15 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO VII
DEL TIEMPO ORDINARIO
(1-10)

1.

-¿HAY QUE HACER ESTO?

¿Cómo comprender el Evangelio de hoy con esas frases tan sorprendentes de dar más de lo que nos pide quien no tiene derecho? Cuando leemos y comentamos este párrafo siempre hay alguien que, con ironía, pregunta si su significado podría ser el de tener que dar a una persona que nos asalta en la calle más de lo que nos exige.

O sea, que si en la calle alguien, con un cuchillo, me exige el dinero que llevo encima debo darle también las cosas que lleve de valor, y si me encuentro a alguien robando en mi casa debo enseñarle dónde guardo lo más valioso y facilitarle su tarea.

Quién así se expresa ha captado sólo una parte del sentido que las frases de Jesús tienen. Ha captado su intención provocadora, pero no ha captado el contexto y el fondo en que Jesús pronuncia estas palabras y desde los que adquieren su sentido humano.

-JESÚS NUNCA HABLA EN TÉRMINOS DE OBLIGATORIEDAD

Quién así habla tiene una formación religiosa en que se entiende como obligación todo lo que dice el Evangelio, como si Jesús hubiera sido un letrado muy culto y de gran formación jurídica y moral que siempre fuera dando consejos y normas para cumplir.

Es curioso y triste, pero como consecuencia de la formación religiosa que hemos dado y seguimos impartiendo en catequesis y homilías, a muchos les parece que ser cristiano es cumplir a rajatabla lo que Jesús mandó, llevar a la práctica sus mandamientos y traducir todo su mensaje a doctrina moral.

Si Jesús hubiera sido un jurista hubiera tenido en cuenta la máxima según la cual la ley no puede pedir imposibles ni actuar contra el sentir común.

-JESÚS NO FUE UN MORALISTA

Si Jesús hubiera sido un moralista, hubiera tenido en cuenta, al estilo de la tradición de los grandes moralistas orientales, a los que El no siguió, que la vía de la perfección moral es una senda muy lenta en la que no se pueden quemar etapas y que, por eso, pedir al discípulo, ya, determinadas conductas heroicas puede ser contraproducente.

Si Jesús hubiera entendido de moral, y de eso sí que entendía mucho, hubiese sabido, y lo sabía, que el ser humano no puede ser moralmente perfecto y, por lo tanto, no se le puede exigir y pedir la perfección moral. De ahí que Jesús no perdiera el tiempo en sermones moralizantes para repetir insistentemente: hay que ser buenos.

La palabra "bueno" es un adjetivo que acompaña siempre a un sustantivo del que recibe la referencia, de ahí su ambigüedad: buena casa, buen obrero, buen ladrón, buen profesional, buen alumno, buena obra.

No es la perspectiva moralizante, ni la jurídica, la adecuada para poder entender el sentido de estas frases provocadoras de un Jesús muy consciente de lo que pronunciaba. Tristemente, la tradición catequética y homilética de nuestra comunidad ha insistido tanto en su acento moralizante, y, todavía, algunas intervenciones jerárquicas contribuyen a este aspecto, que es necesaria una insistente labor de aclaración que a algunos puede parecer superflua.

-JESÚS ASUME LA PERSPECTIVA RELIGIOSA

Jesús fue y es una Persona muy religiosa. Desde esta perspectiva vive y habla; en ella, por lo tanto, hay que situarse para poder comprender su mensaje.

Ser religioso no se identifica con ser persona de hábitos piadosos y frecuencia cultual, aunque puede coincidir. No por repetir más jaculatorias ni pronunciar el nombre de Dios en cantidad de ocasiones se es tampoco profundamente religioso.

Ser religioso es vivir la realidad cotidiana y la profunda desde la referencia a Dios que alimenta y apoya las grandes convicciones y actitudes con las que nos guiamos. Ser religioso es tener una actitud muy natural ante la vida y contarla desde Dios. Es vivir una estrecha relación vital con Quien es confesado como el autor y director de la Historia.

-ENTIENDE A DIOS COMO UN PADRE

Jesús, situado en esta perspectiva, tiene como misión de su vida ayudarnos a descubrir la realidad, el modo de ser, la forma de actuar y sentir de Dios a Quien El considera de una manera muy personal y cercana, a Quien El concibe siempre en relación con los seres humanos. Y para expresar ese sentido personal, cercano, sensible y relacional, utilizó como palabra clave el término PADRE.

Esta es la clave, la fórmula, la respuesta que permite entender a Dios y comprender el mensaje de Jesús. Dios es como un Padre.

En el sentir común de los humanos un padre no es, ni mucho menos, perfecto, moralmente hablando. Todos tenemos experiencia de nuestros propios padres o de padres ajenos. Con sus defectos, sus manías, pero siempre con una enorme capacidad de amar que les hace tolerar, soportar, aceptar, querer, a sus hijos. Con su interés desinteresado por aportar a sus hijos lo que necesiten aunque tengan que quitárselo a sí mismos e, incluso, tengan que robarlo.

-LOS PADRES SON FABULOSOS

Ser padre es ser capaz de amar. Amar dice relación, no perfección, es establecer un tipo de relación donde el amor supera todo límite y todas las previsiones de respuesta. Nunca hasta que uno es padre, sabe hasta dónde es capaz de amar, de luchar, de sacrificarse, de entregar.

Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. No es una llamada obligatoria, no es una norma ni un consejo. Es una confesión admirada y sorprendente. Es un descubrimiento. Es, también una invitación.

Porque perfectos no podemos ser ni merece la pena luchar por la inasequible meta de una fría perfección moral al estilo estoico.

Pero sí que podemos entender y admirar al Dios que Jesús nos descubre en esa faceta tan cercana, humana y sensible, tan próximo, tan comprensivo, tan entrañable.

-¿NOS ANIMAMOS A SER COMO LOS PADRES?

