10 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO DE RAMOS
CICLO A

29 HOMILÍAS INDISTINTAMENTE PARA LOS TRES CICLOS DEL DOMINGO DE RAMOS

 

1. J/PASION/Mt  J/ABANDONO ESCANDALO/SFT 

Lo que aconteció con Jesús fue algo mucho más serio que un cúmulo de sufrimientos físicos y psicologicos, sin que éstos pierdan su importancia.

Y una de las cosas más serias que acontecieron fue que verdaderamente quedó en tela de juicio la posibilidad y realidad de aquel Dios Padre de quien Jesús había hecho su causa, su razón de ser y de existir, su vida.

Aquel Dios al que Jesús había llamado Padre, y había enseñado a los suyos a hacer otro tanto; aquel Dios que él había presentado como misericordioso, como fuente de todo perdón y de todo bien, como origen de todo amor y de toda felicidad; aquel Dios de quien Jesús había dicho que se preocupaba tanto de los hombres que hasta llevaba cuenta de los cabellos de su cabeza..., aquel Dios no era comparable con el Dios que permitía lo que con Jesús se estaba haciendo.

Y no es que Jesús tuviese el deseo de pasar por todo aquello y que Dios Padre le respetase su deseo: es que Dios desatendía los ruegos y súplicas del que se había mostrado como su Hijo predilecto: "Si es posible, pase de mí este cáliz..." (Mt/26/39); "Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mt/27/46). Si su predilecto era tratado así, ¿cómo serían tratados los demás? Aquello no era posible. Algo fallaba en alguna parte; algo no había funcionado como se esperaba; algo estaba equivocado. Y no es difícil pensar que el equivocado fuese Jesús; los hechos apuntaban claramente a un "error de cálculo" por su parte, cuando no a un error más grave. Quizá ese Dios del que Jesús se hizo mensajero sólo era un sueño en su cabeza, un buen deseo, una bella ilusión; a lo mejor incluso se trataba de la cristalización de los mejores deseos del género humano, pero sin pasar de ahí.

Así de sencillo y así de estremecedor: Jesús moría y, con su muerte, su causa, su Dios Padre, su Reino quedaban no sólo en entredicho, sino abiertamente desautorizados. El drama -es evidente- no se reducía a los grandes tormentos físicos padecidos por Jesús. El drama era si Dios Padre era una realidad o un sueño.

-Al fin, Dios habla.

La respuesta es conocida: sus doce seguidores y unos cuantos más, a los pocos días, empezaron a afirmar que ellos eran testigos de que Jesús, después de todo, había vuelto a la vida. Que su causa, su Reino, su Dios Padre, seguían en pie; y seguían con más fuerza que nunca; Dios Padre le había devuelto la vida a su Hijo; el que antes parecía callar, al fin había hablado, y su palabra era de vida; pero no una vida cualquiera, sino la participación en su propia vida divina, donde ya no es posible ni la injusticia, ni la opresión, ni la desigualdad, ni el sufrimiento, ni la soledad, ni el dolor, ni la muerte.

Ya lo hemos indicado antes, pero no debemos tener reparos en repetirlo ahora: no podemos reducir todos estos acontecimientos -y sus significados- a una vivencia puramente sentimentalista de los mismos. Debe resultarnos una lección para nuestra vida, una lección en la que aprendiésemos a respondernos a interrogantes como éstos: ¿hemos sentido alguna vez, en nuestra propia vida, la "paradoja de Dios"?; ¿nos hemos descubierto a nosotros mismos llamando a Dios Padre y, al mismo tiempo, sintiendo que Dios no nos trata como a hijos suyos?; ¿no hemos afirmado en más de una ocasión que nos sentíamos "dejados de la mano de Dios" a la vez que profesábamos nuestra fe en un Dios Padre amoroso y providente?; ¿no nos hemos preguntado más de cuatro veces "cómo consiente Dios tanta muerte de tanto inocente, si él es un Dios de vida y de amor"? Y ¿cómo hemos resuelto estas aparentes contradicciones? ¿Nos hemos conformado diciendo que es el "designio misterioso de Dios"? Y, si es así, ¿nos ha dejado satisfechos tal respuesta? La lista de interrogantes podría ser muy larga; este es el lugar y el momento para que cada uno ponga los suyos personales, los que han nacido no de la teoría, sino de la vida, de las experiencias, del dolor, de la enfermedad -quizás incurable-, de la muerte de un ser querido, de las injusticias que nos tocan vivir...

Y éste es también el lugar y el momento para darles una respuesta. Una respuesta que, si queremos que sea dada desde la fe, tendrá que ser muy parecida a la respuesta que Jesús dio -y se dio- a estos mismos interrogantes. Una respuesta que: -contra viento y marea, contra todas las apariencias, por encima de toda duda, dejaba en pie la fe en Dios Padre;

-aceptaba que, en ocasiones -muchas ocasiones o, al menos, las ocasiones en las que más sensibles somos para querer descubrir la acción de Dios- los caminos de Dios no tienen nada que ver con nuestros caminos, las respuestas de Dios a nuestras preguntas no son ni tienen por qué ser, necesariamente, las que nosotros suponemos o las que más nos gustaría;

-reconocía que quien cuenta con Dios en su vida, no quedará defraudado, aunque tenga que esperar incluso a después de la muerte para ello;

-una respuesta que, en definitiva, suena así: "Padre, en tus manos me encomiendo" (Lc 23. 45).

¿Estamos dispuestos a hacer esta confesión de fe, incluso en los momentos más oscuros de nuestra vida, como hizo Jesús? ¿Seremos capaces de ver vida y esperanza, como vio Jesús, donde el resto de los hombres sólo veían abandono y muerte? Semana Santa, ¡qué buena ocasión para hacer que nuestra fe sea nuestra vida!

LUIS GRACIETA
DABAR 1987/23


2.

Hoy, Domingo de Ramos, basado en el texto de Mateo, que nos lo describe a su manera, celebramos la entrada de Jesús en Jerusalén, acontecimiento que desencadena de un modo rápido todo el final de la vida de Jesús.

Pero podemos detenernos un poco en el escenario de la entrada, donde Mateo nos sitúa a Jesús llegando a la meta final dde su recorrido: una grn ciudad a la que acude, dos grupos de gentes, una persona, una pregunta.

DOS GRUPOS

Dos son los grupos que forman el cortejo de Jesús, marcados por diferencias que Mateo se obstina en señalar. Pero ha de tenerse en cuenta que no son de tipo moral estas diferncias, el autor no cae en la pretensión de dividir los grupos en buenos y malos, su división queda establecida por otros aspectos.

