37 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XVI - CICLO C
9-13

9.

Nos dice que Marta acogió a Jesús y que se afanaba por agasajar a Jesús. María, su hermana, "sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra". Una y otra sintetizan la verdadera acogida. No se trata de oponer una y otra actitud. Son dos acciones necesarias. Nuestro peligro es crear disyuntiva, o "eso" o "aquello". El verdadero mal es la ansiedad. Y puede haber tanta ansiedad en escuchar como en obsequiar. En el fondo de cualquier realidad humana siempre se halla la actitud, y ésta -lo que hay en el corazón del hombre- debe ser la acogida gratuita, generosa del otro, del visitante. Es el amor.

Ciertamente, el episodio evangélico puede quedar enriquecido por el gesto de Abrahán que veíamos en la primera lectura. Según como, la ansiedad de Marta puede coincidir con la desconfianza de Sara. Todas esas actitudes, al comenzar nuestra celebración, nos pueden servir para tipificar las de quienes nos reunimos. ¿Tenemos prisas? ¿Venimos para ser "bien vistos"? ¿Venimos a pasar cuentas al Señor?... ¿Venimos gozosos a encontrarnos con el Señor y con los hermanos en la fe?

El texto de la carta a los colosenses -segunda lectura- (1, 24-28) puede proporcionarnos un nuevo elemento en el gesto de la verdadera acogida. El Apóstol Pablo aporta su testimonio de completar "en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia". Se trata, pues, de dar-entregar la propia vida en favor de los demás, aunque sean enemigos. Y por esta entrega sacrificada, desinteresada, llega a decir el Apóstol: "Me alegro de sufrir por vosotros". ¡Profunda paradoja! Y la celebración de la eucaristía es siempre proclamación-paradigma de este estilo de vida. ¡Cuerpo entregado, Sangre derramada por todos los hombres! El crucifijo y el altar son también el marco monumental que lo expresan. Desgraciadamente tenemos la tendencia a la injusta manipulación, porque los revestimos de "oro" y de nuestra vanidad. Queremos decir nuestro gesto externo sin la sincera actitud de estimación.

L. ARMENGOL BONET
MISA DOMINICAL 1992, 9


10.

-Marta, la mujer que acoge

Las casas de Palestina, las casas de la gente normal, eran construcciones muy sencillas, de piedras y barro, de una sola habitación que servía para todo. Casas muy poco iluminadas, no demasiado confortables, y que invitaban más a estar en la calle que en el interior.

Pero estas casas tan sencillas eran también muy acogedoras. Era fácil ser recibido en ellas, y un maestro como Jesús seguro que conocía cantidad de gente que lo recibiría gustoso y lo acogería en los pueblecitos por los que pasaba.

La casa de Marta es una de estas casas en donde Jesús sabía que sería bien recibido. Y el nombre de esta mujer que recibe y acoge a Jesús nos ha quedado grabado para siempre en nuestra historia cristiana. Forma parte de la lista de mujeres y hombres que han estado en contacto con Jesús, que le han amado,y que nosotros tenemos el gozo de recordar cuando leemos el evangelio.

Marta tiene la puerta abierta, y Jesús puede entrar en su casa. Es como una invitación hecha a nosotros, para que tengamos también las puertas abiertas, y seamos acogedores. Acogedores como lo fue también Abrahám, como hemos escuchado en la primera lectura: Abrahán acampa con su gente y sus rebaños en aquellas tierras desérticas. Ve llegar a su tienda a tres hombres que van de camino. No se lo piensa dos veces: aquellos viajeros seguro que vienen cansados, y necesitan descansar y reponer fuerzas. Y acogiendo a aquellos hombres, nos decía la lectura, Abrahán acogió a Dios mismo, que venía a anunciarle que Sara, su esposa, ya anciano y estéril tendría un hijo, un heredero que recibiría las promesas de construir un gran pueblo, el pueblo de los creyentes.

A nosotros seguramente nos cuesta más que a los contemporáneos de Abrahan ser acogedores. Nos hemos vuelto más individualistas, tenemos miedo los unos de los otros, nuestras casas están cerradas con muchas cerraduras, nos asustamos cuando alguien nos para por la calle. Cierto que tenemos motivo para ser así. Pero, ¿no nos estaremos pasando? ¿no será que el problema de verdad es que nos volvemos muy egoístas y no queremos dejar de serlo? Si quisiéramos, podríamos ser un poco más como Marta y como Abrahán: más atentos a los demás, más dispuestos a servir.

-María, la mujer que escucha la Palabra

En el evangelio de hoy, no sólo sale Marta, sino también otra mujer, que queda también grabada en nuestra historia cristiana. Es María, la hermana de Marta.

María está a los pies de Jesús escuchándolo. Está haciendo algo casi prohibido en aquellas épocas. Las mujeres no iban a la escuela ni a la sinagoga; y los maestros de Israel no aceptaban mujeres entre sus discípulos. Pero María no se siente frenada por estos privilegios masculinos y está con Jesús como discípula suya. Y a Jesús no le parece nada mal tener a aquella mujer con él: Jesús no quiere discriminaciones, y de vez en cuando realiza acciones que escandalizan a la gente de su tiempo. Y una de ellas es tratar a las mujeres con normalidad, y quererlas dentro de su círculo de discípulos.

Pero a Marta no le gusta tampoco lo que está haciendo María. Marta cree que alegrará a Jesús preparándole muchas cosas, obsequiándole con una comida muy bien hecha, y quizá con regalos que le dejen un buen recuerdo. Y quizá también piensa que Jesús se debe sentir un tanto molesto por tener una mujer escuchándolo, en contra de lo que era costumbre.