No se trata, pues, de sacar conclusiones morales ni marcarnos obligaciones que nos impulsen, en tensión, hacia las alturas de hombres heroicos que acumulan virtudes, destierran vicios y cultivan cualidades sobrehumanas.

Es cosa de admirar, de entrar en el ámbito provocado por Jesús con sus frases provocadoras y que, por otra parte, son tan propias de seres humanos cuando se relacionan como padres.

Quizás algún día, admirados con este Dios tan Padre, lleguemos a la convicción de que somos y podemos relacionarnos como hermanos.

J. ALEGRE
DABAR 1990/15


2.

"Sed santos como Dios es santo." "Sed perfectos como vuestro Padre es perfecto". Por lo tanto, éstos como mandatos básicos, casi más que sobre comportamientos concretos, su radio de acción recae sobre nuestra propia identidad y su maduración. Lo que está en cuestión es una alternativa de personalidad: si aceptas que Dios es tu Dios, tu Creador y Señor, etc., pues en El encontrarás la pauta del fin y sentido para el que has sido creado. Si asumes que, aunque desfigurada, eres imagen y semejanza suya, de Dios, tendrás que aprender de El a ser. Y que no cualquier desarrollo del ser que tú eres va en la línea de tu origen y sentido. Es una opción.

Puedes perderte, puedes realizarte. Para realizarte plenamente, aún siendo libre, has de preguntar al Autor y Modelo, y observarle en cómo es y cómo actúa.

"SED SANTOS...= AMARAS." "A Dios nadie le ha visto nunca", nos previene San Juan (1,18;5,38). Pero, sin embargo, le conocemos por lo que dice y hace. Y cómo lo hace. Este es el abecé de la Revelación cristiana. Por eso llegar a la conclusión de que "Dios es santo" no puede ser fruto de una elucubración de gabinete. Se trata más bien del resultado de una experiencia sobre el modo de comportarse Dios con su Pueblo, el Pueblo de Israel.

Le amó, le liberó de la esclavitud, le condujo por el desierto, le escogió, pactó con él, le fue fiel. De ahí que la afirmación del Antiguo Testamento "Dios es santo" difiere poco o nada de esta otra que trae el Nuevo Testamento "Dios es amor". Hay una secuencia de relación y de amistad que simplemente abunda en lo mismo. Una y otra son afirmaciones que brotan de una experiencia de relación. La "santidad" de Dios no es alejamiento del hombre, diferencia radical, ni pureza inalcanzable, sino bondad y justicia salvadora de Dios probadas. Dios se manifiesta como es, amando.

Consecuencia: lo que Dios fue para ti has de ser tú para tu prójimo: "Amarás a tu prójimo... No odiarás a tu hermano... ni serás vengativo ni guardarás rencor. "Son afirmaciones de la Antigua Alianza. Dios modelo... pero desde la propia experiencia de Dios. No cualquier experiencia de Dios "cambia" el corazón del hombre. Conocer a Dios-amor como Pueblo y como persona es equivalente a "nacer de nuevo" como Pueblo y como Persona. "Nacer de Dios" sería como dejar desarrollar esa semilla de bondad y justicia que en nosotros dejó la huella creadora y recreadora del paso del Señor.

La "santidad" es una meta, pero no de autocomplacencia ni de "estética espiritual", sino una responsabilidad del creyente consecuente con su nueva identidad, "sois Templo del Espíritu de Dios".

"SED PERFECTOS...=AMARAS." De un modo o de otro, desde la antigua o desde la nueva alianza, santidad o perfección, lo mismo da, en resumen se trata de amar, amar hasta el final, sin medianías y gratuitamente.

Pero calibrar bien todo el contenido de estas mismas palabras (amar, santidad, perfección...) ya no bastan las antiguas "imágenes" o sacramentos por los que Dios muestra quién es. El hombre reencuentra su verdadera imagen de "hombre perfecto", terminado y bien realizado, en la Imagen por excelencia: JESUCRISTO es el modelo terminado, la imagen perfecta a la vez de Dios (Padre) y del hombre (hijo-hermano). Y así, el "sed perfectos como vuestro Padre del Cielo es perfecto" nos lo trae el Evangelio de San Mateo en un contexto de bondad y justicia nuevas, recién estrenadas en Jesús y vividas por Jesús mismo: "No hagáis frente al que o agravia..." "Amad a vuestros enemigos..." Se confirma la idea: la perfección no es conquista de unos pocos ni orgullosa lucha por ser mejores (que otros)... ni mucho menos ambiciosa tarea de conquista de un "canon" divino del ser. No es etiqueta de superior calidad. La tentación clásica, callejón sin salida, "¡seréis como dioses!" (/Gn/03/05), no ha lugar, queda definitivamente vencida por esta invitación sugerente, "sed como vuestro Padre... sed hijos... vivid como hermanos... amaos unos a otros hasta el extremo, hasta la sinrazón... como yo mismo os he amado". Aquí queda resumida la santidad y la perfección cristianas, en el mandato nuevo vivido en todas sus consecuencias, como el mismo Jesús. Por eso en un reciente programa de televisión la Madre Teresa de Calcuta nos decía: "la santidad no es un lujo, sino un deber".

J. MARTINEZ
DABAR 1987/16


3. A/ENEMIGOS: ACTITUDES ANTE ÉL.

Lo que Jesús nos dice no es nada razonable. Lo razonable, lo humanamente razonable, es pagar con la misma moneda. Ese es el fundamento del derecho o de nuestra discutible justicia: el que la hace, la paga. Pero así, todo lo razonablemente que se quiera, hemos llegado a esta situación de violencia, de guerra y carrera de armamentos. Así, razonablemente, hemos montado una convivencia inaguantable. Así hemos cohonestado nuestra justicia con toda clase de injusticias y atropellos. Así hemos producido enemigos por todas partes. Por eso, si queremos salir de ese callejón sin salida, hemos de dejar nuestra razonable y prudente manera de actuar, para seguir la locura del evangelio, que es la locura de la cruz: dar la vida por amor a los que se la quitan. Amar al enemigo es salirse de la prudencia humana, de la razonable prudencia humana, para entrar en el ámbito de la prudencia cristiana, la de Cristo.