LOS QUE LE SIGUEN

Jesús llega a Jerusalén acompañado, precedido y seguido por un grupo procedente de Galilea, la región con menos apego religioso a las formas ortodoxas, a las prácticas y a las tradiciones inamovibles.

GALILEA/LUGAR:Galilea rompe los límites convencionales de lo geográfico y lo religioso para pasar a significar la actitud vital espontánea que reconoce en Dios la fuente de una libertad nueva de cara a la vida, el origen de una ley divina-humana comprensible y radical que sienta las bases de una nueva convivencia, la fuerza que guía a la "conquista" de unas formas de vida mejores para todos. La actividad, el sentido, la espontaneidad, la vida, la apertura humana, el sentido religioso sencillo y confiado, son las características de este grupo.

LOS QUE ESTAN EN JERUSALEN

El otro grupo es sorprendido dentro de las murallas de la ciudad fortificada, son los que están pertrechados tras las barreras de la seguridad que ofrecen la ciudad santa y el Templo.

JERUSALEN/LUGAR:Tampoco Jerusalén es un lugar en Mateo: es la actitud religiosa fiel a la tradición, firme en sus convicciones, honrada en su esfuerzo por cumplir las leyes, temerosa del Dios-Juez, asidua a las celebraciones del Templo, convencida de la obligación de salvaguardar íntegro el depósito de la Palabra de Dios, anclada en una actitud defensiva frente a las innovaciones.

En este grupo se amparan quienes de buena fe entienden la religión como una repetición mecánica de lo que han recibido de sus padres y quienes con menos buena fe, e interesados en sus posiciones privilegiadas, desean conservar el status adquirido. Juntos forman el pueblo que Dios se eligió, entendida esta elección como privilegio que da derechos, como status superior, como comunidad verdadera que sabrá resistir los avatares de la historia humana sin necesidad de doblegarse, seguros de la predilección divina.

UNA PERSONA

En ese escenario grandioso de la ciudad y sus alrededores, todo el mundo está polarizado por una persona que levanta mucho alboroto sin motivos aparentes. Jesús, montado en un pollino de burra, una imagen entre ridícula y grandiosa, espontánea y premeditada, sencilla y complicada.

UNA PREGUNTA

¿Quién es éste? La eterna pregunta que desde hace dos mil años muchos hombres del mundo nos hacemos y que cada generación renueva. Una prueba compleja y decisiva para distinguir: no entre buenos y malos, distinción rechazada por Jesús y nunca planteada en el Nuevo Testamento con sentido moral, sino entre cristianos y no cristianos. Una pregunta que se vuelve interrogante sobre quien la plantea y cuestiona al hombre sobre el lugar donde él está situado al hacerla.

VARIACIONES SOBRE LA MISMA PREGUNTA

No es criterio moral el de Mateo al hacerla, es criterio de clarificación, en un ambiente de tensión en el que se movía la primera comunidad cristiana de Palestina, sobre un cristianismo asentado todavía en las tradiciones legales y religiosas judías, o un cristianismo nuevo que, rompiendo con los lazos de la tradición ya muerta, fuera capaz de responder a las exigencias que la humanidad de entonces tenía de una comunidad vital, unida, libre, de un pueblo nuevo de Dios, audaz para romper las murallas de separación entre Dios y el mundo, para ofrecer una imagen humana, sencilla, solidaria y salvadora de Dios, en lugar de tenerlo alejado y encerrado en esquemas, formas y leyes.

LA RESPUESTA DE MATEO

Mateo nos da una respuesta que dice mucho o puede no decir nada. Tras su respuesta está todo el contenido de su evangelio sobre Jesús, como nuevo Moisés que aporta una nueva y mayor libertad, una nueva ley para una nueva marcha hacia una nueva tierra donde todos los hombres podamos vivir mejor.

Pero este nuevo Moisés sentado sobre un pobre animal puede resquebrajar las bases de nuestra seguridad material, social y religiosa. Nuestra respuesta puede ser la de quien le acompaña por la vida o de quien le espera impasible para verlo desfilar muerto por la calle en estos días de Semana Santa, lo cual es una forma de querer conservarlo momia, porque vivo puede ser peligroso.

DABAR 1981/23


3.

Hemos entrado ya, de lleno, en la contemplación del camino de Jesús que, por amor, da la vida. En la cruz, en aquellas tinieblas que se extienden por toda la tierra desde el mediodía hasta la media tarde, se oye su grito: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" En aquellas tinieblas, en aquellas palabras llenas de angustia, se concentra todo el mal, todo el dolor, todo el pecado de la humanidad entera. Jesús experimenta la tristeza, el abandono de la muerte. Incluso se siente abandonado por aquel Dios a quien él llama Padre con tanta ternura.

Hemos empezado nuestro encuentro de hoy recordando la aclamación alegre de la gente que, en Jerusalén, recibe con gozo a aquel profeta que llega de Galilea y proclama la Buena Nueva, la vida nueva, el amor inmenso y transformador de Dios. Nosotros nos hemos unido a aquella aclamación, y hemos afirmado que el camino de Jesús nos atrae, nos llama hasta el fondo de nuestro corazón. Hemos afirmado que nosotros queremos seguir este camino, queremos seguir a Jesús, queremos estar con él.

Pero ahora, después de escuchar este relato sobrecogedor de su pasión y muerte, nos damos cuenta de las consecuencias que tiene aquel camino. Jesús defiende el amor y el servicio a todos los hombres por encima de cualquier clase de ley; Jesús se acerca a los pobres y a los débiles y proclama que son los preferidos de Dios; Jesús se opone a la mentira y la dureza de corazón; Jesús llama a vivir de una manera distinta, nueva, sostenida en la bondad inagotable del Padre. Y todo ello topa contra el muro de un mundo edificado sobre el pecado, sobre la cerrazón, sobre el dominio de unos sobre otros, sobre la falsedad. Y Jesús estorba. Y Jesús es detenido, torturado, ejecutado en el suplicio infamante de la cruz.

Mirándolo a él, colgado en la cima del Calvario, muriéndose por la sangre que ha perdido, por la debilidad y la asfixia, nos damos cuenta que si queremos seguir su camino, tenemos que cambiar mucho. Nosotros, una parte de cada uno de nosotros, formamos parte de este mundo a quien Jesús estorba. Nosotros aún pensamos y vivimos demasiado según los criterios de este mundo.

