30 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO
1-8

1. 

Hemos empezado hoy, hermanos, la lectura del llamado "sermón de la montaña", tal como nos lo ha transmitido el evangelista san Mateo. Esta pieza fundamental de la enseñanza de Jesús, la iremos leyendo durante todos esos domingos que nos faltan antes de empezar el tiempo de Cuaresma, y, por ello, es importante que reflexionemos sobre el sentido global que contiene esa colección de máximas y sentencias que Mateo pone en labios de Jesús al comienzo de su predicación, como el resumen programático de todo el mensaje cristiano.

BITS/EV/LEY En cuanto a su contenido, nos pueden ser útiles estas palabras de un comentarista moderno, Joachim Jeremías: "El sermón de la montaña no es ley sino evangelio. Porque esta es la distinción entre ambos: la ley pone al hombre ante sus propias fuerzas y le pide que las use hasta el máximo; el evangelio sitúa al hombre ante el don de Dios y le pide que convierta de verdad ese don inefable en fundamento de su vida. Dos mundos". Ello significa que el sermón de la montaña -encabezado por la proclamación solemne de las bienaventuranzas- no es un código jurídico ni tampoco, propiamente hablando, una lista de normas morales: se trata, en cambio, del anuncio gozoso de las condiciones que hacen posible el seguimiento del camino del Reino de Dios, trazado por Jesús. Dicho de otro modo: el sermón de la montaña no constituye el resumen de las normas legales y éticas que rigen la vida cristiana, sino que es, sencillamente, la proclamación de las consecuencias -exigentes y liberadoras al mismo tiempo- de la fe cristiana cuando se vive de veras.

En cuanto a los destinatarios del sermón, nos puede ayudar otro biblista actual, Gerhard Lohfink, el cual afirma: "El sermón de la montaña no se dirige a los individuos aislados; tampoco a una elite dentro de la iglesia; ni interpela de forma inmediata al mundo entero. Este discurso es, más bien, la línea directriz de la Iglesia que, como verdadero Israel, tiene que ser sal de la tierra y luz del mundo. En este sentido, el sermón de la montaña es también universal e interpela a todos los hombres. Pero sólo a través de la Iglesia, que tiene la obligación de convertir a todas las naciones en comunidades de discípulos". Es importante este punto de vista, porque nos hace caer en la cuenta de que, aunque las exigencias del sermón sean muy difíciles de cumplir para los individuos aislados y muy difíciles de entender para los hombres en general, sin embargo, tienen grandes oportunidades de realizarse en el seno de las comunidades/cristianas, cuando éstas procuran ser, ante todo, aquellos espacios colectivos en que toma cuerpo el Espíritu de Jesucristo.

Esto que acabamos de decir vale de un modo especial para el fragmento del sermón de la montaña que hemos proclamado hoy; las bienaventuranzas o "felicitaciones". Empalmando con lo que ya habían dicho los profetas -como el fragmento de Sofonías que hemos leído en la primera lectura- y repitiendo las atrevidas afirmaciones que se hallan, por ejemplo, en el "Magnificat" de María, el texto de las bienaventuranzas contiene en esencia todo el programa del Reino de Dios y este programa propone una completa inversión de valores que, a una mirada superficial, puede aparecer como si constituyera un atentado contra los anhelos más profundos del hombre, contra su dignidad y su plenitud: el elogio de la pobreza, del llanto, del anhelo de justicia, de la mansedumbre, de la compasión, de la pureza, del pacifismo, de la persecución... todo ello puede causar la impresión de una exaltación más o menos masoquista de las limitaciones humanas. Pero, analizadas en profundidad, todas estas propuestas de Jesús corresponden a un nuevo modelo de hombre y de comunidad que, lejos de destruir las potencialidades humanas, intenta llevarlas a la máxima realización.

Pero es en el seno de cada una de las comunidades cristianas donde debe procurarse llevar a cabo ese programa ideal que representan las bienaventuranzas, ideal que intenta superar el egoísmo individual y colectivo para llegar al altruismo y la solidaridad; suprimir la agresividad y la violencia para construir la concordia y la paz; eliminar progresivamente todos los determinismos, a fin de conseguir la plena libertad; trascender las exigencias de la mera justicia conmutativa, para instaurar unas relaciones fundadas en el amor, la misericordia y el perdón. De este modo, la "Iglesia de los pobres" y de los mansos, y de los pacificadores... se convertirá en "sal de la tierra" y "luz del mundo", como nos dirá el evangelio del próximo domingo.

Si adoptamos las actitudes descritas en las bienaventuranzas, seremos "dichosos". Y esta dicha hallará su coronamiento en la participación en el banquete eucarístico, pregustación y anuncio de la bienaventuranza del Reino.

J. LLOPIS
MISA DOMINICAL 1990/03


2.

Una página importante. Pocas veces valdrá la pena recomendar tanto como hoy el que se proclame bien el evangelio. Las bienaventuranzas de Jesús son una de las páginas más valiosas, nuevas, comprometedoras y densas de toda la Biblia. Aquí, más que en ninguna otra ocasión, es verdadero aquello de que la primera predicación es una buena proclamación.

Desde hoy, y todos los domingos hasta la Cuaresma, leeremos el sermón de la montaña, uno de los cinco grandes discursos que san Mateo nos transmite de Jesús. La auténtica "carta magna" del cristianismo. Entre los orientales es tan grande el aprecio a esta página que la proclaman cada día en el Oficio Divino (como nosotros hacemos, por ejemplo, con el Magnificat).

