33 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO
15-27

15.

NO SOMOS INOCENTES

Señor, soy pecador.

No admite fácilmente el hombre actual ser juzgado como culpable. Nadie quiere oír hablar de su propia culpa o pecado. Una cierta irresponsabilidad parece invadirlo todo. Siempre la culpa la tienen otros. Nadie se hace responsable del egoísmo, la mentira, la injusticia o la violencia que invade nuestro vivir diario y nuestras relaciones sociales. Todo el mundo echa la culpa a todo el mundo.

S. Freud nos ha invitado a liberarnos de la culpa y eliminar la conciencia de pecado pues, según sus análisis, ello puede destruir una personalidad sana. Por otra parte, K. Marx nos ha enseñado a ver el mal no tanto en nosotros sino en las estructuras surgidas del capitalismo.

Es cierto que hay una manera infantil de vivir angustiado y paralizado por un sentimiento neurótico de culpa. Cierto también que vivimos dentro de unas estructuras socio-económicas que son, en muchos aspectos, objetivamente injustas. Pero, ¿quiere esto decir que podemos vivir cada uno de nosotros «inocentemente», sin sentirnos ya responsables de pecado alguno?

P/ATEISMO: J. Lacrozx ha resumido la situación actual diciendo que «el ateísmo contemporáneo no es más que el rechazo de la culpabilidad». Lo cierto es que, en muchas personas, el olvido de Dios ha ido acompañado de una pérdida aún mayor de responsabilidad moral.

Sin embargo, un hombre que quiera ser libre y responsable sabe confesarse culpable siempre que destruye la vida en sí mismo o en los demás. Los creyentes sabemos por experiencia que reconocer nuestro pecado ante Dios no es destruirnos,sino renacer como hombres nuevos. La culpa, cuando es asumida con responsabilidad y cuando se la sabe perdonada por el amor de Dios, no anula al hombre, sino que le hace crecer. Pocas veces un creyente se siente más humano que cuando sabe confesar como Pedro: "Señor, soy un hombre pecador". Vivo demasiado cerrado a Dios, de espaldas a la verdad, contaminando egoísmo allí por donde paso, matando la esperanza de la gente, llenando el mundo de mentira, negando el verdadero amor a todos, renunciando a lo mejor de mí mismo, dando muerte a la vida.

Y pocas veces crece con tanta fuerza nuestra capacidad de regeneración como cuando escuchamos con fe agradecida esas palabras inolvidables dirigidas al fondo más íntimo de nuestro ser: «No tengas miedo".

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 307 s.


16.

Está muy extendida la idea de que la culpa es algo introducido por la religión. Muchos piensan que si Dios no existiera, desaparecería totalmente el sentimiento de culpa, pues no habría mandamientos y cada uno podría hacer lo que quisiera.

Nada más lejos de la realidad. La culpa no es algo inventado por los creyentes, sino una experiencia universal que vive todo hombre, como lo ha recordado con insistencia la filosofía moderna (Kant, Heidegger, P. Ricoeur). Creyentes y ateos, todos nos enfrentamos a esta realidad dramática: nos sentimos llamados a hacer el bien pero, una y otra vez, hacemos el mal.

Lo propio del creyente es que vive la experiencia de la culpa ante Dios. Pero, ¿ante qué Dios? Si el creyente se siente culpable ante la mirada de un Dios resentido e implacable, nada hay en el mundo más culpabilizador y destructor. Si, por el contrario, experimenta a Dios como alguien que nos acompaña con amor, siempre dispuesto a la comprensión y la ayuda, es difícil pensar en algo más luminoso, sanante y liberador.

Pero, ¿cuál es la actitud real de Dios ante nuestro pecado? No es tan fácil responder a esta pregunta. En el Antiguo Testamento se da un largo proceso que, a veces, los creyentes no llegan a captar. P. Ricoeur nos advierte que «todavía queda mucho camino hasta que comprendamos o adivinemos que la cólera de Dios es solamente la tristeza de su amor».

Pero resulta todavía más deplorable que bastantes cristianos no lleguen nunca a captar con gozo al Dios de perdón y de gracia revelado en Jesucristo. ¿Cómo ha podido irse formando, después de Jesucristo, esa imagen de un Dios resentido y culpabilizador? ¿Cómo no trabajar con todas las fuerzas para liberar a la gente de tal equívoco?

P/CASTIGO: P/OFENSA-SEIPSO: No pocas personas piensan que el pecado es un mal que se le hace a Dios, el cual «impone» los mandamientos porque le conviene a él; por eso castiga al pecador. No terminamos de comprender que el único interés de Dios es evitar el mal del hombre. Y que el pecado es un mal para el hombre, y no para Dios. Lo explicaba hace mucho santo Tomás de Aquino: «Dios es ofendido por nosotros sólo porque obramos contra nuestro propio bien.»

Quien, desde la culpa, sólo mira a Dios como juez resentido y castigador, no ha entendido nada de ese Padre cuyo único interés somos nosotros y nuestro bien. En ese Dios en el que no hay absolutamente nada de egoísmo ni resentimiento, sólo cabe ofrecimiento de perdón y de ayuda para ser más humanos. Somos nosotros los que nos juzgamos y castigamos rechazando su amor.

La escena que nos describe Lucas es profundamente significativa. Simón Pedro se arroja a los pies de Jesús, abrumado por sus sentimientos de culpa e indignidad: «Apártate de mi, Señor, que soy un pecador.» La reacción de Jesús, encarnación de un Dios de amor y perdón, es conmovedora: «No temas. Desde ahora, serás pescador de hombres».

JOSE ANTONIO PAGOLA
SIN PERDER LA DIRECCION
Escuchando a S.Lucas. Ciclo C
SAN SEBASTIAN 1944.Pág. 67 s.


17.

Si miramos a nuestro alrededor DESCUBRIMOS DISTINTAS FORMAS DE AFRONTAR LA VIDA. Nos damos cuenta de que hay personas que simplemente "VAN VlVlENDO". Y que acostumbran a ser muy conformistas, porque creen que en el mundo los problemas son tan grandes que no se puede hacer casi nada.

Otros, por el contrario, de los pequeños desengaños y de la pérdida de ilusión que la vida les provoca han sacado una lección: que HAY QUE PREGUNTARSE POR CUESTIONES MAS PROFUNDAS, que hay que preguntarse por el sentido de la vida: ¿Quién soy yo? ¿cómo es el mundo en que vivo? ¿cómo funciona? ¿qué hago yo en este mundo? ¿qué relación tiene Dios conmigo y con el mundo en que vivo? ¿qué ocurre después de la muerte? Y muchas más preguntas que se podrían añadir.

1. Necesitamos a los "expertos"

EL HECHO DE QUE LAS PERSONAS NOS HAGAMOS PREGUNTAS sobre los problemas esenciales de la vida (el sentido de nuestra existencia) y sobre los problemas inmediatos (qué hacer, por ejemplo, para mejorar las condiciones de trabajo) NO SIGNIFICA QUE SEA FÁCIL ENCONTRAR SOLUCIONES. Es importante preguntarnos, pero no siempre es fácil responder.

Nos damos cuenta de que para encontrar la respuesta a menudo DEBEMOS RECURRIR A LAS PERSONAS QUE "ENTIENDEN MAS QUE NOSOTROS". Cuando nos preocupa la política debemos escuchar lo que dicen los políticos; y cuando nos preocupa la empresa debemos escuchar lo que dicen nuestros compañeros más líderes y los de los sindicatos. Y, en cualquier campo, sentimos esa necesidad de escuchar a los que entienden, de leer, etc., para reflexionarlo después.

Por otra parte, los entendidos, apoyados más o menos por nosotros, pueden ir encontrando soluciones reales para los problemas; a no ser que sean unos mentirosos y en lugar de buscar el bien de las personas -nuestro bien- busquen sólo sus propios intereses. 2. Jesús es un gran "experto"

Toda esta problemática va muy unida al modo de ser de los hombres. No es únicamente problemática de nuestros días. Es de siempre. Por ello -como hemos escuchado en el evangelio- la gente se agolpaba alrededor de Jesús. CONFIABA EN QUE JESÚS -un hombre lleno de Dios y de experiencia humana- PODÍA DARLES RESPUESTA a todas esas cuestiones fundamentales, relacionadas con el sentido de la existencia.

Y Jesús -que no buscaba el prestigio y otros intereses personales- procura responder a lo que es esencial. Jesús no quiere solo contentar a la gente con palabras que les suenen de modo agradable (lo veremos el próximo domingo cuando presenta su programa con las bienaventuranzas y las malaventuranzas), QUIERE RESPONDER A LA NATURALEZA DE LOS PROBLEMAS.