Por eso, hoy, al comenzar esta Semana Santa, debemos poner toda nuestra alma en Jesús y pedirle, una vez más, que nos transforme, que nos acerque a él, que ponga en nuestro corazón su mismo Espíritu. Y a la vez debemos pedirle que nos haga vivir con mucha fe estos días santos que empezamos. Tanto si nos quedamos en nuestro lugar habitual como si vamos fuera, estos días santos deben ser los días de la contemplación y el agradecimiento. Porque Jesús ha muerto por nosotros. Porque Jesús nos ha abierto un camino de vida. Porque Jesús nos sigue llamando, siempre, sin cansarse, a seguirlo.

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1993/05


4. /Mt/21/01-11

"Montado en un asno"

Los reyes de Israel montaban en una mula (1 R. 1, 33), pero Jesús escoge un animal más humilde, una borrica, a usanza del pueblo pobre. No es un rey guerrero y violento, sino que entiende el servicio como lema de su Reino. Ya lo anunció el profeta (Zac. 9, 9). Contrasta el estilo de Jesús con las expectativas del pueblo que quiere ver en él la restauración de la monarquía de Israel y la liberación política de los romanos opresores. Las masas ignorantes le han seguido muy de lejos y, a la hora de perfilar el compromiso, se han echado atrás. Los discípulos tampoco entienden mucho más su programa.

En su soledad silenciosa, seguro de su misión y fiel a su proyecto, Jesús avanza hacia Jerusalén, hacia la muerte que sabe inminente. No necesita fijarse mucho para ser consciente de que sus enemigos tienen bien pensada y decidida su muerte. Pero él avanza tranquilo con valentía. Es coherente. Confía en la causa que ha proclamado toda su corta vida, el Reino de Dios. Confía también en el Padre. Aunque sienta, como hombre normal que es, la debilidad. De ella serán testigos los olivos de Getsemaní. Con todos estos sentimientos encontrados, su entrada a Jerusalén este día es una demostración de su entera libertad. Avanza hacia la muerte porque quiere, a sabiendas de lo que le espera en la ciudad dentro de pocos días. No puede saber cuántos; para que sean los más posibles, no dormirá en la ciudad ninguna noche. Por algo tiene en Betania amigos fieles.

No los menciona Mateo, pero los niños este día son personajes muy importantes; junto al borrico, gritando su alegría y levantando ramos y trapos al viento, adornan la fiesta y la llenan de alegría. Es su manera de expresar su adhesión a Jesús. Este, que ya los ha bendecido muchas veces, hoy les sonríe complacido; alguno se montará a su lado como jugando a saltar y el Maestro tira de él. Los niños, ajenos a la malicia de los adultos, abren su corazón a la amistad y a todo lo noble. Jesús lo sabe y los quiere. En el centro oculto de la estampa, el borrico sigue a compás lento su camino. Hoy es pieza clave. En él hoy todo lo humilde, simple y sencillo quedó ensalzado por el noble uso que de él hizo el Maestro. «Contestadle que el Señor los necesita». Era una orden.

Pasión según San Mateo

En general Mateo sigue a Marcos en la pasión. Acentúa la responsabilidad del pueblo judío en la muerte de Jesús (Mt. 27, 25) para dar paso así a que los misioneros cristianos formen el nuevo Israel con las comunidades de expaganos.

Mateo presenta a Cristo en el centro de la pasión. El domina majestuosamente la situación. Sus sufrimientos quedan iluminados por tres hechos gloriosos que después Juan profundizará: pondrá testigos apocalípticos de esta muerte soteriológica; hace ver que Jesús cumple libremente la voluntad de Dios y hace ver que sabe cuándo ha llegado su hora.

Mateo aporta reflexiones propias y las formula con textos y salmos del A.T. Son detalles propios de él las treinta monedas de plata, el sueño de Pilatos, su lavatorio de manos, la confesión pública de Judas y su arrepentimiento.

Jesús continúa sufriendo la muerte en todos los hombres privados de libertad, sin lo necesario para vivir dignamente, esclavos de ídolos, drogas, pobrezas e ignorancias. Son vendidos o se venden por un plato de lentejas. Unos se lavan las manos de la pobreza estructural del mundo o quieren suponer que no tienen ninguna parte en ella. Huyen de la verdad y de los problemas, como Pilatos. A los pobres les toca avanzar en soledad con su cruz a cuestas, como Jesús. Los amigos de éste les infunden fortaleza con su solidaridad y disminuyen el peso de la cruz.

"Se rebajó hasta someterse incluso a la muerte"

Este himno prepaulino formula la contemplación de la primitiva comunidad apostólica. En él se proclama la trayectoria del Hijo bajando hasta lo más profundo de la experiencia humana y levantado luego por Dios hasta la altura de la divinidad. «Se despojó de su rango». Se vació por dentro y por fuera. Quiso experimentar la debilidad, el dolor, el miedo y la soledad total. Por esto tenemos un intercesor válido ante el Padre, que conoce por experiencia lo que es ser hombre de barro. Sólo el amor puede empujar hasta tan abajo y alcanzar profundidades tan hondas. Nos salvó desde dentro, penetrando en el misterio del pecado que asumió sobre sus hombros.

Su ejemplo nos estimula a la solidaridad, a la humildad y a la esperanza, ya que estos campos de soledad y de muerte, por donde pasó el pecado, han sido pisados por Jesús con la cruz a cuestas. Sus hondas huellas han hecho brotar flores y vida en pleno desierto. «Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia».

LORENZO TOUS
DABAR 1993/22


5. J/PASION/CR:

-La pasión de Jesús

Acabamos de escuchar el relato de la pasión de Jesús en la versión de Mateo. El evangelista describe con todo lujo de detalles los padecimientos de Jesús, desde sus temores manifestados durante la última cena, y su angustiosa oración en Getsemaní, hasta su último grito al expirar en la cruz. Deja constancia de la crueldad de los guardias al apresarle en el huerto, de la traición del discípulo que lo ha vendido, de la degradante parodia ante el sanedrín y la no menor traición de Pedro, de la pública humillación ante el trihunal de Pilato, la sentencia injusta, la dolorosa flagelación y coronación de espinas, las burlas de la soldadesca, el largo y amargo camino hasta la cruz, la crucifixión y la ultrajante exposición en la cruz ante el pueblo. Los cristianos, impresionados por la tragedia y profundamente conmovidos, han perpetuado todos los detalles en las imágenes y pasos de las procesiones de semana santa, en devociones profundamente arraigadas como el vía crucis... Jamás se borrará de la memoria cristiana la pasión de Jesús. Todos los años, desde el domingo de Ramos hasta el de Pascua nuestras calles se convierten en escenario y memoria de cuanto sucedió en aquel tiempo.