-¿Qué nos pide Jesús? Frente al enemigo caben distintas actitudes. Podemos, por ejemplo, suponer que no es enemigo, por la sencilla razón de que nosotros no nos sentimos enemigos suyos. En ese supuesto, no haremos nada, dejaremos las cosas como están y, por consiguiente, dejaremos al enemigo en su situación. Es la actitud más cómoda.

Pero es altamente peligrosa. Porque muy bien podría ocurrir que la razón de su enemistad estribe en la injusticia que le estamos infringiendo (somos culpables) o que están infringiendo los otros, en cuyo caso nos haríamos cómplices. Es la actitud de los egoístas, de los indiferentes, de los insolidarios.

Otra posibilidad frente al enemigo es hacerle frente con sus mismos medios, pagarle con la misma moneda, violencia por violencia, odio por odio. En tal caso siempre saldrá vencedor el odio y todos seremos las víctimas. Es la actitud más generalizada, la más razonable, al parecer, la lógica. Es la lógica de todos los sistemas defensivos, la lógica de la carrera de armamentos, la lógica de los medios de disuasión, la lógica de la violencia y de la guerra. Muy lógica, ciertamente, pero absolutamente contraria al evangelio.

La tercera actitud es la que Jesús pide a sus seguidores, la que nos pide hoy a todos nosotros, la que hemos escuchado en el evangelio y conviene volver a escuchar y a leer una y otra vez.

Amar al enemigo es hacer el bien al que nos hace mal, es poner la otra mejilla al que nos hiere en la una; pero es también no consentir con la injusticia del enemigo. Por eso no podemos estar siempre ofreciendo la otra mejilla, porque así nos iríamos haciendo cómplices de la injusticia y violencia del enemigo. Amar al enemigo es desarmarlo, liberarlo, rescatarlo, librarlo de su injusticia, recuperarlo para la justicia, ganarlo para la amistad, integrarlo en la espiral del amor. Y todo eso sin violencia, sin amenazas, sin odio, sin armas, sin recurrir a la fuerza. Pero también sin desmayar, sin contemporizar con su violencia y con su injusticia, sin abandonarlo a su suerte, sin desesperar en su capacidad para cambiar y volver al amor.

EUCARISTÍA 1987/10


4.

Se da un evidente paralelismo entre una frase que hemos escuchado en la primera Lectura y otra que acabamos de oir en el evangelio.

"Seréis santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo", nos ha dicho el libro del Levítico. "Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto", nos ha dicho Jesús en el fragmento evangélico de hoy, correspondiente al sermón de la montaña.

Ello quiere decir que tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo proponen a los hombres un ideal de perfección y santidad que no surge espontáneamente de las aspiraciones naturales, sino que se produce como respuesta al don gratuito de Dios. Este don inmerecido impulsa a los hombres a ir constantemente más allá de los límites que impondría el sentido común a la prudencia que la Biblia llama "de la carne". Pero el Antiguo Testamento entendía la santidad o perfección exigida a los creyentes en un sentido más bien externo y ritualista. En cambio, Jesús propone un modelo de santidad perfectamente interiorizada, que arraiga en la profundidad del corazón del hombre y le lleva a superar todo los ritualismos y todos los juridicismos. Lo vemos muy claramente en las dos antítesis que hemos escuchado: "ojo por ojo, diente por diente"-"no hagáis frente al que os agravia"; "amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo"-"amad a vuestros enemigos".

La primera antítesis alude a la llamada "ley de Talión", que representó en su momento una superación más equitativa de la "ley de represalia" vigente en muchas sociedades primitivas y que el libro del Génesis expresaba así: "Caín será vengado siete veces, pero Lamec, setenta y siete". La fórmula "ojo por ojo, diente por diente" intentaba conducir la venganza a los límites de una justicia estricta, pero, según la mentalidad evangélica, se quedaba todavía a medio camino, pues, tal como dice el papa ·JUAN-PABLO-II en la encíclica "Rico en misericordia", "la experiencia del pasado y de nuestros días demuestra que la justicia sola no es suficiente y que, más aún, puede conducir a la negación y al aniquilamiento de sí misma, si la forma más profunda de justicia que es el amor no puede plasmar la vida humana en todas sus dimensiones".

Jesús condena la ley de Talión y nos enseña a superar incluso las consideraciones estrictamente jurídicas en las relaciones humanas, porque sólo de este modo es posible alcanzar el ideal de la verdadera justicia. Al instinto de venganza -en cierto modo innato en el hombre- Jesús le opone la actitud de no violencia, pero no de una no violencia pasiva, fruto más bien del miedo o de la pusilanimidad, sino una actitud activa, que intenta instaurar un nuevo tipo de relaciones humanas, superadoras de las exigencias de la mera justicia conmutativa, distributiva y vindicativa. Ante las injurias, litigios, coacciones o peticiones inoportunas que nos puedan hacer los demás, Jesús nos exhorta diciendo: renunciad a todo tipo de sanción jurídica, renunciad a toda represalia, no respondáis a la violencia con otra violencia, pero no adoptéis tampoco una actitud pasiva ante la injusticia: haced frente a vuestro adversario, pero respondiendo a su coacción o a su brutalidad con una bondad avasalladora. Quizá de este modo os lo podáis ganar.

