33 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO
(10-14)

10.

1. El evangelio y la primera lectura

De manera distinta a Mc y Mt, mucho más esquemáticos, Lucas presenta el proceso de la vocación en una escena llena de evocaciones. El centro es Jesús enseñando y haciendo un milagro, ambas cosas desde la barca de Pedro, símbolo de la iglesia. Es Jesús quien lleva la iniciativa; ante El, los hombres -la Iglesia, siempre en boca de Pedro, aparecen limitados -"no hemos cogido nada"- y pecadores -"apártate de mí, Señor"-, sobrecogidos ante la manifestación de Jesús. Es la presencia del Espíritu de Dios en El, Ungido para dar la Buena Nueva a los pobres. En este contexto, Jesús dice: "No temas"; y llama. Las consideraciones son obvias. Una más teológica: Jesús se manifiesta en su Iglesia; y otra más exigente: la misión de la iglesia es, en su contexto de limitación y de pecado, presentar a Jesús, su Palabra y su Espíritu liberador. Nuestras comunidades ven a acercarse a mucha gente: novios que quieren casarse, personas que en una conversación informal preguntan qué piensa la Iglesia sobre los anticonceptivos o el divorcio, personas que abren la televisión y ven alguna manifestación cristiana... Si aparecen en ella normas, teorías, exigencias, condiciones, absentismos... pero no la Palabra y el Espíritu de Jesús, la Iglesia es infiel a su misión, y los hombres no oyen el mensaje ni la llamada de Jesucristo.

"Dejándolo todo, lo siguieron". Jesús llama a seguirle. Seguir a Jesús, cegándolo todo, es, a la vez, la actitud personal de la fe y la fidelidad, y la participación en su comunidad. Ambas cosas son esenciales y están íntimamente relacionadas. La decisión de creer en Jesús y seguirle lleva a la comunidad; y la vida comunitaria es el ámbito para crecer en la fe y el seguimiento de Jesús.

C/SEGUIMIENTO: La dialéctica entre la fe viva en Jesucristo y la participación en la comunidad constituye la grandeza de la Iglesia, y es al mismo tiempo fuente de sufrimientos. Esta dialéctica se puede romper. Hay personas que forman parte de la comunidad y eso no es para ellas ningún impulso a la fidelidad. Hay personas más o menos abiertas al Espíritu del Evangelio pero que la Iglesia o esta comunidad concreta les aleja y quedan desambulando al margen sin dar el paso del seguimiento. Hay personas en la comunidad que crecen en sensibilidad evangélica y precisamente por eso aumentan su mirada crítica a la comunidad eclesial sin encontrar una integración nada fácil. Hay muchas personas que se sienten y se dicen cristianas, pero que tienen muy poca o nula relación con la comunidad eclesial, quizá por tradición de inercia, y eso les deja sin el ámbito normal de su crecimiento en el Espíritu de Jesucristo. Estas situaciones plantean el misterio de cada persona humana, responsable ante Dios que le llama, y la vez son desafíos constantes a la Iglesia y a las comunidades cristianas.

Pedro y la comunidad cristiana están llamados también a ser pescadores de hombres, a la misión de la evangelización. La tarea evangelizadora ha sido siempre un aspecto definitorio de la Iglesia. Evangelizar es anunciar el Evangelio de Jesucristo y promover entre los hombres la fe en El y la vida según su Espíritu. Se trata de acompañar a los hombres en el delicado camino de la liberación de los criterios estrechos y materialistas, y la adhesión vivida a la luz de Jesucristo; camino que es, también, el que deben seguir constantemente las mismas comunidades evangelizadoras. La evangelización deviene, así, compromiso de fidelidad, camino con los hombres, diálogo, participación de la íntima experiencia de la fe, testimonio vivido.

2. La segunda lectura

Es una expresión fuerte y solemne del "Evangelio" cristiano, la primera, históricamente, de todo el Nuevo Testamento. El texto empieza literalmente así: "Hermanos: Os recuerdo el Evangelio que os proclamé..." El centro de esta Buena Nueva es éste: "Que Cristo murió por nuestros pecados,... que fue sepultado y que resucitó al tercer día". El texto programático de Lucas que leíamos el domingo tercero ("Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oir"), y la misión evangelizadora de la Iglesia que hoy hemos leído, tienen en su centro el misterio pascual.

Aplicaciones prácticas

-El proceso de conversión y la fidelidad propuesto a todos los hombres.

-La misión de la Iglesia y de las comunidades cristianas en el camino de los hombres hacia una mayor fidelidad al Evangelio.

-La revisión de la vida interna de las comunidades cristianas para ser fieles a su misión de ser ámbito de encuentro y de profundización del Espíritu de Jesucristo para todos los hombres.

-El misterio de la muerte y la resurrección de Jesucristo como centro de la vida de la comunidad cristiana, como núcleo de su misión evangelizadora y como último objetivo del lento y constante camino de los hombres hacia la plenitud.

GASPAR MORA
MISA DOMINICAL 1992, 2


11.

-La Palabra de Dios, guía de nuestra vida

Los cristianos leemos, con asiduidad, la Palabra de Dios: lo hacemos cada vez que nos reunimos. Este fue uno de los frutos del último Concilio, y hoy, ya no constituye ninguna novedad; todos tenemos ya más o menos experiencia de ello.

Pero hemos de reconocer que esta lectura aún trae consigo problemas. Algunos no tienen el hábito de leer el evangelio (o la biblia en general), porque acostumbran a leer poco y también porque, hace unos años, el acercamiento al evangelio se hacía por medio de los sermones de cada domingo, pero difícilmente se hacía una lectura directa de los textos. Otros dicen que son textos difíciles de comprender, porque su lenguaje no es como el de los periódicos y las revistas, sino que está lleno de imágenes, símbolos y referencias antiguas, propios de una época que todavía nos es muy desconocida, a pesar de que cada domingo escuchemos tres lecturas y se insista en la importancia de leer la Palabra de Dios. Y, aún, algunos se limitan a ver en el evangelio unos buenos ejemplos (como en el caso de Pedro, en el evangelio de hoy), o bien unos hechos maravillosos que ya no se repetirán jamás.

