25 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO VIII DEL TIEMPO ORDINARIO
7-11

 

7.

-El novio está con nosotros (Mc 2, 18-22) 

El evangelio de este domingo nos proporciona un buen ejemplo de lectura litúrgica de un  texto escriturístico. Cabría extenderse exegéticamente sobre la importancia del ayuno y  sobre la forma como Jesús lo concibe. Pero hoy y para esta celebración la primera lectura  nos indica desde qué punto de vista hemos de escuchar la proclamación del evangelio. En  él se trata ante todo de la presencia del Novio y de la forma de proceder que esta presencia  supone. La respuesta de Cristo no debe ser interpretada como una apología fácil de la  actitud de los discípulos, que no ayunan, sino como la designación de un camino simbólico  que debemos tratar de establecer.

La investigación exclusivamente exegética podría conducirnos a plantearnos algunas  cuestiones, como no ha dejado de hacerse, sobre la autenticidad de este pasaje quizás  introducido en el texto de Marcos para justificar la práctica del ayuno en la comunidad  cristiana. Por ser esta visión de las cosas muy hipotéticas y carente de fundamento real, en  nada afecta a la proclamación litúrgica del texto.

Aquí se trata de la presencia del Novio y de la actitud de los discípulos, mientras él está  presente y después de su marcha, aunque aquí el mismo ayuno parece ser secundario  respecto del anuncio mismo de esa marcha que Jesús parece prever como un suceso  violento.

El relato debe colocarse, en totalidad, en el contexto de la presencia del Reino: las  curaciones son un signo de esa presencia, como Jesús se lo hace notar a los discípulos de  Juan Bautista (Mt 11, 15). Son los signos de los tiempos, como escribe san Mateo (16, 13).  El Reino es presencia del Novio, es decir, de la Alianza definitiva. Esta se describe con la  imagen de las nupcias. La Alianza no es sólo un acto jurídico, sino el hecho de ligarse Dios a  su pueblo como su pueblo se liga a él hasta tal punto que, a la hora de las infidelidades del  pueblo, Dios se mostrará celoso.

El primero en comparar la Alianza con unas nupcias es el profeta Oseas. De él tomará la  imagen Jeremías (2, 20), y lo mismo Ezequiel (16, 1-43.59-63). Isaías a su vez, la utiliza  poéticamente (54, 4-8; 61, 10; 62, 4).

Esta Alianza es eterna en Cristo, cuya venida constituye la etapa más importante de la  realidad de estas nupcias (Mt 9, 15 y el pasaje leído hoy en Marcos; Lc 5, 33-39). Por su  parte, san Juan presenta a Juan Bautista como el "amigo del Novio" (Jn 3, 29). Conocida es  la costumbre de Cristo, de hablar del Reino como de un Banquete de boda que un rey  prepara para su hijo (Mt 22, 2).

Así pues, la Alianza está presente, ha comenzado el Reino y, por lo tanto, no es cosa de  ayunar; ayunan los que no se dan cuenta de la presencia del Novio ni de las nupcias que  han de celebrarse.

Podría preguntarse entonces, cómo es que Juan Bautista y sus discípulos practican el  ayuno. ¿No es esto una inconsecuencia para Juan Bautista que anuncia el Reino? Pero su  ayuno se practica precisamente con miras a ese Reino que viene. Cristo anticipa la realidad;  quiere hacer de su actitud y de las palabras con que aprueba lo que hacen sus discípulos,  un signo del Reino que ya ahora está presente.

Pero Jesús hace otra predicción: "Llegará un día en que se lleven al Novio" (2, 20). La  alusión a la muerte violenta de Jesús parece evidente. La Biblia ofrece otros ejemplos de  esta expresión que ordinariamente indica una muerte trágica (Is 53, 8; Jr 11, 19; Mt 24, 40;  Lc 18; Jn 19, 15).

Lo importante aquí no es tanto el modo como se ausentará el Novio cuanto el hecho  mismo de su ausencia. Entonces será para los discípulos el momento de ayunar. Sin embargo, no debería tomarse al pie de la letra tal expresión, sino extender su  significado a los sufrimientos de los discípulos y a la persecución de que serán objeto. Se  trata también de un ayuno que no es necesariamente un duelo, pues el Novio resucitará y  subirá glorioso al cielo, sino de un ayuno en espera de su regreso y que adquiere, por lo  tanto, un carácter festivo.

Esto servirá de base, en la Iglesia, a la costumbre de la Vigilia nocturna que supone el  ayuno y la oración; el ayuno finaliza con la celebración de la eucaristía. Tal es el tipo de las  vigilias nocturnas de la Pascua y de la Noche de Navidad.

Las dos parábolas que siguen -la del vestido viejo que no se puede remendar con tela  nueva, y la del vino nuevo que no se puede echar en odre viejo- están íntimamente unidas  no sólo entre sí, sino con las sentencias que las preceden.

El reino presente es una nueva creación, un mundo nuevo que supone actitudes  renovadas y el abandono de una mentalidad ya superada.

Esto no es cosa sencilla. Con dificultad se renuevan unas costumbres que han quedado  desfasadas, pero a las que se está más apegado que a la caridad. Esto ocurre desde  siempre; otro tanto sucede incluso en el mundo católico de hoy. Sabido es cómo san Pablo  se vio precisado a zarandear de continuo a sus contemporáneos, excesivamente apegados  a unos usos que carecían ya de objeto. Recuérdese la disputa a propósito de la circuncisión  (Ga 5). Jesús abrió una nueva era; vivimos en una economía nueva.