Además, hoy coincide que toda la celebración se centra precisamente en este mensaje. No sólo la primera lectura y el salmo le hacen eco, como siempre sucede, sino que también coincide que esa es la idea central de Pablo.

-Elogio de la humildad. Las lecturas de hoy parece que nos quieren convencer de que la mentalidad de Dios no es como la nuestra, que su escala de valores no coincide ni de lejos con la de este mundo.

Ya el profeta Sofonías invita al pueblo de Israel a la moderación, la pobreza, la humildad, la honradez, la búsqueda de la paz y la verdad. Dios no aprecia a los ricos y pagados de sí mismos, a los que confían en sus propias fuerzas. El "resto de Israel" lo formarán los humildes, los que ponen su confianza en Dios. El salmo nos ha hecho repetir, cantando: en la presencia de Dios no van a ser felices los embusteros y los que se salen con la suya, sino los humildes. Dios ayuda a los que sufren, a los que están en búsqueda, mientras que "trastorna el camino de los malvados".

También Pablo insiste en esta actitud: no hay que gloriarse de los propios méritos y fuerzas. Dios parece querer darnos una lección en favor de la humildad, porque elige a personas que según los criterios de este mundo serían ineficaces, pero con su ayuda logran cosas notables. Mientras que los orgullosos quedan estériles y avergonzados a la larga.

-Palabra extraña, profética, para este mundo de hoy. Hay que reconocer que la página evangélica de hoy, como las lecturas anteriores, suponen un vuelco respecto a lo que respiramos en la sociedad en la en que vivimos. Hace dos mil años que suenan estas bienaventuranzas de Jesús, y no nos lo acabamos de creer, o de tomar en serio: no les vemos su fuerza profética, en medio de un mundo que alaba y ensalza a los ricos, a los que tienen éxito, a los que se salen con la suya, a los que se han demostrado eficaces y han llegado a ser poderosos mientras se va ensanchando el abismo de la marginación de los pobres.

A la hora de la homilía de hoy al menos habría que tender a no estropear la fuerza del original, no vaya a ser que de tanto echar agua rebajemos el vino, y que a base de interpretaciones le quitemos el tono profético a la voz de Jesús.

Aquí se nos dice que son los humildes y los pobres, los que se abren ante Dios, los que ponen su confianza no en sus propias fuerzas y éxitos, sino que saben esperar, buscar y acoger la salvación de Dios, los que consiguen el Reino. Es evidente que no se está aquí invitando a aceptar la pobreza (económica o cultural o humana) con una actitud de resignación pasiva. Jesús, que es el que nos dice estas bienaventuranzas, es el que se pasó su vida ayudando, curando, consolando, perdonando, enseñando, liberando de todo mal, y el que luego pudo enseñarnos en la parábola del samaritano que hay que salir de los propios planes y horarios para ayudar al prójimo en su necesidad. Aquí se nos habla de la actitud que cada uno de nosotros, ricos o pobres deberíamos tener: saber abrirse, ser humildes, no creerse perfectos. Los que no han sido precisamente mimados por la vida, los marginados, los pobres, los de corazón pacífico, los de intenciones honradas, los que sufren: esos son los más cercanos al corazón de Dios, y los que probablemente sabrán abrirse a su gracia.

Los "ricos", los orgullosos, los arrogantes, llenos de sí mismos, los espabilados que triunfan a base de aplastar a los demás, los que consideran debilidad el perdonar y el ser pacíficos, los que recurren a toda clase de medios para obtener éxito en su vida, ésos no prosperarán a la larga, ésos no son "bienaventurados".

La humildad y la pobreza en la actitud personal ante Dios y ante los demás, es la clave de la bienaventuranza, según Jesús. Lo demás es consecuencia: búsqueda de paz, pureza de corazón, misericordia, sencillez de apetencias y ambiciones...

Aquí se ve cómo el evangelio de Cristo es "nuevo", cómo no coincide con los pregones de este mundo. No nos va a salvar ni la ciencia, ni la técnica, ni la política, ni la economía. Hasta humanamente seríamos mucho más felices si en verdad tenemos sencillez de corazón, y no soberbia ante Dios y ante los demás.

La Virgen, en su "Magnificat", se muestra en esta actitud: "ha mirado la humilde condición de su sierva... ha hecho en mí cosas grandes... me llamarán feliz (bienaventurada) todas las generaciones". Mientras que a los ricos los despide vacíos y a los poderosos los derroca de sus tronos. Es una buena discípula del Maestro, y por tanto, a su vez, una buena Maestra para nosotros.

La invitación es urgente para todos: ir asimilando los criterios de Cristo para nuestra actuación en la vida de cada día.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1990/03


3. FE/LO-QUE-NO-ES  SGTO/CONDICIONES.

Después de haber visto qué no son las bienaventuranzas, ha llegado el momento de intentar ver cuál es el sí de las mismas.

Son muchas la personas que en su vida se encuentran con Cristo. Sea por nacer en países de civilización cristiana, sea a través de la labor de los misioneros, sea por cualquier método, el hecho del encuentro entre Jesús y los hombres es indudable. Lo que también es indudable es que, en muchas ocasiones, este encuentro no es, en absoluto, algo personal, sino algo meramente intelectual ("sé por la fe que Jesús existe", lo cual, además, es una errónea concepción de la fe), tradicional ("soy cristiano, como mi familia, como todos"), psicológico ("necesito creer en algo o alguien, sea lo que sea"). Al igual que entre los hombres tenemos muchas formas de relacionarnos (por interés, por egoísmo, por utilidad... y también por amor), lo mismo pasa en las relaciones de los hombres con Cristo.

