31 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO
27-31

27.

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Antonio Izquierdo

Nexo entre las lecturas

El tema de las bienaventuranzas concentra la atención en este cuarto domingo ordinario. En ellas Jesús, como nuevo legislador, nuevo Moisés, nos ofrece el camino de la salvación y del gozo en medio de un mundo herido por el dolor y el pecado de los hombres. Un camino inesperado y sorprendente que rompe los esquemas de la persona humana en la búsqueda de la felicidad y de la paz. El hombre pobre, el que sufre, el que llora, el que padece persecución por la justicia es proclamado bienaventurado. Mensaje arduo y no fácil de acoger espontáneamente. Se requiere la meditación y contemplación de la Palabra de Dios para comprender el mensaje de Jesús. El profeta Sofonías, profeta que canta "el día del Señor" con tonos dramáticos y apocalípticos, nos ofrece en la primera lectura una invitación apremiante: "Buscad al Señor, tomad conciencia de vuestra debilidad y vuestra fragilidad, de vuestra pobreza y buscad al Señor, cumplid sus mandatos". San Pablo también aborda el tema de la propia indigencia, pero bajo otro punto de vista: "Considerad vuestra llamada, comprenderéis que es sólo gracia de Dios y que vuestra mayor riqueza es el amor de Cristo". Así pues, este domingo, nos pone de frente a una meditación muy profunda: descubrir en la propia fragilidad y debilidad humana, así como en los avatares, muchas veces tristes, de la vida el amor de Cristo que transforma toda esa realidad en camino de salvación, de felicidad y de paz. El cristiano que vive fielmente su vocación será siempre bienaventurado.


Mensaje doctrinal

1. Jesús el nuevo Moisés. Para Mateo es importante subrayar que Jesús es el nuevo Moisés, que proclama la nueva ley, la nueva "noticia" del Reino de los cielos. Jesús sube a la montaña, toma asiento e inicia su predicación. Todo ello nos evoca los eventos del Sinaí. Moisés en el Sinaí sube a la montaña para recibir las tablas de la ley y presentarlas después al pueblo. Sin embargo, hay diferencias importantes entre los dos eventos salvíficos. Moisés es invitado a subir a la montaña "hacia Dios" (Ex 19,3; 24, 1.12). Allá recibirá de parte de Dios el decálogo que será la ley del pueblo de Israel. En cambio Jesús, es El que "ha venido del cielo" (Cfr. Jn 3, 13). En efecto nadie sube al cielo, sino el que bajó del cielo. Moisés es instruido sobre la ley, recibe de parte de Dios las tablas y las leyes; en cambio es el mismo Jesús quien "toma asiento" y se pone a enseñar a sus discípulos con plena autoridad. Él es el maestro, Él es el Hijo unigénito del Padre, que estaba junto al Padre. Anuncia un mensaje, unas bienaventuranzas, un camino que es Él mismo. Porque Él mismo es la salvación. El que lo ha visto a Él ha visto al Padre. Él es la nueva Alianza. La ley había sido dada por Moisés, pero la gracia y la verdad vienen por Jesucristo" (Jn 1, 16). De este modo comprendemos que las bienaventuranzas son específicamente cristológicas. Ellas nos revelan de algún modo el corazón de Jesús, su misión, su entrega al Padre y a los hombres. Ellas no sólo hablan de un contenido de doctrina, sino que ofrecen una síntesis de todo la vida y misión del Señor.

2. La transformación interior. Con frecuencia el hombre sufre la tentación del ocultamiento de Dios. El hombre quisiera que Dios se manifestara con todo su poder de forma que no hubiera lugar a la duda, a la incertidumbre. Los transeúntes y fariseos que contemplaban el dramático espectáculo de la cruz increpaban altaneramente a Jesús: "Si eres Hijo de Dios baja de esa cruz... que baje de la cruz y creeremos en Él" (Cfr. Mt 27,40): También nosotros le decimos tantas veces a Jesús: si verdaderamente eres el Hijo de Dios, manifiéstate en todo tu poder, en toda tu grandeza, acaba con la miseria humana, vence al enemigo, supera el dolor, destierra toda desgracia humana: muéstrate como Dios. Quisiéramos que la irrupción de lo divino en lo humano fuese de tal modo vigorosa y contundente que venciera toda resistencia, todo pecado, todo orgullo y soberbia. Que no dejara lugar al ateísmo y al mal moral. Sin embargo, Dios no actúa así. Dios muestra su grandeza en la pequeñez y en la fragilidad. Dios se revela escondiéndose. Dios respeta siempre al hombre creado a su imagen y semejanza y lo atrae siempre por los caminos del amor y de la humildad respetando su libertad. No se impone desde el exterior avasallando y venciendo con violencia las resistencias humanas, sino que elige un camino mucho más largo y penoso que es la conversión interior del hombre. Dios es de tal modo fiel a su amor por el hombre (Cfr. Salmo 145) que elige aquello que humanamente parece imposible: la conversión interior, la transformación interior del pecador, de aquel que voluntariamente ha cortado la relación de amor con su Creador y Redentor. Toda la liturgia de este día se refiere a la transformación interior del hombre. El hombre ha de buscar a Dios, ha de hacerse pobre en el corazón, ha de caminar por las sendas de la humildad, del llanto, del amor a la verdad, de la conversión del corazón. Así entendida, la vida humana no es sino la historia de un Dios que por caminos misteriosos y sorprendentes busca y actúa la conversión interior del hombre; no es sino el continuo actuar de la Providencia que, a pesar del pecado y de las innumerables miserias del hombre, no deja de actuar sobre él para conducirlo a la casa del Padre. Sólo quien deliberadamente se opone al amor salvífico caerá en el caos y la desesperación.


Sugerencias pastorales

1. Volver a las verdades fundamentales. A lo largo de la vida el hombre debe encontrar un centro interior que oriente y dé sentido a su existir humano. Debe descubrir ese núcleo de verdades fundamentales que lo sostienen y le permiten permanecer en el bien moral cuando muchas esperanzas superficiales van desapareciendo. Esto se aplica no sólo a las personas de edad, en quienes el tiempo ha podido dejar algo de desilusión, sino también a muchos jóvenes "marchitos en la primavera misma de la vida" que han perdido la ilusión de vivir. Todos debemos aspirar a estas "verdades fundamentales" que dan esperanza a nuestro caminar. Se trata de encontrase nuevamente con la razón de la propia existencia, con el amor de Dios, el sentido de la propia dignidad como persona e Hijo de Dios, y de descubrir que yo tengo una misión en la vida y que mi paso por la tierra es temporal y muy breve. Las bienaventuranzas nos invitan precisamente a revisar nuestra jerarquía de valores. Nos ayudan a comprender, a la luz de la eternidad, la relatividad de todo lo creado, la relatividad de los bienes materiales, la relatividad e incongruencia de la búsqueda exclusiva del placer y de la comodidad, la relatividad de los sufrimientos de esta vida. "Buscar nuevamente al Señor" nos propone el profeta Sofonías. Buscarlo en nuestro acontecer personal, buscarlo en mis sufrimientos, en mis penas; buscarlo en mis empresas, en mi familia, en la vida de sociedad y en la historia del mundo. Buscar al Señor significará, ciertamente, orar y hablar con Dios, pero no sólo eso. Buscar al Señor significará conformar mi conducta con sus mandatos, con sus leyes, ¡porque Él es el Señor! ¡Buscad al Señor y revivirá vuestro corazón!

2. Considerad vuestra llamada. La exhortación de San Pablo es más que nunca oportuna. Cada cristiano, fiel seguidor de Jesucristo, debe considerar su llamada. Es decir, debe considerar su vocación, aquella llamada que Dios le ha hecho a participar en la obra del mundo y en la obra de la redención. Si bien esta exhortación se dirige a todos, encuentra una especial aplicación en aquellas personas que han recibido la llamada a la vida consagrada y sacerdotal. "Considera, hombre de Dios, tu llamada", date cuenta de que has sido asociado al amor Redentor de Cristo de manera estrechísima. Eres posesión de Dios. Ya no eres siervo, eres amigo de Dios. Te debes al anuncio del evangelio, eres religioso o religiosa por Dios y para Dios. Eres sacerdote, Alter Christus. Se trata de experimentar la inmensa alegría de ser "posesión de Dios". Se trata de reavivar el amor del primer día. Se trata de descubrir que todo en nuestra vida es gracia, don de Dios, regalo de Dios… Gratis lo hemos recibido, gratis lo debemos dar a los demás. ¡Qué hermoso volver a considerar la llamada y tener ante nuestros ojos la dignidad con la que hemos sido revestidos! Pertenecemos a Dios a pesar de nuestras fragilidades y miserias como dice el libro de la Sabiduría: Aunque pequemos, tuyos somos, porque conocemos tu poder; pero no pecaremos, porque sabemos que somos contados por tuyos. (Sab 15,2). Hemos sido puestos como pasarela entre Dios y los hombres, es decir, como un puente pequeño y frágil pero que conduce a Dios y anticipa el Reino de los cielos. Hemos sido constituidos ministros de la nueva Alianza, consagramos el cuerpo de Cristo, perdonamos los pecados en persona de Cristo. Somos personas consagradas que hacemos presente el Reino de Cristo.

Considera tu llamada y no permitas que el pecado, la mentalidad del mundo, la fuerza de las pasiones, el cansancio en la práctica de la virtud te hagan abandonar tus altos compromisos. ¡Sé fiel a tu llamada! ¡Sé fiel a la palabra entregada, porque Dios es fiel y Dios está contigo hasta la consumación de los siglos! No desesperes por la salvación de las almas. Dicha salvación pasa por la cruz que hoy llevas en medio de tan grandes luchas y trabajos. Trabaja por el evangelio con las fuerzas que Dios te dé.


28. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

El “Sermón de la Montaña” es uno de los sermones más famosos y recordados de Jesús. Aquí nos detenemos en su introducción, más conocida como “Las Bienaventuranzas”, pues el sermón es mucho más largo, va hasta 7,29 donde concluye diciendo que la gente quedó asombrada de su doctrina “porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como sus escribas”.

¿Por qué puede causar asombro esta enseñanza de Jesús? Veamos de cerca las Bienaventuranzas e intentemos una respuesta.

1. “...de ellos es el reino de los cielos”
El reino de Dios (“de los cielos” es el ya conocido circunloquio para evitar “pronunciar el nombre de Dios en vano”) es de los pobres en espíritu y de los perseguidos por causa de la justicia. Quienes no ponen su fe, su confianza y su esperanza en los bienes materiales pero que a la vez son perseguidos porque luchan por la justicia. Ambas condiciones indispensables para que Dios reine. La primera condición es renunciar a la riqueza y a la ambición de riqueza. Esta condición es la puerta de entrada al reino de Dios, pues elimina la raíz de la injusticia, de la acumulación, del éxito individual, de la insolidaridad y del dominio sobre otras personas y sobre la naturaleza. La segunda condición favorece la construcción de nuevas relaciones entre los seres humanos capaces de hacerles más sencillos y más felices, pero a la vez, suficiente motivo de persecución por parte de quienes se sienten amenazados por tal transformación.

2. “...poseerán en herencia la tierra, serán consolados, serán saciados”
Tres promesas de Dios para pasar de una situación negativa a otra positiva: de la opresión a la liberación, del sufrimiento al consuelo, de la injusticia a la justicia. El reino de Dios abre un horizonte de vida y de esperanza para la humanidad pobre y oprimida. Enciende una luz en medio de la oscuridad. Insiste en la posibilidad de una vida digna y agradable a ser alcanzada por quienes no disfrutan hoy de ella. Vale la pena, en medio de las adversidades, atreverse a soñar en “otro mundo posible”. Salir de la opresión es posible. Salir del sometimiento es posible. Alcanzar la justicia anhelada es posible. Abrir este horizonte de posibilidades, constituye una buena nueva cuando precisamente todo horizonte para la justicia ha sido cerrado. Ver una alternativa de vida digna para todas y para todos, abre caminos de superación y de lucha.

