10 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO DE RAMOS
CICLO A

 

10.

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Octavio Ortíz

Nexo entre las lecturas

En este domingo se tiene la procesión simple o solemne que conmemora el ingreso de Jesús en Jerusalén. El evangelio que se proclama al inicio de la procesión pone de relieve que Jesús es el “Hijo de David”, importante título mesiánico, y subraya que éste es un Rey humilde, justo y victorioso que restaurará la ciudad de Jerusalén. El clima de la procesión es festivo y es una anticipación profética del triunfo definitivo de Cristo sobre el pecado y la muerte en su misterio pascual.

Las lecturas de la Misa, en cambio, nos exponen las condiciones que serán necesarias para que Cristo alcance este triunfo. La primera lectura nos presenta al Siervo doliente con sus sufrimientos y su admirable disponibilidad ante el sacrificio (1L). El himno cristológico de la carta a los Filipenses hace hincapié en la humildad y en la obediencia filial, hasta la muerte en Cruz, de Jesús (2L). Finalmente el relato de la pasión según san Mateo muestra a un Cristo lleno de majestad que reina, pero que ha sido rechazado por el pueblo y sus dirigentes y es conducido a la muerte. Sin embargo, a pesar de ser rechazado, Él es la piedra angular sobre la que se levanta el edificio de la Iglesia naciente (EV). Obediencia filial hasta la muerte por amor es aquello que unifica y sobresale en la liturgia de este día.


Mensaje doctrinal

1. La procesión. La cuaresma ha sido un camino de conversión que la Iglesia ha realizado con Cristo-cabeza en su ascensión hacia la ciudad de Jerusalén. Ahora llega el momento de hacer el ingreso solemne en la ciudad santa. Cristo mismo está presente en la procesión por medio de la cruz que precede el caminar de los fieles; está presente en el evangelio que se proclama al inicio mismo de la procesión; está presente, finalmente, en quien preside la liturgia procesional. Esta procesión es un símbolo hermoso de cómo Cristo camina con cada uno de los hombres en su peregrinar hacia la patria definitiva. La promesa bíblica encuentra también aquí un hermoso significado: “Yo estaré con vosotros”.

Al mismo tiempo, la procesión de los fieles se dirige hacia Cristo que se inmolará en el altar. La proclamación de la pasión según san Mateo nos hará ver el camino de afrentas que Jesús tuvo que soportar por amor de nosotros, hombres pecadores. La mirada de los fieles, por lo tanto, se dirige con amor a Cristo, amigo de nuestras almas, cordero inmolado que ha dado su vida en rescate nuestro. San Bernardo comenta que en la procesión se representa la gloria celeste, mientras que en la Misa se hace claro cuál es el camino para llegar a ella. Si en la procesión vemos con claridad la meta hacia la que debemos llegar, es decir, la patria del cielo, la pasión nos hace ver el camino y las condiciones que son necesarias: la persecución, la obediencia humilde, la pasión dolorosa. El ideal sería descubrir ambas realidades: patria celesta y camino para llegar a ella, en su dimensión cristológica. Cristo que camina con nosotros, Cristo que camina delante de nosotros abriéndonos la puerta de los cielos, Cristo que camina y sufre y padece en nosotros que somos su cuerpo.

2. La fe en Cristo en la pasión de San Mateo. En Mateo descubrimos una perspectiva cristológica. Jesús afirma claramente ante el Sumo Sacerdote que Él es el Mesías, el Señor y que en él se cumplen las promesas del Reino y se instaura una nueva alianza. (26,64) Él se muestra dueño de su acciones y se ofrece libremente al sacrificio por amor. En Getsemaní podría llamar una legión de ángeles (26, 53), pero no lo hace, va libremente a cumplir la voluntad del Padre. La corona de espinas, el manto de púrpura, el bastón puesto en su mano pondrán de relieve, paradójicamente, su majestad y realeza. En su pasión Cristo es rey y reina. A través de sus sufrimientos es Rey y salva a los hombres. ¡Cristo Rey nuestro!

Sólo Mateo presenta los eventos de la pasión en términos escatológicos: el temblor de tierra, la obscuridad, los sepulcros abiertos... La cortina del templo se rasga simbolizando que los sacrificios de la antigua alianza han sido superados por un sacrificio excelente y que ha sido constituida la nueva alianza entre Dios y los hombres por la sangre de Cristo. Esa cruz que está en el centro de la historia es al mismo tiempo el fin de la historia.


Sugerencias pastorales

1. La vida humana es un camino en el que descubrimos el valor de la cruz. El ingreso festivo de Jesús en Jerusalén sugiere a nuestra reflexión muchos momentos de la existencia humana. Momentos de alegría, de plenitud, de amistad sincera, de realización personal. Momentos en los que se experimenta más vivamente el amor de Dios, la cercanía y cariño de los seres queridos, la belleza de la vida. Sin embargo, en este caminar de la existencia humana advertimos también momentos de tristeza, de pérdida, de dolor, de fracaso. Una enfermedad, la muerte de un ser querido, una pena moral, una incomprensión...

Todo ello nos indica que nuestra patria definitiva no se encuentra aquí, sino que esta vida, que es en sí misma bella y digna de ser vivida, no es sino el inicio de una vida que ya no conocerá el dolor. Todo esto nos recuerda que somos peregrinos hacia la posesión eterna de Dios y que debemos siempre seguir caminando sin rendirnos ante el cansancio, la fatiga, las penas o los pecados de esta vida. Caminar siempre, avanzar siempre para alcanzar la felicidad eterna que, de algún modo, ha ya iniciado en esta tierra por la fe en Cristo Jesús. No rendirnos ante el tedio de la vida, sino asumir con paz que el camino de la felicidad pasa por la cruz; pero no por cualquier cruz, sino aquella que se vive por Cristo, con Cristo y en Cristo. Se trata de saber descubrir en nuestra vida los “ingresos festivos” en Jerusalén para ensanchar nuestro corazón y caminar por las vías del Señor. Pero al mismo tiempo, disponer el alma para vivir la cruz de cada día, los dolores domésticos, las penas cotidianas con amor, con serenidad, unidos a Cristo.

2. La educación de la infancia. Una segunda reflexión se sugiere al ver a los “niños hebreos” que agitan los ramos al paso de Jesús. Se trata de considerar la importancia de educar en la fe y en los valores cristianos a nuestra niñez. Quizá las generaciones jóvenes están hoy más expuestas que en otras épocas, al influjo negativo de los medios de comunicación. Vivimos en una cultura de la imagen que imprime sellos indelebles en el alma de los pequeños: imágenes de violencia, de injusticias, de lucha entre los hombres, de terror... van dejando sin duda una huella.

Cada cristiano debe sentirse responsable ante esta situación, debe sentir el anhelo de imprimir en el corazón de los que vienen detrás, no sólo imágenes positivas que les ayuden a vivir y esperar, sino también contenidos de fe, de esperanza de amor que los sostengan cuando lleguen a la edad madura. Esta tarea es responsabilidad principalísima de los padres de familia, que forman su hogar como una iglesia doméstica donde se aprende la fe. Cada niño es como un tesoro que pertenece a Dios y que el mismo Dios ha puesto bajo el cuidado y protección de sus padres. Sin embargo, se trata de una responsabilidad en la que participan también todos los que intervienen en el proceso educativo: los profesores, los catequistas, los párrocos...

Dediquemos, como lo hacía el Cura de Ars, una parte no indiferente de nuestro tiempo a la catequesis infantil porque ésos, que hoy son los niños que agitan los ramos de olivo en el atrio de nuestras iglesias, serán los que mañana predicarán el evangelio, formarán comunidades cristianas, entregarán su vida en consagración a Dios, educarán hijos y transmitirán la fe y los valores. Arte de las artes es educar un niño. Eduquemos a los niños como lo hacía Jesús: dirijámoslos por las sendas de la virtud, por el amor a la verdad superando toda mentira, por el camino del desprendimiento personal para que sepan darse a los demás.

Un peligro no pequeño de nuestra sociedad es un excesivo individualismo y egocentrismo que recluye a la persona en sí y le impide ser feliz y realizarse en la vida. Aprendamos a valorar los recursos infantiles: ellos, los pequeños, constituyen un ejército de apóstoles por su sencillez, por su amistad íntima y espontánea con Jesús, por su capacidad de lanzarse a grandes empresas sin temor. Los mayores también tenemos que aprender grandes cosas de esos pequeños que agitan traviesos sus ramos en medio de nuestras parroquias y son la preocupación, pero también la felicidad, de sus padres.


11. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO

Comentarios Generales

Isaías 50, 4-7:

Se nos lee en este domingo el tercer canto del Poema del «Siervo de Yahvé»:

En este canto o profecía se pone de relieve cuán atento está el «Siervo» (= Mesías) a la Palabra (= Voluntad) de Dios; cómo es Discípulo que a toda hora está presto a oír la Palabra de su Maestro. Jesús se aplica a Sí mismo el sentido de esta profecía Mesiánica y nos la explica cuando dice: «Yo de Mí mismo nada puedo hacer; según oigo transmito» (Jn 5, 30). «Mi doctrina no es mía, sino de Aquel que me envió» (Jn 5, 19). En la profecía de Isaías se nos dice que el mensaje o encomienda que recibe el Siervo es mensaje de Salvación (4). Y esto mismo se aplica a sí Jesús: «Εl que escucha mi Palabra tiene vida eterna; llega la hora, y es ahora, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y cuantos la oigan recobrarán la vida» (Jn 5, 25). Jesús-Mesías nos trae gozo, vida, salvación.

— Esta misión del Siervo-Mesías va a ser muy difícil. Pero el Siervo acepta con plena y heroica docilidad y disponibilidad la voluntad de Dios: «Υο no le he resistido ni me he echado atrás» (5). Jesús se aplica esta profecía y nos dice: «Por esto me ama el Padre, porque Yo entrego mi vida. Voluntariamente la entrego. Este es el mandato que he recibido de mi Padre» (Jn 10, 17). Y a la hora de la Pasión queda clara su entrega generosa: «Debe conocer el mundo que Yo amo al Padre; y que procedo conforme al mandato del Padre; levantaos; vámonos de aquí» (Jn 14, 31). Ahora que a la luz del Nuevo Testamento sabemos que el «Siervo» es el «Hijo», nos maravilla aún más esta plena obediencia.

En el cumplimiento de su misión el «Siervo» a correr la suerte de todos los Profetas de Dios, Es recibido con hostilidad. La actitud del Siervo frente a las persecuciones es de una humildad y abnegación que sorprenden: «He prestado mis espaldas a los golpes y mis mejillas a los que mesaban mi barba. No he hurtado mi faz a los ultrajes y salivazos» (6). ¡Cuán diferente este acento del de un Jeremías, por ejemplo! : «Que sean confundidos mis perseguidores. Haz venir sobre ellos el día de las desventura» (Jer 17, 18). El Siervo-Mesías (y así le vemos en la Historia de la Pasión) es el «Cordero que, llevado al matadero, no abre su boca» (Is 53, 7); que en la Cruz ora al Padre: «Padre, perdónalos, pues no saben lo que hacen» (Lc 23, 24).

Filipenses 2, 6-11:

En este canto o himno de la primitiva Iglesia que Pablo cita e integra en su Epístola a los filipenses, se nos da una hermosa síntesis Cristológica:

— Antítesis luminosa entre los dos estados de Cristo: El estado «glorioso» que le correspondía en su calidad de Hijo de Dios (6) y el que escoge al tomar la naturaleza humana de humillación (Kenosis), despojo (Tapeinosis) y obediencia: En condición humana, sin privilegio alguno y con todas las humanas limitaciones y miserias (excepto la del pecado) (Cfr. Hb 4, 15). «Anonadado» (7), «Siervo Obediente», acepta el plan del Padre; se sujeta a la muerte; a muerte de cruz: Cujus salutiferae passionis et gloriossae resurrectionis dies appropinquare noscuntur, quibus et de antiqui hostis superbia triumphatur et nostrae redemptionis recolitur sacramentum (Pref.).

Al trasluz de este cuadro se nos transparenta la contraposición entre el Adán viejo y el Adán Nuevo. Adán quiso usurpar los derechos divinos: Ser como Dios; y, desobediente, se rebeló. Cristo, Adán Nuevo, renuncia sus derechos divinos; se hace en todo como nosotros; se somete en total obediencia al Padre. Con esto Cristo repara la obra nefasta de Adán. Nos salva. Con su obediencia, el Siervo expía todas las desobediencias humanas; y merece para Sí mismo, para su humana naturaleza, la suprema exaltación a la diestra del Padre (9. 10).

Son muy claras en todo este pasaje las alusiones al «Siervo de Yahvé» de Isaías: «Siervo» galardonado, que con su «expiación» justifica y salva a la muchedumbre de pecadores (Is 53, 12). Y restituido a la vida es saciado de gozo y gloria (Is 53, 11). San Pablo sabe bien cuál es la «Gloria» de Cristo Resucitado: el Señorío universal a la diestra del Padre; y cuál la raíz y razón de este Señorío y Gloria: El «Nombre», es decir: la Divina Filiación (Flp 3, 9).

Mateo 26, 14-27:

La Cena Pascual inicia el momento culminante, la «Hora» (Jn 13, 1) de la Redención y Salvación:

— Jesús celebra la Cena Pascual de la Alianza Antigua e instituye la Pascua de la Nueva Alianza: la Pascua cristiana. Pasamos, pues, de lo que era figura y sombra a lo que es realidad.

— En la Nueva Alianza el Cordero inmolado será Cristo. Jesús, antes que le crucifiquen, se inmola místicamente. Y se nos da como Cordero Sacrificado, bajo especies de pan y vino, en convite perpetuo. En un Sacrificio y en un Convite sacramental deberemos rememorar y renovar la Redención que El nos trae en la cruz, y anunciar su retorno glorioso (1 Cor 11, 25).

— La Antigua Alianza se canceló con sangre (Ex 24, 8). La Nueva se sella con la Sangre de Cristo (Heb 8, 8). Cesan las figuras. Mientras Israel inmola su cordero pascual, en la cruz queda inmolado el Cordero que a todos nos trae la verdadera Redención (del pecado) y Salvación: Vida Eterna, Redención y Vida Eterna que en la celebración Eucarística anunciamos y rememoramos hasta que Él vuelva (1 Cor 11, 26).

(José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros de la Palabra", ciclo "A", Herder, Barcelona 1979.)


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Dr. D. Isidro Gomá y Tomás

ÚLTIMOS DIAS DEL MINISTERIO DE JESUS

157.- JESÚS SE DIRIGE TRIUNFALMENTE A JERUSALÉN: Mt. 21, 1-9
(Mc. 11, 1-10; Lc. 19, 29-38; Ioh. 12, 12-16)

Evangelio de la bendición de las Palmas del Domingo de Ramos

Y al día siguiente, cuando se acercaron a Jerusalén, y llegaron a Betfagé, al Monte de los Olivos, envió entonces Jesús a dos discípulos, diciéndoles: Id a la aldea que está enfrente de vosotros, y luego, al entrar allí, hallaréis una asna atada, y con ella un pollino atado, sobre el que no montó aún hombre alguno: desatadlos y traédmelos. Y si alguien os dijere alguna cosa: ¿Qué hacéis? ¿Por qué los desatáis?, responded que el Señor los ha menester: y luego los dejará. Todo esto sucedió para que se cumpliese lo dicho por medio del profeta: «Decid a la hija de Sión: No temas: he aquí que viene a ti tu Rey, manso y sentado sobre una asna, y sobre un ροllιnο hijo de la que está debajo de yugo.» Esto no lo entendieron sus discípulos al principio: pero, cuando fue glorificado Jesús, entonces recordaron que de él estaban escritas estas cosas, y que esto le hicieron. Y fueron, pues, los discípulos, e hicieron como les había mandado Jesús. Y hallaron el pollino que estaba como les había dicho, atado delante de la puerta, fuera, en la encrucijada, y desátanlο: y cuando desatabαn el pollino, dijérοnles algunos de los que allí estaban, los dueños de él: ¿Por qué desatáis el pollino? Ellos respondieron como Jesús les había mandado: que el Señor lo ha menester: y se lo dejaron Y condujeron el asna y el ροllinο a Jesús: y pusieron sobre ellos sus vestidos, y le hicieron sentar encima.

Y según él caminaba, una gran muchedumbre tendió sus vestidos en el camino: y otros cortaban ramos de árboles, y los esparcían por el camino. Y cuando se acercaba a la bajada del Monte de los Olivos, toda la muchedumbre de discípulos, llenos de gozo, comenzaron a alabar a Dios en alta voz, por todas las maravillas que habían visto. Y la muchedumbre que iba delante, y la que iba detrás, gritaba diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el Reino que llega de nuestro padre David! ¡Paz en los cielos hosanna y gloria en las alturas!

