13 HOMILÍAS PARA EL SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA - CICLO A

1.

-Dudar es cosa de hombres.

Siempre que leemos o escuchamos este evangelio de Juan se polariza nuestra atención en la persona de Tomás y en su actitud pragmática: "si no veo, no creo". Puede suceder que nos resulte incómoda o antipática esta postura del apóstol. Nos molesta su arrogancia frente a la unánime aceptación del resto de los apóstoles. Sin embargo, la duda de Tomás, que recoge el evangelio, que es Buena Noticia, bien pudiera contribuir a sostener la debilidad de nuestra fe y a no naufragar en el mar de dudas en que frecuentemente nos ahogamos los cristianos.

La recuperación de la libertad y el pluralismo de nuestra sociedad favorecen el cuestionamiento de muchas de nuestras creencias, indiscutidas durante largos años. A veces nos lamentamos de que la televisión o la prensa critiquen nuestros dogmas o tomen pie de ellos para provocar la hilaridad o crear situaciones de fácil comicidad. Lo cierto es que este estado de cosas nos produce desasosiego y en ocasiones desata respuestas destempladas. Como también es cierto que todo ello suscita en nosotros la duda o la sospecha de que los creyentes también tenemos alguna asignatura pendiente. Nos sorprenden ciertos cambios de la Iglesia, que habíamos imaginado tan inmutable como Dios. Nos sacan de quicio ciertos enunciados de las ciencias, que se presentan como contradictorios de tales o cuales dogmas. Y nos angustiamos: ¿Estamos perdiendo la fe? En ocasiones, hasta los intentos de la Iglesia por actualizarse -aggiornamento- nos parecen síntomas de inseguridad, de debilidad o de claudicación. Querríamos ver, para creer.

-También creer es cosa de hombres.

Pero la fe no es seguridad. No es tampoco un modo complementario o supletorio de la razón. Esta tiene su propio campo de aplicación. Pero el hombre es más que razón. Nuestra civilización, la del mundo occidental, ha hecho una opción clara por la razón. Pero en la medida que esa opción racional supone el rechazo de lo irracional en el hombre, se convierte en racionalismo, que es una fe irracional en la razón.

El racionalismo occidental, tan orgulloso de sus logros, ha desembocado en lo más irracional que imaginarse pueda, que es poner la razón (la ciencia y la técnica) al servicio de la guerra o al servicio de unos pocos con exclusión de la mayoría empobrecida y miserable. El racionalismo en su intento de reducir el hombre a la razón, ha concluido por deshumanizar al hombre y la sociedad.

H/DIMENSION: Si de verdad queremos una vida más humana, una sociedad más humanitaria, un mundo más solidario, tenemos que empezar por restituir al hombre su verdadera dimensión. La capacidad racional es básica, pero también la fe es una actividad profundamente humana. Para ser racionales necesitamos confiar en nosotros mismos, en nuestra capacidad de ir al encuentro de la realidad que se nos ofrece. Pero necesitamos creer, confiar en el otro, para salir de nosotros mismos, del egoísmo y del etnocentrismo, para salir al encuentro del otro, de todos los otros y, en definitiva, del Otro de todos, que es Dios. Cuando no hay tal fe en los demás, cuando no hay confianza en los otros, se busca la seguridad contra todos (la carrera de armamentos, la guerra disuasoria...) o al margen de todos (desigualdades, subdesarrollo, insolidaridad nacional e internacional, etc.). Y cuando no hay fe en Dios, ocurre que cualquier banalidad puede llegar a ser dios (idolatría del progreso, del dinero, de la tecnología punta), sacrificando incluso la vida de pueblos y continentes con la más inicua explotación.

-Dichosos los que crean sin haber visto.

Las palabras de Jesús, a propósito y tras la humilde confesión de Tomás, son el anuncio y la dicha que se nos prometen a todos nosotros que, como dice Pedro, no hemos visto al Señor y creemos en él y lo amamos. Tomás pudo exigir ver y tocar al Señor. Y Jesús accedió a las pretensiones de Tomás. Pero nosotros sólo podemos creer por el testimonio de los que vieron al Señor. Y esa es nuestra dicha, aunque no nuestra ventaja. Sin embargo, los apóstoles, que vieron y creyeron, necesitaron creer para ver. Pues las apariciones de Jesús acontecen en el ámbito de la fe. Y nosotros, que creemos sin haber visto, necesitamos también ver para creer. Por eso la transmisión de la fe acontece en la comunidad de creyentes, en la Iglesia. La fe entra por el oído y se consolida en la praxis. Tomás no estaba con el grupo cuando se apareció Jesús el domingo de pascua. Tomás tuvo que ser evangelizado por sus condiscípulos: hemos visto al Señor. Tomás no llegó a creer hasta que no entró en el grupo. En el grupo vio al Señor y creyó en Jesús: Señor mío y Dios mío. La comunidad de creyentes, la Iglesia, es el ámbito de la fe. Por eso se nos bautiza en la fe de la Iglesia. No sólo en la fe que confiesa la Iglesia, sino también en la fe de la que vive la Iglesia. Lucas nos hace una descripción precisa de esta vida de fe de la Iglesia en los primeros años: "Los hermanos eran constantes en escuchar las enseñanzas de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en la oraciones". Y explica cómo vivían todos unidos, cómo lo tenían todo en común, cómo repartían según las necesidades.

Y es que precisamente ahí, en la praxis, en la vida, es donde pueden disolverse todas las dudas de la fe. Si la fe no es más que la formulación intelectual de lo que creemos, dicha formulación presenta siempre matices discutibles. Pero la fe es mucho más, es una novedad radical. Más que un proceso cognoscitivo, que se apoye en pruebas o razones, es una nueva vida, nueva manera de vivir.

EUCARISTÍA 1987/21


2. PASCUA/GOZO

Entre todas las cosas que se pueden decir sobre la pascua, voy a escoger el gozo. Explota ya desde el comienzo de la vigilia pascual en el canto del Exsultet.

¡Exultad de gozo! El poder santificador de esta noche expulsa los crímenes y lava los pecados. ¡Oh noche de felicidad! Noche en la que el hombre encuentra a Dios.

¡Encontrar a Dios! La pascua es gozo porque es la fiesta del abrazo completo y definitivo entre Dios y los hombres. La pascua lo hace todo posible. Chocamos tantas veces con las imposibilidades que la única fuente verdadera de gozo, el gozo fundamental, consiste en estar absolutamente seguros de que entre Dios y nosotros no puede haber ya ningún obstáculo. Jesús los ha derribado todos. Si pudiéramos admitir esto, conoceríamos la fuerza de la pascua: "Oíd, sedientos todos, dice Isaías, acudid por agua; también los que no tenéis dinero; venid, comprad la dicha, comed sin pagar. Buscad al Señor mientras se le encuentra; invocadlo mientras esté cerca" (Is 55, 1-11).

El evangelio de esta noche nos dice por qué Dios se ha hecho tan cercano, por qué es imposible no dejarse arrastrar por el gozo: "Ha resucitado Cristo"; ha abierto el sepulcro y "nos precede a Galilea", nos conduce hacia el Padre, nos va a dar el Espíritu y todos los regalos de Dios; la vida de los hombres va a quedar transformada. Se entra en el gozo de la pascua cuando se comprende hasta qué punto la resurrección de Cristo lo cambia todo. Lo repiten los prefacios de pascua con las palabras más triunfantes de todo el misal:

Muriendo destruyó nuestra muerte
y resucitando nos dio la vida.
Por eso ahora nosotros,
el pueblo de los bautizados
radiantes de gozo pascual,
exultamos por toda la tierra.

¿Exultamos de verdad? Cuando hayan dejado de sonar las campanas de la pascua, ¿volveremos a mostrarnos preocupados, insatisfechos, inquietos? Porque la pascua no es un breve encuentro con el gozo. Este gozo hemos de mostrarlo en medio de la vida de cada día, es preciso que se incruste en nuestras dificultades, que no se sienta nunca fuera de juego. Incluso en medio de nuestros temores Jesús quiere poner su paz: "mi paz está con vosotros; no tengáis miedo".

Creo cada vez más que el gozo cristiano tiene que emprender un combate sin tregua contra el miedo. Sabemos que el miedo seguirá estando allí, hasta el final, pero el gozo pascual es precisamente la certeza absolutamente única de que podemos vencer todos los temores. "En el mundo tendréis apreturas, dice Jesús, chocaréis con pruebas terribles, pero tened confianza" (/Jn/16/33). Esto es lo que puede darnos ese aspecto de hombres salvados que más de un no-creyente busca en nuestro rostro.

¿Por qué no lo tenemos? FE/EXP-PASCUAL: Quizás porque celebramos la pascua sin realizar la experiencia pascual. Hay que repetir incansablemente que todo en nuestra fe es experiencia de fe. Proclamar que la pascua hace posible lo imposible sin probarlo por la experiencia es matar muy pronto nuestro gozo de haber exorcizado el miedo.

Lo que se canta en esta vigilia pascual es verdadero. La muerte- resurrección de Jesús nos da el poder de vivir a fondo todo lo que tenemos que vivir: el trabajo, la oración, el apostolado, las preocupaciones, la enfermedad, los conflictos, la soledad, la vejez. En todo esto, por la vida que Cristo ha ganado para nosotros, podemos ser vencedores. Cantar que Cristo ha resucitado es creer que en adelante Cristo lo puede todo por nosotros. Pero esta fe pascual se irá enmoheciendo si no la sometemos enseguida a prueba. Hay que probar la pascua, hay que ensayar la vida nueva. ¡Pasando por una muerte! Si no, nos quedamos al margen de lo que Cristo vivió: una muerte-resurrección, una muerte para vivir.

Esto quiere decir aceptar la muerte de tal orgullo, de tal avaricia, avanzar en medio del miedo, de la depresión, de la angustia, de la desazón, para desembocar un poco más arriba, en una vida más intensa y más salvada. El gozo de la pascua se consigue, oculto o exultante, en el mismo seno de ese recorrido en el que uno acepta morir para vivir y para hacer vivir. A veces se trata de una explosión de risa o de una danza de gozo, pero más de ordinario se trata de una sonrisa de aliento, de un calor de fiesta íntima, o solamente de la certeza de que el túnel va a terminar.

ANDRE SEVE
EL EVANG. DE LOS DOMINGOS
EDIT. VERBO DIVINO ESTELLA 1984 .Pág 65


3.

1. Jesús resucitado, centro de la comunidad

Durante estas semanas que constituyen el tiempo pascual, vamos a centrar nuestras reflexiones en esta síntesis entre Cristo y la nueva humanidad redimida: la comunidad cristiana. Serena y concienzudamente vamos a mirarnos a nosotros mismos en este espejo que es el Evangelio, un espejo que nos obligará a corregir aquellos aspectos que no coinciden con el espíritu de hombres liberados por Cristo.

Hoy se habla mucho de «comunidad», esa palabra que en otras épocas casi solamente se usaba para las comunidades religiosas. Ahora, en cambio, solemos referirnos a la comunidad parroquial, a la comunidad diocesana, a las comunidades de base, etc. También la palabra ha sido completamente desacralizada y engrosó el diccionario político: nos referimos a la comunidad nacional, la comunidad europea, etc.

Es común en nuestra cultura occidental el esnobismo por las palabras nuevas. Lo lamentable sería creer que por cambiar de palabras cambia también la realidad. Precisamente los textos bíblicos de hoy nos obligan a penetrar en el sentido íntimo de la comunidad que aparece como el fruto más inmediato de la Pascua. Algo nuevo surge en el mundo después de la resurrección y por obra del Espíritu de Cristo: los que estaban dispersos, se unen...