La imagen del vestido se repite frecuentemente en la Escritura, sobre todo en el Antiguo  Testamento. El vestido resplandeciente y blanco como la nieve aparece en la visión de  Daniel (7, 9); otro tanto sucede con los vestidos de Jesús en el momento de la  Transfiguración (Mt 17, 2; Mc 9, 2.3; Lc 9, 29); el ángel que María Magdalena y Salomé se  encuentra en el sepulcro cuando llegan para ungir el cuerpo de Cristo, lleva unos vestidos  de resplandeciente blancura (Mt 28, 3; Mc 16, 5; Lc 24, 4; Jn 20, 12).

Isaías emplea la imagen del vestido para significar con ella una civilización que pasa: "la  tierra se gastará como un vestido" (51, 6). En particular, el salmo 101 recoge poéticamente  la imagen:

Al principio cimentaste la tierra, 
y el cielo es obra de tus manos.
Ellos perecerán, tú permaneces,
se gastarán como la ropa
serán como un vestido que se muda... (w. 26-27).

Así pues, los oyentes de Jesús estaban familiarizados con esta imagen. Igualmente, en  una región donde se cultiva la vid, todos conocen por experiencia la parábola de los odres  viejos y el vino nuevo. No hay que hacer que la renovación del mundo por la Alianza Nueva  penetre en unas instituciones dependientes de la Ley antigua.

Por lo tanto, no invita Jesús a sus contemporáneos a abandonar toda ascesis; lo mismo él  que su Iglesia de los primeros tiempos la recomendarán (Hech 13, 2; 14, 33; 2 Co 6, 5; 11,  27); ni pretendió jamás abolir la ley antigua, sino perfeccionarla (Mt 5, 17). Se trata de una  mentalidad nueva, libre, abierta, que va más allá de la letra, en la que junto a la ascesis se  vive la alegría del Banquete, signo del Reino en la celebración eucarística. Se trata de una  vida nueva en la que el cristiano, revestido de Cristo, al aceptar la prueba y al tratar de  encontrar su propio equilibrio en la ascesis, no se ata a la letra sino que busca el espíritu,  realizando constantemente su acomodación a la nueva economía establecida por Jesús y su  Misterio.

Valiosa lección para la vida de hoy en la Iglesia. En ella, lo primero es la fe en la presencia  de Jesús y de la Alianza Nueva. Esta fe se ejercita de continuo en la Iglesia, ya sea en la  asamblea reunida, ya en la reunión de oración y especialmente en la celebración  eucarística. En ésta se realiza constantemente la presencia de Cristo Esposo con su Alianza  nueva y eterna. Este hecho que palpamos con la fe, es fundamental en la Iglesia y en la vida  de cada cristiano, proporcionándole a éste su alegría y su libertad. Sin embargo, para llegar  a esta fe constante y para poder entrar en el "juego" de esta Alianza y encontrar al Esposo,  sigue siendo necesaria la ascesis, que nos permite centrarnos más en lo esencial.

-Hablaré a mi esposa al corazón (Os 2, 16...22) Esta fe en la presencia del Esposo con la  Alianza Nueva que supone una mentalidad nueva, permite el diálogo con Dios. Es lo que  expresa ya el profeta Oseas. Cuando nos presenta al Señor como el Esposo de Israel, nos  introduce en aquella emotiva experiencia religiosa que fue para Israel la revelación de un  Dios que ama. Esta experiencia nos la transmite Oseas a través de su propia experiencia. Aunque el pueblo de Israel recuerda todo lo que su Dios hizo por él liberándole y  constituyéndole en pueblo; aunque Dios es verdaderamente para él el Dios de la Alianza, sin  embargo Israel es un pueblo débil que se deja seducir por los dioses de Canaán, menos  exigentes y cuyo culto halaga los instintos elementales del pueblo: la embriaguez, la  sexualidad. Oseas por su parte, que por orden del Señor ha tomado por esposa a una  prostituta sagrada, Gómer, es abandonado por su mujer (Os 1, 2). El poema hoy  proclamado reúne en un mismo canto de amor dos experiencias: la de un pueblo y la de un  hombre, y el profeta nos refiere lo que dice Dios a su esposa infiel:

Yo la cortejaré,
me la llevaré al desierto
le hablaré al corazón.

Este es hoy para nosotros el diálogo del Señor con su Iglesia y con cada uno de nosotros.  En este diálogo, el Señor nos renueva incesantemente, y nos convertimos en vestido nuevo,  en vino nuevo:

Y me responderá allí
como en los días de su juventud,
como el día en que la saqué de Egipto.

Así el cristiano, no obstante su infidelidad, carece de pasado, manteniéndose siempre vivo  y renovándose el misterio de su liberación en el amor: Me casaré contigo en matrimonio  perpetuo.

Tres veces se repite la afirmación del Señor, "Me casaré contigo", para afirmar en cada  una de ellas la aportación de nuevos dones: 

"Me casaré contigo en matrimonio perpetuo". Aquí el Señor afirma su voluntad de  mantenerse fiel a su Alianza: está y estará siempre con nosotros, adelantándose él a  buscarnos.

"Me casaré contigo en derecho y justicia, en misericordia y compasión". Son éstos los  dones propios de la Alianza que establece la justicia social y el amor en la sociedad.

"Me casaré contigo en fidelidad, y te penetrarás del Señor". Esta será la unión profunda  entre Dios y nosotros; se nos concederá entrar en su intimidad, reconociendo todo lo que no  cesa de darnos y experimentando su fidelidad y la nuestra.

Esta es la vida de la Iglesia y la de todo cristiano: primacía del amor de Dios a nosotros y  de nuestro amor a él, lo cual no se concibe sin el amor a los otros. Lo demás -diversas  observancias, ritos y costumbres- no debe descuidarse. Estas cosas favorecen, en cierta  medida, al amor y a la fidelidad. Sin embargo, nada debe aventajar, en la Iglesia y en cada  cristiano, al sentido que éste ha de tener, por la fe, de la presencia del amor de Dios.

