria,
el difícil todo.
Acoger el Verbo
dándose al servicio.
Vigilar Su Ausencia,
gritando su nombre.
Descubrir Su rostro
en todos los rostros.
Hacer del silencio
la mayor escucha.
Traducir en actos
las Sagradas Letras.
Combatir amando.
Morir por la vida,
luchando en la paz.
Derribar los troncos
con las viejas armas
quebradas de ira,
forradas de flores.
Cantar sobre el mundo
el Advenimiento
que el mundo reclama
quizá sin saberlo.
El difícil todo
que supo escoger
la otra María…
Para la revisión de vida
-¿En el trajín de cada día tenemos tiempo para escuchar atenta y serenamente la
Palabra que Dios nos dirige en la Biblia y en la vida?
-¿Somos críticos ante nuestro propio activismo y afán de eficacia, o están
siendo también de alguna manera unos nuevos "absolutos" en nuestra vida?
Para la reunión de grupo
-Marta, María... y la otra María. María la hermana de Marta escogió "la mejor
parte". María, la madre de Jesús, ¿no escogió algo mejor que "la mejor parte"?
¿Qué escogió? Comentar, tanto desde una perspectiva de teología como de
espiritualidad, sobre las relaciones entre "la contemplación y la acción".
Para la oración de los fieles
-Por toda la Iglesia de Dios, para que sea siempre tanto servicial y samaritana
cuanto orante y contemplativa, roguemos al Señor...
-Para que no sigamos los pasos de Marta ni de María, sino los de Jesús, que
vivió en armonía y en síntesis apretada la oración y la acción...
-Por los hombres y mujeres que viven en comunidades y monasterios el carisma de
la contemplación: para que sus comunidades estén sintonicen siempre con las
necesidades del mundo y se abran como escuela de oración y de contemplación para
toda la comunidad humana...
-Por las muchas comunidades que han redescubierto la oración, para que ella les
lleve a un compromiso de servicio y solidaridad...
-Por todos los que viven el servicio y la solidaridad, para que la alimenten con
la oración y sepan "contemplar" a Dios en los rostros de los pobres...
Oración comunitaria
Oh Dios Padre nuestro, que en Jesús nos has mostrado "el camino": ayúdanos a
encontrar como El la síntesis armoniosa entre la oración y la acción, entre
contemplarte y obedecerte, el servirte a ti y servir a los hermanos. Por N.S.
Jesucristo tu Hijo...
34. La sabiduría de la hermana menor
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Sergio A. Córdova
Reflexión
Se cuenta que, en una ocasión, un famoso científico alemán quiso realizar una
expedición por el Amazonas. Era una eminencia en los diversos ramos del saber.
Llegado al Brasil, le pidió a uno de los naturales del lugar que lo llevara en
su barca, río adentro. El joven aceptó con gusto. Durante la travesía, el sabio
preguntó al joven: ¿Sabes astronomía? No. ¿Y matemáticas? Tampoco. ¿Y biología o
botánica? –No, yo no sé nada de esas cosas, señor –le respondió el muchacho, muy
confundido—. Yo sólo sé remar y nadar. ¡Qué pena! –le dijo el científico— has
perdido la mitad de tu vida. Y guardaron silencio. Al cabo de una media hora se
precipitó una tormenta tropical y la barca amenazaba naufragar. Entonces el
barquero preguntó al científico: ¿Sabe usted nadar, señor? –No –contestó el
sabio-. Y el muchacho, con tono apenado, le dijo: -¡Pues usted ha perdido toda
su vida!
Esta simpática historia nos puede ayudar a comprender que hay cosas buenas y
necesarias, pero que no son las más importantes de la vida. Mientras que otras,
aunque sean aparentemente menos importantes, son las más fundamentales. En otras
palabras, nos descubre el sentido de lo esencial.
El Evangelio de hoy es uno de los pasajes que a mí más me gustan, precisamente
porque nos revela de una manera clarísima el sentido de lo esencial en nuestra
vida.