El relato del Evangelio de Juan es como una síntesis teológica de la comunidad cristiana. Con su mesurada precisión y con su característico lenguaje simbólico, el texto subraya los elementos básicos de la comunidad cristiana.

La primera línea es toda una historia. Era el primer día de la semana, o sea el mismo domingo de pascua, y los apóstoles se habían reunido a puertas cerradas, presos del miedo. Dos elementos nos llaman la atención:

--Primero: Ha comenzado una nueva semana en la historia de la humanidad y estamos en su primer día: el día del Señor. Tal es el sentido del Domingo: un día distinto a los demás porque significa el comienzo de algo nuevo. Sin embargo, hay muchos que parecen no haberlo advertido. Más aún, han hecho de ese día un día de muerte...

--Segundo: La tónica de esa gente es el miedo. Del miedo hemos hablado el último domingo de Cuaresma, considerándolo como una forma de muerte. El texto de hoy lo confirma: los apóstoles están aterrorizados por el espectro de la muerte. Y el miedo los tiene paralizados.

Son un grupo de gente que se ha reunido para encerrarse y aislarse de los hombres. Una comunidad cerrada: comunidad de muerte. En efecto: están unidos pero por la muerte. Mutuamente se consuelan por el fracaso de sus ilusiones y esperanzas. Ahora miran su futuro: estar entre los hombres como si no estuvieran, no llamar la atención, no establecer relaciones con nadie. La comunidad es la tumba que ellos mismos se han fabricado. Lo triste del caso es que muchas comunidades cristianas y religiosas parecen seguir en esa misma postura.

Viven sin alegría y sin esperanza; temen a la gente y se apartan de ella como un peligro, como si no fuese el contacto con la gente la única manera de vivir la santidad de la Pascua. ¿Y qué puede hacer una comunidad encerrada sino vegetar? Al poco tiempo muere en sus miembros el sentimiento, el afecto, las iniciativas, las expectativas, el deseo de cambiar y de progresar. Están juntos pero no viven en comunidad. En efecto, ¿qué puede unir a un grupo de personas que ya no saben mirar hacia adelante? Sólo los unen las cuatro paredes dentro de las cuales se han encerrado. Cuatro paredes -las paredes pueden ser reales o simbólicas- que les permiten llamarse comunidad cristiana. Sin embargo, no han descubierto que dentro reina un gran vacío: el vacío de Cristo resucitado. Entonces hace su entrada Jesús. Viene a llenar el vacío de la muerte. Entra como un ladrón, a puertas cerradas. Pero no hay que temer: viene precisamente a abrir las puertas y ventanas de la casa que se dice suya.

Su saludo es todo un proyecto de vida: "Paz a vosotros". El antiquísimo saludo semita que aún se conserva en Palestina, «Shalom», ahora tiene un nuevo sentido: la paz de la vida debe suplantar a la paz de la muerte. La paz de la muerte es quietud, desconsuelo, miedo, ansiedad. «Descansa en paz», es el saludo final a nuestro difunto querido.

La paz de la vida es la alegría de reconstruir nuestra vida. Es la paz del que se mueve, se inquieta y sale de sí mismo. Es la paz de la esperanza y de las puertas abiertas. Por eso dice el texto evangélico, «se Ilenaron de alegría al ver al Señor».

De esta paz habla la Carta de Pedro: «Bendito sea Dios que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesús, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva...» Así la Pascua hace nacer a la comunidad cristiana.

Sin Pascua no hay comunidad cristiana, aunque haya ritos, oraciones, santas reglas y hasta el mismo techo. En esto se diferencia la comunidad cristiana de las demás comunidades: los une la vida de la Pascua. Los une la esperanza de nacer siempre de nuevo.

De ahí el sentido del domingo y de la eucaristía dominical: la comunidad afirma su esperanza como si todo el largo pasado fuese un ayer muerto, como si el futuro fuese su única vida. "Quien mira atrás no es apto para el Reino de Dios", ha dicho Jesús. Ahora lo comprendemos mejor: quien no muere cada domingo a su pasado para renacer al futuro que se debe construir, ése no puede llamarse cristiano.

En síntesis: todos los cristianos decimos que creemos en Cristo Resucitado, aunque podríamos dudar si todos realmente lo creen. De cualquier forma, poca importancia tiene esto. El problema es otro: ¿Qué implica creer que Cristo está presente en la comunidad? Según el Evangelio, hay dos signos que delatan la real presencia de Cristo: la paz y la alegría. La Pascua es primavera y vivir en la Pascua es vivir una eterna primavera. Que la comunidad no permita que los brotes endurezcan y pierdan su flexibilidad: nuestras comunidades necesitan estructuras flexibles, ágiles, livianas. Tampoco perdamos las flores: la alegría es la flor de la Pascua. Alegría serena, simple. Si decimos que nos une el amor de Cristo, ¿por qué expresamos ese amor con el duro rostro de la ley, de las obligaciones, de la rutina y del hastío?

En este instante entra en escena Tomás. Quizá sea él el mejor prototipo de nuestro cristianismo anquilosado. Tomás ha estado ausente aquel domingo. Se trata de una significativa ausencia. Tal miedo le provocó la prisión de Jesús, que había huido muy lejos de sus hermanos; se había aislado y desentendido totalmente. Siete días después volvió creyendo que "el asunto Jesús" estaba terminado. Pero su sorpresa fue grande: ahora le dicen que está vivo y que ha visitado a los suyos. Su respuesta fue harto significativa: si no lo veo bien visto y si no palpo sus llagas, no creeré.

Dos ideas se entremezclan en su respuesta: Por un lado, que aún no comprende que ahora debe ver con ojos distintos. Jesús está en la comunidad, pero como si no estuviera. No está para hacer las cosas, sino para empujar hacia la acción a los suyos. Está como un espíritu, es decir, como soplo, aliento o viento. Está como germen de vida y como fuerza para vencer a la muerte.

Por otro lado, la cruz no aceptada le impide reconocer a Jesús. Tal parece ser el sentido del texto: al obligarlo Jesús a que palpe sus llagas y meta su dedo en los agujeros de los clavos, lo invita a no huir de la cruz sino a tomarla y abrazarla; a meterse dentro de ella, pues quien no sigue a Jesús con la cruz, tampoco lo puede seguir en su Pascua. Una vez más, la vieja idea: quien quiera llegar a la vida, debe cruzar las fronteras de la muerte...

Fue justamente entonces cuando Tomás reconoció a Jesús: Señor y Dios. La comunidad cristiana confiesa a Jesús como a su verdadero conductor y guía. Pero, ¡atención!, ahora confiesa al Cristo total: el de la muerte y el de la resurrección.

La conclusión es clara: la vida en comunidad no es un idilio romántico, no es un juego de enamorados. Es como un matrimonio en el que, a lo largo de los años, el dolor y el amor se entremezclan como se entremezclan los cuerpos. Vivir en comunidad exige renuncias conscientes, pues la alegría pascual es alegría del compromiso asumido. No es el fatuo gozo de quien vive a solas, gozando en su cobardía.

Precisamente el Libro de los Hechos es el testigo de este proceso por el cual la comunidad cristiana primitiva fue madurando lentamente en el amor por el dolor compartido. Surgirán conflictos, desentendimientos, rupturas y hasta odios. La frontera de la muerte está dentro de cada uno y dentro de la comunidad; por eso es tan difícil abatirla totalmente. Mas quien permanece en la comunidad, es porque cree en la supremacía del amor sobre las demás fuerzas. Eso es todo.

2. El nuevo estilo de la comunidad cristiana

El Evangelio de Juan nos ha hecho teología. El Libro de los Hechos hace historia: encarna el ideal comunitario en hechos concretos. Juan nos ha dicho que la comunidad cristiana cree en la supremacía del amor. Lucas nos muestra a la primera comunidad viviendo según ese principio.

Una lectura atenta del texto, nos señala varios puntos esenciales en ese nuevo estilo de vida de quienes dicen creer en la presencia de Jesús resucitado. Señalemos algunos: a) Los cristianos viven unidos: ésa es su primera característica. Si Tomás no pudo ver al Señor porque se había aislado, la comunidad que se reencuentra no necesita ya preguntar dónde está Jesús. El Señor está presente en los hermanos unidos.

Lucas insiste en el tema y razón tenía para hacerlo: juntos rezaban, juntos celebraban la Eucaristía, juntos comían con alegría y juntos escuchaban la palabra de Dios.

Pero su unión iba más lejos aún: juntos permanecían a lo largo de la semana, de ahí que nadie se sintiera extraño a las necesidades de los demás. Los bienes de cada uno estaban al servicio de todos, de tal modo que se superó la barrera de las clases sociales, verdadera muerte de la comunidad.

Quizá hubiéramos deseado de esta primera comunidad algo más espectacular y grandioso. Pero su sencillez nos aplasta: ni siquiera consideraban necesario tener otro templo distinto del de su pueblo. Eran conscientes de que el verdadero templo del Señor era la misma comunidad en cuanto vivía casi al pie de la letra el Evangelio de Jesús. Mucho se ha hablado y discutido acerca de la historicidad del relato de Lucas: ¿Habla de hechos concretos realmente sucedidos o sólo presenta un ideal? ¿Es un ideal posible o sólo una utopía?

Estas son las preguntas que se hacen los que permanecen de este lado de la frontera; su hipocresía se reviste de argumentos para no tener que dar el paso decisivo hacia la comunidad. Entretanto, seguimos discutiendo y nuestro aislamiento crece.

Sí, el texto de Lucas es una utopía, es decir: es algo que, desgraciadamente, no tiene lugar ni cabida en nuestros esquemas. Hablamos de que con la Pascua ha sucedido algo nuevo, pero luego nos resistimos a aceptar esto nuevo. En efecto: si no cambia nuestro esquema de comunidad cristiana, ¿dónde está lo nuevo de la Pascua?

Si seguimos pensando en nosotros mismos como si fuésemos los únicos habitantes del planeta, si no somos capaces de darle un nuevo sentido a las riquezas, si nuestro hogar sigue con sus paredes cerradas herméticamente son fronteras cerradas al extraño... Si todo sigue igual pero con palabras distintas: ¿a qué estamos jugando?, ¿a quién pretendemos engañar?

La utopía de Lucas es el constante reto que el Señor resucitado hace a los que dicen seguirlo. No seguiremos aplicando palabras nuevas a las mismas y viejas estructuras. Si una parroquia anquilosada en el tiempo, ahora se autotitula «comunidad cristiana» o "comunidad de base", no por eso las cosas son distintas. Si nuestro sistema educativo o familiar aplica nuevos métodos pero sin reformar el concepto mismo de educación como diálogo con el educando, ¿qué ha cambiado?

Así, pues, el dilema es claro: Si Lucas habla de hechos reales, señal evidente de que es así como debe vivir la comunidad cristiana; si su relato es una utopía, mayor razón para tratar de poner en práctica el ideal de la Pascua.

b) Y hay un segundo elemento que nos llama la atención: «los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones».

¿Qué significa esta constancia? Lo que ya hemos insinuado: debemos vivir en un permanente renacer. La constancia no es rutina; ésa es la constancia de la muerte. La vida siempre nace y se renueva, madura y crece: ésa es su constancia. A menudo hemos confundido la constancia con el anquilosamiento y la quietud. Una comunidad que sólo vive para conservar sus esquemas y estructuras, no crece. Muere con el tiempo y la historia la supera. Demasiado caro le ha costado a la Iglesia el precio de vivir para conservar formas de vida que envejecían con el tiempo.