-Servidores de una Alianza nueva (12 Co 3, 1-6) 

San Pablo habla a los Corintios con confianza y firmeza. Y da la explicación. Esta  confianza no le viene de su capacidad personal, sino de Dios que le capacitó para ser  ministro de una Alianza nueva. Luego en modo alguno se apoya el Apóstol en cualidades  personales. Su capacidad procede de Dios. En efecto, los apóstoles son "ministros" de la  Alianza nueva. Ministros quiere decir servidores de esta Alianza.

En otros dos lugares insiste san Pablo en esta humilde y exigente calidad de servidor:  "¿Qué es Apolo y qué es Pablo? Son agentes de Dios que os llevaron a la fe, como a cada  uno de ellos se encargó el Señor" (1 Co 3, 6). Ya san Pablo se vio en la precisión de  intervenir en divisiones bastante mezquinas y de zanjar el espíritu de clan. Ahora bien, el  predicador de la fe es un mero instrumento, un simple servidor. En su segunda carta a los  Corintios escribe también san Pablo: "No nos predicamos a nosotros, predicamos que Cristo  es Señor, y nosotros, siervos vuestros por Jesús" (2 Co 4, 5).

El cometido del Apóstol consiste en realizar la Alianza entre Dios y los hombres, las  nupcias de Dios con su pueblo. En esto vamos a coincidir con las otras dos lecturas de este  domingo. En Jesucristo se realiza plenamente la Alianza, cuyos ministros son los Apóstoles. 

El espíritu de la Nueva Alianza da a los hombres un corazón nuevo, y los guía hacia la  caridad que supera la letra. El ministerio apostólico es el del Espíritu (2 Co 3, 8). "La ley  vivificante del Espíritu me ha librado de la ley del pecado y de la muerte" (Rm 8, 2). Los corintios son, pues, para el Apóstol sus cartas credenciales. Son criaturas nuevas  inscritas en la Alianza nueva con el Señor; la comunidad misma de Corinto es el documento  comendaticio del Apóstol que, por el evangelio, les engendró en Cristo (1 Co 4, 5). 

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 5
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 154-159


8. AYUNO/PARA-QUÉ:

Frase evangélica: «A vino nuevo, odres nuevos» 

Tema de predicación: EL AYUNO CRISTIANO 

1. El cristianismo privilegia la comida compartida con los pobres. El festín nupcial  (abundante, gratis y exquisito) es el mejor signo del reino de Dios. Ayunar no significa dejar  de comer para mortificarse, ni abstenerse para dominar la gula, ni ahorrar para quedarse  con lo ahorrado. El ayuno cristiano no es ascético, sino místico, sacramental. Es debilidad y  fuerza, a partir del cuerpo humano, en una dirección privilegiada: la del reconocimiento de  Dios, fuente de toda abundancia, que quiere una creación compartida, en la que nadie  muera de hambre. Ayunan los profetas antes de ejercer su actividad específica. No ayunan  los discípulos de Jesús cuando ha llegado el Señor a compartir el pan con los pobres y con  sus discípulos.

2. El ayuno es religioso cuando incorpora la totalidad del cuerpo en el proceso de  conversión cristiana: conversión a Dios y a los hermanos, especialmente a los pobres. Si no  tuviésemos suficiente comida o si ayunásemos de vez en cuando, en comunión con los  pobres, quizá experimentaríamos mejor los límites de la vida y la vida misma. El instalado no  ayuna nunca.

3. Esto nos lleva a privilegiar una experiencia básica: evangelizar nuestro propio cuerpo,  considerado a veces contrario al Espíritu de Dios, como si fuese su oponente irreductible.  Algunos pueden pensar y piensan que el ayuno y la sobriedad corresponden a unas  exigencias individualistas de prácticas religiosas caducas e inservibles, y que lo que hoy  exige la sociedad no es que ayunemos, sino que se reparta la comida. Pero ¿cómo vamos a  poder apreciar la necesidad del reparto si no apreciamos, gracias al ayuno, el valor de la  comida? Precisamente el bombardeo de la sociedad de consumo nos inmuniza contra las  llamadas urgentes de los hambrientos. En definitiva, ayunar es despertar del letargo y del  embotamiento de los sentidos para sentirse en actitud de dependencia respecto de Dios y  en comunión con los hambrientos. Es esperar el banquete de bodas.

4. Los símbolos nupciales del banquete de bodas son: el vestido nuevo (manto sin  remiendos), los anillos (alianza sin fisuras), las arras (comunidad de bienes), el abrazo  (comunidad de vida) y el vino nuevo (el encuentro pleno).

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Por que no hemos encontrado sentido al ayuno? 

¿En qué se nota que somos discípulos de Jesús? 

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 209 s.


9. ALEGRIA/FE 

CUANDO MUERE LA ALEGRÍA 

Mientras tienen al novio...

Muchos hombres y mujeres viven una vida donde ha muerto la alegría, el gozo, el misterio.  Para ellos, todo es gris y penoso. El fuego de la vida se ha apagado.

Ya no aspiran a grandes cosas. Se contentan con no pensar demasiado, no esperar  demasiado. Son incapaces de vivir de manera ferviente. Su vida discurre de manera trivial y  cansada.

¿De dónde procede ese cansancio y esa tristeza? En primer lugar, de pequeñas causas:  demasiado trabajo, inseguridad, culpas, soledad, miedo a la enfermedad, decepciones,  deseos imposibles...

La vida está llena de problemas, pequeñas frustraciones, contrariedades que rompen  nuestra seguridad y pequeña felicidad.

Pero, si tratamos de ahondar más en la verdadera raíz de esa tristeza que parece  envolver y penetrar muchas existencias, descubriremos que en el interior de esas vidas hay  soledad y vacío.