Pero de entre todas las relaciones que se pueden dar entre los hombres sólo una es realmente tal: la personal, en la que se encuentran dos personas -no unos intereses-, con todo lo que esto significa. Tras el momento inicial del encuentro surge, pues, la cuestión de la clase de relación que entre ambos se establece.

Un encuentro personal con otro pone en contacto los núcleos más íntimos de los dos seres que se encuentran; esto conlleva, ineludiblemente, un cambio de vida: a partir del momento en que yo me encuentro personalmente con esta persona, yo ya no puedo construir mi vida solo; cuento -porque quiero, porque tengo fe en ella-, con esa persona en la construcción de mi vida; esa persona es alguien con voz y voto en mi vida; y juntos estrenamos un proyecto comunitario de vida que nos transforma; ya no somos un "tú+yo" sino un "nosotros". Ha surgido un compromiso de vida, libremente aceptado y que, además, va a dar felicidad a nuestras vidas.

Esto es lo que le sucede al cristiano: que ha tenido un encuentro personal con Otro, un Otro muy especial (/Jn/01/35-39).

Quien se ha encontrado de verdad con el Otro, con Cristo, tarda poco en oír una pregunta: "Tú, ¿quién dices que soy yo?" (/Mt/16/15). Pregunta ineludible y decisiva. Quien reconozca que Jesús es el Cristo, el Mesías, está definiéndose a favor de hacer un proyecto de vida común con Cristo. Quien no reconozca que Cristo es el Mesías, opta por un proyecto de vida en solitario. Y no hay más opciones: con él o contra él. Ante Jesús la indiferencia es estar contra él.

No basta con una respuesta afirmativa verbal para luego seguir igual; quien se ha encontrado con Cristo y se ha definido a favor de él no tiene más remedio que optar por un cierto estilo de vida. Y quien no opta por tal estilo de vida -que no es otro que el mismo estilo de Jesús- es que o no se ha encontrado real y personalmente con Cristo o que habiéndose encontrado con él, lo ha rechazado.

Cristo no engaña; en repetidas ocasiones avisa que, quien quiera seguirle, está llamado a amar de modo definitivo a los demás; y amar implica darse, y darse es renunciar a sí mismo; por eso, quien opta por Cristo acaba siendo pobre, porque no le queda más remedio; y acaba sufriendo, porque el amor que debía existir entre todos los hombres aún no es una realidad; y acaba llorando, teniendo misericordia, trabajando por la paz, siendo limpio de corazón, pasando hambre y sed de justicia...

Esta es la realidad de las bienaventuranzas: que no son otra cosa que la nueva realidad de los que han optado por Cristo. Las bienaventuranzas no son sino algo que sucede después de haberse decidido por Jesús, lo que uno se va a encontrar en su vida después de dar un sí a Cristo. Por eso es dichoso el pobre: porque su pobreza es fruto de una opción por Jesús. Quien llora porque se le ha muerto su madre no es bienaventurado; todos lloran cuando pasan tal trance. Quien llora porque el seguir a Jesús le hace comprender cosas que hacen llorar, quien llega a llorar como efecto de seguir a Cristo, ese es dichoso. Y así con todas las bienaventuranzas. Lo primero es, pues, la decisión por Cristo; y luego, por haber hecho tal opción, seremos dichosos. Y si lo intentamos al revés no conseguiremos nada. La dicha no puede venir por sí sola sino, únicamente, como fruto de nuestra decisión en favor de seguir a Cristo.

DABAR 1978/12


4.

El texto central de la liturgia de hoy es el de las bienaventuranzas, texto que aparece repetidas veces a lo largo del año. El acompañamiento de las dos lecturas de hoy nos permite quizá centrar el enfoque de la homilía en torno a la bienaventuranza primera: bienaventurados los pobres. Pero como la mayor parte no son comunidades cristianas de pobres-pobres de solemnidad, sino que todos un poco nos sentimos interpelados por el evangelio como no-pobres, vamos a pensar lo que significa esta bienaventuranza, hoy en el último quinto del siglo XX, para los que todavía no nos podemos sentir aludidos personalmente cuando oímos "Bienaventurados los pobres", porque no lo somos. Para otros enfoques, siendo como es un texto tan conocido, todos tendremos recursos suficientes.

POBREZA/BIT:En torno a la bienaventuranza de la pobreza estamos todos un tanto hartos de diálogos y disquisiciones inútiles. Mucha de la teología, espiritualidad y homilética al respecto se muerde la cola a sí misma, como en círculo vicioso, y no es infrecuente oir al final: "todavía no sé a quién se refiere Jesús cuando dice 'los pobres'". Pienso que es necesario acentuar esta bienaventuranza con más realismo del que nuestra mentalidad burguesa europea nos permite. La Iglesia del tercer mundo, especialmente la latinoamericana, nos está dando serias lecciones al respecto. En sintonía con ella quisiera centrar estas notas en torno a esta tesis: la puesta en práctica de la bienaventuranza en torno a los pobres pasa hoy por la "opción por los pobres".