Cuando decimos que lo nuevo es Cristo, decimos que siempre es algo nuevo, y que cada generación debe descubrir eso nuevo. Lo que para otros fue nuevo, para nosotros puede ser viejo. Y aunque ciertos elementos permanezcan, nueva ha de ser la forma de asumirlos y de adaptarlos a los nuevos tiempos.

Un solo ejemplo ilustra esta idea: la forma como los primeros cristianos interpretaron la tenencia de los bienes puede variar en el tiempo, pero ha de permanecer el espíritu que animaba ese literal compartir los bienes. Así, pues, con ese mismo espíritu hoy debemos buscar formas más maduras y evolucionadas para que la riqueza sea un patrimonio de toda la humanidad y no sólo de unos pocos. Si ayer caridad fue sinónimo de limosna, hoy vemos que ese concepto ha crecido: caridad es sinónimo de justicia social. Hasta puede ser que cambie o que deba cambiar nuestro concepto de propiedad privada; poca importancia tiene, si la nueva concepción responde mejor al viejo ideal utópico del amor fraterno.

En síntesis: No en vano Jesús insufló su espíritu de vida en la tarde pascual cuando se hizo presente en medio de los apóstoles. Es ese espíritu el que se debe conservar, y es ese mismo espíritu el que debe renovar constantemente las viejas estructuras. Vivamos, pues, en la constancia, pero en la constancia del Espíritu. El resto es muerte.

Concluyendo...

Vivir en la Pascua es bastante más que una bonita expresión. Creer en Cristo resucitado es algo más que una confesión del Credo. Jesús fue claro cuando dijo que la letra mata y que sólo el espíritu da vida.

Si hemos recibido el espíritu del Señor resucitado si creemos aún sin ver..., ¿cuáles serán los frutos nuevos de esta fe? Si hemos renacido para vivir en una esperanza viva, ¿qué futuro queremos construir?

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A.2º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1977.Págs. 197 ss.


4.

1. Confesión y fe. 
El evangelio tiene estos dos centros de gravedad: Jesús, procedente de los infiernos, se aparece a los discípulos y les trae la gran absolución del cielo por el pecado del mundo, que él ha llevado y por así decirlo confesado sobre la cruz. Pascua es la fiesta en la que se da a la Iglesia el poder de perdonar a todos aquellos que se arrepienten de sus pecados, y para ello recibe el Espíritu Santo de Jesús. La confesión no es una penitencia, sino un ser agraciado personalmente con el perdón concedido por Dios por medio de la Iglesia, que nos transforma, a nosotros seres manchados e impuros, en hombres puros «como niños recién nacidos» (1 P 2,2). Pero esto en la fe que Dios deja actuar en nosotros, y no en la terquedad del que quiere percibir esta acción también psicológicamente. Por eso se añade inmediatamente después el episodio del incrédulo Tomás, que tiene que oír estas palabras dirigidas a él y a todas las generaciones futuras: «Dichosos los que crean sin haber visto» (v. 29). Lo que Dios obra en nosotros es mucho más grande que lo que entra en el pequeño recipiente de nuestra experiencia.

2. No ver y sin embargo alegrarse. 
Por eso Pedro, en la segunda lectura, pronuncia un elogio memorable de aquellos que aman al Señor sin verlo; y esto no bajo la coacción de una fe impuesta, sino con un «gozo inefable y transfigurado», un gozo que irradia a partir de la entrega de la fe, sin que el cristiano quiera acaparar para sí esa irradiación gozosa. Se trata de una fe alimentada por la «esperanza viva» propiciada «por la resurrección de Jesucristo», una fe que se afirma también y sobre todo en las pruebas terrenales de la fe, que avanza hacia su «meta» en el seguimiento fiel del Señor sufriente y resucitado. Si se quiere llamar «experiencia» a este gozo inefable que brota de la fe, se trata ciertamente de una experiencia que no quiere entretenerse con los placeres del presente, sino liberarse de ellos para poder alcanzar cuanto antes la «meta» deseada. Pero no es que nosotros hayamos obtenido o alcanzado algo, sino que nosotros hemos sido alcanzados por Cristo, que obtuvo esa meta para nosotros (cfr. Flp 3,12).

3. En comunión. 
Esta «experiencia» de la fe, deseosa de llegar cuanto antes a la meta de la esperanza, el cristiano la tiene en la comunidad de la Iglesia. La primera lectura no habla de otra cosa. Tomás, como hombre incrédulo y escéptico, se había convertido en un ser aislado con respecto a la comunidad de los discípulos. Jesús le devuelve a la comunión, le integra de nuevo en esta comunidad. Se trata de una comunidad de oración unánime, de comida en común e incluso de posesión común de los bienes materiales. En el fondo esta comunidad de fe en Jesucristo se mantiene por la celebración en común de la Eucaristía; pues los creyentes comprenden definitivamente que esta comunidad no la forman ellos, en un plano puramente humano, sino que es una fundación del Señor: sólo en él y por él son todos Iglesia, en la que la fe de cada uno de ellos es confirmada por la de todos los demás, como una cuerda compuesta de múltiples hilos.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 64 s.


5.

A LOS OCHO DÍAS

Este año debemos aprovechar el texto del evangelio de hoy para predicar sobre el domingo. La Carta Apostólica Dies Domini nos invita a hacerlo. Las apariciones del Señor resucitado a sus apóstoles empiezan al anochecer de aquel día y continúan a los ocho días. El domingo ha quedado consagrado, pues, desde el inicio, como día del Señor, el día pascual en que la comunidad de la Iglesia se reúne convocada por su Señor.

Hoy, pues, repetiremos de nuevo con fuerza aquel "hoy" pascual que cierra la semana, este período de los ocho días -de domingo a domingo- que ya nos hablan de la nueva creación que Jesús ha inaugurado con su resurrección.

LA PAZ, EL ESPÍRITU, EL PERDÓN

Análogamente repetiremos que, dado que cada domingo es "día del Señor", de encuentro con él, cada domingo es "día de la paz", "día del Espíritu", "día del perdón". Estos son, como mínimo, los frutos, o mejor dicho, el único fruto que tiene múltiples aspectos, que derivan del encuentro comunitario con el Resucitado.

Paz a vosotros repetimos constantemente en nuestros encuentros porque lo hemos aprendido del Señor resucitado; paz que deriva de la presencia del Espíritu que ha sido exhalado sobre los creyentes reunidos; paz de veras, no como la da el mundo, porque es fruto del perdón que Jesús nos ha ganado con su misterio pascual y que nos da generosamente como don de Pascua. En la unidad del "misterio pascual" que la liturgia nos invita a celebrar extensivamente en el tiempo, la resurrección del Señor, visible a los suyos, reunidos en comunidad, es ya donación del Espíritu. Pascua y Pentecostés se encuentran; son un sólo movimiento. Durante cincuenta días lo estamos celebrando.

Hoy deberíamos destacar en la celebración todos los momentos en que el Espíritu tiene el protagonismo, todos los diálogos que piden el encuentro personal individual y de la asamblea reunida con el Señor, todos los momentos en que expresamos que el fruto de la Pascua es el perdón que hemos recibido y seguimos recibiendo; todos los momentos en que imploramos y deseamos la verdadera paz resaltando el del momento de la despedida. El agradecimiento al Señor brota de las palabras del apóstol Pedro en la segunda lectura: por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva. Durante estos domingos pascuales iremos leyendo fragmentos de esta carta que tiene un regusto de gozo pascual-bautismal que nos invitará a llenarnos de un gozo inefable y transfigurado.

TODOS LOS CREYENTES

Una preciosa explicación de lo que es la Iglesia desde su origen: constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Por eso, eran bien vistos de todo el pueblo, porque vivían unidos y compartían todos los bienes, sin nada propio, sin indigencia, atendiendo las necesidades de cada uno. Daban testimonio comunitario, eclesial, de vivir una nueva creación: encarnaban la Pascua del Señor que los había transformado.

Es el ideal de la comunidad cristiana de ayer, de hoy y de siempre. El espejo en el que cada comunidad al nivel que sea quiere reflejarse. Y al ser conscientes de que no lo conseguimos a causa de nuestra flaqueza humana, debemos volver a pedirlo como fruto de la Pascua del Señor.

DICHOSOS LOS QUE CREAN SIN HABER VISTO

La última bienaventuranza que proclama Jesús. La que nos dirige a nosotros. ¡Realmente debemos agradecer a Tomás su ausencia en la primera reunión de la comunidad apostólica y sus dudas en la segunda tan parecidas a las nuestras! Permitieron al Señor dirigirse a nosotros en forma de bienaventuranza, después de una única condición: la profesión de la fe de la Iglesia. ¡Señor mio y Dios mío! Tal como lo hacemos nosotros. Por eso no "faltamos" al encuentro comunitario porque es allí donde nuestras dudas se disipan con la firmeza de la fe apostólica que nos vuelve a decir, como cada domingo: Hemos visto al Señor.

LA FUERZA DEL SACRAMENTO PASCUAL

La oración colecta y la poscomunión nos enmarcan y resumen el domingo de la octava pascual. Reanimas la fe de tu pueblo con el retorno anual de las fiestas pascuales, decimos al empezar. Que la fuerza del sacramento pascual, que hemos recibido, persevere siempre en nosotros, será la oración al final. En medio el Señor nos vuelve a invitar a la fracción de su pan para avivar nuestra caridad.

JOAN TORRA
MISA DOMINICAL 1999/06/13-14


6.

-A los ocho dias

"El día primero de la semana entró Jesús y se puso en medio de ellos. A los ocho días estaban otra vez reunidos y llegó Jesús". Cuando el evangelista Juan nos da esos datos, seguramente nos quiere hacer notar el valor de ese día que hoy llamamos domingo y que es a la vez el día primero y el octavo. El día primero de la creación por parte de Dios, al principio de los tiempos, y también el día primero de la resurrección de Jesús.

Es el día que llamamos con razón "día del Señor" y en el que desde hace dos mil años la comunidad cristiana se va reuniendo para celebrar la Eucaristía de su Señor, a fin de participar de su doble don: la mesa de la Palabra y la mesa de su Cuerpo y Sangre. Es el día en que experimentamos de una manera más intensa la presencia del Resucitado. Cada domingo podemos decir que se nos "aparece" Jesús, también a nosotros, en nuestra reunión eucarística.

-Cada semana, Pascua El domingo debería producir en nosotros aumento de alegría y esperanza. Aquellos primeros discípulos estaban desanimados y llenos de miedo a los judíos. Pero la presencia de Jesús les llenó de alegría, y cambió sus vidas.

Nosotros celebramos cada ocho días la Pascua del Señor. No sólo recordamos que resucitó en este día, sino que nos está presente, aunque no le veamos. Está presente en la comunidad reunida, en la Palabra proclamada, y de un modo especial en ese Pan y Vino en los que él mismo ha querido dársenos como alimento para el camino. Todos los días de la semana nos está presente. Pero el domingo es como un "sacramento" condensado de esa presencia, como lo era para los primeros discípulos.

De ahí vienen todos los valores que se juntan en el domingo: la alegría, el descanso, la vida de familia, el encuentro con nosotros mismos, con los demás, con la naturaleza y, sobre todo, con Dios Padre Creador, con Jesús Resucitado y con su Espíritu. Es el día del Señor y el día del hombre. El día que da sentido y llena de esperanza a la semana y a toda nuestra historia.

Esta es la primera invitación que nos hacen las lecturas de hoy: vivir en cristiano y pascualmente cada domingo.

-Programa pascual para la comunidad Pero hay también otro aspecto que nos interpela, sobre todo como comunidad. En el libro de los Hechos de los Apóstoles -el libro que nos acompañará como primera lectura a lo largo de estos domingos de Pascua- se nos ha descrito cómo era aquella primera comunidad.