Esto empalma directamente con el sentido de la segunda antítesis que nos ha presentado el evangelio de hoy, la que se refiere al amor a los enemigos. El Antiguo Testamento ya decía que se tenía que amar al prójimo -lo hemos oído en la primera lectura de hoy-, pero ese "prójimo" se limitaba a los miembros del pueblo de Israel, a los compatriotas. En cambio, Jesús extiende el precepto del amor a todos los hombres y mujeres, incluso los que no son de la propia familia, del propio pueblo, de la propia raza..., incluso si son enemigos nuestros. Está bien claro que ser capaces de amar incluso a los enemigos es una cualidad que supera las posibilidades humanas. Por ello es en esa característica del verdadero amor cristiano donde se manifiesta con mayor claridad lo que decíamos al comienzo: el ideal de perfección y santidad que Jesús nos presenta únicamente puede ser fruto de una respuesta al don gratuito de Dios, no un producto de un esfuerzo exclusivamente basado en las capacidades naturales.

Es necesario también que estemos convencidos de que el ideal que nos ofrece el Evangelio no se dirige sólo a cada uno de nosotros.

El testimonio individual es necesario e imprescindible. Pero sin la existencia de unas comunidades cristianas vivas y operantes, donde se intente de veras realizar las exigencias vitales del sermón de la montaña, éstas se reducirían a una utopía engañosa.

Los que estamos reunidos ahora aquí para celebrar la eucaristía constituimos una de esas comunidades llamadas a practicar la no violencia y el amor a los enemigos. Ojalá seamos consecuentes con nuestra vocación.

J. LLOPIS
MISA DOMINICAL 1990/04


5.

El objetivo es llegar a ser hijos del Padre. No es un humanismo dentro del mundo, la aspiración a una naturaleza humana tan pura como sea posible, la perfección de la personalidad. Dios es el modelo.

"Sed perfectos como... " /Mt/05/48: El discípulo de Cristo debe reproducir la manera de ser y existir propia de Dios, su manera de pensar y sentir, sobre todo, su amor divino. La perfección solamente puede entenderse bien desde el punto de vista del amor, que es la manera de ser de Dios. De lo contrario, resulta un ideal de virtud, que puede ser griego, estoico, budista o cualquier otra cosa, pero no es lo que Jesús dice.

-Si excluyo de mi amor a un solo hombre, no tengo un amor perfecto. Este hombre a quien no amo, ¡DIOS LE AMA! Dios ama de un modo absoluto. Dios ama a sus enemigos. Dios ama a los que no le aman.

Jesús no anda con rodeos, ¡habla del enemigo! y nosotros que, siempre suavizamos, inmediatamente somos tentados a decir: "Yo no tengo enemigos".

Toda persona que no se me parece, me acomete, perturba mi tranquilidad. "Aquello en lo que el otro difiere de mí...", me acusa, tiende a suprimirme. "Este carácter tan diferente del mío..." me pone nervioso. Esta manera de ver, de hablar o de comportarse... me pone fuera de mí, me saca de quicio.

Pues bien, yo os digo: "amad a vuestros enemigos...", rezad por aquéllos que os acometen agresivamente sin cesar.

Jesús nos pide ir más allá de nuestros sentimientos naturales. Hay a nuestro alrededor un número de personas muy "fáciles de amar": los que se parecen a nosotros, los que corresponden al amor que les damos, los que piensan como nosotros, las personas de nuestro medio y ambiente, de nuestro país, de nuestra raza, de nuestra religión, de nuestro partido...". No hay que detenerse aquí. Es insuficiente, dice Jesús.

No se domina el mal cuando se le responde con la misma dureza.

El mal recibido queda siempre en el fondo, exterior a nosotros..., pero cuando lo hace uno mismo, al devolverlo, el mal consigue una victoria: entra en nosotros. Jesús abre otro camino a la humanidad: vencer el mal con el bien, responder al odio con el amor.


6.

Amar a los enemigos. He aquí uno de los slogan más cristianos.

Esta afirmación crea hoy muchos problemas y es necesario entrar dentro del meollo. Hay una cosa clara para los creyentes: no se puede odiar. El odio engendra odio y concibe la muerte. El odio destruye a la persona y a la sociedad. El que odia, según San Juan, permanece en la muerte.

Pero, hablar de amor a los enemigos puede ser un bello sueño romántico. En muchas ocasiones este slogan ha sido utilizado como paralizador de los legítimos movimientos contra la injusticia. Si el amor a los enemigos nos impidiera transformar el mundo, habría que pensar si el evangelio no estaba equivocado.

Los creyentes, en este momento de la historia, tenemos que demostrar que el amor es la gran, la única, fuerza transformadora del universo. La fuerza del amor al enemigo es más creativa que el odio hacia quienes nos están haciendo daño.

Muchos cristianos tienen planteado hoy este problema en su relación con personas y grupos de no creyentes. En América latina está claramente planteado: ¿Cómo hacer la revolución impulsados por el amor a los enemigos? Problemas parecidos se plantean también por éstos y otros pagos.

Sin pretensión alguna de solucionar el problema en muy pocas palabras, quiero sugerir algunos puntos que nos pueden ayudar a una maduración personal y colectiva del mismo. 1. Hay que reconocer que el enemigo es enemigo.

El amor al enemigo no le hace pasar instantáneamente de hostil a amigo. Esta transmutación mágica la llegamos a pensar cuando teníamos la experiencia de un cristianismo vivido en un plano meramente individual e intimista. Pretendíamos querer al enemigo haciéndonos creer que era amigo.

Si el enemigo, al amarlo, dejara de serlo, no podríamos amar al enemigo; estaríamos ya amando al amigo.

Hoy es necesario que nos planteemos el problema de amigos o enemigos a un plano más amplio que el meramente individual: esta persona se ha enfadado conmigo o me ha hecho una faena.

