31 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO
10-17

H-10.

-La palabra de Dios en la boca del hombre:

La palabra de Dios se reviste de todas las formas de la palabra humana, porque es siempre palabra de Dios en la boca del hombre. A veces se dice al oído y se entrega al corazón de los creyentes; así es, por ejemplo, la palabra que Jesús dirige a los suyos, a los doce, cuando se retira con ellos a un lugar apartado y les enseña, aconseja, exhorta, reprende, consuela... Pero otros se echa al viento y se siembra a voleo como una semilla para que la oigan todos los que tienen oídos para oír. La palabra de Dios en la boca del hombre se hace rumor, noticia, pregón, testimonio... De todas las formas que puede tomar ninguna le es tan conveniente como la forma pública, ya que el pueblo es en última instancia el destinatario de la palabra de Dios. Al pueblo de Israel envió Dios a sus profetas, a todos los pueblos enviará Jesús a los apóstoles. Por eso, después de enseñarles y revelarles los misterios del reino, les ordena: "Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que os digo al oído, pregonadlo desde las azoteas".

-El evangelio como palabra pública:

El evangelio de Jesús, como testimonio, como anuncio y denuncia al mismo tiempo, es también palabra pública. No sólo por su forma o porque se ha de predicar ante los hombres, y si es preciso ante los tribunales, sino incluso por su contenido, que afecta sin duda a la vida pública y no puede limitarse al ámbito de la conciencia o de la vida privada. Cuando se predica el evangelio, y no otra cosa, la palabra de Dios penetra en el mundo como una espada de dos filos, levanta en unos la esperanza, provoca la contradicción de los otros, divide y juzga, compromete, saca a la luz los conflictos ocultos, no se pronuncia en vano. Y no se pronuncia sin riesgo de los testigos, de los apóstoles y profetas. Los que han sido enviados, los que sirven al evangelio y lo predican con oportunidad y sin ella, se mueven entre la espada de la palabra de Dios que les apremia y la pared de los que resisten a esa palabra. Muchas veces llegan a situaciones críticas, pero han de estar dispuestos a obedecer a Dios antes que a los hombres. Como Jonás, han de ir donde no desean; como Jeremías, han de anunciar en ocasiones lo que no les gusta y lo que causa disgusto; como el profeta Amós, pueden ser arrojados del santuario nacional en donde se ha instalado una religión hipotecada por los poderosos de este mundo. Y han de hacerse a la idea de que su suerte no va a ser mejor que la del Maestro, que fue expulsado de la sinagoga como un blasfemo y ejecutado por los romanos en la cruz como un sedicioso.

-"No tengáis miedo":

Es lógico que los discípulos de Jesús, ante la misión que han de realizar en el mundo, estén preocupados. Jesús les dice repetidamente que no tengan miedo. El miedo tapa la boca a los testigos e incapacita para anunciar el evangelio. Por miedo se traiciona el mensaje, silenciándolo y alterando su contenido según las circunstancias. Por miedo se desvirtúa la palabra de Dios, se diluye su fuerza en un falso y cómodo espiritualismo. Por miedo a dar la cara se confina el evangelio en el alma, se privatiza el evangelio, sustrayendo al mundo la luz y la sal, el fermento que necesita. Por miedo ponemos el evangelio debajo del celemín. Por miedo a meterse en política llevamos por las nubes de la abstracción la palabra de Dios y no permitimos que llueva sobre la tierra, que descienda a los hechos concretos, y así permanece vacía y la convertimos en un flatus vocis.

Por miedo traicionamos a Jesús y a todos aquellos con los que Jesús se ha identificado. Por miedo los abandonamos como Pedro, precisamente en la hora de la verdad y cuando él se ha comprometido por nosotros hasta el cuello. Pero "si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo".

Sin embargo, la beligerancia del evangelio no es como la beligerancia de los políticos. Los testigos de Jesús luchan sólo con la palabra, y no luchan por el poder sino contra todo poder o dominio del hombre sobre el hombre. Sólo en este sentido cabe decir que no deben meterse en política. Pero esto no significa en modo alguno que el evangelio se retire de la vida pública y se pronuncie al margen o por encima de los problemas de nuestra sociedad.

-Todos somos testigos:

Todos los que creemos en el evangelio hemos sido enviados por Jesús al mundo para dar testimonio, estamos al servicio de la palabra de Dios. Renunciar a esa misión es perder nuestra identidad como cristianos y no saber ya para qué estamos en este mundo. La iglesia es una asamblea de testigos, una confesión delante de Dios y de los hombres, una comunidad que responde solidariamente del evangelio en el mundo y de cara al mundo. Anunciar el evangelio es nuestra única función y nuestro modo de presencia como cristianos en la sociedad.

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-¿Nos hemos quedado alguna vez solos y nos han abandonado los amigos por decir la verdad? ¿Nos hemos visto alguna vez comprometidos por anunciar el evangelio o por dar testimonio de nuestra fe?

-¿Hemos traicionado nuestras convicciones en alguna ocasión?, ¿hemos callado cuando deberíamos haber hablado?

-¿Hemos utilizado y manipulado el evangelio de Cristo para defender nuestros intereses egoístas?

