16 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO VII DEL TIEMPO ORDINARIO
11-16

 

11. 

-Amar a nuestros enemigos (Mt 5, 38-48)

"Habéis oído que se dijo... Yo, en cambio, os digo". En el pasaje proclamado hoy, oímos esta solemne contraposición.

En todo este capítulo de san Mateo, se repite la antítesis seis veces; el texto de hoy ha conservado las dos últimas relativas al prójimo. Como el propio Jesús afirma, él no ha venido a abolir la Ley, sino a perfeccionarla. El código de la Alianza declara: Vida por vida, ojo por ojo, diente por diente,

mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura,
herida por herida, cardenal por cardenal (Ex 21, 24-25).

Es la ley del talión, en lo que tiene de horrible y de más humillante para el hombre esclavo de la pasión de la venganza. Jesús se opone a ella con toda su autoridad mesiánica. Más adelante -siempre en san Mateo- dirá Cristo que hay que perdonar hasta setenta veces siete; era la actitud opuesta a Génesis 4, 24, donde se lee que Caín es vengado siete veces, pero Lamek, setenta y siete. Cristo da además un consejo sugestivo: ofrecer la otra mejilla. A quien nos pone pleito para reclamar la túnica, darle también el manto; si nos requieren para caminar una milla, caminar dos; dar al que pide.

Amar al enemigo es una orden que parece aún más paradójica. No limitarse a no tomar venganza, sino amar. Incluso hay que pedir por el enemigo. Quizá piensa san Mateo en las dificultades con que tropieza su Iglesia en el momento en que él escribe. De hecho, el tema de la persecución se repite tres veces (5, 10-11; 10-23; 23, 33).

Actuar como Cristo aconseja que se actúe, es portarse como hijo del Padre que está en los cielos. Quien sigue este mandato, se coloca a la altura de Dios, que hace salir el sol sobre justos e injustos. La característica del cristiano, que le distingue de los publicanos y de los gentiles, es la actitud de perdón y de amor al prójimo.

Quienes siguen este programa, coinciden en la perfección con el mismo Padre celestial, que es perfecto.

-Amar a nuestro prójimo (Lv 19, 1...18)

Sed santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo. El evangelio nos propone parecernos al Padre celestial en su perfección. En realidad Israel ya es santo, pues fue puesto aparte que es el primer significado de la palabra "Santo". Pero en ese estado de santidad en que se ha colocado a Israel, siempre es necesario ir progresando.

Precisamente en este texto, el precepto del Señor contradice a las costumbres existentes: "No te vengarás... No tendrás ningún pensamiento de odio contra tu hermano..." Esto no significa que haya que aceptar todo lo que hacen los otros. Por eso no se debe vacilar en reprender al compañero, para no tener parte en su pecado; nuestro texto pretende lograr un justo equilibrio: por un lado, no dudar en reprochar y por otro no odiar ni vengarse. Se trata de odiar al pecado, pero amar al pecador. En el contexto de esta lectura es probable que se trate de un intento de establecer relaciones sociales entre miembros de un mismo clan.

Estos consejos dados por el Señor, se sitúan en otro nivel y preparan la Ley nueva. En resumen, habrá que amar al prójimo como a sí mismo. No se trata aquí de una afectividad de tipo pasional, sino de un reconocimiento del derecho del prójimo, como a nosotros nos gusta que nos hagan justicia. Respetar a los demás, como nos gusta que nos respeten a nosotros. Así pues, el que quiera obedecer al Señor, ha de sentirse obligado con su prójimo y confesarse unido a él con lazos de solidaridad.

El responsorio expresa la manera que el Señor tiene de conducirse con nosotros:

No nos trata como merecen nuestros pecados,
ni nos paga según nuestras culpas.

Al elevarse así a la dignidad de perdonador, el cristiano se coloca en el mismo plano de Dios. La venganza es una bajeza y no tiene posibilidad alguna de ser reconocida como una actitud propia de un hombre de Dios. El que quiera ser perfecto como el Señor es perfecto, tiene que amar a su prójimo. El evangelio dirá incluso: amar al propio enemigo.