Claro que, en todo eso, hay muchas cuestiones mezcladas, que no podemos resolver ahora en unos breves momentos, y que se tendrían que tratar en una "catequesis de adultos". Aquí, lo único que podemos hacer es descubrir el significado del evangelio que acabamos de escuchar y ver qué relación tiene con nuestra vida.

-Hay que encarnar el Evangelio en la vida

Para ver esta relación no podemos olvidar que la biblia tiene un lenguaje que debe conocerse mínimamente: el mar es símbolo del mundo, que está excitado y nos hace vivir en un hervidero constante, que nos hace difícil poder seguir adelante, porque es difícil poder ver el inicio y el final de las cosas, y, en este sentido, el mar que aparece en el evangelio es una buena imagen del mundo actual. Pero hemos de fijarnos sobre todo en Jesucristo, quien, ante las dificultades del mar, no aconseja a sus discípulos que se aparten, sino que remen adentro y echen nuevamente las redes, a pesar del cansancio que arrastran después de una noche totalmente estéril e ineficaz.

-Jesús nos invita a hacer como El

Jesucristo nos invita también a todos nosotros, hoy, aquí, a salvar a los hombres introduciéndolos en su Reino; de la misma manera que invitó a sus discípulos y, más tarde, a las primeras generaciones cristianas.

Todos somos libres y le podemos decir que no nos interesa, pero también podemos fiarnos de su Palabra e ir mar adentro, como lo hicieron los apóstoles; sabiendo, sin embargo, que este paso no lo podemos dar solos, porque nos ahogaríamos enseguida. Este paso necesita a los compañeros y a la comunidad, y, sobre todo, necesita la barca: ¡que es el mismo Jesucristo!

-Somos llamados a pescar a los hombres

¿Cuál será nuestra tarea en el mundo en que vivimos? La de pescar a los hombres para hacer que se den cuenta de que, a pesar de las dificultades y los problemas, a pesar de las inseguridades y las desgracias, y de la misma muerte, a pesar de todo, la vida tiene sentido. Para que todos vean que es posible hace un mundo nuevo y diferente (en el que reine el amor por siempre), aquella tierra que, a pesar de comenzar con la suavidad de la playa, llega a formar las cumbres más elevadas. Se trata de decir a todo el mundo que eso nos lo creemos porque nos fiamos enteramente de Jesucristo; porque, cada vez que nos amamos profundamente, ya hacemos experiencia de todo ello: porque el amor es el elemento más sólido que podemos encontrar y porque el Amor (con mayúsculas) es Dios mismo.

Meditémoslo, ahora, en unos momentos de silencio.

JAUME GRANE
MISA DOMINICAL 1992, 2


12.

-Serás pescador de hombres (Lc 5, 1-11)

Es fácil sentir la profunda alegría con que san Lucas empezó a escribir este capítulo. Es el momento en que Jesús va a iniciar su ministerio con las multitudes, después de haber reunido a sus discípulos. Ya se empieza a preparar la Iglesia. Y Jesús se presenta aquí como el Maestro que enseña a las multitudes. No sin cierto énfasis describe Lucas la situación. El momento, por otra parte, es importante. Simón Pedro va a recibir su misión, y el lenguaje de Jesús que san Lucas quiere que sea bastante solemne, va a señalar el significado de la Iglesia y de su actividad. La muchedumbre se apiña en torno a Jesús. Pero él, subiendo a bordo de una embarcación, se aparta un poco de la orilla. La embarcación pertenece a Pedro. ¿Quiere Lucas ver en ello un símbolo? Parece insistir algo en este detalle. Y se produce la pesca milagrosa. Esta pesca no es sólo una recompensa a la obediencia ciega de Pedro; ciega, porque si la pesca de la noche no fue fructífera ¿cómo iba a serlo la hecha de día? Pero, evidentemente, toda la escena gravita en torno a una realidad que Jesús quiere poner de relieve y que Lucas anima con su relato. Se describe admirativamente el milagro, y los detalles referidos demuestran la importancia excepcional del prodigio.

El espanto ante este espectáculo se apoderó de Pedro y de los que con él estaban. Pedro adora la majestad de Dios. Lo hace con su humildad característica, pero cabe pensar que san Lucas, que escribe el relato cuando ya había tenido lugar la negación de Pedro, se conmueve al escribir, y con toda naturalidad le hace decir a Pedro: "soy un pecador". Pero este es el momento decisivo: la promesa hecha a Pedro y el gesto de los Apóstoles, de dejarlo todo para seguir a Jesús. "Desde ahora serás pescador de hombres"... Los Apóstoles lo abandonan todo para ir en seguimiento de Jesús, y Pedro recibe su cometido de pescador de hombres. Se esboza ya la imagen de la Iglesia y de su misión, que alcanzará toda su amplitud después de Pentecostés. El Señor prepara a sus discípulos para lo que habría de ser su cometido principal: anunciar la Buena Noticia, curar a los hombres y salvarlos, hacerles entrar en la embarcación de Pedro.

-Yo seré tu mensajero (Is 6, 1...8)

La visión de Isaías tiene un parecido con lo ocurrido a Pedro cuando éste vio la pesca milagrosa. Todo contacto con Dios sobrecoge. Aquí, Isaías se siente hombre perdido por haber visto al Señor, como Pedro se siente pecador; y sobre todo por haber visto al Rey, al Señor del universo. Después de esta teofanía, cuyo marco es majestuoso pero que se asemeja al episodio narrado por san Lucas en el evangelio de este día, el profeta recibe su misión y pide que se le envíe. Análogamente, después de revelar Jesús su poder, envía a Pedro como pescador de hombres. Los labios del profeta son purificados con el ascua; Pedro, a pesar de sus culpas, será pescador de hombres.