Es una comunidad de creyentes. Nosotros somos personas que hemos respondido con fe al anuncio de la Buena Noticia. Creemos "que Jesús es el Mesías, el hijo de Dios", como dice el evangelio; y aunque "no hemos visto personalmente a Jesucristo, lo amamos; no le vemos, pero creemos firmemente en él", como nos decía san Pedro en su carta. Todos tenemos eso en común: creemos en Cristo Jesús.

La comunidad cristiana es además sacramental. La fe en Cristo se expresa y alimenta en los sacramentos. En el Bautismo, por el que "nacemos de nuevo" -nos lo ha dicho san Pedro- y por el que somos agregados a la Iglesia. En el sacramento de la Reconciliación penitencial, que Jesús encargó a su Iglesia, como hemos leído en el evangelio. Y en la Eucaristía, el sacramento que más veces celebramos, como memorial y participación en la Pascua del Señor.

La comunidad cristiana es también fraterna y misionera. Ojalá se pudiera decir también de nosotros lo que Lucas afirma de los primeros cristianos: que vivían unidos, que todo lo tenían en común, que eso hacia creíble su testimonio en medio de la sociedad y que, gracias a ese ejemplo, "el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando". Los cristianos no sólo nos preocupamos de salvarnos cada uno, o de construir fraternidad entre nosotros, sino que somos "misioneros", queremos evangelizar -llenar de la Buena Noticia- la sociedad en que vivimos, empezando por nuestras propias familias.

Este retrato ideal de la comunidad cristiana nos plantea interrogantes:

- ¿cuidamos nuestra vida de fe y la de nuestros hijos? ¿nos preocupamos de nuestra formación permanente? ¿damos el debido espacio a la oración y a la lectura de la Palabra de Dios en nuestra vida de fe?

- ¿es activa nuestra participación en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristra? ¿aprovechamos el sacramento del perdón, como el medio que Cristo ha pensado de reparar los efectos del mal en nosotros?,

- a la vez que cuidamos la fraternidad interna en la Iglesia, ¿nos preocupamos de que sea más creíble nuestro testimonio en la sociedad en que vivimos? ¿participamos en las campañas de ayuda a los más necesitados, del Tercer Mundo o del mundo más cercano a nosotros? ¿es "misionero" nuestro corazón?

Celebrar la Pascua es algo más que cantar aleluyas y poner flores en la iglesia. Es vivir la Pascua en nuestra existencia personal y comunitaria.

EQUIPO MD
MISA DOMINICAL 1999/06/17-18


7.

Según parece, "la carta de Pedro" fue escrita en un ambiente de persecución. Es una colección de enseñanzas sobre los temas más preciados al cristianismo Está dirigida a creyentes de la segunda generación procedentes de diversas nacionalidades (1 Pe 1, 8) . El pasaje que propone la liturgia desarrolla una exhortación para mantener viva la esperanza cristiana (1 Pe 1, 3b). Contiene dos partes claramente distinguibles: la primera (1 Pe 1, 3-5), explica la resurrección como una herencia incorruptible que Dios otorga a su nuevo pueblo; la segunda (1 Pe 1, 6-9), muestra cómo la esperanza se hace realidad en la difícil situación que atraviesa la comunidad a causa de las persecuciones: es una prueba de amor y fidelidad a Cristo.

El texto pone en relación la "regeneración en Cristo" ó "nacer de nuevo" con la resurrección de Jesucristo. La realidad del resucitado no nos alcanza únicamente después de la muerte. Por medio de los símbolos cristianos instituidos por la práctica de Jesús, los creyentes reciben un continuo llamado para realizar en su existencia el ideal del Ser Humano nuevo. Pero este ideal no es una idea imposible que se pierde en el infinito. Es una realidad que nos interpela en la existencia histórica de Jesús de Nazaret, muerto y resucitado. La resurrección es, de este modo, una utopía y una realidad de la comunidad de discípulos de Jesús: es la gran herencia de Dios a los defensores de la justicia.

Las duras pruebas que la comunidad enfrenta son un crisol que templa la fidelidad al Señor. La fe se prueba en el servicio a los hermanos. El servicio a los excluidos es la verdadera fragua de la fe cristiana. Pero el servicio a los hermanos no es un mar de rosas. Como la realidad histórica es constitutiva de la humanidad, nadie está exento de las irremediables tentaciones, dificultades y pruebas de la vida . Cuando la fe es de "buena calidad", como un metal bien caldeado, enfrenta con vigor y sobriedad las dificultades. La comunidad se robustece, siendo camino de redención para la humanidad explotada y deprimida. Este es el testimonio de fidelidad a Jesús, al Dios de la vida.

El Evangelio nos presenta a Jesús irrumpiendo al atardecer del primer día en medio del temeroso grupo de discípulos. En la mañana se ha manifestado a María Magdalena. Ella ha recibido del Maestro la primera catequesis sobre la resurrección. Luego, entusiasta, comunica la buena Noticia al resto de discípulos y discípulas. En una doble escena nos presenta la situación de la comunidad frente al resucitado.

En la primera (Jn 20, 19-23), los discípulos se encuentran reunidos a puerta cerrada; temerosos del ambiente hostil representado por las autoridades judías. Jesús irrumpe justo en medio del grupo. La puerta cerrada es símbolo de la condición de la comunidad: por una parte, el ambiente los obliga a replegarse sobre sí mismos; por otra, la experiencia del resucitado acontece al interior de la comunidad aunque ésta no esté resuelta a dar testimonio de El.

La paz que Jesús les comunica es realización de una promesa (Jn 14, 27-28) y cumplimiento de un Gozo (Jn 16, 21-22). El saludo de Jesús manifiesta la nueva condición que experimentan con el resucitado. De la incertidumbre pasan al gozo, del temor al entusiasmo. La identificación del resucitado con el crucificado ahuyenta cualquier intento de ver a Jesús como un ser abstracto. El resucitado es el hombre masacrado por la injusticia y abandonado por sus amigos. Ahora, por la acción de Dios, manifiesta su nueva condición y compromete a la comunidad a identificarlo a partir de su pasión.

Al reiterarles el saludo de paz, el gozo pascual, el resucitado extiende el alcance de su envío. Los discípulos y discípulas reciben ahora el encargo de reconciliar a la humanidad con Jesús. El Espíritu comunica la fuerza de la resurrección: la utopía humana vence la negatividad de una historia de violencia y muerte. El Dios de la vida recompone la comunidad por la fuerza de su Palabra.

La segunda escena se contrapone a la anterior. Un personaje representativo, Tomás, se muestra reticente ante la experiencia del grupo. Tomás no puede creer que en el cuerpo del hombre masacrado se manifieste la gloria de Dios. Por eso, exige rehacer la experiencia del grupo como requisito para participar de la misma fe.

El resucitado irrumpe el domingo siguiente en medio del grupo. En un ambiente eucarístico, como en la anterior escena, invita a Tomás a palpar la realidad del crucificado en la nueva condición del resucitado. Tomás le manifiesta de inmediato su adhesión personal: "Señor mío, Dios mío". Comprende que para creer en el resucitado es necesario "meter la mano" en la realidad del crucificado. La fe de Tomás resulta contradictoriamente paradigmática para la comunidad de creyentes. Muchos aceptarán la fe del Señor haciendo el mismo proceso de la comunidad, pero ya no en la experiencia inmediata con Jesús, sino conociéndolo a través de los miles de crucificados en los que germina una inquebrantable esperanza de resurrección.

El evangelista concluye recordándonos que su obra no es una simple biografía de Jesús. Es ante todo un testimonio de una comunidad que muestra un camino para llegar a Jesús. Los evangelios son caminos comunitarios para alcanzar la fe en Jesús, el Mesías crucificado y resucitado.

Para la revisión de vida

La historia del incrédulo Tomás quiere enseñarnos que no era más fácil creer en Jesús por haber sido contemporáneo suyo, y que los que crean sin haber visto serán dichosos. ¿De verdad siento yo en mi vida la alegría de creer? ¿Vivo mi fe como fuente de gozo, o la veo a veces como una carga más o menos pesada?

Para la reunión de grupo

- En una visión de conjunto, Lucas nos presenta lo fundamental de la Comunidad cristiana de todos los tiempos: escuchar la Palabra, participar en la fracción del pan (=Eucaristía), oración y vida en común. ¿Son éstas las características de mi Comunidad?

- El cristiano, peregrino hacia una patria definitiva, sufre dificultades y desánimos. ¿Puede más nuestra esperanza, nuestra fe en el Amor del Padre? ¿O nos puede el abatimiento, y dudamos de su cercanía cuando llegan los problemas?

- ¿También nosotros reclamamos, como el apóstol, ver para creer? ¿Nos sentimos enviados de Jesús a anunciar el Evangelio a los pobres, igual que el Padre lo envió a El?

Para la oración de los fieles

- Para que la Iglesia sea más la Comunidad que vive y anuncia el Evangelio, que un grupo con fuerza social. Roguemos al Señor.

- Para que todos los pueblos avancen por los caminos de la justicia, la paz y la igualdad entre todas las personas. Roguemos...

- Para que nunca perdamos la esperanza ante las dificultades de la vida, y seamos siempre conscientes de que el Amor de Dios es más fuerte que la muerte. Roguemos...

- Para que el Señor aumente cada día nuestra fe y nuestra confianza en El, y sepamos descubrir los mil gestos de su amor que a diario se producen a nuestro alrededor. Roguemos...

- Para que nuestra solidaridad con los pobres y oprimidos de la sociedad anime su esperanza. Roguemos...

- Para que todos nosotros vivamos nuestra fe en Cristo resucitado en una Comunidad que comparta lo que es y lo que tiene. Roguemos...

Oración comunitaria

Dios, Padre nuestro, que llenas cada año nuestro corazón de gozo y alegría con las fiestas pascuales, haz que nuestra fe no vacile, nuestra vida sea siempre coherente con esa fe, y trabajemos siempre por tu Reino hasta que un día lo disfrutemos, junto a Ti, en toda su plenitud. Por Jesucristo.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


8.

1."Donde hay dos o más reunidos, estoy yo en medio" (Mt 18,20). Estando reunidos en casa... entró Jesús. La comunidad es el ámbito de la presencia de Jesús. Sin comunidad no hay presencia. Así lo entendieron y practicaron los primeros cristianos: Vida común, todos unidos. Esto es lo que impresionaba y atraía a los judíos. Y esa comunidad, llevada a las consecuencias de compartir, ayudarse y ayudar. Así podía el Espíritu ir agregando nuevos brotes de olivo alrededor de la mesa del Señor.

2."Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones" Hechos 2,42. Lucas nos describe la vida de una comunidad modélica: que forma su inteligencia y su corazón; que comparte sus bienes; que celebra la eucaristía; y que ora, al estilo aún de los judíos, incorporando a su oración el Padre nuestro, la oración del Señor. No han roto todavía con el templo de Jerusalén a donde acuden cada día todos unidos, pero la fracción del pan la hacen en las casas, donde también se reúnen para comer. La característica anímica de la comunidad es la alegría y la alabanza a Dios. Este conjunto de notas hacía atractiva a la comunidad primitiva, acogedora y proselitista por su propio encanto cautivador.