El amor al prójimo continuará siendo hasta el fin la verdadera característica del cristiano. Sigue habiendo peligro de una ilusión más o menos consciente: tener la buena fe de las observancias, puede adormecernos y hacernos olvidar la obligación de amar al prójimo. Lecturas como las de este domingo deben mantener el sentido crítico de la vida cristiana de hoy. ¿Existen aún cristianos tentados por la ilusión de que viven una vida cristiana sin tener un amor real a los demás, incluido el enemigo?

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 5
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 144-146


12.

1. Lo católico en Dios.

Si Dios es el amor, no puede odiar nada de lo que él ha creado; eso es lo que dice ya el libro de la Sabiduría (Sb 1,6.13-15). Su amor no se deja desconcertar por el odio, la aversión y la indiferencia del hombre; Dios derrama su gracia sobre buenos y malos, ya aparezca esta gracia ante los hombres como sol o como lluvia. Tolera que se le acuse, que se le insulte o que se le niegue sin más. Pero no lo tolera en virtud de una indiferencia sublime, pues la adhesión o la aversión humanas le afectan hasta lo más profundo. Cuando un hombre rechaza seriamente el amor de Dios, no es Dios el que le condena sino que es el propio hombre el que se condena a sí mismo, porque no quiere conocer y practicar lo que Dios es: el amor. La justicia de Dios no es la del "ojo por ojo y diente por diente"; más bien hay que decir que cuando el hombre no supera la justicia penal de este mundo (que es necesaria), ni comprende a Dios ni quiere estar a su lado. Dios nunca ama parcialmente, sino totalmente. Esto es lo que significa la palabra «católico».

2. Lo católico en Jesucristo.

Jesús es el Hijo único de Dios que nos revela «lo que ha visto y oído» junto al Padre (Jn 3,32): que Dios no ama parcialmente, ni es justo sólo a medias, ni responde a la agresión de los pecadores privándoles de su amor. El manifiesta esto humanamente no respondiendo a la violencia con más violencia, sino ofreciendo, en la pasión, la otra mejilla, caminando dos millas con los pecadores, e incluso todo el camino. Se deja quitar por los soldados no sólo el manto, sino también la túnica. Contra él se desencadena toda la violencia del pecado precisamente «porque pretendía ser Hijo de Dios» (Jan 19,7). Pero su no-violencia tiene mayor proyección que toda la violencia del mundo. Sería un error querer convertir la actitud de Jesús en un programa político, porque está claro (incluso para él) que el orden público no puede renunciar al poder penal (Jesús habla incluso de este poder en sus parábolas, por ejemplo: Mt 12,29; Lc 14,31; Mt 22,7.13, etc.). Cristo representa, en este mundo de violencia, una forma divina de no-violencia que él ha declarado bienaventurada para sus seguidores (Mt 5,5) y a la práctica de la cual les invita encarecidamente aquí.

3. Lo católico de la alianza.

El Antiguo Testamento conocía el amor primariamente para los miembros de la propia tribu (primera lectura, vv. 17-18): ellos eran entonces «el prójimo». Pero para Cristo todo hombre por el que él ha vivido y sufrido se convierte en «prójimo». Por eso los cristianos, a ejemplo de Cristo, tienen que superar también la solidaridad humana limitada y amar a los «publicanos» y a los «paganos». Pablo muestra (en la segunda lectura) la forma de la catolicidad de la alianza. La sabiduría cristiana comprende que no debe ser parcial ni partidista, porque, en virtud de la catolicidad de la redención, toda la humanidad, incluso el mundo entero, pertenece al cristiano, pero en la medida en que éste ha hecho suya la catolicidad de Cristo, que revela a su vez la del Padre. «Todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios». La verdadera forma de la catolicidad del cristiano no consiste tanto en un dejar-hacer exterior cuanto en una actitud interior: «Amad a vuestros enemigos, rezad por los que os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo».

HANS URS von BALTHASAR. LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 41 s.


13. MAS DIFÍCIL TODAVÍA

Alguien escribió que «nuestra vida de sociedad funciona al estilo del eco». Es verdad. Correspondemos a los otros en el mismo modo y cantidad que ellos nos trataron. Devolvemos atenciones y favores según una ajustada táctica del «tanto, cuanto». Lo mismo nos ocurre con lo negativo: cuando nos ofenden, la ofensa queda registrada en nuestra computadora interior, y, tarde o temprano, devuelve la moneda. «Me las pagarás», decíamos los niños. Y todo el A.T. transcurre en un contexto en el que la venganza era algo normal.

