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H O M I L Í A S 

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DOMINGO VII DE PASCUA - CICLO A

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En el domingo 7 se lee, en los tres ciclos, el capítulo 17 de Juan: este año, sus primeros versículos. Todo el evangelio de Juan está "organizado" en esta clave: la bajada de Cristo, como enviado del Padre, con los signos que le acreditan como tal (=los capítulos 1-12) y la subida de Cristo al Padre (=los capítulos 13-20; ver en concreto 13, 1). Esta es la clave para entender el evangelio de hoy y su inclusión precisamente en el domingo entre la Ascensión y Pentecostés.

-Misión cumplida. Es el primer tema que parece destacarse hoy en las lecturas bíblicas. Cristo ha cumplido su misión: ha "manifestado el nombre de Dios a los hombres", "les ha comunicado las palabras que El le dio". Todos han podido "conocer" a Dios y a su enviado; han tenido opción para "creer" en él.

Ahora "ha llegado la hora" de la glorificación del Hijo, que es también la glorificación del Padre. Los conceptos "hora" y "gloria" tienen en Juan una gran densidad. Es el momento en que se manifestará más palpablemente la salvación, la vida divina que se ofrece a los hombres: la entrega obediente de Cristo a la muerte, su Resurrección y su vuelta a la gloria del Padre como Cabeza de la nueva humanidad. En esta "hora" pascual es cuando Cristo participa más plenamente de la "gloria" de Dios. Pero todo ello continúa ahora en sus fieles: "en ellos he sido glorificado" (3a. lect.), "si sufre por ser cristiano, que dé gloria a Dios por este nombre" (2a). Y todos rebosarán de gozo "cuando se manifieste la gloria" de Cristo (2a).

Si se quiere desarrollar este filón cristológico en la homilía, convendría releer el denso resumen que de "hora" y "gloria" hace, por ejemplo, el Vocabulario Bíblico de Leon Dufour. -Otro tema que hoy queda subrayado es el de la Iglesia como tiempo intermedio entre la Ascensión del Señor y su vuelta gloriosa.

Es el tiempo de la tensión escatológica y de la tarea misionera de la Iglesia, movida por el Espíritu.

Si Cristo ha cumplido su misión y desaparece visiblemente, deja a la comunidad eclesial como "sacramento", signo eficaz de su presencia salvadora. Y esta comunidad aparece en las lecturas de hoy con unas notas programáticas: unida fraternalmente, congregada para la oración, con María la Madre de Jesús, en la espera del Espíritu Santo prometido (1a lect.). Pero destaca otro elemento muy característico del "tiempo intermedio": la persecución, las dificultades (2a lect.). La misión que la Iglesia lleva a cabo en el mundo es "contra corriente", y desde el primer momento encontrará oposición. Es una de las dimensiones que más claramente había anunciado el mismo Cristo. Pedro invita a los cristianos a que consideren estas pruebas como asociación gozosa a los sufrimientos de Cristo: o sea, a su Pascua, que es el paso, por la muerte, a la nueva vida. El tiempo de la Iglesia es tiempo de fatiga y sufrimiento. También en nuestro siglo. Por ello se nos llama "dichosos" y se nos invita a "estar alegres", si sufrimos" por ser cristianos" (2a. lect.)

-En este aspecto, como en todos los demás (predicación, búsqueda de la verdad, vivencia de la nueva vida, santidad individual y comunitaria) es el Espíritu Santo el que anima y fortalece: "el Espíritu de Dios reposa en vosotros" (2a lect). En el tiempo de su ausencia visible, el Señor Jesús sigue actuando su misión salvadora por medio de un protagonista visible, la comunidad eclesial, y de otro invisible, del que hablan insistentemente las lecturas de los últimos domingos: el Espíritu.

Una buena ocasión se nos presenta también hoy para situar la figura de la Virgen María en relación con la triple coordenada: Cristo, el Espíritu y la Iglesia. En este mes de mayo deberíamos seguir más que nunca las orientaciones de la "Marialis Cultus" de Pablo VI, que nos enseña a presentar a la Virgen dentro de esas claves. Sobre todo conviene leer los números 25 (relación con Cristo), 26-27 (María y el Espíritu) y 28 (María en la Iglesia).

-La comunidad creyente congregada para la Eucaristía es precisamente esa Iglesia, reunida en oración, que aparece ya desde antes de Pentecostés. Celebrando la Eucaristía es como expresamos nuestra fe en Cristo y nos autocomprendemos como la comunidad del Espíritu, renovando continuamente nuestra propia razón de ser. La reunión eucarística mantiene nuestra esperanza en tensión escatológica y nos compromete a cumplir con valentía la misión que Cristo nos encomendó.

La Iglesia hace la Eucaristía (nos reunimos para celebrarla) y la Eucaristía hace a la Iglesia (nos va construyendo y animando como la comunidad de fe y del Espíritu)

J. ALDAZABAL
MISA DOMIICAL 1975/10
 

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