Cuando uno no tiene nada por dentro, necesita buscar por fuera algo que le ayude a vivir.  Cuando uno no vive nada importante, necesita darse importancia y, si los demás no se la  dan, se hunde en la frustración. Cuando uno no vive ninguna experiencia gozosa en su  interior, necesita que alguien le excite desde fuera y, si no lo encuentra, queda triste y sin  vida.

Hay en nuestra sociedad una tendencia a considerar como una ilusión «lo que brota del  corazón». El mundo interior es sustituido por lo que está fuera, las cosas a nuestro alcance,  los objetos a poseer.

Pero, cuando no se tiene vida interior, las cosas aburren, las conversaciones se  convierten en charla insustancial, un torrente de palabras sin demasiado contenido. A la  larga, todo se va haciendo monótono, gris, aburrido.

La alegría sólo se descubre cuando se vive la vida desde dentro. Cuando el hombre sabe  dejarse habitar por el misterio. Cuando se abre a toda llamada que le invita al amor, la  adoración, la fe entregada.

¿Qué fe hemos vivido los cristianos que ha aparecido ante los hombres como algo triste,  aburrido y penoso? ¿Con qué hemos confundido la presencia gozosa de Dios en nuestras  vidas? ¿Cómo hemos empobrecido la vida en el espíritu del resucitado? 

Jesús nos recuerda una vez más con imagen expresiva que la fe ha de vivirse como  experiencia de gozo: Los amigos del novio «no pueden ayunar mientras tienen al novio con  ellos». 

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 195 s.


10.

Jesús manifestó ampliamente su sentido de Dios -Padre y Amor- y su proyecto de  existencia humana, como respuesta a ese Dios. Fue fervorosamente acogido por gran  número de personas -desheredados de la tierra, buscadores de sentido para la vida,  insatisfechos...-; pero también encontró adversarios -los que ante su programa tenían algo  que perder-. Estos últimos han manifestado su repulsa por el sentido que daba Jesús al  sábado, por su pretensión de perdonar pecados y le han criticado por sus relaciones  amistosas con publicanos y pecadores. Ahora se opondrán a la actitud de libertad que  presenta ante el ayuno; una libertad a la que la mayoría no están acostumbrados.

Este pasaje evangélico entra de lleno en la polémica y el contraste entre la buena nueva  de Jesús y las prácticas religiosas de los fariseos y de los discípulos de Juan Bautista. Está  construido de pequeños fragmentos con un sentido único: lo que Jesús trae al mundo es  algo totalmente nuevo, que no se puede entender como continuidad de las prácticas de la  ley antigua. Es un nuevo proyecto de existencia y de salvación para los hombres.

1. El ayuno en Jesús AYUNO/SENTIDO:

El ayuno, rito tradicional, tenía un significado muy preciso en el Antiguo Testamento: era  un gesto de humillación que acompañaba a la oración, a la que añadía un profundo sentido  de la dependencia del hombre respecto de Dios.

Así como algunas "huelgas de hambre" quieren significar que, si la sociedad no cambia en  el aspecto determinado que se reclama, no es posible que puedan seguir viviendo los que  las practican, el ayuno de alimentos quería proclamar que la suerte de los hombres está por  entero y exclusivamente en las manos de Dios y que fuera de El la existencia humana se  hace imposible.

En tiempos de Jesús, en que la espera del Mesías era particularmente intensa, la práctica  del ayuno estaba unida a esta gran esperanza.

Todos los grupos religiosos de aquella época se reconocían fácilmente por la práctica de  ciertos tipos ascéticos, de los que el más conocido era el ayuno. El ayuno practicado por  "los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos" era expresión de unos creyentes  deseosos de la llegada del Mesías; con él pretendían apresurar su venida y disponerse a  acogerlo.

"¿Por qué los tuyos no?" La pregunta nace del comportamiento de los discípulos y se  dirige a Jesús. El discutido es siempre Jesús; es a El al que ponemos en evidencia con  nuestro comportamiento cristiano, y desde El tenemos que dar razones de nuestro actuar. Juan y sus discípulos, al igual que los fariseos, llevaban una vida de severa penitencia, de  ayunos. Además de lo mandado con carácter general, ellos se imponían otros sacrificios. No  tenían motivos para acusar a Jesús de incumplimiento de sus obligaciones religiosas, pero  tenían la duda de si Jesús hacía lo que enseñaba. Porque si Jesús, al igual que ellos,  enseñaba una doctrina superior a la que estaba prescrita para la masa, ¿por qué no  guardaba un ayuno más severo con sus discípulos? 

Parece que Jesús no tenía, ni para El ni para sus discípulos, normas o ritos religiosos  especiales. Aparecían, por esa razón, como poco religiosos respecto a la vida de piedad  habitual entonces. Aparecían demasiado sueltos y libres, poco aficionados a las devociones  oficiales o populares.

Jesús rechaza todo ritualismo que pretenda sustituir la auténtica actitud religiosa del  hombre, planificándole y asegurándole sus relaciones con Dios. Para El, Dios tiene siempre  la iniciativa, y el hombre debe vivir abierto a sus exigencias.

Jesús responde hablando de sí mismo. Sus discípulos tienen con ellos al Mesías, son los  "amigos del novio", no deben ayunar "mientras el novio está con ellos". Es tiempo de fiesta,  no de ayuno. Cuando "se lleven al novio" -cuando lo detengan y asesinen- será el momento  del desprendimiento y de la lucha. "Aquel día sí que ayunarán", pero será un ayuno que  tendrá otro sentido.

Jesús está con ellos. El ayuno, que tendía a provocar la intervención de Dios con la  llegada del Mesías, en lo sucesivo ya no tiene razón de ser. La práctica de abstinencia de  alimentos por la ausencia del enviado de Dios, debe suplirse por la comida fraternal, que  significa la nueva comunidad que el Mesías viene a formar con todos los hombres. Si lo que  Jesús anuncia es que ha empezado ya la fiesta escatológica de la alianza plena entre Dios y  los hombres, lo que hay que hacer es proclamarlo y celebrarlo. No tiene sentido la práctica  de duelo y penitencia del ayuno. 

