30 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO
17-26

17. LA VIDA NO SE HACE DE RECUERDOS, PERO TAMPOCO SIN ELLOS.

Los hombres somos animales temporales, se nos da un tiempo y en él estamos inmersos. Todo lo que hemos vivido, sentido, llorado o reído gravita sobre nuestro hoy. Todo lo que uno ha sido es un gran tesoro que le hace ser tal y como es hoy, ahora y aquí. También puede ser un pesado lastre que le impida realizarse como persona; pero lo que es bien cierto es que el pasado gravita sobre el presente y nos lanza al futuro. Somos el resultado de lo que fuimos y seremos el resultado de lo que somos.

Al ser animales temporales necesitamos puntos de referencia, unas coordenadas de orientación, que nos ayuden a vivir con una cierta tranquilidad de ánimo en este presente y de cara al futuro que siempre se presenta como algo incierto.

El hombre no puede vivir de recuerdos, pero no puede vivir sin recuerdos. Los recuerdos son razones del pasado que me ayudan a vivir en el hoy; sin recuerdos la vida sería una pura angustia, una desazón.

Los santos, los bienaventurados, para el creyente son como razones del pasado que le ayudan a vivir y a proyectarse en cristiano.

Los santos, los bienaventurados, fueron hombres que optaron por el cristianismo y las cosas no les fueron mal. La Iglesia nos los propone como ejemplos a seguir. Fueron hombres como nosotros que siguiendo a Cristo llegaron a la plenitud de su ser personal, a la felicidad, a la santidad. Podemos ser como ellos y nos interesa.

La felicidad es el máximo desarrollo de las potencias del hombre, uno encuentra la felicidad donde encuentra su realización y llamamos vocación a aquello que al llevarlo a cabo nos hace sentir realizados.

Los cristianos llamamos santidad a la realización, a la plenitud, a la felicidad o bienaventuranza en Dios cuando Dios es su medio vital.

Nadie duda que los santos fueron bienaventurados y que la Bienaventuranzas son la «Carta Magna», la «Constitución» del cristianismo hasta el punto de que si tuviéramos que salvar una sola página de la Biblia tendríamos que salvar ésta; porque si no se hubiese escrito tendríamos que hacerlo para poder llegar a ser como Dios manda.

Al leerlas nos damos cuenta de que no hablan de Dios, sólo hacen referencia al hombre. Porque tenemos una forma de religión que nos dice que el principio y el fin del hombre es ser imagen y semejanza de Dios. Que la misión del creyente es llegar a configurarse con Dios, ser como Dios, tomar su forma, su figura.

Si esto es así, podemos sacar una conclusión: Las Bienaventuranzas son las costumbres que Dios tiene de vivir. ¿Cómo vive Dios?, pues así, como las Bienaventuranzas nos dicen. Quien las vive se asemeja a Dios, se aproxima a ser imagen y figura de Dios en este mundo.

Mateo nos trae ocho Bienaventuranzas:

«Bienaventurados los pobres porque de ellos es. . . »

Hoy diríamos: bienaventurados los que no confunden los medios con los fines, los que no se quedan con los medios y saben llegar al fin. Los que tienen un corazón suficientemente generoso como para no quedarse en las cosas y llegan a la esencia, a la sustancia, al fin. Bienaventurado quien tiene espíritu de generosidad y no espera nada de este mundo, porque lo único que puede esperar es su propia entrega. Bienaventurados los pobres porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Dicen los chinos que quien posee tres cosas, estas cosas le poseen a él. Qué difícil lo vamos a tener nosotros eso de ser pobres o generosos porque nuestro ideal imperante en la sociedad no es tener tres cosas sino tres veces tres veces tres. . . cosas, hasta el infinito. Quien quiera seguir la norma de Cristo, quien quiera hacer suya la forma que Dios tiene de vivir, tendrá que aceptar como un gran don que el fin del hombre no es tener, ni quedarse con los medios atesorándolos; sino llegar a ser.

«Bienaventurados los sufridos. . . »

Es decir: Bienaventurados los que encajan bien los golpes de esta vida y de esta sociedad de competencia. Bienaventurados los que sufren y sus sufrimientos no riegan violencia ni les llevan a la desesperación. Vivimos en un mundo de deprimidos, las depresiones cada vez son más frecuentes y más profundas porque el sufrimiento riega violencia reprimida, desesperación y rencor.

«Bienaventurados los que lloran. . . »

No por el llanto, sino por el consuelo que van a recibir. Bienaventurados los que son capaces de llorar, porque sólo los ojos que han llorado son capaces de ver a Dios. Llorar es una forma de hablar con Dios. Sólo los que lloran ven con claridad. . .

«Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia...»

Los que quieren ser justos, los que quieren dar al hombre lo que es del hombre y a Dios lo que es de Dios. Bienaventurados los que son capaces de adecuar su espíritu a lo que Dios y el prójimo están reclamando para este mundo.

«Bienaventurados los misericordiosos. . . »

Aquellos que ante las miserias de este mundo no viven apáticamente, sino misericordemente y con pasión, apasionadamente. Tan sólo se puede vivir con plenitud si uno es capaz de unir su suerte a la de los demás, especialmente a la de los más desgraciados. Como Cristo que vivió una pasión y acabó en un cruz. Podemos pasar de los medios, de las cosas, pero jamás de las personas.

Los misericordiosos alcanzarán la misericordia. Cuántas veces el Evangelio nos dice que cada uno tiene lo que se merece, que quien siembra vientos recoge tempestades, que quien vive con pasión vivirá acompañado de la pasión de los demás y quien no, sólo recibirá apatía, olvido, soledad y aislamiento.

«Bienaventurados los limpios de corazón. . . »

Éstos sí que tienen poco éxito en esta sociedad, en este mundo. Los veraces, los sinceros, los que van con el corazón en la mano, a pecho descubierto, con la cara alta en un mundo de apariencias y conveniencias. Vivir aquí con limpieza de corazón es una rareza. . .; pero si se quiere ser cristiano no hay otra forma de vivir: hambreando la justicia de Dios para los hombres y la de los hombres para Dios. Hambreando el ser pobre y entregado, el saber llorar con alegría y saber sufrir con esperanza; de lo contrario se vive de espaldas a lo que reclama nuestra fe.

«Bienaventurados los pacíficos...»

¿Cuantas familias hay rotas por falta de diálogo? No confundamos el pacífico con el pacifista. El pacífico es aquel que es capaz de entablar diálogo, de dar una oportunidad más, de comenzar de nuevo. El que sabe no romper la cuerda. Que es un dialogante, un creador de paz a su alrededor, un negociador de paz. Éstos son los hijos de Dios. En este mundo la falta de diálogo, de paz, hace que Dios no se manifieste con facilidad o encubrimos, tapamos, sus manifestaciones que es lo mismo.

«Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia...»

Éstos me caen muy simpáticos, son los que saben que una cosa es la autoridad y otra muy distinta el poder. Que la autoridad es un carisma cuyo precio es el de una vida vivida en autenticidad y que el poder viene de las urnas, la fuerza o el dinero. Los perseguidos por la justicia son los que apostaron por la vida del hombre y que están dispuestos a dar la suya porque tienen una causa para darla, tienen un ideal por el cual vivir y morir, sin ese ideal no valdría la pena la vida, sería una mera existencia.

Las Bienaventuranzas son un don de Dios, un anuncio de Evangelio, una Buena Noticia. Se puede vivir según ellas o en otra dimensión; al final uno recoge lo que ha sembrado. Pero hay que tener en cuenta que se puede ser de dos formas en este mundo: la de aquellos que viven de tal manera que duermen a pierna suelta aunque sea en la cárcel o el descrédito y la de los que intentan dormir y sus conciencias, sus cargas de conciencia, no se lo permiten. Las Bienaventuranzas no son «ley», son estilo de vida; ante ellas hay que optar: O de cara a ellas o derechos a candidatos a la depresión. Porque si vivimos de acuerdo con las Bienaventuranzas estaremos en armonía con nuestra fe y si vivimos de espaldas a ellas seremos pura contradicción.

BENJAMIN OLTRA COLOMER
SER COMO DIOS MANDA
Una lectura pragmática de San Mateo
EDICEP. VALENCIA-1995. Págs. 34-37


18.