Una gran muchedumbre de gente que había venido a la fιesta, habiendo oído que Jesús estaba para llegar a Jerusalén, tomaron ramos de palmas, y salieron a su encuentro, gritando: ¡Ηosαnna! Bendito sea el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel!

Explicación. — El hecho que aquí se narra tiene lugar, según toda probabilidad, el día 10 de Nisán, cinco días antes de la pascua, coincidiendo con nuestro domingo de Ramos, según venerable tradición litúrgica y eclesiástica. La hora no se precisa en ninguno de los Evangelios: de Μc. 11, 11, se colige que tuvo lugar por la tarde, durando probablemente algunas horas. Los cuatro Evangelios concurren a esta narración, ofreciendo cada uno de ellos diversas particularidades: el conjunto nos da animadísimo cuadro que reproduce aquel hecho trascendental de la vida de Jesús. Ya se ha notado en otro lugar (νοl. I, pág. 218) el simbolismo de esta entrada triunfal de Jesús en Jerusalén: es la designación y preparación festiνa del Cordero, que tenía lugar cinco días antes de la Pascua; Jesús, el Cordero de Dios, es aquel día designado como víctima para la redención del mundo. Es, además, este triunfo, que tiene lugar el primer día de la semana, preludio del triunfo definitivo de Jesús sobre la muerte, que tendrá lugar el mismo día de la semana siguiente.

PREPARATIVOS DEL TRIUNFO (1-6). — De Betania salió Jesús al día siguiente del convite habido en casa de Simón el leproso, para hacer su triunfal entrada en la ciudad. Hora escasa de camino separa la villa de Lázaro de la capital judía; entre ambas, y ya cerca de Jerusalén, hasta el punto de que los talmudistas la consideraran como parte de la ciudad, se hallaba la aldea de Betfagé, o «casa de los higos» : abundaban las higueras en el Monte de los Olivos, donde la aldea estaba emplazada y que separa Jerusalén de Betania : Y cuando se acercaron a Jerusalén, por la parte oriente, siguiendo el camino de Jericó, y llegaron a Betfagé, al Monte de los Olivos... Es entonces cuando toma Jesús la iniciativa de la ruidosa manifestación triunfal que se le prepara. Es un designio divino en que aparece el Señor y el Profeta que quiere públicamente ser reconocido y aclamado por Mesías. Marcos da aquí esta indicación geográfica : «Y al acercarse Jesús a Jerusalén y Betania...» ; y Lucas esta otra: «Y al acercarse a Betfagé y Betania…» ¿Cómo, saliendo Jesús de Betania, donde acaba de asistir a convite, aquel en que María ungió sus pies (núm. 156), se acerca a Betania? Porque siguiendo de oriente a occidente primero es Betania, luego Betfagé, a un kilómetro, y después Jerusalén, a dos escasos. Entre las varias explicaciones de éstos parajes, ορtamοs por la que supone que los Evangelistas tratan de localizar o definir la región donde tuvo lugar esta ovación de Jesús, que empieza cerca de Betania y acaba en el templo de Jerusalén, pasando por Betfagé.

Cuando la comitiva que había salido de Betania se hallaba frente por frente de Betfagé, envió entonces, indicación enfática del momento verdaderamente histórico, Jesús a dos discípulos: creen algunos que eran Pedro y Juan, pero no hay razón histórica que lo abone, callando los Evangelistas los nombres : diciéndoles: Id a la aldea que está enfrente de vosotros, Betfagé, y luego, al entrar allí, hallaréis una asna atada, y con ella un pollino atado, sobre el que no montó aún hombre alguno: desatadlos y traédmelos. Demuéstrase en ello Jesús conocedor de las cosas ocultas y distantes: no había precedido pacto alguno con el dueño de los animales, como han pretendido algunos. Jesús, que siempre había recorrido a pie los duros caminos de la Palestina, quiere ahora entrar montado en la populosa ciudad, rebosante de gente: es su voluntad decidida de manifestarse como Mesías. Manifestación de carácter religioso, como lo demuestra el hecho de que monte en un pollino que nadie ha utilizado aún para este fin, como se hacía con los animales que se consagraban a Dios. Y si alguien os dijere alguna cosa: ¿Qué hacéis? ¿Por qué lo desatáis?, responded que el Señor, Dueño de todas las cosas, los ha menester: y luego los dejará, como sucedió, revelándose Jesús profeta y dueño de las voluntades, que se inclinan hacia donde Él quiere.

Mateo y Juan señalan en este hecho la realización de una profecía: Todo esto sucedió para que se cumpliese lo dicho por medio del profeta: «Decid a la hija de Sión... (Is. 62, 11); la hija de Sión es locución poética para designara Jerusalén y sus habitantes. Sión es una de las principales, colinas sobre que la ciudad está edificada: No temas: he aquí que vίene a tí tu Rey, manso y sentado sobre una asna, y sobre un pollino hijo de la que está debajo de yugo», locución poética también para designar el asna. La alegación del texto (Zach 9, 9) es más bien en su sentido que en la letra. Nota aquí Juan que se realizaban todas estas cosas sin que los discípulos se diesen cuenta de que se verificaba un vaticinio: Esto no lo entendieron sus discípulos al principio, cuando sucedieron los hechos: pero, cuando fue glorificado Jesús, entonces recordaron que de él estaban escritas estas cosas, y que esto le hicieron; es decir, que cuando vino sobre ellos el Espíritu de Dios que les enseñó toda verdad (Ioh. 16, 13), o ya antes, cuando Jesús les abrió la inteligencia para que entendiesen las Escrituras, conocieron la relación entre el hecho y la profecía.

Los discípulos que para ello habían sido designados por el Maestro, fueron a Betfagé, anticipándose a la comitiva, y cumplieron el encargo de Jesús: Y fueron, pues, los discípulos, e hicieron como les había mandado Jesús. El cuadro que a la vista se les ofrece al llegar a aquel sitio es reproducción de la pintura que les ha hecho Jesús: Y hallaron el pollino que estaba como les había dicho, atado delante de la puerta, como suelen tener los dueños las bestezuelas ante sus alquerías, fuera, en la encrucijada, en el camino que conducía a la casa, y desátanlo. Tal vez esta nimiedad de detalles legitima la presunción de que Pedro, inspirador de Marcos, fue uno de los enviados.

Sucedió a los discípulos enviados lo que era natural, tratándose de gente forastera: Y cuando desataban el pollino, dijéronles algunos de los que allí estaban, los dueños de él: ¿Por qué desatáis el pollino? Los discípulos cumplen escrupulosamente el encargo que les ha dado Jesús: Ellos respondieron como Jesús les había mandado: que el Señor lo ha menester. Los dueños nada replican; una gracia de Dios hace que consientan: Y se lo dejaron.

Jesús sólo debía utilizar el ροllino: el asna madre iría a los flancos de Jesús, para que fuese dócil y manso el asnillo llevando la santísima persona del Señor. Nótese que Mt. habla del asna y del ροllinο; Mc. y Lc., sólo del ροllinο; no hay contradicción alguna: los dos últimos Evangelistas sólo se fijan en la cabalgadura que usó Jesús. Por lo demás, el asno de oriente no era el animal innoble de nuestros países; a más de que es más esbelto de formas y más vivaz, los antiguos lo habían usado como cabalgadura de nobles: así lo hizo Abraham (Gen. 22, 3), Moisés (Ex. 4, 20), Balaam (Num. 22, 21), los príncipes de Israel en el cántico de Débora (Iud. 5, 10), etc. En el uso del asnillo hay una razón de simbolismo: la paz, la mansedumbre, la humildad, la naturaleza del Reino mesiánico vienen figurados en ello, por oposición a los caballos de guerra, ricamente enjaezados y fuertemente protegidos, símbolo de la fuerza y del orgullo de los humanos conquistadores.

DETALLES DEL TRIUNFO (7-9).-Y condujeron, los discípulos, regresando de Betfagé, el asna y el pollino a Jesús, es de suponer con gran reverencia y temor, al ver la prodigiosa manera como se desarrollaban los hechos: Y pusieron sobre ellos sus vestidos, y le hicieron sentar encima, de los vestidos o mantos exteriores, ayudándole a montar. Los otros tres Evangelistas sólo nombran al pollino, sobre el que indudablemente se sentó Jesús (Mc. 11, 7; Lc. 19, 35; Ioh. 12-14): sencillamente enjaezados ambos animalejos, el joven sirvió de montura al Señor, mientras el asna daba humilde escolta al divino Triunfador.

