33 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO
28-33

 

28.

NEXO ENTRE LAS LECTURAS

El misterio de la libre y gratuita elección de Dios permea las tres lecturas litúrgicas. Isaías es elegido durante una acción litúrgica en el templo de Jerusalén: "Oí la voz del Señor que me decía: ¿A quién enviaré? (primera lectura). Pedro, por su parte, percibe la elección divina en medio de su oficio de pescador: "No temas, desde ahora serás pescador de hombres" (Evangelio). Finalmente, Pablo evoca la aparición de Jesús resucitado, camino de Damasco, a él, "el menor de los apóstoles...pero por la gracia de Dios soy lo que soy" (segunda lectura).


MENSAJE DOCTRINAL

1. Un Dios libérrimo en la elección. Sólo un Dios libre puede apelar a la libertad del hombre. Sólo si Dios es libre, se puede hablar de elección, no de coacción. La Biblia entera testimonia la soberana libertad de Dios en todas las cosas y en toda situación. Los textos litúrgicos atestiguan la libertad divina en la elección de los hombres. Dios es libérrimo para elegir a la persona que quiera: A Isaías, nacido en Jerusalén de familia acomodada, posiblemente de estirpe sacerdotal; a Pedro, proveniente de Betsaida, pescador en el lago de Tiberíades; a Pablo, oriundo de Tarso de Cilicia, con título académico de rabino, por un tiempo perseguidor de la Iglesia de Cristo. Dios es libérrimo para elegir en el modo y en el tiempo que desee: a Isaías durante una liturgia en el templo de Jerusalén, mediante una teofanía cúltica; a Pedro, sobre una barca, después de una pesca milagrosa, signo de una presencia divina; a Pablo, en el camino hacia la ciudad de Damasco, con el corazón ardiendo de odio por los cristianos. Isaías, Pedro, Pablo, tres paradigmas de la libertad de Dios en la elección de los hombres para la gran tarea de colaborar con Él en la redención de la humanidad.

2. Elección y experiencia de Dios. En sus misteriosos designios Dios ha querido unir la elección a una experiencia fuerte de Dios por parte del elegido. Las formas de llevarse a cabo tal experiencia difiere de unos a otros, pero la experiencia es común a toda elección. Esto significa que sólo en esa experiencia profunda, según edad, circunstancia, educación y carácter, el hombre puede caer en la cuenta de la elección divina. En esta experiencia de Dios se percibe con una lucidez meridiana, por un lado, la distancia y trascendencia de Dios, y, por otro, la indignidad del hombre. Isaías, por un lado, entra en el misterio de Dios, Rey y Señor todopoderoso, por otro, se siente perdido e impuro para ver y hablar de parte de Dios (primera lectura). A Pedro, ante la grandiosidad de la pesca, sólo posible por el poder de Dios, no le cabe otra reacción sino exclamar: "Apártate de mí, Señor, que soy un pecador" (Evangelio). La aparición de Jesús resucitado a Pablo le hace caer del caballo a tierra, quedar ciego, humillarse ante el poder de Dios, y finalmente recibir el bautismo de manos de Ananías. El Dios tres veces santo no puede irrumpir en la historia sin que el hombre sea desquiciado de sus seguridades humanas, y sea invitado a poner toda su confianza en el mismo Dios.

3. La única respuesta digna. El hombre, que Dios ha elegido, puede dar diversas respuestas, pero digna de Dios y del hombre sólo hay una: La humilde aceptación. Tenemos también en los textos litúrgicos de hoy tres paradigmas diferentes de una única actitud: Isaías, a la pregunta de Dios: "¿A quién enviaré?", responde: "Aquí estoy yo, envíame". Pedro, al escuchar a Jesús que le llama a ser "pescador de hombres", junto con sus compañeros de faena, reacciona generosamente: "Dejaron todo y lo siguieron". No menos generosa es la actitud de Pablo, después del costalazo en la tierra y de haber oído la voz de Jesús resucitado, él pregunta a su interlocutor: "¿Qué quieres que haga?". Luego, en la primera carta a los corintios (segunda lectura), al recordar esa visión de Jesús, por un lado se considera el menor de los apóstoles e indigno de llevar ese nombre, pero, por otro, está convencido de que "he trabajado más que todos los demás; bueno, no yo, sino la gracia de Dios conmigo".


SUGERENCIAS PASTORALES

1. Un Dios necesitado de los hombres. En la historia de la salvación aparece claro que Dios ha querido salvar a los hombres por medio de otros hombres. El único Salvador es Dios, pero los hombres son sus manos para distribuirla a todos los que la pidan, son sus labios para predicarla en las miles de lenguas de nuestro planeta , son sus pies para llevarla a todos los rincones de la tierra, sobre todo allí donde todavía no la conocen, aunque la anhelen vivamente. ¡Es un gesto imponente de la condescendencia de Dios para con la humanidad, de su infinito amor hasta rebajarse a ser mendigo del hombre! Dios mendiga de tí, sacerdote o laico, religioso o voluntario, tu ayuda. ¿Se la negarás? Mendiga de tí, joven, tu juventud para ofrecer su salvación a los jóvenes del mundo, y quizás no sólo tu juventud, sino toda tu vida para salvar al hombre, para liberarlo de sí mismo, para ennoblecer su vida de hijo de Dios. Mendiga de tí, adulto, tu adultez, en el estado de vida en que te halles, para que colabores con Él en la salvación de ti mismo, en la salvación de quienes viven en tu entorno familiar, profesional, social, cultural. Mendiga de tí, jubilado, anciano, tu tiempo, tu experiencia humana y espiritual, tu sabiduría de la vida, para que la transmitas a los demás, para que contribuyas a construir un mundo más humano y más cristiano. ¿Escucharemos los hombres el grito de Dios que pide nuestra ayuda?