Hay enemigos que nos vienen dados por la estructura económica en la que vivimos. El proletario tiene por enemigo al capitalista y éste se ve atacado por el trabajador. Por el hecho de pertenecer a una clase social u otra, los hombres estamos situados los unos en frente de los intereses de los otros; somos bloques de enemigos, en lucha irremediable. Para que podamos amar de verdad a nuestros enemigos es necesario que conozcamos bien quiénes son nuestros enemigos, por qué lo son, cuáles son las contradicciones que nos enfrentan, y qué pasos son necesarios dar para resolverlas de un modo positivo... 2. Una vez que hemos conocido a nuestros enemigos tenemos que amarlos.

Esto no quiere decir cerrar los ojos e ignorar que los enemigos existen. Amar al enemigo supone preocuparse seriamente por la situación en que unos y otros nos encontramos. La ley del amor es darle al otro lo mejor, entregarme a él, servirle, estar dispuesto hasta a arriesgar la vida, si fuera preciso. Como Jesús, que entrega la vida aun por aquellos por quienes era asesinado. Jesús muere también amando a sus enemigos; perdonándolos e invitándolos a convertirse.

Amar es lo contrario de vejar al otro, vengarlo, tomar la revancha, ensañarse, desearle lo peor. Cuando se ama se le desea al otro lo mismo que yo desearía para mí. Cuando se quiere no se devuelve diente por diente, ni se busca abofetear en la misma mejilla en que yo he sido abofeteado. El obrero que ama de verdad a su enemigo no pretende llegar a ser capitalista para hacer del capitalista derrocado un obrero que explotar y humillar. El que pretende hacer con amor un cambio radical, lo que le interesa es que desaparezca el explotador y el grupo de los que imponen su ley con la represión. Pero al mismo explotador, si se convierte, le ofrece el sentarse a una mesa nueva en la que todos sean hermanos y se sientan iguales. El que ama no mata por matar, sino que haciendo la violencia necesaria, y siempre como último recurso, intenta ofrecer un ámbito en el que «todos» los hombres podamos llegar a ser hombres.

3. ¿Cómo amar al enemigo?

Primero desde uno mismo: el enemigo supone una crítica, una oposición, que es necesario asumir en lo que tiene de justa, para así convertirla en autocrítica. Esta supone una conversión del que ama.

Sólo se puede amar convirtiéndose al otro y valorándolo en lo que tiene de verdadero. El antagonismo y la contradicción son un medio privilegiado para progresar en la superación de los propios fallos.

Pero, también hay que amar al enemigo, a la enemistad estructural que enfrenta a unos grupos humanos con otros, ayudando eficazmente a que el enemigo deje de ser tal enemigo. El amor lleva consigo el compromiso por agotar todas las posibilidades reales. Hay veces en que al enemigo, por el bien de todos y de él mismo, hay que obligarle a dejar de serlo. No hay mayor amor para con el injusto que el de ofrecerle la posibilidad, aceptada o no, de dejar de ser injusto. El amor obliga a luchar contra las causas y situaciones que hace de los grupos humanos clases en lucha.

El amor es una fuerza dinámica de transformación de la historia.

El amor impulsa a entregar la vida por el pueblo oprimido y, además, pide arriesgar la vida en la lucha contra el opresor, como manifestación privilegiada del amor al enemigo. Cuando el amor a los enemigos es verdadero se llega a una situación de reconciliación, de conversión, en la que no hay ni vencedores ni vencidos, ni exaltados ni humillados. El amor pretende la relación y si el amor triunfa, surge la fraternidad. Por eso, el amor engendra justicia y paz y el odio es fuente de más odio y confusión.

El amor cristiano no se comprende sin oposición a los mantenedores de este mundo injusto, que está en contra del plan de Dios.

El enemigo de los hombres es enemigo de Dios y a este enemigo es al que se nos invita a amar de verdad, para ayudarle a que deje de serlo.

JESUS BURGALETA
HOMILIAS DOMINICALES CICLO A
PPC MADRID 1974.Pág. 129 ss.


7.

RIZAR EL RIZO

Lo que Jesús pide a los suyos en el Evangelio llega a tal virtuosismo que es lo que vulgarmente llamamos "rizar el rizo".

Ahí es nada. Ya es un triunfo en algunos momentos actuales amar a los tuyos. Amarlos en la dificultad, en la desgracia, en la intemperancia. Amarlos cuando sus gustos y su educación y su sensibilidad no coincide con la propia. Amarlos cuando recortan la libertad y nos exigen sacrificio. Amarlos cuando ya no sirven, cuando se ponen pesados, cuando hay que dedicarles el tiempo que nos encantaría emplear en otras cosas que nos gustan más y nos apetecen muchísimo. Pero esto, dice Jesús, no es nada. Porque se trata de amar a los tuyos. También lo hacen los que no creen en El.

Los que creen en El tienen que hacer más. Deben amar a los enemigos, a los que hablan mal de uno, a los que te quitan la túnica real o figuradamente, a los que te abofetean la mejilla, a veces sin tocarla, a los que te quitan la piel a tiras, envuelto cada tirón en una suave sonrisa, a los que... A todos ellos hay que amarlos porque si no los amamos, dice Jesús, que no tiene gracia. Y menuda gracia tiene amarlos.

En fin, lo que Jesús pide a los suyos es un talante. Un talante que no tiene nada que ver con el talante que se lleva por el mundo en el que nos movemos y al que pertenecemos. El talante del mundo es amar a los nuestros -con gran esfuerzo si esos nuestros se han convertido en seres molestos- y, desde luego, machacar a los que consideramos enemigos. La Ley del Talión (avance indudablemente en la época que se implantó) la tenemos todos grabada en lo más íntimo de nuestro corazón y si dejásemos correr libremente esa interioridad la practicaríamos con una fidelidad asombrosa. El que la hace, la paga, es un axioma para muchos hombres.

Para el cristiano todo esto ni existe. El talante del cristiano es tal que no debe distinguir entre amigos y enemigos porque lo único que debe ver ante sus ojos es hermanos. Claro que esto es heroico y conseguirlo puede llevar la vida entera sin que, de modo definitivo, se haya logrado.