Jesús es el "novio" esperado por la tradición bíblica, nombre que reservaba para Dios.  Los días del Mesías eran descritos en la literatura rabínica con festejos propios de las  bodas. La comunidad nupcial está establecida; desde este momento debe comenzar el  banquete.

La imagen del matrimonio, muy usada en la Biblia, era un símbolo para expresar la  relación de amor entre Dios y el pueblo elegido. Lo nuevo es que Jesús se presente en  lugar de Dios.

Sus discípulos no practican el ayuno por una circunstancia gozosa: se encuentran en un  momento de plenitud interior, viven un instante de gozo como en el momento de las bodas. Pero "se llevarán al novio", morirá Jesús. Destaca la otra vertiente de la fiesta  escatológica en este mundo: la situación de interinidad hasta que la fiesta no sea plena en  la parusía. Lo definitivo aún no ha llegado. El ayuno, proscrito por la presencia del "novio",  se volverá necesario por la ausencia. Refleja la situación compleja del cristiano, que posee  sin disfrutar plenamente, y que debe seguir buscando al que ya ha encontrado.

La adhesión a Cristo nos llevará fatalmente a momentos difíciles, en los que no hará falta  ayunar para hacer penitencia. Sus palabras no exigen ninguna ascesis concreta, pero  implican un compromiso total. El ayuno que Jesús pide a sus seguidores va por otro camino.  Porque, ¿qué sentido humano y religioso pueden tener los ayunos si lo que  fundamentalmente importa es luchar para hacer realidad la justicia que reclaman los  explotados, única forma auténtica de realizar aquí y ahora el reino de Dios? ¿Se trata de  convencer a Dios con nuestros ayunos para que nos ayude, o se trata de luchar para que  se cumpla el programa anunciado en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,18-19)? Para Jesús el  ayuno verdadero es la lucha contra toda explotación del hombre por el hombre. Bastante  sudor y lágrimas lleva consigo una vida cristiana tomada en serio. Refugiarse en unos  ayunos y no luchar para transformar el mundo, además de muy cómodo, es una hipocresía.

En pocas palabras Jesús nos ha presentado dos realidades inseparables para un  cristiano: la fiesta y la lucha. Y nos ha dado las razones para ambas. El camino cristiano es  principalmente un camino de fiesta, porque Dios está con nosotros por Cristo y por su  Espíritu (Jn 14,16.23). Nos cuesta entender la relación con Dios como una amistad con un  Padre que nos ama y se compromete a amarnos siempre, con un Padre que quiere que  vivamos como hermanos, porque todos somos sus hijos. Ninguna lucha puede ahogar esta  suprema realidad del cristianismo: creemos en una alianza nueva y definitiva entre el Padre  y los hombres. Por ello vivimos la fiesta, el banquete de bodas, en la esperanza. Una fiesta  que será plena después de la muerte.

Mientras tanto, nuestro camino es también lucha contra el mal, el egoísmo, el orgullo, la  dureza, la mentira, la injusticia... en cada uno de nosotros y en la sociedad.

Para comprender y vivir la novedad de Jesús es necesario que seamos muy exigentes en  la lucha. La oración debe ser "para no caer en la tentación" (Mt 6,13) de pensar que la lucha  no va con nosotros, para reflexionar atentamente sobre lo que sucede a nuestro alrededor y  en el mundo y tomar postura a la luz de la experiencia de los profetas y de Jesús en la  intimidad con el Padre.

Jesús libera de la ley, del ayuno, y reacciona contra el falso ascetismo. No se  sometió al ayuno ni quiso ni buscó la cruz. Amó y obedeció a la voluntad del Padre, vivió lo  que decía, y la cruz le cayó encima como consecuencia. Su pasión no fue una obra de  ascesis, sino de fidelidad al amor de Dios en los hombres. No perdió el tiempo buscando la  forma de sufrir: se entregó totalmente al bien de los hombres y esto le llevó a la cruz. Y ésta es la cruz que Jesús nos invita a llevar: la que resulta de la lucha por implantar el  reino de Dios entre los hombres.

Nuestro mundo cristiano ha dado mucha importancia al ayuno, pero no ha ahondado en  su significado. Hemos inventado muchas cosas para evitarnos el trabajo de amar con  hechos, de compartir con los demás, de luchar por la justicia. Ayunar es estar disponible a lo  que Dios nos pida en los demás.

Jesús nos ha demostrado su gran sentido religioso. Nosotros pocas veces hemos seguido  su ejemplo.

2. El evangelio es novedad plena 

Jesús no se contenta con responder al tema del ayuno. Sigue denunciando los  verdaderos motivos por los que los fariseos se muestran perplejos y escandalizados frente a  su manera de comportarse. El modo de vivir la religión en los tiempos de Jesús no podía  ponerse al día con un remiendo que le pusiera el joven rabino galileo. Con El habían llegado  los tiempos mesiánicos, tiempos nuevos, por lo que no se le podía valorar con la medida de  los viejos esquemas mentales, religiosos o sociales. Era necesario interpretarlo con  mentalidad y ojos nuevos, dispuestos a cambiar hasta lo tenido por más sagrado, si fuera  necesario.

No es que su mensaje sea enteramente nuevo dentro del campo de la historia de los  hombres: su verdad empalma de algún modo con las verdades y esperanzas de las  religiones de la tierra.