2. Libertad de Dios, disponibilidad del hombre. Dios apela libremente a hombres dotados de libertad, una libertad que Él nos ha dado al crearnos y que debemos ejercitar para ser idénticos, para ser verdaderamente hombres. Dios no fuerza al hombre, ni lo hará jamás, a ser y comportarse como tal. El hombre puede usar su libertad para degradarse como las bestias, para renegar del mismo Dios que le dio la vida, para construir su existencia sobre el egocentrismo, para vivir sin esperanza. Ese tal no está disponible ante la libertad de Dios. Dios quiere que se realice como hombre, que se haga hombre, y él no está disponible, prefiere revolcarse en el lodazal de los cuadrúpedos. Dios se le propone como Señor de su vida, y él no está disponible, anhela más bien ser él su propio dueño y señor. Dios le llama a construir su existencia y su felicidad sobre la entrega, la donación de sí, pero él no está disponible, no tiene oídos sino para las sirenas encantadoras de su ego, que le atraen y sofocan en él todo altruísmo, toda humana fraternidad. Dios quiere infundirle una esperanza de eternidad, de victoria de la vida sobre la muerte, y él tampoco está disponible, está tan apegado al tiempo y a la materia, que hasta considera impensable la eternidad, un más allá del tiempo, una vida feliz con Dios y con los hijos de Dios en el cielo. ¿Qué puedo hacer para estar siempre disponible para Dios, para que también otros estén igualmente disponibles?

P. Antonio Izquierdo


29.

Hilo conductor de la enseñanza de estos 5 domingos:

 

En este domingo se sigue insistiendo en la llamada de Dios a la gran misión, que es: Hacer un mundo nuevo, hacer una humanidad nueva, vivir la nueva alianza (boda), que es la Buena Noticia que Cristo nos revela y nos trae: “ME QUIERO CASAR CONTIGO, CON LA HUMANIDAD

El domingo pasado nos decía el profeta Isaías: Antes de formarte en el vientre  de tu madre yo te elegí, antes de que salieras del seno materno yo te consagré: te constituí profeta de las naciones. Ármate de valor, levántate y diles lo que yo te mando”. Y ¿cómo me debo preparar para esta misión de profeta y así anunciar esta nueva noticia de esperanza?.

San Marcos, nos dirá en el capítulo 3, al narrarnos la llamada de Jesús a los doce: Llamó a los que quiso y ellos vinieron a él. Designó a doce, instituyó, pues, a los doce. Nos lo repite dos veces: Jesús llamó, Jesús instituyó a los doce. ¿Por qué esta insistencia, repitiendo lo mismo? ¿Qué hizo con ellos? ¿Para qué los instituyo? . Marcos nos lo dice y explicita:

Primero, para que le acompañaran; es decir, para que le conocieran, para que hicieran la experiencia de Dios. Sin la experiencia de Dios, sin la vivencia de Dios, no se puede anunciar nada, no se puede ser profeta, no se puede ser apóstol o enviado, no se puede ser cristiano.

. en segundo lugar, para enviarlos a predicar, a anunciar esta Buena Noticia, pero para ello se necesita antes haber hecho esa experiencia de Dios, mientras se está con él.

 

El profeta Isaías nos habla hoy de esa experiencia de lo divino, de su santidad, y de su gloria. Santidad, santo, quiere decir distinto de los demás, diferente a los que le rodean, es decir, es el “Todo-otro”. Si en la empresa donde yo trabajo, los empleados roban todo cuanto pueden y yo no lo hago, soy naturalmente distinto a ellos, soy diferente de los demás que roban. Y eso de ser distinto y diferente, en latín se dice “sanctus” o santo. Cuantos se relacionan con Dios aceptan y se comprometen a convertirse en “todo otros”, santos, como Dios es santo. De nada sirve saber muchas cosas de Dios, si no se hace la experiencia de Dios. Y cuando se hace la experiencia de Dios, esa experiencia repercute en toda la vida del hombre hasta convertirse en “todo otro”, es decir: diferente, distinto, santo, en una palabra. A un hombre depravado, que había hecho la experiencia de Dios, le preguntaban sus amigotes: ¿Pero tú no eres aquel, que conocimos en nuestras bacanales? Y él les respondió: yo ya no soy aquel, yo soy “todo-otro”, diferente, santo.

Cuando Isaías contempló la santidad y la gloria de Dios, con el fondo del canto de gloria de los ángeles: Santo, santo, santo es el Señor, Dios del universo; toda la tierra está llena de su gloria”, exclamó: ¡pobre de mí, estoy perdido, porque soy un hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo que tiene los labios manchados!. Sintió arrepentimiento, dolor de sus pecados y de su condición de pecador.

Al hacer la experiencia vital de Dios, repercutió de tal modo en su vida, que de hombre de labios impuros, se convirtió en profeta, en enviado, en apóstol.

El Señor de la gloria y santidad dijo entonces: “ ¿A quién enviaré?¿ quién será mi mensajero de la buena nueva, de la misericordia? Entonces, Isaías, ya convertido, siendo “todo-otro”,  pudo responder con sinceridad, con autenticidad: “Aquí estoy, envíame”. Está en la misma actitud de María, cuando respondió al ángel, enviado por Dios; Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí, según tu palabra”.  

Tú, mi buena hermana, mi buen hermano, ¿puedes decir lo mismo: “aquí estoy, envíame? Ya sabes, antes, para poder decir esto de verdad, hay que convertirse, cambiar los “labios impuros”, por unos labios de santidad y de alabanza.

En el evangelio de hoy vemos el mismo esquema, la misma enseñanza. Pedro hace la experiencia vital de Dios. Le sube en su barca y le escucha, haciendo la experiencia de su palabra. Así se ha comprometido con Jesús, que primero le solicita vuelva de nuevo a bogar mar adentro, volver de nuevo a su lugar de fracaso, pero, ahora no solo, sino con Jesús: “Señor, toda la noche hemos estado faenando y nada hemos conseguido, pero si tú lo deseas, echaré de nuevo las redes, en tu nombre”.

La pesca fue tan abundante, que las redes estaban a punto de romperse. Era una realización de lo que los profetas habían anunciado: “Cuando llegue el último Enviado, el Mesías – Salvador, la abundancia y riqueza de lo mejor serán manifiestas”.  Al ver esto, Simón Pedro se echó  a los pies de Jesús y le dijo: Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador”. La experiencia de lo divino provoca la conversión, lleva al arrepentimiento y cambio de vida, a ser “todo-otro”. Y ya, siendo “todo-otro” en su corazón, Jesús le respondió: No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres”. Y ellos atracaron las barcas a la orilla y abandonándolo todo, lo siguieron. Fijaros bien: abandonándolo todo. La conversión fue total

Ojalá que nosotros también vayamos haciendo la experiencia verdadera y vital de Dios, no quedándonos en una experiencia pobre, sin sabor, ni sentido y hasta algunas veces, sospechosamente mágica, para que cambiando de verdad nuestras vidas, siendo “todo-otros”, podamos responder a esta llamada de Dios: “¿A quién enviaré? ¿Quién será mi mensajero?, “aquí estoy, envíame”, le podrás responder.