-¿Hemos tratado de imponer a otros nuestras creencias? Si la verdad hace libres ¿no es una contradicción y un antitestimonio utilizar el poder para propagar el evangelio?

EUCARISTÍA 1981/30


H-11.

-No tener miedo a los hombres (Mt 10, 26-33)

La lectura evangélica se centra hoy en lo que debe ser el discípulo. Jesús ha elegido a sus apóstoles. Estos son enviados. ¿Cómo deben comportarse ante la contradicción? Esto es lo que pretende enseñar la lectura de hoy.

La primera actitud del cristiano consiste en no tener miedo. Con toda intención hemos pasado de referirnos a los apóstoles a referirnos a los cristianos, porque es a estos últimos a quienes escribe Mateo estas líneas que conciernen a los cristianos de su tiempo y a todos nosotros.

No hay nada que temer, porque afirmar la doctrina de Cristo es confiar en la eficacia de su obra que ha de ser revelada a todos. No hay que temer, pues, a los que pueden matar el cuerpo, sino al que puede enviar el cuerpo y el alma a la gehena. Y en esto Cristo es muy riguroso. El cristiano está abocado a elegir: pero debe saber que Cristo no puede salvar a quien no tiene el valor de confesar su fe. Por otra parte, no hay que tener ningún temor: Dios cuida de nosotros, y nada ocurre sin que él lo disponga. El se ocupa de toda su creación, incluida la menor de sus criaturas, como puede ser un gorrión.

Esta primera actitud, que podría ser impropiamente calificada de negativa pero que, de hecho, constituye de por sí un acto de fe en la Providencia de Dios, debe ser seguida por una segunda actitud: Confesar al Señor. Reconocer ante los hombres cuáles son sus exigencias. Y en ese momento el mismo Cristo se convierte en nuestro abogado para el momento del juicio ante su Padre. El comportamiento del cristiano debe, pues, estar referido a la escatología. Como siempre, es a ésta a la que debe referirse su juicio de valor.

-Los perseguidores sucumben (Jer 20. 10-13)

La lectura de Jeremías nos describe la actitud del profeta perseguido. Ante el complot tramado contra él, el profeta posee una confianza inquebrantable en la ayuda del Señor, a quien ruega que le vengue de sus enemigos; por último, nos invita a alabar a Dios, que salva a los pobres.

Jeremías nos transmite, pues, su experiencia. Una experiencia que corresponde a lo que Jesús exigirá de sus discípulos y de todos nosotros. En el momento mismo de su vocación al profetismo, Jeremías no se había comprometido a ciegas. El Señor le había predicho las luchas que habría de soportar. La Iglesia sigue haciendo lo mismo cuando acepta a un adulto al catecumenado: le anuncia las dificultades que va a encontrar y, en el momento del bautismo, la triple renuncia y la profesión de fe anunciaran al cristiano lo que le espera. Jeremías será especialmente probado y sufrirá la oposición sin contar con el apoyo de una familia, pues deberá ser célibe (Jer 16, 1-4), ni de la amistad (Jer 15, 17; 16, 8). Jeremías no evita describir con todo detalle los sufrimientos que le ocasionan sus enemigos (Jer 15, 11; 17, 16, 18, 20; 20, 7-9). No hay que pensar que el profeta permanecía impávido ante estas pruebas; en ocasiones se ve invadido por el desánimo (Jr 15, 18; 20, 14-18). Sin embargo, no deja de decir lo que tiene que proclamar de parte del Señor.

Su confianza en Dios es extrema (Jer 15, 16) y se traduce en su oración (Jer 15, 15-18). Se siente oído y nos invita a alabar al Señor:

Cantad al Señor,
alabad al Señor
que libró la vida del pobre
de manos de los impíos.

El tema de este domingo coincide con nuestras necesidades de hoy. Aunque no vivamos en un país en el que nuestra fe se vea gravemente amenazada al mismo tiempo que nuestra vida, hay momentos. sin embargo, en los que nos es preciso combatir delante de los hombres por nuestra fe. Esto puede suceder incluso en el interior de la vida familiar, y aun entre esposos. Tener el valor de ser coherentes con lo que prometimos en ocasión de nuestra profesión de fe y renunciar para siempre a aquello a lo que entonces renunciamos. Puede suceder que nuestra vida profesional resulte por ello más difícil, que nuestras amistades se aparten de nosotros, que se reduzcan nuestros ratos de ocio porque, por ejemplo, nos hemos negado a ceder a la mala costumbre de beber en el trabajo. El cristiano, hombre de negocios, o el cristiano que conoce el amor, se ve sometido muchas veces a persecución y obligado a confesar al Señor. Es preciso, pues, que medite las lecturas de este domingo, se revista de valor, se fíe de la Providencia y aprenda a alabarla y pedirle la fuerza que le haga capaz de perseverar en su camino y confesar al Señor delante de los hombres. Así pues, siempre existe para cualquier cristiano una especie de martirio, muchas veces oculto, pero que no por ello es de menor valor y grandeza.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 6
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 9-21
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 43-45


H-12.

1. El temor no está justificado 

Cuando Mateo escribe su evangelio, los apóstoles ya habían sufrido en su propia carne la persecución y las resistencias de los judíos y de los paganos. La experiencia más dramática había sido, sin duda, la ejecución de Jesús.