Pero Jesús le aclara cuáles son los obsequios que él desea. Cierto que no le contesta con malas maneras, sino con mucho amor y ternura. Pero le deja las cosas claras. Le dice que lo que él espera no es un aluvión de obsequios, sino el seguimiento de su Palabra. Lo que él quiere es que le prestemos atención de verdad. Y eso se hace escuchando su Evangelio y viviéndolo a fondo. En la oración, en la entrega personal, en el amor a Dios y a los demás, en el anuncio de la Buena Nueva.

De hecho, a lo largo de la historia de la Iglesia, a menudo ha sucedido que ha parecido más importante agradar a Jesús con cultos, imágenes o grandes construcciones que obsequiándolo como él quiere: sentándonos a sus pies para escuchar su Palabra, para hacer que su Palabra guíe de verdad nuestra vida.

Que la eucaristía que ahora celebraremos nos haga vivir muy cerca de Jesús y su Evangelio.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1992, 9


11.

DIOS VIENE A NUESTRA CASA

-Recibir a Jesús en la propia casa (Lc 10, 38-42)

El Evangelio de este día aporta diversas enseñanzas. Particularmente el problema, siempre actual, de la acción y la contemplación podría encontrar apoyatura en este texto. Pero no conviene dejarnos llevar demasiado lejos en esta meditación, pues como la primera lectura indica, este pasaje del Evangelio ha sido escogido, sobre todo, para hablarnos de la visita que Dios hace a nuestra casa. Esta visita es lo que debe retener nuestra atención en primer lugar; pero también es importante ver cómo y en qué condiciones debemos nosotros recibir la visita de Dios.

La visita del Señor requiere una actitud y este texto es muy bueno para explicárnosla. Aunque el Evangelista no nos detalla el lugar de la narración, sí se detiene a darnos el nombre de las dos mujeres visitadas por Jesús, cosa que no suele ser frecuente, pues Lucas no suele proporcionar de ordinario el nombre de los interlocutores de Jesús. Parece que el Evangelista hubiera tenido la intuición de que este relato iba a ser para siempre muy importante en la vida de la Iglesia: recibir a Cristo, pero ¿cómo? Se detiene en darnos detalles.

DISCIPULO/ESCUCHA: Hay dos modos posibles de recibir a Jesús: uno está representado en la actitud de María, sentada a los pies de Jesús. ¿Cómo comprender esta actitud más allá de una especie de ociosidad contemplativa? María está en la actitud de quien escucha activamente al Señor. La postura de sentado es propia del discípulo. Efectivamente, la multitud se sienta alrededor de Jesús para aprender (Mt 12, 47; Lc 8, 19-20); el hombre liberado del demonio se sienta a los pies de Jesús (Lc 8, 35). La otra actitud es la de la actividad amorosa, llena de respeto al Señor hasta el punto de que S. Lucas deja traslucir la ansiedad y el celo tan seguro de sí mismo que embarga a Marta y que la lleva a poner por testigo al Señor de toda su actividad, mientras que su hermana la deja sola en todos los trabajos del servicio.

Cristo responde juzgando ambas actitudes. Su respuesta es más matizada de lo que algunos piensan. En primer lugar, no contiene condenación alguna del celo que anima a Marta y sería algo, al menos subjetivo, ver en las palabras de Jesús una condena del celo y de la actividad apostólica de la Iglesia. Para dar una interpretación adecuada a la respuesta de Cristo hay que situar sus palabras en el contexto en que S. Lucas las coloca voluntariamente. Es fácil constatar que quiere insistir, en esta ocasión, en la escucha de la Palabra y en la actitud del discípulo. Recibir a Cristo es, ante todo, escucharle, hacer de uno mismo un discípulo. No hay exclusivismo en la respuesta de Jesús: no se trata de que el cristiano tenga que actuar o contemplar... alternativa falsa. Se trata, en primer lugar de escuchar, de recibir a Cristo en paz haciéndose discípulo suyo con sencillez. Si se puede barruntar algo de reproche hacia Marta se referiría más a su ansiedad que a su celo y a su actividad orientada a recibir a Jesús.

Por desgracia, el texto de la respuesta de Jesús plantea problemas de crítica literaria no resueltos. La Biblia de Jerusalén traduce: "Marta, Marta, te afanas y preocupas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola". La segunda parte de la frase tiene versiones originales diferentes. Tiene tres formas: "Pocas cosas son necesarias". "Una sola cosa es necesaria". "Hay necesidad de pocas cosas, o mejor, de una sola". Esta última versión que une las dos primeras, está atestiguada en dos manuscritos importantes y es la que toman la mayor parte de las ediciones posteriores.

De hecho, la primera traducción y la primera versión podrían significar que Marta no debe afanarse tanto, pues sólo hacen falta muy pocas cosas. Con esto correríamos el riesgo de desposeer a la observación de Jesús de todo su valor; además, son pocos los testigos que aportan esta versión. Las otras dos tienen en realidad el mismo significado: Sólo una cosa es necesaria: ¿cuál? En el contexto del Evangelio de hoy, supuesta la actitud de María que escucha al Señor, esta única cosa necesaria es la Palabra de Dios. Todo lo demás es secundario en relación con ella.