Cristo designó, instituyó a los doce para:

1º.- que lo acompañaran, para que estuvieran y vivieran con él y que así pudieran hacer la experiencia de Dios y de la comunidad de hermanos, y llenos de Dios y del amor fraternal,

2º.- enviarlos, en un segundo momento, a predicar a) la Buena Noticia b) y luchar contra el mal en el hombre, y contra el pecado.

 

Iglesia, pues, que no es misionera, no es iglesia de Jesucristo. Cristiano que no es misionero, no es cristiano. Danos, pues, Señor, la gracia de hacer la experiencia vital de Dios, en esta Eucaristía que vamos a celebrar, y que te podamos responder. Aquí estoy, Señor, envíame a mi familia, a mi comunidad cristiana parroquial, envíame a mi barrio, a mi pueblo o mucho más allá, para que cambiando de vida, como Isaías, podamos contar y cantar a todos los hombres tus maravillas.  

                                           AMEN

                                                                                                                                             P. Eduardo Martínez Abad, escolapio

edumartabad2escolapios.es


30. DOMINICOS 2004

La liturgia de la Palabra, en este 5º domingo del Tiempo Ordinario, se la puede denominar la del “Encuentro con Dios”. Tanto en la primera lectura como en el evangelio en la que Dios se hace el encontradizo para hacer su llamado. A este acontecimiento también se le podría denominar: vocación.

Dos personajes son los protagonistas de este llamado: Isaías y Simón Pedro. Ellos en un diálogo, siempre con resistencia, con sus miedos e inseguridades, responden de modo positivo a quien les llama, a pesar de que eso supone cambiar radicalmente sus vidas, sus propios proyectos vitales.

Será, pues, un domingo, en el marco de la asamblea cristiana, para encontrarnos con Dios, para renovar nuestra vocación para la misión que Dios nos ha encomendado, a la que nos ha llamado.

 

Comentario Bíblico

Todos somos llamados a ser profetas y pescadores de hombres

 

            En el centro de las lecturas de este domingo aparece como mensaje fundamental la fuerza de la Palabra de Dios para cambiar la vida de aquellos que la escuchan, la acogen y la siguen. Esto es bien manifiesto en el evangelio y en la primera lectura profética; pero no lo es menos en el “credo” que Pablo propone a la comunidad de Corinto, recordándoles que si ellos son una comunidad de creyentes, se debe a que han acogido el mensaje, que él, a su vez, había recibido de los testigos de Jesús: que Cristo murió por nosotros y ha resucitado para darnos a todos la vida.

 

Iª Lectura: Isaías (6,1-2ª.3-8): La palabra de Dios que transforma

I.1. En la lectura profética se nos describe la experiencia de Isaías en el templo de Jerusalén cuando es llamado para ser enviado y hablar al pueblo en nombre de Dios. El profeta se siente indigno, porque ha tenido una experiencia tan intensa de lo que es Dios, de lo que es su Palabra, que no se atreve a hablar a un pueblo infiel, ya que él mismo se considera parte de ese mismo pueblo. Pero con un simbolismo de purificación de uno de los serafines (serafín tiene una raíz hebrea que significa “arder”), en definitiva de la acción curativa y purificadora de la Palabra de Dios, se siente impulsado a hablar a los hombres de Dios. La Biblia sabe muy bien expresar la transformación de la situación de pecado del hombre por medio de la intervención salvífica de Dios.

I.2. Lo que se quiere poner de manifiesto en esta experiencia del propio profeta, no es algo que solo vivirá él, sino todo el pueblo a causa de su palabra profética, que es Palabra de Dios. Quien es llamado a ser profeta siente que le arde el alma y el corazón. ¡Da miedo, claro! Pero la misma Palabra transforma el miedo en valentía y audacia. Cuando ruge el león (como dice Amós 3,8 “Ruge el león, ¿quién no temerá?   Habla el Señor Yahvé, ¿quién no profetizará?). Dios tiene esas intervenciones extraordinarias, a base de experiencia personales, que arranca de la indolencia y la trivialidad. El profeta que tiene la “suerte” no dormirá tranquilo. Ya verá la vida y la religión de otra manera. A cada uno le ocurre en su “status”. Es probable que Isaías fuera de familia distinguida, quizás sacerdotal. Ahí llega también la palabra de Dios para purificar y transformar.

 

IIª Lectura: Iª Corintios (15,1-11): El credo fundamental del cristianismo primitivo

II.1. En el contexto de 1Cor 15, estos versos iniciales marcan una pauta determinante porque están construidos en torno a la fe primitiva de los cristianos que se resumen, con solemnidad, anunciando la muerte y resurrección de Jesús. ¿En que se apoyan? En la experiencia que tienen de Él después de su muerte. La muerte no ha sido para Él una derrota; no es necesaria, ni lo será para nadie una segunda muerte. No sería justo ni para Dios, ni para ningún hombre. Por tanto, tampoco para Jesús. La resurrección se impone en sus vidas como una experiencia de vida. Esto es una revelación de Dios, que tienen que aceptar por la fe. Así fue y así lo recibió Pablo, y de la misma manera se lo trasmitió a su querida comunidad de Corinto en el mismo momento de la fundación. A eso le llama Pablo, concretamente, el Evangelio.

II.2. Como ya hemos dicho es un "credo", una confesión de fe trasmitida por Pablo. Es verdad que Pablo pretende legitimar su papel de Apóstol para combatir a algunos que niegan la necesidad de la resurrección, y por lo mismo, el hecho fundamental de que Jesucristo hubiera resucitado de entre los muertos. Él, Pablo, se considera como un apóstol abortivo (significa que la experiencia del Señor resucitado para él es como un nacimiento imprevisto, inesperado, casi imposible, ya que él estaba bien convencido de su judaísmo y del valor de la ley, e incluso había perseguido a la comunidad que confesaba a Jesús resucitado), no lo merecía. Pero ahí está dando a conocer en el mundo entero la gran noticia de la resurrección de Jesús y de todos los hombres.