Leonardo Boff afirmaba en una conferencia en Roma, en octubre de 1979, que el hecho mayor y más importante de toda la historia de la Iglesia a partir de la reforma y Contrarreforma era, sin duda alguna, la opción por los pobres que la Iglesia latinoamericana acababa de hacer. Es la Iglesia del tercer mundo la que ha llevado hasta el final -a nivel de conciencia al menos- todo lo que los europeos empezamos a intuir hace tiempo, pero no habíamos llegado a concretar en torno a la Iglesia de los pobres de la que ya hablaba Juan-XXIII. "Invitamos a todos, sin distinción de clases, a aceptar y asumir la causa de los pobres como si estuviesen aceptando y asumiendo su propia causa, la causa misma de Cristo" (Puebla, Mensaje introductorio a los pueblos de América Latina). La bienaventuranza de la pobreza no significa que en esta vida no importe ser oprimido porque en la otra los pobres recibirán un premio, ni que la pobreza responda a una voluntad de Dios que hay que aceptar agradecidamente y sin luchar contra ella. Gracias a Dios, parece que ha pasado ya los tiempos en que la Iglesia pensó y dijo esto. (No hace al caso ahora traer textos del magisterio pontificio que afirmaban esto explícitamente).

La bienaventuranza tampoco significa la canonización de la pobreza, como algo bueno, fuente de valores y gracias especiales.

La pobreza no es buena. Es un mal. Y los pobres no son buenos por ser pobres, ni necesariamente mejores que los demás. El Reino es para los pobres, pero a condición de que lo acepten y se conviertan. El pobre es, como todo ser humano, un pecador que necesita la conversión.

La bienaventuranza significa, sobre todo, que el Reino está a favor de los pobres. Y es claro. Si el Reino es la utopía propuesta por Dios mismo en Jesús, un mundo nuevo que no es otro sino este mismo, pero totalmente cambiado en el sentido de la voluntad de Dios, y el Reino que Dios quiere es un mundo en fraternidad, de amor, paz, reconciliación, igualdad, vida, justicia, cercanía de Dios, comunión y Gracia, es claro que en ese mundo nuevo -el Reino- que Jesús anuncia y propone no habrá injusticias, opresión, dominación. explotación, empobrecimiento, alienación de unos por otros. Los pobres no pueden menos de alegrarse. Y por eso era verdad que con la predicación y la praxis de Jesús se les estaba dando a los pobres una buena noticia (/Lc/07/18ss). La causa de los pobres está incluida en la causa de Jesús. En la medida en que avanza la causa de Jesús -el Reino- en la historia, avanza la causa de la liberación de los pobres. Por eso ¡dichosos los pobres!, porque el Reino que ya está llegando, es vuestro, está a favor de vuestra causa (a favor de la justicia, de la igualdad, de la fraternidad, de la libertad, de la emancipación...) Pues bien. Si esto es así, pienso que debemos aceptar la lección de la Iglesia del tercer mundo (la verdadera Iglesia de los pobres). Y esa Iglesia nos está mostrando que la puesta en práctica de esta bienaventuranza no consiste en la limosna, ni en la pobreza, ni en la austeridad, ni en la morigeración de costumbres, ni en la pobreza de espíritu. Aceptar esa bienaventuranza se traduce hoy en la "opción por los pobres".

Esto suena a muchas mentes cristianas influidas por la mentalidad burguesa a algo sospechoso. Y la clave está, efectivamente, en el filtro mental con el que leemos el Evangelio. Leemos todos un mismo evangelio y sacamos conclusiones distintas. ¿A qué otra causa puede deberse que a las claves que interponemos entre nosotros y el evangelio para interpretarlo? ¿Desde dónde leemos el evangelio? No se piensa igual en una choza que en un palacio. No se interpretan igual las bienaventuranzas desde una clase social que desde otra.

Y la principal clave que nos mantiene atados a la mentalidad burguesa es precisamente el análisis de la realidad. De cómo veamos la realidad cada uno depende lo que el evangelio nos va a decir frente a esa realidad. Si en nuestra visión de la realidad todo es armonioso, maravilloso, pacífico y bueno y el mal sólo se da en la escala del mundo privado (familia, amistades, grupo), el evangelio no nos va a sugerir más que actos de moral burguesa (sonrisas, cariños, obras de misericordia, oración, conversión "del corazón", limosnas , aleluyas). Pero si uno analiza la realidad y llega a ver que se producen 40 millones anuales de muertos de hambre, que dos terceras partes de la humanidad padecen subdesarrollo, que aparecen en el mundo islas de la opulencia frente a inmensas bolsas de pobreza, que "va aumentando cada vez más la distancia entre los muchos que tienen poco y los pocos que tienen mucho" (Puebla, ib.), y si "al analizar más a fondo esta situación descubrimos que esta pobreza no es casual, sino el producto de situaciones y estructuras económicas, sociales y políticas, aunque haya también otras causas de la miseria" (Puebla 30), entonces el seguidor de Jesús no podrá menos de concluir que su opción por el Reino, por un mundo nuevo totalmente contrario a éste que vivimos le exige comprometerse en la lucha por la justicia como la principal exigencia de su ser cristiano.

Se puede decir con verdad que ya hemos llegado a una situación mundial suficientemente deteriorada, y hemos accedido a un nivel de conciencia suficientemente desarrollado como para afirmar percibir claramente que hoy no se puede vivir con dignidad humana si no es luchando por la justicia. Y esto, aún antes de ser cristiano. Desde el evangelio, desde las bienaventuranzas del Reino, sube de tono esta exigencia de justicia. Y optar por la justicia significa optar por los pobres, por el pueblo, por los sencillos, por la causa de los abandonados.