Por eso Jesús habla siempre del amor (incluso como mandamiento), porque sabe que no es un capricho personal, sino una exigencia que proviene del modo de ser del hombre. Jesús conoce totalmente a Dios y sabe como ha sido hecho el hombre, por eso responde a lo esencial. Y HACE QUE EL HOMBRE ENCUENTRE -trabajando en ello- soluciones a su problemas. El no nos lo da todo hecho (para ayudar a los apóstoles -lo hemos escuchado también hoy- les hace trabajar, les hace pescar). Este es el estilo del Mesías en quien tenemos puesta nuestra esperanza.

5 ¡Tenemos vocación de profetas!

A nosotros, como a Jesús, también SE NOS PIDE A MENUDO UNA PALABRA, una palabra que responda a los problemas de la gente. Y no la podemos rehuir. Como Isaías debemos estar siempre preparados para decir: "Aquí estoy, mándame". Nosotros -la Iglesia- debemos dar siempre esta palabra que responda a la realidad, al núcleo del problema. Y muchas veces esta palabra -si es verdaderamente evangélica- no gustará a todos (porque haría cambiar las cosas del mundo y -por tanto- los intereses de muchos). Pero NO PODEMOS CALLAR si -como Jesús- hemos optado por estar al servicio de los hombres. La opción a favor de la convivencia de todos los hombres, cuando se hace realidad, repugna a las demás opciones. Por eso los cristianos -si seguimos a Jesucristo- SEREMOS MUCHAS VECES MOTIVO DE CONTRADICCIÓN y piedra de tropiezo para los hombres. Ahora que vamos a celebrar la Eucaristía demos gracias a Dios POR EL GRAN DON DE JESUCRISTO, que da sentido a nuestra vida, y démosle gracias también, porque, si somos colaboradores suyos, "SI SOMOS LO QUE SOMOS" -como nos decía san Pablo- es simplemente por gracia de Dios.

JAUME GRANE
MISA DOMINICAL 1977, 3


18.

Frase evangélica: «Dejándolo todo, le siguieron»

Tema de predicación: EL CONOCIMIENTO DE DIOS

1. «Reconocer» significa volver a conocer o profundizar en el conocimiento. Ahora bien, hay un conocimiento superficial que no entraña compromiso, y hay un conocimiento bíblico o cristiano que entraña experiencia, conversión, compromiso. Sólo cabe anunciar el mensaje cristiano cuando se ha experimentado la fe en la propia vida, junto a los compañeros de brega.

2. En realidad, antes de conocer nosotros a Dios, Dios nos conoce a nosotros y nos invita a conocerle. El conocimiento de Dios pasa a través de Jesús de Nazaret. También Jesús (como Dios) lleva la iniciativa: llama, habla y enseña desde su pleno conocimiento del Padre. A Dios le conocemos a través de sus signos, que son siempre de magnanimidad («gran redada de peces» ) y de generosidad compartida («las dos barcas»).

3. Conocer a Dios requiere obediencia (remar), confianza (echar las redes) y vida en comunidad (contar con los compañeros). Pero el objetivo último es seguir a Jesús dejándolo todo: de este modo se participa en el ministerio cristiano. Naturalmente, debemos conocernos a nosotros mismos: nuestra limitación («no hemos cogido nada»), nuestra condición («soy un pecador») y la gratuidad con que se nos regala todo («asombro»).

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Oímos la llamada de Dios a trabajar con los demás?

¿Nos reconocemos pecadores ante la santidad de Dios?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 282 s.


19.

¿Imitación o seguimiento?

Hoy podemos comenzar nuestra reflexión repitiendo una cifra que cité aquí hace pocas semanas. Si esta eucaristía durase una hora -no suele llegar a tanto- a lo largo de esos sesenta minutos habrán fallecido en el mundo 1.5OO niños como consecuencia del hambre o de enfermedades causadas por el hambre. Esta trágica cifra debe estar hoy en el horizonte de este día de la Campaña contra el hambre, que en nuestra parroquia quiere financiar la construcción de cuatro maternidades en Burkina Faso, el antiguo Alto Volta, uno de los tres países más pobres del mundo, con una tasa de mortalidad infantil de 144 por mil, 18 veces superior a la de España.

El tema de las lecturas de hoy es, sin duda, el del seguimiento de Jesús. En el relato del evangelio de Lucas, Jesús había aparecido hasta ahora como un predicador solitario que recorría la comarca de Galilea, del que todos se hacían lenguas. El nombre de Pedro sólo había aparecido porque Jesús había hecho desaparecer la fiebre de su suegra.

Aunque se escribe mucho sobre las no siempre óptimas relaciones entre yernos y suegras, el buen Pedro debió quedar agradecido y Jesús le pidió el servicio de su barca para poder predicar a aquella multitud que se agolpaba a la orilla del lago. Cuando acaba la predicación, Jesús pide a Pedro que se haga lago adentro y que eche las redes al agua.

Pedro se fía de la palabra del Señor, que contradice su experiencia de pescador, y viene la pesca milagrosa y la confesión de Pedro: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador». La narración continúa con la llamada de Jesús a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo para convertirse en pescadores de hombres. Y acaba afirmando: «Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron».

Las dos primeras lecturas de la palabra de Dios de hoy empalman muy bien con el texto del evangelio. Si Pedro, Santiago y Juan sienten la llamada de Jesús en la vida cotidiana, dentro de su oficio de pescadores, el profeta Isaías recibió su llamada dentro de una celebración religiosa, en una ceremonia marcada por los himnos litúrgicos y por, el humo del incienso. Y Pablo, al referirnos su itinerario espiritual, habla de una experiencia personal en la que Cristo se le manifestó.

En todos los casos se da una reacción similar a la que tuvo Pedro pidiendo a Jesús que se apartase de él que era un hombre pecador. Isaías se considera «hombre de labios impuros que habita en medio de un pueblo de labios impuros» y Pablo se considera a sí mismo «como un aborto», como «el menor de los apóstoles», que no es digno de llevar ese nombre.

Y, sin embargo y a pesar de la experiencia sentida de la propia indignidad, en todos los casos se acaba con una respuesta y un seguimiento. Isaías siente como si los serafines purificasen sus labios con un carbón encendido y acaba ofreciéndose a Yavé que preguntaba: «¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?», con una respuesta decidida: «Aquí estoy, mándame». Pablo afirmará que «por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no se ha frustrado en mí... No he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo». Y Pedro, a pesar de la confesión de su indignidad, de querer apartarse del que ha reconocido como Señor, acaba dejando las barcas en tierra y siguiendo al que le llamaba para ser pescador de hombres.

CR/SEGUIMIENTO: «Seguir». Esta palabra es una de las más importantes en el evangelio: setenta y nueva veces recogen los evangelios el verbo «seguir», akolouzein -de donde viene la expresión castellana «acólito», el que sigue-. En el resto del Nuevo Testamento aparece ya mucho menos, sólo en once ocasiones. Además, la inmensa mayoría de las veces que aparece en los evangelios el verbo «seguir» se refiere al seguimiento de Jesús. Hay que afirmar por tanto que la idea del seguimiento es fundamentalmente evangélica.

IMITACION/J: En contraste con todo ello, la idea de la «imitación de Cristo», que sirvió de título de uno de los libros medievales más famosos, el de Tomás de Kempis, es extraña al evangelio: «Imitar a Cristo», en griego mimeomai, nunca aparece en el evangelio y sólo dos veces en el Nuevo Testamento. ¿Es lo mismo hablar de seguimiento de Cristo que referirse a la imitación de Cristo?

Creemos que tiene razón J. Mª ·Castillo-JM cuando insiste en que no es lo mismo y que no estamos aquí ante un tema meramente semántico e irrelevante: «Imitar es copiar un modelo, mientras que seguir es asumir un destino». Se puede imitar a un modelo fijo y estático, mientras que el seguimiento supone un agente principal que se mueve y avanza. Mientras que la imitación no lleva necesariamente en sí la idea de acción o tarea, estos conceptos son inseparables del seguimiento. Y, sobre todo, «en la imitación el centro del interés está en el propio sujeto -el que imita-, mientras que en el seguimiento ese centro está situado en el destino que se persigue. La imagen cabal de la imitación es el espejo; la imagen ejemplar del seguimiento es el camino. Mientras el espejo es el exponente de la vanidad, el camino es el símbolo de la tarea, la misión y el objetivo a cumplir. Por eso los evangelios no mencionan para nada la imitación, mientras que hablan ampliamente del seguimiento».

Jesús llama muchas veces a su seguimiento, y es sorprendente que en esta llamada no hay un programa de lo que significa ese seguimiento. Frecuentemente se limita a un escueto: «Sígueme». No hay un programa, ni una meta, ni unos objetivos... Es una llamada abierta a todo un abanico de posibilidades que exige importantes renuncias. Porque a lo que Jesús llama es a asumir su propio camino, su propio destino, un destino que es el de la solidaridad con todos los pecadores y esclavos de la tierra hasta sufrir y morir con ellos y por ellos. «La vida de Jesús fue un camino de incesante solidaridad» con los pobres, con los que sufren, con los excluidos y marginados por la sociedad.