El profeta Sofonías vivió una época turbulenta y apasionante del reino de Judá: los años del reinado de Josías (640-609 AC), aunque tal vez actuaba ya un poco antes. Decimos que fué una época "turbulenta y apasionante" por dos razones: el imperio asirio extendía su influencia hasta la frontera con Egipto, y en Jerusalén, la capital de Judá, se dejaba sentir dicha influencia no solamente en el culto, sino hasta en las modas de vestir. Por otra parte el rey Josías emprendió una profunda y radical reforma religiosa, para volver a la pureza de la religión yahvista, apoyado, entre otros grandes, por el profeta Jeremías. Frente a los funcionarios orgullosos y prepotentes, a los grandes comerciantes y propietarios "asirianizados", a los sacerdotes y levitas del templo, confiados en sus liturgias y demás prácticas, Sofonías nos hace ver a "los humildes" del pueblo en quienes Dios se complace: son las gentes sencillas, pobres, descomplicadas, que ponen su confianza en Él mientras trabajan duro para sobrevivir, que no están pensando ni en alianzas ni en modas extranjeras, sino que viven espontáneamente lo mejor de la tradición de los mayores. Son los "anawim", como se les llama en hebreo, que no teniendo de qué enorgullecerse, simplemente se ponen en las manos de Dios. La lectura nos prepara para escuchar la bienaventuranza del Evangelio en la que Jesús proclama dichosos a los "pobres de espíritu"

Lo que Sofonías decía de los pobres de Dios en el antiguo Israel, lo dice ahora San Pablo de las comunidades cristianas. En ellas el Espíritu ha congregado a los humildes, los pobres, los que no cuentan ni son importantes, los ignorantes, aunque a veces alardeemos, como hacían los corintios, de títulos, saberes y posesiones. Ahora que somos tan dados a las estadísticas podríamos hablar de un elevadísimo porcentaje de cristianos, de los países y continentes más pobres, que componen la mayoría de las comunidades cristianas. Cuando empezamos a sentirnos prepotentes y a discriminar a los demás, creyéndonos superiores por cualquier motivo, es cuando comienzan a dividirse nuestras comunidades y pierden su dinamismo evangelizador. Al final, San Pablo nos da la clave para superar esos males de la iglesia de todos los tiempos: no debemos gloriarnos de nosotros mismos, de nuestros apellidos, títulos, virtudes o posesiones. Es Jesucristo a quien Dios ha hecho sabiduría, justicia, santificación y redención para todos nosotros. El es el verdadero y único motivo de nuestro santo orgullo de ser cristianos. Contemplándolo a él, y permaneciendo unidos a él, seremos la verdadera Iglesia de los cristianos, enviada al mundo para anunciarle la salvación.

Las dos lecturas anteriores nos han preparado para escuchar, una vez más, las "bienaventuranzas", que en dos versiones algo diferentes traen los evangelistas Mateo y Lucas. Hoy leemos las de Mateo; son ocho frente a las cuatro de Lucas que reemplaza las que le faltan por 4 "malaventuranzas" o ayes impresionantes. No son las únicas bienaventuranzas de la Biblia; ya las encontramos diseminadas por distintos lugares del AT y del NT. "Bienaventurados", es decir, dichosos, felices. No las "bienaventuranzas" que cantan los medios de comunicación social: poseer muchas cosas, o tener poder y prestigio, imagen y popularidad; Jesús proclama bienaventurados a quienes el mundo considera malaventurados: los pobres de espíritu, es decir, los pobres que han asumido su pobreza con la confianza en Dios; los que son capaces de compartir lo poco que tienen con los demás, los que no están pendientes de las apariencias de modas, consumos y despilfarros; los que en medio de las luchas por la existencia y por una vida digna no apelan al odio, ni a la violencia, ni a la amargura, sino que son misericordiosos, pacíficos, anhelan la justicia, se compadecen de los que sufren y les tienden la mano; los que aceptan con valentía la persecución de los violentos y los prepotentes.

A los pobres de espíritu -dice Jesús- pertenece el Reino de Dios, que es nada menos que la realización de su voluntad amorosa y paternal sobre todos nosotros. Un Reino que nada tiene que ver con los de este mundo, basados en la opresión y la mentira, las armas y la codicia. El Reino de Dios que Jesús anuncia a los pobres ya está aquí presente en donde los seres humanos se respetan, se ayudan, comparten, renuncian a la violencia y a la guerra, anuncian a otros lo que ellos viven y aceptan sufrir, cuando es preciso, por estos ideales.

Nuestra comunidad tiene un "test" de autenticidad evangélica en las bienaventuranzas: no somos más cristianos porque hagamos muchas procesiones, o asistamos a muchas celebraciones, ni porque multipliquemos las imágenes religiosas en nuestras casas, campos y ciudades. No somos más cristianos porque hablemos más de Dios y de Jesús, sino porque vivamos las bienaventuranzas de Jesús comprometiéndonos a hacerlas realidad en este mundo que no las entiende ni acepta.

Para la revisión de vida:

Las Bienaventuranzas no son una teoría, un buen deseo de Jesús, sino una de las mejores descripciones de lo que Jesús mismo fue y vivió. ¿Ocurre lo mismo conmigo? ¿Me describen las bienaventuranzas?

Para la reunión de grupo:

-¿Qué fue aquel resto de Israel, los anawin..., los pobres de espíritu? ¿Qué es ser "pobre de espíritu?

-En la comunidad de Pablo se han congregado los pobres… ¿Cómo están los pobres en nuestras comunidades: presentes o ausentes, a gusto o a disgusto, como sujetos o como objetos, como protagonistas o callados y dejándose guiar?

-Bienaventurados los pobres de espíritu es una de las páginas del evangelio que más tinta y discusión han hecho correr. Si según Mateo Jesús habló de "pobres de espíritu" en el "sermón del monte", y según Lucas habló de "pobres" (sin más) en el mismo sermón (pero que fue pronunciado "en un llano"), ¿a quién hacemos caso? ¿"Pobres", o "pobres de espíritu"? ¿O serán complementarios los dos conceptos?

Para la oración de los fieles:

-Para que no deje de haber siempre en el mundo un "resto de Israel", personas humildes y sencillas que con fe en Dios mantengan firmes los valores del amor y de la esperanza, roguemos al Señor…

-Por todas las comunidades cristianas donde se reúnen y participan los más pobres, para que nunca les decepcione la Iglesia…

-Para que la Iglesia se examine mirándose constantemente en el espejo de las bienaventuranzas…

-Por los que se consideran "pobres de espíritu" muy lejos de la pobreza y de los pobres, para que el Señor les haga ver que ése no fue el camino que Él siguió…

-Para que nuestra eucaristía dominical sea siempre un espacio privilegiado de oración y de encuentro comunitario…

-Para que el evangelio de las bienaventuranzas nos haga realmente "dichosos" y demos testimonio de que en verdad el Evangelio es "buena noticia"…

Oración comunitaria:

Dios Padre nuestro que en Jesús has traído a nuestro mundo en tinieblas tu buena noticia, tu anuncio de la salvación; haz que nuestra vida se transforme realmente por la alegría de esa buena noticia, para que nos sintamos "dichosos" y seamos una bienaventuranza para el mundo. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


19.

- La búsqueda de la felicidad

La felicidad, lograr ser felices. Seguramente ésta es la meta principal que todos buscan en su vida, el objetivo humano prioritario: mirar de hallar la mejor manera de ser felices. Si preguntásemos a la gente cómo buscan ser felices, o dónde buscan su propia felicidad, seguramente nos hallaríamos con respuestas muy distintas. Algunos nos dirían que en una vida de familia bien fundamentada; otros, que en tener salud y trabajo; otros, que en gozar de la amistad y el ocio... Los más influidos por los medios de comunicación y por la manipulación comercial de nuestro tiempo nos dirán que la mejor manera de ser feliz es tener dinero, poder comprar el mayor número posible de cosas, disfrutar con el placer fácil, lograr ascender a niveles sociales más altos...

Jesús también hace su propuesta. Jesús nos ofrece un modelo de vida, unos valores, que según él son los que nos pueden hacer felices de veras. La propuesta de Jesús son las bienaventuranzas, que hoy hemos escuchado en el evangelio. Dichosos..., dichosos... Las bienaventuranzas, ese texto tan conocido quizá, pero tan sorprendente siempre. Unos pensamientos, unas sentencias, que a primera vista pueden desconcertar al sentido común. Así, Jesús nos dice que serán dichosos los pobres en el espíritu, los sufridos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de la justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz, los perseguidos por causa de la justicia... No, ésos no son los valores que hoy día la sociedad propone como modelos. Más bien, desde la lógica humana y estrictamente racional, la propuesta de Jesús es estúpida, da risa.