"La mejor parte", la que no será quitada a María, no significa que no tenga que ocuparse del servicio a los demás, sino que designa precisamente la escucha de la Palabra. Sin duda por este motivo se eligió en otros tiempos esta lectura para la fiesta de la Asunción de la Virgen María; María fue, con toda exactitud, quien escuchó la Palabra y la guardó en su corazón. Es importante que lo digamos otra vez: Jesús no censura a Marta porque tenga preocupación, "sentido" de los demás, sino porque ponía demasiado en primer lugar lo que debería ocupar un rango inferior en relación con la actividad de escuchar la Palabra de Dios.

-La visita de Dios que cumple su promesa (Gn 18, 1-10)

Este relato del Génesis es como un cuento de hadas que nos transporta a un ambiente oriental de calor y hospitalidad. Una posibilidad sería dejarse coger por él e imaginar que se trata de un ejemplo que debe darnos ánimos para practicar la virtud de la hospitalidad. Pero el autor del relato va más allá de este argumento moral. Se trata de la visita del Señor que se muestra a Abrahan sentado a la entrada de su tienda. Un relato, por lo demás, extraño. Es el Señor el que aparece, pero, de hecho, los que aparecen ante Abrahan son tres hombres; éste les saluda, pero él se dirige a uno solo y al hacer su invitación usa el singular como si hablara a uno solo, aunque en otros momentos usa el plural. Algunos Padres de la Iglesia como S. Agustín y S. Ambrosio ven en estos tres hombres la Trinidad; otros ven en el personaje único al Verbo. Exegéticamente, es evidente que no se puede ni pensar en semejantes interpretaciones. Desde el punto de vista literario la solución del problema sigue siendo difícil. Con seguridad se trata, al menos, de mensajeros de Dios, quizá incluso de Dios mismo que se muestra de esta forma. Los personajes preguntan a Abrahan: "¿Dónde está tu mujer Sara?". Y le prometen un hijo. Es el cumplimiento de la promesa que Dios había hecho a Abrahan si abandonaba su país. Una descendencia. Recibir al Señor en su Palabra y su Promesa: Haré de ti un gran pueblo (Gn 12, 3), recibirle en la fe, provoca la realización próxima de la promesa.

En esta misma línea se sitúa el Evangelio: Escuchar la Palabra es recibir al Señor. Lo cual no significa que el recibimiento caluroso de Abrahan fuera inútil, sino que acoger la Palabra y la Promesa es lo fundamental.

Sorprendentemente, el salmo responsorial, el 14, canta la hospitalidad de Dios que nos recibe en su casa. Enumera las cualidades requeridas para ser huésped de Dios. Entre este canto que anuncia la hospitalidad de Dios y la lectura que narra la hospitalidad de Abrahan hay un vínculo muy estrecho: el del intercambio que, de esa forma, se establece entre Dios y los hombres; es un modo nuevo de expresar la Alianza de Dios con los hombres.

Me parece que estaría fuera de lugar hacer comparaciones de detalle entre las dos lecturas del Génesis y de S. Lucas. Podríamos descubrir contradicciones, como por ejemplo, la recompensa que se da a Sara, que sin embargo se afana cuidadosamente por el servicio, mientras que a Marta se la censura. Pero esto supondría que no hemos entendido estas dos lecturas. Su verdadero centro es la primacía que se debe dar a la acogida de la Palabra y de los que la proclaman, acogida que no debe concentrarse primariamente en detalles indirectos como los materiales, sino, por el contrario, debe orientarse, sobre todo, a la actitud de escucha.

Con demasiada frecuencia los comentarios de estos textos se han centrado en la alternativa entre acción y contemplación. Sólo una lectura demasiado "anecdótica" del texto ha podido concluir en una oposición tan simplista y al fin y al cabo tan moralizante. Hay que saber ver el texto desde un poco más arriba; y esta perspectiva más elevada me parece muy importante para nosotros hoy en día. Escuchar al Señor es una actividad de primera magnitud. Acoger al Señor consiste fundamentalmente en tener esa actitud, compuesta de fe y de atención. El primer paso es comprender lo que el Señor quiere; esforzarse por entenderle; éste es el punto de arranque de toda vida cristiana concreta. Efectivamente, podemos llamar a esto "contemplación". Y de hecho, para llegar a entender a Jesús es preciso encontrar un lugar sereno, lejos del jaleo de la multitud; es necesario dedicar tiempo a la lectura de las Escrituras; hay que tener la valentía de evitar las discusiones interminables, las innumerables mesas redondas, las puestas en común que hoy están tan de moda, y crear las condiciones de silencio necesarias para escuchar a Jesús. Pero también se le puede llegar a comprender en pleno trabajo, en el taller o en la fábrica, en el tren, en el sufrimiento físico o moral. Para recibir a Dios, lo que cuenta es la actitud interior de amor.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 6
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 9-21
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 78-81


12. ACCION/ORACION 

1. Comunicaci6n y hospitalidad

Es frecuente oír al hombre moderno quejarse de que no tiene tiempo para nada. Y lo malo es que parece verdad, si partimos del montaje que la sociedad consumista nos ha hecho de la vida. El tener más medios no ha ayudado a crear comunicación, sino todo lo contrario: aumenta la incomunicación entre las familias, favorecida en gran medida por la televisión; a los vecinos ya ni los conocemos, principalmente en las enormes colmenas en que se han convertido muchos grandes edificios. Vivimos más preocupados por impresionar a los demás con lo que tenemos que con lo que somos. La falta de comunicación humana y profunda se acentúa en las grandes aglomeraciones, en las que la comunicación, cuando existe, es superficial y apresurada y no pone a las personas en contacto desde su interioridad y verdad.

