30 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO
9-16

9.

-El hombre renovado a imagen de Cristo.

Queridos hermanos en Cristo Jesús, el Señor resucitado: El domingo pasado, Jesús nos exhortaba a la conversión. El Reino de Dios está cerca; debemos, pues, acogerlo y hacerlo posible. Y el primer paso para ello es la conversión. Hoy hemos escuchado las bienaventuranzas: la introducción y el resumen de la actividad misionero-salvífica de Jesús.

Mucho se ha escrito sobre las bienaventuranzas y por grandes especialistas. Un servidor no puede pretender, pues, ni tan sólo glosarlas. Querría indicar, únicamente, algunos rasgos que nos ayuden en nuestra reflexión de la Palabra de Dios que acaba de ser proclamada.

-Una llamada a la conversión.

Jesús nos llama continuamente a la conversión. Y en las bienaventuranzas nos da la concreción, el inicio de nuestra conversión. ¿Cuál debe ser nuestra escala de valores? ¿Cuál debe ser el centro, la fuente, de nuestra vida? Nuestra voluntad debe coincidir con la de Dios: "Venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo".

-Un programa difícil pero posible.

Un programa de vida difícil, ciertamente, de cumplir por nuestra parte. Somos débiles. Pero no estamos solos. No contamos sólo con nuestras propias fuerzas. El discípulo del Señor muerto y resucitado cuenta siempre con su Espíritu. Pero debemos ser dóciles a su don. Debemos estar muy atentos a su voz susurrante.

-Debemos tener un espíritu de pobre.

Para poder seguir las huellas de Jesús debemos tener un espíritu de pobre. Tener conciencia de la propia limitación, de la propia debilidad, del propio pecado, de la necesidad de conversión, y ponernos con total confianza y humildad en las manos del Padre: "Sólo tú tienes palabras de vida eterna".

-Debemos hacer nuestra la voluntad de Dios para todos los hombres. Debemos también querer lo mismo que Dios quiere para todos los hombres. Y trabajar sin desfallecer para que vaya siendo realidad. A pesar de los desfallecimientos, a pesar del tener que ir siempre contra corriente, a pesar de las persecuciones, los insultos o la muerte martirial. No estamos solos.

-La actitud evangélica.

Y debemos finalmente ofrecer al mundo la verdadera actitud evangélica: la felicidad, la dicha: "Dichosos. . .". Pero no una felicidad superficial y externa, sino la felicidad interior, el gozo del espíritu. No la sonrisa superficial y etérea, sino la felicidad independiente del placer, de las riquezas... La felicidad fruto de la fe y la esperanza. "Dichosos...".

-De ellos es el reino de los cielos.

Si de verdad nos esforzamos para tirar adelante en nosotros y en el mundo la paz y la alegría que manan de las bienaventuranzas, alcanzaremos la participación en la gran familia de los "dichosos". Ahora lo pregustaremos ya. Y más allá de este mundo, en la vida eterna de Dios, tendremos el cumplimiento en plenitud.

Dicen los Padres de la Iglesia que así de humano sólo puede serlo Dios mismo. En Jesucristo muerto y resucitado tenemos la renovación de nuestra condición humana. Vivir el espíritu de las bienaventuranzas, en Jesús, con él y por él, es posible.

Que esta Eucaristía, signo sacramental del banquete escatológico, nos dé fuerzas para vivir fieles al Señor y extender su Reino de amor y de paz, de justicia y de libertad.

A. ALVAR PEREZ
MISA DOMINICAL 1993/02


10.ALGUNAS INDICACIONES

1. Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde (1. lect.).

Sofonías preveía la destrucción de Jerusalén y la deportación de los importantes del pueblo. Sólo un pueblo humilde y pobre permanecerá en la tierra prometida y podrá buscar refugio en el nombre del Señor: no en las potencias extranjeras del Norte o el Sur, ni en su fuerza o riqueza.

También a la comunidad de Corinto les dice Pablo: "Fijaos en vuestra asamblea, hermanos, no hay en ella muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas".

Y las bienaventuranzas proclaman: "Dichosos los pobre, dichosos los que lloran, dichosos los sufridos, dichosos los perseguidos... porque de ellos es el reino de los cielos". Una inversión de perspectivas. ¡Cuánto vamos repitiendo una y otra vez que el dinero, el poder, las influencias, no dan la felicidad; pero no nos lo acabamos de creer. Y nuestra sociedad hace de todo ello una verdadera ostentación, escandalosa incluso. Los caminos de Dios son otros. Que el Señor nos ayude a adquirir la sencillez de corazón.

2. El Señor hace justicia a los oprimidos... (salmo).

Los oprimidos, los que tienen hambre, los cautivos..., es decir, los que no son nada, los que no tienen en quién confiar ni apoyarse, tienen al Señor a su lado: él les hace justicia, les da pan, los libera... Acciones positivas de su benevolencia. En cambio, trastorna el camino de los malvados. "Lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar el poder". Pablo saca de ello una lección: "De modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor". Eso, precisamente -gloriarse de sus méritos- es lo que hacían los judíos; mientras Pablo predicaba la salvación puramente por gracia de Dios en Jesucristo; por eso sólo podemos gloriarnos en el Señor.

Pero aún podemos sacar otra consecuencia: ¿al lado de quién nos colocamos?; ¿qué hacemos en favor de los oprimidos, de los que pasan hambre, de los presos, de los vencidos, de los forasteros, de las viudas, de los huérfanos, de los ancianos, de los enfermos, de los parados..., es decir, todos los grupos marginados de nuestra sociedad ahíta y los grupos inmensos que viven en el tercer mundo?

3. Dichosos los pobres (ev.).

Cuidado con ir proclamando estas palabras y contarnos, mientras tanto, entre los ricos. Jesús lo hacía no desde arriba y desde fuera, sino desde dentro. No son unas palabras vacías para consolar a los pobres (y frenar, así, sus justas reivindicaciones). Son palabras que hemos de escuchar como dirigidas a nosotros y que nos traen una inmensa alegría (el anuncio de felicidad), pero que también nos interpelan con fuerza ¿hasta qué punto penetramos en sus perspectivas, y somos también nosotros pobres, llorosos, ham- brientos...? Con otras palabras: ¿Nos dejamos embelesar por los criterios y los caminos que reinan en nuestra sociedad, que cada vez proclama con mayor desvergüenza dichosos los ricos, los que ríen, los que se hartan...? (Nota para el predicador: no se trata de promover la mala conciencia en los que nos escuchan. Sino de hacer resonar las bienaventuranzas de Jesús que son precisamente esto: bienaventuranzas; y abrir los espíritus a los verdaderos caminos de la felicidad que no son los que proclama el mundo).

J. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1993/02


11.CONTRA CORRIENTE

Uno aprendió de niño las «bienaventuranzas». Las aprendió de memoria con puntos y comas, intuyendo que eran frases sabias, de mucho contenido. Desde entonces ha llovido mucho, claro. Y uno se ha dado cuenta de que lo importante no es «saberlas de memoria», sino «irse empapando de ellas», hacer que se conviertan en «carne de nuestra carne». Por eso, ante el Evangelio de hoy, conviene hacer algunas precisiones.

1º Cristo, al afirmar que «son dichosos los pobres, los pacíficos, los perseguidos, los que sufren», no estaba brindando un programa de resignación pasiva a los pusilánimes; una especie de adormidera para conformarnos con las injusticias; un «opio del pueblo» que animara a los desheredados y desesperados a «aguantar mecha», ya que «la vida es así»; un consuelo pensando en ser recompensados en el «más allá», ya que no lo hemos conseguido en el «más aquí». No. Cristo no aprueba la pobreza, la persecución o el dolor como un «fin», sino como unos «medios».

2ª Esa es la segunda consideración. El «fin» que Cristo busca es que seamos «sus seguidores», «ciudadanos de su reino». Ahora bien, para entrar en ese «reino» hay que hacer un trastocamiento de valores, un «volver del revés» muchas cosas, se requiere un cambio de mentalidad y de corazón. Es decir, son necesarios unos «medios»: son las «Bienaventuranzas».

3ª. La aceptación de estas «bienaventuranzas» suponer «ir contra corriente», meterse en la «locura de la cruz», hacer propia aquella página de Pablo: «Nosotros somos necios por Cristo, vosotros sensatos; nosotros débiles, vosotros fuertes; nosotros despreciados, vosotros célebres». Efectivamente: ¿Quién podría pensar nunca que el «ser pobre y vivir con dignidad la pobreza» es garantía de «poseer el reino verdadero»? ¿Quién habría osado decir que todos los débiles, los minusválidos y deformes tienen, en su «privación», el certificado de pertenecer a una raza de «superhombres»? ¿Quién se atrevería a proclamar que los desprecios, las calumnias, la soledad pueden ser pasaporte para la «ciudad de la alegría»? Más aún, en una sociedad frenética de sexo y hedonismo, ¿no es como una provocación asegurar que «los limpios de corazón verán a Dios»? Sí, amigos, entrar en esa filosofía es entrar en la «paradoja de Jesús». Esa paradoja que dice que «los últimos serán los primeros» y que «por la muerte, se va a la Vida».

4ª Y aquí conviene hacer una última apreciación. Y es: que poner esta programación en marcha es tarea ardua y difícil. Por lo que habrá que partir de dos estrategias imprescindibles. Primera, la gracia de Dios absolutamente imprescindible, ya que «sin mí no podéis hacer nada».

La gracia de Dios, conseguida a través de la oración y de los sacramentos. Y segunda: nuestro personal esfuerzo, renovado una vez y otra vez, ya que el cansancio y la monotonía siempre ponen trabas a nuestros buenos deseos. Nuestro personal esfuerzo, que además, es la varita mágica para que nos llegue la gracia de Dios. Porque, como dicen los teólogos: «Al que hace lo que está de su parte, Dios no le niega su gracia».

Resumiendo: las bienaventuranzas pueden quedarse en «consignas bellísimas escritas en pancartas a los lados de nuestro camino». O pueden convertirse en vida de nuestra vida, pasando a grabarse en nuestros actos y en nuestro corazón. Creo que esto segundo es lo que quería Jesús.

ELVIRA-1.Págs. 51 s.


12. OPIO/RELIGION:

En primer lugar, lo que es un programa para la felicidad del hombre se ha convertido en la justificación de la desgracia de los pobres y oprimidos, a los que se les promete la felicidad en la otra vida como premio a los sufrimientos de ésta. Pero, en segundo lugar, como no se podía mandar al infierno sin más a los que en este mundo se lo pasan pero que muy bien -y que, aunque son los culpables del sufrimiento de la mayoría, suelen contribuir con importantes sumas a las "obras de apostolado"-, se interpretaron las bienaventuranzas arrimando el ascua a la sardina de los poderosos y de los ricos.

Así, se dice, "pobres de espíritu" son los que, aunque tengan muchos millones, están interiormente desprendidos de su riqueza. Como ejemplo podemos citar un libro publicado con todos los permisos eclesiásticos en el que se dice: "El evangelista Mateo, añadiendo "de espíritu", pretende evitar en sus lectores griegos una interpretación del concepto demasiado material o de carácter social. Los pobres son en la bienaventuranza los que tienen "alma de pobre". "Alma de pobre... ¡a cuerpo de rey! Así se excluye expresamente cualquier matiz de tipo social o revolucionario en el programa de Jesús: "los que lloran", se dice, son los que aceptan su mala suerte con resignación; "hambre y sed de justicia" es una expresión que se refiere a la bondad interior del individuo, sin ninguna repercusión social; "los misericordiosos" son los que practican la beneficencia (y aquí, ya es el colmo, los ricos doblan su ventaja, pues como tienen más dinero pueden hacer más "obras de misericordia", mientras que los pobres acaban siendo un instrumento para que los ricos, con su "caridad", alcancen la misma salvación que conseguirán los pobres si aguantan, sin rebelarse, la injusticia de los poderosos). No, y mil veces no. Decir que el programa de Jesús era eso es mentira. Es una manipulación del evangelio para defender el sistema establecido, para dar solidez a los privilegios de los poderosos, para justificar, en nombre de Dios, la injusticia y la opresión; fuera y aun dentro de la Iglesia.

POBRE SIGNIFICA POBRE: POBREZA/QUE-ES Una de las razones que, se dice, justifican la interpretación de "pobres de espíritu" como los que tienen alma de pobres es la evolución que -dicen- se produce en el Antiguo Testamento, en la que, de un significado puramente material, "pobre" pasa a significar "humilde" en sus relaciones con Dios.

Por eso es importante acercarse a los textos del Antiguo Testamento (que, entre otras cosas, nos proporcionan el modo de hablar y las categorías culturales de los evangelistas) para ver qué significa pobre.

Pobre significa pobre. Pobre es el necesitado, el que, en el reparto de las riquezas, recibe menos de lo que en teoría le debería corresponder. Como ejemplo nos puede servir esta cruda descripción del libro de Job: "Como asnos salvajes salen a su tarea, madrugan para hacer presa, el páramo ofrece alimento a sus crías; se procuran forraje en descampado o rebuscan en el huerto del rico; pasan la noche desnudos, sin ropa con que taparse del frío, los cala el aguacero de los montes y, a falta de refugio, se pegan a las rocas" (Job 24,5-8).