A pesar de que los discípulos van a tener que vivir "como ovejas entre lobos" (Mt 10,16) y serán llevados ante sanedrines y tribunales, en los que sufrirán toda clase de vejaciones (Mt 10,17- 23), no deben temer. Son las lógicas consecuencias de ser seguidores suyos. Pero tengamos cuidado no sea que nos persigan por ser opio del pueblo en lugar de por ser continuadores del mensaje de Jesús. Porque no toda persecución contra la Iglesia lo es contra el evangelio. Son muchos los que rechazan en ella su infidelidad a la doctrina de Jesús. Si las estructuras y grupos sociales que le persiguieron a él son los mismos -salvando las distancias de tiempo y de costumbres- que nos persiguen a nosotros, será señal de estar en el buen camino. Pero tengamos cuidado si es todo lo contrario. Cuando la Iglesia es rechazada por el pueblo sencillo, por las clases trabajadoras o por las nuevas generaciones, podemos dudar de su fidelidad a Jesús. Al Maestro le persiguieron los dirigentes religiosos y políticos y los que tenían bienes materiales en abundancia... ¿Quiénes nos persiguen, desprecian y rechazan a la Iglesia y a nosotros ahora? Me parece un tema de máxima importancia para constatar la verdad o mentira de nuestro camino cristiano.

Una misma doctrina debe provocar una misma reacción de hostilidad contra el fundador y contra sus discípulos verdaderos. El mensaje de Jesús, sintetizado en las bienaventuranzas, va directamente en contra de las pasiones y egoísmos de los poderes -sanedrines, tribunales y gobiernos-, y las reacciones de éstos han de ser las mismas contra todos los que las practiquen y mucho más contra los que las propaguen.

Y Jesús les propondrá, por la enorme ofensa y malicia que encerraba, la incalificable calumnia que de él habían propagado los dirigentes religiosos para boicotear de la forma más perversa y rastrera su doctrina y su obra: "Si al dueño de la casa lo han llamado Belzebú, ¡cuánto más a los criados!" (Mt 10,25). Aludía a la injuria que le dirigieron los fariseos cuando, después de curar a un enfermo ciego y sordo, dijeron a las gentes que lo hacía por medio de un poder delegado de Satanás (Mt 12,22-24; 9,34; Mc 3,22-27; Lc 11,14-15).

Si esta suprema calumnia, con todo lo que tenía de intención perversa y de boicot ante el pueblo que le escuchaba, se dijo de un hombre intachable en su conducta, ¡cuánto más se podrá decir de sus seguidores llenos de flaquezas! ¿Cuántas calumnias se han inventado para destruir a los profetas de hoy?

Deberán vivir alerta y estar preparados, porque se dirá de ellos todo lo peor. Cuando los hombres quieren defender sus posiciones injustas de privilegio, no retroceden ante nada. Si les faltan razones, ¿dónde podrán apoyarse más que en calumnias? Hasta emplearán el nombre de Dios para lograrlo (Mt 26,63-66). ¡Cuántos ejemplos a lo largo de la historia! Pero, al igual que serán perseguidos como él, triunfarán como él. Deben confiar y estar seguros de esa victoria final. Les dice que no teman de dos formas: ni a los que les van a perseguir ni a los que puedan matarles.

No deben temer a nadie en su misión de propagadores del evangelio. El mensaje del reino ha de ser oído y ha de triunfar. Si arrecia la persecución, desde la clandestinidad, si afloja, desde las terrazas, abiertamente. Lo que les ha dicho en el pequeño círculo de discípulos -"de noche" y "al oído"- deben pregonarlo "en pleno día" y "desde las azoteas"; es decir, debe llegar hasta los últimos rincones de la tierra. Es necesario que desenmascaren la mentira y la injusticia, agazapadas principalmente en los poderosos, y proclamen la primacía del amor y las condiciones indispensables para vivirlo: las bienaventuranzas.

Tampoco deben temer a los que puedan matarles, porque el alma -es la vida en sentido bíblico, por oposición a lo que sólo es apariencia- no podrán matarla. A muchos les llegará el martirio por seguirle, pero no deben temer. La enseñanza es clara: la inmortalidad del alma es una creencia definitiva que Jesús propone a los suyos, contra los saduceos que la negaban. Solamente hemos de temer al que puede impedirnos vivir como verdaderos seres humanos, "al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo". La vida está por encima de todo lo demás; renunciar al reino es morir definitivamente. Vivir claudicando del amor y de la justicia es para Jesús peor que morir. ¿Lo es para nosotros?

Si ante las dificultades claudicamos y abandonamos el evangelio, es señal evidente de que hay otras cosas más importantes para nosotros. El que resiste se convierte en testigo de Jesús

2. Razones para no temer

Para confortarnos ante el lógico temor humano nos da dos pruebas de la solicitud que el Padre del cielo tiene sobre los suyos. Si Dios cuida de los gorriones y tiene contados hasta los cabellos de nuestras cabezas, ¡con cuánto más amor cuidará de sus hijos! No debemos temer más que a una cosa en el momento de las dificultades, dudas, persecuciones y tormentos: "negarle ante los hombres", ceder a la tentación de no vivir como hombres verdaderos, contribuir con nuestro egoísmo a las injusticias de la sociedad, tergiversar su mensaje, como hicieron los dirigentes religiosos de su época. "Ponerse de su parte ante los hombres" no es sólo decir de palabra que creemos en él y le seguimos, sino tenerlo a él como único absoluto de nuestra vida; poner los derechos inalienables de Dios, que son los supremos derechos del hombre, por encima de todo lo demás.