A Jesús le complacía hospedarse en la casita de Betania porque allí tenía buenos
amigos que lo querían, lo acogían con gusto y con quienes pasaba unos ratos de
descanso y de familiaridad muy agradables. Lázaro, Marta y María eran amigos y
confidentes de nuestro Señor. Marta –la hermana mayor— fungía de anfitriona, de
ama de casa, y se multiplicaba para atender lo mejor posible a un Huésped y a un
Amigo tan singular. Y la señora de casa hacía todo lo posible por ofrecerle lo
mejor y por “lucirse” en el servicio y en las atenciones… “Se multiplicaba para
dar abasto con el servicio” nos dice el evangelista.
Mientras tanto, María, toda despreocupada, “sin hacer nada”, se sentaba
plácidamente a los pies del Señor a escuchar su palabra. Marta, toda nerviosa y
ajetreada, se para entonces un momento y, en tono de queja, le dice a Jesús que
le pida a la hermana menor que la ayude en el servicio, ya que ella no alcanza
con todo.
Seguramente esperaba que, ante la petición del Maestro, su hermana se levantaría
a ayudarla. Y, sin embargo… ¡le salió el tiro por la culata! No sólo no logró
que María le echara una mano, sino que, además, se ganó una dulce reprensión de
parte del Señor: “Marta, Marta, tú te inquietas y te turbas por muchas cosas…
pero sólo UNA es necesaria –le dice—. María ha escogido la mejor parte, y no le
será arrebatada”.
Yo creo que no siempre se ha hecho justicia a Marta. Tal vez hemos pensado que
Marta se ganó la “regañina” del Señor porque estaba equivocada. No. Marta estaba
haciendo una cosa estupenda, maravillosa: estaba sirviendo al Señor. ¡Qué
privilegio! Sin embargo, a pesar de todo, sí tuvo un error, y Jesús no tardó en
hacérselo ver. El problema no está en servir al Señor, sino en la manera de
hacerlo. Lo que Jesús reprueba no son sus servicios y sus atenciones, sino la
agitación, la dispersión, el andar corriendo en mil direcciones y perder la paz
del corazón. Marta se deja ganar por lo urgente y sacrifica lo importante; se
queda con lo accidental y descuida lo esencial; se deja copar por el activismo y
olvida la contemplación, la escucha de la palabra del Señor, que es lo que
verdaderamente importa. Olvidó que la llegada del Señor a su casa era la gran
oportunidad para estar con Él y escucharlo, y prefiere, en cambio, la acción.
Pero cae, al mismo tiempo, en la precipitación, en el ruido, en la agitación y
el nerviosismo. “La prisa –nos dice Tito Livio en un pasaje de sus Annales— es
imprudente y ciega”. Marta acoge a Jesús en su casa, pero María lo acoge dentro
de su corazón, en su propia intimidad.
Tal vez incluso Marta quería quedar bien ante el Señor, reservándole lo mejor de
sus servicios, pero se quedó en las cosas del Señor; mientras que María escogió
al Señor de las cosas y le entregó su ser entero.
Por eso, creo que habría que preguntarnos hoy a qué damos nosotros más
importancia en nuestra vida: al “actuar” o al “ser”; al activismo y a una cierta
“herejía de la acción” o a la oración y a la contemplación, que es la condición
indispensable para una acción fecunda en el apostolado. Si no tenemos el corazón
lleno de Dios, nuestra acción será sólo un ruido vacío y estéril. “Mucho ruido y
pocas nueces”, reza el proverbio popular.
No se trata de preferir una de las dos actitudes y de descartar la otra. Hemos
de unir las dos dimensiones en nuestra vida, pero insistiendo en lo ESENCIAL:
oración y acción, escucha y servicio. Pero siempre, poniendo lo primero en el
lugar que le corresponde. Ojalá que a nosotros no nos tenga que llamar la
atención nuestro Señor, como a Marta: “Tú te inquietas y te turbas por muchas
cosas, pero una sola es necesaria”. Ojalá que nosotros sepamos, como María,
escoger la parte mejor –al Señor— pues nadie nos lo arrebatará. ¡Él es el Único
necesario! Todo lo demás nos lo dará Él por añadidura.