El Antiguo Testamento preparaba ya la Iglesia y su misión. Fue Dios quien escogió a sus hombres y él es quien los envía; la extensión de su Reino es obra de sus propias manos. Señor, tu misericordia es eterna no abandones la obra de tus manos (Sal 137).

Así dice el canto responsorial que sigue a la lectura. El Espíritu del Señor continúa aún este trabajo de elección y de edificación de la Iglesia.

Todavía hoy existen hombres que, en el silencio de su corazón y en la humildad de su condición espiritual y humana, se encuentran con la majestad del Señor que les purifica los labios con un tizón; estos hombres lo abandonan todo para seguir a Jesucristo y hacerse pescadores de hombres. El milagro es frecuente; no lo vemos, no pensamos en él, pero sin embargo la Iglesia vive de él sin que persecución alguna sea capaz de detener el impulso dado en otro tiempo por Cristo a sus Apóstoles, en la ocasión de la pesca milagrosa. Las palabras de Cristo: "Desde ahora serás pescador de hombres" continúan resonando aún en el mundo de hoy, sin que nada pueda disminuir su dinamismo.

-El mensaje de la fe (1 Co 15, 1...11) PESCADOR/APOSTOL

Ser pescador de hombres no significa en modo alguno dar preferencia a los propios recursos intelectuales ni a sus métodos psicológicos o pedagógicos. Se trata ante todo de anunciar la Buena Noticia tal y como es, y hacer que se guarde sin alteración alguna. El mensaje que hay que anunciar es fundamental: Cristo muerto, sepultado, resucitado al tercer día, aparecido primero a Pedro y después a gran número de gente. El mensaje es eso: anunciar el misterio de Cristo. Es posible que san Pablo quiera insistir aquí en lo esencial del mensaje, pues como sabemos, los Corintios están orgullosos de su ciencia y de su filosofía. No hay duda de que no llegan a negar la resurrección, aunque la filosofía dominante no sea favorable a la resurrección de los cuerpos, pero la tendencia es dar la preferencia a la sabiduría. Frente a esta actitud, san Pablo recuerda la profesión de fe, sencillísima, quizás la fórmula de fe de su comunidad: "Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; fue sepultado y resucitó al tercer día, según las Escrituras". Son hechos históricos: la muerte de Cristo, el hecho de su sepultura, su resurrección; la muerte de Cristo por causa de nuestros pecados; la resurrección de Cristo que arrastra consigo la nuestra. Es el mensaje cristiano. Pablo cita los testigos de esa resurrección y de las apariciones de Cristo. De ahí pasa a referirse a sí mismo, Apóstol por la gracia de Dios, insistiendo en su mensaje de fe.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 5
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 130-132


13.

Es la versión de Lucas sobre la llamada de los primeros discípulos.

Este episodio lo podemos dividir en tres partes: la predicación de Jesús, la pesca milagrosa y la vocación de varios discípulos.

"La gente se agolpaba alrededor" para oír sus enseñanzas. Junto a Jesús hay siempre una multitud de personas ávidas de "palabra de Dios". Lo seguían porque hablaba con convencimiento, porque vivía lo que decía, porque respondía a los grandes interrogantes de los hombres inquietos de todos los tiempos, porque no buscaba nada para sí mismo.

Lo seguía el pueblo porque no era un teórico, porque trataba de cambiar la sociedad. Las teorías hay que dejarlas para aquellos que se dedican a prometer sin dejar sus privilegios. Para transformar la realidad hace falta tener un conocimiento verdadero de ella, una interpretación correcta de todo lo que sucede y del porqué sucede, una idea clara de adónde queremos ir y no buscar ganancias personales de ningún tipo.

En las largas horas de oración y de silencio que le vemos tener, Jesús analizaba la realidad y descubría los caminos para transformarla. Vería que el opresor, que no quiere dejar de serlo, no puede querer los cambios necesarios para la transformación de la sociedad, no puede aceptar las ideas y acciones que salen de los oprimidos, porque sería al precio de perder ellos sus privilegios. Esa es la causa de su descalificación de los ricos para seguirle y para entenderle (Lc 18,2~25). El rico no puede captar su mensaje; no le conviene. Lo descalifica sin más, porque le delata, porque lo muestra como lo que es: injusto, explotador. Y se dedica a sacar ideas sublimes, elevadísimas, "divinas", con apariencia de fundamentales e intocables -como la propiedad privada-, que oculten la realidad y le hagan aparecer como lo que no es: justo, humano, religioso. Para elaborar estas ideas, estas ideologías encubridoras, usa intelectuales y clérigos. Y así salen tantas leyes y normas para sangrar al pueblo, presentadas como venidas de Dios.

La realidad es que no se puede ser revolucionario, no se puede ser seguidor de Jesús y no se puede trabajar honradamente para cambiar la sociedad teniendo muchos bienes. Jesús quiere liberar al pueblo, quiere que la justicia, con todas sus consecuencias, se implante en la sociedad. Su actividad es claramente liberadora.

La fe de Lucas y su manera de escribir sintetizando lo que seguramente fueron procesos largos y complejos podría hacernos creer que la actividad de Jesús en Galilea se desarrolló de forma simple y clara, como si todo estuviera previsto de antemano. Sin embargo, la realidad fue muy distinta.

2. Pesca milagrosa

Una mañana, "a orillas del lago", Jesús le pidió prestada la barca a Pedro, porque los oyentes se apretaban contra El, deseosos de oírle.

Pedro le escuchaba con interés, con aprobación. Jesús hablaba claro y bien, mucho mejor que todos a los que había oído en la sinagoga o en otros lugares. Tenía "algo" distinto... Pero los sermones no eran asunto de Pedro. Lo suyo era pescar. Y pescaba bien.