La defensa que hará de los suyos será inapelable, porque el Padre la ratificará totalmente. Se está refiriendo al juicio final.

En las palabras de Jesús se nota cierta ansiedad y angustia, como si temiera que los apóstoles -ahora los cristianos- no acabaran de comprender la importancia de proclamar el reino, de proclamar la liberación de la humanidad por el amor sin fronteras. Es necesario arriesgarlo todo en su favor: es la perla preciosa (Mt 13,45-46), el tesoro escondido (Mt 13,44) por el que vale la pena dejar todo lo demás.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 2
PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 328-331


H-13.

¡AY SEÑOR!

Al leer ayer, no pude hacerlo antes, el evangelio de este domingo, sentí como un latigazo y pensé: ¡Mira que no he leído veces este texto, y probablemente no me pararía en él ahora mismo si no hubiera sido la insistencia del Papa durante estos días en repetir a los católicos españoles lo que acabo de leer: "No tengáis miedo". Es en la actualidad de la vida donde la Palabra de Jesús se hace actual, es decir, que sólo se lee provechosamente la Palabra de Dios cuando se está en el río de la vida, y es ahí donde se entiende lo que Jesús nos quiere decir. Juan Pablo II está en la vida, la entiende, y dice lo que dijo Jesús; pero nos parece nuevo.

Alguna vez me preguntan por qué los católicos no aprendemos de los Testigos de Jehová a hacer apostolado. Y yo contesto: ¡No, por Dios! Eso es proselitismo sectario, eso está mal hecho. Pero del proselitismo al pudor tembloroso hay un trecho, y en ese trecho es donde no estamos los bautizados españoles.

Yo veo dos fallos: no estar, y no saber estar; esconderse o decir tonterías, chapucear. Es preocupante ver cómo tantos y tantos bautizados, algunos bien formados e influyentes en los medios de comunicación, ocultan su condición de bautizados e, incluso, se mofan públicamente de lo cristiano: Leído en un periódico: "Al nuevo santo no lo conocía ni Dios" ¡...! Mi pregunta no es por la identidad de ese informador (¿para quién escribe?); mi pregunta es por nuestra identidad. No estoy llamando a una cruzada; estoy pensando en los quilates de mi fe, por ejemplo.

Si tuviera que acusar a alguien, no lo haría a los ateos volterianos, que parece que no lo hacen mal; habría que acusar a la Iglesia, y más a la cúspide que a las bases. Está previsto que no nos amen; ¡pero que se choteen!... Algo nos esta pasando.

El Papa hizo actualidad el evangelio de hoy: "No tengáis miedo", y lo dijo de muchas formas. No tener miedo no es salir a partir bocas, eso no es fe. No tener miedo es confiar en la verdad que se posee, se ama, se vive y se entiende. El evangelio nunca provocó risa; la risa es cosa nuestra, más nuestra que de los que se ríen.

Valer "más que los gorriones" es ser más buenos que ellos, que comen mucho y cantan mal. ¡Ay Señor!

Jaime CEIDE
ABC/DIARIO


H-14.

1. El Reino suscita la oposición

El domingo pasado finalizábamos nuestras reflexiones descubriendo que el gran y único cometido de la Iglesia es el anuncio, con signos y palabras, del Reino de Dios. En esta tarea se manifiesta la realidad del amor que libera al hombre abandonado. Mas si hay resistencias en los cristianos para servir al Reino y no servirse de él, también hay resistencias en el mundo para aceptar un mensaje que es de por sí cuestionante. La experiencia más dramática que los apóstoles vivieron fue ciertamente la persecución de que fue objeto Jesús, su pasión y su muerte. El anuncio del Reino provocaba en muchos el rechazo; el rechazo originaba las persecuciones, y éstas podían hacer tambalear la fe de los discípulos.

A esta situación se refiere el texto evangélico de hoy. Debemos tener en cuenta que, en el momento de la redacción del Evangelio de Mateo, ya los apóstoles habían sufrido en carne propia la persecución y las resistencias se hacían sentir no sólo en el judaísmo sino en el mundo grecoromano, Jesús, consciente de todo esto, lejos de dar marcha atrás en sus planes, y antes de insinuar el menor consuelo, refuerza la orden primera: el Evangelio del Reino debe ser anunciado, sea como fuere. Si arrecia la persecución, desde la clandestinidad; si afloja, desde las terrazas y a cielo descubierto. A medida que pasa el tiempo la elección apostólica se hace sentir cada vez más como un peso y una responsabilidad capaces de hacer mella en el más fuerte.