LAS CAUSAS DE LA POBREZA: POBREZA/CAUSAS

El Antiguo Testamento no se limita a describir la pobreza; analiza cuáles son las causas que la producen: la pobreza es la consecuencia de la explotación de los poderosos; es su insaciable ambición lo que produce la miseria de los más débiles. Dejemos hablar a los textos mismos:

"Los malvados mueven los linderos, roban rebaños y pastores, se llevan el asno del huérfano y toman en prenda el buey de la viuda, echan del camino a los pobres y los miserables tienen que esconderse". (Jb/24/02-04).

"El Señor viene a entablar un pleito con los jefes y príncipes de su pueblo: Vosotros devastabais las viñas, tenéis en casa lo robado al pobre. ¿Qué es eso? ¿Trituráis a mi pueblo, moléis el rostro de los desvalidos?" (Is 3,14-15).

"¡Ay de los que añaden casas a casas y juntan campos con campos, hasta no dejar sitio y vivir ellos solos en medio del país!" (Is 5,8).

"Los terratenientes cometían atropellados y robos, explotaban al desgraciado y al pobre y atropellaban inicuamente al emigrante. Busqué entre ellos uno que levantara una cerca, que por amor a la tierra aguantara en la brecha junto a mí para que yo no lo destruyera, pero no lo encontré". (Ez 22,29-30).

"Sé bien vuestros muchos crímenes e innumerables pecados: estrujáis al inocente, aceptáis sobornos, atropelláis a los pobres en el tribunal". (Am 5,12). "Hay quien tiene navajas por dientes, cuchillos por mandíbulas para extirpar de la tierra a los humildes y del país a los pobres". (Prov 30,14).

"La soberbia del malvado oprime al infeliz... El malvado dice con insolencia: "No hay Dios que me pida cuentas"... Su boca está llena de engaños y fraudes, su lengua esconde maldad y opresión; en el corral se agazapa para matar a escondidas al inocente; sus ojos espían al pobre, acecha en su escondrijo como león en su guarida, acecha al desgraciado para secuestrarlo, secuestra al desgraciado, lo arratra en su red". (Sal 10,2.4.5-10).

POBRE ES EL EMPOBRECIDO. POBRE ES EL HUMILLADO

Pobre es, por tanto, el explotado, el que ha sido empobrecido por la insaciable ambición de los ricos y poderosos. Pobre es el oprimido, aquel a quien se le pisotea su derecho. Pobre es el que ha sido humillado.

El pobre es siempre la víctima de la injusticia. Y eso está tan claro en el Antiguo Testamento que se considera juez justo no al que es imparcial, sino al que, porque sabe que el poderoso tiene recursos suficientes para defenderse a sí mismo, se pone de parte del pobre para que se igualen las fuerzas: "Dios se levanta en la asamblea divina, rodeado de dioses juzga:

-¿Hasta cuándo daréis sentencias injustas poniéndoos de parte del culpable? Proteged al desvalido y al huérfano, haced justicia al humilde y al necesitado, defended al pobre y al indigente sacándolos de las manos del culpable". (Sal 82,1-4). "Abre tu boca y da sentencia justa defendiendo al pobre y al desgraciado". (Prov 31,9). Hacer justicia, dar sentencia justa, es ponerse de la parte del pobre. Pero pocos jueces de ese tipo habría en Israel, cuando Dios mismo tiene que tomar sobre sí, como tarea propia, la defensa de los pobres: "Escuchadlo los que oprimís a los pobres y elimináis a los miserables; pensáis: "¿Cuándo pasará la luna nueva para vender el trigo o el sábado para ofrecer el grano y hasta el salvado del trigo? Para encoger la medida y aumentar el precio, para comprar por dinero al desvalido y al pobre por un par de sandalias. ¡Jura el Señor por la gloria de Jacob que no olvidará jamás lo que habéis hecho". (Am 8,4).

"Corte el Señor los labios lisonjeros y la lengua fanfarrona de los que dicen: "La lengua es nuestra valentía, nuestros labios nos defienden, ¿quién será nuestro amo?" El Señor responde: "Por la opresión del humilde, por el lamento del pobre, ahora me levanto y pongo a salvo al que lo anhela." (Sal 12,4-6).

"Señor, ¿quién como tú, que defiende al débil del poderoso, al débil y pobre del explotador?" (Sal 35,10; véase también Sal 72; Job 36,6).

Y así nace, en la última época del Antiguo Testamento, la figura de los "pobres del Señor": no son simplemente los humildes delante de Dios; son los que, perdida toda su confianza en que les pueda venir cualquier tipo de liberación de los hombres, han puesto toda su confianza en Dios. Los "pobres del Señor" son, por tanto, los que están totalmente decepcionados de la organización de la sociedad que nos hemos dado los hombres y han depositado toda su confianza en una nueva organización social de acuerdo con la voluntad de Dios (Sal 69,30-37; 70,2-6).

POBRES PARA QUE NO HAYA POBRES

Toda esta tradición la recoge Mateo cuando proclama "dichosos los pobres". Pero Mateo no dice sólo "dichosos los pobres", sino "dichosos los pobres de espíritu". ¿Será, por tanto, cierto que para Mateo son dichosos no los pobres de verdad, sino los que tienen "alma de pobres"? En lugar de andar haciendo elucubraciones por nuestra cuenta, busquemos la respuesta en el mismo evangelio de Mateo:

"Dejaos de amontonar riquezas en la tierra, donde la carcoma y la polilla las echan a perder, donde los ladrones abren boquetes y roban. En cambio, amontonaos riquezas en el cielo... Porque donde tengas tu riqueza, tendrás tu corazón". (Mt 6,19-21). Pobres de espíritus son los que no amontonan riquezas en la tierra, esto es, los que siendo pobres renuncian a hacerse ricos (no tienen que renunciar, por supuesto, a una vida digna para todos) o los que, siendo ricos, se hacen pobres.

"Pobre de espíritu" es aquel que por decisión de su espíritu (el espíritu no es el lugar donde residen los sentimientos, sino que siempre indica una fuerza, un impulso para la acción) se hace pobre; "pobres de espíritu" son "los que eligen ser pobres". Al añadir la expresión "de espíritu" (Lucas dice simplemente "dichosos los pobres", /Lc/06/20), Mateo hace aún más radical la exigencia que plantea esta bienaventuranza: en ella se promete la felicidad a los que, además de ser pobres de hecho, aceptan libremente la pobreza o, más exactamente, renuncian a la riqueza.