3. "Los creyentes vivían todos unidos". Han tenido muy en cuenta la oración de Jesús: "Te ruego, Padre, que todos sean uno, como tú y yo somos uno" (Jn 17,11). Tanto por la propia naturaleza de una comunidad que empieza y la novedad y la necesidad de apoyarse mútuamente, porque se ven extraños en un mundo hostil, como por la eficacia de la oración de Jesús por su unidad, la unión de la primera comunidad aparece radiante y fascinadora. Están viviendo la luna de miel de la nueva fraternidad. Los primeros años de un matrimonio nuevo suelen ser deliciosos. Las pruebas llegarán después, cuando se pierda el encanto de la novedad, y lleguen las primeras fricciones y roces y surjan las primeras dificultades. Llegarán los tiempos de las divisiones, el desgaste de las instituciones, la rivalidad que surge de la misma naturaleza humana, y que se acentuarán con el paso de los siglos, porque el hombre es así, y en el mismo colegio apostólico ya hubo sus rivalidades entre ellos, de las que tenemos testimonio en el evangelio que nos cuenta la indignación de la mayoría ante la pretensión de la madre de los Zebedeos, que pedía para sus hijos los dos episcopados más importantes (Mt 20,21). Por eso, yo diría que el valor que se debería promocionar más en la formación había de ser el de la conviviencia fraterna y el trabajo en equipo familiar. Tenemos experiencia de la formación individualista fomentada por el egoismo y la rivalidad: la competitividad. Oposiciones, concursos, certámenes, parroquias de 1ª categoría, de 2ª, de 3ª, y de ascenso, pasaron a la historia, pero ahí están todavía las raices que, si se cubren con digitalina que "descarta los hombres de carácter, los que han tenido mucho éxito y fecundidad, y se buscan administradores con la menor propensión posible a iniciativas y creatividad sustancial" (cf Louis Bouyer), el problema es más serio. Entre los científicos se ha impuesto en la investigación el método del equipo de trabajo. En lo eclesial permanece el estilo rival y no fraterno. Y esto no hace atractiva la unión, como la de la primera comunidad modelo que hoy nos presenta el libro de los Hechos. Y lo que es peor, no la hace más fructificante, sino todo lo contrario, declinante. Y ese primordialmente e indeclinablemente es el ministerio de los pastores. Tratando uno a uno, soldando voluntades, conquistando corazones y no dividiendo con imprudencias e irreflexión, que puede repercutir en la disgregación del rebaño. De nada nos servirá enviar montones de circulares, aunque firmadas, anónimas, porque no sabemos quién es el autor, si no hay un contacto personal y directo, desinteresado y lleno de amor y cordialidad. De ahí la necesidad de que los pastores sean personas humanas y cristianas desarrolladas y maduras, que hayan penetrado el misterio de Cristo con toda sabiduría. Cuenta el Cardenal Lustiger, Arzobispo de París: "Yo conocía muy bien al Arzobispo Veuillot. Algunos le criticaban diciendo: cuando pasa Veuillot es como si dijera: «Yo, el obispo»". Cuando le nombraron cardenal ví aparecer en él un punto de vanidad... Pero, en el momento de la agonía, murió de cáncer, estaba como purificado de todo aquello, y yo pensé: éste es el arzobispo que necesitamos, ahora está maduro; y precisamente ahora es cuando lo perdemos. Y entonces es cuando me decía: «Puro, puro, puro; es preciso que todo sea puro: Hay que hacer una revolución espiritual. El Papa lo sabe, poca gente lo admite, pero eso es lo que necesita la Iglesia»".

4. En efecto, en el desierto de este mundo, somos llamados y elegidos para ser manantiales de unión, fuentes de amor, surtidores de agua viva de concordia y fraternidad, pozos de cordialidad. Pero mientras no estemos interiormente pacificados, los que se relacionen con nosotros no se sentirán cómodos y relajados. Si estamos poseidos de envidias y de resentimientos, de rencores y turbulencias que nos reconcomen y que mal disimulamos, saldrá herido el que contacte con nosotros. Y los que se morían de sed, en el sequedal de este mundo, seguirán sedientos. Y es un error creer que la sociedad se transformará en masa. Se predica en general y en lenguaje teórico y vaporoso para que todo sea socialmente ordenado. La reforma nunca es general y en totalidad, sino individual de persona en persona. Si queremos la unión, y la hemos de querer y buscar, hemos de comenzar por nuestro propio interior. Un alma que se pacifica, pacifica al mundo. Un grado de negatividad neutralizado es una descarga menos de adrenalina y electricidad negativa en el mundo. Imposible conseguirlo por nuestras fuerzas propias y escasas. Ha de intervenir la gracia, que no se consigue sin oración. Mientras no haya más oración en la Iglesia y más espíritu interior, el mundo campará a sus anchas por los caminos de la guerra y del odio, de la rebeldía y de la insolidaridad. Y de la destrucción. Seguirá cruzando de mar a mar la estela maligna y devastodora de Caín. ¿Quiero decir que necesitamos ser santos? Exactamente eso. Sobran ejecutivos y faltan orantes e intercesores. Es el precio más caro, pero el único solvente.

5. La primera comunidad permanecía en estado de oración como queda resumido en el Salmo 117: Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia, que ha exaltado la piedra desechada por los arquitectos, convertida ya en piedra angular. La resurrección del Señor y la nuestra son obra del Señor, que ha realizado hoy: "Este es el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo". Habían enarbolado la bandera de la Resurrección y la vida como programa de vida, que nosotros debemos retomar en un mundo que avanza entre muertos, y se decanta hacia la cultura de la muerte.

6. Juan 20,19. . "Y entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros»". El signo de la presencia de Jesús era y es la PAZ. Alegría y gozo, que alejaban la tristeza y la turbación. La paz. Es aterrador el dato vivido hace unos años: La violación de las mujeres bosnias por los serbios, más que la vejación de las mujeres, tiene como objetivo engendrar el odio entre las madres y los hijos fruto de esas violaciones: Les decían: «Tu hijo te sacará los ojos». Y en estos mismo días se está repitiendo con igual atrocidad la masacre y el genocidio execrable, sin que nadie escuche las palabras del anciano santo que llamaba a la paz en el día del amor fraterno,mientras se le doblaban los brazos con el peso de la cruz y los pies avanzaban penosamente recorriendo el Via-Crucis. Una mirada atenta al mundo nos permite percibir su clamor por la presencia de Jesús, con su Paz. Pero no sabe dónde puede encontrar esa Paz. En medio de odio tan fiero y concentrado, de tantos conflictos y dolor, de tanta venganza e injusticia, no tiene sensibilidad para discernir que Cristo es su salvación. No sabe dialogar la paz sin las pistolas encima de la mesa. Si al desierto le fallan los oasis y al sequedal las fuentes, ¿quien podrá darle vida y sombra? Perecerá. Se destruirá.

7. Primero les dió la paz y "dicho esto, exhaló el aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados»". Con su soplo, simbolizó que les comunicaba la vida de Dios para perdonar los pecados, como se la insufló a Adán en el paraiso. Es el fin principal de Cristo, Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo, como obstáculo que impede que el Reino de Dios entre en el mundo. Mientras reine el pecado, no puede vivir Dios. Los que quieren convertir a la Iglesia en una institución social benéfica, en una ONG más, no han penetrado en su vida mistérica. Ignoran que la Iglesia es un misterio. La Iglesia ha recibido la misión de prolongar a Cristo con sus poderes sacramentales, quitando los pecados y dando la vida de Dios, que incluye la filiación divina, la amistad de Dios, la fraternidad con Jesús y la herencia eterna y gloriosa, "incorruptible, pura e imperecera". "Si somos hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo" (Rm 8,17). No podemos hacer algo más grande que quitar los pecados por la fuerza del Espíritu Santo. Proclamémoslo y practiquémoslo en este año del Sacramento de la Reconciliación, previo al Año Santo del Tercer Milenio.

8. Es evidente que entre los discípulos de Cristo se manifiestan temperamentos y talantes diferentes: Junto a la intuición de Juan, y el corazón de María Magdalena, se da la impetuosidad de palabra, a la vez que la lentitud de comprensión de Pedro. Y el escepticismo terco y rudo de Tomás: "Si no veo, si no meto los dedos en los agujeros de los clavos, si no meto mi mano en el costado, no lo creo"... Unos a otros se complementan entre sí y entre todos construyen la Iglesia, siempre que sepan escucharse mútuamente y recibir lo que cada cual aporta y poner su propio carisma al servicio de la comunidad. También la incredulidad de Tomás va a prestar un servicio a la Iglesia y, sobre todo, a los que se niegan a creer y pueden acusar de excesivamente crédulos e inocentes a los apóstoles que han creido. A Tomás no le pueden echar en cara que haya sido fácil. El era un hombre de corazón decidido y arriesgado. Era el que había animado a los discípulos a ir a Judea con Jesús y morir con él, cuando sus condiscípulos le disuadían porque le habían querido apedrear allí (Lc 11,16), pero se niega a creerles y no sólo no acepta su testimonio, sino que exige ver sus llagas y tocarlas. Nuestras dudas nebulosas de fe en la resurrección de Cristo y en la nuestra, reciben en las nuestras, confirmación y luz.

9. La incredulidad inicial de Tomás motiva la afirmación de Jesús por la que sabemos que lo que a nosotros nos hace dichosos es creer sin haber visto: "¿Porque me has visto has creido? Dichosos los que crean sin haber visto". Bienventuranza que le corresponde a toda la comunidad creyente al aceptar por tradición ininterrumpida la fe en la Resurrección que le transmitieron los testigos elegidos por Dios para ese ministerio: "No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él" Pedro 1,3. Esa fe y esa esperanza viva de la gloria futura es la que nos anima y llena de alegría en medio de las dificultades, pruebas diversas y tentaciones de esta vida, como nos dice San Pedro en su carta, que, por duras que sean, serán breves y pasajeras, porque "todo se pasa" como "una mala noche en una mala posada" (Santa Teresa).

10. Reunidos nosotros celebrando la Eucaristía, ofrezcamos la ceguera del mundo para que Cristo la ilumine; el odio entre los hombres, para que él lo convierta en amor; el sufrimiento de los seres inocentes, para que él lo consuele. Abramos nuestro corazón para que en él quepa todo el dolor y toda la esperanza del mundo. Y aprestémonos a trabajar para difundir su luz y su amor y su paz, que ha de comenzar desde nuestro propio interior.

11 Hagamos saber al mundo que ha construido la ciudad al margen de la piedra angular, que Cristo es la piedra que han desechado los arquitectos, y que sólo rectificando está a tiempo de encontrar la alegría y el gozo verdaderos. "Porque el Señor es su fuerza y su energía y su salvación" Salmo 117.

J. MARTI BALLESTER


9.

Al segundo domingo de Pascua se le conoce popularmente en la liturgia por el domingo de Santo Tomás, ya que en los tres ciclos litúrgicos este evangelio del día, con la escena de Tomás que se muestra reticente a aceptar las experiencias de fe de sus condiscípulos, determina el sentido y la fuerza de las lecturas.

En cuanto a los textos del Evangelio, el lector observará que en varios domingos, hasta Pentecostés, el ciclo de Mateo deja paso al evangelio de Juan, para que éste, con su teología y su espiritualidad, sirva de pauta y catequesis a las comunidades cristianas que celebran la resurrección.

1ª Lectura (Hch 2,42-47: Vivían todos unidos y todo lo compartían.

"Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones..."

1.1. Esta primera lectura, tomada de Hechos de los apostoles, es uno de los famosos sumarios, una síntesis, de la vida de la comunidad cristiana primitiva. El autor de los Hechos, Lucas, la ofrece de vez en cuando en los primeros capítulos de su narración (Hch 4,23-35; 5,12-16), para dar cuenta de la vida de la comunidad y para proponer a los suyos un ideal que debe ser el modelo de la Iglesia.