-La pasión de Dios

Pero eso no es todo. Es sólo una parte, un lado, un aspecto, la cara humana y trágica de la pasión del Hijo del Hombre. La otra cara es la pasión del Hijo de Dios, es decir, la pasión de Dios por los seres humanos, la infinita misericordia y el inmenso amor de Dios a los pecadores. Pues, "por nosotros, y por nuestra salvación fue crucificado, muerto y sepultado", como confesamos en el credo. De manera que no podemos separar jamás el doIor de Jesús y su muerte, del amor de Dios y de su promesa de resurrección. Lo importante no es el grado de sufrimiento de Jesús, sino la inmensidad de su amor. Aunque, hay que reconocerlo, por alguna extraña razón los seres humanos sólo apreciamos el amor en el sufrimiento. Ya nos lo advirtió el propio Jesús: "nadie tiene más amor que el que da la vida por los que ama". La pasión de Jesús es la manifestación del amor de Dios, de su condescendencia en demostrarnos su amor a nuestra manera, en la entrega y sacrificio.

-La pasión cristiana

Pero hay más. Si algo no comprendemos los seres humanos, si algo nos atemoriza y espanta es el dolor y la muerte. No entendemos el sufrimiento de Jesús y su muerte gratuita, pero tampoco entendemos nuestros sufrimientos ni nuestra muerte. Por eso como nos dice Isaías, el siervo de Yahvé, sufriendo descubre el sentido dc su sacrificio, y así nos ayuda a nosotros para que también podamos descubrirlo a la luz de la Palabra de Dios. Dios ha querido pasar por la experiencia humana del dolor, del sufrimiento y de la muerte, para descubrirnos el sentido del nuestro. El dolor y la muerte no son necesarios pero son inevitables. El dolor nos alerta del peligro de nuestra vida, para que busquemos remedio en el médico. Pero el dolor nos alerta también del sentido de nuestra condición mortal. No somos dioses, sino sólo seres humanos, mortales. Y sólo si nos aceptamos como somos podemos vivir con dignidad y responsablemente. Los que se endiosan suelen hacer la vida imposible a los demás y son causa de sufrimientos y dolores y muertes añadidas y sin sentido.

-La compasión 
La pasión de Jesús, que da sentido a la condición mortal de los seres humanos, denuncia el sentido de tanto sufrimiento añadido, de tanta violencia gratuita, de tanta injusticia inexplicable e irracional. Por eso, al participar en los sentimientos de Jesús, al compadecer con él, tenemos, como él, que sentir compasión y piedad de tantos millones de seres humanos injusta e inocentemente reducidos a la miseria, a la muerte de hambre, a la muerte violenta impuesta desde ideas o intereses inconfesables. Cada víctima del terrorismo, cada muerto en la guerra, cada muerto de hambre, cada muerto en soledad y abandonado, todos los muertos innecesarios siguen paseando en carne viva por nuestras pantallas y nuestros periódicos los verdaderos pasos de la pasión de Jesús. Ellos son las otras procesiones de semana santa y de todas las semanas santas del año, más auténticas que muestros desfiles procesionales.

-No resignación

Por eso, la compasión cristiana nada tiene que ver con la resignación. Podemos aceptar el dolor y la muerte, consecuencia de nuestra condición de mortales, pero no podemos aceptar el dolor y la muerte añadidos por exigencias del desarrollo, del progreso, el poder del dinero, de la ambición, de los idealismos y reivindicaciones por legítimas que parezcan. Cristo ha muerto por todos. Ningún hombre merece morir. La muerte y el dolor no pueden ser profanados, utilizándolos como medio para nada. Si matamos o dejamos morir de hambre, nos convertimos en verdugos o cómplices de quienes dieron muerte a Jesús.

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-¿Qué sentimientos provoca en nosotros la pasión Jesús? ¿Lástima por tanto sufrimiento? ¿Rabia por la injusticia? ¿Vemos el amor de Dios?

-¿Qué pensamos de los sufrimientos humanos? ¿Nos resistimos? ¿Nos resignamos? ¿Qué sentido tiene el dolor?

-¿Nos da miedo la muerte? ¿Cuidamos la vida? ¿Cuidamos de todo cuanto hace posible y hermosa la vida humana? ¿Cuidamos nuestras cosas, nuestras casas, ciudades... nuestro mundo?

-¿Qué pensamos de la violencia, de los homicidios, del terrorismo, del hambre extrema? ¿Qué podemos hacer para evitarlos? ¿Qué estamos dispuestos a hacer? ¿Estamo dispuestos a dar la vida...?

EUCARISTÍA 1993/17


6. PROCESION/RAMOS 

-Verdaderamente se trata, según se ve, de un homenaje a Cristo Rey, homenaje que a nosotros nos puede parecer un poco turbulento, es cierto, y que tenía el peligro de disminuir considerablemente -cuando se introdujo en la liturgia romana- la primacía del tema de la Pasión gloriosa de Cristo. Pero no fue así.

La renovación no ha tenido miedo de poner de relieve la procesión en honor de Cristo Rey. Se ha simplificado notablemente el rito de bendición de los Ramos. Efectivamente, lo que importa es mucho más la procesión en la que se agitan las palmas que las palmas mismas. Hay que notar el uso mantenido en la liturgia actual de un punto de reunión fuera de la iglesia, a condición de que sea esto posible. Ya desde el momento en que la gente se ha reunido, una antífona da el tema de la celebración que va a tener lugar: "¡Hosanna al Hijo de David!, iBendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel! ¡Hosanna en el cielo!".

Mientras se distribuyen los ramos se canta la antífona: "Los niños hebreos, llevando ramos de olivo", con el salmo 23: "Del Señor es la tierra y cuanto la llena"". Se canta a continuación la antífona: "Los niños hebreos extendían mantos por el camino", con el salmo 46: "Pueblos todos, batid palmas".

Distribuidos los ramos, se proclama el evangelio de San Mateo (21,1-9): la entrada de Jesús en Jerusalén. Después, para poner en acción el evangelio proclamado, se va en procesión cantando las antífonas que recogen el texto evangélico.

En medio de la procesión puede cantarse un himno a Cristo Rey o cualquier otro canto apropiado.