Cuando Jesús dejó de hablar, se acercó a Pedro y le dijo: "Rema mar adentro y echad las redes para pescar". Parece la misma escena descrita por Juan (21,4-8) en su evangelio.

Después de una noche sin pescar, Simón, para complacerle, lo hace, a la vez que le expresa la inutilidad de la pesca de la noche.

Parece que Jesús lo quiere llevar, junto con sus compañeros, "mar adentro" para hacerles vivir una experiencia decisiva. Porque es de una experiencia de lo que se trata. El Pedro que es invitado aquí a "echar las redes" no es simplemente el pescador que está junto al lago -como en Mateo y Marcos-, sino el Pedro encargado de dirigir la Iglesia. Es un Pedro consciente de sus limitaciones, pero decidido a hacer lo que el Señor le indique. Pedro es la imagen del seguidor de Jesús, acompañado por los demás pescadores.

El resultado es grande; se palpa el milagro, el signo.

Pedro se quedó sorprendido. En su terreno, en un asunto de su competencia como era pescar, Jesús le demostró que tenía necesidad de El, que ni en su propio oficio se bastaba a si mismo.

No es el trabajo de los hombres -de los pescadores- lo que consigue la pesca abundante, sino la fidelidad a la palabra de Jesús. Pero ellos tienen que echar las redes, tienen que trabajar, realizar su parte.

No por muchas técnicas que empleemos en el apostolado lograremos algo verdadero. Es nuestro convencimiento y fidelidad a lo que decimos lo que contagiará a nuestros oyentes: "Lo dejaron todo".

Pero, aunque el convencimiento y la fidelidad sean muy grandes, la eficacia de la acción viene siempre de Jesús; no de los discípulos, que "habían pasado la noche bregando" para pescar, sin resultado.

La abundancia de peces es signo de la abundancia escatológica, propia del fin de los tiempos, más que de lo que sucederá en el correr de los siglos. Cristo será reconocido por la humanidad plenamente al final de la historia. Hasta entonces, en el ahora, la vida de la Iglesia será una difícil noche de pesca, en la oscuridad de un mar amenazante. De ahí que tengamos con tanta frecuencia la sensación de fracaso.

3. Vocación de varios discípulos

J/SEÑOR/QUÉ-ES: Lucas, como es propio de su estilo, ha querido dar un soporte racional, de comprensión y persuasión, a la llamada o vocación de los discípulos. Así lo hace aquí, aprovechando el impacto producido por el milagro de la pesca. Nos hace ver también la indignidad del hombre para esa misión. Pedro ya no le llama "Maestro" como antes, sino "Señor", palabra que indica mayor respeto y distancia. "Señor" significa aceptarle como única norma, única ley; significa que de El no puede discrepar, aunque le cueste; significa tener la certeza de que El siempre tiene razón; significa decir "amén" a todo lo que haga o diga, aun antes de haber entendido; significa darle el mismo asentimiento que a Dios.

Jesús lo alienta y, partiendo de su mismo oficio, dice a Pedro que será "pescador de hombres". Y con él, los demás compañeros suyos. Y "lo dejan todo para seguirle". Tenemos en esta narración los elementos esenciales de una vocación: un impacto religioso, una constatación de la propia indignidad, una llamada y un seguimiento.

a) Impacto religioso y constatación de la propia indignidad

"Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús..." Pedro capta la proximidad de un misterio aplastante. "El asombro se había apoderado de él". Es el asombro del hombre que entrevé un gesto de Dios, una presencia divina, y que se descubre indigno de esa maravilla: "Soy un pecador".

Sólo las personas que se aproximan realmente a Dios experimentan las propias limitaciones. El sentido del pecado solamente se tiene -en la fe- cuando se posee el sentido de Dios.

D/TRASCENDENCIA: Dios es un problema esencialmente humano. Se le experimenta como cercano y lejano. Es más intimo a nosotros que nosotros mismos, y está más allá que todas las cosas pensadas, más allá de la historia y de los acontecimientos. Es lo que queremos expresar cuando hablamos de su inmanencia y trascendencia.

Por medio de la inmanencia y trascendencia de Dios tratamos de explicar la realidad del mundo: que las cosas no tienen consistencia en sí mismas, que hay Alguien distinto del hombre que lo sostiene todo, que hay Alguien que da fundamento a lo que somos y a todo lo que nos rodea.

A Dios lo percibimos, desde nosotros mismos, presente en la historia, en los acontecimientos cotidianos, pero lo afirmamos como el totalmente Otro. Dios es causa y origen de todo palpitar. Y está comprometido con el hombre y con la historia.

Solamente podemos conocer a Dios desde el acontecimiento, desde la vida misma. El hombre no crea un Dios trascendente, sino que cree en El porque se ha encontrado con El. La encarnación de Jesús es la manifestación más plena de Dios.

A Dios hay que aceptarlo, hay que creer en El cuando se nos "aparece", no se le puede definir, sólo podemos narrar la experiencia que tengamos de El.

No se puede descubrir a Dios y seguir viviendo como uno ha vivido hasta entonces. El encuentro con Dios revela el verdadero sentido del hombre y del mundo; lleva consigo una revisión, un juicio, una llamada, un esfuerzo. De ahí nuestra reacción espontánea a huir de El, a apartarnos de su compromiso, a creer que ese encuentro nos va a destruir.

Dios no puede entrar en nuestra existencia sin transformarla por completo. Parece que Pedro lo supo desde su primer encuentro con Jesús. Antes de este encuentro, Pedro podía tener una buena opinión de sí mismo, podía confiar en sus recursos... Pero el paso de Jesús por su vida le fue arrebatando su amor propio.