El pasaje evangélico que vamos a comentar nos quiere presentar el valor de la hospitalidad y de la comunicación, y nos quiere mostrar, además, el verdadero valor del hombre: mantener una relación humana y personal con el otro. El mismo Jesús empleó mucho tiempo dialogando con las personas; hizo que muchos se encontraran y hablaran, creando lazos entre ellos. No podemos olvidar que comenzó su tarea creando el grupo de apóstoles.

Este valor de la hospitalidad exige hoy un esfuerzo especial a causa de la tendencia de la sociedad actual a encerrar al hombre en sí mismo, en sus intereses, en sus ocupaciones, en su deseo de hacer y de tener muchas cosas..., olvidando el valor de la convivencia acogedora, gratuita, festiva, honda. Es necesario que reaccionemos ante la deshumanización de la sociedad consumista.

2. Diversa actitud de las hermanas MARTA/MARIA

Lucas nos presenta a dos hermanas en actitudes que parecen contradictorias, y que esconden en su profundidad una tremenda verdad. Jesús, "yendo de camino" hacia Jerusalén, ha entrado en casa de Marta y María, familia amiga. Marta se ocupa del trabajo; María, sentada a sus pies, escucha sus palabras. Ante la protesta de Marta, Jesús dice unas palabras importantes: "María ha escogido la mejor parte". ¿Qué quiere decir todo esto? Sin duda, Lucas quiere mostrarnos cuál debe ser la actitud del discípulo al recibir a Jesús en su casa; pretende destacar que el modo de recibirle y acogerle en la propia vida es escucharle y hacerse su seguidor.

Es indudable que las dos hermanas, hospitalarias sin lugar a dudas, abren su casa de par en par al huésped amigo que va de paso. La presencia de Jesús bajo un techo acogedor, en el que su palabra encuentra unos oídos atentos, proporciona a Lucas la ocasión de una reflexión que va más allá del tema de la hospitalidad. El comportamiento de las dos hermanas es diverso. El evangelista quiere indicarnos cuál debe ser la actitud del cristiano, preocupado por innumerables actividades.

3. Marta

Marta simboliza el trabajo repetido y agobiante que nos hace esclavos de las cosas y nos impide vivir de verdad el misterio de la vida que nos rodea. Es la típica ama de casa: siempre haciendo algo, sin detenerse un instante. Esclava de su trabajo, no le alcanza el tiempo para nada. Y, a veces, ese "nada" es lo más importante. Está volcada al exterior, a hacer cosas, a llenar el tiempo, para evitar sentir esa sensación de vacío interior que la invade cuando cesa en su actividad. Se olvida de que es una persona, alguien que tiene derecho y obligación de pensar un poco, de reflexionar sobre quién es y para qué vive y trabaja, qué sentido tiene que darle a su existencia. Es una "maquinita" que no para, como tantos de nuestra sociedad que viven para hacer cosas, pero sin saber para qué ni por qué las hacen. Vive desprevenida, atrapada entre sus cacharros. No es una persona activa; es una persona agitada. Representa a todos los que viven, de buena voluntad, una fe superficial, cosificada y materializada.

Llega un amigo a su casa y no descubre que lo importante es sentarse y atenderle. Para ella lo importante es preparar la comida y que el amigo espere solo. No ha descubierto que el ajetreo y la angustia por quedar bien no son lo que hace que el huésped se sienta acogido y comprendido en lo que es; que hay que descubrir su persona como tal, sus inquietudes, sus ilusiones, escuchar lo que dice, preguntar. Quiere extremarse, preparar una comida complicada, cuando un solo plato podría bastar.

Marta es una buena mujer, pero está ciega y sorda: no ve ni escucha a Jesús. Vive inmersa en las preocupaciones diarias, que son medio para vivir, nunca fin. Esas preocupaciones que tanto nos tientan a los hombres de todos los tiempos. Representa la vaciedad de la vida escondida bajo el afán de las cosas. No sabe vivir ni gozar de la vida. Es un ejemplo de las personas que no saben amarse a sí mismas, que no saben cuidar de sí mismas ni de su felicidad. Viven para los trastos, llámese televisor de color, coche, vídeo o lo que nos presente en ese momento la sociedad de consumo; trastos que les impiden disfrutar de la amistad. Y el que no se ama a sí mismo, no puede amar a los demás debidamente.

RUTINA/PERSONA: Marta ya no puede crecer como persona, ya no hay novedad en su vida convertida en rutina, en interminable repetición de los mismos actos un día y otro. Es una mujer a la que se le han acabado las preguntas, los ideales, el afán de crecer, la utopía.

Marta no ha descubierto quién es Jesús en la vida de una persona, qué representa; ni podrá descubrirlo nunca si no cambia de actitud. Lo considera un amigo más, pero no como "el Señor". Con su apariencia de vida, está dejando que muera el espíritu. Lo suyo ni siquiera es actividad: es un activismo febril que busca encontrar la paz en las evasiones del trabajo diario, gran enfermedad de nuestro siglo industrializado y consumista. En nuestro mundo ya no es el hombre, cada uno, lo más importante: es lo que hace y posee. Y cuando fallan nuestros planes infantiles, nos quejamos.

Marta, desbordada por el trabajo que se ha buscado, quiere que su hermana la ayude. Quiere que María sacrifique lo más importante a lo que es secundario. No ha descubierto a Jesús, y en el reproche que le hace se esconde su ceguera.