3. “…los misericordiosos, los limpios de corazón, los que buscan la paz”
Son las actitudes y los objetivos los que mueven el trabajo para hacer realidad una nueva humanidad. Son los rasgos propios de la comunidad de seguidoras y seguidores de Jesús. Sólo que estas actitudes y rasgos vienen como consecuencia de haber renunciado a la riqueza y a la ambición de riqueza, y de poner toda a la vida en el trabajo por la justicia. Al mismo tiempo son los rasgos de la humanidad nueva que tanto anhelamos y que ya podemos ver en las personas y las comunidades que se esfuerzan por ser misericordiosas, por tener limpios los corazones y por buscar incansablemente la paz. Este es el principal programa de vida de la comunidad discipular: contribuir con la creación de un mundo justo, solidario y feliz. Quienes viven la misericordia, experimentan la misericordia de Dios. Quienes alcanzan la limpieza del corazón ya tienen a Dios en sus vidas. Quienes trabajan por la paz experimentan a Dios como Madre y como Padre. Esta manera de ser, de sentir y de actuar es condición necesaria para testimoniar.

4. “...de la misma manera persiguieron a los profetas”
La comunidad cristiana que asume el estilo de vida que propone las bienaventuranzas choca con la sociedad que vive otro estilo de vida. La comunidad discipular a la que se refiere las bienaventuranzas se convierte en molestia y amenaza para la sociedad. Su testimonio de vida, sus actividades, su espiritualidad mina los cimientos en donde la sociedad injusta se edifica. No es de extrañar entonces las injurias, las persecuciones, las calumnias que buscan debilitar, confundir y destruir a la comunidad fiel. En medio de las hostilidades la comunidad está llamada a resistir, a vencer la angustia y la desesperanza. La alegría y el regocijo en Dios será la fuente del coraje, de la resistencia y de la esperanza. Es el testimonio de los profetas presente en las comunidades que viven intensamente el discipulado.

5. “...bienaventuradas, bienaventurados”
¿A qué “bienaventuranzas” se oponen estas bienaventuranzas? ¿Por qué esta insistencia de Jesús en afirmar las bienaventuranzas? Frente a las bienaventuranzas (o más bien el “éxito”) que promete la sociedad injusta e insolidaria, Jesús proclama ocho veces en donde se encuentra y cuáles son las bienaventuranzas del reino de Dios. La verdadera felicidad se encuentra en una sociedad justa, misericordiosa, pacífica. La sociedad injusta ofrece felicidad en el egoísmo, el éxito personal, la acumulación. El reino de Dios ofrece felicidad en el amor, en la sinceridad, en la sencillez. La sociedad injusta a costa de la infelicidad de la mayoría, crea la felicidad de la minoría. La propuesta de Jesús en el sermón de la montaña es la de eliminar toda opresión y toda injusticia procurando la felicidad y la vida en abundancia para todas y para todos.

La misma lógica propuesta por Mateo, es la que recuerda Pablo a la comunidad de Corinto, donde la fuerza de Dios se concreta en personas que no son fuertes ni sabias en la consideración de la opinión común pero que saben concretar la presencia de Cristo, fuerza y sabiduría de Dios, para que el “que está orgulloso, esté orgulloso en el Señor”.

Para la revisión de vida
Las Bienaventuranzas no son una teoría, ni siquiera “el programa” que propone Jesús, sino una de las mejores descripciones de lo que Jesús mismo fue y vivió. ¿Ocurre lo mismo conmigo? ¿Me describen las bienaventuranzas? ¿Acaso alguna de las malaventuranzas (Lc 6, 24-26)?

Para la reunión de grupo
- ¿Qué fue aquel “resto de Israel”, los “anawin”, los pobres de espíritu? ¿Qué es ser “pobre de espíritu?
- En la comunidad de Pablo se han congregado los pobres… ¿Cómo están los pobres en nuestras comunidades: presentes o ausentes, a gusto o a disgusto, como sujetos o como objetos, como protagonistas o callados y dejándose guiar?
- “Bienaventurados los pobres de espíritu” es una de las frases del evangelio que más tinta han hecho correr. Si según Mateo Jesús habló de “pobres de espíritu” en el “sermón del monte”, y según Lucas habló de “pobres” (sin más) en el mismo sermón (pero que fue pronunciado “en un llano”, Lc 6,17), ¿a quién hacemos caso? ¿”Pobres”, o “pobres de espíritu”? ¿O serán complementarios los dos conceptos? ¿Cómo, en qué?
- Ellacuría decía que la mejor traducción de “pobres de espíritu” hoy sería “pobres con espíritu”... Comentar.
- Para el tratamiento del tema de “Los pobres de Yavé” puede servir el folleto bíblico de igual título, de Albert GÉLIN, que se puede recoger en http://servicioskoinonia.org/biblioteca/biblica
- Lucas nos trasmite las bienaventuranzas complementándolas con las “malaventuranzas”. ¿Es bueno el contraste? ¿Qué añade?

Para la oración de los fieles
- Para que no deje de haber siempre en el mundo un “resto de Israel”, personas humildes y sencillas que con fe en Dios mantengan firmes los valores del amor y de la esperanza, roguemos al Señor…
- Por todas las comunidades cristianas donde se reúnen y participan los más pobres, para que nunca les decepcione la Iglesia…
- Para que la Iglesia se examine mirándose constantemente en el espejo de las bienaventuranzas…
- Por los que se consideran “pobres de espíritu” muy lejos de la pobreza y de los pobres, para que el Señor les haga ver que ése no fue el camino que Él siguió…
- Para que nuestra eucaristía dominical sea siempre un espacio privilegiado de oración y de encuentro comunitario…
- Para que el evangelio de las bienaventuranzas nos haga realmente “dichosos” y demos testimonio de que en verdad el Evangelio es “buena noticia”…

Oración comunitaria
Dios Padre y Madre universal, que por medio de Jesús y de tantos otros Maestros espirituales como has suscitado en la historia, has manifestado a nuestro mundo el camino de la felicidad, de la bienaventuranza; haz que nuestra vida religiosa sea siempre una ayuda para alcanzar la felicidad que Tú esperas de nosotros, y a la que nos llamas y empujas, para que contribuyamos eficazmente a la paz y la felicidad del mundo. Nosotros te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro. Amén.


29. DOMINICOS 2005

¡FELICES USTEDES!
Hace más de dos milenios Isabel saludaba a María, una joven perteneciente al “resto de Israel”, con palabras parecidas a las que luego usaría Jesús para dirigirse a sus discípulos: “¡Alégrate!!! ¡Feliz de Ti!!” Las palabras de Isabel a María eran bendición: un bien – decir, un decir sobre lo bueno que veía en esta joven, lo que es lo mismo que un decirle sobre lo que de Dios veía en ella. Cuánta profundidad, pues, en este saludo que mira y ve tan hondo. Feliz de ti!

Hoy Jesús nos mira a los ojos y nos saluda con una bendición que es a la vez constatación y promesa de la presencia de Dios en cada uno de nosotros. Promesa de felicidad, una felicidad “no como la da el mundo”. La felicidad de quienes como María, como Cristo mismo, se saben “hijos amados” de Dios. Pequeños que, en sus manos, buscan vivir según su ley de amor. Con buscar en él ya es suficiente. Felices, nos llama el Señor. La búsqueda, si es en él, ya es construcción del Reino. Aún si no vemos del todo claro. Aún si, en nuestros corazones, hay a veces mucha confusión. Seamos fieles a esa búsqueda, que es saludo gozoso, que es promesa, que es garantía de felicidad.


Comentario Bíblico

Dios ha elegido el "no-poder" para salvar

Iª Lectura: Sofonías (2,3-3,13): El "resto" del que nace lo nuevo
I.1. La primera lectura del día está tomada, en textos cortados, del profeta Sofonías , quien actúa en tiempos del rey Josías (640-609) y nos habla de un tema bien conocido: el “resto de Israel”, de una nueva comunidad. Precisamente la reforma que comienza este rey famoso de Judá, se cree que fue promovida, entre otros, por este profeta que percibe la necesidad de insistir en la justicia, atacando el sincretismo religioso o la idolatría cultual, así como los abusos de las autoridades. Pero él prevé que tras la crisis, incluso del castigo que adivina, el pueblo debe esperar la salvación. Y esta salvación debe llegar en un pequeño “resto”, el grupo que siempre se ha mantenido fiel a Dios.

I.2. Describe este nuevo pueblo, este resto, como pobre y humilde, que no debemos entender en sentido espiritual exclusivamente, porque no podía ser esa la mente del profeta. Desde luego, el nuevo pueblo, como núcleo, no podía salir de los poderosos, de los ricos e influyentes, porque estos habían dejado a Judá en el mayor de los desastres hasta que el profeta anima al rey Josías para la reforma. Es verdad que a este pueblo pobre y humilde pueden pertenecer todos los que, con nuevos criterios, renuncien al poder y a la injusticia. Así, pues, el texto de Sofonías viene a preparar el mensaje de las bienaventuranzas, que es la clave de la Liturgia de la Palabra de este día.


IIª Lectura: Iª Corintios (1,26-31): Llamados desde la pequeñez
II.1. La lectura es de 1ª Corintios plasma la situación social y humana de la comunidad de Corinto. Para poder entender adecuadamente el texto debemos suponer lo que precede, todo aquello que dice relación a la sabiduría de la cruz, a la locura con la que Dios quiere salvar el mundo, que se leerá en otro momento (1 Cor 1,18-25): no con poder, sino con lo que no cuenta, con el escándalo de la cruz. Pablo, pues, pretende refrendar esta teología suya con lo que él sabe de la comunidad de Corinto: no se han hecho cristianos los grandes filósofos y maestros, ni la mayoría de las familias pudientes; al contrario, se han hecho cristianos los trabajadores de los puertos, los de oficios bajos. Ese es el signo del camino con el que Dios lleva adelante su proyecto.

II.2. La diatriba (1,20-25) con la que Pablo quiere enganchar a la comunidad le lleva de la mano a que esa comunidad sea capaz de enfrentarse a su propia realidad: ¿de dónde vienen? ¿quiénes son? ¿qué esperan? Y podrán constatar que no hay muchos sabios, ni entendidos, ni influyentes ciudadanos de la polis griega. En realidad la comunidad puede leer la realidad viva de su pequeñez, de lo que no cuenta en este mundo tan cruel. Por lo mismo, que no piensen desde las grandezas de este mundo. Su vocación, su llamada es lo que es y así lo ha querido el Señor. Y es eso lo que les debe enseñar que la “palabra de la cruz” es “poder de Dios” en la misma entraña de esta comunidad de origen sencillo y humilde. No se trata solamente de un planteamiento retórico, aunque este texto tiene mucho de “narratio”, sino de una realidad pura y dura. La “teología de la cruz” es lo propio del cristianismo y no puede pretender ser como otros grupos sociales en el mundo. Eso sería desvirtuar su identidad.


Evangelio: Mateo (5,1-12): Elegir el mundo de las bienaventuranzas como identidad cristiana
III.1. El primer gran discurso del evangelio de Mateo (5-7) es muy sintomático en la obra, por su estilo y por su significado, pues se trata, nada más y nada menos, que del Sermón de la Montaña. Hay una intencionalidad en presentar en esta “escuela judeo-cristiana” la predicación de Jesús en esos famosos discursos (los otros son: cc. 10; 13; 18; 24-25), que recuerdan los cinco libros del Pentateuco (la Torah judía). Pero ciñéndonos al texto de hoy, lo más relevante es el comienzo de este primer discurso por las famosas “bienaventuranzas”. Eso quiere decir –en continuidad con el texto elegido el domingo anterior-, que el reinado de Dios se asienta, pues, sobre las bienaventuranzas. No debe caber la menor duda. Son fórmulas clásicas de la tradición oriental y bíblica, como anuncio profético de cómo debe ser el futuro. Por lo mismo, como Dios quiere reinar desde su voluntad soberana, entonces debemos entender que en este texto se ha querido mostrar cuál es la voluntad de Dios en su “reinado”.