Curiosamente el lema de la Campaña del hambre de 1992 es el de: «La solidaridad, nuestro mejor proyecto». Y la solidaridad era el destino de aquel que fue «el hombre para los demás». Él nos repite hoy su llamada: «Si quieres, sígueme». «Tan sólo quieres que yo te siga», dice ese canto religioso que tanto éxito ha tenido en los últimos años.

Recuerdo que su autor, Cesáreo Gabaráin, fallecido hace pocos meses, me decía que se había acusado a la letra de su canción de ser sensiblera y que, sin embargo, es profundamente bíblica y evangélica. Porque es un texto que habla de llamada personal -por mi propio nombre-, de que Jesús no se rodeó de sabios ni ricos, de que sólo quiere el seguimiento del hombre, y de que hay que dejar barcas y redes. Y, sobre todo, lo que significa como llamada a la solidaridad con el destino de aquel que necesita nuestras manos, nuestro cansancio, nuestro amor que quiera seguir amando.... Sensiblería es entender esa canción y esa letra de una forma meramente piadosa; no lo es si seguimos y compartimos el destino de aquel que hizo, de la solidaridad con los pobres y los que sufren, el programa de su vida.

Ojalá seamos hoy generosos en una colecta que ha calado con fuerza en España y que llevó a que Manos Unidas repartiese en el tercer mundo más de 4.5OO millones de pesetas en más de 1.000 proyectos de desarrollo. Pero, sobre todo, que no nos limitemos al día de hoy. Ojalá sintamos la llamada de aquel que hoy nos sigue diciendo: «Sígueme», y nos pide que compartamos su destino de solidaridad con los pobres y con los que sufren.

Solidaridad con el pobre y el que sufre, ese debe ser siempre nuestro mejor proyecto, ese es el programa del que sigue a Jesús, del que es cristiano.

JAVIER GAFO
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C


20.

1. «Aquí estoy, mándame».

Todos los textos hablan hoy de elección. Ciertamente se nos presentan grandes personajes, pero como ejemplos para otros menos vistosos: pues todo creyente es un elegido de Dios para una tarea concreta. En la primera lectura aparece la elección más solemne de la Antigua Alianza: la visión de Isaías, que contempla al Señor sentado sobre un trono alto y excelso, con la orla de su manto llenando el templo humeante y rodeado por el canto de alabanza de los serafines, debe hacerle retroceder de puro miedo: «¡Ay de mí, estoy perdido!». En realidad la misión comienza siempre con la experiencia de la distancia absoluta, de la indignidad total. Después un serafín enviado por Dios vuela hacia el asustado profeta con un ascua en la mano, con la que toca sus labios temblorosos y los purifica: «Está perdonado tu pecado». No te obstines en tu indignidad. Y entonces interviene Dios, no para transmitir una orden sino para hacer una pregunta: «¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?». Ahora ya no hay más reflexión sobre la dignidad o indignidad del elegido, sino que simplemente se contesta: Dios tiene necesidad de alguien; por eso: «Aquí estoy, mándame».

2 . «Desde ahora, serás pescador de hombres».

Exactamente lo mismo sucede en el evangelio con la elección de Pedro. La única diferencia es que aquí la visión de la omnipotencia, de la absoluta superioridad de Jesús, está precedida de un acto de obediencia del hombre que ha oído ya la predicación de Jesús y ha quedado impresionado por ella. En contra de lo que le dice su experiencia de pescador, Pedro obedece la orden de echar las redes para pescar. Pero entonces se repite la experiencia de la distancia insuperable: en Isaías: «¡Ay de mí, estoy perdido!»; en el caso de Pedro: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador». Ninguna misión auténtica puede renunciar a la experiencia de la distancia entre yo y Dios -y la misión procede de Dios-. Sólo en este vacío de la distancia da Jesús a Pedro la misión de ser pescador de hombres. Y esto eliminando el miedo, que sólo sería un obstáculo para el cumplimiento de la misma. El «no temas» se repite en todas las misiones, incluso en la de María, que se siente ante Dios como la humilde «esclava» antes de proclamar que el Señor «ha hecho obras grandes por mí». La misión de ser pescador de hombres es para Pedro tan desproporcionada con respecto a su yo, que el miedo no tendría ya ningún sentido. Aquí sólo cabe obedecer en silencio: «Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron» .

3 "Por último, como un aborto, se me apareció también a mí".

Y ahora, en la segunda lectura, aparece Pablo, quien como perseguidor de la Iglesia tiene razones más que sobradas para subrayar el hiato entre su persona y su misión: «Soy el menor de los apóstoles, y no soy digno de llamarme apóstol». Su misión era, más que otras, un acto de violencia de Dios: cerca de Damasco, de repente, un relámpago lo envolvió con su resplandor y cayó a tierra, quedándose ciego, pues, al igual que Isaías, había contemplado al Señor en su gloria celeste y hubo de ser llevado hasta la ciudad de la mano, como un ciego. La misión en este caso no se da personalmente (para humillación del enviado), sino de manera brusca y por medio de otro: «Entra en la ciudad y allí te dirán lo que tienes que hacer». Y más brusco es aún lo que se dice al mediador, Ananías: «Yo le enseñaré lo que tiene que sufrir por mi nombre». Semejantes humillaciones acompañarán a Pablo a lo largo de toda su trayectoria misionera: será tratado como «la basura del mundo, como el desecho de la humanidad» (1 Co 4,13). Y como si esto no fuera suficiente, se añade un castigo especial de Dios: las bofetadas del emisario de Satanás «para que no tenga soberbia» (2 Co 12,7s.); el apóstol pedirá tres veces al Señor verse libre de él, pero se le contestará: «Te basta con mi gracia». Cuando Pablo afirma en la segunda lectura haber trabajado más que todos, debe añadir enseguida: «No he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo»

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 226 s.


21. PESCA CON HAMBRE AL FONDO

El evangelio es inagotable. Leemos y releemos los mismos textos y, sin embargo, advertimos cada día nuevos matices que nos enriquecen. Cuando comenzamos la lectura de un fragmento, pensamos: «Lo he leído tantas veces, que sabría recitarlo de memoria». Y, al momento, resulta que nos detenemos analizando una nueva faceta en la que no habíamos reparado.

Tres son los pensamientos que brotan al hilo del evangelio de hoy.

1. «La gente se agolpaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios». Me encanta la figura de un Jesús «apretujado». Si he de ser sincero, me gustaría que, cuando ejerzo el «ministerium Verbi», la gente «se agolpara en mi derredor». Pero tengo la impresión de que, en esta hora pragmatista, las gentes se agolpan ante otras ofertas más materiales. Hoy, como en los viejos tiempos, lo que a la gente atrae son «panem et circenses». Y así, las multitudes «se agolpan» en las carreteras tras las playas, los estadios o las discotecas. Pero, ¿para oír la Palabra...? Se nos ha dicho, sí, desde todas las pastorales más modernas, que no hay que obsesionarse con que nos sigan las multitudes, que todas las masificaciones son peligrosas, que el papel de la Iglesia está en alimentar las «minorías», los «pequeños grupos». Que esos «pequeños grupos» ya irán ampliándose después, en círculos concéntricos, hasta «fermentar la masa». Pero también se nos ha dicho que no hay que minusvalorar la fe de los sencillos, los que confiesan y comulgan en las javieradas, las romerías o las fiestas tradicionales.

2. «Subió a una de las barcas y, desde ella, enseñaba a la gente». Me encanta también este Jesús que improvisa púlpitos y busca la eficacia. La barca será, desde ese día, símbolo y acicate para que la Iglesia emplee todos los medios de comunicación social que encuentre a su paso. Por eso, introdujo hace ya años ese «día» especialmente dedicado a ellos. Para convencer a los creyentes de que todo -el cine y la tele, la radio y el papel impreso, el disco y las diapositivas, los micrófonos y los vídeos- pueden y deben ser «barcas» desde las que lancemos la Palabra a todos los que están a la orilla.

3. «Dijo Jesús a Pedro: "Echad las redes..." Y cogieron tal cantidad...». Pues, bien. Hoy, de una manera especial, me encanta este Jesús que, después de «predicar», se pone a «dar trigo». Porque la escena que allá ocurrió fue una escena de «manos unidas». Recordadlo: «Había tal cantidad de peces, que tuvieron que llamar a los de la otra barca. .. ».

Ya se que el papel de la Iglesia no consiste, primordialmente, en llenar los estómagos vacíos. Ella viene a que los «pobres sean evangelizados». Pero de difícil manera podrá cumplir esa misión, si, al mismo tiempo, no «da de comer al hambriento y de beber al sediento». Es decir, conjugando simultáneamente las obras de amor espirituales y corporales.

Por eso pienso que la escena de hoy es aleccionadora. Sería muy bonito que la Iglesia consiguiera que todas las barcas del mundo -creyentes o no creyentes-, se «unieran», para «enseñar a pescar» y «proporcionar barcas» a quienes no tienen nada, sólo «hambre». Y fijaos que no he dicho para «dar pescado», sino «barcas y técnicas de pesca», es decir, pistas para que ellos mismos se sienten con dignidad en la mesa del mundo.