- Un modelo distinto del mundo

Y es que precisamente una primera conclusión, y no poco importante, es entender que los caminos de Dios no son los nuestros, que la voluntad de Dios no coincide con lo que nos sale más instintivamente de nuestra voluntad, que el modelo de Jesús no es el modelo del mundo. Por eso, desde la óptica cristiana, la noción de felicidad humana se transforma. Las lecturas que hemos escuchado y que preceden al evangelio de las bienaventuranzas nos dan algunas claves para acabar de entender este mensaje. Por ejemplo, en la primera lectura el profeta Sofonias nos exhortaba: Buscad al Señor los humildes (...); buscad la justicia, buscad la moderación. Y es que son los que viven en la humildad, en la sencillez, en el amor desinteresado, quienes están más cerca del Señor, porque son los que tienen el corazón más dispuesto a acogerlo. En este sentido, es oportunisima la reflexión de san Pablo que hemos escuchado en la segunda lectura: Fijaos en vuestra asamblea, no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas. Dios, para confundir a los sabios y fuertes, ha escogido a los que a los ojos del mundo son ignorantes, débiles, de clase baja, que no valen nada. Pero, dice san Pablo, por él, vosotros sois en Cristo Jesús, en este Cristo que Dios ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención.

- La felicidad auténtica

Las bienaventuranzas inauguran el llamado Sermón de la Montaña, y resumen el núcleo de la buena noticia de Jesús. Las bienaventuranzas son la invitación de Jesús a quienes quieren seguirlo, una proclamación profética del espiritu y las actitudes de quienes optan por el Reino.

El mensaje de Jesús es que sólo serán auténticamente felices los que ponen toda su confianza en el Señor, y todo lo demás lo dejan en segundo término; sólo los que saben vivir unas actitudes de desprendimento, de humildad, de deseo de justicia, de preocupación e interés por los problemas de los demás... Evidentemente, huelga decirlo, estamos hablando de una felicidad auténtica, profunda, llena de sentido, una felicidad que va más allá de los placeres o las satisfacciones más superficiales. Una felicidad que apunta al fondo del corazón, a lo más trascendente de uno mismo, a la salvación.

El camino de las bienaventuranzas, el camino de la felicidad, el camino del seguimiento de Jesús, es eso, un camino, por el que hay que ir avanzando cada día, con esfuerzo y con voluntad. Por ello las bienaventuranzas son una llamada a la conversión, al cambio personal, a la revisión de la propia vida: ¿Dónde busco yo la felicidad? ¿Cuáles son los objetivos prioritarios de mi vida? ¿En qué punto me hallo del proceso que me propone Jesús? El camino de las bienaventuranzas no es un camino fácil, más bien va contra corriente de aquello a lo que nos impulsa el mundo de hoy. Pero es un camino que vale la pena proponerse recorrer, porque lleva a la felicidad, porque lleva a la alegría plena y verdadera. Por eso Jesús terminaba su mensaje animándonos: a pesar de las dificultades, estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

EQUIPO MD
MISA DOMINICAL 1999/02-39


20.

- UN TEXTO MAYOR

Después del preludio de domingo pasado, empezamos a escuchar hoy, en el evangelio, el "sermón" de la montaña. Lo empezamos a escuchar a través del texto que lo encabeza: las "bienaventuranzas". Es un texto considerado, ciertamente, de los mayores dentro del conjunto de las palabras de Jesús y que nos es bastante familiar. Es un texto que quizás no llevamos suficientemente arraigado en el corazón, pero sí que representan para nosotros como un rescoldo de amor en algún rincón de nuestra memoria. Hoy es un día para avivarlo. Para volverlo a guardar en el lugar más vivo de nuestro corazón y para ir haciéndolo más nuestro meditándolo y orándolo.

El texto de las bienaventuranzas, por otra parte, porque nos es conocido y familiar, puede correr el riesgo, al escucharlo de nuevo, que lo recibamos como algo ya conocido, y, por ser algo conocido, no le demos demasiada importancia. Podemos caer en la tentación de pensar -tanto escuchando como predicando estas palabras de Jesús- que ya hemos escuchado tantas veces las bienaventuranzas que hoy -un domingo corriente del tiempo ordinario- no deja de ser una más y basta. Conviene, pues, dar a las bienaventuranzas toda la importancia que merecen. Empezando, quizás, por la manera de ser leídas y proclamadas: con una lectura pausada y dejándolas escuchar, bien escuchadas, una tras otra.

- PORQUE ESTÁN EN EL EVANGELIO

Puede parecer una cuestión circunstancial, pero no lo es. Este domingo escuchamos las bienaventuranzas por el mero hecho de que están en el Evangelio. Otras veces las escuchamos con motivo de una fiesta o una celebración particular. A veces, por el hecho de ser uno de los textos posibles que podemos escoger para una determinada celebración. Hoy no es así. Precisamente las escuchamos porque no depende de ninguna circunstancia ni de nuestra elección. Las escuchamos por el mero hecho de "ser Evangelio". Y es importante que hoy lo subrayemos. Las bienaventuranzas son el "evangelio" que escucharemos este domingo. Dichosa lectura continuada que nos las hace escuchar tan solo como "Evangelio" y basta.

- EL "EVANGELIO" DE LAS BIENAVENTURANZAS

Pararse hoy, en la predicación, en la exégesis de cada bienaveturanza no es lo más oportuno. Quizás conviene más destacar la carga de evangelio que tienen las bienaventuranzas en sí mismas. Las bienaventuranzas son el Evangelio de la promesa de dicha -de bienaventuranza- que nos hace Jesús y que sólo Dios puede dar. Esta es la Buena Nueva que hoy volvemos a escuchar. Las bienaventuranzas son la promesa de felicidad que Dios promete a todo el mundo. A todos los que buscan al Señor, con corazón sincero y humilde, y buscan refugio en su nombre (lectura primera). Las bienaventuranzas nos hacen levantar la mirada hacia el Señor, fuente de justicia para todos (salmo). Las bienaventuranzas no nos dicen que los pobres, los que lloran, los que trabajan por la paz, los perseguidos, son dichosos. Todos estos sufren estas situaciones y pasan necesidades, lloran, trabajan con esfuerzo, se sienten oprimidos. Lo que nos dicen las bienaventuranzas es que, sea cual sea su situación, el hombre que lo busca de todo corazón y cumple sus preceptos tiene a Dios de su lado y Dios le concederá el gozo de participar de su vida, podrá conseguir la felicidad en Dios.

Las bienaventuranzas nos hablan mucho de la gratuidad de la bondad divina, pero también nos hablan mucho de lo que tenemos que hacer para obtener la gracia de esta gratuidad. Nuestra actitud ante las bienaventuranzas queda bien expresada en este texto del Catecismo de la Iglesia Católica que dice: "La bienaventuranza prometida nos coloca ante opciones morales decisivas. Nos invita a purificar nuestro corazón de sus malvados instintos y a buscar el amor de Dios por encima de todo. Nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en la riqueza o el bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna obra humana, por útil que sea, como las ciencias, las técnicas y las artes, ni en ninguna criatura, sino sólo en Dios, fuente de todo bien y de todo amor" (n. 1723).

- LA BIENAVENTURANZA DE SER CRISTIANO

La segunda lectura de este domingo nos trae lo que podríamos llamar la bienaventuranza "de ser cristianos". San Pablo quiere que nos fijemos en que aún siendo nosotros poca cosa, hombres y mujeres llenos de limitaciones -no hace falta ser demasiado experto para darse cuenta-, hemos sido escogidos para ser cristianos, para vivir como cristianos y para dar, ante quien sea, testimonio de nuestra fe. Y añade san Pablo: "Por él vosotros sois en Cristo Jesús". Jesucristo es nuestra gloria y nuestro gozo. Vivir en comunión con él (que es lo que significa ser cristiano), que es "para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención", nos da la paz y nos hace gustar, ya en este mundo, la felicidad de "ser de Cristo", una felicidad que es prenda de la plena felicidad que Dios nos dará cuando, en el mundo futuro, el Hijo presente al Padre el fruto entero de la redención. ¿Qué otra bienaventuranza queremos que la de ser cristianos? Ojalá lo seamos hasta el fin y nuestra recompensa sea grande en el cielo.

JOSEP URDEIX
MISA DOMINICAL 1999/02-35


21.

EL CAMINO DE LA FELICIDAD

"Buscad al Señor los humildes. Dejaré en medio de tí un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor" (Sofonías 2,3). El Profeta invita a los humildes al cumplimiento de las bienaventuranzas. Después, juzga a "la ciudad rebelde, manchada y opresora, que no ha obedecido, ni escarmentado, no ha puesto su confianza en el Señor, ni se ha acercado a su Dios"(Sof 3,1 ss). Dios había quedado desdibujado en aquella generación. "Sus jefes son como leones rugiendo; sus jueces, lobos a la tarde, sin comer desde la mañana"(Sof 3,2). Cuando falta Dios, falta la ética, la moral y la justicia y los que están arriba y los que tienen más poder, porque creen que nadie les ha de pedir cuentas, y no tienen más horizonte que el material, piensan y se jactan: "¡Venga!, a disfrutar de los bienes presentes, a gozar de las cosas con ansia juvenil; ciñámonos coronas de capullos de rosas, antes de que se ajen" (Sab 2,6). Por eso para el profeta Sofonías, lo que importa es el temor del Señor y la confianza en El. Para él tiene menos importancia la pobreza material.