III.2. Es casi unánime la opinión de que el texto de las bienaventuranzas procede del “Evangelio Q” como a algunos gusta llamarlo hoy. No podemos entrar ahora en detalles sobre Q, que está en plena actualidad a la hora de acercarnos a las fuentes del Jesús histórico. [Quiero citar dos estudios de síntesis muy al alcance de todos. S. GUIJARRO, Dichos primitivos de Jesús. Una introducción al “proto-evangelio de dichos Q”, Salamanca, 2004; A. VARGAS-MACHUCA (Coord.), La fuente “Q” de los evangelios, Reseña Bíblica, n. 43, Otoño 2004, Verbo Divino, Estella (Navarra), en estos dos estudios podemos encontrar información y la bibliografía de los últimos años]. Esto ha de valernos como referencia puesto que hoy están casi resueltos algunos pormenores: Q tuvo que ser un documento escrito; no eran simplemente tradiciones orales que tenían a mano los profetas itinerantes; a pesar de sus arameísmos, Q se escribió en griego; casi la totalidad de Q se conserva en los evangelios de Mateo y Lucas (se deduce de los 230 versículos en común de ambos evangelios); el orden original de Q está bien reflejado en el evangelio de Lucas y es ese orden el que se usa para citar técnicamente el contenido de Q. El texto de las bienaventuranzas lo tenemos en Lucas con un tono más escueto, dialéctico, radical. No tienen ese carácter interiorista, casi de virtud a conseguir, como en el caso de Mateo (Mt 5,3-11), sino que miran a la situación externa y social de lo que se ve con los ojos y se palpa con las manos. En el fondo se trata simplemente de describir dos ámbitos bien precisos: el de los desgraciados de este mundo y el de los bien situados en este mundo a costa de los otros. Lucas nos ofrece las bienaventuranzas en el contexto del sermón de la llanura (Lc 6,17), cuando toda la gente acude a Jesús para escuchar su palabra; no es un discurso en la sinagoga, en un lugar sagrado, sino al aire libre, donde se vive, donde se trabaja, donde se sufre.

III.3. Es un discurso catequético; por lo mismo, Lucas estaría haciendo una catequesis cristiana, como Mateo lo hace con el Sermón de la Montaña (5-7). Entre uno y otro evangelista hay diferencias. La principal de todas es que Lucas nos ofrece las bienaventuranzas y a continuación las lamentaciones (no son maldiciones; viene del hebreo hôy y en latín se expresa con vae: un grito de dolor, de lamento, un grito profético) como lo contrario en lo que no hay que caer. Otra diferencia, también, es que en Mateo tenemos ocho y en Lucas solamente cuatro bienaventuranzas (Lc 6,20-23). Sobre su significado se han escrito cientos de libros y aportaciones muy técnicas. ¿Son todas inútiles? ¡No!, a pesar de que sintamos la tentación de simplificar y de ir a lo más concreto.

III.4. En definitiva, el evangelio de Mateo (5,1-12), concretamente las bienaventuranzas, es la expresión de la mentalidad de Jesús de cómo debemos entender la llegada del Reino de Dios. ¿Son una utopía que propone Jesús, sin visos de realidad? Esa sería la respuesta fácil. No obstante, las utopías (lo que está fuera de los normal), no se proponen para soñar sino para vivir con ellas y desde ellas. La ética de las bienaventuranzas, pues, requiere nuestra praxis. Jesús habla así, no solamente porque soñaba, sino porque las vivía desde su propia experiencia personal y desde ahí sentía la fuerza de Dios y del evangelio con el que se había comprometido. Lo importante es su mensaje, que no puede ser distinto de algo así: Jesús piensa y vive desde el mundo de los pobres, y piensa y vive desde ese mundo para liberarlos. Así debemos entender la primera aproximación al mensaje de hoy. Esa es una realidad social, pero a la vez es una realidad teológica. Es en el mundo de los pobres, de los que lloran, de los limpios de corazón, de los perseguidos por la justicia, de los que hacen la paz, donde Dios se revela. Y lógicamente, Dios no quiere ni puede revelarse en el mundo de los ricos, del poder, de la ignominia. El Reino que Jesús anuncia es así de escandaloso. No dice que tenemos que ser pobres y debemos vivir su miseria eternamente. Quiere decir, sencillamente, que si con alguien está Dios inequívocamente es en el mundo de aquellos que los poderosos han maltratado, perseguido, calumniado y empobrecido. Y por ello ¿dónde debemos estar los cristianos? En el mundo del no-poder, que es el de las bienaventuranzas.

III.5. Podemos añadir algo que nos parece muy pedagógico e imprescindible y que tiene que ver con la praxis misma de las bienaventuranzas. J. Mateos traducía la primera bienaventuranza de la siguiente forma “los que eligen ser pobres porque esos tienen a Dios por rey” y así lo plasma en su edición del NT. Lo justificaba (cf El Evangelio de Mateo. Lectura comentada, Cristiandad, Madrid, 1981) muy acertadamente, porque, en definitiva, no se puede ser “pobre de espíritu” o “en el espíritu” buscando simplemente una interioridad, sino que la opción por la pobreza frente a la riqueza es un reto frente a este mundo de competencia y de injusticia. Pero deberíamos decir, ya un poco fuera de la literalidad del texto y de la posibilidad de la traducción, que esta “opción” de “elegir” debe ser la tónica de todas las bienaventuranzas de Mateo. Y esto es lo que los cristianos deben “elegir” para ser solidarios con los que viven esas situaciones reales. Porque las bienaventuranzas de Jesús se inspiran en la situación inhumana que viven muchos hijos de Dios y es en ese mundo de las bienaventuranzas donde Dios se siente el Dios vivo, el Dios de verdad. Por eso los seguidores de Jesús debemos “elegir”, como opción radical, ese mundo de las bienaventuranzas para que la fuerza liberadora del evangelio cambie ese mundo.

Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org


Pautas para la homilía
Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles... (Mt. 5, 1-2)

Siempre la multitud... Donde sea que vivas, puedes poner un nombre a la multitud, tal vez varios. Multitudes inabarcables, tanto en tiempos de Jesús como hoy: Multitudes de víctimas del Tsunami en el Asia. Multitudes de muertos y familias y pueblos devastados por la guerra en Irak. Multitudes de enfermos de SIDA en la epidemia del África y a la vuelta de cada esquina. Multitudes de inmigrantes, “ilegales”, desplazados, enfermos, afligidos. Multitudes de pobres, hombres, mujeres, niños; en las calles de todas las ciudades.
Jesús ve a la multitud. Sus discípulos también. La ven como nosotros también la vemos. Y sin embargo... no se abalanzan a sanar y acariciar tanta herida... Ni siquiera Cristo lo hace. No. Se retira a la montaña. Los discípulos, alguno tal vez desgarrado por la familiar sensación de querer hacer algo para aliviar tanto sufrimiento y físicamente no poder, lo siguen. Y Jesús comienza a enseñarles. ¡Felices ustedes! Comienza su enseñanza. Parece contradictorio ser llamado feliz, cuando en el valle ha quedado una multitud sufriendo a gritos. Cuando se es pobre y se es pequeño frente a tanto dolor. Pero ¡Felices ustedes! dice Jesús. Y es bueno darnos cuenta de que ese saludo de las bienaventuranzas tiene como telón de fondo a la multitud de sufrientes. Que no es tornarles la espalda sino, muy por el contrario, abrirles las manos y el corazón. Acerquémonos a Jesús, pues, porque su enseñanza comienza con bendición y termina con promesas. Hay mucho que hacer frente al dolor de las multitudes. Cristo, en el retiro de la montaña, en la intimidad, nos mira a los ojos, nos enseña qué, nos susurra cómo.


...no hay entre ustedes muchos sabios, humanamente hablando, ni son muchos los poderosos ni los nobles. Al contrario, Dios eligió lo que el mundo tiene por necio... (1Cor, 26b-27a)

Parece casi una broma pesada. Por otro lado, es la típica broma de Dios. Justo lo que uno se va acostumbrando a esperar de él. Uno no es más que un silbato, por ejemplo, y Dios, poniéndonos delante la partitura de una maravillosa sinfonía que además no conocemos, nos dice: “¡Te elegí para interpretarla en el teatro!, ¿no te parece que sonará hermosa?”

Tal vez justamente la clave es ser pequeños. Porque si nos “supiéramos” sabios, o poderosos, o nobles; tal vez nos olvidaríamos de sumar esfuerzos, o nos creeríamos más que alguno que es crucial y valioso en el proyecto y lo desdeñaríamos, o, sobre todo, no pensaríamos que es necesario ponernos en manos del autor de la sinfonía para poder interpretarla (eso sí, con todo lo mejor de nuestro ser). Nuestro Dios es el Dios de los imposibles. Tal vez por eso le gustan estas bromas: terminan en sorpresa para nosotros, sus pequeños. ¡Y qué hermosa suena su sinfonía, realmente!

Frente a la multitud de sufrientes, Jesús comienza su enseñanza diciendo: “Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos”. Feliz de ti, te dice hoy Cristo, si, viendo a la multitud, te sabes pobre, pequeño, impotente. Feliz de ti si te acercas a Dios para rogar por ellos, para buscar orientación. Feliz de ti si haces todo lo que puedes sabiendo que sólo será fecundo si aceptas a los otros que quieren hacer contigo (aún si no siempre parecieran estar de acuerdo con tu idea de cómo se hacen las cosas) y que Dios también llama, en su misterio. Feliz de ti... porque entonces te pertenece el Reino de los cielos: el Reino de tolerancia, de paz, de justicia. Y aquello que te pertenece lo puedes dar... a la multitud.


Busquen al Señor, busquen la justicia, busquen la humildad... (Sofonías 2, 3)

Felices los que tienen alma de pobres, los pacientes, los misericordiosos, los que tienen hambre y sed de justicia, los que tienen el corazón puro, los que trabajan por la paz... ¡FELICES! ¿No es lo que más deseamos desde lo hondo? ¿No es lo que buscamos todos los días? La felicidad... Para nosotros y para la multitud de sufrientes, de la que también, de algún modo o de varios, somos parte.

Cristo hoy nos dice algo importante sobre la felicidad. No se compra, no se vende, no “cae de arriba”. Tiene que ver con una búsqueda. ¿Quién de nosotros puede decir que tiene el corazón puro? ¿que es misericordioso? ¿que trabaja al límite de sus fuerzas por la justicia, verdadero cimiento de la paz? Pocos, y aún ellos se saben pequeños.

Sin embargo, ¡Felices ustedes!!, dice Jesús. Felices porque buscan a Dios. Buscar a Dios tal vez sea la clave de todo esto. Buscar a Dios humildemente, desde nuestra pequeñez. Buscar a Dios es buscar ser misericordiosos, buscar la justicia, trabajar por la paz. Intentar vivir las bienaventuranzas no es otra cosa que buscar a Dios. Y eso es ser feliz. “¡Abba, Padre, venga tu Reino!!” Hoy Jesús dice a la multitud: “Yo dejaré en medio de ti a un pueblo pobre y humilde, que se refugiará en el nombre del Señor”. El resto de Israel, el pueblo de María, de Jesús, de la promesa. Como Iglesia y como Cristianos, estamos llamados a ser ese resto, ese pequeño pueblo que busca a Dios y construye el Reino de bienaventuranza, refugio en medio de un mundo donde las multitudes de sufrientes son cada vez más numerosas; y el sufrimiento cada vez más atroz.

Carola Arrúe
carolaarrue@eircom.net

 


30. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO

Comentarios Generales

Sofonías 2, 3; 3, 12-13:

En este Profeta, contemporáneo de Jeremías y de Nahum y, por tanto, testigo de las grandes prevaricaciones de Israel y de sus graves castigos, encontramos en germen ideas que valorizará y desarrollará el Evangelio.

— Es original de Sofonías esta preciosa consigna: “Buscad a Yahvé; buscad la justicia; buscad la humildad”. Consigna que ofrece a los de corazón humilde y voluntad dócil (2, 3). Sofonías encuentra en el “orgullo” (2, 10; 3, 11) la raíz de todo pecado contra Dios y contra el prójimo. Y en la “humildad” la raíz de toda conversión a Dios y la condición para gozar de su benevolencia. Le podemos llamar justamente precursor del programa de las Bienaventuranzas.

— Con esto, los que otros Profetas llamaban el “Resto” para significar el núcleo de los beneficiarios de los bienes Mesiánicos, Sofonías los denomina: “humildes” o “pobres” (= Anawim). Con ello el apelativo “pobres” tiene un nuevo colorido; más que una situación social es una disposición moral: sumisión a la voluntad divina; dependencia total de Dios, apoyo en Dios; benignidad y piedad con los menesterosos. Y esta disposición se exige a todos como “conversión” necesaria.

— El impacto de esta orientación espiritual y escatológica de Sofonías tiene eco en muchas páginas Bíblicas: El Mesías será “humilde y manso” (Zac 8, 9); será “perseguido y desamparado” (Is 53, 4). Y su misión será evangelizar a los “pobres y humildes”, a los oprimidos y perseguidos. Asimismo la Virgen ve cómo Dios se complace en esa disposición interior de “humildad” (Lc 1, 48; Is 61, 1).