II.3. Pablo les recuerda esto, porque está poniendo unas premisas indiscutibles, ya que intenta responder a una noticia que le ha llegado: que algunos no ven necesario hablar de la resurrección con lo que esto significa desde la mentalidad antropológica de un judío, pero en confrontación con la mentalidad griega. Si comienza así, con esa solemnidad, es porque este “Evangelio” es el principio y la base de toda su argumentación posterior. Debemos reconocer que esta es una de las piezas maestras de los textos de Pablo. Si no se acepta que Cristo ha sido resucitado por Dios, el cristianismo que ellos han aceptado, el evangelio, no tiene sentido. Si Cristo no vive con una vida nueva entonces… el cristianismo no tiene nada que ofrecer a los hombres. ¡Pero no! Cristo ha resucitado… y él mismo ha tenido experiencia de ello, de la misma manera que los otros apóstoles la tuvieron antes que él.

 

Evangelio: Lucas (5,1-11): La palabra de Dios que cambia la vida de los hombres

III.1. El evangelio nos relata la vocación de Pedro en un pasaje propio de Lucas, distinto de la vocación de los primeros discípulos narrada por Mc 1,16-20; está más próximo de Jn 21,1-11 sobre el momento de las experiencias que tuvieron los apóstoles después de la resurrección de Jesús. Los inconvenientes que Pedro pone a salir a pescar con Jesús y echar las redes en el agua tienen cierto parecido con la objeción de Isaías para desempeñar la misión de profeta. Han estado toda la noche y no han encontrado nada; ahora, casi de día, es más difícil aún, los peces no acuden. Pero en este caso van con Jesús, con el Señor que trae la Palabra viva de Dios. Es eso lo que les hará dejarlo todo para seguirle; dejarán incluso la pesca milagrosa que han recogido para emprender una misión nueva, para pescar a los hombres en el mar de la vida y anunciarles la salvación de Dios.

III.2. Ciertos detalles del texto son dignos de mención: Jesús está en el lago, y la muchedumbre acude para escuchar la “palabra de Dios” (logos tou theou, que es una expresión que es frecuente en la obra de Lucas: 8,11.21; 11,28, Hch 4,31; 6,2.7; 8,14; 11,1; 13,5.7.44.46; 16,32; 17,13; 18,11). Pero esa palabra de Dios, se va a convertir es una fuerza transformadora que haga que Simón y los hijos del Zebedeo, Santiago y Juan, tengan que dejar de ser pescadores, que estaban asociados (koinoi) en el lago, para seguir a Jesús como “pescadores de hombres”. Lo extraordinario de la pesca también tiene su significado, especialmente porque no era la hora de pescar, por la noche, sino a la luz del día. La orden de Jesús, su palabra, hace posible lo que no es normal. Así sucede, pues, con el evangelio que trasforma el miedo en alegría. Pedro se confiesa pecador, indigno, como los profetas. Pero eso no importa… lo importante es seguir a Jesús.

III.2. Por lo mismo, en todas las lecturas, vemos cómo se impone la Palabra de Dios, Dios mismo, Jesucristo resucitado, en la vida de todos aquellos que deben colaborar en el proyecto salvífico sobre este mundo y transforma la existencia de cada uno. La Palabra de Dios tiene una eficacia que motiva la respuesta de Isaías, de Pedro y los apóstoles y de Pablo. No eran santos, sino pecadores y alejados de la “santidad divina”. La Palabra, Jesucristo, su evangelio, se impone en nuestra vida, pero no nos agrede: nos interpela, nos envuelve misteriosamente, nos renueva, cambia los horizontes de nuestra existencia y nos lleva a colaborar en la misión profética del evangelio, que es la misión fundamental de la Iglesia en el mundo. Si al principio dan un poco de miedo las respuestas, estas se hacen radicales, porque no es necesario ser santo o perfecto para colaborar con Dios. Hace falta prestarle nuestra voz, nuestro trabajo y todo será distinto. Se nos propone una vida nueva, en perspectiva de futuro, sin cálculos...y todo cambiará, como cambiaron Isaías y como cambiaron Pedro y Pablo. No somos santos, no somos perfectos ¿cómo podremos? Cuando aprendemos a fiarnos de Jesús y de su evangelio; cuando queremos salir de nuestros límites, la Palabra de Dios es más eficaz que nuestras propias razones para no echar las redes en el agua, en la vida, en la familia, entre los amigos, en el trabajo... y seremos profetas, y seremos pescadores.

Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org

 

Pautas para la homilía

 

La Palabra de Dios nos presenta dos textos bíblicos con un matiz vocacional. El profeta Isaías y  la llamada de Jesús a Simón Pedro y a sus compañeros. Todos podrán decir como Pablo al final de su vida, no fueron ellos con sus miserias sino la gracia de Dios en ellos quien hizo, o llevó a buen término, la obra de la evangelización.

Y es que la vocación es un llamado por parte de Dios. Llamado ante todo a escucharle y a sentirle, es un encuentro con la Palabra y con el ser de Dios. Ese llamado es a realizar una misión. Dios promete estar junto al que atienda a su llamado. Por contrapartida la persona debe responder a Dios.

 Al igual que respondieron Isaías y Pedro. Nosotros podemos encontrarnos con Dios y responder. Cada uno de los personajes que nos presentan las lecturas, se encontró con Dios y pudo dialogar con Él. Como María dialogó con el ángel que le anuncia su maternidad virginal.  Diálogo que parte de la iniciativa de lo alto y se da en la cotidianidad de la vida de la persona o en momentos especiales –una visión o sueño, una escena…-. Siempre queda la libertad de la persona para responder: Dios llama, sugiere, estimula, anima; nunca impone.

 

¿Cómo fue la vocación de Isaías? Se da con un esquema de vocación profética. Manifestación de la teofanía en forma de visión que muestra la gloria y plenitud divina. La presencia de Dios lo llena todo y su gloria está presente en el recinto sagrado. Se presenta a Dios como el Señor de la creación y el Ser Trascendente a todo lo creado. Isaías ante esta visión cambia sus esquemas para abrirse a la presencia de Dios.