Y eso, ¿por qué? Dios tiene un proyecto para la humanidad, lo que llamamos el reino de Dios y que consiste, esquemáticamente, en esto: Dios quiere que los hombres nos organicemos según su voluntad, que lo aceptemos a él como Padre común y que nos comprometamos a vivir como hijos suyos (Mt 6,9; 23,9) y, en consecuencia, como hermanos unos de otros (Mt 23,8). Que todos seamos iguales y que, en vez de que unos pocos exploten a la mayoría, todos nos sirvamos mutuamente por amor (Mt 20,25-28). Eso es el reino de Dios (o, en expresión de Mateo, "reino de los cielos").

El peor enemigo de ese proyecto de Dios para el mundo es la ambición, el poder del dinero. Porque, por causa de la ambición, los hombres nos convertimos en competidores y en enemigos unos de otros y, de esa manera, jamás podremos llegar a ser hermanos. Por eso, el mismo evangelio de Mateo dice: "No podéis servir a Dios y al dinero" (Mt 6,24), lo que significa: para organizar el mundo no podéis serviros, al mismo tiempo, de las leyes de Dios y de las leyes del dinero.

La promesa que completa la primera bienaventuranza, "porque ésos tienen a Dios por rey", aporta un último elemento para entender el significado de "pobre de espíritu": se trata de hacerse pobre para liberarse del dominio del dinero y no someterse a ningún otro Señor, a ningún otro Rey, no poner la confianza en nadie más que en el Dios que quiere la libertad y defiende la justicia de los pobres y, poniendo en práctica su voluntad, construir la igualdad entre los hombres y hacer posible que su justicia reine en este mundo: "Conque no andéis preocupados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Son los paganos quienes ponen su afán en esas cosas. Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero que reine su justicia y todo eso se os dará por añadidura". (Mt 6,31-33).

Hacerse pobre para poder trabajar porque reine la justicia de Dios; hacerse pobre para que no haya pobres: eso es ser "pobre de espíritu".

La promesa de felicidad, por tanto, no es para el otro mundo; no es un premio de consolación para los que aquí han soportado resignadamente la injusticia; se trata de una promesa de felicidad que Dios quiere que experimentemos en esta vida, y eso sucederá cuando "los que eligen ser pobres" sientan la profunda libertad que comporta no tener otro Rey que Dios, cuando se den cuenta de que, gracias a su esfuerzo y a la ayuda del Padre, en el mundo reina la justicia de Dios, se ha hecho presente su reino, ha bajado a la tierra el "reino de los cielos", recibiendo respuesta la petición del padrenuestro: "venga a nosotros tu reino", "llegue tu reinado, realícese en la tierra tu designio del cielo" (Mt 6,10).

Y, además, esa felicidad continuará y llegará a su plenitud en la otra vida, ¡por supuesto! El evangelio de Marcos expresa esto de forma clara y concluyente, en palabras de Jesús a sus discípulos, al final del relato del hombre rico: "Os lo aseguro: No hay ninguno que deje casa, hermanos o hermanas, madre o padre, hijos o tierras, por causa mía y por causa de la buena noticia, que no reciba cien veces más: ahora, en este tiempo, casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y tierras -entre persecuciones- y, en la edad futura, vida definitiva" (Mc 10,29-30; véase Mt 19,29, texto paralelo a éste, aunque en él no están tan claramente marcadas las dos etapas).

¿Es posible que todavía se pueda decir que "las bienaventuranzas no tienen un contenido social y hasta revolucionario" y quedarse tan tranquilos?

RAFAEL J. GARCIA AVILES
LLAMADOS A SER LIBRES. CICLO A
EDIC. EL ALMENDRO CORDOBA 1989.Pág. 263


13.

-Dichosos los pobres en el espíritu (Mt 5, 1-12a)

El evangelio predica el mundo al revés. No es que quiera afirmar que la pobreza es un bien. (En el don de los bienes materiales puede manifestarse también la bendición de Dios). Pero prevé que en medio de los bienes terrenos será difícil conservar la libertad del corazón. El 6.° domingo, en Lucas 6, 16...26 -ciclo C-, nos presentará las bienaventuranzas y las maldiciones. Aquí las encontramos en san Mateo.

En él, estas bienaventuranzas están en forma afirmativa y se suceden unas a otras con un estilo rítmico. Su cotejo con las de Lucas demuestra que ambos autores se inspiraron, sin duda, en una fuente común. Pero este aspecto tiene poca importancia para nosotros. El estilo impresionante de estas bienaventuranzas se hace más dinámico aún cuando por la fe creemos que la palabra del Señor va dirigida a nosotros ahora, en la celebración. En el contexto de este domingo, las bienaventuranzas que principalmente sirven de tema son la pobreza de espíritu, la mansedumbre, el sufrimiento, el hambre y la sed, los perseguidos; en realidad, todo lo que es débil, todo lo que al mundo le resulta molesto ver que existe y que desprecia desde las alturas de su orgullo. Si se consideran la primera bienaventuranza, "dichosos los pobres", la tercera, "dichosos los que lloran", la cuarta, "dichosos los que tienen hambre", y la octava, "dichosos los perseguidos", en esta selección tendríamos lo esencial de las bienaventuranzas en lo tocante al reino venidero. Jesús se presenta, pues, como el anunciador de la Buena Noticia del Reino. Por lo que a la persecución se refiere, se la anuncia como presente y también como futura, y hay una advertencia para los que hayan de padecerla. Por lo demás, el conjunto finaliza con un llamamiento a la alegría, por ser grande la recompensa que aguarda en el cielo.

Así pues, se nos invita a cotejar nuestra vida, y sobre todo nuestro criterio, con estos nuevos valores presentados por Jesús, que desconciertan a cuantos no creen en el Reino. Como consecuencia de esto, el mundo cristiano ofrecerá el espectáculo de unas gentes que sufren pero que están alegres, de los cristianos perseguidos pero cuyo corazón experimenta el gozo del testimonio dado, de las familias que, careciendo de lo necesario, no abrigan amargura sino lozanía de espíritu. Sobre todo deberán ser pobres de espíritu. Quiere decir incluso materialmente ricos, pero que tienen abiertas las puertas de su corazón, que saben acoger, que se sienten humildes, pequeños en medio de su riqueza y conscientes de que es mucho más lo que necesitan recibir de los demás que les superan en tantas cualidades.