En efecto, la riqueza en cualquier orden: dinero, talento, poder, belleza, relaciones sociales, influencia, títulos nobiliarios... de suyo, entitativamente, es átona, indiferente, incolora. Es un medio, un instrumento, una capacidad. Como todos los medios, puede ser empleada correctamente o incorrectamente. La libertad humana tiene la oportunidad con ella de inclinarse a la derecha o deslizarse a la izquierda. Según la inclinación que se adopte, la riqueza será un poderoso aliado, o un pernicioso escalón. Como la experiencia nos dice que los días de claro sol han elevado menos ojos al cielo que la oscuridad de la noche; y que es más fácil que uno piense en Dios cuando sufre carencias, que cuando está saciado, ahí es donde reside la peligrosidad de la riqueza: "El pueblo pobre y humilde, confiará más fácilmente en el nombre del Señor". El pueblo rico, confiará más fácilmente en sus poderes, porque los tiene, que en el Señor; pero los justos podrán decir de él: "Mirad al valiente que no puso en Dios su apoyo, confió en sus muchas riquezas, se insolentó en sus crímenes. Pero yo, como verde olivo, confío en la misericordia de Dios por siempre jamás" (Salmo 51). El que no tiene poderes no puede, aunque quiera, confiar en ellos. Sólo en el Señor puede depositar su confianza. Y esa es la experiencia que nos aporta hoy San Pablo en su carta a los Corintios: "En vuestra asamblea no hay muchos sabios, ni poderosos, ni aristócratas". Por eso no pueden presumir de otra cosa que de la piedad del Señor. Y como el Señor es Padre Omnipotente y Misericordioso, dador de la pobreza y de la riqueza, de la vida y de la muerte; y porque los que confían en El van a salir mejor parados, por eso los llama a todos

"BIENAVENTURADOS", "DICHOSOS", FELICES.

La Palabra de Dios rezuma alegría, gozo, dicha, bienventuranza. Cuando Jesús, llamados ya los doce, comienza a predicar la Buena Noticia, ofrece, antes que su Palabra, el espectáculo fascinante de aquel grupo de hombres, rebosantes de alegría, que eran su mejor y más atractivo pregón. Eran una familia en perenne fiesta de amor. Jesús les decía: "Cuando ayunéis no pongáis cara triste" (Mt 6,16). Lo que les molestaba de los discípulos a los fariseos, e incluso a los discípulos de Juan, más que el hecho de no ayunar, era su alegría: "¿Por qué mientras nosotros y los fariseos ayunamos, tus discípulos no ayunan?" (Mt 9,14). Jesús no contestó sobre el ayuno sino sobre la tristeza:: "Pueden acaso los invitados a la boda ESTAR TRISTES mientras el novio está con ellos?" (Ib). Y voy a aventurar una imagen: Si los "hippies" (entiéndaseme bien), no hubieran errado el camino, podrían darnos una imagen exterior parecida a la dicha interior y exterior del equipo de Jesús. Con la diferencia de que aquellos no podían ser felices por dentro, y los discípulos de Jesús, sí, como cualquier hombre o mujer que quiera hoy, ahora mismo, comenzar a vivir ese camino, porque la dicha feliz de los que viven las bienaventuranzas no sólo es trascendente, sino inmanente. En los libros sagrados encontramos más de cien veces la palabra fascinante: DICHOSOS. Repetidas veces llaman dichoso al que camina con vida intachable (Sal 118); al que cuida del pobre y del débil (Sal 40); al que confía en el Señor (Sal 83); a los que escuchan la palabra de Dios (Lc 11,28); al que se le ha perdonado su pecado (Sal 31,1); al invitado al banquete de las Bodas del Cordero (Ap 19,9); a los que creen sin haber visto (Jn 20,29)...No es extraño pues, que hoy, en el Sermón de la Montaña comience Jesús, proclamando, con el ritmo solemne y cadencioso de su lengua aramea, el resumen de todas esas felicidades, en ocho bienaventuranzas, algo así, como que los diez mandamientos se encierran en dos.

Cuando se posee la riqueza y se es temeroso de Dios y humilde, lo cual es posible, no se abusa ni del poder ni de la riqueza, sino que se los utiliza para promocionar al hombre, para cultivar la paz, para desterrar la pobreza o miseria material, lacra del mundo, y para cultivar los valores humanos, la honradez, el trabajo, la constancia, la veracidad, la solidaridad... Pero si se borra a Dios del horizonte, que, en fin de cuentas, es el que pide cuentas, toda injusticia es posible, todo desplome esperado. "Como no temo a Dios ni a los hombres" (Lc 18,4), decía el juez injusto, hago lo que me da la gana.

Ante tanta sinrazón e injusticia, ante tanto materialismo y desenfreno, se hace necesaria la intervención de Dios, que se desborda en promesas de restauración mesiánica: "Purificaré los labios de los pueblos para que invoquen todos el nombre del Señor" (Sof 3,9); y la promesa de una restauración interior, una nueva creación por la "que no tendrás que avergonzarte de las acciones con que me ofendiste, porque extirparé tus soberbias bravatas" (Sof 11); de una transformación interior en Cristo obrada por el Espíritu.

También hoy, frente a los satisfechos de este mundo, y al "océano nihilista" de una humanidad que "ha perdido hasta los puntos de referencia" (Olegario G. de Cardedal), Jesús, como nuevo Moisés, que está creando un pueblo nuevo, presenta a sus discípulos las Bienaventuranzas, proclamas solemnes y magistrales, que describen el nuevo espíritu que él va a predicar y revelan con matices diferentes, una misma actitud coherente: "Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos" (Mateo 5,1). Al materialismo denunciado por Sofonías, opone Jesús la bienaventuranza de la pobreza espiritual, de la paciencia en el sufrimiento y en el llanto, del hambre y sed de justicia, de la misericordia y limpieza de corazón. En definitiva, su propio autorretrato. El es el pobre, el manso, el que no se recató de que le vieran anegado en llanto, y envuelto en sudor de sangre, el que tuvo hambre y sed de justicia, el misericordioso, el limpio de corazón, el que trabaja por la paz. Y el que perseguido murió. Jesús designó a los humildes como dichosos. El es el primer hombre bienaventurado, porque goza de la misma bienaventuranza de Dios, que no tiene su corazón ni en la tierra ni en nada de la tierra. Dios es bienaventurado porque es feliz y se sabe feliz, porque no necesita nada, pues en él está todo y quien se acerca a él y deja sus ambiciones terrenas, es igualmente feliz. Pero Jesús sabía que el día que predicó las Bienaventuranzas, había firmado su propia sentencia de muerte (Fulton Shen). Las proclamaba en un monte, cercano a Cafarnaúm, eco, perfección y plenitud del monte Sinaí, pero las tenía que consumar en otro monte, clavado en la cruz. El sabe que las Bienaventuranzas son la opción por una locura, la del amor. Son un monte de alegría pero de la que hay al otro lado de la zarza ardiendo. Es la llamada universal a la santidad, que el Vaticano II ha proclamado, como ningún otro Concilio.

Para seguir ese camino, Dios se ha complacido en "escoger la gente baja del mundo, la despreciable, lo que no cuenta para anular lo que cuenta" (1 Corintios 1,26). El mismo Pablo fue a Corinto a predicar "con una sensación de impotencia y temblando de miedo" y no confiando en el poder de la persuasión de la elocuencia humana, "sino en la manifestación y en el poder del Espíritu" (1 Cor 2,3).

Podemos afirmar rotundamente que la dicha de los pobres tiene una base inconmovible, que consiste en que el Señor "hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos, liberta a los cautivos, abre los ojos al ciego, endereza a los que ya se doblan, ama a los justos, guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda y desbarata el camino de los malvados" (Salmo 145). Por eso, estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

Creamos firmemente que ahora en la Eucaristía vamos a recibir al Bienaventurado y feliz Jesucristo, que actua en nosotros hoy toda la felicidad, y es capaz de llevarla hasta las raíces más profundas del mundo, a las cuales llega la Redención de su Sangre.

J. MARTI BALLESTER


22.

1. Lecturas en la Misa

Sofonías 2,3; 3,12-13 : "Buscad al Señor los humildes...; buscad la justicia... El resto de Israel no cometerá maldades..."

San Pablo. I Cor 1, 26-31 : "Dios ha escogido la gente baja del mundo... para humillar a los sabios...de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor"

Ev. según san Mateo 5, 1-12 : "Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos...Dichosos los sufridos..., los que lloran..."

2. Hilo conductor de la homilía

2.1. Los textos litúrgicos de hoy tienen como hilo conductor de sus pensamientos y actitudes el contraste que se da en la vida entre soberbia y humildad, poder y debilidad, elección y marginación, felicidad egoista y gozo en el compartir...