35. Benedicto XVI: Lo más importante en la vida
Meditación en el Ángelus sobre Marta y María. Domingo, 18 de julio de 2010
Queridos hermanos y hermanas:
Nos encontramos ya en el corazón del verano, al menos en el hemisferio boreal.
En este tiempo, están cerradas las escuelas y se concentra el mayor período de
vacaciones. También se reducen las actividades pastorales de las parroquias, y
yo mismo he suspendido durante un período las audiencias. Es, por tanto, un
momento favorable para dar el primer lugar a lo que es efectivamente más
importante en la vida, es decir, la escucha de la Palabra del Señor. Nos lo
recuerda también el Evangelio de este domingo, con el célebre episodio de la
visita de Jesús a la casa de Marta y María, narrado por san Lucas (10, 38-42).
Marta y María son dos hermanas; tienen también un hermano, Lázaro, que sin
embargo en este caso no aparece. Jesús pasa por su pueblo y, según dice el
texto, María le recibió en su casa (Cf. 10, 38). Este detalle da a entender que,
entre las dos, Marta es la más anciana, la que gobierna la casa. De hecho,
después de que Jesús se había instalado, María se sienta a sus pies y le
escucha, mientras que Marta está totalmente ocupada por los muchos servicios,
debidos ciertamente al huésped de excepción. Parece que estamos viendo la
escena: una hermana se mueve ajetreada, y la otra queda como arrobada por la
presencia del Maestro y por sus palabras. Después de un rato, Marta,
evidentemente resentida, no aguanta más y protesta, sintiendo que además tiene
el derecho de criticar a Jesús: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje
sola con todo el trabajo? Dile que me ayude". ¡Marta querría incluso dar
lecciones al Maestro! Sin embargo, Jesús, con gran calma, responde: "Marta,
Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y sin embargo, pocas cosas, o
más bien, una sola es necesaria, María eligió la mejor parte, que no le será
quitada" (10, 41-42). La palabra de Cristo es clarísima: no desprecia la vida
activa, y mucho menos la generosa hospitalidad; pero recuerda el hecho de que la
única cosa verdaderamente necesaria es otra: escuchar la Palabra del Señor; ¡y
el Señor en ese momento está allí, presente en la Persona de Jesús! Todo lo
demás pasará y se nos quitará, pero la Palabra de Dios es eterna y da sentido a
nuestra acción cotidiana.
Queridos amigos: como decía, esta página de Evangelio es particularmente
adecuada para el tiempo de vacaciones, pues recuerda el hecho de que la persona
humana ciertamente tiene que trabajar, empeñarse en las ocupaciones domésticas y
profesionales, pero tiene necesidad ante todo de Dios, que es luz interior de
Amor y de Verdad. Sin amor, incluso las actividades más importantes pierden su
valor, y no dan alegría. Sin un significado profundo, todo nuestro actuar se
reduce a activismo estéril y desordenado. Y, ¿quién nos da el Amor y la Verdad,
sino es Jesucristo? Aprendamos, por tanto, hermanos, a ayudarnos los unos a los
otros, a colaborar, pero antes incluso a escoger juntos la mejor parte, que es y
será siempre nuestro bien más grande.
36.-
Comentario
a la liturgia dominical
Posted
by Antonio Rivero on 12 July, 2016
(ZENIT
– México).- Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual,
profesor de Humanidades Clásicas en el Centro de Noviciado y Humanidades y
Ciencias de la Legión de Cristo en Monterrey (México).
Idea
principal: La hospitalidad es virtud fruto de un corazón
caritativo y misericordioso, y al practicarla, entramos en contacto con Dios.