Jamás se acabará de comprender con seriedad esta carta magna de la vida cristiana, ni se acabará nunca de intentar realizarla en su totalidad, tanta es la fe y tanto el sentido de Dios que supone.

-Un pueblo pobre y humilde (Sof 2, 3; 3, 12-13)

Aunque la pobreza material no es un bien en sí misma, sin embargo ayuda a esa libertad de condicionamientos que impulsa a la búsqueda de Dios. A esta cualidad alude el libro de Sofonías. Es preciso buscar la justicia, la humildad, hacer la voluntad de Dios; todas estas actitudes son propias de los humildes, de los pequeños. Este mundo de los pequeños estará a cubierto en el día de la cólera del Señor. Todas estas cualidades y actitudes de búsqueda tienen presente el día del Señor, el último día. En el contexto se ve que Israel es, según el profeta un "pueblo sin deseo" (2, 1). No se puede por menos de pensar en esos hijos de ricos y en los ricos mismos que no saben qué hacer para matar su aburrimiento y su desgana de todo. Se nos escapa el pensamiento hacia el mundo de hoy cuyos ideales se enclaustran entre los límites de los bienes materiales, perecederos, y cuya angustia es indefinible por la carencia de lo absoluto en su vida.

El profeta Sofonías, después de haber enumerado las cualidades del humilde, parece pensar, sin embargo, en algo distinto de la condición material del humilde y del pobre. Si Dios sólo dejará que subsista un pueblo pobre y humilde, lo hace para que ese pueblo no cometa más maldades, para que renuncie a la falsedad. Se trata de una pobreza y de una humildad ante todo espirituales, de una pobreza de espíritu como la expresada por san Mateo. Tan reducido será el pueblo, que ya sólo representará un Resto, el Resto de Israel, lo cual supone una depuración considerable y una impresionante catástrofe. Sólo habrá un refugio posible: el nombre del Señor.

-Dios ha escogido lo débil (1 Co 1, 26-31)

La segunda lectura coincide plenamente con el texto de las otras dos. San Pablo comprendió la alteración de valores originada por la venida de Cristo. A partir de ella, Dios ha escogido lo débil de este mundo. Así son confundidos los criterios del mundo. Nadie puede gloriarse ante Dios.

Parece evidente que san Pablo alude aquí a cierto esnobismo filosófico de la época. No quiere que los cristianos sean seducidos por aquellas corrientes de pensamiento, y pone las cosas en su punto. Por eso subraya la oposición que hay entre la sagacidad del mundo y la sabiduría de Dios. Sólo Dios es nuestra sabiduría y nuestra justicia. La Iglesia de Corinto está compuesta de gente humilde, y la Iglesia en general cuenta entre sus miembros pocos ricos y personajes influyentes. Pocos son en la Iglesia, por tanto, los sabios a los ojos de los hombres Pero Dios no necesita hacer juicios de valor sobre los hombres, y entre éstos elige precisamente a los poco apreciados por el mundo, pues él es quien en definitiva tiene los verdaderos criterios de juicio. En consecuencia, Dios ha elegido a lo que no cuenta, para reducir a la nada a lo que es... Nadie puede gloriarse delante de Dios. A un cristiano sólo le cabe gloriarse en el Señor, que es el que le hace valer lo que vale. Fuera de Cristo no hay valor humano que valga.

De esta manera vuelve este domingo las cosas al lugar que les corresponde, y se invita a cada cristiano a revisar los criterios utilizados por él para juzgar de los hombres y de las cosas. Sólo valemos con respecto a Dios.

El responsorio de la segunda lectura es significativo y expresa inmejorablemente todo el pensamiento de este domingo. Se le ha elegido de entre los salmos de alabanza.

Dichosos los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el Reino de los cielos.

El Señor hace justicia a los oprimidos,
da pan a los hambrientos.
El Señor libera a los cautivos.
El Señor abre los ojos del ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos,
el Señor guarda a los peregrinos.
El Señor sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.

La lección de este domingo es verdaderamente fundamental para el cristiano de hoy. Ni siquiera se elige a los poseedores de conceptos de vida religiosa y de búsqueda de Dios, sino ante todo a los humildes, carentes de teorías acerca de Dios y de la manera de seguirle, pero abiertos al Señor y a sus requerimientos. Lección muy dura, sin duda, para los hombres de hoy tan amigos de montar tinglados de conceptos y de modos de concebir la búsqueda de Dios. En adelante, todo esto queda superado por la elección que hace Dios, que no se preocupa de los cenáculos que se pasan las horas muertas desarrollando el método para buscar a Dios y el mejor medio de seguirle. Dios está por encima de tales elucubraciones, y él es quien de hecho escoge, la mayor parte de las veces en forma inesperada, lo débil que hay en este mundo.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 5
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34.Pág. 115-118


14.

Frase evangélica: «Dichosos los pobres»

Tema de predicación: LA DICHA DE LOS POBRES

1. Jesús empieza con las bienaventuranzas el sermón de la montaña, con el que inaugura la llegada del reino. Este discurso no es ley ni código ni norma moral: es evangelio, anuncio gozoso de las condiciones para seguir a Jesús y ser discípulo creyente. La constitución básica del cristianismo radica en el sermón de la montaña (lugar de la presencia de Dios), a partir de las bienaventuranzas. Lo pronuncia Jesús sentado, en actitud de enseñar. Con demasiada frecuencia, y de un modo superficial, nos hemos basado en los mandamientos como normas legales y morales. El cristianismo no es radicalmente una ética, aunque la supone; es una mística.

2. Se ha dicho, y con razón, que las bienaventuranzas son el tesoro espiritual más puro de la humanidad; la respuesta, desde el evangelio y desde Cristo, a nuestra necesidad esencial de felicidad. Pero las bienaventuranzas dicen taxativamente que son «dichosos» los pobres y los perseguidos. Las bienaventuranzas son cristocéntricas (Jesús es el bienaventurado), escatológicas (de aquí y del final), paradójicas (no se entienden sin la fe) y universales (fundamentan la nueva creación). Los pobres son dichosos en presente (a pesar de sus sufrimientos), en futuro (habrá justicia plena) y en pasado (se han cumplido en Jesús, plenamente dichoso como resucitado).

3. Las bienaventuranzas no van dirigidas a individuos aislados o solamente a una «élite» de consagrados, sino a todos los creyentes, discípulos de Jesús, que forman la Iglesia. Son eje y directriz de la Iglesia. Constituyen lo más esencial del programa del reino y reflejan un nuevo modelo de persona y de comunidad. Aunque son difíciles de cumplir, pueden ser vividas en comunidades de gente sencilla y radicalmente evangélica, es decir, en la «Iglesia de los pobres». Así como Lucas habla en sus bienaventuranzas de situaciones, Mateo recalca las actitudes.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Queremos ser de verdad felices según las bienaventuranzas o según otra escala de valores?