ELVIRA-1.Págs. 233 s.


22.

-Simón Pedro se reconoce pecador

Simón Pedro no era un gran pecador. Él era un buen israelita, con ganas de ser fiel, deseoso de una religión más profunda y auténtica. Él era de los que, cuando comenzaron a llegar a Galilea las noticias de la predicación de aquel hombre sorprendente que era conocido con el nombre de Juan Bautista y que bautizaba en el río Jordán, a unos tres día de camino del pueblo donde él vivía, lo había dejado todo y se había ido a pasar una temporada con él, para aprender a vivir más fielmente. Y luego, cuando su hermano Andrés le presentó a Jesús, no dudó en irse con aquel profeta que, como él, venia de Galilea. Se hizo discípulo de Jesús, y se dispuso a seguirlo donde fuera, porque había descubierto en él a alguien que traía la auténtica llamada de Dios.

Simón Pedro no era un gran pecador, sino todo lo contrario. Con sus debilidades como todos, pero con una gran voluntad y con muchas ganas de seguir la llamada que había descubierto en Jesús.

Sin embargo, a medida que va conociendo mejor a aquel Jesús que él quiere seguir, y va descubriendo la fuerza y la presencia de Dios que hay en él, se de cuenta también de su debilidad. De la gran distancia que hay entre su fidelidad y la de Jesús, su amor y el de Jesús, su entrega y la de Jesús. Más adelante, todavía lo descubrirá más fuertemente cuando en los momentos más trágicos de la pasión llegará a negar a su maestro amado. Ahora todavía no habían llegado esos momentos trágicos, pero el sentimiento de la distancia ya es muy profundo. Y por eso cae de rodillas y exclama: "Apártate de mi, Señor, que soy un pecador". Simón Pedro no era un gran pecador, sino todo lo contrario. Pero vela clara la distancia entre su manera de actuar y el modelo que tenia en Jesús.

- Nos hace falta reconocernos pecadores

Nos hace falta, y mucho, a cada uno de nosotros, ser capaces de caer de rodillas ante Jesús como hizo Simón Pedro y decirle, desde el fondo del corazón: "Señor, soy un pecador". Necesitamos darnos cuenta de que entre lo que nosotros hacemos y lo que Jesús hace, entre lo que nosotros vivimos y el modelo que tenemos en Jesús, hay una gran distancia. Necesitamos, de vez en cuando, detenernos a repasar nuestra vida y reconocer que, de verdad, nos falta mucha fe, mucha esperanza, mucha generosidad, mucho amor. Nos hace falta realizar este repaso ante Jesús, y también, nos será de gran ayuda acercarnos a pedir perdón como miembros de la Iglesia, en la celebración del sacramento de la penitencia.

Lo necesitamos. Y necesitamos escuchar lo que nos responde entonces Jesús. Porque Jesús, cuando nos ponemos delante suyo reconociéndonos pecadores, nos responde como le respondió Simón Pedro. Jesús, a Simón Pedro que se reconoce pecador, no le dice: "Levántate, que desde ahora dejarás de serlo y serás perfecto". No le dice esto. Lo que le responde es otra cosa diferente: "No temas; desde ahora serás pescador de hombres".

- Jesús, a nosotros pecadores, nos hace enviados suyos

Jesús le está diciendo a aquel buen galileo que reconoce sus muchas debilidades e infidelidades algo muy grande. Le está diciendo a él y a nosotros: "Pedro, amigo, ya sé que eres pecador y débil, ya lo sé. Pero no has de tener miedo por esto. Porque a ti, con tu debilidad y tu pecado, te encomiendo la tarea de llevar la Buena Noticia de la esperanza y del amor a los hombres y mujeres que no la conocen. Y esto, llevar la Buena Noticia, es lo que vale, es lo que yo deseo. Y eso sólo lo puedes hacer tú, y toda la gente que tenga el mismo espíritu que tú".

Esto le dijo Jesús a Pedro, y esto nos lo dice hoy a cada uno de nosotros. A cada uno de nosotros, pecadores y débiles, Jesús nos pide que seamos sus mensajeros, sus continuadores, sus apóstoles. Él se ha fiado de nosotros, y nos ha reunido en torno a él, y nos invita cada domingo a su mesa, y nos envía a llevar a todo el mundo su llamada. Éste es, en definitiva, nuestro camino cristiano. Un camino de gente pecadora que se esfuerza por mejorar y ser cada día más fiel, pero un camino también de gente que se sabe amada y llamada por Jesús a ser testigos gozosos de su Buena Noticia.

EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1998, 2, 29-30


23.

- VOCACIÓN

Jesús, con el poder del Espíritu, cumple la obra salvífica para la que ha sido enviado. Para el evangelio de Juan, mensaje y mensajero se identifican. Jesús es el Reinado de Dios que se va desarrollando dinámicamente hasta la plenitud de los tiempos. Es así como Jesús se presenta a los suyos en la sinagoga de Nazaret. Y es así como nos llama, este domingo. No hace una llamada abstracta e impersonal; Dios nos llama uno a uno. Y nos llama por algo determinado. Todos y cada uno de nosotros estamos llamados a ser su posesión personal.

Las lecturas de hoy son tres ejemplos de vocación. Para las tres, el esquema es el mismo: Dios llama y el hombre le responde. Al mismo tiempo, son diferentes, porque cada persona es diferente; porque los dones de Dios se manifiestan diversamente; porque en cada uno interviene la propia libertad. Es gracias a nuestra respuesta positiva que somos libres de verdad. Porque nadie ama tanto nuestra libertad como quien la ha creado, y continuamente la observa en la defensa como la mejor respuesta a su libertad. Nuestra misma libertad puede generar una respuesta inmediata, una respuesta dubitativa, una respuesta que pierda fuerza a lo largo del tiempo; incluso puede generar una respuesta negativa, con la posibilidad de que Dios, en el momento menos pensado, pueda tocar el corazón humano.

- ISAÍAS, PABLO, PEDRO...

Tres vocaciones. Un mismo esquema. Tres procesos diferentes.

Isaías es llamado en medio de una visión escatológica. El escenario es impresionante. El Señor se encuentra sentado en un trono elevado. Su manto cubre todo el templo. A su alrededor, serafines en pie gritando: "Santo, santo, santo es el Señor..." Ésta es la liturgia del cielo, a la que nosotros nos añadimos cada vez que celebramos la Eucaristía: "Por eso con los ángeles y los santos, proclamamos tu gloria, diciendo: Santo, santo, santo es el Señor..." La respuesta de Isaías antepone una objeción: "¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros...". Sólo la fuerza del Señor puede superar la dificultad. Es con la fuerza del Señor que Isaías puede responder a la llamada: "¿A quién enviaré?" "Aquí estoy, mándame". (1 lectura).

Pablo es el menor de los apóstoles. Su historia anterior a la conversión parece que juega en contra suya: había perseguido a la Iglesia. Pero Dios es el Padre que acoge y perdona al hijo porque es hijo, sin preguntar qué tipo de pecados ha cometido, cuántos y en virtud de qué circunstancias. Se alegra porque el hijo que daba por muerto ha regresado vivo, el hijo que daba por perdido ha sido encontrado (cf. parábola del hijo pródigo). "Pero por la gracia de Dios, soy lo que soy, y su gracia no se ha frustrado en mí" (2 lectura). Los mismos cristianos de Corinto son testigos: recibieron la Buena Noticia anunciada por Pablo y lo acogieron.

Pedro y los hijos de Zebedeo son pescadores experimentados. Saben que si no han pescado nada durante toda la noche, no harán nada durante la mañana. Dios mismo les llama: "Rema mar adentro, y echad las redes para pescar". La respuesta no demuestra precisamente demasiados ánimos, aunque tampoco hay nada que perder: "por tu palabra..." Con la fuerza del Señor, la gracia de Dios, la pesca se convierte en un milagro; hechos pescadores de hombres, la palabra del Señor llegará, como nos explica Lucas en otro libro, hasta Roma, es decir, al corazón del Imperio Romano, y de un confín al otro de la tierra.

- VELA, PROTEGE, DEFIENDE

No todo es fácil. La fragilidad, el cansancio, las dificultades forman parte de nuestra vida de cada día. Incluso los rodeos en el camino. Miremos nuestras comunidades. Grupos de jóvenes que, después de unos meses de buena voluntad, se encuentran con dificultades y se disuelven. Parejas que se pelean por cosas insignificantes y experimentan la tentación de separarse. La oración colecta de hoy reclama para nosotros algo más que una bombona de oxígeno. Los tres verbos usados en la petición crecen en intensidad: vela, protege, defiende...