Las palabras de Jesús se dirigen, sobre todo, a "los que viven en precario" y viven así porque han elegido esta precariedad voluntariamente y como consecuencia de su opción por Cristo.

Y esta precariedad viene, ni más ni menos, de la carta constitucional del cristianismo -porque el cristianismo tiene también su Constitución a la que también pueden dárseles múltiples y diversas lecturas- y esta Constitución no es otra que las Bienaventuranzas. Los hombres que abrazando esta Constitución se han lanzado por los terribles vericuetos del cristianismo viven, en lenguaje humano, en precario respecto a los hombres que no han hecho esta opción o respecto a los que no la han hecho seriamente.

Porque, es indudable, que el pobre vive en precario respecto al rico, y el que llora respecto al que ríe y el que tiene hambre y sed de justicia respecto al que la pisotea y los limpios de corazón respecto a los que tienen gafas ahumadas para ver el mundo de modo distinto.

Y esta precariedad es la que hace a Jesús decir hoy cómo deben vivir los cristianos en un aspecto concreto sumamente difícil y sumamente interesante: borrando cuando miran a los hombres la distinción entre amigos y enemigos.

¿Vds. se imaginan un mundo así? Sería el triunfo de la máxima utopía que imaginarse pueda. Sería el momento en el que las lanzas se convertirían en arados y podaderas y el león alternaría con el cordero. Sería el momento en el que los niños no morirían de hambre y los bienes de la tierra estarían justamente repartidos y habría siempre una mano dispuesta a estrechar otra mano y unos ojos dispuestos a llorar con otros ojos.

Heroico talante el que exige Jesús a los suyos. Por eso no nos engañemos, hay tan pocos cristianos en el mundo y posiblemente, a medida que el cristianismo se toma e serio, se van borrando más de las listas porque embarcarse en esta aventura, a medida que se van haciendo "lecturas" de la Constitución cristiana a la que hemos hecho alusión y del Evangelio -contexto en el que la Constitución se explica- es algo que hay que meditar seriamente. Claro que para no asustarnos, hay está Jesucristo dispuesto a echar una mano larguísima cuando nos acercamos sinceramente para decirle que ha puesto muy alto el listón que debemos superar en esta olimpíada que él inauguró y dejó sin cerrar para que la competición durase tanto como el mundo.

DABAR 1981/16


8.

-La moral y el amor

Jesús contrapone drásticamente, en el evangelio de hoy, dos actitudes: la legalista-moralista y la del amor. Y propone esta segunda para sus discípulos, para los cristianos.

No se trata de menospreciar la función de la ley ni la necesidad de la moral, sino porque resultan insuficientes para la meta cristiana. Por tanto, si queremos seguir a Jesús, hemos de superar tanto el legalismo, como el moralismo. Aquél, porque reduce toda la moralidad a la legalidad vigente, que es siempre ley de mínimos; el moralismo, porque reduce la moralidad a un legalismo más riguroso, de mayor alcance, pero legalismo, es decir, reglas de juego bien precisas, para saber en cada momento a qué atenerse. Frente a esa mentalidad calculadora, ramplona, Jesús nos invita a la aventura del amor, cuyas exigencias son siempre imprevisibles e imposibles de fijar.

-El amor como moral

No, claro está, en el sentido de que el amor sea una nueva moral, una nueva ley, sino en el sentido de animación. Pues sólo el amor, la buena voluntad y voluntad de hacer el bien, confiere al cumplimiento de la ley y de la moral su verdadera dimensión humana y cristiana. Hay que cumplir las leyes, que son necesarias, como hay que observar las exigencias de la moralidad, fundamentales para completar y colmar la ley, pero hay que hacerlo en la medida que vemos en ellas modos concretos de expresar y practicar el amor, no porque estén mandadas o porque así sean. En este sentido hay que ver las leyes y la moral como posibilidades para la práctica del amor, pero sabiendo que el amor tiene siempre exigencias mayores, que no pueden ni normalizarse en leyes ni fijarse en comportamientos.

-El amor al prójimo

Así se comprende que el único mandamiento, la única recomendación de Jesús, sea amar al prójimo. Así se entiende la síntesis del "ama y haz lo que quieras". Porque sólo el amor, la voluntad de hacer el bien al otro, es capaz de superar el círculo vicioso de la ley: ojo por ojo, ojo por multa, que implica siempre que el que la hace la paga. Para que no haya dudas, Jesús ilustra su mensaje con casos concretos y de manera contundente. No hay por qué practicarlos al pie de la letra ni siempre, pues se trata de ejemplificaciones drásticas y en situaciones límite. El cristiano no puede renunciar a sus derechos ni renunciar a las compensaciones legales de manera sistemática.

Entre otras razones, porque obrando así, difícilmente evitaríamos la complicidad. Pero puede haber ocasiones en que el amor al prójimo nos exija renunciar a nuestro derecho.

-El amor al enemigo

Tal es el caso del amor al enemigo. Jesús apunta a él, como el horizonte del amor cristiano, a semejanza del amor de Dios, que es amor al enemigo. Dios nos quiere cuando somos pecadores. Jesús entrega su vida por los pecadores y perdonando a sus enemigos. El horizonte del amor de Dios a los pecadores, horizonte de salvación, debe ser el horizonte del amor cristiano, testimonio de la salvación de Dios. Amar al enemigo, sin embargo, no puede entenderse como complicidad con él ni como aceptación del mal. Amar al enemigo es querer su bien, querer que sea bueno, que deje de ser enemigo, y que vuelva al amor de la comunidad. Igual que el amor de Dios, que no es solidaridad con el pecador, sino con el hombre, que debe arrepentirse y dejar el camino del pecado. El amor de Dios nos perdona, nos pone a salvo del mal. Y así el amor de los cristianos debe ser perdonador, es decir, debe ayudar al otro a salir del pecado, a evitar el mal.