Púsose la comitiva en marcha: Y según él caminaba, una gran muchedumbre, que había seguido a Jesús desde Betania, y los que desde Jerusalén habían salido a recibir al Señor, tendió también sus vestidos en el camino: así lo habían hecho los israelitas otro tiempo con Jehú ungido rey (4 Reg. 9, 12.13): es señal de gran honor. Y otros cortaban ramos de árboles, y los esparcían por el camino, como acostumbraban los antiguos hacerlo en las pompas solemnes (1 Mac. 13, 51; 2 Mac. 10, 7): como aun hoy sembramos de flores y hierbas aromáticas las calles al paso de las personas reales o de las procesiones religiosas.

Así llegaron Ias multitudes, ya llenas de entusiasmo, al punto del Monte de los Olivos en que se domina ya plenamente la ciudad y en que se inicia la bajada hacia el Cedrón; entonces se hizo clamoroso el entusiasmo: Y cuando se acercaba a la bajada del Monte de los Olivos, toda la muchedumbre de discípulos, llenos de gozo, comenzaron a alabar a Dios en alta voz, por todas las maravillas que habían visto: es el mismo Jesús quien mueve los ánimos de aquellas gentes para que prorrumpan en voces de alabanza y júbilo: Y la muchedumbre que iba delante, y la que iba detrás, en lo que quizá se designan las dos comitivas que acababan de encontrarse, la que venía de Betania y la que salía de Jerusalén, gritaba diciendo... Los gritos de la multitud serían variadísimos, como se colige de los diversos textos paralelos, y eran expresivos de la mesianidad y de la realeza de Jesús. ¡Hosanna al Hijo de David!, prosperidad y salud para el real descendiente de David, para que pueda llevar a feliz término la obra del Reino mesiánico: ¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor! Vengan Ias bendiciones de Dios sobre el Enviado para la salvación de Israel: ¡Bendito el Reino que llega de nuestro padre David! ¡Paz en los cielos!, porque nos ha venido la reconciliación con Dios. ¡Hosanna, o salvación desde los cielos, para El y para el pueblo, y gloria en las alturas!, efecto de la salvación mesiánica.

Juan corrobora la interpretación de las dos comitivas, la que va y la que viene de Jerusalén, formando manifestación imponente en favor del gran Taumaturgo, de quien se espera la restauración del Reino mesiánico: Una gran muchedumbre de gente que había venido a la fiesta, habiendo oído que Jesús estaba para llegar a Jerusalén... Es espléndido el marco para la glorificación de Jesús: todo Israel se ha congregado en la capital para la gran fiesta de Pascua. Las palmeras, que abundarían en el valle de Cedrón, ρrestάrοnles a las multitudes el símbolo del triunfo: Tomaron ramos de palmas, y salieron a su encuentro, gritando: ¡Hosαnnα! ¡Bendito sea el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel!, por cuyo advenimiento suspiró hasta ahora nuestro pueblo.

Lecciones morales. — A) v. 3. —Responded que el Señor los ha menester... — No es poca cosa lo que con estas palabras se anuncia, dice el Crisóstomo: porque, ¿quién inclinó sus ánimos para que no contradijesen a los discípulos que desataban los jumentos, antes se los cediesen de buen grado? En lo que enseña a los discípulos que si hubiese querido hubiese también inclinado en su favor las voluntades de los judíos para que nο le dañaran, pero no quiso. Les enseña además a dar a los otros cuanto pidan: porque si los que no conocían a Cristo lo hicieron, ¿cuánto más los discípulos de Jesús? Parece, añade el Santo, que los animales fueron devueltos a su dueño después que los hubo utilizado el Señor.

B) v. 5.—He aquí que viene a ti tu Rey, manso... — He aquí, sigue el Crisóstomo, que debes ver no con los ojos de la carne, sino con los del espíritu, atendiendo no a las apariencias, sino a las obras del que viene a ti. Y a ti viene para salvarte, si tienes inteligencia; para perderte, si careces de ella, no comprendiendo su persona y su misión. Y viene a ti mismo no para que le temas por su poder, sino para que le ames por su mansedumbre. Por ello no viene sentado sobre carroza de oro, vestido de brillante púrpura: ni monta indómito caballo, amador de luchas y batallas, sino sobre un asnillo, amigo de la tranquilidad y de la paz. ¡Cómo podemos aplicar con mucho fruto a nuestra alma estas palabras en las venidas espirituales de Jesús, en los toques de su gracia, en las lecciones de la vida, y especialmente en sus visitas por la comunión eucarística! ¡Cuánta es la mansedumbre y benignidad de Jesús para con nosotros!

C) v. 7. — Y pusieron sobre ellos sus vestidos... — Nos da en ello Jesús, sigue el Crisóstomo, una medida de sabiduría y prudencia, usando sólo aquello que es de necesidad, no lo que hubiese sido ya ostentación y lujo. Bastó que montara un asno, y no quiso que fuese un caballo; pudo utilizar ricas gualdrapas para enjaezar su montura, y se contentó con las pobres capas de sus discípulos; pudieron alzarle en vilo las muchedumbres entusiasmadas y entrarle así triunfalmente en la ciudad, y quiso que fuesen sus Apóstoles los que penosamente le ayudaran a cabalgar sobre el humilde pollino.

D) v. 9. — ¡Hosanna al Hijo de David!— Se compendian en este grito todas las glorias y todos los anhelos del pueblo de Israel. Porque en la raza de David estaban vinculadas las esperanzas del pueblo de Dios; de la descendencia del gran rey debía nacer el Mesías que debía fundar el reino espiritual definitivo y eterno. El pueblo que vitorea a Jesús, sea por unα convicción hija de la visión de las grandes maravillas obradas por el Señor, sea porque moviera sus ánimos el mismo Jesús, adivina la realidad del Mesías, a quien glorifica; por ello grita: « ¡ Hosanna!», «que venga la salvación», por el Hijo de David; ¡Bendito (que sea glorificado) el que viene (por la encarnación) en el nombre del Señor! (es decir, del ραdre), que le glorifica, dice la Glosa. Pero aquel mismo pueblo, infiel a la gracia de Dios, prevarica aquella misma semana y grita: ¡Crucifícale!, y pide que su sangre caiga sobre él y sus hijos. Lo que debía ser la salvación de Israel vino a parar en causa de su ruina. Es la obra de la veleidad humana y de los justos juicios de Dios.

(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, Vol. II, Ed. Acervo, 6ª ed., Barcelona, 1966)


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Mons. Fulton J. Sheen

ENTRADA EΝ JERUSALÉN

Era el mes de nisán. El libro del Éxodo ordenaba que en este mes se escogiera el cordero pascual y que dentro de cuatro días se llevara al lugar donde había de ser sacrificado. En el domingo de Ramos, el cordero era elegido por el pueblo de Jerusalén; el día de viernes santo se le sacrificaba.

El Señor pasó su último sábado en Betania, en compañía de Lázaro y sus hermanas. Ahora circulaba la noticia de que nuestro Señor se dirigía a Jerusalén. Como preparación para su entrada, Jesús envió a dos de sus discípulos a una aldea cercana, donde, les dijo, encontrarían un pollino atado en el que ningún hombre se había sentado todavía. Tenían que desatarlo y traérselo a Él.

Y sí alguien os preguntare

¿Por qué le desatáis?
Diréis así

Porque el Señor lo ha menester.

Lc 19, 31

Quizá no se ha escrito nunca una paradoja tan grande como ésta: por un lado, la soberanía del Señor, y por la otra, su necesidad. Esta combinación de divinidad y dependencia, de posesión y pobreza, era consecuencia de que la Palabra, o el Verbo, se hubiera hecho carne. Realmente, el que era rico se había hecho pobre por nosotros, para que nosotros pudiéramos ser ricos. Pidió prestado a un pescador una barca desde la cual poder predicar; tomó prestados panes de cebada y peces que llevaba un muchacho con objeto de alimentar a la multitud; tomó prestada una sepultura de la cual resucitaría, y ahora tomaba prestado un asno sobre el cual entrar en Jerusalén. A veces Dios se permite tomar cosas de los hombres para recordarles que todo procede de Él. Para aquellos que le conocen, le es suficiente oír estas palabras: «El Señor tiene necesidad de tal cosa».