Qué no haríamos por los adolescentes, por los esposos jóvenes, por los políticos que han comenzado bien y después se han cansado al dejarse dominar por el apoltronamiento y la corrupción; por los obreros que han creado un grupo de revisión de vida y luego han perdido la confianza; por los voluntarios que han iniciado sus visitas a ancianos, a disminuidos, a enfermos y después han sido incapaces de mantener su compromiso. No sólo tenemos que reanimarlos, nosotros mismos tenemos que respirar nuevamente y dejarnos reanimar: "El Señor completará los favores conmigo: Señor tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos" (salmo responsorial).

JORDI GUARDIA
MISA DOMINICAL 1998, 2, 25-26


24.

Los capítulos 3-6 del evangelio de Lucas tienen todos ellos un denominador común: son catequesis programáticas. Dentro de ese contexto, el evangelio de hoy, los once primeros versículos del cap. 5º, es una maravillosa instrucción de Lucas sobre las características del discípulo. Tenemos que advertir desde el principio que en Lucas discípulo es sinónimo de cristiano. No se refiere a los curas o monjas. Este evangelio responde a esta pregunta ¿cómo tiene que ser el cristiano?.

Una primera respuesta a esta pregunta es de carácter negativo. No se es discípulo por el sólo hecho de estar con Jesús. Lucas distingue admirablemente entre gente que se agolpa alrededor de Jesús y discípulos.

¿Qué hace falta para ser discípulo de Cristo?¿Qué hace falta para ser cristiano? Hay vocaciones y profesiones que requieren especiales cualidades. No todos los hombres son aptos para todo. Uno puede destacar por su habilidad manual, ser un "mañicas"; otro puede ser un buen deportista, otro un músico, un artista, un inventor... También para ser cristiano hacen falta determinadas cualidades.

Para seguir a Jesús, para comprometerse con él es necesario que el hombre tenga un modo de ser especial. No hace falta talento, ni cualidades brillantes, ni sobresalir en belleza o prestigio. Nada de eso.

Cuando Jesús dejó de hablar, se acercó a Pedro y le dijo: "Rema mar adentro y echad las redes para pescar". Simón contestó: Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.

Esta es la primera característica del discípulo, del cristiano: Fiarse de Jesús aun cuando todas las cosas evidentes que nos presenta la experiencia estén en contra. Un pescador profesional sabe que la petición de Jesús -que no es un profesional de la pesca- es descabellada, porque va contra la experiencia de cada día. Lucas recalca intencionadamente esto para que resalte más el elemento central: pero, por tu palabra.

El primer rasgo del discípulo que nos presenta este evangelio nos dice: el discípulo es el hombre que ha puesto una confianza absoluta en Jesús. Es alguien que se fía plenamente de su persona y de su mensaje.

El hombre que confía en el Señor entra entonces en una aventura peligrosa y, a primera vista, ridícula. Algo que contradice el buen sentido común, lo que las más elementales leyes de la prudencia pueden indicar. ¿A quién, con sentido común, se le puede ocurrir decirle a un pescador, que sabe bien su oficio y que conoce bien las horas y el lugar de la pesca, que lance las redes en pleno mediodía? ¿Dónde estamos? Maestro, nos hemos pasado la noche bregando -el tiempo propio y único para pescar en estos parajes- y no hemos cogido nada... -¿de veras pides esto?, ¿no sabes que desde la orilla los pescadores expertos se van a morir de risa con nuestra loca temeridad...?-, pero ya que lo dices tú, echaré las redes.

- Sé de quién me he fiado

- Dichosa tú que has creído.

Segunda característica (vv 8-10a)

Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: Apártate, Señor, de mí, que soy un pecador. Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido. Y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos del Zebedeo, que eran compañeros de Simón.

Fiarse de Jesús es descubrir a alguien tan sensacional que el discípulo no se siente merecedor de su compañía. El descubrimiento de Jesús lleva al discípulo a someter a crítica su propia vida.

Esa entrada de Jesús en nuestro propio terreno, allá donde nos creíamos competentes y seguros -esta vida, nuestra buena vida, esta barca, nuestro oficio y nuestro amor, nuestros amigos y nuestros dineros, nuestro partido y nuestra ideología, nuestro catecismo bien aprendido asegurando nuestros sueños de salud, éxito, reconocimiento social, etc.- nos pone necesariamente en crisis. Como Pedro, estábamos hechos para nuestro mar familiar y para nuestros aparejos bien dominados y El viene a sacarnos de ellos.

Tercera característica (vv 10b-11)

No temas, desde ahora serás pescador de hombres. Ahí, en esta frase, está el tercero y último criterio que nos brinda Lucas a los que nos llamamos seguidores de Jesús. Ir a los demás, salir a su encuentro, llevarles algo de ese descubrimiento personal, sacarlos con nuestra propia vida de sus limitados horizontes, ampliar su esperanza y acompañarlos en su tarea de hacer un mundo más humano, más justo, más fraterno. Fiarse de Jesús genera una nueva situación, un nuevo presente (desde ahora). Una nueva situación abierta a los demás. Ser discípulo de Jesús implica una función de cara a los otros.

Y ¿cuántos de los cristianos son capaces de salir de nosotros mismos y vivir de verdad para los otros? Pues muy pocos, ciertamente. Muy pocos tienen el norte de nuestra vida orientado hacia el prójimo. Los más vivimos para nuestros "yo", al que cuidamos, mimamos y acariciamos, y apenas nos queda tiempo, tan ocupados estamos en esta tarea, de descubrir cerca de nuestra vida a "los otros"


25.

La vocación de Isaías, es bastante parecida a la de otros profetas y patriarcas del Antiguo Testamento. Como él, también Jeremías siente temor de Dios y quiere huir de la misión encomendada (Jer 1, 6). Asimismo Moisés se reconoce torpe de boca y de lengua para llevar el mensaje del Señor al pueblo (Ex 4, 10ss). Pero este reconocimiento de la propia incapacidad delante de Dios da muestra de una total filiación a Yahweh para cumplir a cabalidad la obra encomendada. Ellos, en el reconocerse "nada" delante de la grandeza de Dios, se están colocando en sus manos de Padre para que él sea la luz que les ilumine el camino y la fuerza que los anime en la lucha contra las fuerzas del pecado en todas sus formas.

En la misión encomendada a Isaías Dios mismo le comunica su gracia, gracia que lo limpia y le da la fuerza necesaria para que delante de su pueblo el profeta sea su presencia y su palabra. El pueblo necesitaba de Dios. En la persona del profeta Dios mismo regala su mensaje de esperanza y de alegría pero también el profeta tendrá el gran y difícil encargo de denunciar el pecado que ha cometido Judá y su inminente desgracia (Is 1, 27-31; 2, 2-4; 4, 2-6; etc.). A la invitación de Dios para este programa de trabajo bastante inseguro, Isaías responde: "aquí estoy, mándame" (Is 6, 8). Él sabe que no es su impureza ni su miseria de hombre pecador la que va actuar, sino la gracia de Dios, que lo guiará en todos los momentos de su misión profética.

En la Carta a los Corintios el apóstol Pablo está exhortando a los cristianos de Corinto a que no olviden el Evangelio anunciado por él cuando estuvo en su tierra en el trabajo de evangelización (como nos lo narra Hch 18, 1-7). Pablo percibe que poco a poco han ido dejando la enseñanza impartida por él, se han ido desviando hacia nuevas doctrinas, y se ha ido malogrando su adhesión a la fe (1 Cor 15, 2). Pablo les ha proclamado lo más profundo del mensaje cristiano: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día según las Escrituras (1 Cor 15, 4).

Pablo reconoce que este trabajo no lo ha hecho por simple iniciativa personal, sino que sabe que ha sido la fuerza de Dios actuando en él (1 Cor 15, 10) quien lo ha hecho, ya que él mismo se reconoce indigno de tan gran ministerio y se llama "un aborto", por haber perseguido a la Iglesia de Dios y por haber recibido el mensaje cristiano de último (cfr 1 Cor 15, 8-9). Pablo también se reconoce indigno -igual que Isaías- y sabe que todo cuanto consiga en el anuncio del Reino de Dios es obra del mismo Dios. Se ha puesto en sus manos para ser "barro en las manos del alfarero".

La gente del tiempo de Jesús tenía necesidad de escuchar un mensaje diferente, tenía necesidad de escuchar una Buena Nueva, por eso en el episodio del evangelio de hoy, vemos a Jesús agolpado por la gente, que quiere escuchar su Palabra. Él hablaba con autoridad y su mensaje estaba ratificado por su vida (Lc 5, 1). Jesús asume la realidad de los de su pueblo, sube a la barca de Simón -que era pescador- y le pide que se retiren un poco de la orilla. Y ya sentado, como el maestro en su cátedra, el pueblo escuchaba su enseñanza (Lc 5, 3). Jesús termina su enseñanza y le pide a Simón que lo lleve mar adentro. Simón ha puesto su confianza en Jesús y en su nombre echa las redes al mar y luego no es capaz de sacarla por la cantidad de peces (Lc 5, 5.6.7).