1 Corintios 1, 26-31:

San Pablo intenta explicar a los neófitos de Corinto, tan predispuestos a rencillas y envidias, la nueva escala de valores que hemos aprendido a la luz del Calvario. Sintoniza con la doctrina de Sofonías, pero iluminada ya por la predicación, la Pasión, la Muerte y Resurrección de Cristo:

— Dios nos va a dar la salvación por caminos que sobrepasan todo cálculo humano. De ahí la paradoja que sólo aceptan los “humildes”. Nos salva, no sabiduría humana, sino la necedad de la cruz (v 25). En efecto, la cruz necedad, debilidad y escándalo a medida humana (escándalo para el judío, necedad para el filósofo: v 23), es suprema energía y sabiduría suma a medida de Dios. ¡Cristo Crucificado! He ahí, en el plan divino, la Salvación. La Salvación está en la Cruz. Es evidente que el orgullo humano va a tropezar y se va a estrellar contra esa Cruz. Es evidente que sólo la humildad puede entrar en este plan divino.

— San Pablo es testigo cualificado de cómo el orgullo de Israel se escandalizó en la Cruz de Cristo. Un Mesías humilde, pobre, misericordioso, no encajó en la mentalidad de los dirigentes de Israel. Y menos un Mesías crucificado. Ahora en Corinto puede suceder idéntico fracaso: “Y si no, hermanos, atended quiénes habéis recibido la vocación; no sabios, ni poderosos, ni nobles según el mundo; antes bien, lo necio del mundo, lo impotente del mundo, lo innoble y rastrero del mundo se escogió Dios” (26-27). Los débiles, los humildes se apoyan en Dios. Los orgullosos se apoyan en sí mismos. De ahí que sólo los humildes aceptan la Salvación de Dios. Sólo los humildes aceptan al Salvador que nos envía Dios: El Salvador-Crucificado.

— Si el medio divino de salvación es la Cruz, es evidente que los candidatos a la salvación serán los pobres (= humildes). Y los Apóstoles o misioneros que llevan a las almas la Salvación de Cristo han de predicar sólo la Cruz y se han de apoyar sólo en la Cruz. Se trata, por tanto, de la disposición del hombre ante Dios. Todos debemos ser “pobres”; nadie puede apoyarse en sí mismo. El Evangelio trasciende las condiciones sociales que puedan tener los hombres por nacimiento, herencia, estructura económica, etcétera. En la infinita gama que pueda darse de estas diversas situaciones humanas cabe aceptar la Salvación y rechazarla. Lo importante en el orden de la Salvación es saber y aceptar que “de Dios viene cuanto vosotros sois en Cristo; Cristo ha sido constituido por Dios Para nosotros Sabiduría, y Justicia, y Santificación, y Redención” (30). Quien esto sabe y lo acepta gozoso, entra en el plan de Dios y en la zona de la Salvación: “A fin de que el que se gloría, gloríese en el Señor”, (31). La Salvación es Gloria de Dios y gozo nuestro: “Cujus hoc mirificum fuit opus per paschale mysterium, ut de peccato et mortis jugo ad hanc gloriam vocaremur, qua nunc genus electum, regale sacerdotium, gens sancta et populus acquisitionis diceremur, et tuas annuntiaremus ubique virtutes, qui nos de tenebris ad tuum admirabile lumen vocasti” (Pref. De Dom. per annum 1).

Mateo 5, 1-12:

San Mateo, en el florilegio que llamamos Sermón del Monte, nos guarda el núcleo de las enseñanzas de Jesús acerca de las disposiciones que exige el Reino Mesiánico, que él inaugura.

— Sitúa el discurso en un Monte como para recordarnos que Jesús es el nuevo Moisés de la Nueva Alianza. En la Antigua, Moisés en el Sinaí promulgó la Ley en clima de solemnidad y terror. Ahora, el Maestro, manso y humilde de corazón, promulga la suya, que será de gracia y de amor.

— Las disposiciones para entrar en su Reino de Salvación son: pobreza, humildad, mansedumbre, mortificación, misericordia, pureza, etc. Se trata de disposiciones del alma. No de categorías sociales. Vivir el espíritu de las Bienaventuranzas es, a más de negarse a sí mismo, ser signo de contradicción; es, a más de ser pobre, amar la pobreza; a más de ser perseguido, gozarse de ello.

— Igualmente hay que transponer a escala espiritual las promesas con que nos estimula a cada una de las Bienaventuranzas. “Poseer el Reino de los cielos”, “Heredar la Tierra”, “Ser consolados”, “Ser saciados”, “Alcanzar misericordia”, “Ver a Dios”, “Ser llamado hijo de Dios”, a la vez que resumen y sintetizan las clásicas promesas Mesiánicas de los antiguos Profetas, insinúan, o mejor, dejan a plena luz, el sentido de interioridad, espiritualidad, plenitud y trascendencia que tiene el Reino de Dios. No es humano ni político. No es ritualismo. Es vida: Vida de Dios. El Banquete Eucarístico expresa, proclama a ilumina esta nueva escala de valores. Vayamos a Él pobres y desaficionados, desvalidos y confiados, hambrientos y sedientos, puros, misericordiosos.


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Dr. D. isidro Gomá y Tomás

Sermón de la Montaña: Bienaventuranzas y Maldiciones

Explicación. — Tiene el Sermón de la Montaña un sobrio preludio en ambos Evangelios que lo reproducen. Jesús ha elegido a sus Apóstoles, que serán las columnas sobre que se asiente su futura Iglesia y los depositarios de su poderes en el orden de la doctrina, de la gracia, del régimen del reino de Dios que predica. Quedan con ello excluidos los jerarcas del pueblo judío y fundada una nueva jerarquía. Ahora va a dar las grandes líneas de la vida interior, específica, de este reino y a indicar la índole espiritual de quienes quieran vivir según sus leyes. Aprovecha para ello la presencia de las muchedumbres que le siguen, después de la elección del apostolado: Y viendo Jesús las gentes, subió a un monte, no para huir de ellas, sino seguramente para llevar consigo a sus discípulos aparte y darles documentos particulares de doctrina. Sentado Jesús, como solían hacerlo los doctores, se llegaron a él sus discípulos: Y, después de haberse sentado, se llegaron a él sus discípulos. El momento es solemne; no sin énfasis dice Mt. que abrió su boca al empezar a enseñarles: Y, abriendo su boca, les enseñaba. Abre su propia boca el que solía abrir la de los profetas, en un momento trascendental para el mundo de los espíritus, cuando caerán de los divinos labios doctrinas extraordinarias, nunca oídas. Y esta circunlocución parece referirse no sólo a lo que enseñó a solas a sus discípulos, sino a todo el discurso que tuvo ante las muchedumbres.

Aleccionados los discípulos de selección, deja Jesús la parte alta de la montaña y baja a un rellano, lugar prominente aún, como convenía a las sublimes enseñanzas que va a dar, pero capaz de contener la gran muchedumbre que en él se ha congregado: Y, bajando con ellos, se paró en un llano, donde estaba un grupo numeroso de sus discípulos, pues eran ya muchos los que se habían puesto bajo su magisterio (Lc. 10, 1). Junto con los discípulos estaba multitud de gentes que allí habían confluido de todas partes, ávidas de escuchar su palabra y esperanzados de obtener del taumaturgo la curación de sus dolencias: Y gran muchedumbre de pueblo de toda la Judea, y de Jerusalén, y de la costa de Tiro y de Sidón, que habían venido a oírle y para ser curados de enfermedades. Con los pobres enfermos había también endemoniados: También los poseídos de espíritus inmundos. Apretujábase la multitud para llegar hasta él, porque al simple contacto del Señor huían los males físicos: Toda la gente quería tocarle, porque de él salía virtud, porque la tenía propia, incomunicada, y para demostrarnos que su humanidad era el instrumento conjunto de su divinidad para obrar tales prodigios: Y sanaba a todos.

Remediados los males del cuerpo, pasa Jesús a aleccionar los espíritus. Empieza para ello levantando los ojos a sus discípulos: es señal de amor de predilección y una forma de comunicarse más directamente con su alma: Entonces, levantando los ojos hacia sus discípulos. Y empezando a hablar, decía, explicando la doctrina de las Bienaventuranzas:

LAS BIENAVENTURANZAS (3-12). —Forman como el exordio del sermón del monte, señalan las condiciones morales necesarias a los ciudadanos del reino de los cielos, e invierten de un golpe la idea de la vida feliz, tal como la concebía el mundo pagano, y hasta los judíos en su ideología gloriosa del reino mesiánico. A cada bienaventuranza va aneja una promesa que consiste en el reino de los cielos, que es el reino mesiánico, concretado en distintas formas.

Bienaventurados los pobres de espíritu: porque de ellos es el reino de los cielos. Se trata aquí de la pobreza en el sentido usual de carencia de riquezas. Pobres de espíritu son los que tienen el corazón despegado de los bienes de fortuna; los que han dejado las riquezas siguiendo el consejo de Jesús (Mt. 19, 21); los que soportan con paciencia su estado de pobreza; los que, siendo ricos de hecho, no ponen su felicidad en los tesoros. Pobres de espíritu, no como Sócrates el filósofo y otros que de su natural odiaron las riquezas, sino con el espíritu cristiano de renunciamiento, producido por virtud sobrenatural del Espíritu Santo. Con estas primeras palabras destruye Jesús el concepto judío de un reino fundado sobre la prepotencia terrenal. De estos pobres es ya el reino de los cielos, es decir, el reino del Mesías, en este mundo y en el otro, porque paga gloriosa de esta pobreza es la posesión de Dios, suma riqueza que el hombre puede apetecer.

Bienaventurados los mansos: porque ellos poseerán la tierra. En los manuscritos griegos y en la mayor parte de las versiones antiguas esta bienaventuranza es la tercera. Son mansos los que, dulcemente resignados, aceptan de Dios todas las adversidades que su Providencia les depara, y perdonan las injurias de los prójimos, venciendo con la paciencia sus violencias. Los tales poseerán la tierra, promesa derivada del salmo 36, 11, donde se significa que los mansos gozarán la felicidad preparada por Dios para sus elegidos. Significaba “la tierra” entre los judíos “su tierra”, es decir, la Palestina, la cual a su vez era tipo del reino mesiánico. Poseer la tierra equivale en boca de Jesús a tener parte en el reino de los cielos.

Bienaventurados los que lloran: porque ellos serán consolados. La tristeza es una afección del alma por la privación de algo que place o por la forzosa posesión de lo que desagrada. Produce, si no las lágrimas de los ojos, esta aflicción espiritual de la que son a veces expresión las lágrimas. Lloran según esta bienaventuranza los apenados por los pecados propios y ajenos; los que sufren tentaciones y peligros espirituales; los que sienten añoranza del cielo; los que en santa paciencia sufren las calamidades que Dios les envía o que consiente. Estos serán consolados, porque ésta debía ser función del Mesías (Is. 57, 18; 61, 2; Ez. 9, 4; Apoc. 7, 17, etc.). Y lo serán en este mundo y en el otro; por los goces espirituales que Dios les procurará en la tierra, y por los inefables de la gloria.

Bienaventurados los que han hambre y sed de justicia: porque ellos serán hartos. La justicia es aquí la verdadera regla de vivir, que es la conformidad de nuestra voluntad con la de Dios, es decir, la santidad. Hambre y sed significan ardientes deseos. Tener hambre y sed de justicia es desear ardientemente vivir según la ley de Dios. Estos serán hartos, porque por Jesús son destruidos el reino del pecado y de la muerte; se nos da la doctrina y la gracia para bien vivir en este mundo; y sobre todo, la semejanza completa con Dios en el cielo, por la absorción de nuestra vida en la de Dios.

Bienaventurados los misericordiosos: porque ellos alcanzarán misericordia. Es misericordioso el que sufre las ajenas miserias en el propio corazón, las del cuerpo y las del espíritu. El Mesías, en las antiguas profecías, se predice misericordioso (Ps. 71, 12-14; Is. 11, 4; 42, 3; 50, 4; Ez. 34, 16). Los que le imiten socorriendo en la forma que puedan la miseria ajena, lograrán la misericordia de la participación en el reino mesiánico, que no se da a la sangre, ni a la raza, aunque sea la de Abraham, sino a aquel de quien Dios tenga misericordia.