Al acercarse a la ciudad, «una gran muchedumbre» salió a su encuentro; en ella se encontraban no sólo los ciudadanos, sino también los que habían acudido a la fiesta y, naturalmente, los fariseos. También las autoridades romanas andaban vigilando durante las grandes fiestas para que no se produjera ninguna insurrección. En todas las ocasiones anteriores nuestro Señor rechazó el fácil entusiasmo del pueblo, huyó de toda publicidad y evitó todo cuanto pudiera ser ostentación y exhibicionismo. En cierta ocasión

Mandó a los discípulos

que no dijesen a nadie que Él era el Cristo.

Mt 16, 20


Al resucitar de entre los muertos a la hija de Jairo,

Les recomendó mucho que nadie lo supiese.

Mc 5, 43

Después de mostrar la gloria de su divinidad en la transfiguración,

Les mandó que a nadie dijesen las cosas que habían visto, sino cuando el Hijo del hombre se hubiese levantado de entre los muertos.

Mc 9, 8

Cuando las multitudes, después del milagro de los panes, intentaban proclamarle rey:

Partió otra vez a la montaña, Él solo.

Ioh 6, 15

Cuando sus parientes le pidieron que fuera a Jerusalén y causara sensación ejecutando públicamente milagros, les dijo:

Mí hora no ha llegado todavía.

Ioh 7, 6

Pero tan pública fue su entrada en Jerusalén, que incluso los fariseos dijeron:

He aquí que el mundo se va tras él.

Ioh 12, 19

Todo ello era algo opuesto a su modo acostumbrado de proceder. Antes solía amortiguar todos los arrebatos de entusiasmo de ellos; ahora los encandilaba. ¿A qué obedecía este cambio de actitud?

Porque su «hora» había llegado. Había llegado el momento de hacer por última vez pública afirmación de sus pretensiones. Sabía que esto era un paso hacia el Calvario y hacia su ascensión al cielo y establecimiento de su reino sobre la tierra. Una vez había reconocido las alabanzas que ellos le tributaban, la ciudad se hallaba ante la alternativa de confesarle como hizo Pedro o crucificarle. Se trataba de ver sí era su rey o de sí no querían tener a otro rey más que al césar. Ninguna aldea de Galilea, sino la ciudad real en tiempo de la pascua, era el lugar más indicado para que El hiciera su postrera proclamación.

De dos maneras atrajo la atención hacía su realeza: primeramente por medio de una profecía familiar al pueblo, y en segundo lugar por los honores divinos que se le estaban tributando y que El aceptaba como propios.

Mateo declara de manera explícita que aquella solemne procesión fue para que se cumpliera la profecía de Zacarias:

Decid a la hija de Sión

He aquí que tu rey viene a ti, manso,

sentado sobre un asno.

Mt 21, 5

La profecía venía de Dios por medio de su profeta, y ahora el mismo Dios la estaba cumpliendo. La profecía de Zacarías tenía por objeto hacer ver el contraste entre la majestad y la humildad del Salvador. Si contemplamos los antiguos relieves de Asiria y Babilonia, de Egipto, de Persia y Roma, nos sorprende ver la majestad de los reyes, que cabalgaban triunfalmente montados en caballos o carros de guerra, e incluso a veces sobre los cuerpos de sus postrados enemigos. En cambio, contrasta con ellos el rey que hace su entrada en Jerusalén montado en un asno. ¡Cuánto debió de reírse Pilato, sí es que desde su fortaleza contempló aquel día el ridículo espectáculo de un hombre que estaba siendo proclamado rey y, sin embargo, hacía su entrada montado en la bestia símbolo de los seres despreciados, vehículo adecuado para uno que cabalgaba hacía las fauces de la muerte! Si hubiera entrado en la ciudad con el fausto y la pompa de los vencedores, habría dado ocasión para que creyeran que era un Mesías político. Pero la circunstancia que Él eligió corroboraba su afirmación de que su reino no era de este mundo. Nada había en aquella entrada que sugiriera que aquel pobre rey fuese un rival del césar.

La aclamación de que le hizo objeto el pueblo fue otro modo de reconocer su divinidad. Muchas personas extendían sus vestidos por donde había de pasar Jesús; otros cortaban ramas de olivo y de palma y las esparcían a su paso. El Apocalipsis habla de una gran muchedumbre delante del trono del Cordero, con palmas de victoria en las manos. Aquí las palmas, tan a menudo usadas en toda la historia del pueblo judío para simbolizar la victoria, cοmο cuando Simón Macabeo entró en Jerusalén, daban testimonio de su victoria, aun antes de quedar momentáneamente vencido.

Luego, citando unos versículos del gran Hillel referentes al Mesías, las multitudes le seguían gritando:

¡Bendito el rey

que viene en el nombre del Señor!

¡Paz en el cielo, y gloría en las alturas!

Lc 19, 38

Al admitir ahora que era el enviado de Dios, repetían en realidad el cántico de los ángeles en Belén, ya que la paz que Él traía era la reconciliación del cielo y la tierra. También se repetía la salutación que los magos hicieron ante el pesebre: «el rey de Israel».

Un nuevo cántico fue entonado mientras clamaban:

¡Hosanna al Hijo de David! ¡Hosanna en las alturas!

Mt 21, 9

¡Rey de Israel!

Ioh 12, 13

Él era el príncipe prometido de la línea de David; el que venía cοn una misión divina. «Hosanna», que originariamente era una plegaría, se convertía ahora en un saludo triunfal de bienvenida al rey salvador. Aunque no entendían cabalmente por qué había sido enviado, ni qué clase de paz venía a traer, confesaban, sin embargo, que Jesucristo era un ser divino. Los únicos que no participaban de las aclamaciones de entusiasmo eran los fariseos.

Algunos de los fariseos de entre el gentío le dijeron:

Maestro, reprende a tus discípulos.

Lc 19, 39

Era algo insólito que se dirigieran a Jesús, ya que estaban disgustados con Él por el homenaje de que le hacía objeto la muchedumbre. Con terrible majestad, nuestro Señor les respondió:

Os digo que si éstos callasen,

las piedras clamarían.

Lc 19, 40

Si los hombres callaran, la naturaleza misma gritaría y proclamaría la divinidad de Jesucristo. Las piedras son duras, pero, si incluso ellas podrían clamar, ¡cuánto más duros deben de ser entonces los corazones de los hombres que no reconocen lα bondad de Dios para con ellos! Si los discípulos callasen, nada ganarían con ello los enemigos, puesto que las montañas y los mares proclamarían la verdad.

Lα entrada había sido triunfal, pero Jesús sabía muy bien que los « hosannas» se convertirían en «¡crucifícale!», y las palmas se volverían lanzas. En medio de los gritos del pueblo, Jesús pudo percibir lo que murmuraba un Judas y las voces airadas que se levantarían delante del palacio de Pilato. El trono al que El era exaltado era una cruz, y su coronación real sería una crucifixión. A sus pies extendían vestidos, pero el viernes le serían negados incluso los suyos propios. Desde un principio sabía lo que había en el cοrazón del hombre, y nunca sugirió que la redención de las almas humanas hubiera de realizarse por medio de una pirotecnia de palabras. Aunque era rey, y aunque ellos le aceptaban ahora como rey y Señor, Él sabía que la bienvenida que como rey podía esperar era el Calvario.

Sus ojos estaban arrasados en lágrimas, no a causa de la cruz que le aguardaba, sino debido a los males que amenazaban a aquellos que había venido a salvar y que no querían saber nada de Él.

Al contemplar la ciudad,

Lloró sobre ella, diciendo:

!Oh sí hubieras conocido tú,

siquiera en este tu día, el mensaje de paz!

Mas ahora está encubierto a tus ojos!

Lc 19, 41-42

Vio con exactitud histórica cómo se abatían sobre la ciudad las fuerzas de Tito, a pesar de que los ojos que estaban contemplando el futuro se hallaban empañados por las lágrimas. Habló de sí mismo como sí hubiera querido y podido evitar aquellos males recogiendo a los culpables bajo sus protectoras alas, tal como la gallina protege a sus polluelos, pero ellos no habían querido. Como el prototipo del gran patriota de todos los tiempos, miraba más allá de los propios padecimientos y fijaba los ojos en la ciudad que se negaba al Amor. Ver el mal y no poder remediarlo, debido a la humana perversidad, constituye la mayor de las angustias. Ver la maldad y no poder apartar al malhechor de su camino es suficiente para desanimar a cualquiera. Un padre siente que se le parte el alma de angustia al ver el mal comportamiento de su hijo. Lo que hacía asomar las lágrimas a los ojos de Jesús eran los ojos de los que no querían ver y los oídos de los que no querían oír.