-Sed santos

La primera lectura nos daba la clave de este posicionamiento: sed santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo. Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, de ahí la exigencia de ser y comportarnos como nuestro Padre. Somos cristianos, seguidores de Jesús, de ahí la urgencia de asemejarnos a Jesús en todo. Es el razonamiento de Pablo en la segunda lectura. Somos templos de Dios, o lo que es lo mismo, Dios habita en nuestros corazones por su Espíritu. Debemos, en consecuencia, dejar que el Espíritu de Dios se manifieste también en nuestras obras, obrando con la alteza de miras y amor de Dios. Se trata, por tanto, de un modo de ser y de vivir en abierta contradicción con los modos de vida al uso. Se trata de una manera de ver y entender la vida, de vivirla también, o sea, se trata de una sabiduría, aquella que sólo es posible con fe y desde la fe. Una sabiduría que configura un modo de ser -el ser cristiano- y que se manifiesta en un modo de obrar, el cristiano, el del amor a todos, el del amor, sobre todo, al enemigo. Ahí es donde aparece con toda nitidez la grandeza del amor cristiano, del de Cristo, del de Dios en Cristo, del de los hijos de Dios.

...............

¿Cumplimos las leyes civiles? ¿Cumplimos los mandamientos? ¿Nos contentamos con ser buenos cumplidores? ¿Lo somos?

¿Es lo mismo ser bueno que no ser malo? ¿Qué diferencias encontramos? ¿Nos preocupa más no pecar que hacer el bien?

¿Cómo podemos expresar el amor en el cumplimiento de las leyes? ¿Nos ayudan las leyes a expresar el amor o no los impiden?

¿Tenemos enemigos? ¿Damos pie a la hostilidad? ¿Por qué no empezamos por eliminar en nosotros los motivos para la enemistad?

¿Amamos a nuestros enemigos? ¿Rezamos por ellos? ¿Les deseamos el mal? ¿Nos alegran sus triunfos o sus fracasos? ¿Somos rencorosos?

EUCARISTÍA 1993/10


9.

ALGUNAS INDICACIONES

1. Seréis santos porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo (1. lect.). Nuestra norma de comportamiento no son unas obligaciones bien precisadas ni consiste en hacer lo que hace todo el mundo (como nos recuerda también Jesús: los publicanos, los paganos). Creados a imagen y semejanza de Dios, según esta semblanza debe regirse nuestro comportamiento: así estará de acuerdo con nuestra naturaleza original. Jesús se sitúa en la misma línea; sólo precisa que Dios es "nuestro Padre celestial" y que nuestro comportamiento -¡de hijos!- debe ser, por eso mismo, un comportamiento de hermanos: de hermanos universales. Por otro lado, nos ha manifestado que la "santidad" de Dios no significa encumbramiento, separación, lejanía; al contrario: el Padre es compasivo, misericordioso, cercano ("Oh Dios, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia..." oración colecta del D. 26 del tiempo ordinario). Un ideal de "santidad" que se acerca mucho a un ideal de "humanidad". Nuestro Dios es humano, muy humano.

2. Que nadie se gloríe en los hombres, pues todo es vuestro: Pablo, Apolo, Cefas (2. lect.). Todos aquellos que tienen algún ministerio en la comunidad, por alto que parezca, están al servicio de la comunidad; y no al revés. Pablo había aprendido la lección de Jesús, que oponía lo que hacen los "gobernantes de las naciones y sus magnates" y el comportamiento "del que quiera ser el primero entre vosotros": que se haga esclavo de todos, "como el Hijo del hombre, que no ha venido a ser servido sino a servir y dar la vida" (Mc 10,42-45). Y continuaba: "El mundo, la vida, la muerte, lo presente, lo futuro. Todo es vuestro, vosotros de Cristo, y Cristo de Dios". El cristiano no debe sentirse esclavo de nada del mundo creado, porque nada está sustraído a la soberanía de Cristo ni al poder de Dios: lo presente (que quizá nos agobia), lo futuro (que tal vez nos preocupa), la vida (que sabemos caduca), la muerte (que de tejas abajo, no tiene salida)... todo está en manos de Dios, padre de bondad y misericordia, "compasivo y misericordioso, como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles" (Salmo). Libertad, alegría, confianza, porque "ni la muerte ni la vida, ni presente ni porvenir ni creatura alguna podrá separarnos del amor de Dios, del amor que es en Cristo Jesús, Señor nuestro" (/Rm/08/38-39).

3. Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto (ev.). A uno que le había llamado "Maestro bueno", Jesús le responde: "¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino únicamente Dios" (Mc 10,18). Lo sabemos por experiencia personal: nosotros no somos buenos del todo; somos buenos con los hijos, los padres, los amigos, los que nos son simpáticos, los de nuestro grupo o nuestro estilo...; pero cuando nos salimos de estos círculos, nuestras reacciones y nuestros comportamientos no es seguro que sean buenos. Bueno de verdad, totalmente bueno, sólo lo es Dios. Resplandor sin sombra de la bondad de Dios en esta tierra sólo lo ha sido un hombre, Jesús ("hecho en todo igual a nosotros, menos en el pecado"). Pero nosotros -que "hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él" (1Jn 4,16), y sabemos, que "el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor" (vv.7-8)- no podemos poner límites a nuestra apertura y a nuestro amor a ninguno de nuestros hermanos. Y esperamos que un día Dios lo será todo en todos y nosotros seremos también buenos del todo.

JOSEP M. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1993/03


10.

-La "ley del talión"

La llamada "ley del talión" se leía en la ley (Ex 21,24-25; Lev 24,20-22). Era la ley vigente en el Oriente bíblico. Es la ley del código de Hammurabi y la ley incorporada en el derecho romano.