En las palabras de Jesús podemos adivinar cierta ansiedad y premura; más aún, cierta angustia como si los apóstoles no acabaran de comprender lo importante que era el anuncio del Reino. ¿Esconde esta página evangélica una duda acerca de la fidelidad de la Iglesia a través de los tiempos? ¿Se preveía la posibilidad del estancamiento o de la cobardía? Lo cierto es que los discípulos, tras la catástrofe del viernes santo, pudieron rescatar limpiamente el más angustioso de los deseos de Jesucristo: que nada detenga la proclamación del Reino de Dios. El mismo Evangelio de Mateo cierra sus páginas con la imperiosa orden, esta vez un poco modificada por la experiencia histórica de la comunidad: "Id y haced que todos los pueblos sean mis discípulos..." No era precisamente éste el contenido del mensaje original, pero así fue interpretado por la comunidad después de la resurrección: El Reino de Dios es el mismo Jesucristo, salvador de los hombres. Es interesante observar, de paso, que más adelante la fórmula sufrirá una nueva y seria modificación, como si Jesús hubiese dicho: "Id y haced de los hombres miembros de la Iglesia".

Sin entrar en mayores discusiones sobre la validez de las diferentes fórmulas de evangelización a lo largo de los tiempos, volvamos al núcleo de nuestra reflexión: la Iglesia puede perder todo, menos su capacidad y coraje de renunciar al Evangelio del Reino. Los cristianos, conscientes de esta misión, deben arriesgar todo por el más estimado de sus valores (piedra preciosa por la que todo debe venderse, dirá Jesús): la liberación de los hombres por el amor.

Si el Evangelio ha de suscitar la oposición de ciertas fuerzas reaccionarias a la justicia y a la verdad, debemos tener en cuenta, por otra parte, que no toda persecución contra la Iglesia nace siempre de esa situación. En más de una oportunidad la reacción anti-Iglesia como el anticlericalismo es el rechazo que los hombres hacen de la Iglesia precisamente por su infidelidad al Evangelio. Nos llama la atención, al respecto, el siguiente fenómeno: cuando la Iglesia es perseguida por los que detentan el poder absoluto, puede ser el signo de que efectivamente ella está de parte de la liberación de los débiles; mas cuando la Iglesia es rechazada por el pueblo, por las clases trabajadoras, por los estratos sociales humildes o por las nuevas generaciones, podemos tener un indicio de que, al menos, da una imagen no adecuada a su misión evangélica.

2. El Reino defiende los derechos del hombre

Jesús, consciente de la debilidad humana, busca argumentos para robustecer la fe de sus discípulos. En efecto, bien le pudiéramos decir al Maestro: el Reino de Dios será muy importante, pero también es importante mi vida.

¿Debo arriesgarla, si llegare el caso, en aras del Reinado de Dios en el mundo? Es muy posible que, por el momento, ninguno de nosotros esté en un trance tan difícil; más aún, podemos considerarlo de por sí excepcional. La respuesta que nos da Jesús, quizá, a primera vista no nos convenza del todo, pues, si bien es cierto que Dios es el único dueño de la vida, también es cierto que tenemos toda la impresión de que hay quienes no le respetan ese derecho...

También es cierto que en una época en que llegar aI cielo parecía la más anhelada meta de los hombres, resultaba, al fin y al cabo, un consuelo pensar que tras la muerte violenta nos esperaba un gozo eterno. Reconozcamos que pocos hombres habrá que hoy puedan ser consolados con este argumento. Por otra parte, no parece ser ésta la respuesta de Jesús, quien, ya clavado en la cruz, pudo exclamar entre desesperanza y esperanza: "Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" Teniendo en cuenta que en sentido bíblico-semita la palabra «alma» significa simplemente «vida» por oposición a lo que es apariencia de vida, la respuesta de Jesús tiene su lógica: si para un hombre la auténtica vida es el Reino de Dios en cuanto lo libera para una vida de justicia y de amor, renunciar a ese Reino es sencillamente morir.

Si nos matan por el Reino, seguimos con el Reino como parte esencial de nuestro ser. En otras palabras: si consideramos que algo es la esencia de nuestra vida, perdamos cualquier cosa menos esa esencia. Seguir viviendo, pero claudicando de ese ideal, es peor que la muerte.

Quizá no todos, y con más seguridad muy pocos, tienen alma de héroes. Que la página de hoy fue escrita para quienes tienen vocación al heroísmo, parece fuera de toda duda. Y también está fuera de duda que, tarde o temprano, todo hombre ha de jugarse por algo que considera como lo absoluto en la vida. Si ante una persecución claudicamos y abandonamos el Evangelio, clara señal de que otras cosas son más importantes para nosotros. Mas quien resiste la prueba a pie firme, es, ni más ni menos, un «testigo» o un «mártir» del Evangelio.

La conclusión final la extrae el mismo Jesús: si en estas circunstancias extremas, «alguno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante el Padre del cielo; mas si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré».

Para que esta frase haya sido pensada, dicha y escrita, tuvo que haber un motivo muy serio. En efecto, es de una gravedad y seriedad extremas.

Si no lo vemos así, es porque aún no hemos comprendido lo que significa el Reino de Dios para Jesucristo. Alguno de nosotros bien puede pensar si vale la pena morir por defender las cosas que hoy la Iglesia defiende ante los poderes o los partidos políticos, por ejemplo. Abramos bien los ojos: sin discutir la legitimidad o no de ciertas discusiones a este nivel, tengamos en cuenta que Jesús se refiere no a ciertas conveniencias prácticas en orden al buen funcionamiento de la Iglesia dentro del Estado, sino a los inalienables derechos de Dios, que son, ni más ni menos, que los supremos derechos del hombre. Esta eterna confusión entre las necesidades inmediatas de la Iglesia así como hoy está constituida y entre la suprema voluntad de Dios que no parece ser otra que la total liberación de los hombres, nos imposibilita, por momentos, para entrar de lleno en la perspectiva del Evangelio tal como ha llegado a nosotros.