Síntesis
del mensaje: “No olvidéis la hospitalidad, porque por ella
algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles” (Hebreos 13, 2). Así pues,
la hospitalidad no siempre es sólo para los de la familia de la fe, sino
también para aquellos que no lo son. Es fácil ser hospitalario con aquellos
que conocemos –familiares y amigos-, pero Jesús dijo: “Si amáis
a los que os aman. ¿No hacen también lo mismo los publicanos” (Mt 5,
46). Debemos brindar hospitalidad como un feliz privilegio, no como
una carga (1 Pe 4, 9). ¿Dios nos hospedará? El salmo pregunta: “Señor,
¿quién puede hospedarse en tu tienda?”. Y da la respuesta: el que
practica la justicia, el que no calumnia, el que no hace mal a nadie, el que
no practica la usura.
Puntos
de la idea principal:
En
primer lugar, Abraham es ejemplo de hospitalidad (1ª
lectura). En los hogares orientales se requería la hospitalidad, aun para
forasteros desconocidos. El huésped podía gozar de esta hospitalidad sin la
más mínima obligación de pago. La Biblia está llena de ejemplos de
hospitalidad. En su defensa, Job alegó que siempre había estado atento a las
necesidades de los viajeros (Job 31, 31- 32). Lot acogió a dos de ellos, sin
saber, al principio, que eran ángeles (19, 1-3). Tan seriamente consideraba
su obligación hacia sus huéspedes, que para protegerlos estuvo dispuesto a
sacrificar la pureza de sus hijas (Gn 19, 4-8). Los israelitas recibieron la
orden de proteger a los extranjeros y ser hospitalarios con ellos (Lv 19, 33,
34). San Pablo habría tenido estos incidentes en mente cuando aconsejó a los
cristianos a ser hospitalarios, porque al serlo, sin saber algunos habían
hospedado a ángeles (He 13, 2). Eliseo y su criado eran huéspedes frecuentes
de una mujer sunamita, que finalmente hizo construir una habitación para él
(2 R 4,8-10, 13). Y hoy nos sale el ejemplo de hospitalidad de Abraham. Es la
escena que inmortalizó el pintor ruso Andréi Rublev con su ícono
trinitario, junto a la encina de Mambré. Abraham tiene con ellos todos los
cuidados que una hospitalidad oriental puede pensar: agua para los pies,
descanso a la sombra, un pan recién amasado, un buen plato de carne, leche
cuajada…Los visitantes le agradecen la hospitalidad prometiendo al anciano
matrimonio que van a tener un hijo. Dios se muestra generoso con quien es
hospitalario.
En
segundo lugar, la familia de Betania es también ejemplo de
hospitalidad (evangelio). La vida apostólica de Jesús es agotadora. Por
eso sabe tomarse un descanso y tocar en la puerta de amigos, gozar de la sana
amistad y de la hospitalidad de esta familia de Betania. Cada una de las
hermanas le regala cosas distintas y complementarias. Marta, buena ama de
casa, es más activa, preocupada por ofrecer a su huésped una comida digna.
¿Quién no hubiera hecho esto? María prefiere estar sentada a los pies del
Señor, escuchando sus palabras. Sabemos lo que pasó: Marta se queja y Jesús
deja bien claro el primado de la oración y de la escucha, pero sin despreciar
la acción hospitalaria de Marta. Hay dos modos muy distintos de acoger a Jesús
como huésped: está el modo activo de Marta, que se preocupa de hacer un montón
de cosas por Él; y está el modo sereno de María, que le acoge poniéndose a
sus pies para escucharle. Jesús nos dice que esta segunda manera es más
importante. A un huésped se le honra mejor escuchándole atentamente. Y Jesús
no es cualquier huésped. Él es la Palabra del Padre. Palabra que instruye y
anima. Palabra que fortalece y sostiene. Palabra que interpela y corrige.