Esta legislación, que tanto choca a la mentalidad del hombre moderno, tenía su origen en el deseo de moderación y de un espíritu de justicia, al ser frecuente que la injuria recibida degenerara en reyertas y abusos. A prevenir y evitar tales excesos tendía en su origen la "ley del talión".

Posteriormente se llegó a admitir la supresión del castigo corporal, supliéndolo por dinero u otras especies (Ex 21,23-32).

No es seguro que en la época de Jesús se aplicara esta sustitución pecuniaria. Sí hay indicios en la literatura rabínica de existir la práctica del "talión" en casos concretos. Flavio Josefo afirma que esta ley era practicada cuando el ofendido no aceptaba la compensación económica.

Jesús no pretende abolir la aplicacion de la justicia pública ni las penas legales que la autoridad competente declare, ni obligar a sus seguidores a que renuncien a sus derechos ante los tribunales. Pretende enseñarnos cuál debe ser la actitud del discípulo en la práctica de la justicia. Lo hará con un lenguaje extremista y paradójico.

Frente al espíritu estrecho y exigente del individuo ante el prójimo, nos propone la generosidad de su amor ante el mal perpetrado contra sus discípulos por otros hombres. ¿Cuál debe ser la actitud del cristiano ante los abusos del prójimo? Jesús precisa su doctrina con cuatro ejemplos tomados de la vida popular y cotidiana y expresados en forma de fuertes contrastes, por lo que no los podemos tomar al pie de la letra, como no lo hicimos al hablar de cortarse una mano o sacarse un ojo.

No se trata de poner la otra mejilla, sino de perdonar. Jesús no lo hizo en la ocasión que se le presentó (Jn 18,22-23). Tampoco Pablo obró de esa forma (He 23,2-3). El ejemplo de ambos nos muestra que la enseñanza de Cristo no tiene un sentido material.

La túnica y el manto eran las dos piezas del vestido palestino de la época. La escena parece evocar una reclamación por robo ante el tribunal. La enseñanza podía ser si alguien pretende quitarte una de las dos prendas únicas y necesarias de tu vestido (de lo necesario o casi necesario para la vida), no le niegues tu ayuda.

Debes enterarte de su situación y apoyarle con todos los medios a tu alcance. ¡Cuántos roban por necesidad! La expresión "requisar" es de origen persa. Los servidores de los reyes, para que pudieran cumplir mejor su oficio de mensajeros, estaban autorizados a "requisar" a personas o medios de transporte que encontrasen a mano; lo que se prestaba, en la práctica, a toda clase de abusos. También con este ejemplo pide Jesús generosidad a los suyos: deben ofrecerse para una prestaci6n doble.

Con el cuarto ejemplo, Jesús nos indica que jamás neguemos nuestra ayuda -ya sea como limosna o préstamo- a quien nos la solicite. El discípulo suyo debe estar tan lleno del espíritu de amor, que no regatee nada al prójimo. Así podrá cumplir su precepto de amar al prójimo como él lo ama (Jn 15,12).

-El amor a los enemigos

En la sexta y última antítesis trata Jesús del amor a los enemigos. La primera parte de sus palabras -"Amarás a tu prójimo"- se encuentra formulada textualmente en la ley (Lev 19,18), pero la segunda -"Aborrecerás a tu enemigo"- no aparece ni en la ley ni en ningún escrito bíblico.

El amor que preceptuaba la ley no se extendía a todo ser humano, sino al judío, única persona que consideraba como prójimo a otro judío.

Por otra parte, la ley mandaba exterminar a diversos pueblos idólatras, como los amalecitas, amonitas y moabitas, cananeos... para los que se prescribía la venganza de sangre y hasta la prohibición de aceptar compensación económica por el rescate de estas gentes.

Del precepto positivo de amor al prójimo -al judío-, por una parte; del silencio sobre el amor universal y de la legislación positiva de exterminio de ciertas gentes, por otra, se concluyó en la práctica la no obligación de amor a los no judíos.

Es posible que las palabras que aquí cita Jesús fueran una máxima popular, a la que conformaban los israelitas, en general, su actitud con respecto al amigo y al enemigo. Ante toda esta legislación, Jesús presenta su propia enseñanza: el amor universal.

Nunca el judaísmo llegó a nada parecido. Si recomienda en algunos pasajes este amor al enemigo (Ex 23,4), de ayudarle en sus necesidades, siempre se refiere al judío. Jamás llegó al precepto tajante y universal del amor al enemigo.

El motivo que aduce Jesús para este amor al enemigo es doble: ser hijos de Dios y obtener méritos.

La bondad de Dios es total y se desborda sobre los hombres buenos y malos. No priva a ninguno del beneficio del sol ni de la lluvia; beneficio este último de incalculable valor en los secos terrenos orientales.

Cuando los hombres aman a los enemigos en lugar de odiarlos, participan de la bondad indistinta y universal de Dios, ya que este amor universal no es producto del estrecho egoísmo humano, sino una imitación del amor universal de Dios a los hombres. De esta forma responden como verdaderos hijos.

También alega la razón de obtener méritos. Comportarse bien con los que hacen lo mismo con nosotros lo hacen todos. Les pone como ejemplo a los "publicanos" y a los "paganos" (Lucas habla de "pecadores"), a quienes los judíos abominaban. El amor a los enemigos merece un premio por imitar el amor de Dios.

Finalmente, Jesús añade una sentencia: "Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto". Discuten los autores si estas palabras se refieren, como una síntesis programática, a todo el discurso de Mateo recogido en el capítulo 5, o únicamente al amor a los enemigos.

Sea lo que sea, la gran lección que Jesús nos enseña aquí a los cristianos es que en nuestro obrar debemos imitar el modo de conducirse el Padre celestial, norma de todo actuar, cuyo modelo perfecto es Jesús de Nazaret.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 2
PAULINAS/MADRID 1985.Pág. 32-34