El evangelista Lucas coloca aquí la vocación de los primeros discípulos después de un tiempo de enseñanzas y milagros realizados por Jesús.

Este relato es un acontecimiento pospascual y en él los discípulos están confesando su fe en Jesucristo el Señor de la historia y de la vida. Simón, en la misma tónica de Isaías y Pablo -como hemos visto anteriormente- reconoce su pequeñez delante del Señor. Y es en este reconocimiento real de la debilidad y de la limitación donde Jesús los invita ahora a dejar las barcas y las redes y a ser pescadores de Hombres y Mujeres para la causa del Reino de Dios, que es la gran pasión de Jesús.

Oración comunitaria:

Dios Padre nuestro, que en Jesús llamaste a Pedro, después de confesar su pequeñez y debilidad, a remar mar adentro y ser "pescador de hombres y mujeres"; haz que nosotros también, conscientes de nuestra pequeñez y debilidad, nos pongamos en tus manos enteramente, para que seamos capaces de cumplir la misión que nos encomiendas. Por Nuestro Señor Jesucristo tu Hijo...

Para la oración de los fieles:

-Para que también hoy día haya muchos jóvenes generosos que, como Isaías, le digan a Dios con el corazón abierto: "aquí estoy, mándame", roguemos al Señor.

-Por la Iglesia, para que haya en ella muchos cristianos capaces de "remar mar adentro", entrando en diálogo con el mundo sin reducirse a los guetos cerrados ni al mundo intraeclesiástico...

-Para que sean también muchos los jóvenes, ellos y ellas, que sean capaces de "dejarlo todo y seguirLe", como los hijos del Zebedeo hicieron con Jesús...

-Para que a pesar de los escasos resultados de nuestro trabajo, a pesar de "no haber pescado nada en toda la noche", pongamos la confianza en el Señor cuando El nos encomiende una misión...

-Para que, como nos pide Pablo, no perdamos de vista "el Evangelio que se nos proclamó y se nos trasmitió, que nosotros aceptamos y sobre el que estamos fundados"...

-Para que mantengamos siempre viva en nosotros la capacidad de escuchar y acoger la Palabra de Dios...

Para la revisión de vida:

-También en mi vida hay muchas ocasiones en las "hemos estado bregando toda la noche y no hemos cogido nada". ¿Siento en esas ocasiones cerca la presencia de Jesús que me invita a "echar de nuevo la red"? ¿Y soy entonces capaz de "echar las redes fiado en su palabra"?

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


26.

PRIMERO LA PURIFICACION, DESPUES EL ENVIO

1. Isías como Pedro, ha contemplado la grandeza de Dios, y ante ella ambos se experimentan impuros. Cuando Isaias ve al Señor en una experiencia interior íntima y profunda, relatada con fantasía oriental, se siente hombre de labios impuros, que habita en medio de un pueblo de labios impuros. Y experimenta la necesidad de purificación y de limpieza interior. Un serafín que está junto al Señor, quema sus labios con un ascua llameante del altar y le dice que está perdonado su pecado Isaías 6, 1. Cuando Pedro ha visto la redada de peces tan grande que reventaba la red, y casi hundía la barca, confiesa también que es un hombre pecador Lucas 5, 1.

2. La presencia de Dios humilla al hombre, y le mantiene en respeto y compunción. La humildad le es necesaria siempre a todo miembro de la Iglesia y a la Iglesia entera, si de verdad ha de pescar, y si ha de dejar brillar por encima de todo la gloria de Dios: "No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria". "Tuyo es el poder y la gloria por siempre, Señor". La Iglesia para poder ser pescadora, ha de comenzar por tener conciencia de pecadora.

3. Isaías confiesa que vive en medio de un pueblo de labios impuros. Aquel era un pueblo desmoralizado por su clase dirigente, especialmente por sus reyes. El rey de Damasco y el de Samaría se alían contra el de Judá, Acaz, porque no ha querido coaligarse con ellos contra Asiria. Ajaz, rey de Samaría, pide ayuda al rey de Asiria, quien se la concede a cambio de vasallaje e influencia. Isaías se opone a esta alianza, pero a pesar de su oposición, se consuma, aunque ataca de raiz la Alianza con el Señor, la del Sinaí, y la de David. Para satisfacer a su aliado de Asiria, Ajaz empobreció al pueblo estrujándolo con tributos e impuestos y, lo que fue peor, construyó altares a los dioses asirios, y hasta llegó a sacrificar su propio hijo a Molok. Todo fue devastador: aquella alianza introdujo modas, cultos paganos, supersticiones y costumbres extranjeras, que eclipsaron el culto al Señor verdadero, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. El despilfarro y la corrupción dominaba en las clases de arriba, y el pueblo, como siempre, el pobre pueblo sufrido, era exprimido y vivía en la miseria.

4. Ese es el ambiente en el que vive Isaías, el pueblo de labios impuros en el que está sumergido. Y a ese pueblo es enviado, porque él, contrariamente a Jeremías, voluntariamente se ha ofrecido a ir a profetizar: -"¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí? -"Aquí estoy, mándame". A partir de ahí, el Señor formará el Resto de Israel, que se mantendrá fiel.

5. Igualmente Pedro será convertido en pescador de hombres, que, siguiendo el símil de los peces que viven en el mar, símbolo del mal, viven también abandonados a sus instintos, sin más ley que la carne y el mundo y dominados por el diablo. Habían estado faenando toda la noche y no habían pescado nada. Jesús, criado en tierra adentro, en Nazaret, no podía entender el oficio de pescador. Pedro, en cambio, era profesional y entendido. No se trataba pues de dar una lección de pesca, sino de pastoral.

6. Jesús, después de haber expuesto la palabra, dijo a Simón: "Rema mar adentro y echad las redes para pescar". Pedro se revolvería internamente: ¡Qué sabrá éste de pesca, si está agotado el caladero, o los peces hoy están en otra parte. Y además, de día. Pero si la hora de pescar es la noche! La obediencia da fuerzas. Contra toda evidencia y contrariamente a los datos empíricos, "en tu nombre, por tu palabra, echaré las redes". Fue una pesca tan impresionante que todos quedaron estupefactos. "No temas: desde ahora, serás pescador de hombres". "Y dejándolo todo, lo siguieron".

7. Jesús sigue invitando a todos a ser pescadores, allí donde cada cual está realizando su vida o cumpliendo su trabajo. Si comprobamos que no pescamos nada, o que nuestra pesca es escasa, en el hogar, entre los amigos, en el trabajo o en el campo de las diversiones, cuestionémonos si contamos con Jesús y si practicamos la obediencia de Pedro. A veces, parece que contamos sólo con nuestros medios, nuestra organización, nuestros talento, nuestra persuasión, y no recurrimos a la fuerza del Señor, no acabamos de creer que él actúa, que él obra nuestra salvación, que es su "evangelio el que nos está salvando" 1 Corintios 15,1, y no contamos con su acción, infinitamente más poderosa que la nuestra, ni con sus inspiraciones, ni con su intervención en el momento oportuno y menos pensado. Prescindimos de su presencia, oramos poco. Como a Domingo de Guzmán, que se mataba predicando y no convertía a la gente, le dijo la Virgen: "Domingo, siembras mucho y riegas poco", nos puede también decir a nosotros: Rezáis poco, por eso la cosecha es floja.

Pero si, haciendo todo lo que honradamente podemos, continúa nuestra esterilidad, confiemos en que nuestro trabajo no será baldío, aunque no veamos aquí el resultado. El Señor muchas veces oculta a nuestros ojos los frutos para que nuestra fe sea más pura y para mantenernos en humildad.

8. Teresa de Jesús ardía en deseos de darle almas al Señor y no podía, porque le faltaba campo y ambiente. Carlos de Foucauld, en el desierto del Sahara, a pesar de sus viajes a Francia y de sus cartas a tantos como conocía, murió sin haber conseguido ni un solo compañero, y sin haber obtenido ni una sola conversión en el mundo del Islam. El, en su humildad, creía que era a causa de sus pecados. Sabemos que estamos ante el misterio, y que lo que nos cumple a nosotros es lo que hicieron Pedro, Santiago y Juan: Seguir al Señor. El es el Señor a quien los serafines que vio Isaías, adoran. Ante ellos y ante los ángeles, con el salmista tañeremos y cantaremos los caminos del Señor Salmo 137.

9 Y en su Eucaristía, después de ofrecerle a Dios Padre en la unidad del Espíritu Santo, el sacrificio que más le agrada, recibiremos la fuerza para cumplir nuestra misión con amor y perseverancia, porque él está con nosotros hasta el fin del mundo.

J. MARTI-BALLESTER


27.

 COMENTARIO 1

LA PESCA ABUNDANTE

Pedro era pescador. Residía en la provincia de Galilea, al norte del país, en una aldea llamada Cafarnaún (aldea de Naún o de la consolación). Tenía allí su casa, lugar elegido por Jesús como centro de su actividad misionera mientras estuvo como predicador ambulante por aquella zona en la que pasó la ma­yor parte del tiempo de su vida pública.