En la vida de cada individuo y en la de cada nación hay tres momentos: un momento de visitación o privilegio, en que Dios derrama sus bendiciones; otro, en que el hombre rechaza a Dios y se olvida de Él, y otro, finalmente, en que la condena descarga sobre el hombre con consecuencias desastrosas. El juicio condenatorio y la calamidad subsiguiente son fruto de las decisiones del hombre y demuestra que el mundo está guiado por la presencia de Dios. Las lágrimas de Jesús sobre Jerusalén mostraban a Jesús como el Señor de la historia, dando su gracia a los hombres y, sin embargo, sin destruir jamás su libertad de aceptarla o rechazarla. Pero, al desobedecer su voluntad, los hombres se destruyen a sí mismos; al darle muerte, mataban sus propios corazones; al negarle, llevaban a la ruina su propia ciudad y su propia nación. Tal era el mensaje de sus lágrimas, las lágrimas del rey que caminaba hacía la cruz.

Tomado de “Vida de Cristo”, Ed. Herder (pág. 288-292).


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R.P. Miguel Ángel Fuentes i.V.E.



CRISTO, VARÓN DE DOLORES



Varón de dolores, familiarizado con el sufrimiento

(Is 53,3)



La gran obra de Cristo por los pecadores fue su Pasión. Allí el no sólo buscó, llamó, invitó a los pecadores, sino que por ellos padeció, sufrió, se humilló y murió. La Pasión es la gran obra del Amor de Dios por nosotros, los hombres.



1. Opus Passionis



Fue él quien soportó nuestros sufrimientos –dice el profeta– y cargó con nuestros dolores... fue traspasado por nuestras iniquidades y molido por nuestros pecados. El castigo de nuestra paz cayó sobre él, y en sus llagas hemos sido curados... Dios cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros (Is 53,46). Por eso se le aplican con justicia las quejas de Jeremías: ¡Oh vosotros que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante al dolor mío! (Lam 1,2).

¿Qué sabemos de las aflicciones de Cristo en su Pasión?



1) Ante todo, que padeció todo género de dolores[1]



a) Padeció de parte de todas las clases de hombres

Padeció de parte de hombres paganos, como Pilatos y los soldados del Pretorio.

De parte de los judíos enemigos: príncipes como Herodes (Sal 2,1: Los reyes de la tierra se amotinan y los príncipes conspiran a una contra Dios y contra su Cristo); sacerdotes, como Anás, Caifás; el populacho compuesto por hombres y mujeres, nobles y pobres, jóvenes y ancianos (Jn 19,15; 18,40: Todos comenzaron a decir: ¡Quítale! ¡Quítale! ¡Crucifícalo! ¡Suéltanos a Barrabás! ¡Crucifícalo!; Mt 27,39: Los que pasaban ante la cruz se burlaban).

De parte de los judíos amigos, como sus discípulos (Judas entregándolo, Pedro negándolo, Juan y Santiago no siendo capaces de velar con él en Getsemaní, los demás abandonándolo a sus enemigos); y en general, todos los que habían recibido sus beneficios: los ciegos, tullidos, y enfermos que curó: ¿dónde estaban en aquellos momentos?; ¿no hay nadie que lo defienda aunque sea para demostrar su gratitud para con Él?



b) Fue despojado en todos los bienes de los que un hombre puede ser privado

De sus amigos, pues lo abandonaron.

De su fama ya que blasfemaron de él.

De su honra, pues se burlaron y fue afrentado como un loco (Lc 23,11: Herodes lo despreció... haciendo burla de él), como un blasfemo (Mc 14,64: Oísteis la blasfemia... Todos ellos le condenaron), y como un instigador (Lc 23,2: A éste lo hemos hallado amotinando nuestra gente).

De todas sus cosas porque fue despojado hasta de sus vestidos y clavado desnudo en la cruz (Jn 19,24: Se repartieron sus vestidos y sortearon su túnica).

De la serenidad del alma al sentir tristeza, tedio y temor (Mt 26,37-38: comenzó a ponerse triste y a sentir abatimiento. Y les dijo: triste está mi alma hasta morir).



c) Padeció corporalmente en todos sus miembros

En su cabeza, coronado de espinas. En sus pies y manos, atravesados por clavos. En su rostro, escupido y abofeteado. En todos sus sentidos: en el tacto, azotado y herido (el Salmista lo describía llagado como un campo arado, como se da vuelta la tierra, así su carne, Sal 129,3: Sobre mi espalda araron aradores, alargaron sus surcos); en el gusto, obligado a probar hiel y vinagre; en el olfato, sentenciado a morir en lugar de ejecuciones, sahumado por la fetidez de los cadáveres; en el oído, condenado a morir escuchando las burlas y blasfemias de la plebe; en la vista viendo llorar a su Madre y al discípulo que amaba.

Verdaderamente Él es, como dice Isaías: Varón de dolores, familiarizado con el sufrimiento (Is 53,3). Y a pesar de ello sigue siendo exacta la descripción de Agustín: “Hermoso siendo Dios, Verbo en Dios... Es hermoso en el cielo y es hermoso en la tierra; hermoso en el seno, hermoso en los brazos de sus padres, hermoso en sus milagros, hermoso en los azotes; hermoso invitado a la vida, hermoso no preocupándose de la muerte, hermoso dando la vida, hermoso tomándola; hermoso en la cruz, hermoso en el sepulcro y hermoso en el cielo. Oíd entendiendo el cántico, y la flaqueza de su carne no aparte de vuestros ojos el esplendor de su hermosura”[2].



2) La intensidad de sus dolores fue la más grande que puede alcanzar el tormento de un hombre[3]



Esto por todas las circunstancias que se suman en su dolor.



a) Por un lado, la enormidad de las causas que lo producían:

El dolor sensible por ser causado por la multitud de heridas, en todo el cuerpo; y de modo singular el dolor atroz y supremo que significaba la muerte por crucifixión.

Pero las causas más grandes fueron las del dolor interno y espiritual. En primer lugar, el conocimiento de los pecados de todos los hombres que Él cargaba sobre sus espaldas; hasta el punto que San Pablo llega a afirmar: Al que no conoció el pecado, Dios lo hizo pecado (2 Cor 5,21), y añade también: Lo hizo maldición (Gál 3,13). En segundo lugar, el conocimiento de la caída de los que pecaban con su muerte: el pecado de sus acusadores, de sus jueces, de sus verdugos y de sus discípulos que se escandalizaron ante la cruz. En tercer lugar, el conocer proféticamente todos los pecados por los que rechazarían su sangre y su perdón a lo largo de los siglos. En cuarto lugar, el conocer la dispersión de los suyos: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas (Mt 26,31). Y finalmente, la misma consideración de la muerte corporal, que la naturaleza de cualquier hombre rechaza con horror.

b) Se sumaba también la perfecta sensibilidad de Jesús. Cuanto más perfecta es una naturaleza, tanta mayor capacidad posee para percibir el gozo y el dolor. La perfecta humanidad de Nuestro Señor, le hacía percibir con pureza única la intensidad y especificidad de cada dolor.

c) A todo esto hay que añadir, por un lado, la pureza de sus dolores que el mismo Jesús no quiso que fuesen mitigados en nada, razón por la cual rechazó el vinagre que para insensibilizarlo le ofrecieron los soldados. Por otro lado, el hecho de hacerlo todo voluntariamente: toda su pasión era un acto pleno de su libertad que se entregaba de lleno al dolor por los pecados de los hombres.

Bien pudo escribir Péguy del grito doloroso del Crucificado –aquel grito con el que entregó su alma al Padre– con palabras crudas y realistas:



“Clamor que resuena aún en toda la humanidad;

Clamor que hizo tambalearse a la Iglesia militante...

Clamor que resuena en el corazón de toda humanidad;

Clamor que resuena en el corazón de toda cristiandad;

Oh clamor cumbre, eterno y válido...

Pero ¿por qué? ¿Qué tenía?...

Sólo él podía lanzar un grito sobrehumano;

Sólo él experimentó entonces la sobrehumana angustia...

El boquete de la lanza, herida de los clavos;

El que le hacían los clavos en el hueco de la mano;

El boquete de los clavos en el hueco de sus manos.

Su garganta que le dolía.

Que le escocía.

Que le quemaba.

Que le desgarraba.

Su seca garganta que tenía sed.

Su gaznate seco.

Que tenía sed.

Su mano izquierda que le quemaba.

Y su mano derecha.

Su pie izquierdo que le abrasaba.

Y su pie derecho.