Hay que dar realismo a la aceptación de la bienaventuranza de Jesús. Ser cristiano es hacer propia la jerarquía de valores de Jesús, sus opciones, su actitud ante la vida, ante el hombre y ante la realidad total. Por eso hay que abandonar discusiones teológico-bíblicas inútiles que no conducen sino a demorar una respuesta válida, la única respuesta válida: la opción por los pobres.

DABAR 1981/13


5.

Las tres lecturas de la Escritura forman hoy más que nunca una unidad. En el centro aparece el evangelio con las bienaventuranzas, que sólo son comprensibles a partir de la figura y del destino de Jesús. La primera lectura muestra la historia anterior, retomada y llevada a plenitud por Cristo; la segunda lectura muestra la historia posterior en la Iglesia, que está formada por Dios muy enfáticamente según el modelo de Cristo.

1. Cristo y las bienaventuranzas.

La enseñanza de Jesús en el evangelio se dirige expresamente a sus discípulos, es decir: a aquellos que están dispuestos no sólo a oírle sino también a seguirle. La novena bienaventuranza (Mt 5,11-12a) se refiere directamente a ellos. Lo que Jesús expone aquí a modo de programa no es una moral universal, comprensible para todo el mundo, sino la pura expresión de su misión y destino más personales. El es el que se ha hecho pobre por nosotros, el que llora por Jerusalén, el no-violento contra el que se desencadena y estrella toda la violencia del mundo, el que tiene hambre y sed de la justicia de Dios (hasta que, muriendo de sed, la ha traído a este mundo). El es el que revela y realiza sobre la tierra la misericordia del Padre; él es, como dice Pablo, «nuestra paz», porque mató la hostilidad en su cuerpo crucificado (Ef 2,14-17). El es el perseguido por todo el mundo porque encarna en sí mismo la justicia de Dios. En todas estas situaciones él es el bienaventurado porque encarna perfectamente la salvación querida por Dios para el mundo y la hace posible. Por eso se alegra ya en el mundo en medio de todas las tribulaciones (Lc 10,21) y se alegrará eternamente como el que ha cumplido su misión y vuelve al Padre. Jesús comienza su predicación con una autopresentación que invita a seguirle.

2. Los pobres de Yahvé.

Los discípulos no hubieran podido entender nada de esto si no hubieran tenido una mínima precomprensión de todo ello. La Antigua Alianza podía aceptar de Dios la pobreza y la riqueza: ambas tienen sus ventajas relativas (Pr 30,8). Pero Israel no discurre a la manera estoica (en la primera lectura): concibe la riqueza como un valor y la pobreza como un contravalor; pero entiende cada vez mejor que el pobre puede tener la ventaja de poner su confianza en Dios y esperarlo todo de él, mientras que el rico corre el riesgo de confiar en sus bienes, de oprimir a los pobres en su codicia y (como Ajab) de robarles lo poco que éstos tienen. Ya la Ley, pero sobre todo los Profetas condenan esta actitud como contraria a la alianza de Dios; la Sabiduría y los últimos Salmos recuerdan la provisionalidad de todos los bienes de este mundo, idea que Jesús reitera drásticamente en la parábola del labrador rico (del rico necio). Pero la Antigua Alianza no conoce todavía la pobreza voluntaria, como tampoco la tristeza voluntaria o la renuncia voluntaria a toda violencia, etc. Sólo la misión nueva y particular de Cristo las justifica. El óbolo de la viuda (a la que Jesús admira) no era una pobreza voluntaria (en el sentido del consejo evangélico), sino amor espontáneo a Dios y al prójimo, vivido a partir de una comprensión radical del primer mandamiento.

3. Los discípulos de Jesús.

La segunda lectura describe exactamente lo que es seguir a Jesús en la propia existencia según las bienaventuranzas. Pablo enumera: lo necio (respecto a la riqueza espiritual de la sabiduría), lo débil (lo que no puede defenderse contra el poder y la prepotencia), la gente baja (que no puede producir nada distinguido ni digno de consideración); en resumen: lo que no es nada, lo que se considera como algo o alguien sin valor en todos los sentidos: todo eso lo ha elegido Dios para asimilarlo a la sabiduría de la cruz de Cristo, quien, en esta fuerza de su debilidad, ha vencido a todos los poderes y autoridades de este mundo. «Gloriarse en el Señor» (Jr 9,23) significa aquí exactamente «gloriarse en la cruz de Cristo» (Ga 6,14). Los discípulos que escuchan tendrán que aprender esto lentamente a través de la pasión, la resurrección y el envío del espíritu.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 36 s.


6.

-"DICHOSOS LOS POBRES".

De año en año resulta más difícil leer en voz alta y sin rubor el evangelio, que acabamos de escuchar todos, quizá con la misma indiferencia de años anteriores. Lo leemos dos veces al año. Y cada vez resulta también más comprometido predicarlo con un mínimo de honestidad.

Hemos comenzado esta asamblea pidiendo perdón a Dios por nuestros pecados. Sólo esta confianza en el perdón de Dios y su gracia pueden darnos coraje para encararnos, una vez más, ojalá fuese de una vez por todas, con este sermón de la montaña, que constituye un auténtico programa del reino de Dios. No se trata de una alternativa para los más fervorosos, para los que quieren seguir a Jesús más de cerca, para religiosos, curas o monjas. Es el programa de Jesús para todos sus seguidores, para todos los cristianos. No hay escapatoria. Por eso interesa profundamente escuchar a Jesús y calar su mensaje, a pesar de ser transparente.