La pequeña aldea de Cafarnaún se extendía unos 500 me­tros a orillas del lago de Genesaret, y se adentraba 250 me­tros hacia tierra, como han probado las excavaciones allí rea­lizadas, que han descubierto la planta de una manzana de casas, al estilo de las casas típicas andaluzas, con habitaciones en torno a un patio central, que datan del siglo I de nuestra era. De entre todas estas casas, una fue especialmente tratada con el correr del tiempo, aislada del resto del barrio con un muro, y convertida más tarde, hacia mitad del siglo V, en basílica, para lo que hubo que destruir alguna de las casas que la rodeaban. En el lugar se encontraron 131 inscripciones en diversas lenguas, alusivas todas ellas al carácter venerado de aquella casa. Los arqueólogos, con certeza casi absoluta, la identificaron con la casa de Pedro, donde Jesús curó a su suegra, y él mismo residía.

Cafarnaún está situada junto al lago de Genesaret, o yam kinnéret (mar de la lira), como se le denomina en el Antiguo Testamento hebreo, por tener la forma de este instrumento musical. El lago tiene 21 km. de largo por 11 km. en su parte más ensanchada, y 45 metros de máximo de profundidad. Lago de agua dulce y rica fauna, que se encuentra a 212 metros bajo el nivel del mar Mediterráneo. Rodeado de colinas que sólo se interrumpen para dejar paso por el norte al río Jordán, que lo abastece con sus aguas y lo abandona hacia el sudoeste para seguir su curso hasta morir en el Mar Muerto, otro in­menso lago en cuya agua salada no hay posibilidad de vida, al sur del país.

Cuenta el evangelista Lucas que «una vez que la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír el mensaje de Dios, es­tando él a orillas del lago de Genesaret, vio dos barcas junto a la orilla: los pescadores habían desembarcado y estaban la­vando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la retirara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, estuvo enseñando a la gente. Cuando acabó de hablar dijo a Simón: -Remad lago adentro y echad las redes para pescar. Simón contestó: Maestro, nos hemos pasado la noche bre­gando y no hemos recogido nada; pero ya que lo dices tú, echaré las redes. Así lo hicieron, y cogieron tal redada de pe­ces, que reventaba la red... Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo: -Apártate de mí, Señor, que soy un pecador... Jesús dijo a Simón: -No temas; desde ahora lo que pescarás serán hombres. Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron» (Lc 5,1-11).

Bonita y extraña escena que tiene un significado simbóli­co: en la escucha de la palabra, Jesús elige a sus discípulos de entre la gente y, en su barca, éstos llaman a tal cantidad de hombres, que tienen que ampliar el número de colaboradores: «Al ver que reventaba la red, hicieron señas a los socios de la otra barca para que vinieran a echarles una mano.»

La pesca abundante, a nivel simbólico, representa la tarea que Simón Pedro y los discípulos tendrán que realizar: arrebatar hombres (= peces) a las fuerzas del mal (= mar), si­guiendo la orden de Jesús de echar las redes para pescar (= predicar). Con Jesús, la pesca será abundante, aunque la hora no sea apropiada.

Para comprender el significado profundo de esta narra­ción, el atento lector tendrá que realizar una 'metáfora' (pa­labra que significa 'cambio, traslado' de sentido): deberá sus­tituir 'pesca de peces' por 'pesca de hombres', 'echar la red' por 'predicar' para atraer hombres a la comunidad de Jesús. Tarea que tendrá éxito sobreabundante si va dirigida por el espíritu de Jesús, patrón de la barca.



COMENTARIO 2

¿QUE ES LO QUE HAY QUE DEJAR?

Es importante aclararse en este asunto: para seguir a Jesús, ¿qué es lo que hay que dejar? Durante mucho tiempo parecía que lo que había que abandonar era todo lo que hace agradable la vida: el amor, la fiesta, la familia. Pero así, además de hacer insopor­table la vida del ser humano, hemos presentado la imagen de un Dios sádico que se complace en el sufrimiento de sus criaturas.



NOCHE DE DURA BREGA

... vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores habían desem­barcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas... Se sentó y... se puso a enseñar a las multitudes. Cuando acabó dijo a Simón:

-Sácala adonde haya fondo y echad vuestras redes para pescar.

Simón le contestó:

-Jefe, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, fiado en tu palabra, echaré las redes.



La existencia del hombre siempre ha estado amenazada por la muerte. Y no sólo porque el hombre sea mortal por naturaleza, como mortal es un árbol o un pájaro, sino porque en este asunto el hombre ha ayudado generosamente a la naturaleza. Hagamos un recuento superficial de las muertes que los hombres nos hemos ido inventando, día tras día, siglo tras siglo: la esclavitud, la guerra, la tortura, la explotación de los débiles, el imperialismo, el miedo a la crueldad de tantos dioses crueles, la pena de muerte, el hambre, las armas blancas, las armas de fuego, las armas convencionales, las armas nucleares, las armas químicas... La muerte una y otra vez repetida; la muerte... siempre sentida como cercana ame­naza. La vida humana queda así reducida a una larga noche de dura brega, luchando contra el viento y las olas de un mar adverso, y al final, cuando se hace el recuento..., ¡nada!

Pero eso no responde a la voluntad de Dios, a pesar de que siempre se ha metido a Dios en estos asuntos de muerte: diciendo que estaba del lado de los amos, colocándolo siempre como aliado de los vencedores -los que han matado con más eficacia- o atribuyéndole el origen de todos los males cuya causa está siempre mucho más cerca. Y eso pasaba inclu­so en el pueblo de Dios, en la nación que nació gracias a la intervención liberadora del Señor.

Por eso Dios decide intervenir para, defendiendo la vida del hombre, defender su propia dignidad, su gloria.



PESCAR HOMBRES VIVOS

Así lo hicieron, y capturaron tal cantidad de peces, que reventaban las redes... Simón Pedro se postró a los pies de Jesús, diciendo:

-Apártate de mí, Señor, que soy un pecador...

Jesús dijo a Simón:

No temas, desde ahora pescarás hombres vivos.



Lo primero que hace Jesús es presentar a los israelitas el proyecto de Dios, el mensaje de Dios, lo que poco antes había llamado el reino de Dios (Lc 4,43): una oferta definitiva de salvación; pero no sólo para la otra vida, sino para toda la vida, para todas las vidas, para todo lo que es vida.

En el mar, en el mismo escenario en el que se desarrollan la vida y la lucha por vencer, al menos un día más, a la muerte, allí reivindica Jesús la imagen de un Dios que es Padre bueno y que quiere ser conocido y aceptado como tal, como el que quiere con pasión a sus hijos, a los que, porque los ama, les ofrece su propia vida para que, amándose, se ayuden a vivir unos a otros.

Y después se pone a pescar con ellos. Es un trabajo duro, pero necesario, y que no tiene por qué terminar en la frustra­ción: «capturaron tal cantidad de peces, que reventaban las redes». Y a la vista del éxito, Jesús los invita a emprender otro trabajo: pescar hombres vivos para que sigan viviendo (y no como los peces).

La imagen que usa Jesús podríamos explicarla así: el mar es el ambiente duro y peligroso en el que el hombre debe sobrevivir; los peligros que el mar representa son las amenazas constantes a la vida, a la libertad, a la felicidad de los hombres. La tarea de Jesús y la de sus seguidores consiste en defender y salvar, en ese mar, la vida de los hombres: vida, y amor, y libertad, y felicidad...



DEJANDOLO TODO

Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.



Todo. Hay que estar dispuesto a dejar todo lo que estorba para ponerse a pescar hombres vivos; pero sería una grave contradicción tener que renunciar para ello a la vida.

Lo que hay que dejar sin más es todo lo que obstaculiza la tarea que queremos emprender, todo lo que es contrario al mundo que queremos construir: hay que romper con la injusticia, la ambición, el egoísmo, el ansia de poder, la com­plicidad con los sistemas y los poderes opresores... Hay que abandonar también los instrumentos que, como la vieja reli­gión, se han manifestado o resultan ya inútiles para el inmenso trabajo que hay que realizar. Hay que dejar atrás igualmente cualquier cosa que suponga la renuncia a la propia dignidad, cualquier realidad que constituya una esclavitud: las ideolo­gías dogmáticas, la intolerancia, los exclusivismos...

Y a veces habrá que abandonar alguna de las cosas buenas que nos ofrece la vida; las circunstancias irán indicando si, en cada caso, es necesaria una mayor renuncia. Pero, ¡aten­ción!, esto ya no sería una exigencia de Dios, sino la manifes­tación de lo mal organizado que está este mundo. Porque Jesús nos pide que estemos dispuestos a dejarlo todo -¡hasta la vida!-, pero no para perderlo todo, sino para que todos puedan gozar en plenitud de todo lo que es bueno.