Importante, pues, darnos tiempo todos los días en la oración para acoger en
el corazón a este Huésped-Palabra, escucharle, dialogar con Él. Pero, y es
curioso, Jesús entra como huésped y termina como anfitrión, habiéndonos
llenado el alma de ánimo para comunicarlo a nuestros hermanos, invitándoles
a acoger a tan digno huésped divino. Actividad, sí; no activismo y ajetreo
loco. Contemplación, sí; no ensimismamiento ni huida de la realidad. El
ejemplo nos lo da el mismo Cristo. ¿Su horario? Oración en la mañana y en
la noche; y durante el día, dedicación apostólica.
Finalmente,
nosotros debemos también ser ejemplos de hospitalidad con nuestros
hermanos. En un mundo tan inhóspito y que facilita tan poco la
comunicación cara a cara, por varias causas, una de las cuales son los
instrumentos que llevamos en el bolsillo: teléfono, whatsapp, etc., nos urge
reconquistar este valor. ¿A quién debemos ofrecer hospitalidad? A
todos los que pasen a nuestro lado y que vengan con buenas intenciones. ¿Por
qué debemos ser hospitalarios? Porque es a Cristo a quien acogemos en la
persona de nuestro hermano. ¿Para qué debemos ser hospitalarios?
Para imitar a Cristo, para recibir toda clase de bendiciones de arriba y,
sobre todo, recibir de Él su abrazo en el cielo, cuando nos hospede al final
de nuestra vida terrena. ¿Cómo debe ser nuestra hospitalidad?
Gratuita, respetuosa, atenta, generosa, sincera. ¿Cuáles serían algunos
detalles de hospitalidad para nosotros? Nos responde el salmo de este
domingo: practicar la justicia, no calumniar ni difamar, no hacer mal a nadie,
no practicar la usura. Las lista de detalles puede prolongarse: estar abierto
a la escucha de ese hermano que nos habla, darle un pedazo de nuestra
conversación positiva y motivadora, saber comprender los defectos evidentes,
echarle una mano en algo que necesita, acoger con bondad a quien toca la
puerta de nuestra casa. El encuentro con el hermano es un encuentro con Dios.
Es como una “teofanía”: el Señor se nos apareció. Tal vez
llevaremos una sorpresa cuando el Juez, Cristo Jesús, nos diga al final: “a
Mí me lo hicisteis”.
Para
reflexionar: ¿Tenemos un espíritu acogedor, hospitalario? ¿O
tenemos bien trancada la puerta de nuestra casa y de nuestro corazón? ¿Tengo
la escucha de la Palabra como prioridad en mi vida, antes de toda actividad
doméstica, acción caritativa o de promoción humana? ¿Sé compaginar las
dos cosas: la acción caritativa y la oración contemplativa?
Para
rezar: Jesús, cuántas veces he dejado a un lado mi oración para
darle vuelo a mi imaginación: programando, planeando los grandes proyectos
que podría llevar a cabo, pero olvidando que lo único que puede garantizar
el éxito apostólico es que Tú seas la parte central de cualquier esfuerzo.
Permite que nunca olvide que mi misión proviene de tu inspiración, que
inicia y se sostiene sólo con tu gracia, que desde el principio y hasta el
final todo debe ser por Ti y para Ti.
Cualquier
sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: arivero@legionaries.org.
37.-
El
Papa en el ángelus: ‘Depende de mí ser o no ser prójimo de la persona
necesitada’
Posted
by Redaccion on 10 July, 2016
(ZENIT
– Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco, como cada domingo, se ha asomado
a la ventana del estudio en el Palacio Apostólico para rezar el ángelus con
los miles de fieles reunidos en la plaza de San Pedro.