¿Dónde se encuentran hoy los bienaventurados?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 132 s.


15. LA FELICIDAD NO SE COMPRA Dichosos...

Nadie sabemos dar una respuesta demasiado clara cuando se nos pregunta por la felicidad. ¿Qué es de verdad la felicidad? ¿En qué consiste realmente? ¿Cómo alcanzarla? ¿Por qué caminos?

Ciertamente no es fácil acertar a ser feliz. No se logra la felicidad de cualquier manera. No basta conseguir lo que uno andaba buscando. No es suficiente satisfacer los deseos. Cuando uno ha conseguido lo que quería, descubre que está de nuevo buscando ser feliz. También es claro que la felicidad no se puede comprar. No se la puede adquirir en ninguna planta del «Corte Inglés» como tampoco la alegría, la amistad o la ternura. Con dinero sólo podemos comprar apariencia de felicidad.

Por eso, hay tantas personas tristes en nuestras calles. La felicidad ha sido sustituida por el placer, la comodidad y el bienestar. Pero nadie sabe cómo devolverle al hombre de hoy el gozo, la libertad, la experiencia de plenitud.

Nosotros tenemos nuestras «bienaventuranzas». Suenan así: Dichosos los que tienen una buena cuenta corriente, los que se pueden comprar el último modelo, los que siempre triunfan, a costa de lo que sea, los que son aplaudidos, los que disfrutan de la vida sin escrúpulos,los que se desentienden de los problemas...

Jesús ha puesto nuestra «felicidad» cabeza abajo. Ha dado un vuelco total a nuestra manera de entender la vida y nos ha descubierto que estamos corriendo «en dirección contraria».

Hay otro camino verdadero para ser feliz, que a nosotros nos parece falso e increíble. La verdadera felicidad es algo que uno se la encuentra de paso, como fruto de un seguimiento sencillo y fiel a Jesús.

¿En qué creer? ¿En las bienaventuranzas de Jesús o en los reclamos de felicidad de nuestra sociedad?

Tenemos que elegir entre estos dos caminos. O bien, tratar de asegurar nuestra pequeña felicidad y sufrir lo menos posible, sin amar, sin tener piedad de nadie, sin compartir... O bien, amar... buscar la justicia, estar cerca del que sufre y aceptar el sufrimiento que sea necesario, creyendo en una felicidad más profunda.

Uno se va haciendo creyente cuando va descubriendo prácticamente que el hombre es más feliz cuando ama, incluso sufriendo, que cuando no ama y por lo tanto no sufre por ello.

Es una equivocación pensar que el cristiano está llamado a vivir fastidiándose más que los demás, de manera más infeliz que los otros.

Ser cristiano, por el contrario, es buscar la verdadera felicidad por el camino señalado por Jesús. Una felicidad que comienza aquí, aunque alcanza su plenitud en el encuentro final con Dios.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 69 s.


16. FELICIDAD/QUÉ-ES:

1. El hombre busca la felicidad

El tema de hoy está íntimamente relacionado con los anteriores conceptos acerca del Reino de Dios. Jesús establece los criterios para la entrada al Reino, los mismos criterios para que el hombre alcance su verdadera felicidad.

El problema de la felicidad es el problema principal del hombre. Sentirse feliz significa sentirse realizado como hombre, haber vivido intensamente la vida; es sentirse uno mismo, persona que ocupa su propio lugar en la historia.

Cuando, en cambio, esto no sucede, sentimos frustración, desconsuelo, angustia, soledad. Tenemos la sensación de haber fracasado en la vida; de no haber concluido nuestro proyecto sobre la vida, nuestro plan existencial.

Hasta aquí todos estamos de acuerdo. Las diferencias llegan cuando establecemos los criterios de la felicidad. ¿En qué consiste ser feliz? A menudo nos parece encontrarla y luego descubrimos que sólo fue un gozo fugaz; otras veces, desesperamos de hallarla y nos domina la depresión, la desilusión y hasta la desesperanza, como si la vida careciese de sentido o hubiese sido muy cruel con nosotros.

También es cierto que cada cultura tiene sus esquemas de felicidad. Lo que antes satisfacía al hombre, hoy lo aburre; lo que ayer era un fuerte estímulo para vivir y crecer, hoy nos deja indiferentes. Más aún, a medida que transcurre el tiempo, nosotros mismos variamos en nuestro concepto de felicidad: ¿Qué hace feliz a un niño y qué hace feliz a un anciano? ¿Qué hace feliz a un joven y qué a un adulto? En la antigüedad bíblica, los hebreos tenían su propio concepto de felicidad. Así proclamaban feliz al hombre rico, poderoso, al que tenía muchos hijos, al que cumplía la ley del Señor, al que ayudaba al prójimo. También eran conscientes de que la felicidad venía de Dios, por lo que era inevitable el escándalo cuando un hombre justo y santo tenía que sufrir o vivía en la pobreza y el abandono.

Por aquel entonces no se hacía tanta distinción entre la felicidad en esta vida y en la otra. La felicidad era un don presente; el más allá era más bien entendido como un lugar de sombras y de semi-vida. ¿Qué hacer, entonces, si aquí uno no lograba la tan ansiada felicidad? El hebreo miraba la vida con sentido común y práctico, y así consideraba feliz a quien tenía una buena esposa e hijos guapos, graneros llenos y abundantes rebaños; a quien acumulaba cierta fortuna y podía dormir en paz bajo la protección de un rey justo. Mas también se consideraba como parte de la felicidad y condición para la misma el saber vivir con prudencia, con «sabiduría», afrontando la vida con valentía y comportándose con dignidad bajo la guía de la Palabra de Dios.

No nos extrañe, por lo tanto, si la era mesiánica era esperada como el advenimiento de la total y plena felicidad para el hombre; época maravillosa donde la paz y la justicia serían el pan de todo el pueblo.

Sin embargo, la experiencia se encargaba de desengañar a quienes pensaban que con un Dios a favor la vida sería fácil y llevadera. El dolor, las enfermedades y, sobre todo, la guerra y la dominación extranjera alejaban al hombre de ese paraíso tan soñado y deseado.

¿Qué pensamos hoy de la felicidad?

Es posible que mucha gente no se pregunte por ella y simplemente trate de vivir lo mejor posible saboreando esa copa que se sabe dulce y amarga al mismo tiempo. Pero todos tienen cierta idea de que existen ciertos elementos que si no hacen la felicidad, al menos la condicionan.