Según iba conociendo a Jesús, se iba conociendo a sí mismo e iba sabiendo que era nada. Por ello suplica a Jesús que se aparte de él. Se reconoce indigno, se vacía de su suficiencia. Le harán falta otras experiencias dolorosas, otros fracasos y caídas, antes de aprender a fondo aquella lección. La cercanía de Dios no puede compaginarse con el orgullo.

A Pedro no le convenció un sermón, lo convirtió una pesca, una persona. Jesús lo vació de la última satisfacción de sí mismo.

CR/QUÉ-ES: Así empieza toda verdadera vocación cristiana. De pronto, la religión deja de ser un artículo de lujo, una prueba de nuestra buena educación, una costumbre, un signo de nuestra cultura y de nuestro dinero y respetabilidad. Nos damos cuenta, de repente, que para vivir, para amar, para trabajar, para vivir un solo día de nuestra existencia tenemos que ceder en nosotros el lugar a Dios; tenemos que rezar, tenemos que recibir ayuda, necesitamos que se nos eche una mano. Lo mismo que Pedro experimentó que necesitaba la presencia de Cristo en su barca, incluso para pescar, nosotros tenemos que llegar a saber que es por una gracia incomprensible y desconcertante por la que queremos ser fieles, honrados y que merece la pena serlo.

b) Llamada

"Desde ahora serás pescador de hombres".

Jesús llama a hombres que se sienten pecadores. Frente a la acción y las palabras de Jesús, los hombres de corazón sencillo y bueno se reconocen pecadores, porque pecado es todo lo que frena o impide la construcción del reino de Dios y de uno mismo. El llamamiento que Jesús hace aquí a Pedro supone una enseñanza previa y una convivencia anterior con El.

Jesús pronto se daría cuenta que su acción sería mucho más eficaz si actuaba en equipo, con algunos colaboradores cercanos.

¿Cómo los fue conociendo hasta proponerles hacer un equipo ambulante y comunidad de vida? ¿Cómo fueron descubriendo ellos en Jesús a un hombre que merecía la pena seguir de cerca? Es difícil saberlo, aunque es seguro que por trato personal. Seguro que su vida y su palabra les entusiasmó, seguro que todos eran gentes sencillas de Galilea.

Para hacer el equipo de colaboradores suyos, Jesús llama a los que quiere. Tiene El siempre la iniciativa.

Todos los cristianos recibimos la llamada para ser "pescadores de hombres", aunque sean pocos los que dediquen su vida a ello.

APOSTOLADO/PROMOCION: ¿Qué significa ser "pescador de hombres"? La Iglesia y los cristianos hemos confundido demasiadas veces el apostolado con el proselitismo. Proselitismo quiere decir coacción, violencia, propaganda; algo que todo hombre sano acaba detestando. Con ello, desvirtuamos el Evangelio para, bajo pretexto de cumplir la voluntad de Dios, dominar a los demás.

Ser "pescador de hombres" significa, ante todo, vivir en medio del mar; del mar como símbolo de la existencia dura y difícil, siempre fluctuante como las olas, las mareas, las corrientes de fondo o de superficie; pero existencia estimulante, creadora. Del mar como símbolo de la humanidad entera, con toda su pluralidad de grupos, tendencias, opiniones... "Pescar hombres" significa dar testimonio de la verdad, de Jesús, del amor, de la vida, del Padre, del Reino, de la transformación total de la sociedad. No se trata de una conquista, sino de un contagio.

A Jesús muchos le escucharon, pero pocos le siguieron. Este será siempre el destino de la Iglesia: echa la red, pero no consigue "peces". Son muchas las exigencias que implica seguir a Jesús.

Las comunidades cristianas deben vivir en medio de todas las corrientes, de todas las tendencias, en el cruce de todos los caminos, aunque su existencia se vea amenazada y parezca que no consiguen nada.

c) Seguimiento

Los discípulos de Jesús, "dejándolo todo, lo siguieron". El verdadero "pescador de hombres" lo deja todo para irse con Jesús. La respuesta que es necesario dar, cuando se descubre la exigencia de participar en la construcción del reino de Dios, debe ser rápida, tajante, positiva, total. ¿Cómo podrá realizar esta labor el que tiene muchos bienes? (Lc 18,22-23).

El que pretenda de verdad transformar la sociedad, liberando a los oprimidos, es necesario que no tenga nada que defender personalmente para que pueda ser libre. PEDRO/FE: Pedro, que ha confesado su pecado, no será rechazado. Más allá de los peces, las redes y la barca, Lucas quiere que nos demos cuenta de cómo se va tejiendo la fe de Pedro.

Todos los evangelistas nos hablan de este hombre tan importante en el proyecto de Jesús y en la consolidación de la Iglesia. Una y otra vez nos lo presentan con una fe oscilante: entusiasta, temeroso, impetuoso, fiel, de gran corazón.

A pesar de los contrastes de su personalidad, Pedro se va adentrando en el conocimiento de Jesús, va creciendo en la experiencia de su persona. Encontramos en él todos los aspectos de la fe. Para él, creer es fiarse, es amar, es comprometerse.

Pedro no llega a la fe de repente. El camino que lleva a ella no es único, y cada uno tenemos que seguir el nuestro. Pero el ejemplo del pescador galileo puede darnos confianza, porque está a nuestro alcance. Es un hombre como nosotros: con dudas, miedos, tentaciones; su temperamento le era con frecuencia motivo de tropiezos. Pero su nobleza y buena voluntad le permitieron seguir adelante.

Es posible crecer en la fe; es un don que se nos ofrece a todos. Lo que no podemos hacer es poner condiciones. Nosotros hemos de aportar el querer, el pedir y el procurar vivir fiándonos totalmente de Jesús.

Aunque hablemos de la fe y del camino que conduce a ella, la fe, como el amor, no se puede explicar. La fe se "demuestra" viviéndola a nivel personal y comunitario. La fe es totalizante: abarca todos los aspectos de la vida. Pedro y sus compañeros son conscientes de ello: "Dejándolo todo, lo siguieron".