A primera vista, parece que Marta tiene razón en sus exigencias, ya que su hermana la dejó sola con todo el trabajo, y lo único que hace es estar sentada a los pies de Jesús, pasando el rato en amena charla.

Marta no supo obligarse a permanecer tranquila y sosegada mientras Jesús hablaba, ni dejar que se realizara en ella ese trabajo interior de transformación. Encontraba largos y pesados todos esos discursos y conversaciones. Sentía que la llevaban hasta donde no se atrevía a llegar, que amenazaban con suscitar en ella a la mujer nueva y profunda que no estaba dispuesta a llegar a ser. Aún no sabía que para un discípulo de Jesús es indispensable ponerse a sus pies y escucharle con calma. Darle de comer una cosa u otra era secundario.

La postura de Marta se hace realidad constantemente en cualquiera de nuestras casas, oficinas, aulas o fábricas: gente que vive ocupando su tiempo, pero sin ocupar la vida, como atrapados por una máquina que les impide ser ellos mismos.

Es increíble la cantidad de cosas que hacemos cada día obsesivamente, como una enfermedad que tiene como finalidad ahogar el silencio. ¿Por qué le tenemos tanto miedo al silencio y a preguntarnos si de verdad somos felices con lo que hacemos y con nuestro estilo de vida? Pasamos muchas veces por la vida porque no tenemos más remedio, sin que nuestra actividad forme parte de nuestra vida verdadera; esa vida que soñamos cuando nos hemos encontrado con nosotros mismos.

4. María

¿Hemos de tomar, sin más, a María como modelo de acogida fraterna al huésped, cuando lo único que hizo fue sentarse a los pies del visitante y escuchar su palabra? El texto nos dice que María ha elegido la mejor parte. Cuando llegó Jesús a su casa, dejó todo de lado, se sentó a sus pies y abrió su corazón a su palabra. Era consciente de que tenía que aprovechar bien el tiempo: la oportunidad que tenía a su alcance era difícil de repetirse. Quiere aprender a ver la vida desde Dios.

Sabe que las preocupaciones diarias pueden ahogar su vida, cosificarla y embrutecerla. Por eso está "a los pies del Señor". Es verdad que deberá actuar; pero su acción no será activismo ciego, porque estará fundado en la palabra oída. Hará, quizá, lo mismo de siempre, pero con otro sentido, sabiendo cuándo tiene que perder algo para que no se pierda lo más importante.

María es ejemplo del creyente, del hombre de fe, del discípulo que sigue a Jesús. Ha aprendido a dar valor a lo que verdaderamente lo tiene, a eso que no le será arrebatado porque está dentro, en el interior, formando parte de su mismo ser. Es la que tiene tiempo para preguntarse: ¿Quién soy?, ¿qué quiero y busco?, ¿hacia dónde camino?... No es una persona perezosa que pierde el tiempo mientras los otros trabajan. Tampoco es una inconsciente: está en situación de búsqueda en el gran desierto de la vida; se siente insatisfecha de sí misma y, consciente de su pobreza y de sus limitaciones, dirige sus ojos a Jesús como Señor, en busca de una respuesta total a sus anhelos.

Hemos de saber perder el tiempo escuchando, acogiendo. Hemos de valorar a cada hombre. Hemos de recordar que en cada persona está Dios; que Dios se presenta en nuestra vida a través de los demás, a través de quienes nos piden un rato de nuestro tiempo.

ESCUCHA/SEGUIMIENTO  Es cristiano el que escucha la palabra de Jesús y la sigue. Escuchar y seguir. No seguir por seguir, por disciplina, porque le siguen otros. No escuchar embelesados, sino escuchar y seguir por haber escuchado personalmente.

De nuevo una mujer es presentada como el auténtico cristiano. Ya sabemos que, en el contexto social de Israel, la mujer era considerada como un creyente de segunda categoría: no podía tomar parte oficial en el culto de la sinagoga ni se podía dedicar a la escucha y cultivo de la ley. Jesús refleja una actitud totalmente distinta, actitud que la Iglesia sigue sin querer reconocer al continuar colocando a la mujer en una situación fundamentalmente pasiva dentro de la comunidad de los cristianos.

5. Lo único necesario

"Marta, Marta: andas inquieta y nerviosa por tantas cosas: sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán".

Marta es reprendida no porque trabaje, sino porque es incapaz de poner en primer lugar lo que vale realmente la pena: la palabra de Jesús. Su hospitalidad se había desenfocado, los cuidados materiales hacen que descuide la conversación, que era lo más importante en aquel momento. Jesús quiere hacerla ver la importancia de estar con él, de escuchar su palabra, de comprender su revelación, quién es y qué pide de nosotros. Cuando Jesús llega, lo importante es escucharle, para que su palabra transforme nuestro interior y así nuestra acción tenga sentido. Por eso le reprocha que se preocupe de muchas cosas, sin saber por qué ni para qué.

Sólo una cosa es necesaria y no está al margen de las demás: la que penetra nuestra vida entera y le da coherencia y sentido: la palabra de Dios, que nunca nos aparta de la vida, sino que la llena de contenido y nos renueva el corazón.

Esta fidelidad a la palabra es la que se destaca en la actitud de María y en la respuesta de Jesús: lo que hace María -estar con él, escucharle- es lo importante. Lo demás vendrá como consecuencia de esa escucha. Acoger al huésped no es tanto obsequiarle con un banquete como acompañarle. Y ello tanto si el huésped es Jesús como si es otro hombre cualquiera. Acoger a alguien en la propia casa, principalmente si pertenece a la capa social de los "pobres de la tierra", es acoger a Dios mismo, y como tal hay que tratarle (Mt 25,31-46).