La bienaventuranzas no son una promesa. Jesús no dice que su reino será, sino que es de los pobres y de los perseguidos por luchar en favor de la justicia. Claro que el reino de Dios no es un imperio, ni se parece a nuestros sueños de grandeza o de riqueza. Quizá por eso, no acabamos de creer.

PALABRA DE DIOS. Que el reino de los cielos sea de los pobres, no es difícil de aceptar. Es muy fácil hacer chiste y dejar a los pobres el reino de Dios, con tal que nos dejen a nosotros el de este mundo. Pero eso no deja de ser una triste gracia. Que los pobres sean dichosos, eso ya es otra cuestión y no nos resulta ni mucho menos evidente. Pero es la palabra de Dios. Jesús se ha atrevido a llamar dichosos a los pobres, a los que lloran, a los que sufren; a los que padecen hambre y sed, a los que son perseguidos y asesinados por su amor a la justicia y por solidaridad con los pobres. Lo ha dicho Jesús, que es Dios, según creemos. Y es su palabra contra la nuestra, su evangelio contra nuestro sistema. Y ello para confusión nuestra, que nos llamamos cristianos, o, acaso, Dios lo quiera, para nuestra conversión. Porque hay que cambiar radicalmente de modo de pensar y de vivir, hay que recomponer nuestra escala de valores, si queremos seguir siendo cristianos de verdad. Si creemos en el reino de Dios. Si seguimos con la esperanza en alto.

LA DICHA DE LOS POBRES.

¿Y cual es esa dicha de los pobres? ¿Qué sentido puede tener en los labios de Jesús esa afirmación categórica? Por de pronto hay que decir que la dicha de los pobres no es su actual pobreza. Jesús no bendice la pobreza, sino a los que la padecen; como tampoco bendice el dolor, sino a los que sufren; ni el hambre o la sed, sino a las víctimas del hambre, de la sed o de la injusticia. Jesús bendice a las víctimas de una sociedad injusta e inhumana, pero condena esta sociedad, condena la explotación, la violencia, la insolidaridad, la marginación. Y no creo que ninguno nos sintamos orgullosos de estas terribles lacras sociales. Jesús apuesta por las víctimas, porque en una sociedad injusta nadie es inocente, salvo, en todo caso, los empobrecidos, marginados y asesinados. Pero la dicha de los pobres tampoco será la riqueza. El reino de Dios no es una revancha, para quitar a unos y dar a otros y vuelta a empezar.

Eso es lo propio de los reinos de este mundo. Pero el reino de Dios no será así. La justicia de Dios no es, como la nuestra, una venganza legitimada.

LA DICHA DE LOS POBRES ES SU ESPERANZA.

Los pobres son dichosos porque tienen esperanza, algo que falta y cada vez más en este mundo. Los ricos y poderosos -y lo somos, al menos, en el deseo- ya han conseguido lo que querían. Y ahora, ya no tienen esperanza, ahora sólo tienen miedo: miedo a perder el poder, miedo a que les roben el dinero, miedo a ser pobres, miedo a morirse. Y así viven ya muertos de miedo. En cambio los pobres conocen la dicha de la esperanza contra toda esperanza, porque son el campo abonado donde germina la gracia de Dios. Son dichosos, si son pobres de verdad, es decir, si en su pobreza impuesta son capaces de llegar a la pobreza elegida, y esperar ya nada de los ricos y poderosos del mundo, ni del sistema injusto, ni de las promesas incumplidas. Son dichosos entonces, porque, en su debilidad, han sido elegidos por Dios "que elige lo que no cuenta para anular lo que cuenta". Son dichosos, incluso, porque, en un mundo como éste, si ha de haber alguna salida, no vendrá del poder, sino de la base: no vendrá de los ricos, sino de los pobres. Sólo lo pobres pueden cambiar el mundo, porque ellos, y sólo ellos, no están de acuerdo, son los únicos progresistas de verdad.

LA ESPERANZA DE LOS POBRES ES NUESTRA ESPERANZA.

Jesús no sólo ha proclamado las bienaventuranzas, sino que las ha aceptado. Se ha hecho pobre, ha pasado hambre y sed, ha llorado y sufrido como nadie, ha sido perseguido y ha sido asesinado en una cruz por amor a la justicia. Por eso sus palabras tienen pleno sentido. Y su promesa también. Y por eso la esperanza de los pobres es la esperanza de los cristianos. No podemos hacernos ilusiones. La esperanza cristiana, como la esperanza de los pobres, es esperanza en la palabra de Dios, esperanza contra toda esperanza. Porque es esperanza a pesar de todo, del sistema, de los poderes ocultos, de los intereses camuflados, incluso de la fuerza, de la violencia y de la muerte. Y no es una esperanza alienadora que apunta al más allá, humillada y vencida en el más acá. No es la esperanza de la zorra, que declara inmaduras las uvas por no poder alcanzarlas. Pues la esperanza de los pobres y la de los cristianos se acredita en la lucha diaria por la justicia, la solidaridad, la igualdad y la fraternidad. Lo que esperamos, lo alcanzaremos por la gracia de Dios, pero no sin nuestro esfuerzo, compromiso y trabajo diario. Por eso la opción por los pobres y la comunión en su causa es lo que acredita y sostiene nuestra esperanza en el reino.