Nosotros, ¿preferimos ir tirando, trampeando..., o hacemos como Pedro? Es fácil encontrar personas en las que la fe sigue un camino, y su vida de familia, sus diversiones, sus negocios..., otro.

FE/SEGURIDAD/ENEMIGA: El aferrarnos a las seguridades desvitaliza la fe. No es posible que la fe vaya junto a la búsqueda de seguridades. La fe es una realidad fundamental, que exige pobreza y desprendimiento. Si podemos ser creyentes sin privarnos de nada, o andamos equivocados o no somos creyentes.

Al final, es Pedro el que decide lo que debe hacer. Es un ejemplo de gran actualidad: la fe, hoy más que nunca, implica la opción personal. Nadie puede decidir por otro. La herencia familiar o ambiental no basta -el ambiente social actual es más bien adverso: está de moda no creer-. En la fe uno se encuentra solo ante Dios y ante sí mismo.

La experiencia del relato, experiencia de Pedro ante todo, es ahora experiencia de la Iglesia, de cada comunidad y de cada cristiano. Es nuestra propia historia lo que percibimos las comunidades y los cristianos en la aventura de Pedro.

A partir de tal o cual fracaso, inevitable en la historia de los hombres -aquí no han pescado nada-, Jesús nos muestra que con El es posible otra cosa: es posible ser eficaces en lo mismo en que, antes y solos, habíamos fracasado.

Es cristiano el que conoce vivencialmente lo que transmite, el que da testimonio de la verdad de Jesús de Nazaret ante los demás. El que continúa, con su vida y sus palabras, la realización del Reino iniciada por Jesús y que no ha llegado a su plenitud.

La Iglesia debe ser continuadora de Jesús. Y, como El, ir siempre al núcleo de los problemas de los hombres, pase lo que pase.

Al transmitir nuestra fe a los demás, los cristianos no vamos a llevar a nuestros hermanos no cristianos el mensaje de algo que ignoran o de lo que carecen completamente. Todo hombre y toda actividad humana tienen, en su fondo último, una presencia del Espíritu de Cristo. Nuestra misión no es descubrir lo que el hombre ya es, sino ayudarle a que llegue a ser lo que es inicialmente.

Nuestra misión no es destruir, sino revelar; tratar de interpretar la realidad, trabajar en su transformación colaborando con todos los hombres de buena voluntad.

Jesús fundamenta todo en el amor, porque sabe que el amor no es un capricho personal, sino lo más esencial a la vida de todo hombre. Jesús conoce a Dios y sabe cómo ha sido creado el hombre; por eso responde a lo esencial. Y hace que el hombre, trabajando en ello, vaya encontrando soluciones a su vida, vaya resolviendo sus problemas.

Dios no nos da todo hecho. Jesús hace echar las redes a los apóstoles. Este es el estilo del Mesías en quien los cristianos tenemos puesta nuestra esperanza, del Mesías que nos ha llamado a vivir en la libertad que se fundamenta en la verdad (Jn 8,32).

Los cristianos somos libres en la esperanza, porque hemos sido liberados por Cristo de todo lo que nos encadena: opresión, egoísmo, odio, injusticia, mentira..., aunque no sea todavía realidad en nuestro "hoy". Nuestra misión consiste en ayudar a todo el hombre -cuerpo y espíritu- y a todos los hombres a salir del mar de cualquier mal que trata de ahogarnos a todos; y colaborar en todo lo que sea comunicar vida abundante (Jn 10,10), la vida que es Dios.

No podemos callar ni evadirnos si, como Jesús, hemos optado por estar al servicio de los hombres. Esto es continuar la misión de Jesús. Para esto es su llamada. La opción a favor de la convivencia de todos los hombres, cuando se lleva a la práctica, repugna a todas las demás opciones.

Por eso, los cristianos, si seguimos a Jesús de verdad, seremos motivo de contradicción y piedra de tropiezo para los hombres (Lc 2,34), incluso -¿y principalmente?- cristianos.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 1
PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 331-339


14.

1. Todos activos

Durante estos últimos domingos nuestras reflexiones, guiadas por la Palabra de Dios, han girado en torno al eje central de la misión de Jesucristo: la liberación del hombre de todas sus formas de opresión en un permanente clima de incomprensión y contradicción. Según el relato de Lucas, Jesús, después del episodio de Nazaret, se dirigió hacia Cafarnaúm, donde realizó varios milagros, entre otros el de la curación de la suegra de Pedro, como signos de la actualidad de la liberación anunciada en Nazaret.

Es entonces cuando Lucas introduce el relato evangélico de este domingo, cuyo alcance histórico es fácil de descubrir. Lucas, el autor de los Hechos de los Apóstoles, el historiador de los primeros pasos de la Iglesia en el mundo judío y griego, es el que relaciona la profesión de los apóstoles galileos, todos ellos pescadores, con la nueva profesión o actividad a la que son llamados por Jesús. Ahora son invitados a ser pescadores de hombres...

La narración es simbólica por sí misma. Los galileos han estado pescando toda la noche, pero con resultado absolutamente negativo. Sin embargo, deciden hacerlo durante el día en nombre de Jesús y confiados en su palabra. El resultado fue una pesca tan abundante que por poco se hunden las barcas.

Ante ese hecho su fe se acrecienta y un temor misterioso los invade: no son dignos de estar con Jesús, un personaje de poderes tan grandes. Sin embargo, la respuesta de Jesús es inversa: ahora los invita a permanecer siempre con él para continuar su actividad de pescadores al servicio del Reino de Dios.