En esta procesión debemos ver mucho más que un remedo y un recuerdo, la subida del pueblo de Dios, nuestra propia subida con Jesús hacia el sacrificio. Además, mientras que la procesión nos recuerda el triunfo de Cristo en Jerusalén, nos lleva también ahora hacia el sacrificio de la cruz, hecho presente en el sacrificio de la misa, que va a ofrecerse. Si en esta procesión no viéramos más que aglomeración de una multitud, palmas agitadas y cantos entusiastas, desnaturalizaríamos la auténtica importancia de esta procesión en la liturgia romana. No es para ella la conmemoración de la entrada de Cristo en Jerusalén, no es sólo una procesión triunfal, es una marcha de Cristo con todo su pueblo al Calvario y al acto de la Redención. Indudablemente, quizás este domingo de Ramos que abre la puerta a la semana santa es lo que el pueblo sencillo mejor retiene; incluso a veces se mezcla la superstición en ello. Sin embargo, la riqueza de los textos y la frecuente ocasión concedida al pastor para explicarlos, pueden fácilmente enmendar los errores y llevar a los fieles a una verdadera comprensión del misterio pascual que va a celebrarse de nuevo para nosotros de una manera más solemne.

-La Pasión gloriosa para la Alianza Mt/J/Pasion: El domingo de Ramos proclama la Pasión del Señor según San Mateo, San Marcos y San Lucas, según los diferentes Ciclos.

Los exegetas han señalado que el evangelio de Mateo está escrito en referencia a la historia de Moisés. Han podido descubrir en él tantas coincidencias, que han considerado posible sacar la conclusión de que San Mateo presenta a Jesús en su obra como el nuevo Moisés (2). Sin duda alguna que la elección del evangelio de San Mateo no está motivada por esta relación con Moisés, en orden a presentar preferentemente a Cristo como el hombre de la Nueva Alianza y subrayar la unión de ésta con la Pasión. La liturgia, en efecto, ha seguido sencillamente el orden de los cuatro evangelios y empieza por el de San Mateo sin otras pretensiones teológicas. Pero podemos sacar provecho de esa relación. Está ya fuertemente marcada en el evangelio de la entrada de Cristo en Jerusalén. El eclesiástico Rabba escribe: "El último liberador actuará como el primero. ¿Quién fue el primer liberador? Está dicho: Entonces Moisés tomó a su mujer y a sus hijos y los hizo montarse en un asno. Asi será el último liberador: humilde y montado en un asno". Citemos simplemente una página que nos muestra el evidente acercamiento que hace el evangelio de Mateo entre Cristo y Moisés:

"... deteminados episodios de la Pasión deben ponerse de relieve. Hay que mencionar primeramente algunos detalles sobre la traición de Judas. En dos ocasiones (26,14-16; 27,3-10) se refiere Mateo a una página de Zacarías (11,11-13). Este último ha obtenido simbólicamente el puesto de Yahvéh, pastor de Israel (Zac. 11,4); pero ante la mala voluntad del pueblo, rompe la Alianza (v. lO). Y he aquí que el salario de sus trabajos -y por lo tanto det pastoreo de Yahvéh mismo- es estimado por las clases dirigentes (los sacerdotes) en treinta siclos de plata, el precio de un esclavo (Ex. 21, 32). Conforme a la orden de Yahvéh, el profeta arroja entonces los treinta siclos en el tesoro del templo. Con Jesús la historia tiene su cumplimiento: Cristo, pastor de Israel, es valorado también en treinta monedas de plata; pero Judas, presa de remordimientos, arroja las monedas en el santuario antes de ir a ahorcarse (Mt. 27, 5), mientras los sacerdotes recogen el precio de la sangre (Mt. 27,6). Una vez más, la Pasión de Cristo, en la que será derramada su sangre, estimada por los judíos en un precio irrisorio, señala el final de la Antigua Alianza .. Hay que señalar también las múltiples citas del salmo 22 en el evangelio de Mateo (27, 35.39.43.46); es sabido que este salmo termina con la promesa de un reino de Dios extendido por todo el universo como consecuencia de los sufrimientos y de la predicación del siervo fiel. El nexo entre la muerte y Jesús y el cambio de la Alianza aparece también en otros indicios: Jesús es condenado y entregado a muerte (Mt. 26, 61; 27, 4O) por haber predicho el advenimiento de un nuevo templo, es decir, el fin de la legislación cultual del Sinaí..., etc.

La Iglesia tiene conciencia de que ella es ese pueblo de la Nueva Alianza. Este es el motivo de que hoy mismo en la 2ª Iec- tura de la misa lea la carta del apóstol Pablo a los Filipenses: "Hermanos, tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo. El cual, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojo de su rango, y tomóo la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un homhre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz". (Flp. 2, 5-8).

Sin embargo, esta visión de la Pasión de Cristo, que va a ser hecha presente de nuevo, conmueve a la Iglesia. Porque ella sabe que al que se anonadó, obedeciendo hasta la muerte de la cruz, Dios lo exaltó soberanamente. Le concedió el Nombre-sobre- todo-nombre. Y el canto de aclamación recoge otra vez el texto de Filip. 2, 8-9. Es verdaderamente el Cristo de la Alianza Nueva. Ella saluda a ese Dios que vino en medio del sufrimiento para salvarnos; vencido pero para alcanzar la vitoria; muriendo pero para darnos la vida eterna. San León, en su Sermón 11 sobre la Pasión, exclama: "Lo que unos testigos falsos, lo que unos príncipes sanguinarios, lo que unos sacerdotes impíos infligieron al Señor Jesucristo con el concurso de un procurador cobarde y de una cohorte inexperimentada, todo ello fue una obra que todos los siglos deben a un tiempo maldecir y abrazar. La cruz del Señor, en efecto, cruel en la intención de los judíos, es admirable en la fuerza del crucificado" (LEON EL GRANDE, Sermón 11 sobre la pasión, SC. 74, 77; CCL. 138 A, 38O, 381).

La Iglesia sabe lo que le ha costado a su Señor esta gloria de la resurrección. En la 1ª lectura hace leer Isaías (5O, 4-7) mostrando a Cristo como quien no protegió su cara de los golpes.

La respuesta tomada del salmo 21 es un gran grito de desamparo del Señor, Cristo, sohre la cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?". Y ahora el cristiano se acerca a la mesa de la comunión cantando la antífona: "Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad" (Mt 26, 22). Beber la sangre de la Nueva Alianza es aceptar en toda su realidad y concretamente, la Pasión del Señor para poder triunfar con él.