2.2. En todas las épocas de la historia humana, con independencia de la cultura, política reinante, e incluso religión, el espíritu del hombre ha estado atraído por dos polos en lucha: la autosuficiencia que le coloca frente a y por encima de todos los demás, y la mutua dependencia que le vincula a los demás de forma complaciente. La psicología se enseñorea del campo humano, y hace falta realizar ejercicios de recta razón y de libre voluntad para poner las cosas en su punto.

2.3. Los tres textos bíblicos nos hablan de esas realidades, y lo hacen una actitud y psicología religiosa. El profeta Sofonías, el apóstol Pablo y el Maestro, Jesús, nos dan una soberana lección, en tono distinto pero en uniformidad de sentido, poniéndonos ante el Señor e invitándonos a reflexionar, para que no confundamos el pensamiento amoroso de Dios con la actitud displicente nuestra.

3. Primera lección: sólo el humilde se redime

3.1. Comencemos anotando que el párrafo de Sofonías es una composición litúrgica, hecha a base de dos fragmentos. Su intencionalidad es concentrar la atención del lector en lo que Dios quiere de los hombres: que no le sean rebeldes con sus excesos sino fieles en la moderación.

3.2. En el primer fragmento (c.2,3) se despabila a los mortales, de parte de Dios, convocando sólo a los humildes o sencillos, a los que ya "cumplen los mandamientos", y animándoles a proseguir en ese camino: si en vuestra vida "buscáis la justicia y la moderación", "el día de la ira del Señor" estaréis bien protegidos de su mano vengadora. Lo que hagamos en este suelo vale para el más allá.

3.3. En el segundo (c. 3,12-13) se desvela cómo el corazón de Dios, que es padre y se goza en sus hijos, desea que en Jerusalén habite "un pueblo pobre y humilde que confie en el Señor". Este pueblo, resto o núcleo fiel a la Alianza, será modelo para todos si no alberga mentiras, maldades o embustes, y ello le permitirá vivir sin sobresaltos y disfrutar de paz.

3.4. La conclusión es sencilla: sólo el hombre sencillo, humilde, fiel a la alianza, pobre de Yavé, limpio de corazón, es el amado de Dios y el que lleva consigo la paz espiritual.

4. Segunda lección: los cristianos, pobres y sabios en Cristo

4.1. San Pablo recuerda el mensaje de Sofonías y lo ve aplicado en las comunidades cristianas, por ejemplo, en la de Corinto. Esta comunidad, fundada por Pablo por el año 51, y muy amada de él, se sentía agitada por divisiones internas, y algunos se pavoneaban en demasía, como si fueran alguien ante el Señor.... Pablo les recrimina esa actitud y les recuerda que somos muy poca cosa ante el Señor, ante la Cruz redentora, ante el Misterio que nos envuelve ...

4.2. La sabiduría cristiana no es la sabiduría del mundo sino la de Dios, la de la Caridad, la de la Cruz que escandaliza a unos y otros ....Es la sabiduría del humilde, del sencillo, del que vive abierto al Espíritu. A ése es al que llama el Señor a su Reino, no al petulante soberbio ...

4.3. Y la prueba de que el Señor llama a los humildes, pobres de Yavé, despreciados del mundo, son los propios miembros de la comunidad cristiana corintia : "en vuestra asamblea no hay muchos sabios al estilo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; todo lo contrario, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios..."

4.4. No es que Pablo desprecie la vocación cristiana de sabios y maestros, ni mucho menos. Lo que trata de mostrar es que los hijos de Dios, los elegidos, lo somos por gracia, no por nuestros méritos, para que nadie tenga de qué gloriarse ....

4.5. Lección para cristianos: no olvidemos que la fe es un don de Dios, y que como don ha de ser agradecida y cultivada delicadamente por nosotros.

5. Tercera lección: vivir en el espíritu de las bienaventuranzas

5.1. Jesús culmina los pensamientos precedentes sobre la acogida que merecen ante Dios los pobres, humildes, sencillos, abiertos al Espíritu, promulgando una Ley nueva en la que subyace y es coronada la Ley del Sinaí o de los "mandamientos". A la solemnidad de la promulgación de la "Ley antigua", por Moisés, sucede la promulgación sencilla de Jesús en su impresionante Sermón de las montaña.

5.2. Las llamadas "bienaventuranzas" son como la enumeración de las condiciones espirituales a partir de las cuales se da el acceso al Reino nuevo en Cristo, que consiste en la justicia, paz y gozo en el Espíritu (Rom. 14,17). San Mateo, en el capítulo 5 de su evangelio, coloca las "bienaventuranzas" como introducción o sala de entrada al "Sermón de la montaña".

5.3. En la redacción de las "bienaventuranzas", mediante frases que tienen dos miembros o componentes, se ha procedido con tacto exquisito. En el primero, se conserva y ennoblece el tronco que es común a la Ley antigua y nueva: la acogida de Yavé a pobres de espíritu, sencillos de corazón, hambrientos de pan y de justicia...; y en el segundo se proyecta a los fieles a un premio eterno en Dios. Éste tiene toda la claridad del Nuevo Testamento revelado por Jesús.

5.4. Si la homilía se centrara en la exposición de las "bienaventuranzas", más bien que en el contexto de toda la Palabra litúrgica del día, pueden acentuarse dos rasgos:

Cada bienaventuranza expresa una forma de las alegrías, gozos y satisfacción íntima que la participación en los bienes espirituales del Reino nuevo debe producir al alma cristiana, o al hombre noble en general.

El espíritu de cada bienaventuranza, y de todas ellas juntas, rebosa de emoción en los labios de Jesús, en la conciencia cristiana, en la vida de los himuldes hijos de Dios, porque su vivencia profunda es signo de que ha cambiado radicalmente nuestro criterio y modo de vivir humano interesado para dejarse inundar por el espíritu de Dios y de la fraternidad.

DOMINICOS
Convento de San Gregorio
Valladolid


23. COMENTARIO 1

LOS OTROS SANTOS


Los cartujos suelen decir que "para tener un santo cartujo, un cartujo tendría que dejar de ser santo". De hecho, el proceso de canonización de un difunto es algo sumamente complicado; la investigación sobre la vida del sujeto en cuestión dura bastantes años y mueve cantidad de profesionales: abogados, jueces, notarios, peritos y testigos. Para ello se requiere, entre otras cosas, invertir una buena suma de dinero. Así es: para llegar a ser santo no basta con haber llevado una vida ejemplar -cosa ya de suyo dificil-, se requiere además haber sido rico, gozar de poder e influencia, incluso después de muerto, o tener un buen padrino con fuerte respaldo económico que promueva la causa en Roma. ¿Hubiera llegado Jesús de Nazaret a los altares por este camino? Ironías de la vida...

No era así al principio. Los santos no lo eran por designación romana o pontificia, sino por aclamación popular. Esta fue la práctica de la Iglesia durante casi todo el primer milenio. Después las cosas se degradaron. No debe extrañar, por tanto, que no haya apenas pobres en el santoral...


Examinando el santoral católico, se ha encontrado que de 1938 casos estudiados de santos canonizados, el 78% de los santos y beatos han pertenecido a la clase alta; el 17% a la clase media, y sólamente el 5% a la clase baja estadística que recoge el teólogo José María Castillo en su artículo "Lectura materialista del santoral", (Misión abierta 2, 1981,150), quien concluye: "En conjunto los datos invitan a preguntarse si no hay una marcada tendencia en la historia de la Iglesia a identificarse más de la cuenta con los valores de las clases dominantes". El ascenso de tal cantidad de santos de la clase alta a los altares lleva a pensar que, en cierto modo, la Iglesia canoniza las virtudes de los hombres de dicha clase, proponiéndolos como modelo al resto de los cristianos, para bien de la Iglesia misma y de los fieles.


¿Qué pensará de todo esto Jesús de Nazaret? Alguna de sus ideas al respecto la podemos deducir del Evangelio. Cuando pronunció su discurso inaugural -el sermón de la montaña-, discurso en que expuso el modo de comportarse de los que son ya ciudadanos del Reino de Dios - hoy diríamos "santos"- comenzó diciendo: "Dichosos vosotros los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Dichosos los que ahora pasáis hambre, porque os saciarán. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Y el evangelista Mateo, más exigente todavía, corrige la primera bienaventuranza diciendo: "Dichosos los pobres de espíritu", esto es, los que han elegido ser pobres como estilo de vida, conscientes de que no se puede servir a dos señores tan opuestos como Dios y el dinero.


A las tres bienaventuranzas primeras, Lucas añade tres malaventuras: "Pero ¡ay de vosotros, los ricos, porque habéis recibido vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados, porque tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque os lamentaréis y lloraréis!". Así de crudas son las palabras de Jesús.