1.2. Tener una sola alma y un sólo corazón, compartir todas las cosas para que no haya pobres en la comunidad, vivir a la escucha de la Palabra, celebrar la fracción del Pan y estar unidos a Dios, es el reto constante de la comunidad eclesial.

1.3. Estamos hablando de algo decisivo para la primitiva comunidad y para la comunidad de Lucas: el ideal de la comunidad de bienes, que es un desafío impresionante y, posiblemente, una crítica para el mal uso y el abuso de la propiedad privada que tanto se defiende en nuestro mundo como signo de un liberalismo económico, que es injusto a todas luces. Es una lección que se debe sacar como praxis de lo que significa para nuestro mundo la resurrección de Jesús. Eso, además, es lo que libera a los apóstoles para dedicarse a proclamar la Palabra de Dios como anuncio de Jesucristo resucitado.

2ª Lectura (1P 1,3-9) : Nacemos a una esperanza nueva.

"Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo..., nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva.... Vosotros no habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable..."

2.1. El tema que Pedro presenta a sus hermanos es la valoración del don divino de la fe en la resurrección como fuente de vida renovada y de esperanza eterna... Donde anida la fe se abren horizontes de luz.

2.2. Mas no debe entenderse el don de la fe en Cristo resucitado como actitud pasiva o complaciente, quietista o asegurada contra toda turbación. La fe verdadera tiene que ser probada, experimentada, sometida a prueba, igual que otros grandes valores que se aquilatan al fuego.

2.3. La forma de acrisolar la vida en fe es precisamente cultivar lo que amamos, aunque no lo veamos, Cristo Jesús; lo que alegra nuestra existencia, aunque esté salpicado de sufrimientos; lo que da perspectiva, aunque sea entre nieblas pasajeras...

3ª Evangelio (Jn 20,19-31): ¡ Señor mío y Dios mío!

"Al anochecer..., estaban los discípulos en una casa.. Entró Jesús.. y les dijo: paz a vosotros....; como el Padre me ha enviado, así os envío yo.. Tomás...no estaba con ellos... y les contestó: si no veo en sus manos la señal de los clavos..., no lo creo... A los ocho días... llegó Jesús.. y dijo a Tomás: trae tu dedo... Tomás contestó: ¡Señor mío y Dios mío!"

3.1. El evangelio del relato de Tomás nos presenta las dificultades a que nuestra fe está expuesta. Tomás es uno de los Doce, y debe enfrentarse personalmente con el misterio de la resurrección de Jesús desde sus seguridades humanas y desde su soledad, pues no estaba con los discípulos cuando Jesús, después de la resurrección, se les hizo presente y se les mostró como el Viviente.

3.2. Este dato personal de Tomás no es nada secundario en la escena, si queremos comprender el sentido de lo que se nos pone de manifiesto: que la fe, vivida desde el personalismo, está expuesta a mayores dificultades que compartida en comunidad. Desde el personalismo no hay camino para ver que Dios resucita y salva.

3.3. Tomás no se fía de la palabra de sus hermanos; quiere creer desde él mismo, desde sus posibilidades, desde su misma debilidad. En definitiva, se está exponiendo a un camino arduo. Pero Dios no va a fallar ahora tampoco. Jesucristo, el resucitado, va a «mostrarse» (es una forma de hablar que encierra mucha simbología) como Tomás quiere, como muchos queremos que Dios se nos muestre.

3.4. Pero ¡cuidado!, es precisamente ahí donde no es posible ver nada, ni entender nada, ni creer nada. Tomás debe comenzar de nuevo: no podrá tocar con sus manos la heridas de sus manos, de sus pies y de su costado, porque el resucitado, no es una «imagen», sino la realidad pura de quien tiene la vida verdadera.

Y es ante esa experiencia de una vida distinta, pero verdadera, cuando Tomás se siente llamado a creer como sus hermanos, como todos los hombres. Al exclamar «¡Señor mío y Dios mío!" es como se hace posible que la fe deje de ser puro personalismo para ser comunión que se enraíce en la confianza comunitaria, y así experimentar que el Dios de Jesús es un Dios de vida y no de muerte.

DOMINICOS
Miguel de Burgos, op
Convento de Santo Tomás. Sevilla


10. 2002

COMENTARIO 1

¿ADONDE SE HA IDO JESUS?

Creemos que Jesús está vivo, que ha resucitado. Pero ¿lo sentimos presente? ¿Lo experimentamos vivo y activo entre nosotros? Si planteáramos estas preguntas al conjunto de los cristianos, ¿cuál sería la respuesta? ¿Dónde está Jesús? ¿Adón­de se ha ido? ¿Podremos encontrarlo? ¿O esa experiencia será sólo para almas privilegiadas?



PAZ A VOSOTROS

«Dentro de poco dejaréis de verme, pero un poco más tarde me ve­réis aparecer» (Jn 16,16).

«Os voy a decir esto para que, unidos a mí, tengáis paz: en medio del mundo tendréis apreturas; pero, ánimo, que yo he vencido al mun­do» (Jn 16,33).



Estas frases las había dirigido Jesús a sus discípulos en el transcurso de la última cena; pero parece que los discípulos no habían llegado a comprenderlas y a aceptarlas plenamente. A pesar de que algunos de ellos sabían ya que Jesús había re­sucitado, el grupo se mantiene a oscuras, encerrado y lleno de miedo a los dirigentes judíos, el poder de este mundo que más de cerca les amenazaba: «Ya anochecido, en aquel día primero de la semana, estando atrancadas las puertas del sitio donde estaban los discípulos, por miedo a los dirigentes judíos...» Pero están todos juntos y son, en cuanto grupo, una alterna­tiva a este mundo, a este modo de vivir. O lo serán cuando pierdan el miedo y se decidan a proclamar ante todos los hom­bres que la muerte de Jesús no fue una derrota, que su entrega fue consecuencia del amor y, por tanto, que su sangre derra­mada fue y sigue siendo semilla de vida y liberación. Pero tie­nen miedo, y ese miedo los tiene paralizados. A pesar de estar avisados de antemano, habían perdido la paz; y Jesús -haciéndose presente en medio de la comunidad- vuelve a devol­verles la paz : «... llegó Jesús, haciéndose presente en el cen­tro, y les dijo: Paz con vosotros».



RECIBID EL ESPIRITU

«-Igual que el Padre me ha enviado a mí, os envío yo también a vosotros.

Y dicho esto, sopló y les dijo:

-Recibid el Espíritu Santo. A quienes dejéis libres de los pecados, quedaran libres de ellos; a quienes se los imputéis, les quedaran impu­tados».



Con la comunicación de su Espíritu, Jesús les da el valor que les falta; y con el encargo de continuar su misión les indi­ca en qué deben emplear 'la fuerza de ese Espíritu: en demos­trar a todos los hombres que el amor es más fuerte que la muerte, como prueban las señales de las manos y el costado de Jesús, señales al mismo tiempo del odio que lo asesinó y de su amor que lo condujo a entregar su vida. Ellos son los que, en adelante, tendrán que anunciar a los hombres que se puede vivir de otra manera; porque, mediante un nuevo soplo de vida, mediante la comunicación del Espíritu, que es la fuerza de la vida y del amor de Dios, acaban de ser creados de nuevo, constituidos en mujeres y hombres nuevos, en una nueva hu­manidad.

Y ellos serán los que, en adelante, tendrán que constatar quién es y quién no es amigo de Dios, quién está a favor y quién en contra de su proyecto liberador. Anuncio y denuncia. Anuncio y puesta en práctica de un nuevo modo de vivir el mensaje cristiano, mediante el que se ofrece a todos la libera­ción definitiva e integral del pecado; a los que lo practican, esto es, a los opresores; y a los que lo sufren, esto es, a los oprimidos. Y denuncia de aquellos que rechazan la liberación de los hombres y de los pueblos a cualquiera de sus niveles; denuncia de quienes practican, o justifican, la opresión, la in­justicia, la explotación del hombre por el hombre..., el pecado.



DICHOSOS LOS QUE CREAN

Tomás, cuando lo de Lázaro, se había mostrado valiente y generoso invitando al resto de los discípulos a acompañar a Jesús a Judea, aunque les costara la vida a todos: «Vamos también nosotros a morir con él», había dicho en aquella oca­sión (Jn 11,16). No tenía miedo a la muerte; pero no creía en la fuerza del amor y de la vida. Y no dio crédito al testimonio del resto de la comunidad. Y exigió una revelación particular para creer: «Como no vea en sus manos la señal de los clavos y, además, no meta mi dedo en la señal de los clavos y meta mi mano en su costado, no creo».

Jesús le concede una experiencia singular, pero no a título particular: cuando él, Tomás, está integrado en la comunidad, y en medio de la misma, Jesús se hace nuevamente presente y se deja reconocer por él permitiendo que le palpe aquellas señales del odio que lo mató y del amor que le preservó la vida y que venció a la muerte. Y Tomás cree. Y descubre a Dios en el que ya consideraba su Señor: «Reaccionó Tomás diciendo: ¡ Señor mío y Dios mío!

Pero, al concederle esa experiencia, le hace Jesús una pro­mesa que, más que a él, está dirigida a todos nosotros: «Di­chosos los que, sin haber visto, llegan a creer». Jesús no se ha ido. Jesús se hace presente en medio de la comunidad cristia­na. Y es ella la encargada de dar testimonio de la resurrección de Jesús. Y es dentro de ella donde se puede experimentar la presencia de Jesús vivo y activo. Porque debe ser ella, la co­munidad cristiana, el ámbito en el que se intenta hacer reali­dad el proyecto de Dios manifestado en Jesús: «Eran constan­tes en escuchar la enseñanza de los apóstoles y en la comuni­dad de vida, en el partir el pan y en las oraciones... Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común... y día tras día el Señor iba agregando al grupo a los que se iban salvando» (Hch 2,42-47). Proyecto que consiste en que los hombres lleguen a ser hijos de Dios y hermanos unos de otros mediante la práctica del amor. Y es ese amor el que hace po­sible y creíble la experiencia de la presencia de Jesús.


11.COMENTARIO 2

v. 19: Ya anochecido, aquel día primero de la semana, es­tando atrancadas las puertas del sitio donde estaban los discípulos, por miedo a los dirigentes judíos...

La escena tiene lugar el mismo día en que comienza la nueva creación (v. 19: aquel día pri­mero de la semana); esta realidad va a ser considerada ahora desde el punto de vista de la nueva Pascua, con alusión al éxodo del Mesías Los discípulos son todos los que dan su adhesión a Jesus, no hay nombres propios ni limitación alguna. Con la frase estando atrancadas las puertas muestra el desamparo de los seguidores de Jesús en medio de un ambiente hostil El miedo denota la inseguridad; los discípulos aún no tienen experiencia de Jesús vivo (16,16) Como José de Arimatea, son discípulos clandestinos (19,38) Su situación es como la del antiguo Israel en Egipto (Ex 14,10); pero, como en el Éxodo, están en la noche (ya anochecido) en que el Señor va a sacarlos de la opresión (Ex 12 42 Dt 16, 1).



vv. 19-20: llegó Jesús, haciéndose presente en el centro y les dijo: -Paz con vosotros, y dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos sintieron la alegría de ver al Señor.