Pero vino Jesús y nos dijo que eso era «cosa de paganos»: «Si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen».

Efectivamente, Dios no envió a su hijo a la tierra para que nos enseñara una doctrina de paralelismo basada en el «ojo por ojo» y «banquete por banquete» o «tú me diste tanto, yo te devuelvo cuanto». No. Dios es un río que se desborda, una gratuidad que nos inunda. Los teólogos, cuando hablan de la gracia que Dios nos da, dicen que no sólo es «suficiente», sino «sobreabundante». Y todo lo hace Dios así. En su Creación, por ejemplo, no puso límite al número de las estrellas: «cuenta, Abrahán, si puedes, el número de las estrellas». En la Redención, dicen los teólogos, hubiera bastado un pensamiento de su mente divina. Pero Dios no entiende nuestras ecuaciones. Y así, «se rebajó hasta someterse a la muerte y una muerte de cruz». No escatimó nada. San Juan, que contempló la lanzada, consignó un detalle precioso: «De su costado salió sangre con un poco de agua». Es... todo lo que le quedaba!

Si así «actúa» Dios en la economía de su reino, su «doctrina» no podía ser distinta. El Evangelio de hoy dice: «Jesús, a los que le escuchaban, les decía: "Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen..."» Quedan rotas, pues, nuestras matemáticas y proporciones. Y queda patente que todo eso que llamamos «trato social» tiene que estar regido por el amor, incluido el de los enemigos. Y Jesús nos pone un modelo: el Padre celestial, «que hace salir el sol sobre buenos y malos».

Esto exige, ya lo comprendéis, muchas cosas. Primero, renunciar a la venganza. Incluso a esa venganza disimulada que consiste en «despreciar al enemigo». «Contra niños y mujeres no desenvaino mi espada», decía altaneramente Francisco de Javier en «EL DIVINO IMPACIENTE».

Después, excusar al adversario, tratando de buscar las causas atenuantes de su actuación. «Quien comprende, perdona», decía Mme. de Stael.

Y Jesús dijo desde la cruz: «Perdónales, porque no saben lo que hacen».

Hace falta también, el olvido de la ofensa. Es decir, adoptar la actitud de quien quiere olvidar. Para ello, tratar al adversario sin ningún aire de superioridad que le recuerde a cada paso: «Te he perdonado».

Cuesta mucho perdonar. Es el «más difícil todavía». Pero es lo más hermoso del cristianismo. Cabodevilla suele citar el poema de Lichwet.

Un rey riquísimo decidió entregar un brillante invalorable a aquel de sus hijos que hiciera la hazaña más heroica. El mayor mató a un dragón que asolaba toda la región. El segundo, con una pequeña daga, redujo a diez hombres fuertemente armados. El rey entregó el brillante al más pequeño, que se encontró con su mayor enemigo dormido en el campo; y le dejó «seguir durmiendo». ¡Gran hombre este hijo pequeño!

ELVIRA-1.Págs. 55 s.


14.

Frase evangélica: «Sed perfectos como vuestro Padre»

Tema de predicación: EL AMOR A LOS ENEMIGOS

1. Las dos últimas antítesis de Mateo, referidas a la ley del Talión y al amor a los enemigos, son decisivas en el comportamiento cristiano. La ley del Talión consagraba el rencor y la venganza. Al instinto de venganza opone Jesús la no violencia como actitud activa; a la brutalidad, la bondad; al egoísmo, la generosidad.

2. Esta antítesis nos conduce a la siguiente y última: el amor a los enemigos como ideal de perfección, que sólo se entiende desde la paradoja del evangelio, a saber: «sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto». Este ideal no se desprende de la aspiración humana, sino del don revelado por Dios. Jesús propone un modelo de santidad radical.