EUCARISTÍA 1990/06


7.

No sé yo si las palabras que acabamos de escuchar han entrado dentro de cada uno de nosotros o se han quedado fuera: quizá nos suenen a algo muy sabido ya. Pero si realmente han entrado, si seguimos siendo capaces de escucharlas como palabras nuevas, como un mensaje personal para cada uno y para todos, sin duda habremos quedado con el corazón sorprendido ante ese anuncio fuerte, grande, renovador.

Es el programa de Jesús, la proclamación de su mensaje, la presentación pública de lo que ha venido a decir a los hombres, a nosotros. Una promesa de felicidad.-Por eso hoy deberíamos esforzarnos para que penetrara en nosotros este mensaje, para que nos ayude a entender de nuevo lo que significa ser cristiano, lo que significa seguir a Jesús.

Quizá lo principal sería que hoy nos diéramos cuenta que el mensaje de Jesús no es algo así como un código de circulación, ni la vida cristiana una especie de pista de pruebas. Sino que el mensaje de Jesús es una promesa de felicidad, y la vida cristiana es el gozo de caminar hacia esta promesa.

Lo que hemos escuchado, -este programa- no es, como hemos podido ver, ninguna lista de cosas obligatorias, cosas prohibidas y cosas más o menos peligrosas..., no es un código de circulación que hay que cumplir bajo peligro de multas más o menos cuantiosas... Porque la vida cristiana no consiste en recorrer un trayecto complicado en el que hay distintos obstáculos que superar y varios caminos que no hay que seguir... no consiste en unas pruebas que el que las supera correctamente recibe al final un gran premio y el que no un castigo...

La vida cristiana, el mensaje de Jesús, es algo mucho más grande que eso, algo mucho más interesante y capaz de entusiasmar. Sí, el mensaje de Jesús dice así: "Dichosos los pobres... los sufridos... dichosos los que lloran... dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia..." Dichosos, porque tienen una promesa ante ellos. Dichosos, porque el camino del hombre está marcado por una llamada gozosa y grande que es el Reino de Dios.

Dichosos, porque Dios se ha comprometido con la historia humana, y la ha vivido desde dentro, tira de ella hacia sí. Dichosos, porque Jesús ha sido pobre al lado de los pobres, y ha sufrido, y ha llorado, y ha tenido hambre de justicia y ha sido misericordioso y limpio de corazón, y ha trabajado por la paz y lo han perseguido hasta la muerte; y así, viviendo de esta forma, ha experimentado la vida más plena, más rica, más intensa... más humana, en definitiva.

Una forma de vivir que vale la pena.- Dichosos por todo esto. Dichosos porque hay una forma de vivir que vale la pena, que funciona. Una forma que no se encierra en la tranquilidad estéril y falsa de cumplimiento perfecto de todas las normas -¿recordáis? es la tranquilidad del fariseo, la que desacredita todo lo bueno que los demás puedan hacer en cuanto fallen algo "mandado"-, y no convierte su vida -y lo que es más importante: no pretende convertir la vida de los demás- en una mezquina y triste angustia que ha olvidado la esperanza y el gozo de la libertad.

Una forma de vida que, desde luego, no elimina la monotonía y los problemas cotidianos, ni los encubre. Y una forma que es, además, profundamente exigente, porque su proyecto final no es lograr esto o aquello, este o aquel objetivo, sino que es lograrlo todo, lograr una manera de vivir como la de Jesucristo. Y bastante sabemos que eso nunca se alcanza. Pero precisamente porque es una forma de vivir enraizada en la realidad y que tiene como único término la plenitud, precisamente por eso, es la forma -la única forma- capaz de llenar una vida de hombre que quiere serlo verdaderamente. Y claro, también precisamente por eso, es el programa de Jesucristo. Por eso Jesucristo, el maestro que sabe lo que hay en el corazón del hombre, nos lo presenta como programa, y lo vivirá él como modelo. Hasta la muerte, hasta la resurrección.

Creer que nuestra fe es una llamada a la felicidad.- Estas palabras de Jesús, las bienaventuranzas, son siempre para todos una llamada a la conversión. Y hoy diría yo que el tipo de conversión al que pueden invitarnos es a creer seriamente que nuestra fe no es una lista de normas a seguir, sino una llamada a la felicidad y una llamada a avanzar constantemente en esa manera de ser hombre o mujer que Jesús nos propone. Gozosamente y exigentemente.

Y que esto, además de vivirlo nosotros, sepamos traspasarlo a los demás. Porque es cierto que muchas veces damos una imagen de nuestra fe que parece que se fíe más de las leyes que de la fuerza del Evangelio, y que preste más atención a no sé qué prácticas personales que a la vida propuesta por las bienaventuranzas y al gozo al que Jesús nos invita.

Y esa fuerza y ese gozo y esa vida, ya sabemos que no significa andar por el mundo diciendo que estamos muy contentos -eso dependerá más bien del carácter de cada cual- sino más bien sentirnos lanzados a este camino de felicidad que Jesús ha abierto, y saberlo compartir -¡de tantas maneras!- con los demás.