Jesús se hace presente, como había prometido (14,18s, 16, l8ss) y se sitúa en el centro: fuente de vida, punto de referencia, factor de unidad. Paz con vosotros es el saludo que les confirma que ha vencido al mundo y a la muerte y, a continuación, Jesús les muestra los signos de su amor y de su victoria (v. 20). El que está vivo delante de ellos es el mismo que murió en la cruz; se les muestra como el Cordero de Dios, el de la Pascua nueva y definitiva, cuya sangre los libera de la muerte (Éx 12,12s); el Cordero preparado para ser comido esta noche (Ex 12,8), es decir, para que pue­dan asimilarse a él. La permanencia de las señales en las manos y el cos­tado indica la permanencia de su amor; Jesús será siempre el Mesías-rey crucificado, del que brotan la sangre y el agua. Alegría.



v. 21: Les dijo de nuevo: Paz con vosotros. Igual que el Padre me ha enviado a mí, os envío yo también a vosotros y, dicho esto, sopló y les dijo: -Recibid Espíritu Santo.

La repetición del saludo (v. 21) introduce la misión, a la que tendía la elección de los discípulos (15,16; 17,18). Ésta ha de ser cumplida como el la cumplió, demostrando el amor hasta el fin (manos y costado). El Espíritu (v. 22) los capacitará para la misión. Sopló o «exhaló su aliento», éste es el verbo usado en Gn 2,7 para indicar la infusión en el hombre del aliento de vida. Jesús les infunde ahora su propio aliento, el Espíritu (19, 30), creando de este modo la nueva condición humana, la de espíritu (3 6 7 39) por el «amor y lealtad» que reciben (1, 17). Culmina así la obra creadora, esto significa «nacer de Dios» (1,13), estar capacitado para «hacerse hijo de Dios» (1,12). Quedan liberados «del pecado del mundo» (1,19) y salen de la esfera de la opresión. La experiencia de vida que da el Espíritu es «la verdad que hace libres» (8,31s); quedan «consagrados con la verdad» (17,17s). El éxodo del Mesías no se hace saliendo físicamente del «mundo» injusto (17,15), sino dando la adhesión a Jesús y, de este modo, dejando de pertenecer al sistema mundano (17,6.14).



v. 23: A quienes dejéis libres de los pecados, quedarán libres de ellos; a quienes se los im­putéis, les quedarán imputados.

Este es el resultado positivo y negativo de la misión, en paralelo con la de Jesús. El pecado, la represión o supresión de la vida que impide la realización de proyecto creador, se comete al aceptar los valores de un orden injusto. Los pecados son las injusticias concretas que se derivan de esa aceptación.

El testimonio de los discípulos (15,26s), la manifestación del amor del Padre (9,4), obtendrá las mismas respuestas que el de Jesús: habrá quienes lo acepten y quienes se endurezcan en su actitud (15,18-21; 16,1-4).

Al que lo acepta y es admitido en el grupo cristiano, rompiendo de hecho con el sistema injusto, la comunidad le declara que su pasado ya no pesa sobre él; Dios refrenda esta declaración infundiéndole el Espí­ritu que lo purifica (19,34) y lo consagra (17,16s). A los que rechazan el testimonio, persistiendo en la injusticia, su conducta perversa, en con­traste con la actividad en favor de los hombres que ejerce el grupo cris­tiano, les imputa sus pecados. La confirmación divina significa que estos hombres se mantienen voluntariamente en la zona de la reproba­ción (3,36).



v. 24: Pero Tomás, es decir, Mellizo, uno de los Doce, no estaba con ellos cuando llegó Jesús.

Tomás significa Mellizo, cf. 11,16, esto es, se parece a Jesús por su prontitud para acompañarlo en la muerte. Era uno de los Doce, que representan en Juan a la comunidad cristiana en cuanto heredera de las promesas de Israel (6,70); esta cifra no de­signa a la comunidad después de la muerte-resurrección de Jesús, cuando las promesas se han cumplido (cf. 21,2: siete nombres; comuni­dad universal). Tomás no había entendido el sentido de la muerte de Jesús (14,5); la concebía como un final, no como un encuentro con el Padre. Separado de la comunidad (no estaba con ellos), no ha partici­pado de la experiencia común, no ha recibido el Espíritu ni la misión. Es uno de los Doce, con referencia al pasado.



v. 25: Los otros discípulos le decían: -Hemos visto al Señor en persona. Pero él les dijo: -Como no vea en sus manos la señal de los clavos y, además, no meta mi dedo en la señal de los clavos y meta mi mano en su costado, no creo.

La frase de los discípulos (Hemos visto al Señor) formula la experiencia que los ha transformado. Esta nueva realidad muestra por sí sola que Jesús no es una figura del pasado, sino que está vivo y ac­tivo entre los suyos. Tomás no acepta el testimonio. No admite que el que ellos han visto sea el mismo que él había conocido. Exige una prueba individual y extraordinaria.



v. 26: Ocho días después estaban de nuevo dentro de casa sus discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús estando las puertas atrancadas, se hizo presente en el centro y dijo: -Paz con vosotros.

Ocho días después (v. 26): el día permanente de la nueva creación es «primero» por su novedad y «octavo» (número que simboliza el mundo futuro) por su plenitud. En él va surgiendo el mundo definitivo. Los discípulos están den­tro de casa, esto es, en la esfera de Jesús, la tierra prometida. Pero las puertas atrancadas ya no indican temor; trazan la frontera entre la comunidad y el mundo, al que Jesús no se manifiesta (14,22s). Entonces llegó Jesús (lit. «llega»); ya no se trata de fundar la comunidad (20,19: «llegó»), sino de la presencia habitual de Jesús con los suyos. Jesús se hace presente a la comunidad, no a Tomás en particular. Juan menciona solamente el saludo (Paz con vosotros), que en el episodio anterior abría cada una de las partes. No siendo ya éste el primer encuentro, el saludo remite al segundo saludo anterior (20,21): cada vez que Jesús se hace presente (alusión a la eucaristía), re­nueva la misión de los suyos comunicándoles su Espíritu.



v. 27: Luego dijo a Tomás: -Trae aquí tu dedo, mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel.

El adverbio de tiempo luego (v. 27) divide la escena; ahora va a tratarse de Tomás. Unido al grupo encontrará solución a su problema. Jesús, demostrándole su amor, toma la iniciativa y lo invita a tocarlo. La insistencia de Juan en lo físico (dedo, manos, mano, meter, costado) subraya la continuidad entre el pasado y el presente de Jesús: la resurrección no lo despoja de su condición humana anterior ni significa el paso a una condición supe­rior: es la condición humana llevada a su cumbre y asume toda su his­toria precedente. Ésta no ha sido solamente una etapa preliminar; ella ha realizado el estado definitivo.



v. 28: Reaccionó Tomás diciendo: -¡Señor mío y Dios mío!

La respuesta de Tomás es tan extrema como la incredulidad anterior. El Señor es el que se ha puesto al servicio de los suyos hasta la muerte (13,5.14); es así como en Jesús ha culminado la condición humana (19,30). La expresión Señor mío reconoce esa condición. Tomás ve en Jesús el acaba­miento del proyecto divino sobre el hombre y lo toma por modelo (mío).

Después del prólogo (1,18:» Hijo único, Dios») es la primera vez que Jesús es llamado simplemente Dios («el Hijo de Dios»; 3,16.18, etc.: «el Hijo único de Dios»). Con su muerte en la cruz ha dado remate a la obra del que lo envió (4,34): realizar en el Hombre el amor total y gratuito propio del Padre (17,1). Se ha cum­plido el proyecto creador: «un Dios era el proyecto» (1,1). Tomás des­cubre la identificación de Jesús con el Padre (14,9.20). Es el Dios cer­cano, accesible al hombre (mío).



v. 29: Le dijo Jesús: -¿Has tenido que verme en persona para acabar de creer? Dichosos los que, sin haber visto, llegan a creer.

La experiencia de Tomás no es modelo. Jesús se la concede para evitar que se pierda (17,12; 18,9): a Jesús no se le encuentra ya sino en la nueva realidad de amor que existe en la comunidad. La experiencia de ese amor (sin haber visto) es la que lleva a la fe en Jesús vivo (llegan a creer).



vv. 30-31: Ciertamente, Jesús realizó todavía, en presencia de sus discípulos, otras muchas señales que no están escritas en este libro; éstas quedan escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y, creyendo, tengáis vida unidos a él.

Para Jn, la vida de Jesús significa ante todo un conjunto de hechos, las «señales», en los que ha manifestado su amor a los hombres (2,11: «su gloria»). El evangelista ha hecho una selección (v. 30). Su obje­tivo es suscitar la adhesión de los lectores a Jesús (v. 31), el que, después de una actividad liberadora, ha sido condenado y ejecutado por los po­deres del mundo. El creyente ha de ver en él al Mesías, al consagrado por Dios para llevar a cabo su designio en la historia, al que forma la nueva comunidad humana; ha de descubrir también que es el Hijo de Dios, la presencia el Padre entre los hombres.


12. COMENTARIO 3

Hay muchos que piensan que la fe cristiana es asun­to personal, individual. La relación de cada uno con Dios, con Jesucristo, expresada en la oración y en la práctica de ciertas normas rituales y morales. Desconocen lo que nos dice hoy la 1ª lectura, tomada del libro de los Hechos. Para aquellos primeros cristianos, serlo no era un asunto individual, sino que los incor­poraba a una comunidad con estos elementos:

En primer lugar la fe común, "la enseñanza de los apóstoles", el evangelio en suma, que se remonta, a través de los apóstoles, a las palabras mismas de Je­sús. En segundo lugar la comunión de bienes, una ca­racterística muy llamativa de la primitiva comunidad, llegando hasta a vender las propiedades para deposi­tar el importe en un fondo común del cual se proveía a las necesidades de todos y cada uno, de modo que nadie pasara necesidad. En tercer lugar "la fracción del pan", es decir, la celebración eucarística en el curso de una comida comunitaria, en la que se hacia memo­ria de Jesús, su muerte y resurrección, y de sus gestos y palabras en la última cena. Finalmente las "oracio­nes", tal vez a las mismas horas en que acostumbra­ban hacerlo los judíos: amanecer, medio día y tarde.

La 1ª carta de Pedro que hoy leemos, va dirigida a paganos convertidos al cristianismo, que viven su fe en un ambiente hostil. El autor aconseja a diferentes clases de personas: a los esclavos cristianos de amos paganos, a las esposas cristianas de esposos paganos, a los dirigentes de las comunidades cristianas; a cris­tianos en general que tienen que habérselas con las costumbres paganas y con la hostilidad que provocan siempre los grupos minoritarios y singulares en medio de una civilización desarrollada.

El fragmento que hoy hemos leído ha sido equipa­rado a una homilía bautismal pues habla de la acción de Dios, por medio de la resurrección de Jesucristo, que nos hace nacer de nuevo, "a una esperanza viva, a una herencia incorruptible". Se trata pues de Dios Padre que nos hace sus hijos y, como a tales, nos tie­ne destinada una herencia digna de su magnificencia y de su infinita misericordia y ternura. El autor nos exhorta a perseverar aun en las dificultades, pues así se consolidará y purificará la fe que profesamos, como el oro en el crisol, una imagen muy viva y muy usada en la Biblia. Esta fe tiene por objeto a Jesucristo quien, dice el autor, amamos y en quien creemos sin haberlo visto. De quien procede la alegría que experi­mentamos en este tiempo pascual.

La lectura del evangelio de Juan nos presenta dos apariciones del Señor resucitado a sus discípulos, una el mismo día de la resurrección, la otra a los ocho días. En la primera estaba ausente el apóstol Tomás, que al enterarse por sus compañeros no quiso dar crédito a sus palabras y pidió "pruebas palpables" del acontecimiento. En la segunda aparición sí estaba pre­sente Tomás, a quien Jesús invita a tocar sus llagas, a meter la mano en su costado traspasado.

Ahora si, Tomás confiesa humildemente "Señor mío y Dios mío".