La Pasión según San Mateo relacionaba el misterio de la Nueva Alianza y su Jefe, Cristo, con la Alianza Antigua pactada con Moisés. La Pasión según San Marcos es narrada por el evangelista de una manera muy concreta, con un realismo trágico. El cristiano se siente dominado por la Pasión del Cristo que guarda silencio, que muere en la soledad y el abandono del Padre. Y en ese momento cada homhre, cada cristiano, toma conciencia de que en el curso de su existencia terrena tendrá que realizar este programa, dar cumplimiento a este mismo viaje del Hijo del hombre, desde Galilea a Jerusalén, La subida a la cruz, la bajada a la muerte. Camino penitencial del homhre caido que Cristo ha querido recorrer por todos nosotros. Camino que ha recorrido pero que le ha llevado a la resurrección y a la gloria, a la derecha del Padre; se ha hecho así para nosotros el camino de nuestra salvación y de nuestra vida. Su Pasión ha provocado la remisión de nuestras faltas y nos ha abierto el camino que tenemos que seguir ahora, a la manera que él mismo lo ha recorrido, a fin de ohtener perdón.

CZ/CV: El evangelio de Lucas insiste en la Cruz como factor de conversión. No teme alejarse del esquema de Marcos. Si presenta a Simón de Cirene y a las piadosas mujeres es porque quiere testigos de los hechos; pero más todavía quiere que el cristiano se encuentre más íntimamente asociado a la cruz de Cristo. Simón llevará la cruz de Cristo siguiendo a Jesús, y esa debe ser la actitud de todo cristiano. Advirtamos la insistencia de Lucas en las piadosas mujeres anónimas que siguen a Jesús, que ohservan de lejos (Lc 23, 49) y se lamentan (23, 27). Cada cual, después de haber visto lo ocurrido, vuelve a su casa golpeándose el pecho (23,48). La eficacia de la cruz es cuidadosamente señalada por Lucas a propósito de los dos malhechores crucificados a los lados de Jesús: "Hoy estarás conmigo en el Paraíso" (23,43). Al morir Jesús y en el momento de los cataclismos que le acompañan, el centurión exclama: "¡Ciertamente este homhre era justo!". (23, 47).

Si queremos sintetizar nuestras observaciones, podríamos decir que San Mateo presenta a Cristo a la luz de la fe y lo ve en relación con la Iglesia; Marcos subraya la revolución producida por los acontecimientos que afectan a Jesús y a sus discipulos, mientras que Lucas insiste en el vínculo entre los discípulos, aquellos que quieren seguir a Cristo y la Cruz de Jesús.

La 1ª lectura está tomada del tercer canto del Siervo de Yahvéh en Isaías (5O, 4-7). Oímos allí al siervo que escucha la palabra desde la mañana sin rebelarse, sino abriendo el oído. Pero escuchar la palabra significa también aceptar los acontecimientos. El siervo deja que le golpeen la espalda, las mejillas y se deja mesar la barba. No oculta el rostro a insultos ni salivazos. Imposible no ver en los versos de este poema la historia misma de la Pasión del Señor. Pero el Señor viene en ayuda del siervo obediente que no queda avergonzado.

El salmo 21, escogido como respuesta y cantado por el mismo Cristo en la cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?", ha sido releído por el Nuevo Testamento que ha hecho de él el salmo por excelencia transformado por los labios de Cristo. La comunidad cristiana ha visto entre la plegaria del salmista y la vida de Jesús un estrecho lazo que será puesto de relieve por los evangelistas.

J/PASION/HOY:Nos queda reflexionar sobre el significado de la Pasión de Cristo para nosotros. Es preciso reconocerlo: la piedad con frecuencia ha comentado el relato de la Pasión insistiendo demasiado exclusivamente en los sufrimientos de Jesús. Sin duda las profecías mismas describen a Cristo como el varón de dolores. Sin duda también es importante no olvidar que Cristo lleva así los sufrimientos y las contradicciones del mundo y que es en cierto sentido su testigo y su mártir, ya que sufre y muere por establecer el Reino de los liberados y por introducir en él a los hombres cuya miseria, excepto el pecado, él ha conocido y compartido.

Sin embargo, detenerse en la Pasión dolorosa sería no entenderla. Es el peligro de un cierto anecdotario que la celebración del Viernes santo ha logrado evitar en la liturgia romana. Es sorprendente constatar que los evangelistas, testigos también de la resurrección, ya no son capaces de presentar un relato dolorista de la Pasión, porque la ven y la entienden a través de la visión gloriosa de Cristo resucitado a quien han visto subir a la gloria. Es lo que expresa el libro de los Hechos cuando dice: "Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado" (Hech. 2. 36).

El mejor correctivo de una impresión dolorista e incompleta de la Pasión nos viene precisamente ofrecido en la 2ª lectura de la misa, en la que San Pahlo hace descubrir a los Filipenses la humillación de Cristo, hecho siervo y semejante a los homhres y yendo en su humillación obediente hasta la muerte de cruz. Pero en seguida añade: "Por eso Dios lo levantó sobre todo". Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra y toda lengua proclame que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre (Flp. 2,6-11).

El conjunto de la liturgia de los Ramos da, pues, una visión teológica muy completa del misterio de Cristo, que no puede ser únicamente misterio de muerte sino misterio de vida triunfante a través de la muerte. Y esto no es algo sin importancia para una justa concepción de la vida espiritual.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO
CELEBRAR A JC 3 CUARESMA
SAL TERRAE SANTANDER 1980.Pág. 194-200


7. 2002 -  COMENTARIO 1

Y POR ESO LO MATARON
Dios no es un sádico, sino un Padre. Por eso no podemos decir que la muerte de Jesús fue una exigencia de Dios para expiar los pecados de la humanidad. No fue Dios, sino la hu­manidad, la que exigió tal sacrificio: la torpeza de una huma­nidad que necesita ver morir a alguien para tomar conciencia de sus miserias, que necesitó ver morir al Hijo de Dios para descubrir el camino de su salvación.

DIOS NO ES UN SÁDICO

No. Dios no es un sádico a quien le guste el sufrimiento de los hombres. No. La pasión y muerte de Jesús no es la sa­tisfacción que Dios exige para conceder el perdón a la huma­nidad pecadora. La muerte de Jesús no es el castigo que se merecía la humanidad y que Jesús sufre en nombre de todos los hombres, sus hermanos. Dios no necesita ni exige que na­die sufra para perdonar. Dios perdona gratuitamente, no por­que nosotros nos lo merezcamos ni porque haya tenido que merecérnoslo nadie. Dios perdona porque es Padre, porque es amor, porque nos quiere y desea nuestra felicidad. Y eso sí que se manifiesta en la cruz de Jesús: el amor de Dios en el amor de Jesús, su hijo, quien, al enseñarnos a amar, se dejó la piel en el empeño.

Y POR ESO LO MATARON

«Es que sabía que se lo habían entregado por envidia».

¿Cuál fue, entonces, la causa de la muerte de Jesús?

Está claro, desde el principio del evangelio, que Jesús no se lleva bien con determinados grupos de la sociedad judía ni con los representantes de determinadas instituciones.