En la vida de cada día y aquí, como cristianos, profundamente, en la Eucaristía.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1981/03


8. /Mt/05/03

-Bienaventurados los pobres. El discípulo prefiere a los pobres. Ve el rostro de Cristo en todas partes; pero lo ve con preferencia en los pobres porque Cristo fue pobre. La bienaventuranza no es solamente una invitación al amor. Es también una invitación a hacerse pobre. El discípulo se hace pobre de espíritu; tiene confianza en Cristo y le basta; vive de fe. Se hace pobre también materialmente para estar libre y a disposición de los hermanos. Y se hace pobre, además, porque no coloca su confianza en las posesiones y en la seguridad que de ellas se deriva. Sobre todo, el pobre de espíritu es el que se concibe a sí mismo (existencia, competencia, capacidad de todo tipo) como gratitud, y no como posesión; gratuidad que, por ser don en su origen, sigue siendo don en su uso y se hace servicio.

-Bienaventurados los que lloran. Mateo recoge una frase de Isaías, para el cual los que lloran son los que lloran por la suerte de Jerusalén, por la ruina del pueblo de Dios. El discípulo hace suyos los problemas del reino y sufre por ellos. Sufre porque la Iglesia no está unida. Sufre porque la Iglesia no es siempre como debiera ser: signo de la presencia de Dios. Sufre por sus propios pecados.

-Bienaventurados los mansos. Los mansos se parecen a Cristo. Son animosos, se comprometen, suscitan problemas y también incomodidad, pero no recurren a la violencia porque saben que Dios está de su parte: confían su defensa a Dios y tienen mucha confianza en el amor y en la verdad y la justicia. No pretenden que los demás no recurran a la violencia; pero ellos no hacen uso de la misma, porque desean proclamar la confianza en Dios y el amor del prójimo incluso en situaciones desesperadas.

-Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia. Los profetas esperaban el tiempo mesiánico como una época de justicia; también los pobres podrían por fin comer. El discípulo sabe que el mundo más justo no sólo hay que esperarlo, sino también construirlo. Pero hay que construir con fe y serenidad, sabiendo claramente que Dios está presente en la historia, y no sólo el hombre.

-Bienaventurados los misericordiosos. La misericordia es una característica de Dios; Dios es fiel a pesar de las infidelidades de los hombres. Decían los profetas: Yahvé perdona siempre porque es Dios y no un hombre. El discípulo, que está seguro de ser objeto del amor gratuito de Dios, se convierte en signo de misericordia, extiende el perdón a los otros y no lo retiene para sí. El discípulo vive una solidaridad radical.

-Bienaventurados los limpios de corazón. Los limpios de corazón son los simples, que no piensan de una manera y obran de otra. Más profundamente, los limpios de corazón son los que se dan sin reservas, los que han quemado todos los ídolos. Y el que tiene el corazón limpio y simple, tiene también la mirada luminosa; no ve el mal en todas partes, ni sospecha de todos.

-Bienaventurados los pacificadores. Como siempre, el modelo es Cristo, el rey pacífico. Sin embargo, Cristo, el rey de la paz, no vaciló en traer una palabra que divide. No vaciló en hacerse impopular y quedarse solo. Sobre todo no vaciló en perder su paz y su tranquilidad.

-Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia. El discípulo tiene que hacer frente además a sufrimientos e incomodidades que le vienen de su decisión por el reino. Mas en el fondo de estos sufrimientos encuentra un consuelo; la persecución es el signo de estar del lado de Cristo y en la línea de todos los profetas.

-Alegraos y regocijaos, ha dicho Cristo. Uno de los posibles pecados del discípulo es el de abandonarlo todo por el reino y estar triste por ello.

-Fe, amor y alegría. Está claro que las bienaventuranzas son un catálogo de temas, y no una exposición completa de los mismos. La exposición habría que buscarla a lo largo de todo el evangelio. Pero está igualmente claro que las orientaciones fundamentales que apuntan son dos: abrirse al don de Dios (fe) y permitir que este don se extienda a los hermanos y cree una comunidad (caridad). Aquí está toda la ley.

Existe la fe del pobre, es decir, de quien renuncia a las riquezas para darlas a los pobres y para estar más disponible para el reino; de quien no confía en sí mismo, sino en Dios y solamente en Dios.

Existe la fe del manso, que renuncia a la violencia y a las seguridades de los hombres, que cree en Dios y en la eficacia del amor.

Existe la fe del limpio de corazón, que se da a Dios enteramente, sin divisiones, sin reservas; que tiene el alma transparente, capaz de acoger en todas partes la presencia del Señor.

Existe el amor del que lucha por la justicia; sobre todo por la justicia en favor del que tiene hambre y sed.

Existe el amor del pacificador, que trabaja por la paz, que renuncia a su paz para crear la paz.

Existe el amor del misericordioso, que imita la fidelidad de Dios y ama y perdona siempre.

Existe la fe y el sufrimiento del que llora por el reino -dentro de cada uno de nosotros, en el mundo y en la Iglesia-, porque no es como debiera ser.

Existe el sufrimiento y la fe del que sufre a causa de Cristo.

Y en todo esto hay una constante. La palabra "bienaventuranza" indica alegría. La existencia que se configura de acuerdo con las bienaventuranzas es, paradójicamente, una existencia gozosa, un mejor, no algo peor (que se ha de soportar, si acaso, por el premio final). Es también un sacrificio, por supuesto; pero es una bienaventuranza.

BRUNO MAGGIONI
EL RELATO DE MATEO
EDIC. PAULINAS/MADRID 1982.Pág. 57

HOMILÍAS 8-14