Todos son huéspedes nuestros en el diálogo. Somos todos huéspedes unos de otros en cada conversación, en cada momento en que tratamos de comunicamos. En el caso concreto de Marta y María, escuchar al huésped Jesús es dejarse interpelar por sus exigencias de cambio personal y estructural.

Andamos también nosotros inquietos por muchas cosas. Pero ¿qué podemos hacer?, ¿evadirnos de nuestra tarea, dejarlo todo, encerrarnos en un convento? Evidentemente, no; también en el convento Jesús nos diría las mismas palabras.

No se trata de dejar lo que hacemos. Pero debemos vigilar para que las preocupaciones y los trabajos no nos coman el corazón y la vida, no nos dejen tiempo para conversar con los hijos, con los padres, escuchar a los amigos, comunicarnos profundamente entre nosotros.

Más importante que las preocupaciones que nos tomamos con los hijos es acompañarlos, escucharlos, amarlos, comunicarnos con ellos. Lo mismo los hijos con los padres... Son muchas las personas que se sienten solas en medio del ruido y del gentío, y esperan a alguien que las escuche. Padres y madres: cambiad los mimos y la frialdad afectiva con los hijos por la exigencia y el cariño demostrado.

¿Por qué nos cuesta tanto distanciarnos del ritmo de la vida moderna para encontrarnos con nosotros mismos, renunciar a alguna actividad para tener más paz y más tiempo para estar con los hijos, con los padres, con los hermanos y amigos, para leer, rezar?... Deberíamos ser capaces, de vez en cuando, de dedicar un tiempo exclusivo -una tarde entera, un día completo, un fin de semana, dos o tres días...- a escuchar en profundidad la palabra de Dios; con otros amigos, con el grupo o solos. Un creyente y una comunidad que reflexionan constantemente sobre el evangelio, buscando tiempo para ello -siempre hay una excusa para no hacerlo-, actuarán con serenidad, infundirán paz y orientarán todos sus esfuerzos hacia un fin bien pensado y asumido. ¡Cuánto tiempo se pierde en el vacío del activismo por falta de serena reflexión!

Tenemos necesidad de aprender a contemplar, a escuchar, a pensar. Ninguna inquietud, ninguna preocupación debe impedirnos este derecho y esta necesidad. Somos hombres y no máquinas: sólo si vivimos como hombres hallaremos a Dios en nuestra vida; sólo si vivimos como hombres trataremos a los demás como tales y no como objetos o máquinas. Hemos de luchar contra una sociedad que nos considera máquinas productivas u objetos de placer. Hemos de humanizar nuestro mundo para redescubrir la contemplación, la fiesta, la paz, la hospitalidad, la utopía, el vivir como amigos sin necesidad de producir siempre, de ganar dinero constantemente. ¡Qué importantes son las cosas que se hacen gratis! La ciencia y la técnica han aportado al hombre muchas comodidades; pero, como nos descuidemos, no tendremos tiempo ni para la vida de familia.

Se presentó durante mucho tiempo a Marta y María como los dos polos de la vida cristiana: la acción y la oración, como si ambas fueran excluyentes. Esta perspectiva no parece exacta. No olvidemos que son hermanas. Hemos de terminar con la separación de la acción y de la contemplación. Marta representa únicamente aquella acción que no se basa en la palabra de Jesús. María simboliza la escucha de la palabra que se traduce necesariamente en servicio al prójimo. La escucha de la palabra de Dios no excluye las demás ocupaciones, pero sí debe ser lo primero. De esa escucha debe surgir la verdadera acción humana. Para que la acción del creyente sea auténtica tiene que estar fundamentada en la escucha de la vida que se manifiesta en Jesús de Nazaret. El auténtico hombre activo es contemplativo, y al contrario. Sólo uniendo la acción y la contemplación viviremos a fondo nuestra vida, sabremos mirar con ojos tranquilos lo que verdaderamente merece la pena, atinaremos a descubrir la presencia de Dios en nuestra vida y en la vida de cada ser humano.

El hombre de fe está siempre alerta. Sabe que en cualquier momento y de cualquier forma Dios le puede hablar. Y que cuando llegue ese momento hay que escucharlo, porque viene como un amigo, de paso, y no se puede desperdiciar esa oportunidad. Vivimos en medio de ruidos, de proyectos, de cachivaches, de preocupaciones, de propagandas. Estemos atentos para no perder lo único necesario. Podremos, de esa forma, ir comprendiendo lo que significa orar: descubrir el rostro y la obra de Dios en nuestra misma vida.

No podemos rezar apartándonos de la vida. Pero de nada vale intentar vivir sin el alimento del espíritu. La oración surge desde nuestro yo más íntimo. No comienza con un montón de peticiones, sino como María: "a los pies del Señor", para escuchar una palabra nueva.

En Dios está el amor, la vida, la libertad... porque Dios es todo eso. Rezar es abrirse a ese amor, a esa vida, a esa libertad...

Hagamos frecuentemente un alto en nuestro camino para preguntarnos, como María, por nosotros mismos, por cómo nos sentimos y cómo vamos respondiendo a nuestras ilusiones. Si la fe no nos sirve para encontrar el sentido y el gozo de vivir, ¿para qué la queremos? Sólo una cosa es necesaria: vivir en plenitud, con poco o con mucho. Ese es el lenguaje de este pasaje evangélico, y para eso llega el Señor de improviso a nuestra casa: para indicarnos la forma de vivir de verdad.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 2
PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 132-139


13.