El gobierno autónomo judío estaba formado por tres gru­pos, con los que repetidamente había chocado Jesús: los sumos sacerdotes, responsables últimos del aparato religioso; los se­nadores, miembros de las grandes familias de terratenientes de Palestina, y los letrados, los teólogos oficiales del régimen, casi todos del partido fariseo.

Jesús se había enfrentado con todos estos grupos diciéndo­les cosas como éstas: que habían convertido -los sumos sacer­dotes- la religión en un negocio y que ellos eran unos bandi­dos (Mt 21,13); que era más fácil que un camello pasara por el ojo de una aguja que un rico entrara en el reino de Dios (Mt 19,23-24); que eran -los fariseos- unos hipócritas que, con el pretexto de la religiosidad, se aprovechaban de la gente (Mt 23,1-36)... Y no se lo perdonaron.

«ESTE ES JESUS, EL REY DE LOS JUDÍOS»

En el juicio que le hicieron los dirigentes de su pueblo lo acusaron de delitos religiosos. Para ellos tenían más importan­cia y, además, en su predicación Jesús había arremetido con fuerza contra aquella religión opresora que se habían montado. Pero como ellos no podían matarlo -los que allí mandaban de verdad eran los romanos (Roma era la superpotencia de entonces), lo llevaron al tribunal del gobernador y allí lo acusaron de delitos políticos: que pretendía hacerse rey (lo que no era verdad) y que defendía que no se debían pagar impues­tos a los invasores (y en esto se quedaron cortos).

A Jesús lo mataron porque estorbaba: a los religiosos, que se habían apropiado de Dios, y Jesús se lo devolvió al pue­blo; a los ricos, que agradecían a Dios sus riquezas, cuando en realidad Dios, según Jesús, estaba de parte de los pobres, víc­timas de la injusticia de la riqueza; a los teólogos oficiales, que hablaban de un Dios amo/dueño, mientras que Jesús mostró que Dios es Padre y Liberador; a los poderosos, que también ellos ponían a Dios en el origen de su poder, y Jesús, en cam­bio, decía que era el demonio el que ofrecía todos los reinos y todo su esplendor...

Les estorbaba. Y por eso lo mataron.

Y POR ESO SE DEJO MATAR

Jesús sabía que, desde el principio, le tenían ganas todos los que hemos citado antes. Pero no se echó para atrás. El ha­bía asumido un compromiso de lealtad para con Dios y de so­lidaridad con la humanidad y estaba dispuesto a llevarlo hasta el final, hasta la muerte si era preciso.

Porque su enfrentamiento con los ricos y poderosos de este mundo no se debía a su deseo de conseguir él los puestos que ellos ocupaban, como casi siempre ocurre, sino, muy al contrario, a su propósito de ofrecer a los hombres un modo alternativo de vivir, un modo de organizar la sociedad humana en el que no cabe ni la injusticia, ni la explotación de los po­bres, ni la opresión de los humildes, ni la alienación (aliena­ción = comedura de coco) de los sencillos. El venía a revelar el verdadero rostro de Dios: dador de vida y amor, Padre que no puede soportar el sufrimiento de sus hijos y que quiere que los hombres sean verdaderamente libres, que sean dichosos y que construyan su felicidad compartiendo el amor y vi­viendo como hermanos.

Jesús tenía que enseñar a los hombres que lo que puede salvar al mundo de éstos no es ni el poder, ni el dinero, ni la violencia, ni la sabiduría que justifica todo esto; que lo único que puede salvar a la humanidad es el amor.

Y por eso se dejó matar: por amor. Para ser fiel a su com­promiso de amor y para enseñarnos cómo es posible amar has­ta la muerte.

«... Y EXHALO EL ESPIRITU»

Por eso, al exhalar su último suspiro, entregó su Espíritu -el Espíritu de Dios, que él poseía en plenitud-, como el último y definitivo acto de su compromiso de amor con sus hermanos los hombres. Era parte esencial de su misión: tenía que ofrecer el Espíritu a los hombres para que, con la fuerza de ese Espíritu, fueran capaces de amar a los demás más que a sí mismos, para que, amando de ese modo, fueran haciéndose hijos de Dios y hermanos unos de otros. Y así, de su amor, llevado hasta la exageración en la cruz, nace la posibilidad para cada hombre de llegar a ser hijo de Dios y de vivir como her­mano de los hombres.

Así, lo que parecía su derrota se convirtió en la manifesta­ción de su gloria: «Verdaderamente éste era Hijo de Dios».


8. COMENTARIO 2

Al contrario que en Mc, es Judas quien pide dinero por entre­gar a Jesús (v. 14). Judas es el hombre que no ha hecho la opción por la pobre­za (5,3), y el afán de dinero lo ha llevado a traicionar el mensaje (13,22). El precio que los sumos sacerdotes ponen a Jesús se en­cuentra en Zac 11,12 (LXX). Las treinta monedas de plata eran el precio de un esclavo (Ex 21,32).

La escena tiene lugar "el primer día de los Azimos" (fiesta de los panes sin levadura), la tarde de la víspera de Pas­cua. Son los discípulos los que recuerdan a Jesús que ha de ser preparada la cena. Jesús, consciente de que "su momento" -el de su muerte- está cerca, manda a todos los discípulos a dar el recado a un desconocido.

"Caída la tarde se puso a la mesa con los Doce" (v. 20). "Los Doce" se identifican con "sus discípulos"; se ve el valor simbólico del número, que designa al grupo como el Israel mesiánico. Jesús anuncia la traición, provocando la tristeza y la inseguridad de ellos (v. 21); "mojar en la misma fuente" era gesto de amistad e intimidad.

Y añade: "El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero ¡ay de ese hombre que va a entregar al Hijo del hombre! Más le valdría a ese hombre no haber nacido". Hay una clara oposición entre "el Hijo del Hombre" y "ese hombre", es decir, entre el portador del Espíritu de Dios (3,16) y el que carece de él. Al entregar al Hijo del hombre a la muerte, Judas elimina de sí mismo todos los valores propios del Hijo del hombre y pretende acabar definitivamente con ellos. Renuncia para siem­pre a su plenitud humana. Prefiere el dinero a su propio ser. La vida del hombre es un camino hacia la plenitud; quien renuncia a ella se condena él mismo al fracaso; más le valdría no haber na­cido.

"Entonces reaccionó Judas, el que lo iba a entregar, dicien­do: -¿Acaso soy yo, Rabbí? Jesús respondió: -Tú lo has dicho (v. 25). Jesús va estrechando el círculo de los posibles traidores (v. 21: «uno de vosotros»; v. 23: "Uno que ha mojado en la misma fuente que yo"). A la primera denuncia to­dos reaccionan, excepto Judas: "Ellos, consternados, empezaron a replicarle uno tras otro: ¿Acaso soy yo, Señor?" (v. 22).