Bienaventurados los de limpio corazón: porque ellos verán a Dios. Los fariseos buscaban sólo la limpieza externa y legal, sin cuidar la de corazón, que consiste, no sólo en la castidad, sino en la limpieza de pecado mortal, pues la castidad podría darse en hombre manchado de varios crímenes. Jesús reclama la incontaminación del corazón, que viene a ser considerado como el centro de la vida moral del hombre. La visión de Dios es el premio de los limpios de pecado; esta vida, por la mayor facilidad de conocerle, porque los pecados son como las cataratas de los ojos espirituales; en la otra, porque lograrán la visión de Dios “cara a cara”.

Bienaventurados los pacíficos: porque hijos de Dios serán llamados. Son pacíficos los que buscan la paz, los que la dan a otros, los que pacifican a los prójimos. Vienen comprendidos en esta bienaventuranza todos aquellos que no sólo buscan la paz de su corazón, buscando la armonía con Dios y con los hombres, sino los que trabajan, en todas formas, por la implantación del reino de la paz, de los hombres con Dios, de los hombres entre sí, de las familias, de los pueblos, con la oración, con el consejo, con la actividad abnegada. Estos son hijos de Dios, porque se asemejarán a Dios, que es el Dios de la paz (2 Cor. 13, 11).

Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia: porque de ellos es el reino de los cielos. La justicia es el bien moral, como se ha dicho. Son bienaventurados, no todos los que sufren persecución, sino los que la sufren por causa de la justicia moral: porque practican la virtud o porque son propagadores de la misma, sufren enemistades, odios, calumnias, daños de todo orden. De éstos es el reino de los cielos: en este mundo, porque Dios les colmará de sus bienes, como compensación de los males que por la justicia sufran; en el otro, porque les dará la posesión, a perpetuidad, del mismo reino de Dios, peso ingente de gloria que sobrepujará inmensamente los padecimientos de este mundo.

Y como quiera que esta bienaventuranza es como la culminación de todas, se la inculca Jesús de una manera especial a sus discípulos, y dirigiéndose a ellos, como si presagiara las tempestades de odio que deberán soportar, les dice: Bienaventurados sois cuando os maldijeren, y persiguieren, y dijeren todo mal contra vosotros, mintiendo, porque si sois mis discípulos nada habrá en vosotros que reprender ni maldecir, por mi causa, es decir, porque seguís la justicia que es como una misma cosa con mi persona y mi nombre.

No importa que sean hombres como vosotros los que os odien, que os arrojen de su sociedad, que os llenen de improperios, que os destierren y os consideren como un mal sustantivo en medio de ellos; si sufrís todo esto porque hacéis vuestra la causa del Hijo de Dios, sois bienaventurado: Bienaventurados seréis cuando los hombres os aborrecieren, y os excomulgaren, y os ultrajaren, y proscribieren vuestro nombre, como malo, por el hijo del hombre. El día que esto ocurra alegráos, y, como las grandes alegrías se manifiestan con signos exteriores, saltad de gozo en aquel día; porque todos los males que por mi causa sufran mis discípulos, serán espléndidamente premiados en el cielo: Porque vuestro galardón muy grande es en los cielos.

Aún añade otro motivo de gozo: por ello serán semejantes a los profetas, grandes hombres, dé todos estimados y honrados, y qué no obstante sufrieron terribles persecuciones por el nombre de Dios que les enviaba: Pues así persiguieron también a los profetas, que fueron antes que vosotros.

MALDICIONES (LC. 6, 24-26). — De las ocho bienaventuranzas, el tercer Evangelista no enumera más que cuatro, las que a los hombres podían parecer más paradójicas, a saber: la de los pobres, de los que tienen hambre, de los que lloran y de los que sufren persecución. Como contraposición a estas cuatro felicidades, añade Lc. cuatro maldiciones.

Contra los ricos, no por sus riquezas, sino por el mal uso que de ellas hacen, y por los males que con ellas originan: Mas, ¡ay de vosotros, ricos!, porque tenéis ya vuestro consuelo.

Contra los hartos, por el goce de toda suerte de bienes y placeres, en lo que se designa la carencia absoluta de la justicia moral: ¡Ay de vosotros, los que estáis hartos!, porque tendréis hambre, por la privación de los bienes espirituales y celestes.

Contra los que ríen a causa de su prosperidad mundana: ¡Ay; de vosotros, los que ahora reís!, porque gemiréis y lloraréis, por haber sido excluidos de la dicha de los cielos.

Contra aquellos a quienes aplauden los hombres: ¡Ay de vosotros cuando os bendijeren los hombres!, porque así hacían a los falsos profetas los padres de ellos; les alababan porque no les decían la verdad.

Lecciones morales. — A) v. 1. —Y viendo Jesús las gentes subió a un monte...—Admiremos la serenidad y fortaleza de Jesús, manifestadas en ocasión del Sermón de la Montaña. Cuando los fariseos han decretado su muerte, y han repudiado su doctrina; y han negado la fuerza de sus milagros, él prescinde de ellos a su vez, instituye y adoctrina a los nuevos jerarcas, los Apóstoles, y subiendo a un monte como a altísima cátedra, aprovecha la oportunidad de la gran muchedumbre para exponer las líneas maestras de su doctrina. Así, en los momentos de persecución, es cuando pone las bases de su futuro reino. Para enseñarnos que las dificultades de la vida no deben turbarnos en la realización de los designios que tenga Dios sobre nosotros. La constancia, de ánimo, la convicción profunda, el auxilio de Dios que por la oración nos viene, deben ser los que nos lleven al cumplimiento de nuestros graves deberes, aun en las horas más graves.

B) v. 3. — Bienaventurados los pobres... los mansos...—Contraste que nos ofrecen en las bienaventuranzas las disposiciones morales que se reclaman de nuestro espíritu y las promesas correspondientes. Por una parte, pobreza, mansedumbre, aflicción, hambre y sed de justicia, espíritu de paz, persecuciones, etc.; por otra, la posesión del reino de Dios, el gozo, la visión de Dios, la filiación de Dios, etc. Es la esencia del Cristianismo: el renunciamiento propio para la posesión de Dios: “El que no renuncia a todo lo que posee, dice Jesús, no puede ser mi discípulo” (Lc. 14, 33): Estas bienaventuranzas son el preludio de la Cruz: con ellas proclama Jesús, en forma solemne, la constitución de su reino; con la Cruz da cima a su conquista. Cuando haya resucitado, dirá: “¿No convenía que el Cristo padeciera para así entrar en su gloria?” (Lc. 24, 26). La gloria es la bienaventuranza lograda, como estas bienaventuranzas señalan el camino de su conquista.

C) v. 11— Bienaventurados sois cuando os maldijeren…— Las bienaventuranzas no son solamente un ideal de vida cristiana; son un programa que debe cumplirse. Por ello, después que Jesús ha enseñado estas lecciones sublimes de una manera general, se dirige personalmente a sus discípulos, y les dice: “Bienaventurados cuando los hombres os maldijeren...” Como si dijera: “Vosotros debéis cumplir lo que acabo de deciros: ello os acarreará maldiciones y persecuciones de los hombres; no temáis; son la consecuencia natural de seguirme a mí. A pesar de ello, no retrocedáis, antes alegraos; porque a las privaciones que importan mis bienaventuranzas y a las persecuciones que os acarreen, seguirá un abundantísimo premio en el cielo.”

D) v. 24, Lc. — Mas, ¡ay de vosotros...! — A las bienaventuranzas siguen las maldiciones de Jesús. Es que en la vida no hay más que dos caminos, como no hay más que dos términos. Un camino que lleva a la vida, que es la dicha: y otro que lleva a la muerte, que es la condenación. Por esto los que al fin de la vida no sean bienaventurados, serán malditos de Dios.

(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, Vol. I, Ed. Acervo, 6ª ed., Barcelona, 1966, p. 505-511)


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Fulton Sheen

LAS BIENAVENTURANZAS

Dos montes sirven de referencia como primero y segundo acto de un drama en dos actos: el monte de las Bienaventuranzas y el monte Calvario. El que subió al primero para predicar las bienaventuranzas debe necesariamente subir al segundo para poner en práctica lo que había predicado. Las personas poco reflexivas suelen decir que el sermón del monte constituye la esencia del cristianismo. Pero que alguien intente practicar estas bienaventuranzas en su propia vida, y verá cómo se acarrea la ira del mundo. El sermón del monte no puede ser separado de la crucifixión, de la misma manera que el día no puede ser separado de la noche. El día en que nuestro Señor enseñó las bienaventuranzas firmó su propia sentencia de muerte. El sonido de los clavos y los martillos penetrando a través de carne humana era el eco que bajaban de la ladera de la montaña donde había estado enseñando a los hombres el camino de la felicidad o bienaventuranza. Todo el mundo quiere ser feliz, pero el camino que Él enseñaba era el totalmente opuesto a los caminos del mundo.

Un camino para crearse enemigos y hacer que la gente se convierta en adversaria de uno es desafiar el espíritu del mundo. Cual quiera que desafíe las máximas mundanas, tales como: “sólo se vive una vez”, “hay que aprovechar lo máximo la vida”, “¿Quién lo sabrá?”, “¿Para qué sirve el sexo, sino para el placer?”, está destinado a hacerse impopular.

En las bienaventuranzas, nuestro divino Señor toma aquellas ocho palabras del mundo que son otros tantos reclamos — “seguridad”, “venganza”, “risa”, “popularidad”, “compensación”, “sexo”, “poder armado” y “comodidad”— y las trastorna por completo. A los que dicen: “No puedes ser feliz a menos que seas rico”, Él les dice: “Bienaventurados los pobres en el espíritu”. A los que dicen: “No dejéis que se salga con la suya”, Él les dice: “Bienaventurados los mansos”. A los que dicen: “Ríe, y el mundo reirá contigo”, Él les dice: “Bienaventurados los que lloran”. A los que dicen: “Si la naturaleza te ha dado instintos sexuales, debes darles libre expresi6n, de lo contrario serías un ser frustrado, Él les dice: “Bienaventurados los limpios de corazón”. A los que dicen: “Procura ser popular y conocido”, É1 les dice: “Bienaventurados vosotros, si os injurian y os persiguen y hablan toda clase de mal contra vosotros por causa de mi”. A los que dicen: “En tiempo de paz prepárate para la guerra”, É1 les dice: “Bienaventurados los pacíficos”.

Él se mofa de los clisés baratos sobre los cuales se escriben los guiones de cine y se componen las novelas. É1 propone que se eche al fuego lo que ellos adoran: que se venzan los instintos sexuales en vez de permitir que esclavicen a las personas; domar las conquistas económicas en vez de hacer que la felicidad consista en la abundancia de cosas externas al alma. De las falsas bienaventuranzas que hacen depender la felicidad de la expresión de sí mismo, de la licencia, de pasarlo bien, o de “comer, beber y divertirse para morir mañana”, de todas ellas, Él se burla porque tales cosas traen desórdenes mentales,.desgracia, falsas esperanzas, temores y ansiedades.

Aquellos que quisieran escapar al impacto de las bienaventuranzas dicen que nuestro divino Salvador fue una criatura de su tiempo, pero no del nuestro, y que, por lo tanto, sus palabras carecen de aplicación en nuestros días. No fue una criatura de su tiempo ni de ningún tiempo; ¡nosotros sí que lo somos! Mahoma pertenecía a su tiempo; de ahí que dijera que un hombre podía tener concubinas además de cuatro esposas legales al mismo tiempo. Mahoma pertenece también a nuestro tiempo porque hay personas modernas que dicen que un hombre puede tener muchas esposas, si las toma una tras otra. Pero nuestro Señor no pertenecía a su tiempo, ni tampoco al nuestro. Casarse con una época es quedar viudo en la siguiente. Porque no se adapta a ninguna época, É1 constituye el modelo inmutable para los hombres de todas las épocas. Nunca usó una expresión que dependiera del orden social en que vivía; su evangelio no resultaba entonces maíz fácil de lo que es ahora. Lo recuerdan sus propias palabras.

En verdad os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra

ni una i ni un tilde de la i pasaran de la ley

hasta que todo sea cumplido.

Mt 5, 18

La clave para entender el sermón del monte es la manera como usaba dos expresiones. Una de ellas era: “habéis oído”; la otra era la palabra, breve y enfática, “pero”. Cuando decía. “habéis oído”, se remontaba a lo que los oídos humanos habían estado oyendo desde hacía siglos y aun están oyendo de labios de reformadores éticos, todas aquellas reglas, códigos y preceptos que son medidas a medias entre el instinto y la razón, entre costumbres locales y los más elevados ideales. Cuando decía: “habéis oído”, incluía la ley mosaica, a Buda con su óctuple vía, a Confucio con sus reglas para ser todo un caballero, a Aristóteles con su felicidad natural, la amplitud de miras de los hindúes y todos los grupos humanitarios de nuestros días, que quisieran traducir algunos de los antiguos códigos a su propia lengua y, decir que se trata de un nuevo medio de vida. De todos estos compromisos estaba hablando cuando decía: “habéis oído”.

“Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio.” Moisés lo había dicho; las tribus paganas lo sugerían; los primitivos lo respetaban. Ahora venía el terrible y espantable pero: “pero yo os digo...”, “pero yo os digo que todo aquel que mira a una mujer para codiciarla, ya cometió adulterio con ella en su corazón.” Nuestro Señor penetraba hasta el fondo del alma, se apoderaba del pensamiento y marcaba como pecado incluso el deseo de pecar. Si era malo hacer determinada cosa, era también malo pensar en esta misma cosa. Era como si dijera: “Fuera con vuestra higiene, que trata de tener las manos limpias después de haber robado, y los cuerpos libres de enfermedad después de haber violado a una mujer.” Penetraba en el fondo de los corazones y marcaba como con fuego la intención de pecar. No esperaba a que el mal árbol produjera malos frutos. Quería evitar incluso que llegara a sembrarse la mala semilla. No esperéis a que vuestros pecados ocultos aparezcan como psicosis, neurosis y compulsiones. Desembarazaos de ellos en sus mismas raíces. ¡Arrepentíos! ¡Purificaos! El mal que puede ponerse en estadísticas o ser encerrado en cárceles ya es demasiado tarde para poder remediarlo.

Cristo afirmó que cuando un hombre se casaba con una mujer se casaba tanto con el cuerpo como con el alma de ella; se casaba con toda la persona. Si se cansaba del cuerpo, no podía apartarlo para tomar otro, ya que todavía seguía siendo responsable de aquella alma. Así, clamaba: “habéis oído”. En esta expresión condensaba la jerga de todas las civilizaciones decadentes. «Habéis oído: divórciate; Dios no espera que vivas sin felicidad.” Pero a continuación venía el consabido pero:

Pero yo os digo que todo aquel que repudia a su mujer

hace que ella cometa adulterio,

y el que se casare con la repudiada,

comete adulterio.

Mt 5, 32

¿Qué importa que el cuerpo se haya perdido? El alma esta allí todavía, y el alma vale más que todas las sensaciones que el cuerpo pueda procurar, vale más aún que todo el universo. Él quería mantener puros a los hombres y a las mujeres, no puros de contagio, sino del deseo recíproco entre ellos; imaginar una traición ya es en sí mismo una traición. Así fue que declaró:

Lo que Dios juntó,

no lo separe el hombre.

Mc 10, 9



A ningún hombre, ningún juez, ninguna nación es lícito separarlo.

A continuación Cristo tomó de su cuenta todas aquellas teorías que vienen a decir que el pecado es debido al ambiente: a la leche de grado B, a la insuficiencia de salas de baile, a no tener suficiente dinero para malgastar. De todas estas cosas decía: “habéis oído”. Entonces venía el pero: “pero yo os digo...”. Afirmaba que los pecados, el egoísmo, la codicia, el adulterio, el homicidio, el robo, el soborno, la corrupción política, todo esto procedía del hombre mismo. Las ofensas proceden de nuestra mala voluntad, y no de nuestras glándulas; no podemos buscar excusas a nuestra lujuria diciendo que nuestro abuelo tenía un complejo de Edipo o que heredamos un complejo de Electra de nuestra abuela. El pecado, decía Él, es llevado al alma por el cuerpo, y el cuerpo es impulsado por la voluntad. En guerra contra todas las falsas expresiones del yo, predicaba sus recomendaciones de auto-operación: “córtalo”, “sácalo”, “échalo”.

Si tu ojo derecho te fuere ocasión de caer,

sácalo, y échalo de ti;

porque es provechoso que se pierda uno de tus miembros

y no que todo tu cuerpo sea echado en el infierno.

Y si tu mano derecha fuera para ti ocasión de caer,

córtala y échala de ti;

porque te es provechoso que se pierda uno de tus miembros

y no que todo tu cuerpo vaya al infierno.

Mt 5, 29 s

Los hombres están dispuestos a cortarse los pies y los brazos con objeto de salvar al cuerpo de gangrena o envenenamiento. Pero aquí nuestro Señor estaba trasladando la circuncisión de la carne a la circuncisi6n del corazón, y preconizaba la sangría de las concupiscencias y pasiones más que ser uno separado del amor de Dios que esta en Él, en Jesucristo.

A continuación habló de la venganza, del odio, de la violencia, expresado todo ello en los dichos de “procura desquitarte”, “persíguele”, “no seas tonto”. Conocía todas estas cosas, y a estas cosas se estaba refiriendo al decir:

Habéis oído que fue dicho:

Ojo por ojo y diente por diente.

Ahora viene el terrible pero:

Pero yo os digo que no hagáis

resistencia al mal;

antes si alguno te hiriese en la mejilla derecha,

ofrécele también la otra.

Y al que quisiere ponerte pleito, y tomar tu túnica,

déjale también la capa.

Y si alguno te forzare a que vayas cargado una milla,

ve con él dos.

Mt 5, 38-41

¿Por qué ofrecer la otra mejilla? Porque el odio se multiplica al igual que una semilla. Si uno predica el odio y la violencia a diez hombres en fila, y dice al primero de ellos que golpee al segundo, y al segundo que golpee al tercero, el odio envolverá a los diez. La única manera de detener el odio es que alguien en la fila, pongamos el quinto hombre, vuelva su mejilla. Entonces es cuando el odio acaba. El odio no puede continuar avanzando. Absorbamos la violencia por causa del Salvador, que absorberá el pecado y morirá por ello. La ley cristiana es que el inocente sufra por los culpables.

De esta manera quisiera que obráramos con los adversarios, porque, cuando no se ofrece resistencia, el adversario es vencida por un poder moral superior; tal amor evita la infección de la herida producida por el odio. Aguantar un año al pelmazo que está fastidiándote durante una semana; escribir una carta amable al hombre que querría robarte tus bienes, nunca devolver odio contra odio a la persona que miente y declara que eres infiel a tu país o dice de ti la peor mentira de todas, las de que eres contrario a la libertad... todo ello son cosas que Cristo vino a enseñar, cosas que no se adaptaban a su tiempo más que al nuestro. Se adaptan solamente a los héroes, a los grandes hombres, a los Santos, a los hombres y mujeres Santos que quieren ser la sal de la tierra, la levadura en la masa, la minoría selecta en medio de la plebe, la calidad que transformará al mundo. Si ciertas personas no son amables, uno pone parte de su amor en ellas, y entonces son amables. ¿Por qué hay alguien amable, si no es porque Dios pone su amor en cada uno de nosotros?

El sermón del monte está tan en discrepancia con todo lo que el mundo tiene en aprecio, que el mundo crucificará a todo aquel que intente vivir a la altura de los valores de dicho sermón. Por haberlos predicado, Cristo tuvo que morir. El Calvario fue el precio que tuvo que pagar por el sermón de la montaña. Sólo las medianías sobreviven. Aquellos que llaman a lo negro negro, y a lo blanco blanco, son sentenciados por intolerantes. Sólo los grises pueden vivir.

Dejemos que aquel que dice: “bienaventurados los pobres en espíritu”, venga al mundo que cree en la primacía de lo económico; dejémosle que entre en el mercado donde algunos hombres viven para el provecho colectivo, mientras otros afirman que los hombres viven para el provecho individual, y veamos qué le ocurre. Será tan pobre, que durante su vida no tendrá dónde reclinar la cabeza; vendrá día en que morirá sin poseer ningún valor económico. En su última hora será tan pobre, que incluso un extraño tendrá que ofrecerle su sepulcro, de la misma manera que tuvo que nacer en el establo de un extraño.

Dejémosle que venga al mundo que proclama el evangelio de los fuertes, que predica el odio a nuestros enemigos y condena las virtudes cristianas como virtudes “blandas”, y diga a ese mundo: “bienaventurados los mansos”, y un día sentirá sobre sus espaldas los azotes de crueles verdugos; será pegado en la mejilla por el puño de un escarnecedor durante uno de sus procesos; verá cómo unos hombres cogen una hoz y empiezan a cortar la hierba del Calvario, y luego emplean un martillo para clavarle en una cruz, para probar la paciencia de aquel que soporta lo peor que el mal puede ofrecer, para que, habiéndose agotado, pueda convertirse en amor.

Dejemos que Él venga a nuestro mundo, que ridiculiza la idea de pecado como algo morboso, considera la reparación por el delito pasado como un complejo de culpa, y dejémosle que predique a ese mundo: “bienaventurados los que lloran” sus pecados; y recibirá burlas cual si se tratara de un loco. Tomaran su cuerpo y le azotaran hasta que puedan contarse sus huesos; le coronaran de espinas, hasta que empiece a llorar, no lágrimas saladas, sino gotas de Sangre carmesí, mientras ellos se ríen de la debilidad de aquel que no quiere bajar de la cruz.

Dejémosle que venga al mundo que niega la Verdad absoluta, al mundo que dice que el bien y el mal son sólo cuestión de puntos de vista, que hemos de ser de mente amplia en lo que se refiere a la virtud y al vicio, y dejémosle que le diga: “bienaventurados los que tienen hambre y sed de santidad”, es decir, hambre y sed del Absoluto, de la Verdad del que dijo: “Yo soy”. Y ellos, con su amplitud de mente, permitirán que la turba elija entre Él o Barrabás; le crucificarán con unos ladrones y procuraran hacer creer al mundo que Dios no es diferente de una banda de ladrones, que son sus compañeros en el momento de morir.

Dejémosle que venga a un mundo que dice que todo lo que se opone a mi no es nada, que sólo el yo es lo que importa, que mi voluntad es mi suprema ley, que lo que yo decido es lo bueno, que debo olvidarme de los otros y pensar sólo en mi mismo, y que le diga: “bienaventurados los misericordiosos”. Descubrirá que no recibe misericordia; abrirán cinco ríos de sangre de su cuerpo, pondrán vinagre y hiel en su boca sedienta; e incluso después de muerto serán tan despiadados como para hundir una lanza en su sagrado corazón.

Dejémosle que venga a un mundo en el que se trata de interpretar al ser humano en términos sexuales; que considera la pureza como frigidez, la castidad como sexo frustrado, la continencia como anormalidad, y la unión de hombre y mujer hasta la muerte como algo insoportable; un mundo que dice que un matrimonio sólo dura lo que duran las glándulas, que uno puede desunir lo que Dios ha unido y quitar el sello de donde Dios lo ha puesto. Dejemos que Él le diga: “bienaventurados los puros”; y se verá colgado de una cruz, convertido en espectáculo para los hombres y los ángeles, en una ultima y estúpida afirmación de que la pureza es anormal de que las vírgenes son neuróticas y de que la carnalidad es lo correcto.

Dejémosle que venga a un mundo que cree que uno debe recurrir a toda suerte de doblez y chanchullos con objeto de conquistar el mundo, llevando palomas de paz con los buches cargados de bombas, Y dejémosle que le diga: “bienaventurados los pacificadores”, o “bienaventurados los que desarraigan el pecado para que pueda haber paz”; y se verá rodeado de hombres comprometidos en la más estúpida de las guerras, una guerra contra el Hijo de Dios; ejerciendo la violencia mediante el acero y la madera, los clavos y la hiel, y luego colocando un centinela sobre su tumba para que aquel que perdió la batalla no pueda ver el día.

Dejémosle que venga a un mundo que cree que toda nuestra vida debe estar dedicada a adular a las personas y a influir en ellas para alcanzar provecho y popularidad, y dejémosle que diga: “bienaventurados cuando os odian, persiguen, injurian”; y se encontrará sin un amigo en el mundo, proscrito en la montaña, con multitudes que claman por su muerte, y su carne colgando de su cuerpo como jirones de púrpura.