Los primeros, los pobres que pasan hambre y lloran, los hemos colocado en la cola hasta en el santoral. Apenas hay sitio para ellos en los altares. Pero éstos, según Jesús, son los "otros santos"; santos pobres de quienes nadie se acuerda, pero que ocupan el primer puesto en el "hit parade" de la eternidad. A ellos rendimos hoy nuestro homenaje, con el deseo de que cambien las cosas en el futuro. Que Dios nos oiga...


24. COMENTARIO 2

DIOS NO QUIERE POBRES

Dios no quiere que haya pobres. No. La pobreza no es bue­na: hace sufrir a los hombres, a los que Dios ama; y porque los ama, Dios no quiere que los hombres sufran. Otra cosa es que Dios, que no es neutral, tenga sus preferencias por los po­bres. Algo que, por otra parte, es lógico: un buen padre quiere siempre más al más débil de sus hijos.



LA POBREZA NO ES UNA VIRTUD

No. La pobreza no es una virtud que haga a los hombres más agradables a Dios. Como tampoco lo es el sufrimiento. Durante demasiado tiempo se ha presentado a Dios, sin duda sin pretender tal cosa, como un sádico que se complacía con el sufrimiento de los hombres. Durante demasiado tiempo se ha propuesto la resignación ante el sufrimiento injusto como una virtud cristiana. En realidad, pretendiéndolo o no, se esta­ba justificando la injusticia e impidiendo que los que la sufrían se rebelaran contra ella.



DIOS NO HACE POBRES A LOS POBRES

Otra de las cosas que se le han achacado a Dios es que la distribución de la riqueza es algo que se le debe atribuir a él: Dios hace pobres a los pobres y ricos a los ricos; pero claro, como los pobres lo pasan muy mal en esta vida, si aquí son dóciles y resignados y no se rebelan contra tal situación queri­da por Dios... recibirán un gran premio... ¡en la otra vida! Y así, además de justificar la injusticia, se hace a Dios culpa­ble de ella. Y los verdaderos culpables, ¡ a vivir tranquilos sin que nadie los moleste! Y, además, con la conciencia tranquila.



HAY POBRES PORQUE HAY RICOS

Sin embargo, de una breve lectura de los textos del Anti­guo Testamento, especialmente los de los profetas, se deduce que hay pobres porque hay ricos, que los pobres son los empo­brecidos por la ambición y el egoísmo de los ricos: «El Señor viene a entablar un pleito con los jefes y príncipes de su pueblo.

-Vosotros devastabais las viñas, tenéis en casa lo robado al pobre. ¿Qué es eso? ¿Trituráis a mi pueblo, moléis el rostro de los desvali­dos?» (Is 3,14-15).



DIOS AMA A LOS POBRES

Dios, según los escritos que consideramos palabra de Dios, no se hace responsable de que exista la pobreza entre los hom­bres. Los verdaderos responsables somos los hombres mismos. Unos más: los que se aprovechan de la situación, los que, gracias a la pobreza de muchos, viven en la opulencia. Otros menos, pero también culpables: los que aceptan sin luchar la situación por comodidad, por miedo o por mantener la espe­ranza de pasar un día a formar parte de la minoría de privile­giados. Y ¡atención! Que en el mundo en que vivimos esto no es un problema de particulares, de individuos. Si en tiempo de Isaías se podía decir que, en lo que se refiere a los individuos, la pobreza era consecuencia de la voracidad de los ricos, hoy tenemos que decir que, en lo que se refiere a los pueblos, la pobreza de los países pobres es consecuencia de los abusos y de la insaciable ambición de los países ricos. Por tanto, no le col­guemos a Dios las culpas de otros; no atribuyamos a Dios nuestras propias culpas.

Eso sí, Dios ama a los pobres de una manera especial. Pero precisamente porque ama a los pobres quiere que dejen de serlo. La pobreza hace sufrir. Y Dios, que ama a todos los hombres, no quiere que ninguno sufra; y por eso muestra una mayor preferencia por los que sufren, por los que están más faltos de amor, de justicia, de pan...



DICHOSOS LOS POBRES

La primera bienaventuranza no es, por tanto, una invita­ción a la resignación. Al contrario, es una llamada, una voca­ción, a la lucha contra la pobreza de los hombres y de los pueblos.

En efecto: «Dichosos los que eligen ser pobres, porque ésos tienen a Dios por rey», es una invitación a hacerse pobres realmente. Pero no para quedarse en la pobreza, sino para construir un mundo en el que no haya pobres: es una llamada a romper con la ambición y con el deseo de tener cada vez más; es una propuesta de solidaridad -la solidaridad con los más débiles es la expresión social del auténtico amor cristiano- con los pobres.

Terminemos ya con esa resignación falsamente cristiana que es cómplice de la injusticia establecida; acabemos de una vez con esa mal llamada caridad cristiana, que no es otra cosa que un tranquilizante para las conciencias de los culpables de la pobreza. Destruyamos la miseria, el hambre, la incultura..., porque es posible que la pobreza sea el camino más corto para llegar al cielo, pero es el primero de los obstáculos para que el cielo baje a la tierra. Y éste es el proyecto de Dios.

Dios ama a los pobres. Por eso no quiere pobres; y por eso serán dichosos los que eligen ser pobres para poder dedi­carse a construir un mundo en el que no haya pobres. Porque en ese mundo Dios será el rey.


25. COMENTARIO 3

vv. 1-2 Al ver Jesús las multitudes subió al monte, se sentó y se le acercaron sus discípulos. É1 tomó la palabra y se puso a enseñarles así:

Cada una de las bienaventuranzas está constituida por dos miembros: el primero enuncia una opción, estado o actividad; el segundo, una promesa. Cada una va precedida de la promesa de felicidad («dichosos»). El código de la nueva alianza no impone pre­ceptos imperativos; se enuncia como promesa e invitación.

De las ocho bienaventuranzas hay que destacar la primera y la última, que tienen idéntico el segundo miembro y la promesa en presente: «porque ésos tienen a Dios por rey». Cada una de las otras seis tiene un segundo miembro diferente y la promesa vale para el futuro próximo («van a recibir, van a heredar, etc.»). De estas seis, las tres primeras (vv. 4.5.6) mencionan en el primer miembro un estado doloroso para el hombre, del que se promete la liberación. La cuarta, quinta y sexta (vv. 7.8.9), en cambio, enuncian una actividad, estado o disposición del hombre favorable y beneficiosa para su prójimo, que lleva también su correspondien­te promesa del futuro.



v. 3 Dichosos los que eligen ser pobres, porque ésos tienen a Dios por rey.

«Los que eligen ser pobres » El texto griego se presta a dos interpretaciones: 1) pobres en cuanto al espíritu y 2) pobres por el espíritu. La primera, a su vez puede tener un sentido peyorativo («los de pocas cualidades») o bien el de «los interiormente despegados del dinero», aunque lo posean en abundancia Este último sentido está excluido por el significado del termino «pobres» ('anawim/'aniyim), por la explicación dada por Jesús mismo en la sección 6,19-24 y por la condición puesta al joven rico para seguir a Jesús y así entrar en el reino de Dios (19, 21-24).

En la tradición judía, los términos 'anawim/'aniyim designaban a los pobres sociológicos, que ponían su esperanza en Dios por no encontrar apoyo ni justicia en la sociedad. Jesús recoge este sen­tido e invita a elegir la condición de pobre (opción contra el dinero y el rango social), poniéndose en manos de Dios

El término «espíritu», en la concepción semítica, connota siempre fuerza y actividad vital. En este texto donde va articulado y sin referencia a una mención anterior, denota el «espíritu del hombre» (artículo posesivo). En la antropología del AT, el hombre posee «espíritu» y «corazón» Ambos términos designan su interiori­dad; el primero, en cuanto dinámica, su actividad en acto; el segundo, en cuanto estática, los estados interiores o disposiciones habituales que orientan su actividad (cf. 5,8). La interioridad del hombre pasa a la actividad en cuanto inteligencia, decisión o sentimiento. Dado que lo que Jesús propone es una opción por la pobreza, el acto que la realiza es la decisión de la voluntad. El sentido de la bienaventuranza es, por tanto, «los pobres por decisión», oponiéndose a «los pobres por necesidad». Es la interpretación que Jesús mismo propone en 6,24, la opción entre dos señores, Dios y el dinero. Transponiendo el nombre verbal «decisión» a forma conjugada, se tiene «los que deciden» o «eligen ser pobres».

Como se ve, además del sentido bíblico del término «pobres» y de los textos paralelos de Mt citados más arriba (6,19-24; 19,21-24), el significado de «espíritu» (acto) en la antropología semítica, con­trapuesto al de «corazón» (disposición/estado), basta para excluir la interpretación «pobres en cuanto al espíritu».