A la segunda, Jesús se ve forzado a reac­cionar: "Tú lo has dicho" (v. 25).

Sin reproche alguno, Jesús identifica al traidor, aunque no ne­cesariamente a los oídos de todos. Es su último esfuerzo para que Judas tome conciencia de lo que va a hacer y recapacite.

“Cuerpo” significaba la persona en cuanto identificable y activa; “sangre” (símbolo de la muerte violenta) denotaba también a la persona en cuanto entregada a la muerte.

El sentido inmediato del pan es el de alimento, y como tal indispensable para la vida. Al mismo tiempo, era símbolo de la Ley. Al identificar Jesús el pan con “su cuerpo” sustituye el código de la alianza antigua por el de la suya: la norma de vida para el discípulo es él mismo, su persona y su actividad. Invita a los discípulos a comer el pan, es decir, a asimilarse a su persona; es una expresión del seguimiento. La bendición que pronuncia Jesús pone este relato en relación con el primer episodio de los panes (14,19). La entrega de los discípulos a la gente, simbolizada por el reparto del pan, se hace posible por esta entrega de Jesús a ellos y la identificación de ellos con Jesús.

Al darles este pan, simboliza Jesús su entrega a ellos por amor; ellos, a su vez, deberán entregarse a todos en el pan que repartan. Mt no constata que los discípulos comiesen el pan.

La copa es símbolo de pasión y de muerte. La acción de gracias pone el relato en relación con el segundo episodio de los panes (15, 35s).


9. COMENTARIO 3

Luego de la procesión inicial de Ramos que intenta hacer memoria de la entrada triunfal de Jerusalén, la liturgia nos coloca de lleno ante el misterio de la Pasión y Muerte de Jesús. Nos presenta en la primera lectura y en el salmo interleccional dos textos que ayudaron a la comunidad primitiva -y al propio Jesús- a superar el escándalo de la muerte injusta y a asumir el sentido más profundo de los acontecimientos. Por su parte, la segunda lectura da la visión teológica del "anonadamiento" de Jesús el Mesías.

El relato evangélico transmite, en su forma más larga, la sucesión de los acontecimientos que van desde la traición de Judas hasta la sepultura de Jesús y, en su forma más breve, desde la actitud asumida por Je­sús ante el procurador hasta los acontecimientos que siguen inmediatamente a su muerte. En ambos casos, con la repetición de los verbos "acontecer", “entre­gar" y "crucificar" se presenta la realización de la vo­luntad de Dios que pone al descubierto las intencio­nes de los seres humanos. Mediante el primer verbo, empleado varias veces en el discurso escatológico (Mt 24-25), Mateo une íntimamente la Pascua de Jesús con el fin del mundo, anunciado en los capítulos anteriores. El rey glorioso, que con­voca a sí a todas las naciones, asume aquí la forma del más pequeño de sus hermanos.

Dejando de lado los elementos propios del relato opcional largo, nos centramos en la explicación de los elementos más notables del pasaje más breve. En él se nos transmiten sucesivamente tres escenas: pre­sentación ante el procurador romano (vv.11-26) cru­cifixión (vv.27-44) y muerte de Jesús (vv.45-54).

En presencia del gobernador, Jesús guarda silencio y Mateo oportunamente nos recuerda la fiesta y la consiguiente amnistía para un condenado. En este contexto Mateo refiere dos acontecimientos que se encuentran en los otros sinópticos: la proclamación de la inocencia de Jesús por parte de la mujer de Pilatos y el gesto del gobernador romano que se lava las manos. Este último se acompaña con la asunción por parte del pueblo de la responsabilidad de la crucifixión.

El mundo pagano, par boca de la mujer de Pilatos, reconoce la inocencia de Jesús. Por el contrario, su propio pueblo, arrastrado por la mala voluntad de sus dirigentes, se hace cómplice de su condena. La autoridad imperial, aunque reconoce la inocencia de Jesús, no hace nada para dictar una sentencia justa. Entonces, Pilatos “entregó" a Jesús para ser crucificado.

Detrás de estas injusticias y violencias de las personas hay un nivel más profundo de significado. Po­niendo en boca de los sumos sacerdotes (v.43) una expresión del salmo 21, el evangelista reconoce en Jesús al justo sufriente que manifiesta la acción liberadora de Dios respecto al oprimido.

Esta liberación se realiza en la escena final de la muerte de Jesús (vv.45-54), relatada en das etapas: el doble gran "grito" (vv.46-50) y el "terremoto" que sigue a la muerte de Jesús (vv.51-54).

La escena del doble grito retoma diversos elemen­tos del Bautismo de Jesús. En ambos textos se con­signa el verbo "dejar". La doble gran voz hace eco a la voz del mensajero en Mt 3,3 y a la voz celeste del bautismo. De esta forma Mateo subraya que la muerte lleva a plenitud la escena inaugural del bautismo. Gra­cias a la muerte, el Mesías lleva a término la misión que el Padre le había asignado en el Bautismo.

El Hijo amado de Dios sólo puede mostrar plena­mente su confianza y obediencia filial al designio salvifico del Padre abandonándose totalmente a Él, aun en la dura realidad de la muerte.

La escena del terremoto (vv.51-54) constituye una verdadera teofanía. En Ez 37 se mencionaban la pre­sencia del Espíritu, de tumbas que se abren y de Yahveh que hace retornar a su pueblo para que este pueda reconocerla. También ahora ante Jesús que exhala "el espíritu", los "santos que habían muerto resucitaron" entrando no ya en Israel sino en la "ciudad santa". Y este hecho es manifestado a "muchos" (v.53).

De esa forma no es posible en adelante ocultar la presencia divina, "la cortina del santuario" se rasga y todo ser humano, incluso los paganos como el capi­tán y los soldados, pueden reconocer la aparición de­finitiva de Dios en la historia humana.

Ya estamos en la semana «mayor» del año. Un sentimiento de recogimiento, de atención, «con el alma de rodillas»... nos puede ayudar a vivir intensa­mente «estos sagrados misterios» que vamos a cele­brar, incluso aunque debamos compatilizarlos tal vez con las vacaciones, la atención a la familia, viajes...

Para esta semana: recogimiento, participación en las celebraciones, contemplación, amor y paz...

1. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Seréis dichosos". Ciclo A. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. J. Mateos - F. Camacho, El Evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid.

3. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).

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