COMENTARIO 3

LLAMADA DE LOS PRIMEROS DISCIPULOS, ISRAELITAS

La llamada de los primeros discípulos tiene como marco el lago de Genesaret. Lucas, a diferencia de Mateo y de Marcos, evita denominarlo «mar», pues su travesía connotaría la salida/éxodo del territorio judío hacia los paganos, siendo así que para Lucas el punto de partida del éxodo del Mesías ha de ser preci­samente el centro espiritual de la religiosidad judía, Jerusalén (cf. Lc 24,47-48; Hch 1,8). En el encabezamiento del episodio de la pesca -anticipado en relación con el de Jn 21,1-14- Lucas establece una referencia implícita («también él») a un pa­saje conocido de los lectores, la profecía de Ezequiel sobre el río de aguas salutíferas que mana del templo y sanea las aguas del mar (Ez 47,1-10): «Mientras la multitud se agolpaba alrede­dor de él para escuchar el mensaje de Dios, también él se paró a la orilla del lago de Genesaret y vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavan­do las redes» (Lc 5,1-2).

Se cumple la profecía: «Se pararán pescadores a sus orillas, procedentes de Engadí hasta Eglain; habrá tendederos de redes» (Ez 47,l0a). Ahora bien, en nuestro caso -como veremos inme­diatamente-, los pescadores han pasado la noche bregando y no han pescado absolutamente nada (Lc 5,5), mientras que allí se prometía una «pesca variada, tan abundante como la hay en el mar Grande, una cantidad extraordinaria» (Ez 47, l0b). El contrapunto servirá para dar relieve a la actuación de Jesús.



Mientras que allí era el agua que manaba del templo la que saneaba las aguas, aquí será la enseñanza de Jesús la que calificará la actividad de los pescadores: «Subió a una de las barcas, que pertenecía a Simón, y le rogó que la sacase un poco de tierra. Se sentó y, desde la barca, se puso a enseñar a las multitudes» (Lc 5,3).



LA ENSEÑANZA DE JESUS REVALORIZA

LA ACTIVIDAD DE LOS GRUPOS HUMANOS

Jesús se vale de dos grupos humanos ya constituidos, simbo­lizados por las dos barcas, liderados ambos por Simón, para ejemplarizar el alcance de la nueva enseñanza que imparte a la gente. La enseñanza de Jesús se traduce de inmediato en hechos palpables: «Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: "Sácala adon­de haya fondo y echad vuestras redes para pescar"» (5,4). Simón reconoce que el liderazgo de Jesús es superior al que él ejercía sin fruto: «Jefe, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, fiado en tu palabra, echaré las redes» (5,5).

El término «jefe» es buena muestra del concepto que Pedro se ha formado de Jesús después de haber escuchado su enseñan­za. A partir de ahora, los discípulos, siempre que se dirijan a Jesús, lo llamarán así, pues lo consideran un líder. La «noche» representa el pasado infructuoso de la actividad del grupo, que, capitaneado por Simón, ha experimentado la ineficacia de los medios humanos, en los que tanto confiaba.

El resultado de la nueva actividad asumida por el grupo bajo las directrices de la enseñanza de Jesús es totalmente otro: «Así lo hicieron, y capturaron tal cantidad de peces que reventaban las redes» (5,6). La nueva experiencia es compartida de inmedia­to por los socios de la otra barca, el otro grupo humano que había compartido hasta ese momento los ideales propugnados por Simón, llenándose de tal modo las barcas que casi se hundían (5,7). La única diferencia que existe entre su actividad anterior y la presente es el contenido nuevo de la enseñanza impartida por Jesús. El fruto abundante será una constante de la actividad humana llevada a cabo bajo las directrices de Jesús.

«Al ver esto, Simón Pedro (la primera vez que se presenta en el Evangelio el calificativo de "Pedro" "piedra", "duro de mollera") se postró a los pies de Jesús, diciendo: "Apártate de mí, Señor, que soy un pecador" (5,8). Pedro está en contradic­ción consigo mismo: si bien no es un judío practicante (cf. 4,38), se siente indigno/impuro ante Jesús, que viene a liberar precisa­mente a los que se tienen o son tenidos por «pecadores/descreí­dos» (cf. 5,32).

El texto evangélico insiste en la existencia de una comunidad humana y en el liderazgo de Simón, previos a la llamada de Jesús: «Es que él y todos los que estaban con él se habían quedado pasmados por la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón» (5,9-10a).

Jesús asume las realidades humanas, pero cambia su direc­ción: «No temas; desde ahora pescarás hombres vivos» (5,10b). Uno y otro grupo dejan los valores en que confiaban hasta ahora, y empiezan el seguimiento de Jesús (5,11), seguimiento al que serán invitados de ahora en adelante todos los que quieran ser sus discípulos. No se trata de un simple consejo evangélico, sino de una condición indispensable para llegar a ser miembros del grupo de Jesús. Este «dejarlo todo», por otro lado, comporta un cambio total en la escala de valores, cambio que no se realiza en un instante ni por un acto de generosidad, por muy pensado y reflexionado que se quiera hacer, sino día tras día, en la medida en que cada uno va integrando los valores del reino en la expe­riencia cotidiana.



COMENTARIO 4

La liturgia de este quinto domingo del tiempo ordinario nos presenta un tema de total importancia en la vida del cristianismo: el tema del "llamado".

La llamada (vocación) es un acontecimiento que afecta decisivamente y para siempre la existencia del hombre o de la mujer. Percibir, asumir y vivir fielmente esta vocación o llamada es algo que se va haciendo en un proceso de maduración diverso y gradual.

La experiencia de llamada (vocación) no es necesariamente razonable, coherente y del todo explicable; hay en ella, por el contrario, una gran dosis de misterio, es decir, algo inexplicable humanamente, algo inaferrable. La historia de los llamados o vocaciones, está con mucha frecuencia poblada de factores sorprendentes, espontáneos, injustificables desde la óptica de una interpretación de lectura meramente racional de la vida humana. El llamado, por otra parte, determina la persona humana tal cual es, de manera que su identidad personal está enraizada en este hecho.

Es la persona la que está en cuestión cuando hablamos de llamado-vocación. Cada persona es una identidad incomunicable, inapelable e intransferible. De ahí que cada vocación tenga ese peso de realidad personal. Se trata de esa aventura singular de cada cual con el Dios vivo, con el Dios de la justicia, que marca hasta los huesos y la médula del hombre y la mujer que han sido llamados.

Cada vocación tiene su contexto en el que se descubre, se desenvuelve y se realiza. Así, pues, cada uno de los llamados en el Antiguo Testamento (p.e. Abrahán, Moisés Isaías, Amós Jeremías, etc.) tuvo que descubrir al Dios que se les revelaba y los invitaba a vivir una experiencia profunda y dar respuesta en su propia situación al Dios que los invitaba a hacer nuevas cosas.

La llamada de Dios, acogida por el hombre y la mujer, les lleva a ponerse al servicio incondicionalmente y a dedicarse por entero, con las inevitables fisuras que acompañan nuestra andadura humana, a Aquel que se ha atrevido a dirigirse a nuestra vida.

Quien lleva a cabo la elección no es el ser humano, sino Dios, que es el que escoge, poniendo su mirada sobre el corazón del que llama. La elección no está jamás vinculada a la valía o al status de los llamados, sino al obrar libre y gratuito de Dios, que contradice, en verdad, todos los presupuestos humanos. A través de este obrar de Dios, él hace presente en la historia del mundo su acción soberana, su gracia y la seriedad de sus exigencias. Quien acepta que Dios lo elija inmerecida y sorprendentemente, reconoce su incondicionalidad y unicidad, como expresión de la asunción total de las exigencias que esto conlleva.

El llamado de Isaías y de los discípulos que Jesús invita al ministerio de la Buena Noticia, pone de manifiesto que Dios llama a quien quiere y lo dispone para el servicio a que lo ha llamado. Muchas veces, o siempre, Dios cuenta con aquellos que para la historia oficial no cuentan. Este es el gran misterio de todas las llamadas bíblicas. Tenemos que entrar a entender la dinámica de Dios, para poder asumir la invitación que él nos hace, de la misma forma que lo hizo Jesús.

Ninguno de nosotros tenemos autoridad moral para creernos llamados por Dios por mérito personal. Si Dios ha querido contar con nosotros para la diakonía del Reino, es pura iniciativa suya y es pura gratuidad de aquel que confió en nosotros para revelarse a la humanidad. Cuidado con el falso orgullo, ya que puede terminar asesinando en nosotros la obra de Dios.

COMENTARIOS

1. Jesús Peláez, La otra lectura de los evangelios II, Ciclo C, Ediciones El Almendro, Córdoba

2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Para que seáis hijos". Ciclo C. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

3. J. Mateos, Nuevo Testamento (Notas al evangelio de Juan). Ediciones Cristiandad Madrid.

4. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).