1. La enfermedad de Marta Los textos evangélicos de este domingo y de los siguientes tienen como eje la siguiente idea central: Si por Jesús hemos recibido el don precioso de la vida nueva, es justo que empleemos todos los medios para conservar, preservar y aumentar ese don. La Vida es un tesoro, pero frágil, y muchos son los peligros que la acechan.

El cristiano debe mantenerse en constante «vigilancia» interior para que su vida, su vida interior, no sucumba, sobre todo, bajo las preocupaciones diarias y el afán de lucro y riquezas.

Hoy se nos presentan las figuras prototípicas de dos hermanas: Marta y María, cuyo hermano, Lázaro, anticiparía en su muerte y resurrección el gran misterio de Jesucristo. Lucas, a menudo, parece divertirse con nosotros presentándonos casos aparentemente contradictorios y absurdos, pero que esconden en su profundidad una tremenda verdad. El de hoy es uno de ellos. En efecto, a primera vista parece que Marta tiene razón en sus exigencias ya que su hermana la dejó sola para el trabajo y lo único que hace es estar sentada a los pies de Jesús, pasando el rato en amena charla. Sin embargo, Jesús alaba la actitud de María y reprocha la de Marta: ¿Por qué?

Marta es una típica ama de casa: siempre haciendo algo, no se detiene un instante. Esclava de su trabajo, no le alcanza el tiempo para nada... Y a veces ese «nada» es importante.

Llega un amigo a su casa y no descubre que lo importante es sentarse, dejar la limpieza de la casa, y atender al amigo. «No -piensa ella-, lo importante es dejar todo bien limpio, quitar el polvo y preparar la comida Que el amigo espere solo. Yo sigo con mi trabajo.» Marta está volcada al exterior, a hacer cosas, a llenar el tiempo. «Necesita» llenar el tiempo porque de lo contrario se produciría en ella una extraña sensación de vacío interior. Se olvida de que es una persona, alguien que tiene derecho y obligación de pensar un poco, de reflexionar sobre quién es y para qué vive, para qué trabaja o qué sentido tiene que darle a su existencia.

No. Ella es una maquinita de hacer cosas, como tantos hombres y mujeres de nuestra sociedad: viven para hacer cosas, pero no saben para qué viven ni para qué hacen cosas. Con su habitual perspicacia, Lucas nos dice que María, en cambio, estaba sentada a los pies del Señor, de lo más importante de su vida, de lo absoluto: del Señor de la Vida. Marta aún no lo ha descubierto y en el reproche que le hace a Jesús se esconde su ceguera.

La escena podría desarrollarse en cualquiera de nuestras casas, oficinas o fábricas. Gente que vive ocupando su tiempo pero sin llenar la vida, como atrapados por una máquina sin fin que les impide detener el paso. Es increíble la cantidad de cosas que hacemos todos los días, obsesivamente, como una enfermedad que tiene por cometido ahogar el silencio. ¡Qué miedo le tenemos al silencio! ¡Qué pánico encontrarnos de pronto con nosotros mismos y preguntarnos, aunque sea de pasada, si realmente somos felices con lo que hacemos, con nuestro estilo de vida!

Pasamos por la vida como tantos alumnos que pasan por un colegio porque no tienen más remedio; pero el colegio no forma parte de su vida: es una simple travesía pasajera y obligada.

Desde la perspectiva de Lucas, Marta representa a esas esposas de buena voluntad, sí, pero que viven con una fe superficial, cosificada y materializada. Todavía no ha descubierto quién es Jesús en la vida de una persona, quién es y qué representa. En todo caso es un amigo más, pero no «el Señor», el de la resurrección y de la vida.

Por eso es esta misma Marta la que tanto se lamenta ante Jesús por la muerte de su hermano Lázaro: no se le ha pasado por la cabeza que quien cree en Jesús tiene la vida nueva. También en esa circunstancia hace reproches a Jesús y llora... Son los lamentos que todos los días salen de nuestros labios: porque padecemos la enfermedad de tener cosas, vivimos insaciables. Ya no es el hombre, cada uno, lo más importante: es lo que hace y posee. Y cuando fallan nuestros infantiles planes, lloramos y nos quejamos. Marta no es una mujer mala ni una gran pecadora: simplemente está ciega. Ciega y sorda: no ve ni escucha al Señor. Atrapada por las ocupaciones diarias -que deben ser medio para vivir y no fin- ha caído en esa trampa que hoy a todos nos tienta: la vida interior y el cuidado del espíritu mueren bajo una apariencia de vida. Ni siquiera es actividad: es un febril activismo que sólo tiene una forma de escape: las evasiones; intentos ingenuos de encontrar la paz.

A menudo se ha visto en Marta y María las dos caras de la vida humana: la actividad y la reflexión, respectivamente. Pero no parece que sea ésta la perspectiva de Lucas. Marta no es la actividad sino la vaciedad de la vida escondida bajo el afán de las cosas. Marta es una «necia» que no sabe vivir ni gozar de la vida. Es la gran enfermedad de nuestro siglo industrializado y consumista.

Marta es un ejemplo de lo que decíamos el domingo pasado: personas que no saben amarse a sí mismas, no saben cuidar de sí y de su felicidad. Viven para las cosas, llámense coche, electrodoméstico o gatito. Por eso su misma neurosis les impide disfrutar un rato con un amigo: el que no se ama a sí mismo no puede amar al otro.