Detengámonos en algunos elementos que se desprenden de la narración evangélica: --Jesús, que había finalizado su primera estancia en Cafarnaúm con aquella frase: «Debo anunciar también a las otras ciudades la buena noticia del Reino de Dios, porque para esto fui enviado» (Lc 4,43 ), invita a los galileos que lo siguen a asociarse más estrechamente a su misión evangelizadora. Su respuesta fue inmediata y definitiva, a pesar de ciertas cavilaciones y dudas posteriores.

Como Isaías -primera lectura-, son elegidos por el Señor para servir de mediadores entre Dios y el mundo de los pecadores.

Es el comienzo de la comunidad cristiana, cuyo objetivo es el mismo que el de Jesús: anunciar la buena nueva del Reino de Dios.

--Pero si Jesús se ciñó a los estrechos límites de su patria, sobre todo a los de Galilea, los apóstoles y discípulos están llamados a llenar las redes con tal cantidad de peces que sorprenderá a los mismos pescadores.

El Reino de Dios traspasa los límites de Palestina y se adentra en el mar: en el reino de los hombres, allí donde viven millones de peces. Los primeros discípulos se ven obligados a llamar a otros para hacerse cargo de tanta gente que también quiere escuchar la buena nueva de Jesús.

Así se inicia esa historia que ya lleva veinte siglos y que hoy llega hasta nosotros. La humanidad crece y con ella sus necesidades: Dios se encarna, entonces, en nosotros para que seamos los protagonistas de su gesta salvadora.

Inútil es acomplejarse, ante semejante tarea; si Dios se hizo hombre para salvar a los hombres, nos basta ser hombres para poder seguir los pasos de Jesús.

La idea central de Lucas al presentarnos este relato es clara: se es cristiano no sólo para recibir la buena nueva, sino también para retransmitirla. En la Iglesia no puede existir una «clase pasiva»; no están los que dan, por un lado, y los que reciben, por otro. Todos deben recibir y dar al mismo tiempo, madurando con la Palabra y despertando a otros para que maduren.

Sabemos que uno de los grandes males endémicos de la Iglesia en los últimos siglos ha sido precisamente su división en una pequeña clase activa que asumió todas las responsabilidades, la jerarquía, y una inmensa y mayoritaria clase pasiva que se contentó con recibir el bautismo y vivir cumpliendo de alguna manera con una tradición cristiana. Nuestras comunidades todavía se resienten del clericalismo de unos y de la inoperancia de otros. Por eso tan a menudo dan la impresión de comunidades inmaduras, ya que sus miembros no parecen ser capaces de asumir responsabilidades, de pensar, de elaborar planes, de hacer, de evaluar, etc. La mayoría de los cristianos se sienten Iglesia solamente por referencia a la jerarquía sacerdotal.

Baste el detalle de que cuando decimos la palabra «Iglesia», automáticamente pensamos en los obispos y sacerdotes.

Si esto sucede en el plano universal, exactamente lo mismo sucede con las comunidades parroquiales y en las comunidades de religiosos. En ellas, unos son los padres, que piensan y deciden por todos, y otros son los hijos pequeños, que maman del pecho de mamá y esperan las órdenes de papá.

El evangelio de hoy puede ayudarnos a revisar el planteamiento y la estructura de nuestra comunidad. Tanto los sacerdotes como los laicos hemos cometido nuestro propio pecado: unos, el de absorción y el de omnipotencia: todo lo saben y todo lo hacen; otros, el de infantilismo y dejadez: que otros piensen y que otros hagan.

Hoy se nos urge a salir de este círculo vicioso que oprime y asfixia a la Iglesia. Al fin y al cabo, el que dirige la pesca es Jesucristo y actuamos en su nombre. Como enseña Pablo a la comunidad de Corinto, podrá existir en la Iglesia una gran diversidad de ministerios y tareas, pero todos son miembros, con igualdad de derechos, del mismo y único cuerpo de Cristo.

Recuperar este sentimiento puede ser un importante objetivo de nuestra comunidad.

2. Pesca y Reino de Dios

Sin embargo, y a pesar de todo lo dicho anteriormente, el texto evangélico de hoy no deja de plantearnos ciertas dudas. Llamar a los apóstoles «pescadores de hombres» puede ser una frase lo suficientemente ambigua como para que la pastoral de la Iglesia se desenvuelva en un clima de paternalismo y dirigismo hacia los que están "fuera", tratando a las personas como entes pasivos que deben ser pescados.

En efecto, si la gente que no pertenece a la comunidad cristiana supiese que estamos tras ellos para poder pescarlos e incorporarlos a nuestro movimiento, grupo o comunidad, tendría todo el derecho de protestar.

Es cierto que muchas veces y en gran medida se entendió la acción cristiana como un auténtico proselitismo, de tal forma que apenas si importó respetar la libertad del que es invitado, sino que se puso el acento en «hacer número» y aumentar los datos estadísticos. La misma ambigüedad de la frase de Jesús pudo provocar cierto confusionismo en la pastoral de la Iglesia, concebida muchas veces como una gallina que debe recoger bajo sus alas a los polluelos dispersos por el mundo.

Es evidente que la comparación de Jesús no puede ser llevada hasta el extremo, teniendo en cuenta todo eI contexto del Evangelio, en el que Jesús aparece siempre invitando a seguirlo libremente, sumamente respetuoso con los que no formaban parte de la comunidad judía y reconocedor de sus méritos, tal como aparece con la samaritana, con el centurión romano, etc. Por otra parte, si de algo se lo puede acusar, ciertamente no sería de pretender buscar el número por el número, ya que siempre puso el acento en la exigencia de Ia llamada al Reino, en la necesidad de cambiar de vida, de tomar su cruz, etc.

Lo confirma el hecho de que su éxito fue tan exiguo que prácticamente, al morir, ni siquiera contaba con el apoyo de los apóstoles.