«Tienen a Dios por rey». El griego basileia no significa aquí «reino», sino «reinado» (cf. 3,2). «Suyo es el reinado de Dios» quiere decir que este reinado se ejerce sobre ellos, que sólo sobre ellos (ésos) actúa Dios como rey. La traducción requiere una fórmula que exprese el sentido activo de basileia.

Los efectos negativos de la opción por la pobreza (necesidad, dependencia) quedan neutralizados por la declaración de Jesús: «Dichosos». Cuando Dios reina sobre los hombres, se produce la felicidad. Esto significa que esos pobres no van a carecer de lo necesario ni van a tener que someterse a otros para obtener el sustento. La pobreza a la que Jesús invita significa una renuncia a acumular y retener bienes, a considerar algo como exclusivamente propio; estos pobres estarán siempre dispuestos a compartir lo que tengan. Así lo explica Jesús en los episodios de los panes (14, 13-23; 15,32-39).

Esta es la buena noticia a los pobres, el fin de su miseria, anun­ciado por Is 61,1 (cf. Mt 11,5).

La opción inicial que propone Jesús realiza lo prescrito por el primer mandamiento de Moisés. «No tendrás otros dioses frente a mí» (Dt 5,7). La idolatría que amenazaba a Israel en sus prime­ros tiempos se concreta en la posesión de la riqueza (cf. Mt 6,24). Por eso, el enunciado de esta bienaventuranza, como el de las que siguen, es exclusivo: porque «ésos», y no otros, «tienen a Dios por rey». Solamente los que han roto con el ídolo del dinero entran en el reino de Dios. La opción por la pobreza es la puerta de en­trada en el reino y la que incorpora a la nueva alianza.

En relación con la proclamación de Jesús: «Enmendaos, que está cerca el reinado de Dios», la opción propuesta por la primera bienaventuranza lleva a su perfección la metanoia o enmienda, pues quien elige ser pobre renunciando a acaparar riquezas, y con ello al rango y al dominio, excluye de su vida toda posibilidad de in­justicia.



v. 4 Dichosos los que sufren,

porque ésos van a recibir el consuelo.

Comienzan las tres bienaventuranzas que mencionan una si­tuación negativa del hombre y la correspondiente promesa de libe­ración. «Los que sufren»: el verbo griego denota un dolor profun­do que no puede menos de manifestarse al exterior. No se trata de un dolor cualquiera; el texto está inspirado en Is 61,1, donde los que sufren forman parte de la enumeración que incluye a los cau­tivos y prisioneros. En el texto profético se trata de la opresión de Israel, y el Señor promete su consuelo para sacar a su pueblo de la aflicción, del luto y del abatimiento.

«Los que sufren» son, por tanto, víctimas de una opresión tan dura que no pueden contener su dolor. Como en Is 61,1, el consue­lo significa el fin de la opresión.



v. 5 Dichosos los sometidos,

porque ésos van a heredar la tierra.

El texto de esta bienaventuranza reproduce casi literalmente Sal 37,11. En el salmo, los praeis son los 'anawim o pobres que por la codicia de los malvados han perdido su independencia económica (tierra, terreno) y su libertad y tienen que vivir sometidos a los poderosos que los han despojado. Su situación es tal que no pueden siquiera expresar su protesta. A éstos Jesús promete no ya la posesión de un terreno como patrimonio familiar, sino la de «la tierra» a todos en común (cf. Dt 4). La universalidad de esa «tierra» indica la restitución de la libertad y la independencia con una plenitud no conocida antes.



v. 6 Dichosos los que tienen hambre y sed de esa justicia, porque ésos van a ser saciados.

Las dos bienaventuranzas anteriores se condensan en ésta. «Los que tienen hambre y sed de la justicia (= de esa justicia).» El hambre y la sed indican el anhelo vehemente de algo indispensable para la vida. La justicia es al hombre tan necesaria como la comida y la bebida; sin ella se encuentra en un estado de muerte. La justi­cia a que se refiere la bienaventuranza es la expresada antes: verse libres de la opresión, gozar de independencia y libertad. Jesús pro­mete que ese anhelo va a ser saciado, es decir, que en la sociedad humana según el proyecto divino, «el reino de Dios», no quedará rastro de injusticia.



v. 7 Dichosos los que prestan ayuda,

porque ésos van a recibir ayuda.

Comienzan las bienaventuranzas que mencionan una actividad o estado positivos. «Los que prestan ayuda»: no se trata de misericordia como sentimiento sino como obra ( = obras de misericordia); es decir, de prestar ayuda al que lo necesita en cualquier terreno, en primer lugar en lo corporal (cf 25, 35s) Dios derramará su ayuda sobre los que se portan así



v. 8 Dichosos los limpios de corazón,

porque ésos van a ver a Dios.

La expresión «los limpios de corazón» está tomada de Sal 24,4, donde «el limpio de corazón» se encuentra en paralelo con «el de manos inocentes». «Limpio de corazón» es el que no abriga malas intenciones contra su prójimo; «las manos inocentes» indican la conducta irreprochable. En el salmo se explican ambas frases por «el que no se apega a un ídolo ni jura en falso a su prójimo» (LXX). En la primera bienaventuranza, Jesús ha identifi­cado al ídolo con la riqueza (5,3; cf. 6,24); es el hombre codicioso el que tiene una conducta malvada. Lo que sale del corazón y mancha al hombre se describe en Mt 16,19: los malos designios, que desembocan en las malas acciones. La limpieza de corazón, disposición permanente, se traduce en transparencia y sinceridad de conducta y crea una sociedad donde reina la confianza mutua.

A «los limpios de corazón» les promete Jesús que «verán a Dios», es decir, que tendrán una profunda y constante experiencia de Dios en su vida. Esta bienaventuranza contrasta con el concepto de pureza según la Ley; la pureza o limpieza ante Dios no se con­sigue con ritos ni observancias, sino con la buena disposición hacia los demás y la sinceridad de conducta. La conciencia de la propia impureza retraía de la presencia divina (cf. Is 6,5) y el co­razón puro era una aspiración del hombre (Sal 51,12). Para Jesús, el corazón puro no es sólo una posibilidad, sino la realidad que corresponde a los suyos. En el AT, el lugar de la presencia de Dios era el templo (Sal 24,3; 42,3.5; 43,3); su función ha cesado de exis­tir: Dios se manifiesta directa y personalmente al hombre.



v. 9 Dichosos los que trabajan por la paz,

porque a ésos los va a llamar Dios hijos suyos.

«La paz» tiene el sentido semítico de la prosperidad, tran­quilidad, derecho y justicia; significa, en suma, la felicidad del hombre individual y socialmente considerado. Esta bienaventuran­za condensa las dos anteriores: en una sociedad donde todos están dispuestos a prestar ayuda y donde nadie abriga malas intenciones contra los demás, se realiza plenamente la justicia y se alcanza la felicidad del hombre. A los que trabajan por esta felicidad promete Jesús que «Dios los llamará hijos suyos»; es decir, esta acti­vidad hace al hombre semejante a Dios por ser la misma que él ejerce con los hombres. Como cima de las promesas se enuncia la relación filial de los individuos con Dios, que incluye recibir la ayuda que él presta y tener la experiencia de Dios en la propia vida. El reinado de Dios es el de un Padre que comunica vida y ama al hijo. Cesa, pues, la relación con Dios como Soberano propia de la antigua alianza y es sustituida por la relación de confianza, intimidad y colaboración del Padre con los hijos.



v. 10 Dichosos los que viven perseguidos por su fidelidad, porque ésos tienen a Dios por rey.

La última bienaventuranza, que completa la primera, expo­ne la situación en que viven los que han hecho la opción contra el dinero. La sociedad basada en la ambición de poder, gloria y ri­queza (4,9) no puede tolerar la existencia y actividad de grupos cuyo modo de vivir niega las bases de su sistema. Consecuencia inevitable de la opción por el reinado de Dios es la persecución. Esta, sin embargo, no representa un fracaso, sino un éxito («Dichosos») y, aunque en medio de la dificultad, es fuente de alegría, pues el reinado de Dios se ejerce eficazmente sobre esos hombres.

El hecho de que en la primera y última bienaventuranzas la promesa se encuentre en presente: «porque ésos tienen a Dios por rey», y las demás en futuro: «van a ser consolados», etc., indica que las promesas de futuro son efecto de la opción por la pobreza y de la fidelidad a ella. Se distinguen, pues, dos planos: el del grupo que se adhiere a Jesús y da el paso cumpliendo la opción propuesta por él, y el efecto de esto en la humanidad. En otras palabras, la existencia del grupo que opta radicalmente contra los valores de la sociedad provoca una liberación progresiva de los oprimidos (vv. 4-6) y va creando una sociedad nueva (vv. 7-9). La obra liberadora de Dios y de Jesús con la humanidad está vincu­lada a la existencia del grupo humano que renuncia a la idolatría del dinero y crea el ámbito para el reinado de Dios.