No pueden tomarse las bienaventuranzas por sí solas; no son ideales, son hechos duros y realidades inseparables de la cruz del Calvario. Lo que Él enseñaba era la crucifixión de uno mismo: amar a los que nos odian; cortarnos los brazos y sacarnos los ojos para evitar que podamos pecar; ser puros en nuestro interior cuando en el exterior claman las pasiones pidiendo que las satisfagamos; vencer el mal con el bien; bendecir a los que nos maldicen; dejar de cacarear pidiendo la paz hasta que no tengamos la justicia, la verdad y el amor de Dios en nuestros corazones como la condición necesaria para la libertad; vivir en el mundo y, sin embargo, mantenernos sin mancha de él; negarnos a veces a nosotros mismos algunos placeres lícitos con objeto de crucificar mejor nuestro egoísmo... Todo ello es sentenciar a muerte al hombre viejo que llevamos dentro de nosotros.

Aquellos que oían predicar a Cristo las bienaventuranzas estaban siendo invitados a tenderse sobre una cruz, para que hallaran la felicidad en un nivel mas elevado, muriendo a un orden inferior, a despreciar todo lo que el mundo tiene por sacrosanto y a venerar como sacrosanto lo que el mundo considera una utopía. El cielo es la felicidad, pero es demasiado para el hombre tener dos cielos: un ersatz acá abajo y un cielo real allá arriba. De ahí los cuatro “¡ay de vosotros!” pronunciados por Cristo, añadidos a las bienaventuranzas.

¡Ay de vosotros, los ricos!,

porque ya tenéis vuestro consuelo.

¡Ay de vosotros, los que estáis saciados ahora!,

porque tendréis hambre.

¡Ay de vosotros, los que reís ahora!,

porque os lamentaréis y lloraréis.

¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres

dijeren bien de vosotros!,

pues que del mismo modo hacían los padres de ellos

con los falsos profetas.

Lc 6, 24-26

La crucifixión no puede encontrarse lejos cuando un Maestro se atreve a decir “¡ay de vosotros!” a los ricos, a los saciados, a los alegres y a los ídolos de los pueblos. La verdad no se halla solo en el sermón del monte; se halla en aquel que vivió en el monte Gólgota lo que había estado predicando en el monte del sermón. Los cuatro “¡ay de vosotros!” habrían sido condenaciones éticas, si É1 no hubiera muerto lleno de lo opuesto a los cuatro “ayes”: pobre, abandonado, apesadumbrado y menospreciado. En el monte de las Bienaventuranzas invitó a los hombres a arrojarse sobre la cruz de la negación de sí mismo; en el monte Calvario se abrazó con la misma cruz. Aunque la sombra de la cruz tardaría aun tres años en proyectarse en el lugar de la calavera, se hallaba ya en su corazón el día en que predico acerca de “cómo ser feliz”.

(Fulton J. Sheen, Vida de Cristo, Ed. Herder, Barcelona, 1968, cap. 3, pp. 119-126)


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San Juan Crisóstomo

“Diferentes grados de humildad”

“Hay, en efecto, muchas maneras de ser humilde. Hay quienes son moderadamente humildes; hay quienes llevan la humildad a su último extremo. Esta es la humildad que alaba el bienaventurado profeta cuando, describiéndonos, no una alma contrita simplemente, sino un alma hecha pedazos por el dolor, nos dice: Sacrificio para Dios, el espíritu contrito. Dios no despreciará un corazón contrito y humillado. Ésta es la que presentan a Dios como sacrificio grande los tres jóvenes del horno de Babilonia, cuando dicen: Mas en alma contrita y espíritu de humildad seamos aceptados. Ésta es la que Cristo proclama ahora bienaventurada. Y es así que los más grandes males que infestan a la tierra entera, del orgullo ha procedido. El diablo, que antes de su orgullo no lo era, por el orgullo se convirtió en diablo. Lo que Pablo daba entender con estas palabras: "No sea que por su orgullo caiga (el neófito) en la condenación del diablo". El primer hombre, hinchado por el diablo con esperanzas semejantes, fue por él derribado y se convirtió en mortal. Esperando venir a ser Dios, perdió hasta lo que tenía como hombre. Es lo que Dios le echa, entre burlas, en cara cuando dice: "He aquí que Adán ha venido a ser como uno de nosotros". Y todos los que después vinieron y terminaron en la impiedad fue por haberse imaginado ser iguales a Dios. Así, pues, como la soberbia era la ciudadela de todos los males, la fuente y raíz de toda maldad, Cristo, proporcionando el remedio a la gravedad de la enfermedad, sentó la ley de la humildad como fundamento firme y seguro de toda virtud.


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Juan Pablo II

La Pureza

Un análisis sobre la pureza será un complemento indispensable y de las palabras pronunciadas por Cristo en el Sermón de la Montaña, sobre las que hemos centrado el ciclo de nuestras presentes reflexiones. Cuando Cristo, explicando el significado justo del mandamiento: 'No adulterarás', hizo una llamada al hombre interior, especificó, al mismo tiempo, la dimensión fundamental de la pureza, con la que están marcadas las relaciones recíprocas entre el hombre y la mujer en el matrimonio y fuera del matrimonio. Las palabras 'Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón' (Mt 5, 28) expresan lo que contrasta con la pureza. A la vez, estas palabras exigen la pureza que en el Sermón de la Montaña está comprendida en el enunciado de las Bienaventuranzas: 'Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios' (Mt 5, 8).De este modo, Cristo dirige al corazón humano una llamada: lo invita, no lo acusa, como ya hemos aclarado anteriormente.

Cristo ve en el corazón, en lo íntimo del hombre, la fuente de la pureza pero también de la impureza moral en el significado fundamental y más genérico de la palabra. Esto lo confirma, por ejemplo, la respuesta dada a los fariseos, escandalizados por el hecho de que sus discípulos 'traspasan la tradición de los ancianos, pues no se lavan las manos cuando comen' (Mt 15 ,2). Jesús dijo entonces a los presentes: 'No es lo que entra por la boca lo que hace impuro al hombre; pero lo que sale de la boca, eso es lo que le hace impuro' (Mt 15, 11). En cambio, a sus discípulos, contestando a la pregunta de Pedro, explicó así estas palabras: '... lo que sale de la boca procede del corazón, y eso hace impuro al hombre. Porque del corazón provienen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las blasfemias. Esto es lo que hace impuro al hombre: pero comer sin lavarse las manos, eso no hace impuro al hombre'(Cfr. Mt 15, 18-20; también Mc 7, 20-23). Cuando decimos 'pureza', 'puro', en el significado primero de estos términos, indicamos lo que contrasta con lo sucio. 'Ensuciar' significa 'hacer inmundo', 'manchar'. Esto se refiere a los diversos ámbitos del mundo físico. Por ejemplo, se habla de una 'calle sucia', de una 'habitación sucia'; se habla también del 'aire contaminado'. Y así, también el hombre puede ser 'inmundo' cuando su cuerpo no está limpio. Para quitar la suciedad del cuerpo es necesario lavarlo. En la tradición del Antiguo Testamento se atribuía una gran importancia a las abluciones rituales, por ejemplo, a lavarse las manos antes de comer, de lo que habla el texto antes citado. Numerosas y detalladas prescripciones se referían a las abluciones del cuerpo en relación con la impureza sexual, entendida en sentido exclusivamente fisiológico, a lo que ya hemos aludido anteriormente (Cfr. Lev 1, 5). De acuerdo con el estado de la ciencia médica del tiempo, las diversas abluciones podrían corresponder a prescripciones higiénicas. En cuanto eran impuestas en nombre de Dios y contenidas en los Libros Sagrados de la legislación veterotestamentaria, la observancia de ellas adquiría, indirectamente, un significado religioso; eran abluciones rituales y, en la vida del hombre de la Antigua Alianza, servían a la pureza ritual.

Con relación a dicha tradición jurídico-religiosa de la Antigua Alianza se formó un modo erróneo de entender la pureza moral. Se la entendía frecuentemente de modo exclusivamente exterior y 'material'. En todo caso, se difundió una tendencia explícita a esta interpretación. Cristo se opone a ella de modo radical: nada hace al hombre inmundo 'desde el exterior' ninguna suciedad 'material' hace impuro al hombre en sentido moral, o sea, interior. Ninguna ablución, ni siquiera ritual, es idónea de por sí para producir la pureza moral. Esta tiene su fuente exclusiva en el interior del hombre: proviene del corazón. Es probable que las respectivas prescripciones del Antiguo Testamento (por ejemplo, las que se hallan en Lev 15, 16-24; 18, él ss, o también Is 1,5) sirviesen, además de para fines higiénicos, incluso para atribuir una cierta dimensión de interioridad a lo que en la persona humana es corpóreo y sexual. En todo caso, Cristo se cuidó bien de vincular la pureza en sentido moral (ético) con la fisiología y con los relativos procesos orgánicos. A la luz de las palabras de Mt 15, 18-20, antes citadas, ninguno de los aspectos de la 'inmundicia' sexual, en el sentido estrictamente somático, biofisiológico, entra de por sí en la definición de la pureza o de la impureza en sentido moral (ético).

El referido enunciado (/Mt/15/18-20) es importante sobre todo por razones semánticas. Al hablar de la pureza en sentido moral, es decir, de la virtud de la pureza, nos servimos de una analogía según la cual el mal moral se compara precisamente con la inmundicia. Ciertamente, esta analogía ha entrado a formar parte, desde los tiempos más remotos, del ámbito de los conceptos éticos. Cristo la vuelve a tomar y la confirma en toda su extensión: 'Lo que sale de la boca procede del corazón, y eso hace impuro al hombre'. Aquí Cristo habla de todo mal moral, de todo pecado; esto es, de transgresiones de los diversos mandamientos, y enumera 'los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las blasfemias', sin limitarse a un específico género de pecado. De ahí se deriva que el concepto de 'pureza' y de 'impureza' en sentido moral es ante todo un concepto general, no específico: por lo que todo bien moral es manifestación de pureza y todo mal moral es manifestación de impureza. El enunciado de Mt 15, 18-20 no restringe la pureza a un sector único de la moral, o sea, al conectado con el mandamiento 'No adulterarás' y 'No desearás la mujer de tu prójimo', es decir, a lo que se refiere a las relaciones recíprocas entre el hombre y la mujer, ligadas al cuerpo y a la relativa concupiscencia. Análogamente podemos entender también la Bienaventuranza del Sermón de la Montaña dirigida a los hombres 'limpios de corazón', tanto en sentido genérico como en el más específico. Solamente los eventuales contextos permitirán delimitar y precisar este significado.

El significado más amplio y general de la pureza está presente también en las Cartas de San Pablo, en las que gradualmente individuaremos los contextos que, de modo explícito, restringen el significado de la pureza al ámbito 'somático' y 'sexual', es decir, a ese significado que podemos tomar de las palabras pronunciadas por Cristo en el Sermón de la Montaña sobre la concupiscencia, que se expresa ya en el 'mirar a la mujer' y se equipara a un 'adulterio cometido en el corazón' (Cfr. Mt 5, 27-28). San Pablo no es el autor de las palabras sobre la triple concupiscencia. Como sabemos, éstas se encuentran en la primera Carta de San Juan. Sin embargo, se puede decir que, análogamente a esa que para Juan (1 Jn 2, 1617) esa contraposición en el interior del hombre entre Dios y el mundo (entre lo que viene 'del Padre' y lo que viene 'del mundo') contraposición que nace en el corazón y penetra en las acciones del hombre como 'concupiscencia de los ojos, concupiscencia de la carne y soberbia de la vida', San Pablo pone de relieve en el cristiano otra contradicción: la oposición y juntamente la tensión entre la 'carne y el espíritu' (escrito con mayúscula, es decir, el Espíritu Santo): 'Os digo pues: andad en Espíritu y no deis satisfacción a la concupiscencia de la carne. Porque la carne tiene tendencias contrarias a las del Espíritu, y el Espíritu tendencias contrarias a las de la carne, pues uno y otro se oponen de manera que no hagáis lo que queréis' (Gal 5, 16-17). De aquí se sigue que la vida 'según la carne' está en oposición a la vida 'según el Espíritu'. 'Los que son según la carne sienten las cosas carnales; los que son según el Espíritu sienten las cosas espirituales' (Rom 8, 5). En los análisis sucesivos trataremos de mostrar que la pureza la pureza de corazón, de la que habló Cristo en el Sermón de la Montaña se realiza precisamente en la 'vida según el Espíritu'.


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Catecismo de la Iglesia Católica

I.- LAS BIENAVENTURANZAS

Las bienaventuranzas están en el centro de la predicación de Jesús. Con ellas Jesús recoge las promesas hechas al pueblo elegido desde Abraham; pero las perfecciona ordenándolas no sólo a la posesión de una tierra, sino al Reino de los cielos:

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.

Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.

Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.

Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.

Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos.