Con esto no queremos minimizar ciertos intereses que defiende la Iglesia, tales como la educación privada o la seguridad social para los sacerdotes..., pero sí queremos acentuar que existen en el mundo problemas mucho más serios frente a los cuales hay que jugarse, aunque dichos problemas no tengan, a primera vista, visos de religiosos.

Los intereses del Reino de Dios no están generalmente en las evidencias... ¿No era evidente, en tiempos de Jesús, que era preciso defender la institución judaica, el templo y la Ley? Y, sin embargo, el Reino pasaba por otro ángulo...

¿Significa esto que todos los intereses de la Iglesia o de los cristianos en general no pasan por el Reino? Ciertamente que no, pero no necesariamente las exigencias del Reino se confunden con los esquemas que defiende la institución religiosa. ¿Cómo saber, entonces, si defendemos o no lo mismo que defendió Jesucristo?... Quizá, por el momento, sólo podamos dar esta respuesta: cuando no defendemos nuestros propios intereses, sino los supremos derechos del hombre en cuanto tal. ¿Y cuáles son aquí y ahora estos supremos derechos?... A esa pregunta responde, quizá, la frase de Jesús: «Buscad el Reino y su Justicia...» ¡Buscad! Si alguien lo encontrara, habría resuelto el gran dilema de la existencia humana. Entretanto, sólo nos resta ofrecer a Dios, con toda humildad, el constante esfuerzo de preguntarnos, en el hoy y el aquí concreto de este momento que vivimos, cuál pueda ser la mejor forma de servir al hombre y a su causa. Es posible, y no dudamos de ello, que esta humilde y sincera búsqueda es nuestra manera de "estar de parte de Cristo" ante los hombres...

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A.3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1977.Págs. 91 ss.


H-15.

-La fidelidad y la firmeza de los primeros cristianos

Escuchando estas palabras del evangelio que acabamos de leer, nos viene enseguida a la cabeza la vida de los primeros cristianos, y nos hace pensar en las dificultades, a veces durísimas, que tuvieron que superar para mantener la fe.

Después de la resurrección, con la fuerza del Espíritu, los apóstoles, los discípulos, los primeros cristianos, empezaron un vida de firmeza, de fidelidad. Su vida entera quedó marcada por Jesús y el Evangelio; la dedicación a anunciar la Buena Nueva no podía ser detenida por nada ni nadie.

-Las persecuciones y la mala imagen en la sociedad de su tiempo

Aquellos primeros cristianos no lo tenían nada fácil. Todo conocemos las persecuciones que tuvieron que sufrir y la respuesta generosa que muchos de ellos dieron a través del martirio. Pero no son sólo las persecuciones. Está también la dureza y la dificultad de la vida de cada día en medio de aquella sociedad, que no hacía nada fácil el seguimiento del camino de Jesucristo.

San Pablo mismo, en su primera carta a los cristianos de Corinto, lo explica muy bien: "Los judíos piden signos prodigiosos, los griegos, sabiduría, pero nosotros predicamos a un Mesías crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los otros".

Los judíos se reían de los cristianos porque estos seguían a un pobre profeta que había acabado sus días colgado de un madero, y así había perdido todo prestigio. Ser cristiano en la sociedad judía era ser considerado miembro de una secta miserable, que había roto con el Dios grande y glorioso del pueblo de Israel.

Y los griegos, los paganos, se reían de los cristianos porque decían cosas muy sencillas, de muy poca altura. Cosas que, de hecho, eran absurdas. Porque -decían los griegos- ¿cómo es posible creer que a Dios se le encuentra en un predicador de una aldea perdida que lo único que dijo era que debíamos amarnos, y que no manifestó ninguna erudición, ni ningún poder extraordinario? ¿Cómo es posible creer que Dios se ha manifestado resucitando a un condenado a muerte? ¿Cómo es posible seguir una religión que lo que propone es una vida de servicio, de entrega, de amor a los pobres? ¡Eso, si acaso -decían los paganos- es propio de pobre gente que no tiene nada mejor en la vida!

Era difícil ser cristiano en aquellos primeros tiempos. Y era importante, para aquellos primeros cristianos, decirse y repetirse las palabras de Jesús: "No tengáis miedo a los hombres. Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo".

-Para nosotros también es difícil

Para nosotros también es difícil. Tampoco está bien visto, en este nuestro mundo, ser cristiano.

Entre nosotros ya no hay persecuciones cruentas. Y, en este nuestro mundo, hay mucha gente de buena voluntad que aun no siendo cristianos, reconocen la fuerza de amor y fidelidad que proviene del Evangelio: grandes ejemplos de fidelidad cristiana -podemos recordar, por ejemplo, las muertes del obispo Oscar Romero o las del jesuita Ignacio Ellacuría y sus compañeros; o, más atrás, la del sacerdote polaco Maximiliano Kolbe o la carmelita Edith Stein- han conmovido las conciencias de muchos hombres y mujeres de buena voluntad. Y lo mismo sucede con ejemplos más cotidianos, de convivencia diaria de creyentes y no creyentes.