Porque su mano izquierda estaba horadada.

Y su mano derecha.

Su pie izquierdo estaba traspasado.

Y su pie derecho.

Sus cuatro miembros todos.

Sus cuatro pobres miembros.

Y su costado que le abrasaba.

Su costado hendido.

Su corazón perforado.

Y su corazón que le abrasaba.

Su corazón consumido de amor.

Su corazón devorado de amor...

Él no había gritado ante la lanza romana;

No había gritado ante el beso perjuro;

No había gritado bajo el huracán de injurias.

No había gritado ante los verdugos romanos.

No había gritado bajo la amargura de la ingratitud...

No había gritado ante la faz perjura;

No había gritado ante los rostros injuriantes.

No había gritado ante los rostros de los verdugos romanos.

Entonces, ¿por qué gritaba?, ¿ante qué cosa gritaba?

Tristis, tristis usque ad mortem;

Triste hasta la muerte; más hasta qué muerte;

Hasta producir la muerte; o hasta ese momento

De la muerte”[4].



2. Sus dolores nos gritan...

Cristo predicó y enseñó con su palabra y con sus hechos; con su Pasión nos demuestra y nos declara su Amor; su “pasión” en el sentido de “apasionamiento”, de “amor ardiente”. “Precisamente en la cruz manifiesta en plenitud la belleza y el poder del amor de Dios”[5]. Como decía San Bernardo: “Clama la cruz, claman los clavos, claman las heridas, que verdaderamente nos amó Dios”. Y también: “Esto quiso padecerlo para que a través de las heridas de su carne se dejasen ver las entrañas de su caridad”. Santo Tomás de Villanueva se animaba a decir: “Todo hiciste con número, peso y medida, Señor, pero no me amaste ni con número, ni con peso, ni con medida”.

Y todo... por mí y por ti... Una antiquísima homilía anónima del siglo IV, ponía en boca de Cristo estas palabras dirigidas a Adán, y en él a todos los hombres: “Por ti hombre vine a ser como hombre sin fuerzas, abandonado entre los muertos... Mira los salivazos de mi Rostro, que recibí por ti, para restituirte el primitivo aliento de vida... Mira las bofetadas de mis mejillas, que soporté para reformar a imagen mía tu aspecto deteriorado. Mira los azotes de mi espalda, que recibí para quitarte de la espalda el peso de tus pecados. Mira mis manos, fuertemente sujetas con clavos al árbol de la cruz, por ti... Me dormí en la cruz y la lanza penetró en mi costado, por ti... Mi costado ha curado el dolor del tuyo”[6].

Amor con amor se paga; un buen pecho lo entiende. “Mira a Jesucristo en el monte Calvario clavado en cruz, decía por eso el gran Claret, y cópialo en ti mismo hasta que puedas decir: Vivo yo, mas no yo, sino que vive en mí Cristo”[7].

En una capilla vecina a la catedral de Perpignan, en el sur de Francia, desde hace siglos se venera la figura de un Crucificado. Nadie sabe quién talló esa obra maestra, ni su procedencia. Pero durante siglos ha atraído a muchos peregrinos que ven en esa tremenda imagen de dolor, el Siervo Sufriente de Isaías, el Mesías Destrozado del Salmo 21. Tiene la cabeza profundamente inclinada y una leyenda sobre él dice que cada año su cabeza cae una fracción de centímetro hacia el pecho. Los catalanes dicen que, cuando el mentón descanse finalmente sobre el pecho, será el fin de nuestro mundo... Pero para ese momento el último de los elegidos habrá sido lavado por su Sangre.

Tomado de “I.N.R.I. Jesús Nazareno rey de los judíos”. Ediciones del Verbo Encarnado, Pág.(101-106)

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[1] Cf. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, III, 46,5.

[2] San Agustín, Enarr. in Psal., 44,3.

[3] Cf. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, III, 46,6.

[4] Charles Péguy, El misterio de la caridad de Juana de Arco, Ed. Encuentro, Madrid 1978, pp. 80-83.

[5] Juan Pablo II, Exhortación Vita consecrata, 24.

[6] Del Oficio de Lecturas del Sábado Santo; Breviario Romano.

[7] San Antonio María Claret, Imitación evangélica de Cristo, c.1, Biografías y Escritos, B.A.C., Madrid 1959, p. 660.


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San Ambrosio

Había, pues, en la granja un pollino que estaba atado con el asno. Sólo por orden del Señor podía ser desatado. Las manos de los apóstoles lo desataron, ahí tienes un modo de actuar, he ahí un camino y una gracia. Sé tú como ellos para que puedas desatar a los que están atados.

Mateo ha usado la presencia de los dos animales, la asna y el pollino, con el fin de qué, de igual manera que en los dos hombres fueron ambos sexos los que sufrieron la expulsión, así fuesen llamados en la figura de dos animales de uno y otro sexo. Y así, en la asna está figurada Eva, madre en el error, mientras en el pollino se ve simbolizada la totalidad de la gentilidad. Por esa razón el pollino es el que va a servir de cabalgadura.

Y no deja de tener interés que fueran enviados dos discípulos, que representan a Pedro, que se dirigió a Cornelio (Act 10,24) y Pablo a los restantes. Aunque con ello no especificó las personas, sino que sólo indicó el número.

(...)Por eso las apóstoles extendieron sus vestidos a los pies de Cristo, porque tenían que ir anunciando la gloria del Señor por medio de la predicación del Evangelio; y es que muchas veces en las Escrituras los vestidos representan las virtudes, las cuales, con una eficacia propia, llegan a ablandar un poco la dureza de los gentiles, procurando, por medio de un celo bien dispuesto, prestar el servicio de un cabalgar fácil y sin violencia.

(Obras Completas, B.A.C. Madrid, 1966)

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San Cipriano

Durante la misma Pasión, antes de que llegara la crueldad de la muerte y la efusión de sangre, cuántos insultos y cuántas injurias escuchadas por su paciencia. Soportó pacientemente los salivazos de quienes le insultaban, el mismo que pocos días antes había dado vista a un ciego con su saliva (Jn 9,6).

Sufrió azotes aquél en cuyo nombre azotan hoy sus servidores y ángeles al diablo, fue coronado de espinas el que corona a los mártires con eternas flores, fue abofeteado con garfios en el rostro el que da las verdaderas palmas al vencedor; despojado de su ropa terrena el que viste a todos con la vestidura de la inmortalidad, mitigada con hiel la sed del que da alimentos celestiales, y con vinagre el que propinó el licor de la salvación. El inocente, el justo, o mejor dicho, la misma inocencia y la misma justicia, oprimida por testimonios falsos, juzgado el que ha de juzgar, y la Palabra de Dios llevada al sacrificio sin despegar los labios...Todo lo soporta hasta el fin con firmeza y perseverancia, para que se consuma en la paciencia total y perfecta.

(Del bien de la paciencia, 7. Año Litúrgico Patrístico -2-, P. Manuel Garrido. O. S. B. Fund. Gratis Date)


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Juan Pablo II

CELEBRACIÓN DEL DOMINGO DE RAMOS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
13 de abril de 2003
XVIII Jornada mundial de la juventud

1. "Bendito el que viene en nombre del Señor" (Mc 11, 9).

La liturgia del domingo de Ramos es casi un solemne pórtico de ingreso en la Semana santa. Asocia dos momentos opuestos entre sí: la acogida de Jesús en Jerusalén y el drama de la Pasión; el "Hosanna" festivo y el grito repetido muchas veces: "¡Crucifícalo!"; la entrada triunfal y la aparente derrota de la muerte en la cruz. Así, anticipa la "hora" en la que el Mesías deberá sufrir mucho, lo matarán y resucitará al tercer día (cf. Mt 16, 21), y nos prepara para vivir con plenitud el misterio pascual.

2. "Alégrate, hija de Sión; (...) mira a tu rey que viene a ti" (Zc 9, 9).

Al acoger a Jesús, se alegra la ciudad en la que se conserva el recuerdo de David; la ciudad de los profetas, muchos de los cuales sufrieron allí el martirio por la verdad; la ciudad de la paz, que a lo largo de los siglos ha conocido violencia, guerra y deportación.

En cierto modo, Jerusalén puede considerarse la ciudad símbolo de la humanidad, especialmente en el dramático inicio del tercer milenio que estamos viviendo. Por eso, los ritos del domingo de Ramos cobran una elocuencia particular. Resuenan consoladoras las palabras del profeta Zacarías: "Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso, modesto y cabalgando en un asno. (...) Romperá los arcos guerreros, dictará la paz a las naciones" (Zc 9, 9-10). Hoy estamos de fiesta, porque entra en Jerusalén Jesús, el Rey de la paz.