Pero, a la vez, lleva esas verdades y esperanzas a plenitud. El es "el primero y el último"  (Ap 1,17). El primero: es la Palabra por la que el Padre creó el mundo (Jn 1,1-3). El último:  Dios lo ha colocado por encima de todos los seres del cielo y de la tierra (Flp 2,10). No es posible remendar el manto viejo del judaísmo añadiéndole pequeños trozos de  evangelio. Es necesario confeccionar un manto enteramente nuevo a partir de las palabras  y los gestos de Jesús.

Los hombres, al estar muy apegados a nuestras costumbres, tradiciones y comodidades,  solemos cerrarnos a la novedad, nos negamos a renovarnos. Por eso no tiene lugar en  nosotros el milagro de la conversión, a pesar de escuchar con frecuencia la palabra de Dios;  no ofrecemos ninguna zona de sincera disponibilidad para el cambio, para la fe, para la  inseguridad, para la acción de Dios en nosotros. Rechazamos a Jesús constantemente por  ser siempre nuevo. ¿No tenemos la impresión de que a nuestro cristianismo le falta Cristo? 

El cristianismo no es una componenda ni una reforma religiosa como tantas que sufrió el  judaísmo y tenemos tendencia a hacer los cristianos. Confiesa que Dios no está allá arriba,  sentado en su cielo, sino que vive entre los hombres no para ser adorado, sino para ser  seguido. El cristianismo es un estilo de vida que rompe los moldes de cualquier religión. La realidad Jesús es el valor máximo que lo transforma todo y da base a todo. No niega  las demás realidades humanas -ideologías, partidos políticos, filosofías, luchas, trabajo,  familia...- en lo que tengan de verdadero, ni las demás religiones; pero les da su sentido  profundo, trascendente, nuevo. No es un remiendo. Quiere una sociedad fraternal, en la que  los poderosos ya no estén en sus tronos (Lc 1,52), donde todos los hombres podamos  realizarnos como personas. Y esto no se puede lograr con pequeñas o grandes reformas a  la injusticia estructural que hoy existe, o con cambios sólo en la buena voluntad de las  personas, o cambiando unos ritos por otros, o celebrándolos de modo distinto... Debe ser  una transformación revolucionaria de las estructuras, de las mentalidades humanas, del  enfoque religioso... de todo. De otra forma, pronto viene el retroceso a formas de sociedad  tan injustas o más que aquellas que se quería cambiar.

La historia es maestra en darnos ejemplo de ello. No valen los remiendos, que es lo que  queremos hacer normalmente. Creer y anunciar a un Dios que quiere la fraternidad e igualdad entre todos y, al mismo  tiempo, querer domesticarlo y tenerlo a nuestra disposición con ritos, sin luchar contra la  injusticia radical que nos rodea, es una contradicción que vivimos en la Iglesia. Jesús quiere el cambio a todos los niveles. Los que viven apegados al pasado porque les  va bien, difícilmente comprenderán la vitalidad de lo verdaderamente nuevo. Y lucharán  contra ello, incluso en nombre de Jesús y de Dios. Muchos lo están haciendo. La novedad del Reino rompe los moldes tradicionales de la religiosidad judía, exige  encontrar una manera enteramente nueva de existencia. Es el sentido de la parábola de los  odres y el vino.

La fe en Jesús es incompatible con la adhesión fanática a unas prácticas insustanciales.  Para aceptar el mensaje cristiano es necesario "nacer del agua y del Espíritu" (Jn 3,5), libres  de prejuicios, despegados de sectarismos peligrosos e infructuosos. La adhesión fanática a  los moldes viejos tuvo entonces como consecuencia la ruptura entre la Iglesia y la sinagoga.  Ahora puede ser causa de rompimientos entre la Iglesia burocrática y la Iglesia de los  pobres. Los "odres viejos" están hoy demasiado gastados y no pueden aguantar sin  reventar la fuerza de transformación que el mundo necesita para ser verdaderamente  fraternal y humano.

El evangelio es novedad plena. Pasó lo antiguo. Esto podía entenderse como si nada de  lo antiguo valiera. Y no es ésa la intención de Jesús. Por eso añade Mateo al final: "Y así las  dos cosas se conservan". Echar el "vino nuevo" del evangelio en los "odres viejos" de las  instituciones judías perjudicaría tanto a los odres como al vino.

Lucas termina el pasaje identificando el evangelio con el "vino añejo". ¿Lo llama "añejo"  porque es anterior al mismo judaísmo, al estar "impreso" en el corazón humano? Nadie que  cate los verdaderos valores del mensaje de Jesús querrá algo de lo demás, porque habrá  encontrado "todo".

La novedad de Jesús pide ser acogida por unos corazones bien dispuestos. Hoy, en los  momentos de transformación que vivimos, tenemos el peligro de siempre: aferrarnos a la  letra que mata y perder el Espíritu, limitarnos a remiendos, parches y retoques superficiales  que nada renuevan en profundidad, poner lo nuevo en odres y vestidos viejos. O fabricar  moldes, paños, odres nuevos, organizaciones, estructuras y planificaciones nuevas, que  sean sólo letra que mata: montajes audiovisuales, libros de religión muy amenos,  celebraciones litúrgicas "bonitas"... Sin el Espíritu de Jesús en nosotros, se nos gastan las  palabras nuevas y los métodos nuevos por usarlos vacíos.

Tenemos que vivir abiertos a la Palabra, aceptando modificarlo todo si es necesario para  que nuestra vida se ajuste a ella. Y esto constantemente. De otra forma pronto nos  convertiríamos en odres y vestidos viejos, viviendo la tragedia de "querer" recibir el "vino  nuevo" y tratando de parchear nuestra vida insatisfecha.

¿Descubriremos algún día la novedad absoluta, creadora y transformante del mensaje de  Jesús en nuestras vidas? 

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 1 PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 365-371


11.