Pero aun así, es cierto que en nuestro mundo, en el sistema de este mundo, el seguimiento de Jesús y su Evangelio no tienen muy buena acogida. Y por eso, nosotros debemos escuchar la llamada a la fidelidad y la firmeza que nos lanza Jesús. Porque tenemos la tentación de negarle. De negarle con nuestra manera de vivir, y de negarle con nuestra palabra.

-Podemos negar a Jesús con la manera de vivir y con la palabra

¿Qué quiere decir negarle con nuestra manera de vivir? Quiere decir tener miedo a que nos tachen de ilusos, o de fracasados, o de poquita cosa. Nuestro mundo valora el -éxito, la agresividad, el afán de tener y de escalar. Y el que, en lugar de todo esto, es generoso, desprendido, servicial, dedicado a los demás, poco deseoso de poseer y exhibir... este es tenido por un don nadie. Jesús nos dice que, si queremos seguirle no debemos tener miedo de todas estas críticas.

¿Y qué quiere decir negarle con nuestra palabra? Quiere decir, claro esta, esconder que somos cristianos. Seguramente no se trata de ir proclamándolo por calles y plazas, pero es cierto también que obraríamos mal si tuviéramos miedo de que la gente conociera nuestra fe. Jesús nos dice que no hemos de tener miedo de esto, sino todo lo contrario: debe hacernos ilusión dar a conocer esta fe que nos hace felices.

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1993/09


H-16.

Hace ya casi dos mil años que apareció un hombre de raza judía, llamado Jesús que, como tantos otros de su misma raza, fue un rabino; pero el contenido de su enseñanza, bien es verdad, no se pareció en nada a las enseñanzas de otros rabinos. Como sus contemporáneos dijeron, este hombre hablaba con autoridad, con una autoridad que ningún otro rabino supo -ni pudo- tener una autoridad que "exprimió" hasta las últimas gotas, llegando a decir a los hombres que su salvación, o su perdición, estaba en ponerse de su parte o contra él.

El reto se mantiene en nuestros días. Por eso urge descubrir qué significa ponerse de parte de Jesús. Y lo primero a tener en cuenta es que ponerse de parte de Jesús no es obrar como jueces objetivos e imparciales que, analizando su vida y sus obras emiten un juicio a su favor, le dan un "sí" teórico, anotan el veredicto en los archivos y pasan a estudiar el siguiente caso.

Ponerse de parte de Jesús no es tampoco quedarse con la boca abierta admirando nostálgicamente lo "bueno que este hombre fue", sintiendo que no haya nacido en nuestros días para ver "qué hubiese hecho" en este nuestro mundo y añorarlo como a un héroe perdido que se fue, que nos ha dejado un ejemplo digno de ser tenido en cuenta, pero que ya nunca más sabremos de él.

Tampoco se puede decir que ponerse de parte de Jesús sea hacer una serie de afirmaciones teóricas, metafísicas, intelectuales, afirmaciones de laboratorio que quizá tranquilicen conciencias engañosas, para luego seguir tranquilamente con la misma vida de siempre, como si nada hubiese sucedido, como si ya estuviese todo hecho con sólo palabras.

Lo más peligroso quizá sea pensar que con recitar los artículos del credo ya se está de parte de Jesús. Lo más peligroso, puesto que por estar al comienzo del verdadero camino del seguimiento de Jesús, es aceptable, pero insuficiente. Recitar artículos del credo, aunque sean todos ellos, para luego quedarse igual que antes, es recitar un credo hueco, vacío, sin sentido; un credo que daría exactamente igual que tuviese otros artículos: ni unos ni otros significarían nada en la vida. Tampoco pensemos que una cierta clase de prácticas religiosas iba a ser suficiente para considerar que se recita un credo vivo: "prácticas religiosas" tienen todas las religiones. Habrá que buscar, por tanto, lo que sea específicamente ponerse de parte de Jesús.

Ponerse de parte de Jesús significa comprometerse con él, incluso dejando de ser imparcial, comprometerse con su misión; frente a los observadores neutrales, los actores apasionadamente partidistas suyos, sus admiradores incondicionales, los dispuestos a jugárselo todo por él, a darlo todo por él, a hacer todo aquello que él pida, a poner inmediatamente por obra aquello que en él no sea aún más que un leve estremecimiento de deseo, sin esperar siquiera a que él llegue a formularlo.

Ponerse de parte de Jesús implica sentirlo y vivirlo -porque vive- junto a nosotros como un ser que compromete acuciantemente nuestra existencia; no es alguien lejano sino alguien presente aquí y ahora, con una presencia cargada de significación porque es una presencia subversiva, una presencia que "no deja vivir en paz", que conmueve nuestras seguridades, nuestras tranquilidades, y que nos urge a una acción concreta de compromiso con los hermanos.

No basta para estar de su lado darle un sí que a nada compromete; hay que afirmar con nuestras acciones, con nuestra vida. Un cristianismo burgués no es cristianismo; un cristianismo de gabinete no es cristianismo; un cristianismo de elucubraciones metafísicas no es cristianismo. Porque Jesús no fue burgués, ni escribió teorías sobre el cristianismo ni hizo metafísica; por eso estos no son caminos para ponerse de su parte; el único es el de la afirmación con vida y obras.