En esta situación Isaías se declara “perdido”. Hay una manifestación de rechazo por su limitación e impureza reconociendo que “he visto al Rey y Señor”. Es purificado. Dios destruye la barrera que el hombre ha establecido con su Creador: el pecado.

Ante la escucha de la voz del Señor que pro-voca e interpela Isaías acepta asumir  el don de Dios  para la misión.

 

En el evangelio de este domingo se da un giro sustancial. Jesús nos había presentado su misterio público. Hoy con la llamada a Simón Pedro y sus compañeros Jesús anuncia que cuenta con ellos para el proyecto de Dios, para poder realizar la voluntad de su Padre.

¿Cómo se realiza la llamada? Jesús subió a la barca de Simón y sentado enseñaba a la gente. Mar adentro se da la pesca milagrosa, realizada desde la impotencia de Pedro, después de estar bregando toda la noche, “pero, por tu palabra, echaré las redes”.

Ante este hecho la afirmación de Pedro: “apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. Es el reconocimiento de que Jesús es el Señor. La llamada de Jesús a Simón Pedro está en marcada de autoridad. Jesús le da la misión: “no temas, desde ahora serás pescador de hombres”.

 

Todos estamos llamados, por el bautismo, a la vocación del seguimiento a Jesús. Dios, de muchas formas y maneras, se hace el “encontradizo” con nosotros a lo largo de nuestra vida. Nos “pro-voca”. Se hace presente, de maneras diversas, para renovar nuestro seguimiento.

Utilizamos estos textos, y otros, refiriéndonos a la vocación religiosa. Es verdad, pero no es toda la verdad. La vocación más común es al matrimonio, aunque el Señor suscita la vocación religiosa en la humanidad.

Hoy es un domingo para que cada uno de nosotros, en la opción que hayamos tomado, debamos dejar a Dios que se encuentre con nosotros. El está dispuesto a dialogar. El renovará nuestra vocación. No tengamos miedo.

Fray Antonio González Lorente, O.P.
aglorente@dominicos.org



31.2004. Servicio Bíblico Latinoamericano

Primera lectura
El autor ubica la escena en un tiempo concreto, año 740 a.C. que corresponde a la muerte del rey Osías (740 a.C). El relato se divide en dos partes: la visión (vv. 1-4) y la reacción del profeta (vv. 5-8). Una tercera parte ha sido excluida en nuestro texto (vv. 9-13) que cuenta la misión que recibe el profeta. Realmente todo el capítulo 13 forma una unidad literaria. Por su similitud con los relatos de vocación de Jeremías y Ezequiel, que tienen estas mismas tres partes, algunos consideran este relato como de vocación. Sin embargo, el contenido nos lleva a pensar en un relato de misión.

La escena comienza a desarrollarse probablemente en el templo de Jerusalén, donde el profeta recibe la visión de una liturgia celeste. El profeta ve a Yahvé con los rasgos de un rey, ejerciendo su poder. También sobresale un lenguaje de plenitud expresado en frases como “el ruedo de su manto llenaba el templo”, “su gloria llena la tierra toda”... Los serafines (serafín = ardiente), seres alados de fuego, que no son todavía los ángeles de la tradición posterior, están por encima del rey, en actitud de servicio. Los serafines entonan el canto del «santo, santo, santo». La santidad de Dios se hace visible a través de su gloria, y la gloria de Dios se manifiesta a través de sus obras en la creación y de sus acciones liberadoras a favor de su pueblo.

En los vv. 5-7 se nos muestra la reacción de Isaías ante la visión, poniendo el acento en la impureza de sus labios y los de su pueblo. Se siente perdido por que tal vez no habló en el momento que lo debía hacer, esto lo hace impuro e incapacitado para ejercer su vocación de hablar en le nombre de Yahvé. La exclamación angustiosa que expresa conversión es atendida con un serafín quien a través de un carbón encendido toca su boca para que le sean perdonados sus pecados. Isaías entonces está habilitado de nuevo como profeta, no sólo para hablar sino para escuchar la voz de Dios que busca un profeta. Pasando de la angustia del pecado a la seguridad de estar acreditado para hacer de profeta, responde de inmediato “aquí me tienes”, manifestando así su disponibilidad y pertenencia absoluta a la voluntad del Señor.

Segunda lectura
Todo el capítulo 15 de 1 Corintios tiene como eje temático la resurrección de Jesucristo, puesta en duda en el v.12: “¿cómo dice alguno que no hay resurrección de los muertos?”. Al comenzar el capítulo Pablo recuerda la Buena Nueva como el mejor regalo entregado a la comunidad de Corinto, regalo que fue recibido y mantenido con fidelidad a las palabras anunciadas. Aparece claro que el elemento común a los cristianos de todos los pueblos, culturas y tradiciones es la palabra de Dios. El contenido de la Buena Nueva lo describe Pablo citando un fragmento del primer credo cristiano que tiene como protagonista a Cristo, como testimonio de solidaridad, su muerte por nuestros pecados, como punto de referencia, las Escrituras, como respuesta solidaria humana, su sepultura, como intervención directa de Dios, su resurrección, como testigos de la resurrección, a todos los que se les apareció. El Dios de la Vida y la vida de nuestro pueblo es la razón de ser de toda vocación cristiana, que es vocación a defender y acrecentar la vida. «Para que tengan Vida y Vida en abundancia».

Evangelio
Mientras en Marcos Jesús elige sus primeros discípulos antes de iniciar su actividad misionera, Lucas presenta primero su proyecto misionero en Nazaret (Lc 4,14-30) y realiza sus primeros signos (Lc 4,31-44) para sólo hasta el evangelio de hoy elegir sus primeros discípulos. El evangelio comienza reseñando el éxito de la actividad misionera de Jesús. La gente se agolpaba para escuchar su palabra, mientras se encuentra a orillas del lago de Genesaret (significa lago del jardín de la riqueza). El mismo lago es también conocido con los nombres de mar de Tiberíades -por la ciudad portuaria que lleva este nombre- y mar de Galilea. Realmente es un lago, al que por su tamaño, sus vientos, su riqueza y el poco conocimiento que tenían los judíos del mar, desde muy antiguo lo llamaron mar. El lago tiene veinte kilómetros de largo por trece de ancho. Está ubicado a unos 207 metros bajo el nivel del mar. En tiempos de Jesús tenía a su alrededor nueve ciudades densamente pobladas.