1. El ayuno del corazón 

Cuando Marcos escribe su evangelio, la comunidad cristiana acababa de tomar  conciencia de que el cristianismo no era una simple modificación del judaísmo o una forma  más perfecta de vivirlo, sino que con Jesús se había introducido un cambio radical, un corte  con la antigua alianza.

Esta estaba en función de la preparación de los tiempos mesiánicos, y a esto apuntaban  sus instituciones y sus ritos. Ahora que dichos tiempos habían llegado, tales instituciones y  ritos carecían de sentido, o de continuar, era otra su significación.

Para explicar esta nueva situación, por la que radicalmente se diferencian judíos de  cristianos, Marcos nos narra los pasajes que vamos a meditar este domingo, y cuyas ideas  continúan en los textos siguientes del mismo evangelio. Por cierto que alguno podrá preguntarse qué importancia tiene esto hoy para nosotros  que ya estamos muy convencidos de que nada nos religa al judaísmo y a sus instituciones. Por un lado, la objeción es cierta. Pero hay otra faceta que debemos tener en cuenta: es  posible que no nos sintamos unidos al pasado judaico, pero también es posible que sigamos  viviendo cierto tipo de religiosidad que, si bien tiene otro nombre, sigue sosteniendo un  estilo religioso que Cristo vino a superar totalmente.

Lo que hoy nos dirá Marcos es un buen ejemplo de ello: se va a hablar del ayuno, una  institución que existe y existió en todas las religiones y que tuvo cuerpo especial en el  judaísmo. También perduró en la Iglesia y se lo practicó hasta nuestros días. Ahora bien, ¿cuál es el sentido de esta práctica dentro de la Iglesia? ¿Y por qué Jesús se  opone al ayuno al modo de los fariseos y de los discípulos de Juan el Bautista? Veamos,  entonces, el texto evangélico y descubramos su mensaje.

AYUNO-SENTIDO: Según la Ley, los judíos solamente estaban obligados a ayunar un día  al año, el día de la reconciliación, y en algunas ocasiones muy especiales como en caso de  epidemias, guerras o grandes pecados públicos. La gente piadosa, por su parte, solía  ayunar dos veces por semana.

De ahí el reproche de los fariseos y de los discípulos de Juan a Jesús: es cierto que no  estaba mandado, pero era ésta una forma de decirle a Dios hasta qué punto llegaba su  devoción hacia él.

Para comprender mejor todo este pasaje, tengamos presente que en el mundo bíblico el  ayuno -es decir, el acto de no comer durante un día entero- tenía el siguiente sentido:  siendo el alimento un don de Dios, el renunciar a él a pesar de su necesidad para la vida  física, era una forma de expresarle a Dios que se estaba a su total disposición y que,  incluso, se era capaz de renunciar a los alimentos porque Dios era el alimento vital del  creyente.

Por este motivo, cuando una persona se disponía a realizar un acto importante en nombre  de Dios -como, por ejemplo, iniciar una predicación profética-, solía pasar un día o varios  (hasta cuarenta) en ayuno como manifestación externa de un vaciamiento interior para  dejarse penetrar totalmente por el alimento divino de la Palabra.

Es por este motivo por el que el ayuno iba acompañado de la oración y de actos de  caridad hacia el prójimo con el fin de purificar al máximo la actitud interna del corazón. Como vemos, el ayuno supone una espera del Señor, del Señor que aún no ha llegado y  que nos pide preparar el camino con la pobreza del corazón, cuya manifestación era el  ayuno. El renunciar a los alimentos era un signo de que la renuncia interior era auténtica. El ayuno tiene, por tanto, un sentido auténticamente religioso; aunque también es cierto  que puede ser deformado cuando se lo realiza como una manifestación pública de piedad  que nos señala ante los demás como hombres religiosos, descuidando su sentido de  pobreza interior.

Y ésta fue la deformación en la que cayeron muchos fariseos que hicieron del ayuno un  fin en sí mismo, un rito cerrado que era presentado a Dios como exigencia de otros bienes  divinos.

En síntesis: está bien ayunar cuando se espera al Señor, para que El encuentre un  corazón vacío del egoísmo, así como el cuerpo se vacía de alimentos.

Ahora podemos comprender mejor la respuesta de Jesús: ¿Cómo pedir a sus discípulos  que ayunen si ya no tienen por qué esperar al Señor, pues éste ha llegado como un novio  que viene a casarse con su novia, la comunidad? Jesús apela a la costumbre de la época:  un casamiento suponía una semana de fiesta y en ella se comía y bebía en abundancia con  todos los amigos de los novios.

Era absurdo pedir a los invitados que hicieran ayuno...

En cambio, cuando el esposo se vaya y termine la fiesta, ya habría tiempo de ayunar. Con  esto el mismo Jesús parece aludir a su futura muerte y ausencia física, que constituirá de  por sí un obligado ayuno.

Alguien podrá preguntar ahora por qué en la Iglesia se continuó con la práctica del ayuno  durante el tiempo de Adviento y Cuaresma, si ya el Señor había llegado y permanecía en la  comunidad. La respuesta es la siguiente: si bien Jesús ya ha llegado históricamente, con  todo no podemos decir que haya penetrado total y profundamente en nuestra vida como un  esposo.

De alguna manera, siempre lo estamos deseando y esperando. Al mismo tiempo, la  Iglesia, la esposa, suspira por su total venida o Parusía. Entonces finalizará el tiempo del  ayuno.

Sinteticemos, entonces, el mensaje de Marcos de la siguiente manera:

a) Las antiguas profecías, como la de Oseas (primera lectura de hoy) se han cumplido en  Cristo. Dios se ha desposado en la justicia y en el amor con la humanidad. Jesús es el  esposo que comparte la vida de los hombres, los alimenta en el camino del desierto y los  regenera con su sangre.