3. Las costumbres heredadas y la moral establecida chocan a veces frontalmente con el evangelio. Entre los esenios -y en muchas culturas religiosas insuficientes- se prescribía amar al prójimo y odiar al enemigo. Jesús descalifica la actitud de letrados y fariseos. Ni siquiera podemos quedarnos en el ritualismo o en el juridicismo. La educación cristiana de actitudes sobrepasa el dintel moral, hasta penetrar en el místico. El evangelio no es sólo norma de conducta; es don de Dios que nos propone una sociedad -el reino- radicalmente superior.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿En qué basamos nuestros criterios de educación cristiana?

¿Somos capaces de juzgar evangélicamente ciertas conductas heredadas escasamente cristianas?

CASIANO FLORISTAN. DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 135 s.


15.

EN EL AMOR, LO HUMANO Y LO DIVINO SE ENCUENTRAN

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Sabéis que está mandado: "Ojo por ojo, diente por diente". Pues yo os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pida, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas».

Así vivía él. Éstas son algunas de sus costumbres de vivir. Más que dar mandamientos está contándonos su vida, exponiendo, mostrando su «sello de familia» que es la impronta de los valores que en el seno de su hogar prevalecían.

No debería llamarse cristiano quien no esté dispuesto a unirse a Cristo de por vida, admitiendo para sí las costumbres que éste tuvo. No digo ya a dar la vida por él derramando la sangre, cosa que es difícil en nuestro caso y que llegado el momento parece que se hace llevadero pues el hombre puede ser capaz de heroísmo. . .

Este conjunto de preceptos, mandamientos, sobre el amor más que ley son seguimiento de la persona de Cristo.

«Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo". Yo, en cambio, os digo: "Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos"».

Desgraciadamente hoy en la Iglesia se han creado dos clases de personas: la tropa y los caudillos. Los primeros con cumplir los diez mandamientos de la ley de Dios y los cinco de la Iglesia van servidos, (quedan justificados), y los segundos que además de cumplir esos quince preceptos han de observar los tres consejos evangélicos de pobreza, castidad por el reino, (celibato), y obediencia. Esto que es así no deja de ser un error lamentable porque da pie a pensar que los consejos evangélicos, sobre todo el amor llevado a sus últimas consecuencias, son para una especie de élite, de santones desencarnados de este mundo. (La gente cree que por ser cura, fraile o monja uno tiene más obligación de perdonar, amar o servir, y también que como uno no es ninguna de esas tres cosas no tiene por qué perdonar, amar ni servir). Parece ser que en nuestro mundo se hace poco menos que imposible vivir los consejos evangélicos, vivir pobre, amando, perdonando y obedeciendo y, sin embargo, son la única forma de alcanzar la felicidad a la que estamos llamados. AMAR/QUERER: A/SACRIFICIO: Realmente no es imposible pero se teme amar porque el amor es fuente de dolor y sufrimiento. Para amar tenemos que estar venciéndonos continuamente. Preferimos «querer» a «amar» y confundimos una cosa por otra. Cuando uno quiere, quiere para sí, no deja de ser una forma de egoísmo aunque noble. Cuando uno ama, se quiere a sí para donarse al otro y eso es generosidad aunque duela muchas veces, pero en ello encontramos sentido y felicidad en nuestras vidas. Creo en el amor que cuesta sacrificios, en el otro puede haber egoísmo. Al amor le pasa lo que al niño recién nacido, si no llora no sabemos si existe.

«Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis?, ¿no hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario?, ¿no hacen lo mismo también los paganos?»

Sin un amor que no rompa los límites del derecho y de la justicia superándolos, que no vaya más allá del círculo de personas que forman mi grupo natural, la vida del hombre no pasa de una vulgar mediocridad o de un puro negocio.

El hombre es un animal contradictorio, sabiendo lo que le conviene no lo hace o incluso hace todo lo contrario. En vez de mantener relaciones basadas en el amor, las monta en la conveniencia, el negocio o el placer para evitar todo dolor, sufrimiento o dificultad y cuanto más placer busca, más dolor o decepción halla. Quien por encima de todo busca su placer acaba estropeando su felicidad.

Para el cristiano el pecado no está en saltarse éste o aquel precepto, no es hacer o dejar de hacer tal acción. El pecado es llevar una vida al margen de la de Cristo. El pecado es desencajar de la vida de Cristo, desfigurarla y darla así a conocer. Vivir en cristiano es engancharse o engranarse a Cristo en sus modos o formas de entender la vida.