(Mt 5,3-12)

Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana; son promesas paradójicas que sostienen la esperanza en las tribulaciones; anuncian a los discípulos las bendiciones y las recompensas ya incoadas; quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de todos los santos.

II.- EL DESEO DE FELICIDAD

Las bienaventuranzas responden al deseo natural de felicidad. Este deseo es de origen divino: Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a fin de atraerlo hacia El, el único que lo puede satisfacer:

Ciertamente todos nosotros queremos vivir felices, y en el género

humano no hay nadie que no dé su asentimiento a esta proposición

incluso antes de que sea plenamente enunciada. [San Agustín]

¿Cómo es, Señor, que yo te busco? Porque al buscarte, Dios mío, busco

la vida feliz, haz que te busque para que viva mi alma, porque mi

cuerpo vive de mi alma y mi alma vive de ti. [San Agustín]

Sólo Dios sacia. [Santo Tomás de Aquino]

Las bienaventuranzas descubren la meta de la existencia humana, el fin último de los actos humanos: Dios nos llama a su propia bienaventuranza. Esta vocación se dirige a cada uno personalmente, pero también al conjunto de la Iglesia, pueblo nuevo de los que han acogido la promesa y viven de ella en la fe.

III.- LA BIENAVENTURANZA CRISTIANA

El Nuevo Testamento utiliza varias expresiones para caracterizar la bienaventuranza a la que Dios llama al hombre: la llegada del Reino de Dios; la visión de Dios: "Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8); la entrada en el gozo del Señor; la entrada en el Descanso de Dios:

Allí descansaremos y veremos; veremos y nos amaremos; amaremos y

alabaremos. He aquí lo que acontecerá al fin sin fin. ¿Y qué otro fin

tenemos, sino llegar al Reino que no tendrá fin? [San Agustín]

Porque Dios nos ha puesto en el mundo para conocerle, servirle y amarle, y así ir al cielo. La bienaventuranza nos hace participar de la naturaleza divina y de la Vida eterna. Con ella, el hombre entra en la gloria de Cristo y en el gozo de la vida trinitaria.

Semejante bienaventuranza supera la inteligencia y las solas fuerzas humanas. Es fruto del don gratuito de Dios. Por eso la llamamos sobrenatural, así como también llamamos sobrenatural la gracia que dispone al hombre a entrar en el gozo divino.

"Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios".

Ciertamente, según su grandeza y su inexpresable gloria, "nadie verá

a Dios y seguirá viviendo", porque el Padre es inasequible; pero su

amor, su bondad hacia los hombres y su omnipotencia llegan hasta

conceder a los que lo aman el privilegio de ver a Dios... "porque lo

que es imposible para los hombres es posible para Dios". [San Ireneo

de Lyon]

La bienaventuranza prometida nos coloca ante opciones morales decisivas. Nos invita a purificar nuestro corazón de sus malvados instintos y a buscar el amor de Dios por encima de todo. Nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en la riqueza o el bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna obra humana, por útil que sea, como las ciencias, las técnicas y las artes, ni en ninguna criatura, sino sólo en Dios, fuente de todo bien y de todo amor:

El dinero es el ídolo de nuestro tiempo. A él rinde homenaje
"instintivo" la multitud, la masa de los hombres. Estos miden la dicha según la fortuna, y, según la fortuna también, miden la honorabilidad... Todo esto se debe a la convicción de que con la riqueza se puede todo. La riqueza por tanto es uno de los ídolos de nuestros días, y la notoriedad es otro... La notoriedad, el hecho de ser reconocido y de hacer ruido en el mundo (lo que podría llamarse una fama de prensa), ha llegado a ser considerada como un bien en sí mismo, un bien soberano, un objeto de verdadera veneración. [John Henry Newman]

El Decálogo, el Sermón de la Montaña y la catequesis apostólica nos describen los caminos que conducen al Reino de los cielos. Por ellos avanzamos paso a paso mediante los actos de cada día, sostenidos por la gracia del Espíritu Santo. Fecundados por la Palabra de Cristo, damos lentamente frutos en la Iglesia para la gloria de Dios.

RESUMEN

Las bienaventuranzas recogen y perfeccionan las promesas de Dios desde Abraham ordenándolas al Reino de los cielos. Responden al deseo de felicidad que Dios ha puesto en el corazón del hombre.

Las bienaventuranzas nos enseñan el fin último al que Dios nos llama: el Reino, la visión de Dios, la participación en la naturaleza divina, la vida eterna, la filiación, el descanso en Dios.

La bienaventuranza de la vida eterna es un don gratuito de Dios; es sobrenatural como también lo es la gracia que conduce a ella.

Las bienaventuranzas nos colocan ante opciones decisivas con respecto a los bienes terrenos; purifican nuestro corazón para enseñarnos a amar a Dios sobre todas las cosas.

La bienaventuranza del cielo determina los criterios de discernimiento en el uso de los bienes terrenos en conformidad a la Ley de Dios.


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EJEMPLOS PREDICABLES

La Hija de Girarlda

La niña había nacido nada menos que en la Girarlda, y por la devoción que Bárbara profesó al santo rosario desde pequeña mereció la vocación religiosa y fue admitida en el real monasterio de la madre de Dios, de la orden de santo Domingo. Sufría ella en el silencio por los pecados ajenos, pero sabia ser a la vez alegre y jovial.

Quedaron de Sor Bárbara algunos documentos espirituales: resumen de ellos es las siguiente página, digna de una antología de nuestros místicos: “Es preciso aborrecerse a si misma para amarse bien. Es preciso cegarse para ver mejor. Es preciso renunciar a las riquezas para ser rico. Es preciso padecer para no padecer. Es preciso hacerse guerra para vivir en paz. Es preciso grabar en si la imagen de Cristo crucificado para traer el carácter de Cristo crucificado.

A su muerte se dijo: “Su alma no solo será de las que, vestidas de blanco, siguen al cordero adondequiera que va, sino que se habrá presentado a las nupcias eternas con la estola de la inocencia bautismal sin haberla manchado nunca”.


31.

Estos cuatro domingos del T.O. forman una profunda catequesis sobre la LUZ, en contraposición a la oscuridad, las sombras de muerte y las tinieblas.

En el 2º domingo, hace, pues, dos, se nos decía. "Te hago luz de las naciones para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra". Es una llamada o vocación misionera universal: "hasta los confines de la tierra". Es una llamada, que una vez más y un año más se nos hace a cada uno de nosotros.

Para ser LUZ es necesario recorrer el camino del VER al CONOCER, que es la estructura del camino de la Fe. Se nos decía ese mismo domingo: "Juan vio venir a Jesús... pero no lo conocía". En su proceso de fe, Juan, al final, no solo lo conoce, sino que lo contempla y lo proclama: "He contemplado, nos dirá, al Espíritu, que bajaba del cielo sobre él: y doy testimonio, que es el Hijo de Dios". ¡Hasta dónde llegó Juan ¡ ¿verdad?

Del VER al CONOCER. Del CONOCER al CONTEMPLAR. Este es el camino de la FE.

El mundo nos está esperando, nos decían el domingo pasado, porque habitan en tierras de sombras y caminan en tinieblas. Y Jesús y nosotros con él, que nos ha llamado, somos una puerta, abierta a la ESPERANZA, a la LUZ.

Jesús deja Nazaret y se encamina a ese pueblo en tinieblas, a esa humanidad en sombras, a ese Cafarnaum de los gentiles. El esa LUZ GRANDE. Y al llegar, lanzó un grito a la esperanza: "¡Convertios!, porque está cerca el Reino de los cielos"

Para esa misión, empezó llamando a cuatro: A Pedro y a su hermano Andrés; a Santiago y a Juan. Y con solo esos cuatro se lanzó a la misión, porque el tiempo de la salvación ya había llegado con él. Ya llamará a otros, pero no se puede esperar, porque los tiempos ya se han cumplido. También vendremos nosotros.

Y el primer anuncio, la primera predicación fue para mostrar el camino de LUZ, que lleva a la felicidad, a las BIENAVENTURANZAS, al Reino de los cielos.

El Evangelio de San Mateo está constituido por cinco grandes discursos, que se prolongan cada uno de ellos en enseñanzas y aplicaciones prácticas. El primer gran discurso es el que hoy hemos comenzado a leer: el sermón de las Bienaventuranzas. Es la promulgación solemne de su programa de salvación, proclamado a los cuatro vientos, allá, en lo alto, en la montaña.

De este gran discurso van a depender los cuatro restantes que iremos escuchando en los domingos sucesivos del tiempo ordinario.

Estas bienaventuranzas de este primer discurso son verdades antitéticas, que se fundamentan en el "todo o nada". "Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de los Cielos". San Juan de la Cruz ha bebido en ellas y nos lo expresará a su manera mística: "Para venir a tenerlo todo, no quieras tener algo en nada... y acabará diciendo: "y cuando lo vengas todo a tener, has de tenerlo sin nada querer, porque si quieres tener algo en todo, no tienes puro en Dios tu tesoro".

Quieres tener todo: ser rico, tener salud, cultura, sabiduría, ciencia, riquezas, pues despójate de todo; despréndete de tu sentir, de tu pensar y de tu querer, de tu hacer u obrar; despréndete de todo y entenderás y vivirás entonces eso de: "Felices, bienaventurados, dichosos seréis, si sois pobres", desprendidos de todo, porque poseeréis todo: vuestro será el Reino de los Cielos y a Dios dentro. Nada y te encuentras con el Todo de todo: Dios.

Dios nos ha creado para que seamos felices; pensar lo contrario sería una blasfemia contra Dios, que se nos ha revelado como Padre. En el Génesis, 1er libro de la Biblia, se nos revela que Dios puso a Adán y Eva, que son símbolo de toda la humanidad, en un paraíso terrenal. Toda la humanidad, pues, está destinada, al fin y a la postre, a un paraíso, a la felicidad.

Pero no se trata aquí de alegrías superficiales, ligeras, fáciles y baratas. Son bienaventuranzas en las que hay que luchar contra corriente, contra esa otra escala de valores del mundo, que nos atrae y nos subyuga, como a los israelitas, en el desierto, les subyugaban los ajos y cebollas de Egipto. Deseamos, queremos y aspiramos a tener todo y de todo, y hoy Jesucristo nos invita a tener un corazón desprendido de todo, un corazón pobre; a no aspirar a tener cosas y más cosas, porque al final las cosas dominarán y esclavizarán nuestro corazón, con el egoísmo y la repugnante avaricia.

Hay que luchar para que esta sociedad de consumo no nos aturda, no nos atontone y nos manipule. Luchar para tener nuestro corazón desprendido de todo, y así nos encontraremos con la felicidad de Dios. Dejas todo, como antes os decía, y te encuentras con el Todo de Dios. "Y si a Dios tienes, nos dirá santa Teresa, ¿qué te falta?, pero si te falta Dios ¿qué tienes?".

Bienaventurados, pues, los pobres, porque de ellos es el Reino de los cielos. Felices los mansos; no lo serán los agresivos e intemperantes. Bienaventurados los que padecen por defender la justicia; no lo serán, para aquellos que la venganza es su justicia. Dichosos serán, seremos, si tenemos nuestro corazón puesto en las miserias de los demás, si somos, pues, misericordes; no lo serán los que tienen un corazón duro con el que dominan y esclavizan a los demás.

Felices serán los limpios de corazón, no los lujuriosos y los obscenos. Bienaventurados todos los que construyen la paz sin engañar, y no los fabricantes de armas, los inversores y los que las manejan y usan en contra de la humanidad. Dominarán con su fuerza, pero no verán nunca a Dios.

De todos esos seres humanos que luchen por es otra escala de valores, la escala de las Bienaventuranzas es el Reino de los cielos. Es toda una revolución, porque es una inversión de valores: de los corrientes y vulgares, como sentir, tener, gozar, dominar, a los extraordinarios e insospechados, como: ver a Dios, poseer el Reino de los cielos, ser hijo de Dios.

Celebremos, pues, esta eucaristía para que, a la vez que le prometemos y ofrecemos al Señor convertirnos a esos valores de las bienaventuranzas, nos dé fuerzas y valor para dar un paso adelante en esta etapa de nuestra vida, para que así, quienes nos miren, le vean. QUE VEAN VUESTRAS BUENAS OBRAS PARA QUE ASÍ GLORIFIQUEN A VUESTRO PADRE QUE ESTÁ EN LOS CIELOS.

A M E N

Eduardo Martínez Abad, escolapio