Y Jesús le reprocha su incredulidad, no haberse con­fiado en el testimonio de los demás apóstoles. Encon­tramos aquí una bienaventuranza pronunciada por el mismo Jesús resucitado, que nos alcanza a todos los creyentes de todos los tiempos: "Bienaventurados los que crean sin haber visto", es decir, los que acepten el testimonio de la vida y de la predicación de la Igle­sia. En realidad «creer», lo que se dice «creer», sólo puede hacerse sin ver, sin comprobar; porque creer es fiarse de alguien; no podemos creer lo que ya vemos.

El pasaje del evangelio de Juan que hemos leído, es una primera conclusión de todo el escrito. Por eso las últimas frases nos advierten que Jesús hizo ante sus discípulos muchos otros signos, refiriéndose a sus milagros y a todo su ministerio público, a su pasión y a su resurrección. Dando a entender, además, que que­dan muchos por contar y afirmando que los que ha presentado en su evangelio tienen un solo objetivo: llevarnos a nosotros a creer en Cristo y, por la fe en Él como Mesías e Hijo de Dios, a obtener la salvación. Esta es la razón paría que leemos el evangelio cada domingo en la iglesia: porque él alimenta nuestra fe.

El capítulo 21 del evangelio de Juan, que sigue al texto que acabamos de comentar, parece ser un aña­dido posterior, muy antiguo y muy bello, lleno de un mensaje que está perfectamente de acuerdo con los primeros 20 capítulos del libro, pero obra de una mano diferente a la que compuso lo anterior. Esto quiere decir junto con otros indicios- que el evangelio de Juan es el resultado de un largo y complejo proceso de composición, el fruto maduro de la reflexión, la oración y la iluminación de un conjunto de comuni­dades cristianas antiguas relacionadas con la memo­ria del apóstol san Juan.

1. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Seréis dichosos". Ciclo A. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. J. Mateos - F. Camacho, El Evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid.

3. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).


13.

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Octavio Ortíz

Nexo entre las lecturas

El tema de fondo de este segundo domingo de Pascua es el de la fe firme e inquebrantable que sabe superar la incredulidad y las adversidades de la vida. En efecto, un clima de temor y desconfianza reinaba en el grupo de los discípulos después de los eventos de la pasión: se encuentran encerrados en una habitación y con miedo a los judíos. Aquí, en este lugar de desesperanza, se verifica un encuentro entre Cristo y los suyos que los hace salir de su tristeza y confusión: se encuentran nuevamente con Jesús, el Maestro que había cautivado sus vidas. El encuentro, nos dice el Evangelio, los deja gozosos y en paz.

Uno de ellos, Tomás, está ausente y no hace la experiencia del amor y presencia de Señor resucitado. Sin embargo, para él también el Señor reserva una palabra de consuelo y una invitación a vivir una fe más profunda. (EV) A partir de aquellas experiencias y fortalecidos con la acción del Espíritu Santo, los apóstoles inician un período de transformación que los conducirá al misterio de Pentecostés, momento decisivo que los convertirá en apóstoles valientes del Evangelio. La vida de la Iglesia naciente nos muestra hasta qué punto aquellos hombres cumplieron cabalmente su misión (1L). En ella, en la Iglesia de los orígenes, había un modo de vivir admirable para los paganos: la enseñanza de los apóstoles, la unidad, la fracción del pan y la oración distinguían la vida cristiana. Sin embargo, la Iglesia pronto tendría que enfrentar la adversidad de los discípulos de Cristo Señor. La Primera carta de San Pedro es una sentida exhortación a permanecer fieles en medio de las más duras circunstancias de la vida (2L).


Mensaje doctrinal

1. El poder de la fe. Uno de los mensajes fuertes de nuestra liturgia de este segundo domingo es el poder de la fe en Cristo resucitado. El Evangelio nos narra que los apóstoles se encontraban encerrados por miedo a los judíos. Su situación era precaria. Carecían de medios humanos y materiales para enfrentar el actual estado de cosas. Cristo irrumpe en la escena y da una nueva dimensión a la vida de aquellos hombres: Ellos se llenan de alegría, reciben al Espíritu Santo, son enviados por Cristo a una misión que ni siquiera imaginan. En el momento de mayor abatimiento es cuando el poder salvífico de Dios irrumpe con mayor fuerza. Es Cristo resucitado quien da unidad a la Iglesia naciente, quien llena el corazón de los discípulos de gozo, les da fuerza en el Espíritu y los enardece de amor y valentía.

Para el cristiano la invitación a descubrir el poder transformante de Cristo resucitado es siempre actual. El cristiano se encuentra de frente a un mundo complejo en el que la verdad está en crisis. Su misión, por tanto, no es fácil, como tampoco fue fácil la misión de los apóstoles. Él es testigo del amor de Cristo, de su pasión muerte y resurrección. Él tiene que proclamar con valor la verdad sobre el hombre, sobre el mundo, sobre la vida, sobre la eternidad. En cierto sentido él, el cristiano, debe proclamar verdades que no siempre son gustosas, que no tienen siempre buen mercado, pero que son palabras de verdad y salvíficas. Sólo en la fe en Cristo resucitado lograremos, como los primeros discípulos: “hacer la verdad en el amor”, ser sinceros, plenamente sinceros en el amor a Dios y a los hombres.

El ejemplo de Tomás, es aleccionador. Es uno de los discípulos, pero no estaba allí cuando apareció el Señor. “Quería ver”, no creía al testimonio de los condiscípulos. “Quería tocar”, quería tener pruebas fehacientes de que efectivamente era Cristo. La fe cuesta. La fe es abandono en un Dios que pide sólo confianza absoluta. Tomás escucha de Cristo palabras de gran profundidad: “No seas incrédulo, sino creyente”. Parece que ésta es la invitación que Cristo hace nuevamente a cada uno: “no seas incrédulo”, no te dejes llevar por raciocinios simplemente humanos. Cree en Mí, confía en Mí, espera en Mí. Estos son los cristianos. Estos son los santos: aquellos que se confiaron a Dios de modo total. Pensemos por ejemplo en el hospital del Padre Pío, pensemos en las obras del Cottolengo, en la Reforma de Santa Teresa de Jesús, o en el arrojo sereno de Edit Stein. No seas incrédulo sino fiel.

2. La alabanza significa que el hombre reconoce que la salvación viene de Dios y que Dios lo precede en el esfuerzo de cada día. En la primera carta de San Pedro se expone en pequeños sumarios el credo de las primeras comunidades. Parece que se trata de una catequesis bautismal que subraya de modo especial la alabanza por la acción salvífica de Dios y exhorta a los cristianos a permanecer fieles en las pruebas de la vida. Inicia con una hermosa alabanza a Dios Padre de Nuestro Señor Jesucristo, en quien nacemos a una esperanza viva. La alabanza es el fruto espontáneo por el evento fundamental cristiano: la resurrección de Cristo. Ante la magnitud del amor de Dios y del bien recibido el alma expresa espontáneamente su júbilo en canto de alabanza. ¡A Yahveh cantaré por el bien que me ha hecho! Salmo 13 . Así, el cristiano está llamado a una nueva vida, una vida que no se agota en la salud corporal o en los avatares, muchas veces dolorosos de la vida, ni en las relaciones interpersonales tan transidas de penas y alegrías. El cristiano es, desde su bautismo, un ciudadano de una nueva patria. Camina por la tierra poniendo todo su esfuerzo en el quehacer diario, pero su esperanza y su seguridad se encuentran en el cielo, en la patria eterna.

Por eso, la vida cristiana es una vida construida sobre la esperanza, sobre una esperanza que no defrauda y que asegura el caminar por la vida. Se eleva por encima de las realidades visibles y nos lleva al pensamiento de Dios. La esperanza pone de frente a nosotros una heredad, una herencia inmarcesible que el Señor ha reservado para nosotros; y esta heredad cristiana está fuera de peligro conservada en el cielo para nosotros. En el fondo se trata de experimentar cuál es el propósito de Dios para sus elegidos; propósito que se hace palpable en el inmenso amor de Cristo hacia cada uno de nosotros. El cristiano no tiene el derecho de dudar sobre la seguridad de esta heredad, porque su concepción y realización depende de Dios. Esta heredad tiene su razón de ser en la misericordia y en el amor de Dios.


Sugerencias pastorales

1. La paz de los hogares cristianos. Cristo se aparece a sus discípulos y les dice: “Paz a vosotros”. Quisiéramos detenernos en esta palabra del Señor para hacer nuestra sugerencia pastoral. ¡Qué necesidad tenemos de lograr la paz en nuestros hogares cristianos! Sabemos que nuestro hogar es el lugar de las relaciones interpersonales, el lugar en el que se cultiva el amor y la entrega sincera de sí a los demás. Pero también sabemos que nuestros hogares están asechados por muchos enemigos de dentro y de fuera. En ocasiones se trata de incomprensiones en las relaciones familiares: del esposo con la esposa, del padre con los hijos, de los hermanos entre sí; a veces se trata de situaciones coyunturales: una desgracia, una riña, un malentendido que dan lugar a que se enfríen las relaciones familiares y a que se rompa la paz. Sin embargo, somos conscientes de que la paz del hogar es un valor que debe salvaguardarse. La paz del hogar se logra con la aportación de todos, con el sacrificio de todos, con el perdón de todos. Sin perdón no puede haber paz. Es elocuente el texto del Santo Padre en la Jornada de la paz al inicio del año:

En realidad, el perdón es ante todo una decisión personal, una opción del corazón que va contra el instinto espontáneo de devolver mal por mal. Dicha opción tiene su punto de referencia en el amor de Dios, que nos acoge a pesar de nuestro pecado y, como modelo supremo, el perdón de Cristo, el cual invocó desde la cruz: « Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen » (Lc 23, 34).

Así pues, el perdón tiene una raíz y una dimensión divinas. No obstante, esto no excluye que su valor pueda entenderse también a la luz de consideraciones basadas en razones humanas. La primera entre todas, es la que se refiere a la experiencia vivida por el ser humano cuando comete el mal. Entonces se da cuenta de su fragilidad y desea que los otros sean indulgentes con él. Por tanto, ¿por qué no tratar a los demás como uno desea ser tratado? Todo ser humano abriga en sí la esperanza de poder reemprender un camino de vida y no quedar para siempre prisionero de sus propios errores y de sus propias culpas. Sueña con poder levantar de nuevo la mirada hacia el futuro, para descubrir aún una perspectiva de confianza y compromiso.

Sepamos en nuestros hogares dar y recibir el perdón y veremos que crecerá la paz y que caminaremos por sendas de gozo y alegría, quizá, hasta entonces desconocidas.

2. La rapidez del crecimiento de la primera comunidad como signo de la bendición divina y de la fuerza del Espíritu Santo. Una segunda sugerencia pastoral se refiere al fervor que se descubre en las primeras comunidades por aumentar el número de los prosélitos. La Sagrada Escritura nos dice que la primera comunidad crecía con rapidez. Quizá es bueno preguntarnos si en el corazón de cada uno de nosotros existe este anhelo de invitar a otros a la fe. Si realmente me intereso por llevar a los hombres al conocimiento y a la experiencia de Cristo. Es esencial a la vida del cristiano la tarea apostólica. El hacer crecer la comunidad. ¿Nos damos cuenta del peligro de descristianización que afecta nuestras sociedades occidentales? ¿Sentimos como deber propio imbuir la cultura, la vida, el pensamiento de los hombres de la verdad cristiana? Son preguntas que deben movernos a una acción más decidida y generosa. Recordemos, por lo demás que la fe se acrecienta dándola.