Esto que aparentemente puede parecer duro o difícil en nuestro medio social es un gran consuelo y fuente de paz porque se elige libremente. El cristianismo no se puede imponer a nadie a golpes de mando y ordeno, sólo se puede proponer. El cristianismo impuesto es, como todo lo impuesto, una aberración.

«Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto».

Hay lecturas que merecen ser leídas de rodillas, ésta es una de ellas: ¡Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto!

Dios creó al hombre a su imagen y semejanza y Dios es amor. ¡Sed perfecto amor! No hay que confundir amor con ingenuidad. Al ingenuo se le puede ofender y engañar; al que ama se le puede mentir pero nunca engañar y por supuesto que no se le puede ofender. Al que ama todo lo que le ocurre o le hacen, de bueno o de malo, sabe que es extraordinariamente importante para crecer como persona. Sabe que los malos momentos no son menos importantes que los buenos para vivir.

El amor es la vía, el medio o el método para alcanzar ser como Dios manda. El amor es la humana divinización o la divina humanización. En el amor el ser hombre y el ser Dios se encuentran, allí está Cristo y los cristianos.

Lo original del precepto/deseo de Jesús: «¡Sed perfectos!», está en su finalidad: ser felices, y en su esperanza: podemos serlo.

 BENJAMIN OLTRA COLOMER
SER COMO DIOS MANDA
Una lectura pragmática de San Mateo
EDICEP. VALENCIA-1995.Págs. 43-45


16.- La ley del corazón. Quizás hemos dejado en el olvido leyes fundamentalesSirácide 15, 16-21: “Delante del hombre están la muerte y la vida”

Salmo 118: “Dichoso el que cumple la voluntad del Señor”
Corintios 2, 6-10: “Por el Espíritu, Dios nos revela lo mas profundo”
San Mateo 5, 17-17: “Han oído que se dijo a los antiguos, pero yo les digo…”

Ahora está de moda hacer leyes. Cada quien se inventa la suya y llega una nueva autoridad y proclama nuevas leyes. Parecería que las leyes son para servir a los gobernantes y no para custodiar la vida, la dignidad y los derechos humanos. ¡Pobre constitución tan violada, pisoteada y despreciada! Hay quienes han hecho leyes de acuerdo a sus caprichos e ideologías, otros pretenden establecer nuevas constituciones de acuerdo a sus propios intereses. ¿Para qué hacer nuevas leyes que nunca serán observadas? Nos hemos olvidado de lo más importante: la ley del corazón. Mientras haya corrupción en nuestro corazón, ninguna ley será suficiente.

¿Qué pensará Jesús de nuestra forma de vivir y de actuar en relación con la ley? Sus palabras revelan la gran tensión que sus propuestas provocan en los diferentes grupos de su tiempo. Hay quienes alegremente dicen que toda la ley está superada y que ahora se podría vivir con libertad dejando en el pasado toda la ley que habían dado Moisés y los profetas. Otro grupo, en cambio, se aferra a la ley y entiende que Jesús es un cumplidor de la ley y que exige a sus nuevos adeptos sigan al pie de la letra todas las prescripciones y la interpretación minuciosa que los fariseos hacen de la ley. ¿Cristo quiere abolir la ley? No, Cristo quiere encontrar el verdadero sentido de la ley y darle su justo valor. No propone la ley por la ley, sino nos propone ir más allá, al interior de hombre y a su relación con Dios y con sus hermanos, con la naturaleza, para descubrir el gran valor que tiene esa ley. Resume su propuesta afirmando que la ley está basada en una “verdadera justicia”, si no, pierde su sentido. Las leyes que en un principio fueron establecidas para protección de los más débiles, para el cuidado de los pequeños, de pronto se fueron tornando en una carga insoportable y en un pretexto más para la sumisión y la esclavitud. Así la ley en lugar de dar dignidad a la persona, la esclaviza.