Jesús vio dos barcas vacías, por que sus pescadores estaban en tierra lavando las redes, y utiliza la de Simón, a quien le pide que la aleje un poco de la orilla para utilizarla como púlpito de predicación. Simón debe sorprenderse por que del relato se deduce que él y los demás pescadores estaban más preocupados de sus redes que de las palabras de Jesús.

En el v. 4 Jesús ha terminado su predicación a la gente y parece centrar su atención ahora en los pescadores. Le pide a Simón que reme mar adentro y echen las redes. El uso del verbo echar en plural indica que la petición no es sólo para Simón, aunque él sea su directo interlocutor. Para las comunidades cristianas «remar mar adentro» significa la necesidad de arriesgar para salir a anunciar la palabra de Dios a otros pueblos. Y echar las redes simboliza la actividad misionera que permite “pescar” hombres y mujeres para la causa del Reino. La autoridad de Jesús debe ser reconocida por Pedro porque no pone objeción a sus órdenes. Sin embargo, la petición de echar las redes contrasta con la realidad. ¿Creer en la palabra de un hombre que recién conocen, o en su palabra de pescador, que sabe por experiencia que de día no se pesca, y menos cuando en la noche anterior ha sido inútil intentarlo?

Simón, llamándolo jefe, (algunos traducen equivocadamente maestro) se decide por las palabras de Jesús. Echan las redes y la pesca resulta abundante. Esto significa para las comunidades cristianas la necesidad misionera de anunciar la palabra para pescar personas. Lo importante es que mientras confiemos en Jesús cualquier hora es buena para la pesca. Entones llamó a sus compañeros para que le ayudaran. La misión es siempre una tarea comunitaria. Sólo entre todos podemos llenar este mundo de la palabra liberadora de Dios. Simón Pedro al ver esto reacciona llamando a Jesús Señor, antes le había dicho jefe, (título propia de las primitivas comunidades cristianas para dirigirse a Jesús resucitado) reconociendo que es un pecador, lo que significa que hasta ahora confiaba en Jesús como en alguien con autoridad, pero no que actuaba en el nombre de Dios.

Tanto Simón como sus compañeros (Santiago y Juan) se quedaron sin palabras ante tal acontecimiento. Jesús le dice a Simón, en representación de todos los discípulos, que no tenga miedo, porque en adelante serán (aquí utiliza el plural que incluye a Santiago y Juan) habladores o predicadores o pescadores de personas. Los tres pescadores lo dejaron todo para seguir a Jesús. Esto invita al desprendimiento que debe tener todo seguidor de Jesús (cf Lc 5,28; 12,33; 18,22) y que debe convertirse en distintivo de toda comunidad cristiana. Viendo el relato en su conjunto encontramos en la Palabra una de las claves centrales del relato. Al inicio la multitud se agolpa para escuchar la palabra (v.1). En el centro del relato, Pedro decide echar las redes sólo por la palabra de Jesús (v. 5). Al final Pedro se queda sin palabras (v. 9), pero Jesús lo rescata para hacerlo misionero de su palabra o pescador de personas (vv. 10-11).

Al inicio la palabra convocaba a la multitud. En el centro la palabra es fuerza y confianza para realizar una pesca extraordinaria. Al final la palabra es vocación y misión.

Para la revisión de vida
Probablemente en mi juventud hubo una vivencia fervorosa de vocación. Me sentí llamado/a. ¿Cómo están las ascuas de esa experiencia ardiente? ¿Como un rescoldo apagado, o vivo? ¿Necesito avivar esa experiencia, o por lo menos volver a ella, para retomar conciencia del llamado que Dios me hace?

Para la reunión de grupo
-¿Qué es la vocación: algo que tiene un fundamento fuera de nosotros mismos, algo que reside en nuestro corazón, o en nuestra decisión?

-¿Se puede ser cristiano sin decidir discernidamente ante Dios qué hacer con mi vida como totalidad?

-Reflexionar-dialogar sobre este pensamiento (especialmente para la reunión del grupo juvenil):

“No sé de privilegio más atractivo que éste de haber encontrado la vocación, de haberse encontrado uno a sí mismo. La mayoría de los mortales vive como descaminada. Acepta su destino con resignación pero no sin la secreta esperanza de eludirlo algún día. Sólo son felices aquellos que saben que la luz que entra por su balcón cada mañana viene a iluminar la tarea justa que les está asignada en la armonía del mundo”.

Para la oración de los fieles
Hoy vamos a responder “Te lo/a expresamos, Señor”.

-Nuestra alegría por haber sido llamados a la existencia, a la vida y al amor… te la expresamos, Señor

-Nuestro agradecimiento por todos los que han hecho posible nuestra vida, nuestro crecimiento y nuestra felicidad… te lo expresamos, Señor

-Nuestro deseo de ser agradecidos y entregar gratis a los demás lo que gratis hemos recibido… te lo expresamos, Señor

-Nuestra voluntad decidida de que en nuestra familia y en nuestra comunidad se cree un ambiente de amor y de acogida del llamado de Dios… te la expresamos, Señor

-Nuestra voluntad de comprometernos cada día a construir un mundo más digno de Dios y de sus hijos e hijas… te la expresamos, Señor

Oración comunitaria
Dios Padre Madre, que misteriosamente nos pones en la existencia y nos haces depositarios de este caudal invaluable que es la vida, el tiempo, la posibilidad de ser y de elegir, de querer y de hacer, de amar y construir... Queremos expresarte nuestro deseo de ser cada vez más conscientes del valor de la vida que llevamos entre manos, y la alegría estremecida de saber que podemos hacer de ella, ante Ti y ante la Historia, una aventura personal, irrepetible, de amor y de felicidad. A Ti que eres amor y felicidad por los siglos de los siglos. Amén.