Ponerse de parte de Jesús es creer en él, y no hay credo que hable palabras más claras que el de los hechos. Y el credo de los hechos sólo puede ser un credo comprometido. Un credo de compromisos da razón de la propia fe ante sí, ante los hermanos y ante Dios; por eso es el credo válido. Si el credo de artículos no lleva credo de compromisos, no se está de parte de Jesús.

Jesús ha pedido a los hombres que se pongan de su parte; pero no ha querido ganar adeptos por medio del engaño y ha dejado bien claro que quien se ponga de su lado va a ser víctima de la persecución. No alarmarse: los discípulos no son más que el maestro, y el maestro ya sabemos cómo acabó. Y si hay que llegar a dar la vida por ponerse de su parte, esto no es perder la vida sino encontrarle su verdadero sentido. Como lo encuentran todos esos que, sin "tarjeta" de cristianos bautizados, se ponen de parte de Jesús, aun sin conocerle, con una vida que está más en manos de los hermanos que en las suyas propias.

DABAR 1978/37


H-17.

EL RIESGO DE SER DISTINTO

Vivimos tiempos de mediocridad y uniformismo. Todos vestimos igual, vivimos de forma semejante, queremos casi lo mismo y opinamos de la misma manera.

Los llamados "medios de comunicación social" nos bombardean desde todos los flancos para conseguir que nos convirtamos en unos seres gregarios que vamos "donde va la gente" sin utilizar procedimientos de selección. Hay que decir, en honor de la verdad, que los medios de comunicación social están logrando esta finalidad con gran brillantez, de tal manera que es difícil encontrar personas que se yergan por encima del gregarismo ambiente y aparezcan como seres distintos, con luz propia, aunque esta luz sea de poca intensidad.

Los cristianos debiéramos ser de los segundos. Si hay algo que, sin duda, puede decirse de Jesucristo es que fue egregio en el literal sentido de la palabra. Jesucristo no fue como la "gente" de su época. Por eso resulto molesto, lo persiguieron y lo eliminaron. Y no es que la época de Jesucristo marcara para los que la vivieron exigencias distintas a la que marca la nuestra.

Es cierto que nada hay nuevo bajo el sol y que el hombre mantiene una constante histórica de sus apetencias y de sus reacciones. De ahí que lo que resulto chocante en la época de Cristo volvería a serlo en la nuestra, porque:

--¿Quién se enfrenta hoy con los poderes constituidos, de cualquier clase que sean, sin sentir en su propia carne el zarpazo del poder?

--¿Quién se atreve hoy a pronunciarse frente a lo que es de "siempre" sin arrastrar la posibilidad de que le adjetiven de falso profeta, extravagante, sospechoso o cualquier otro tipo de calificativos hirientes traducciones fieles y al día de "hijo de Belzebu", precioso título con el que sus contemporáneos obsequiaron a Jesucristo?

--¿Quién se enfrentaría hoy a la riqueza eligiendo una vida de pobreza real, como la de Cristo, sin soportar la mirada incrédula de los hombres "normales" que preferimos lo mejor de lo mejor?

--¿Quién se atrevería a "saltarse el sábado" sin experimentar sobre sí la ira de los puros y ortodoxos como lo experimentó Cristo?

Decididamente es mejor seguir la corriente, ser como todos, opinar como todos y vivir como el común denominador de los mortales. Salir de lo normal es exponerse a la burla y, en algunos casos, a la persecución.

Sin embargo, Cristo auguró a los suyos que la realidad apuntada podría darse en sus vida. Que podría aparecer la persecución y, por consiguiente, el miedo. Y porque lo sabía advirtió en el evangelio de hoy que contra el miedo atenazante del discípulo perseguido El prometí su cercanía, una cercanía misteriosa pero eficaz para vencer la angustia y sustituirla por la tranquila serenidad del que está seguro del triunfo final.

Naturalmente que para experimentar esta tranquila serenidad es necesario creer. Creer, en principio, que el cristianismo es una doctrina existente que comporta un género de vida egregio en muchos sentidos y habida cuenta de la marcha y estilo de la Historia. Y creer firmemente que el cristiano que está dispuesto a dar el salto, cuando lo dé, no caerá en el vacío, porque más allá de su debilidad y de su cobardía, por encima de su flaqueza y de su miedo, el Padre que ha contado hasta nuestros cabellos se habrá convertido en nuestra fortaleza.

Todos hemos conocido realidades que avalan esta promesa de Cristo. Todos hemos vivido algún momento, si no personalmente sí en otras personas, la realidad asombrosa de hombres egregios que han sabido transformar la debilidad en fuerza y la vulgaridad en luz. Todos hemos conocido, en algún momento, hombres y mujeres que de tal manera han creído en Jesucristo que han sido capaces de vencer sus limitaciones y de vivir con un estilo propio que poco o nada tiene que ver con el modelo que, a toda costa y desde todos los ángulos quieren imponernos.

Una vez más el problema es sólo y básicamente de fe. Hay que pedirla con verdadera insistencia.

DABAR 1981/37