La venida de Cristo es un hecho definitivo y permanente; no una simple manifestación  esporádica de Dios.

De más está decir que Marcos, que ve a Jesús con los ojos de la fe, reconoce esa  presencia en el Cristo Resucitado, presente en el amor de la comunidad y en la mesa de la  Eucaristía.

b) Esta presencia de Cristo, el esposo, produce un cambio total en el esquema religioso  del pueblo. Tanto la Ley, como el sábado, como el templo o el ayuno estaban orientados a  un tiempo de ausencia del Señor. Ahora caducan ante la realidad.

Por lo tanto, la comunidad cristiana se diferencia de la judaica, no tanto por las cosas o  prácticas que realice, cuanto por el sentido con que lo hace. El cristiano vive una  experiencia de Dios encarnado en la historia; vive gozando una nueva vida.

Quien más ha insistido en esta idea ha sido Pablo, que tanto tuvo que luchar contra los  cristianos judaizantes. En el texto de su Segunda carta a los corintios, compara a la nueva  comunidad con la antigua y dice que, mientras Moisés escribió las tablas de la ley en piedra,  ahora Jesús la ha grabado en el mismo corazón del creyente, y lo ha capacitado para vivir  no atado a la letra de la ley sino al Espíritu que da la vida y la libertad.

Desde esta perspectiva podemos entrever cómo el texto evangélico de hoy tiene aún  vigencia para nosotros: no son las prácticas y los ritos lo importante en la religión cristiana,  sino la unión con el Espíritu de Cristo que nos ha llamado a la libertad.

Podemos correr el riesgo de editar una nueva-antigua-alianza si, al igual que los fariseos,  creemos que la fe consiste en ejecutar el mayor número de actos religiosos, cultuales o  piadosos.

La fe cristiana, en cambio, es un don de Dios, un regalo que debe sumergirnos en la  alegría, en el amor, en el servicio fraterno, en la libertad del espíritu.

Con cierta frecuencia los cristianos hemos caído en la tentación de convertir en fin de sí  mismos a ciertos actos, rezos o prácticas que no deben tener más objetivo que revelar a  Cristo. Suele suceder, en cambio, que velamos a Cristo y nos quedamos con un sinnúmero  de cosas llamadas religiosas, pero que no tienen sentido si no nos llevan a comprender  mejor la Palabra de Dios y a vivirla al modo de Cristo.

Basta observar cómo practicamos el ayuno en esta sociedad de consumo que vivimos. Es  una verdadera caricatura... ¿Qué cambia en nosotros el dejar de comer un poco un día o  dos al año? Si el ayuno es tan sólo un símbolo, ¿cuál es la realidad profunda que se  exterioriza en él? La fe cristiana no consiste en comer unos gramos de más o de menos. El  texto de Oseas parece decir algo muy distinto: hemos de unirnos a Dios en el derecho y en  la justicia, en la misericordia y en la compasión. Vivir así exige ciertamente una gran  renuncia del corazón: he ahí nuestro principal ayuno...

2. Una comunidad original 

En intima relación con todo este pensamiento se engarza una nueva comparación del  mismo Jesús: cuando uno tiene un vestido viejo y gastado, no conviene que use una tela  nueva para remendarlo, pues al encogerse después, hará una rotura mayor.

De la misma forma, no debe ponerse vino nuevo, que aún puede fermentar, en odres  viejos que ya no tienen la elasticidad necesaria. En caso contrario, se rompen los odres y se  pierde el vino y los odres.

No hay dudas de lo que esto significa: el vestido y el odre viejos representan al judaísmo  que ya ha cumplido su ciclo. Con Cristo llega lo nuevo de Dios, y esto nuevo necesita una  comunidad distinta a la anterior, capaz de comprender cabalmente el significado de lo que  está sucediendo.

Dicho lo mismo de otra manera: el cristianismo no es un parche; es una novedad. Por el  momento Jesús no explica en qué consiste esta novedad absoluta de la fe cristiana; pero  Marcos ya lo ha descubierto y lo desglosará a lo largo de su evangelio.

Lo que podemos hacer, en cambio, es reflexionar un momento más en esto nuevo que es  la comunidad cristiana.

Podríamos, en efecto, hacernos la siguiente pregunta: ¿Cuál es la nota característica y  única de la comunidad cristiana y qué la distingue de cualquier otra? ¿Cuál es la aportación  original de la fe cristiana al mundo de hoy? Sea cual fuere la respuesta, a nadie le queda  duda de que estamos ante un serio problema de la Iglesia de hoy y de siempre.

CRMO/NOVEDAD: Se suele afirmar que el cristianismo es una religión, pero el caso es  que existen muchas religiones con características similares. O que es una moral superior,  pero dicha moral la encontramos en otros pueblos. O que rinde culto a Dios, pero eso  también lo hacen gentes no cristianas.

Al igual que otros hombres religiosos ayunamos, rezamos, pedimos perdón por los  pecados, tenemos una determinada organización jerárquica, poseemos una Sagrada  Escritura, etc. En todas las religiones aparecen estos elementos... ¿Cuál es, entonces, la  nota característica de la comunidad cristiana? ¿En qué radica su novedad y originalidad?  También podríamos hacer la misma pregunta a la gente que no profesa nuestro culto ni  participa de nuestra comunidad: ¿Descubren ustedes algo nuevo y original en nuestra forma  de vivir? ¿Consideran que nos distinguimos claramente de cualquier otro grupo-humano? 

Concluyendo...

Hoy Jesús nos invita a escuchar su palabra como si fuese un vino nuevo que exige un  corazón y una comunidad nuevos...

Será bueno, pues, que terminemos estas reflexiones recordando el texto de Pablo:  «Todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del  Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos, conforme a  la acción del Señor, que es el Espíritu» (2 Cor 3,18).

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B.1º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978.Págs. 246 ss.