32.
ARCHIMADRID 2004

REMA MAR ADENTRO

Cuando terminó el gran Jubileo del año 2000 el Santo Padre el Papa quiso regalar a la Iglesia y al mundo un documento que fuera como un punto de partida. Muchos podrían haber pensado que después de todo el esfuerzo por festejar esos dos milenios ya se había agotado toda la pólvora en salvas. Y no. Después de 2000 años de cristianismo la Iglesia es eternamente joven y se presenta libre de arrugas ante el mundo, dispuesta a mostrarle el verdadero rostro del hombre. Era un documento lleno de un optimismo sobrenatural, y cargado de una esperanza firme lejos de todo toque ilusorio. Tertio millenio ineunte. Al comienzo del tercer milenio. ¿Qué es lo que ha hecho el Papa en estos 25 años de pontificado sino esto: devolverle a la Iglesia, al hombre, al mundo el verdadero rostro en quien mirarse: Cristo? Y eso encaminándola con paso firme a este tercer milenio donde Cristo ha de tener cada vez más voz propia.

Al comienzo del tercer milenio, según algunos la modernidad habría dado ya el toque de gracia a todo lo que sonase a retrógrado, oscurantista, pasado, y todo tipo de etcéteras. El hombre liberado y sin ataduras era el que parecía presentarse como vencedor. Sin embargo, el Papa, un hombre ya anciano, proponía de nuevo algo que ya propuso Cristo, aquella tarde inmensa con una multitud deseosa de llenarse de sentido: “rema mar adentro”. La Iglesia ahora, como Cristo con sus apóstoles, tiene que remar mar adentro, no es bueno quedarse a la orilla, no estamos para pasear por la playa viendo el horizonte estallar de luz frente a nosotros, y quedarnos encogidos de hombros. Hay que mojarse, y para eso hay que remar. Lo que ha hecho siempre la Iglesia, navegar en las procelosas aguas del mundo para vivir y hacer vivir.

Los hijos de la Iglesia tenemos esa honrosa preocupación: no podemos quedarnos como encogidos ante los retos que se presentan en nuestro mundo. Hemos de aceptarlos y no tener miedo a mojarnos “hasta las cachas”, remando mar adentro. ¿Acaso podemos contemplar las cosas que no van resignadamente y decir que es una pena, y ya está? ¿Hemos de hacer de coros de aquellos que llevan la voz cantante porque en un determinado momento han subido al estrado e intentan por ello imponer su “sinfonía”? ¿Hay que aplaudir sin más lo que dice todo el mundo, sencillamente porque lo dice todo el mundo y no vamos nosotros a desentonar…?

La Iglesia tiene sobre sus hombros ese encargo importante de ser la conciencia de nuestra sociedad, y no puede hacer dejación de ello, por distintas razones: porque obedece a un encargo de Cristo, porque hace un servicio al hombre y, entre otras muchas más, porque le asiste la libertad de plantear las cosas según su criterio. Para ello se sabe apartar de la orilla, para objetivamente ver las cosas, y luego remar mar adentro.

En aquella ocasión se trataba (como ahora) de pescar. Y no se trata tanto de acomodarse a lo que a uno puede, sin más, sino a lo que uno está llamado a dar, con Dios. Si el Señor le hubiera hecho caso a los planteamientos humanos de Pedro aquella noche no hubieran tenido la alegría de llenar la barca. Si la Iglesia no tuviera la audacia de proponer ese espejo en el que ha de mirarse el hombre: Cristo, dejaría a la propia humanidad herida de muerte, en su condición más precaria.

Estamos demasiado acostumbrados a lo facilón, a las inercias que nos imponen, a golpe de moda, de modernidad, de lo políticamente correcto. Y la obediencia en Cristo, parece que termina escociendo. ¿Tiene la Iglesia que callar y hacer dejación de ese construir humanidad? Muchos, incluso de otras barcas están deseosos de echar una mano, porque es una empresa que, a la larga, beneficia no sólo a los del “gremio”, sino a todo hombre. ¿Por qué no nos daremos cuenta?

Pídele a Nuestra Madre la Virgen que te dé un amor inmenso a la Iglesia, que sepamos sentirnos contentos en esa barca que navega por el mundo para llevar a muchos, a los más que pueda, a puerto seguro.


33.

LECTURAS: IS 6, 1-2. 3-8; SAL 137; 1COR 15, 1-11; LC 5, 1-11

LLEVA LA BARCA MAR ADENTRO Y ECHEN SUS REDES PARA PESCAR.

Comentando la Palabra de Dios

Is. 6, 1-2. 3-8. Dios, el tres veces Santo, no puede ser contemplado por ojos impuros, cargados de maldad y de pecado. Isaías fue purificado con una braza tomada del Santuario: He aquí que esto ha tocado tus labios, se ha retirado tu culpa, tu pecado está expiado. Dios no nos quiere santos como Él es Santo sólo para que vivamos de un modo egoísta esa santidad de la que Él nos participa por medio de su Hijo. Si Él nos ha santificado es porque quiere enviarnos para que vayamos de parte suya, como instrumentos a través de los cuales llegue la Santidad de Dios a todos, y todos podamos, algún día, estar con Él eternamente. Este es el objetivo final de la Misión confiada a Jesús, y que Jesús confía a su Iglesia. Antes que nada quien vaya de parte del Señor debe ser una persona que en verdad haya entrado en comunión de vida con Él y le viva fiel, pues no puede proclamar el Nombre salvador de Dios a los demás mientras él mismo lleve una vida desordenada como si no conociera a Dios. Procuremos que la Iglesia de Cristo sea un signo creíble del amor de Dios para todos los pueblos.

Sal. 137. Alabado y glorificado sea el Señor porque nos ama, a pesar de que somos tan pequeños y humildes en su presencia. Él ha vuelto su mirada compasiva y misericordiosa hacia nosotros y nos ha elevado a la dignidad de hijos suyos; y Dios nos amó y murió por nosotros. ¿Habrá una prueba mayor de amor hacia nosotros? Dejemos que Dios complete en nosotros su obra salvadora. Y Dios ha confiado a su Iglesia el llevar adelante esa obra salvadora en favor de todos. No defraudemos esa confianza que el Señor no ha tenido; por eso procuremos estar siempre a los pies del Maestro, Cristo Jesús, para dejarnos instruir por Él; procuremos estar de rodillas ante Él implorando la asistencia de su Espíritu Santo; y procuremos ponernos en camino, a impulsos del mismo Espíritu, como apóstoles del Resucitado, para ayudar a todos a encontrarse con el Señor y a vivir comprometidos con Él. Entonces todos darán gracias al Señor y proclamaran su santo Nombre con una vida intachable, colaborando con ello a que el Evangelio de Cristo transforme las conciencias y propicie actitudes de mayor rectitud, de mayor justicia social y de mayor amor fraterno.