Cristo propone la verdadera libertad del corazón y no un libertinaje que justifique las acciones más irracionales al amparo de la ley. Cristo mira el corazón del hombre y en él quiere poner una nueva vitalidad y una nueva ley basada en la justicia y en el amor. Nos habla de unas relaciones que se centran en el reconocimiento de cada persona como hija de Dios y como heredera del Reino. Atrás quedan el formalismo y el legalismo que cosifican a las personas y las someten al yugo de leyes sustentadas en el capricho de unos cuantos. Y después de centrarnos en esta justicia que debe ser mayor que la de los escribas y fariseos, Cristo nos presenta varios casos en que se deforma la ley, casos que no quedan en el ayer ni el olvido, sino que son muy actuales. No hace una relación exhaustiva de casos en que se infringe la ley, sino simplemente nos llama la atención en ejemplos que suceden todos los días y que muchas veces ni cuenta nos damos del desprecio que estamos haciendo a las personas. El pasaje de este día nos centra en el respeto a la vida de la persona, en la sinceridad de las relaciones y en el valor de la palabra.

Cristo fundamenta su propuesta en el respeto a la vida de las personas. Muy lejos de los que estos días escuchamos con preocupación: actos demenciales que rompen con la armonía de la comunidad y que destruyen vidas de personas inocentes, nuevas leyes que destrozan la vida y la naturaleza. ¿Qué sucede con nuestra humanidad? ¿Hasta dónde seremos capaces de llegar? Hay quienes proponen la pena de muerte o castigos más severos como solución, pero mientras no nos descubramos como hermanos y como hijos de Dios, mientras el hombre o el poder sean el único parámetro de la ley, se seguirá despreciando la vida de los pequeños y se seguirá cegando impunemente vidas inocentes. Cristo va más allá y nos pide, no sólo el respeto a la vida, sino también a la dignidad de la persona, no podemos vivir en el odio, en el insulto y la descalificación. Cuando odiamos, nosotros mismos estamos perdiendo la esencia misma de nuestra identidad.

Frente a un mundo de desenfreno habla Cristo de la sexualidad y del divorcio. No se puede mirar al otro o la otra sólo como objeto de placer. Mientras las relaciones no estén fundadas en la aceptación del otro, con toda su dignidad y con todos sus derechos, las relaciones serán solamente superficiales, utilizarán a las personas y se llegará a los extremos de los abusos, la trata de personas o la esclavitud sexual. Cristo nos propone la verdadera exigencia del amor que nace en las personas que realmente se aman. Nuestra sociedad necesita hombres y mujeres que sepan vivir, testimoniar y defender el proyecto del amor indisoluble. Personas que vayan más allá de la búsqueda del placer irresponsable, jóvenes que se arriesguen a vivir la plenitud de un amor fiel, responsable y comprometido.

Frente a un mundo de mentira, Cristo nos habla del valor de la palabra. Si en aquellos tiempos la palabra necesitaba ser reforzada con juramentos, ahora necesita documentos y papeles que la hagan creíble. Pero ni así: encontramos acomodaciones, subterfugios, letras chiquitas o pactos no cumplidos. La mentira y la corrupción invaden las relaciones. Y Cristo nos exige que le demos su verdadero valor a la palabra. Él que es la palabra hecha carne, la Palabra hecha relación, nos pide que nosotros seamos coherentes con lo que hablamos. No habrá leyes que puedan superar las mentiras cuando se han adueñado del corazón. Necesita el hombre descubrir su relación íntima con la verdad y defenderla siempre y en todas partes para ser fiel a su propia vocación.

En resumen hoy Cristo nos llama a que miremos nuestro corazón: no puede un corazón dividido por el odio, por la mentira, por el placer, presentarse dignamente ante Dios. Está falseando la relación porque no ofrece toda su persona. Quizás estemos creando un mundo ficticio con leyes acomodadas a nuestros caprichos y no concorde con la voluntad de Dios y con el respeto a la persona. Quizás hemos dejado en el olvido leyes fundamentales. ¿Qué queda hoy en nuestro corazón? Sigamos meditando las palabras de Jesús: “Si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán ustedes en el Reino de los cielos”.

Señor, que prometiste venir y hacer tu morada en los corazones rectos y sinceros, concédenos descubrir los caminos de la verdad, del amor y de nuestra propia dignidad, que nos lleven a vivir en tu presencia. Amén.