Por un lado, están los que fundamentan su felicidad en el tener y poseer cosas: dinero, propiedades, éxitos, placeres. No hay duda de que todo ello colabora a lograr un estado interior de satisfacción que, si bien no es todo, ayuda al hombre a ver la vida con más optimismo.

Mas, ¿qué pensar de los que no tienen accesos a esos bienes? Es así como hoy entendemos que la felicidad está supeditada a ciertas condiciones generales que brevemente las podríamos sintetizar así:

a) Madurez interior: hay felicidad cuando logramos un cierto nivel de desarrollo psíquico por el cual nos sentimos una persona integrada. El ser humano es un organismo muy complejo en el que pujan instintos, el intelecto, cualidades innatas, aspiraciones, medio ambiente que lo condiciona, relaciones personales, etc. Poder dar unidad a todos estos elementos de modo que la persona se sienta dueña de los mismos y los pueda orientar hacia un objetivo consciente, parece ser un punto básico para la tan anhelada felicidad.

b) Desarrollo social: siendo el hombre un ser esencial e inevitablemente comunitario, no puede conseguir su felicidad sino dentro de la comunidad; por lo tanto, no sólo debe crecer interiormente, sino también como grupo humano organizado. Una sociedad desarrollada es el medio ambiente normal para que un individuo pueda sentirse persona, de hecho y de derecho. Crecer y progresar en todos los niveles es la gran aspiración de nuestro siglo. La encíclica Populorum progressio lo resume así: «De acuerdo con el deseo de Dios, todo hombre está llamado a desarrollarse. Desde su nacimiento a todos se les dio un conjunto de aptitudes y cualidades para hacerlas fructificar. [...] Resulta así que el crecimiento humano constituye como un resumen de sus deberes... Y por su inserción en Cristo vivo, el hombre tiene el camino abierto hacia un progreso nuevo, hacia un humanismo trascendental que le da total plenitud...» La misma encíclica considera toda la vida como un paso constante del hombre hacia formas superiores de vivir, dejando atrás condiciones infrahumanas de existencia. Entre estas formas nuevas se señala: salir de la miseria para tener lo necesario; la victoria sobre las calamidades sociales; la ampliación de los conocimientos; el aumento en la consideración de los demás; la orientación hacia el espíritu de pobreza; la cooperación con el bien común y la voluntad de paz; el reconocimiento por parte del hombre de los valores supremos y de Dios; la fe y la unión en el amor (puede verse el n. 21 de la encíclica).

Ante este variado panorama tan en consonancia con el Reino universal de Dios, puede ser muy oportuno que nos preguntemos por el aporte que hace Jesús al problema. En efecto, él no solamente denuncia muchas formas de aparente felicidad, como por ejemplo: la avaricia, el afán de poder y la seguridad en la salvación por eI cumplimiento de la ley, sino que también en un discurso aún no descubierto por los cristianos en todo su valor, establece ciertos criterios básicos capaces de orientar nuestro esfuerzo posterior.

2. Actitudes interiores

Sabido es que Jesús en ningún momento establece un plan de desarrollo social o económico. Tampoco se preocupa en forma directa de las instituciones políticas. Más bien se comporta como un sabio que con un lenguaje paradójico nos hace ver el fondo de la realidad, fondo contradictorio y complejo.

Las llamadas bienaventuranzas, cuyo espíritu aletea en todo el Evangelio del Reino, dirige su mirada tanto al interior del hombre como a sus relaciones sociales. Como primera medida, Jesús puntualiza ciertas actitudes fundamentales que, surgiendo del interior mismo del hombre, sean capaces de orientar toda su conducta. Jesús no da normas de moral, sino que nos alerta acerca de la postura interior del hombre, postura de la que depende en definitiva el bien y el mal, la felicidad o la desgracia para el hombre. Entre esas posturas o actitudes señalamos:

a) La pobreza de espíritu: más que a la carencia de bienes materiales, que como tal es un mal, alude a una manera de vivir desprendidos de lo que tiene valor absoluto, aferrándonos en cambio a una actitud de apertura hacia la vida, hacia la verdad, hacia el bien. Jesús relativiza el tener o no tener, colocando el acento en el hombre mismo, ya que él en cuanto persona es su mayor valor.

El pobre de espíritu es aquel que vive mirando siempre hacia adelante, atento a las voces de la experiencia, solícito por descubrir día a día todo eso nuevo que la misma vida nos ofrece, casi en forma inesperada y sorpresiva. Por eso a tal actitud la llamamos pobreza: más que carencia, la carencia obligada, es la apertura de uno mismo, el sentirse siempre peregrino, siempre en búsqueda; apoyando un pie en la tierra pero ya levantando el otro para dar un paso más.

El pobre no se aferra más que a la vida; y descubre que la vida nunca se estanca ni tampoco responde a cálculos previos o a esquemas preconcebidos. La pobreza de espíritu es, en definitiva, la capacidad interior de sentirse siempre pobre como hombre; conciencia que permite crecer dejándose invadir por las nuevas experiencias, sensaciones, ideas que nos llegan de todas partes, haciéndonos descubrir esa capacidad ilimitada e insospechada de ser cada día un poco más que ayer.

Quizá esta bienaventuranza sea la más importante y, en definitiva, la que engloba a todas las demás. ¿Por qué? Por su misma paradoja. Sólo un hombre que se siente un poco vacío puede ser llenado por algo. El hombre que se cree perfecto, es un pobre hombre, un ciego. Y no existe experiencia más fascinante que la de sentirse siempre un poco niño, un poco indigente, un poco aprendiz.

El resto lo hace la vida misma...

Y a estos pobres les pertenece el Reino de Dios: sólo quien está en total disponibilidad para descubrir lo nuevo y maravilloso que Dios ofrece al hombre, puede aferrarlo. (Clara alusión de Jesús a los fariseos que se creían justos y salvados por Dios porque cumplían la ley ahogando en ellos toda capacidad de superación y de cambio.

b) La sinceridad de corazón: actitud muy relacionada con la anterior. El hombre sincero es lo que es; podrá equivocarse pero sin dejar de ser él mismo y de dar todo lo suyo. El ver a Dios, importante aspecto de la enseñanza de Jesús, no depende de la mucha ciencia teológica ni de una postura ortodoxa; antes que la ortodoxia de las ideas está la ortodoxia -la rectitud- del corazón. Este solo principio es capaz de revolucionar nuestra concepción religiosa... No es la religión que recibimos de la comunidad como un legado tradicional lo que nos confiere una postura de fe, sino la palabra que nosotros sinceramente pronunciamos.