1Cor. 15, 1-11. Nunca es tarde para empezar a ser apóstoles. Pero no podemos sentirnos enviados por ocurrencia nuestra. Antes que nada hemos de creer en Cristo; hemos de entrar en una relación personal con Él; hemos de escuchar su Palabra y ponerla en práctica. Sólo así seremos auténticos testigos del Resucitado, pues no lo conoceremos de oídas, sino porque es Alguien en nuestra propia vida, que camina con nosotros en Alianza eterna. Al Señor no le importa nuestra vida pasada, tal vez cargada de miserias o de esclavitudes; Él nos ama y lo único que espera de nosotros es que, como Pablo, abramos los ojos y lo reconozcamos en los demás, muchas veces deteriorados por el pecado, o atrapados por el mal, o faltos de esperanza a causa de situaciones difíciles que les han hecho sufrir. El Señor nos quiere enviar a todos para que, sabiendo que Dios nos ha amado, permitamos que Él nos convierta en un signo de su amor salvador para todos. Que la fe que nos han transmitido quienes convivieron con el Señor no se nos quede en vana palabrería. Seamos apóstoles, enviados del Señor, no sólo por nuestros discursos, sino por lograr que el Señor siga cercano a todos por medio de su Iglesia, Memorial del Enviado del Padre, para conducirnos a todos hacia Él.

Lc. 5, 1-11. El Ungido del Señor, el Enviado de Dios cumple su misión hasta entregar, en amor, su vida para el perdón de nuestros pecados. Cuando sube para ser glorificado para siempre ante su Padre Dios, atrae a todos hacia Él. Su Iglesia, en medio de un mundo que pareciera dar pocas esperanzas de respuesta al anuncio del Evangelio, no debe ver ese mundo como un mar de aguas malas, sin vida, sin peces, sino como el lugar donde la misma Iglesia ha de desarrollar ardientemente su vida apostólica, con nuevas expresiones que ayuden a transparentar el mensaje de salvación para el hombre de nuestro tiempo. Sin embargo no podemos fincar la eficacia del Evangelio en nuestros débiles esfuerzos humanos por muy grandiosos que estos parecieran, sino confiando siempre en el Señor y en la eficacia de su Palabra salvadora, sabiendo que sólo somos siervos a favor del Evangelio. Dios, y no nosotros, hará que la pesca sea abundante, pues Él no quiere que alguien se condene, sino que a todos nos ha llamado con santa llamada para que todos nos salvemos y lleguemos al pleno conocimiento de Aquel que es la Verdad.

La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo.

En esta Eucaristía el Señor nos purifica mediante su Sangre derramada para el perdón de nuestros pecados; nos instruye con su Palabra, que nos salva; y nos hace ser testigos del gran amor que nos tiene cuando lo contemplamos, mediante el Memorial de su Misterio Pascual, totalmente entregado en amor por nosotros. El Señor ha ido mar adentro, adentrándose en nuestra humanidad y conociendo, más aún, haciendo suyas nuestras aspiraciones y esperanzas, nuestras pobrezas, dolores y sufrimientos; Él cargó sobre sí nuestros pecados; finalmente se ha hecho Dios-con-nosotros. No vino en apariencia, sino en la realidad de un cuerpo mortal como el nuestro, para que, metido en nuestra propia realidad, nos pudiera dar la mano para ayudarnos a salir de nuestra fosa profunda, de la charca fangosa, asentar nuestros pies sobre roca firme y consolidar nuestros pasos para encaminarnos hacia la Casa del Padre. Y este Misterio de Salvación es el que celebramos en esta Eucaristía. Quienes somos testigos de todo esto debemos saber que el Señor no lo hace como un espectáculo ante nosotros, sino para convertirnos en testigos suyos ante el mundo, para que vayamos nosotros y hagamos lo mismo. Y esta misión no puede limitarse a determinados grupos sociales, sino que debe cumplirse en favor de todos, especialmente a favor de los desprotegidos, de los desgraciados, de los destruidos por la maldad. Cristo lo hizo por nosotros, nosotros no podemos inventarnos un camino distinto al que Él nos dio a conocer con su propia vida.

La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida del creyente.

La vida de la Iglesia no está sustraída de las realidades de todos los demás hombres. La Iglesia también está presente en muchísimas de las diversas estructuras sociales. Donde haya un hombre de fe en Cristo y un bautizado en su Nombre, éste hace ahí presente a la Iglesia en medio del mundo. Conforme a su experiencia personal del Señor, conforme a su compromiso personal con Él, el hombre de fe no puede quedarse a la orilla contemplando el trabajo de muchos otros que tratan de darle sentido a la vida del hombre; no puede sentarse en la orilla contemplando la problemática que aqueja a millones de personas. Si la Iglesia quiere en verdad trabajar a favor del Reino debe remar más adentro, meterse en la profundidad de las estructuras sociales y desde ahí convertirse en fermento de santidad. Sólo conociendo al hombre puede uno serle fiel; sólo en una plena unión con Cristo podrá uno transmitirle a los hombres su mensaje de salvación con toda fidelidad y lograr, no por nuestras débiles fuerzas, sino por el poder de Dios, que muchos lleguen a conocerlo, a amarlo y a vivir totalmente comprometidos con Él. Por eso, no tengamos miedo, no nos quedemos instalados en nuestras comodidades y seguridades temporales; tengamos la valentía que nos viene del Espíritu Santo para poder salir al encuentro de quienes necesitan de una luz y de una mano que los conduzca hacia Cristo, para encontrar en Él el verdadero sentido de su vida y la plenitud del hombre que alcanza su perfección en la medida en que llegue a ser conforme a la imagen del Hijo de Dios.

Que Dios nos conceda, por intercesión de María, nuestra Madre, ser fieles a la vocación que hemos recibido de proclamar el Evangelio de Salvación a todos los hombres no sólo con nuestras palabras, sino con nuestra vida misma, hasta que, fraternalmente unidos, vivamos eternamente en la Casa eterna de Dios, nuestro Padre. Amén.

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