Existe, además, otra variable sobre la que ya hemos insistido en anteriores oportunidades. Tanto Jesús como los apóstoles dirigen su «pesca» con vistas al Reino de Dios, lo cual aclara mucho el problema. Pescar para el Reino de Dios es reconocer que quien llama al hombre es Dios y que él tiene caminos especiales para cada hombre. En realidad se trata de una pesca muy misteriosa, porque ¿quién puede afirmar que tal o cuál persona pertenece o no al Reino de Dios? ¿Y debemos circunscribir este Reino solamente a los límites de la confesión cristiana? Entendemos, por lo tanto, que la ambigüedad de este pasaje evangélico sólo se aclara desde la referencia al Reino de Dios, que es la referencia de Lucas con palabras explícitas de Jesús. Si la misión de Jesús era anunciar la buena noticia del Reino, pescar a los hombres no puede significar otra cosa que seguir anunciando esa buena noticia.

¿Por qué Jesús usó la comparación de la pesca? Simplemente porque, como buen pedagogo, partió de la realidad humana de los apóstoles galileos, todos ellos pescadores, o al menos los que vivían en las riberas del lago.

Tan cierto es esto que, en otras oportunidades, Jesús aludió a la misma idea con comparaciones distintas, como se refleja en las llamadas parábolas del Reino, tales como la del banquete, la de las bodas, la de la semilla, la de la siembra, etc.

Toda comparación en cuanto tal es signo de una realidad escondida en ella. El acento de esta comparación recae en la actividad de los apóstoles, dirigida a los hombres y abierta universalmente a todos. Frente a la primera reacción de los apóstoles de temor reverencial y de alejamiento supersticioso de Jesús, éste los invita a acercarse a él para formar una sola empresa de cooperación al servicio del Reino de Dios. Por el momento Jesús no explica cómo realizar esa tarea, con qué medios ni bajo qué fórmulas pedagógicas. Lo que hizo, en cambio, fue presentar su propio modelo de pesca: realizar los signos de la liberación del hombre e invitar a los marginados a superar su deprimente condición de vida.

Por lo tanto, la lectura y la reflexión de este evangelio nos urgen a replantearnos el proceso y el método evangelizador de la Iglesia en el mundo moderno. Las circunstancias históricas y sociales son tan diferentes a las del tiempo de Jesús y de los apóstoles, que sería ridículo imitar literalmente el método de los mismos. También ha variado la conciencia de la gente y se ha modificado aquel respeto reverencial hacia todo lo que tenga un signo religioso.

Hoy vivimos en un mundo pluralista, con fuertes acentos nacionalistas, con la afirmación constante de los propios derechos y con un gran recelo hacia toda forma de colonización, así esté inspirada por las más santas intenciones.

La misma acción misionera de la Iglesia fuera de sus fronteras hacia los continentes no tradicionalmente cristianos, se halla en plena crisis, entre otros motivos porque hoy son muchos los que quieren pescar y porque los peces se fijan en el color político de los pescadores.

La Iglesia, identificada con ciertos países colonialistas o expansionistas, vive hoy en la angustia, víctima de la poca claridad con que en otras épocas más propicias se planteó el problema. Si no evangeliza, es acusada de inmovilismo y pasividad; si lo hace, se la acusa de paternalismo, de colonialismo, de ambición de poder, de clericalismo, etc.

Circunstancias históricas hicieron que el cristianismo se afincara más en unos países que en otros, y fueron también esas circunstancias las que hicieron de Roma la capital del imperio y la capital del cristianismo, al menos del católico. Esta situación y tantas otras similares deben ser tenidas en cuenta para evitar dos tendencias extremas:

--la de los que pretenden desencarnar de tal manera el Evangelio de las circunstancias históricas hasta reducirlo a un movimiento más o menos etéreo y ecléctico, negando toda validez a toda forma institucional de la Iglesia;

--y la de los que, en la postura opuesta, terminan por transformar el cristianismo en una manera europea de vivir, sin reconocer el agregado sociológico de veinte siglos de historia, olvidándose, al fin y al cabo, de que el cristianismo nació en Oriente y fueron circunstancias externas las que determinaron su trasvase e implantación en Occidente.

Ahora comprendemos mejor por qué el texto evangélico de hoy necesita ser mirado desde la actual experiencia histórica que vivimos, sabiendo descubrir su espíritu dentro de un contexto determinado para no caer en un reduccionismo simplista. Dicho con cierta rudeza: ni los cristianos somos pescadores ni los no-cristianos son peces, de la misma forma que los obispos no son pastores ni los cristianos ovejas. Tanto éstas como otras comparaciones solamente pueden ser entendidas desde la perspectiva general del Reino de Dios y desde la pedagogía de Jesús, que vertió sus ideas en los moldes de la cultura popular de su época. Ninguna de esas comparaciones dice todo lo que quiso decir Jesús y, posiblemente, ni siquiera la suma de todas ellas.

La realidad del Reino tiene siempre ese carácter mistérico porque, al fin y al cabo, es la hora de Dios en el mundo y no la acción de los hombres en nombre de Dios. Por lo tanto, en lo que a nosotros respecta, lo importante es que aprendamos a servir al Reino con humildad, por un lado, y con todo el esfuerzo humano para no entorpecer sus pasos, por otro.

Si hoy la Iglesia es vista y sentida con cierta desconfianza, sospechosa de expansionismo en nombre de los intereses de Dios, mayor motivo tenemos los cristianos para revisar cuánto se ha hecho hasta ahora a fin de que no cometamos errores pasados.

Por algo nos reunimos todos los domingos en la celebración eucarística: para que la buena noticia del Reino penetre en nuestros corazones, purificándolos con el fuego divino como hizo con Isaías, a fin de que nuestros labios, al anunciar el Evangelio, no estén contaminados con la ambición ni con otras formas inconfesables de dominar y manejar a los demás.

SANTOS BENETTI
CAMINANDO POR EL DESIERTO. Ciclo C, 1º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1985.Págs. 205 ss.