2. La vigilancia de María

María es la otra cara de la moneda: es la que ha elegido la mejor parte. En cuanto llegó el Señor a su casa, dejó todo a un lado, se sentó a sus pies y abrió su corazón a su palabra.

María es el típico ejemplo de la persona de fe, del discípulo que sigue a Jesús sin volver la mirada hacia atrás.

Ha aprendido a dar valor a lo que tiene valor, a eso que no le será arrebatado porque está dentro, en el interior, formando parte de su mismo ser.

También ella tiene una tarea que hacer en la casa de su vida. Pero lo que hace no es su meta. «Esas cosas por las que se preocupa tanto Marta» no son el objetivo de su vida. María es la que, aun inmersa en el dinamismo de toda vida, tiene tiempo y lugar para preguntarse: ¿Quién soy? ¿Qué quiero? ¿Hacia dónde camino? ¿Qué es lo trascendente en la existencia humana? ¿Qué tiene realmente un valor imperecedero?

No es una perezosa que pierde el tiempo reflexionando o rezando mientras los otros trabajan; pero tampoco es una inconsciente que camina sólo porque tiene piernas. María está en situación de búsqueda en el gran desierto de la vida; sin dejarse cubrir por las arenas que agita el viento, se siente insatisfecha de sí misma y, consciente de su pobreza y de sus limitaciones, dirige sus ojos al Señor en búsqueda de una respuesta total, como aquel letrado que preguntó: ¿Qué tengo que hacer para conseguir toda la vida? Marta y María son el caso concreto de muchas palabras que Jesús dijo sobre la importancia del Reino y su justicia, sobre la actitud ante la palabra de Dios y sobre la constante vigilancia del hombre en la vida.

Marta vive desprevenida, atrapada entre sus cacharros, con la defensa descubierta. Ya no crece como mujer, ya no hay novedad alguna en su vida, constante rutina gris, interminable repetición de los mismos actos un día y otro. Es una mujer a la que se le han acabado las preguntas, los ideales y el afán de crecer. María, en cambio, vigila el don precioso de su vida y de su fe. Sabe que las preocupaciones diarias pueden ahogarla, cosificarla y embrutecerla. Como el vigía de la torre, mira, camina, se detiene, piensa y mantiene constantemente el arma en la mano. Por eso está a los pies del Señor: quiere aprender a ver la vida desde Dios, porque si Dios está realmente en su vida, la vida será Vida con mayúscula. Hará, quizá, lo mismo de siempre, pero con otro sentido; como persona será la dueña de sus actos, sabiendo cuándo tiene que perder algo para que no se pierda lo más importante... En María, prototipo del discípulo, se manifiestan perfectamente los sentimientos del salmo 130: «Desde lo más profundo grito hacia ti, Señor. Estén atentos tus oídos a la voz de mi plegaria... Yo espero en Dios, mi corazón espera y estoy pendiente de su palabra. Mi corazón está pendiente del Señor más que el centinela de la aurora, porque con Dios está el Amor y junto a él hay abundante salvación...".

El hombre de fe está alerta. Sabe que en cualquier momento y de cualquier forma Dios le puede hablar. Cuando llegue ese momento, hay que escucharlo, porque viene como un amigo de paso y no se puede desperdiciar esa oportunidad.

El hombre vive en medio del ruido, de proyectos, de artefactos, de preocupaciones. Si no podemos aislarnos, al menos que estemos vigilantes... ¡Cuidado!, dice el Señor, una sola cosa es necesaria...

Así podemos ir comprendiendo también lo que significa orar: es descubrir el rostro y la obra de Dios en la misma vida. No podemos rezar apartándonos de la vida; eso es pereza. Pero de nada vale pretender vivir sin el alimento del espíritu; eso es embrutecimiento y prostitución. Como en el salmo 130, la oración surge "desde lo más profundo" de nosotros mismos,

desde nuestro yo íntimo. Pero la oración cristiana no comienza con un montón de peticiones a Dios; comienza como María: a los pies del Señor para escuchar una palabra nueva, con el mismo cuidado con que el centinela agudiza su oído para captar hasta el más mínimo ruido. En Dios está la vida, el amor y la salvación. Rezar es abrirse a la vida y al amor «más que el centinela a la aurora». Cuando llegue la aurora con la luz definitiva, ya no hará falta vigilar... Pero ahora vivimos la condición del hombre peregrino que aún no conoce el descanso. Si no vigila, morirá atrapado...

Desde esta perspectiva, que nada tiene que ver con cierta espiritualidad evasionista o masoquista, podemos hoy hacer un alto como María para preguntarnos por nosotros mismos, no por lo que hacemos sino por lo que somos y cómo nos sentimos. Si la fe no nos devuelve el sentido y el gusto de vivir, ¿para qué sirve esa fe?

Sólo una cosa es necesaria: gozar la vida, con poco o con mucho. Es Ia única que tenemos; no hay segunda oportunidad. Ese es el lenguaje de este evangelio y para eso llega de improviso el Señor a nuestra casa: para que no estemos desprevenidos. Con gran claridad lo dice Jesús en el Evangelio de Lucas un poco más adelante: «No andéis tan preocupados por la comida o el vestido; no os obsesionéis tanto por eso... Buscad, más bien, el Reino, y todas las demás cosas se os darán por añadidura. No temáis, pequeño rebaño, porque al Padre le ha parecido bien daros el Reino» ( 12,29-32 ).

SANTOS BENETTI
CAMINANDO POR EL DESIERTO. Ciclo C.3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1985.Págs. 123 ss.