3. Entonces, a lo largo de la bajada del monte de los Olivos, fueron al encuentro de Cristo los niños y los jóvenes de Jerusalén, aclamando y agitando con júbilo ramos de olivo y de palmas.
Hoy lo acogen los jóvenes del mundo entero, que en cada comunidad diocesana celebran la XVIII Jornada mundial de la juventud.

Hoy acogemos con fe y con júbilo a Cristo, que es nuestro "rey": rey de verdad, de libertad, de justicia y de amor. Estos son los cuatro "pilares" sobre los que es posible construir el edificio de la verdadera paz, como escribió hace cuarenta años en la encíclica Pacem in terris el beato Papa Juan XXIII. A vosotros, jóvenes del mundo entero, os entrego idealmente este histórico documento, plenamente actual: leedlo, meditadlo y esforzaos por ponerlo en práctica. Así seréis "bienaventurados", por ser auténticos hijos del Dios de la paz (cf. Mt 5, 9).

4. La paz es don de Cristo, que nos lo obtuvo con el sacrificio de la cruz. Para conseguirla eficazmente, es necesario subir con el divino Maestro hasta el Calvario. Y en esta subida, ¿quién puede guiarnos mejor que María, que precisamente al pie de la cruz nos fue dada como madre en el apóstol fiel, san Juan? Para ayudar a los jóvenes a descubrir esta maravillosa realidad espiritual, elegí como tema del mensaje para la Jornada mundial de la juventud de este año las palabras de Cristo moribundo: "He ahí a tu Madre" (Jn 19, 27). Aceptando este testamento de amor, Juan acogió a María en su casa (cf. Jn 19, 27), es decir, la acogió en su vida, compartiendo con ella una cercanía espiritual completamente nueva. El vínculo íntimo con la Madre del Señor llevará al "discípulo amado" a convertirse en el apóstol del Amor que él había tomado del Corazón de Cristo a través del Corazón inmaculado de María.

5. "He ahí a tu Madre". Jesús os dirige estas palabras a cada uno de vosotros, queridos amigos. También a vosotros os pide que acojáis a María como madre "en vuestra casa", que la recibáis "entre vuestros bienes", porque "ella, desempeñando su ministerio materno, os educa y os modela hasta que Cristo sea formado plenamente en vosotros" María os lleve a responder generosamente a la llamada del Señor y a perseverar con alegría y fidelidad en la misión cristiana.

A lo largo de los siglos, ¡cuántos jóvenes han aceptado esta invitación y cuántos siguen haciéndolo también en nuestro tiempo!

Jóvenes del tercer milenio, ¡no tengáis miedo de ofrecer vuestra vida como respuesta total a Cristo! Él, sólo él cambia la vida y la historia del mundo.

6. "Realmente, este hombre era el Hijo de Dios" (Mc 15, 39). Hemos vuelto a escuchar la clara profesión de fe del centurión, "al ver cómo había expirado" (Mc 15, 39). De cuanto vio brota el sorprendente testimonio del soldado romano, el primero en proclamar que ese hombre "era el Hijo de Dios".

Señor Jesús, también nosotros hemos "visto" cómo has padecido y cómo has muerto por nosotros. Fiel hasta el extremo, nos has arrancado de la muerte con tu muerte. Con tu cruz nos ha redimido.

Tú, María, Madre dolorosa, eres testigo silenciosa de aquellos instantes decisivos para la historia de la salvación.

Danos tus ojos para reconocer en el rostro del Crucificado, desfigurado por el dolor, la imagen del Resucitado glorioso.

Ayúdanos a abrazarlo y a confiar en Él, para que seamos dignos de sus promesas.
Ayúdanos a serle fieles hoy y durante toda nuestra vida. Amén.


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Catecismo de la Iglesia Católica

CRISTO

Cristo viene de la traducción griega del término hebreo "Mesías" que quiere decir "ungido". No pasa a ser nombre propio de Jesús sino porque él cumple perfectamente la misión divina que esa palabra significa. En efecto, en Israel eran ungidos en el nombre de Dios los que le eran consagrados para una misión que habían recibido de él. Este era el caso de los reyes (cf. 1 S 9, 16; 10, 1; 16, 1. 12-13; 1 R 1, 39), de los sacerdotes (cf. Ex 29, 7; Lv 8, 12) y, excepcionalmente, de los profetas (cf. 1 R 19, 16). Este debía ser por excelencia el caso del Mesías que Dios enviaría para instaurar definitivamente su Reino (cf. Sal 2, 2; Hch 4, 26-27). El Mesías debía ser ungido por el Espíritu del Señor (cf. Is 11, 2) a la vez como rey y sacerdote (cf. Za 4, 14; 6, 13) pero también como profeta (cf. Is 61, 1; Lc 4, 16-21). Jesús cumplió la esperanza mesiánica de Israel en su triple función de sacerdote, profeta y rey.

El ángel anunció a los pastores el nacimiento de Jesús como el del Mesías prometido a Israel: "Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor" (Lc 2, 11). Desde el principio él es "a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo"(Jn 10, 36), concebido como "santo" (Lc 1, 35) en el seno virginal de María. José fue llamado por Dios para "tomar consigo a María su esposa" encinta "del que fue engendrado en ella por el Espíritu Santo" (Mt 1, 20) para que Jesús "llamado Cristo" nazca de la esposa de José en la descendencia mesiánica de David (Mt 1, 16; cf. Rm 1, 3; 2 Tm 2, 8; Ap 22, 16).

La consagración mesiánica de Jesús manifiesta su misión divina. "Por otra parte eso es lo que significa su mismo nombre, porque en el nombre de Cristo está sobre entendido El que ha ungido, El que ha sido ungido y la Unción misma con la que ha sido ungido: El que ha ungido, es el Padre. El que ha sido ungido, es el Hijo, y lo ha sido en el Espíritu que es la Unción" (S. Ireneo de Lyon, haer. 3, 18, 3). Su eterna consagración mesiánica fue revelada en el tiempo de su vida terrena en el momento de su bautismo por Juan cuando "Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder"(Hch 10, 38) "para que él fuese manifestado a Israel" (Jn 1, 31) como su Mesías. Sus obras y sus palabras lo dieron a conocer como "el santo de Dios" (Mc 1, 24; Jn 6, 69; Hch 3, 14).

Numerosos judíos e incluso ciertos paganos que compartían su esperanza reconocieron en Jesús los rasgos fundamentales del mesiánico "hijo de David" prometido por Dios a Israel (cf. Mt 2, 2; 9, 27; 12, 23; 15, 22; 20, 30; 21, 9. 15). Jesús aceptó el título de Mesías al cual tenía derecho (cf. Jn 4, 25-26;11, 27), pero no sin reservas porque una parte de sus contemporáneos lo comprendían según una concepción demasiado humana (cf. Mt 22, 41-46), esencialmente política (cf. Jn 6, 15; Lc 24, 21).

Jesús acogió la confesión de fe de Pedro que le reconocía como el Mesías anunciándole la próxima pasión del Hijo del Hombre (cf. Mt 16, 23). Reveló el auténtico contenido de su realeza mesiánica en la identidad trascendente del Hijo del Hombre "que ha bajado del cielo" (Jn 3, 13; cf. Jn 6, 62; Dn 7, 13) a la vez que en su misión redentora como Siervo sufriente: "el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mt 20, 28; cf. Is 53, 10-12). Por esta razón el verdadero sentido de su realeza no se ha manifestado más que desde lo alto de la Cruz (cf. Jn 19, 19-22; Lc 23, 39-43). Solamente después de su resurrección su realeza mesiánica podrá ser proclamada por Pedro ante el pueblo de Dios: "Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado" (Hch 2, 36).


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EJEMPLOS PREDICABLES

Napoleón, desterrado en Santa Elena, dijo en una conversación familiar: “ Yo he enardecido a millares y millares que murieron por mi. Pero era con mi presencia, mi mirada, mi voz. Bastaba una palabra para arrastrarlos a todos… Mas ahora, que estoy aquí, en Santa Elena, atado a una roca, ¿Quién lucha por mí, quien va a conquistarme reinos? ¡Que diferencia entre mi miseria y el reinado de Cristo, que es predicado, amado y adorado por todo el mundo y vive siempre!”

(Del libro ejemplos predicables, pag 57, nº 125, Mauricio Rufino, editorial Herder, 1962)