Lo importante no es tanto ser cristiano o no; sino ser sinceramente cristiano o sinceramente budista o sinceramente ateo...

Fácil es descubrir que es la pobreza de espíritu la que nos confiere esta sinceridad verdadera, pues es posible que hagamos de la sinceridad una simple postura cómoda que cubre nuestra falta de interés por ver la verdad y por buscarla sea donde fuere. Es ésta la bienaventuranza más feliz para el hombre que se pregunta por Dios: ¿dónde verlo? Y la respuesta: en su corazón sincero, sin doblez, sin prejuicios. Así Jesús nos libera de la obsesión religiosa y de la desdichada manía de odiarnos por causas religiosas. Al repasar la historia del occidente cristiano, descubrimos que mucho odio y mucha sangre se hubieran evitado con sólo haber dado un vistazo a este renglón del evangelio...

c) La no-violencia: quienes la practican heredarán la tierra... La no-violencia (también llamada mansedumbre o paciencia según las épocas) es el espíritu de lucha sin odio. Otra gran paradoja: hay que ser fuertemente agresivos, mas sin herir los derechos de los demás; hay que saber luchar por conquistar algo, desde el pan hasta la libertad, pero sin emplear las armas del odio, de la mentira, del fraude o de la calumnia.

Difícil alternativa para el hombre: poseer la tierra sin desposeer a los demás; enfrentarse con el poderoso y alentar al débil; hacer sentir su presencia en el mundo sin silenciar a los que no piensan como uno. En fin: saber morir como un grano para que otros recojan el fruto.

NO-VIOLENCIA: La no-violencia es, sin duda alguna, la más difícil de las actitudes cristianas; es el difícil arte de caminar sobre la cuerda floja, sin caer en dos posturas opuestas: la lucha violenta fomentada por el odio o el resentimiento, o la postura perezosa y condescendiente hacia lo que se sabe que está mal, mas sin hacer nada por remediarlo. La no-violencia es la hermana de otra actitud muy remarcada en todo el evangelio: la misericordia o, si se prefiere, el amor sin límites, síntesis de toda perfección humana. Quien da amor, recibirá amor. Y quien da y recibe amor, ¿qué más necesita? Amar siempre, amar incluso al enemigo, devolver bien por mal, perdonar sin llevar la cuenta... son todas expresiones de esta bienaventuranza, posiblemente la que más tenemos en los labios.

Estas son las actitudes que Jesús considera esenciales en el hombre para sentirse feliz; o si se prefiere: para sentirse libre. En la libertad interior está la raíz de la felicidad.

3. Compromiso comunitario

Consecuencias generales Jesús no se contenta con que miremos en nuestro interior. Más aún: las actitudes interiores no pueden ser tales sino en relación con la comunidad humana. Amar, ¿a quién? Ser sincero, ¿con quién? Estar disponibles, ¿hacia qué y hacia quiénes? Por eso, siguiendo la tradición de los grandes profetas, orienta al hombre hacia dos actividades que, de una forma u otra, engloban a todas las demás: trabajar por la paz y por la justicia.

Sobre este tema ya hemos tenido oportunidad de reflexionar anteriormente, por lo que no insistiremos ahora. Sólo señalamos este detalle: si Jesús no traza un plan concreto para llevar a cabo estas tareas, no por eso deja de urgir al hombre sincero, pobre de espíritu, no-violento y misericordioso, a que haga efectivas sus actitudes interiores con hechos concretos que hagan presente en el mundo el Reino de Dios que él está sembrando.

Los que trabajen por la paz serán los verdaderos "hijos de Dios"; quienes tengan hambre de justicia y sufran por ella serán saciados con el Reino.

Ningún hombre puede sentirse feliz, totalmente feliz, mientras no vea realizado en el mundo entero el gran ideal del Reino: justicia y paz. ¿Qué justicia y qué paz? Preguntar por ellas puede ser un signo de fariseísmo...

¿Y hasta dónde debe llegar este compromiso? Hasta las últimas consecuencias. Todo debe sufrirse por ellas: insultos, persecuciones, calumnias.

Nueva y final paradoja de Cristo: todo, incluso el dolor y la cruenta persecución, puede ser motivo de felicidad para el hombre que da sentido a su existencia mirando más allá de su propia vida: la vida de la comunidad humana a la que ofrece su total holocausto. El breve tiempo que tenemos para estas reflexiones nos obliga a concluirlas no sin sacar algunas conclusiones que entiendo de capital importancia.

La semana pasada veíamos cómo los cristianos necesitamos descubrir la pastoral del Reino de Dios; es decir: orientar todas nuestras actividades en función del Reino... ¿En qué consiste esa pastoral o tarea cristiana? Hoy Jesús nos ha dado la respuesta: trabajar por el crecimiento interior del hombre y trabajar por el crecimiento de la comunidad humana.

¿Cómo? La pobreza de espíritu nos lo hará descubrir... Jesús, con su gran sensatez y apertura al Padre, no le exige al hombre complicados dogmas ni ritos minuciosos; tampoco lo grava con pesados códigos morales. Nos llama la atención, en cambio, sobre el fondo de todo eso: el ser del hombre como persona íntegra... y responsable.

Una nueva lectura de las bienaventuranzas nos abre los ojos sobre otro detalle importante: las condiciones para el ingreso en el Reino pueden darse en cualquier hombre, de cualquier credo o condición social. Es el feliz anuncio de la Buena Noticia sin fronteras... ¡Basta ser hombre! En efecto: leyendo a los grandes sabios de la antigüedad o a los modernos filósofos, en las obras de literatura como en las conversaciones vulgares de la calle, en boca de políticos, sabios, artistas o dirigentes obreros... podemos descubrir cómo el espíritu de las bienaventuranzas está presente, quizá con otros nombres o palabras; pero qué consolador es descubrir cuánto nos une a los hombres y cuánta presencia del Reino de Dios existe dentro y fuera de la Iglesia, más acá y más allá de nuestras "fronteras"... Es que el Reino de Dios no sabe de fronteras ni de muros divisionarios. Quien ha comprendido esto, ha aprendido la primera lección de una nueva concepción religiosa. Comprender que Dios obra con métodos propios y sin nuestros prejuicios y limitaciones, porque ama al hombre donde está y como está, es la gran lección de las bienaventuranzas. Comprender como cristianos... que no hay cosa más hermosa que vivir el espíritu de las bienaventuranzas y servir al Reino de Dios hoy y aquí.

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A.1º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1977.Págs. 224 ss.

HOMILÍAS 15-20