Aunque Jesús dirige su enseñanza a sus discípulos (5,2), las bienaventuranzas se encuentran en tercera persona, son invitacio­nes abiertas a todo hombre. La multitud que ha quedado al pie del monte, pero que escucha sus palabras (7, 28) puede considerarse invitada a aceptar el programa de Jesús. La nueva alianza no está destinada solamente a Israel, sino a la humanidad entera. Según la concepción de Mt, el Israel mesiánico comprende a todos los pueblos, que pasan a ser hijos de Abrahán (3,9) Por eso la genealogía del Mesías no comenzaba con Adán, sino con Abrahán (1,2), pues con él se inició la formación de la humanidad según el proyecto de Dios: la integración de la humanidad en el pueblo del Mesías (1,21), el descendiente de Abrahán, será el cumplimiento de la promesa.

En las bienaventuranzas promulga Jesús el estatuto del Israel mesiánico y constituye el nuevo pueblo representado en este pasaje por los discípulos que suben al monte con él. De ahí que Mt, al contrario de Mc (3,13-19), no narre la constitución de los Doce, sino solamente su misión (10,1ss). El número Doce es el del Israel mesiá­nico, fundado con las bienaventuranzas o código de la alianza. «Los doce discípulos» (10,2) representan a todos los seguidores de Jesús, sea cual fuera su número.



vv. 11-12 Dichosos vosotros cuando os insulten, os persigan y os calumnien de cualquier modo por causa mía. Estad alegres y contentos, que grande es la recompensa que Dios os da; porque lo mismo persiguieron a los profetas que os han precedido.

Desarrolla Jesús para sus discípulos la última bienaven­turanza, la más paradójica de todas La persecución mencionada en 5,10 se explicita en insulto, persecución y calumnia por causa de Jesús. La sociedad ejerce sobre la comunidad una presión que tiene diversas manifestaciones más o menos cruentas. Busca desacreditar al grupo cristiano, presentar de él una imagen adversa, y puede llegar a la persecución abierta. El motivo de esa hostilidad no puede ser otro que la fidelidad a Jesús y a su programa. La reacción de los discípulos ante la persecución ha de ser de alegría. Tendrán una gran recompensa.

La locución del original («en los cielos») designa a Dios como agente (« desde los cielos»); él actúa como rey de los que viven perseguidos; ésa es su recompensa. Los discípulos toman en la historia el puesto de los profetas de antaño, pero, según este pa­saje, la acción profética es la vida misma según el programa propuesto por Jesús. La persecución no es, por tanto, motivo de depresión o desánimo; todo lo contrario, ella demuestra que la vida de los discípulos causa impacto en la sociedad ambiente, y éste es su éxito. Relacionando estas palabras de Jesús con el conjunto de las bienaventuranzas, puede afirmarse que la vida de la comunidad va produciendo la liberación prometida en los sectores oprimidos de la sociedad y a eso se debe la persecución de que es objeto.


26. COMENTARIO 4

Con este pasaje comienza el primero de los cinco grandes discursos de Jesús en el evangelio de Mateo que se prolonga hasta 7,28 y termina allí con la fórmula “al terminar Jesús...”, análoga a la de los restantes (cf 11,1; 13,53; 19,1; 26,1). A lo largo de dicho discurso y de las acciones subsiguientes (cc. 8-9) aparece repetidamente mencionada “la autoridad” de Jesús. Esta referencia a la autoridad suministra el marco para entender este “sermón” como la proclamación de la ley fundamental del Reino de los Cielos (de Dios).

La posición asumida “se sentó” y, sobre todo, el lugar de la proclamación, “la montaña” (Lucas habla de un “llano”), subrayan el carácter de Jesús como un nuevo Moisés y que, por tanto, sus palabras deben ser entendidas como el estatuto que debe regir las relaciones entre los seres humanos, vista la presencia del Reinado divino.

La ambientación (Mt 5,1-2) presenta a Jesús dirigiendo la palabra a los discípulos que se acercan a El. A ellos se dirige primeramente su enseñanza, pero la mención del gentío quiere hacer comprender que a través de ellos la enseñanza del Maestro se dirige a todos.

El comienzo de este primer discurso de Jesús se relata por medio de un “Al ver” seguido del verbo “decir” (Mt 5,1) como acontece también en el relato del inicio de la predicación de Juan (Mt 3,7). El paralelismo de Juan y Jesús es señalado constantemente en el primer evangelio, aunque aquí sirve para remarcar las diferencias. La fórmula citada sirve, en el caso de Juan, para introducir una denuncia de fariseos y saduceos, mientras en este caso se trata de un anuncio en que no aparece ninguna palabra de condena.

Originariamente, las “bienaventuranzas bíblicas” (macarismos) se presentan como una propuesta de vida plena y prometen esa plenitud a quienes asumen ciertos comportamientos en su caminar (verbo hebreo al que etimológicamente puede estar ligado el término “feliz”). Se trata entonces de una propuesta capaz de colmar la vida de alegría y felicidad.

La comparación con Lucas pone aún más de relieve este carácter. En este autor junto a las bienaventuranzas aparecen los ayes correspondientes, ausentes en Mateo. Las consecuencias negativas sólo serán consignadas en Mt 23 en la condena a escribas y fariseos luego de un continuado rechazo a la propuesta de Jesús.

El texto, si atendemos a sus destinatarios, puede ser articulado en dos partes. Los vv. 3-10 conciernen a todo ser humano, mientras los vv.10-11 concretan la última bienaventuranza para los discípulos, a los que parece referirse la segunda persona del plural.

En la primera parte es posible establecer una división conforme al tiempo en que los efectos de la felicidad se realizan. La mayor parte de ellos (vv. 4-9) tendrán lugar en un futuro no determinado, mientras en la primera y en la última (vv. 3 y 10) estos efectos ya pueden ser constatados en el presente.

Dentro del primer grupo es posible distinguir entre los vv. 4-6 por un lado y los vv. 7-9 por el otro. En el primer caso se habla de personas que experimentan ciertas carencias en el presente: humildes, los que lloran, los pacientes. En segundo lugar se afirma en las mismas personas la presencia de actitudes; compasión, pureza de corazón y trabajo por la paz.

Los grupos mencionados están en dependencia respecto a los grupos de la primera y de la última bienaventuranza a la que siguen o preceden. Las carencias consignadas primeramente son explicitación de las carencias de “los pobres de espíritu” y a ellas siguen las actitudes requeridas imprescindibles para obtener la justicia, causa de la persecución. A pobres y perseguidos ya pertenece actualmente al Reino de Dios.

De este modo el texto pone en íntima relación pobreza y persecución por causa de la justicia y, por consiguiente, la asociación de riqueza con política de opresión actualizando el mensaje de Sofonías de la primera lectura. La actuación del profeta debe ubicarse en el marco del reinado del impío Manasés. El tributo al imperio asirio lleva a la adopción de medidas que dan como consecuencia un empobrecimiento del campesinado. Frente al descontento que sus medidas económicas suscitan, el rey reprime duramente toda oposición, sobre todo las originadas en el círculo de los profetas.

En este contexto el mensaje de Sofonías coloca la esperanza ligada a los pobres y a la realización de la justicia. La promesa no puede estar ligada a los poderes que oprimen sino a “un pueblo pobre y humilde”... a aquel “que no cometerá crímenes” (Sof 3, 12-13).

Frente a la lógica de felicidad de los poderosos, ligada a la abundancia propia de una sociedad de concentración de bienes en pocas manos, Mateo, con la misma lógica de Sofonías, ve la actualización del Reinado de Dios en el compartir de los bienes, en una economía de subsistencia.

La “pobreza en (de) espíritu” debe entenderse como el proyecto de compartir opuesto al proyecto de acumulación de las sociedades imperiales opulentas que causan el sufrimiento y que impiden la realización de la justicia del Reino.

La última bienaventuranza concreta para la comunidad cristiana esa experiencia de la búsqueda del compartir que produce felicidad aun en medio de las persecuciones y dificultades, participando de la misma lucha de los profetas.

La misma lógica propuesta por Mateo es la que recuerda Pablo a la comunidad de Corinto, donde la fuerza de Dios se concreta en personas que no son fuertes ni sabias en la consideración de la opinión común, pero que saben concretar la presencia de Cristo, fuerza y sabiduría de Dios, para que el “que está orgulloso, esté orgulloso en el Señor”.

1. J. Peláez

2. R. J. García Avilés , Llamados a ser libres, "Seréis dichosos" . Ciclo A. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

3. J. Mateos - F. Camacho , El Evangelio de Mateo. Lectura comentada , Ediciones Cristiandad, Madrid.

4. Diario Bíblico . Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica). 

HOMILÍAS 15-20