Estas
son las palabras para introducir la oración mariana:
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy
la liturgia nos propone la parábola llamada del “buen samaritano”, del
Evangelio de Lucas (10,25-37). Esta, en su historia sencilla y
estimulante, indica un estilo de vida, cuyo centro no somos nosotros mismos,
sino los otros, con sus dificultades, que encontramos en nuestro camino y nos
interpelan. Los otros nos interpelan. Y cuando los otros no nos interpelan,
hay algo que no funciona, hay algo en ese corazón que no es cristiano. Jesús
usa esta parábola en el diálogo que con un doctor de la ley, a propósito
del doble mandamiento que permite entrar en la vida eterna: amar a Dios con
todo el corazón y al prójimo como a ti mismo (vv. 25-28). “Sí – replica
ese doctor de la ley – pero quién es mi prójimo?” (v. 29). También
nosotros podemos hacernos esta pregunta: ¿quién es mi prójimo? ¿A quién
debo amar como a mí mismo? ¿Mis padres? ¿Mis amigos? ¿Mis connacionales?
¿Los de mi religión? ¿Quién es mi prójimo?
Jesús
responde con esta parábola. Un hombre, en el camino de Jerusalén a Jericó,
fue asaltado por ladrones, golpeado y abandonado. Por ese camino pasan primero
un sacerdote y después un levita, los cuales, incluso viendo al hombre
herido, no se detuvieron y continuaron su camino (vv. 31-32). Después pasa un
samaritano, es decir un habitante de Samaria, como tal despreciado por los judíos
por no seguir la verdadera religión; y sin embargo él, precisamente él,
cuando vio ese pobre desgraciado, dice el Evangelio, “tuvo compasión. Se
acercó, le curó las heridas […], le llevó a una posada y cuidó de él”
(vv. 33-34); y el día después le encomendó a los cuidados del posadero, pagó
por él y dijo que pagaría también el resto (cfr v. 35).
En
ese momento Jesús se dirige al doctor de la ley y le pregunta: “¿Cuál de
estos tres, –el sacerdote, el levita, el samaritano– te parece que se portó
como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?”. Y ese naturalmente,
porque era inteligente, responde: “Quién ha tenido compasión de él” (vv.
36-37). De esta forma Jesús ha volcado completamente la perspectiva inicial
del doctor de la ley – ¡y también la nuestra!-: no debo catalogar a los
otros para decidir quién es mi prójimo y quién no lo es. Depende de mí ser
o no ser prójimo, la decisión es mía, depende de mí ser o no ser prójimo
de la persona que encuentro y que necesita ayuda, también si es extranjera o
quizá hostil. Y Jesús concluye: “Anda, haz tú lo mismo” (v. 37). Bonita
lección. Y lo repite a cada uno de nosotros: “Anda, haz tú lo mismo”.
“Hazte prójimo del hermano y hermana que ves en dificultad”. “Anda, haz
tú lo mismo”. Hacer buenas obras, no solo decir palabras que se las lleva
el viento. Me viene a la cabeza esa canción “palabras,
palabras, palabras”. Hacer, hacer
y mediante las buenas obras, que cumplimos con amor y con alegría hacia el prójimo,
nuestra fe germina y da fruto. Preguntémonos, cada uno de nosotros que
responda en el corazón, preguntémonos: ¿nuestra fe es fecunda? ¿Nuestra fe
produce buenas obras? ¿O es más bien estéril, y por tanto más muerta que
viva? ¿Me hago prójimo o simplemente paso de largo? ¿Soy de esos que
seleccionan la gente según el propio placer? Está bien hacerse estas
preguntas, y hacerlo a menudo, porque al final seremos juzgados sobre las
obras de misericordia; el Señor podrá decirnos: “Pero tú, tú, tú, ¿te
acuerdas esa vez, en el camino de Jerusalén a Jericó? Ese hombre medio
muerto era yo” (cfr Mt 25,40-45).
“¿Te acuerdas? Ese niño hambriento era yo”. “¿Te acuerdas? Ese
inmigrante que muchos quieren expulsar, era yo”. “Esos abuelos solos
abandonados en las residencias, era yo”. “Ese enfermo solo en el hospital
que nadie visita, era yo”.
Que
la Virgen María nos ayude a caminar en el camino del amor generoso hacia los
otros, el camino del buen samaritano. Nos ayude a vivir el mandamiento
principal que Cristo nos ha dejado. Es este el camino para entrar en la vida
eterna.
