31 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO IV DE PASCUA
16-25

 

16.

1. "Yo les doy la vida eterna".

El evangelio del Buen Pastor contiene una promesa que supera toda medida; incluso se podría decir que supera toda previsión. A las ovejas de Jesús, a las que él conoce y que le siguen, se les asegura por tres veces su definitiva pertenencia a él y al Padre. Y esto porque ellas ya ahora han recibido por anticipado «vida eterna». Porque lo que Jesús nos da aquí abajo con su vida, su pasión, su resurrección, su Iglesia y sus sacramentos, es ya vida eterna. El que la recibe y no la rechaza, jamás puede ya «perecer», nadie puede ya «arrebatarlo de mi mano»; más aún: nadie puede arrebatarlo de la mano del Padre, del que Jesús dice que es más que él (porque es su origen), y sin embargo que él, el Hijo, es uno con este Padre más grande. Las ovejas, que están amparadas en esta unidad entre el Padre y el Hijo, poseen la vida eterna; ningún poder terreno, ni siquiera la muerte, puede hacerles nada. Sin embargo, aquí no se promete el cielo a todo el mundo, sino a aquellos que «escuchan mi voz» y «siguen» al pastor: una pequeñísima condición sine qua non para una consecuencia infinita, inmensamente grande. Conviene recordar aquí las palabras de san Pablo: «Una tribulación pasajera y liviana produce un inmenso e incalculable tesoro de gloria» (2 Co 4,17).

2. «Los que estaban destinados a la vida eterna».

En la primera lectura se muestra que el hombre no se salva automáticamente. Hay que aceptar la palabra de Dios y de la Iglesia. Los judíos, a los que Pablo y Bernabé predican la palabra de Dios, están celosos por el gran éxito de su predicación, se burlan de ellos y responden con insultos a sus palabras, por lo que los apóstoles les dicen: «Como no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles». Y explican a los judíos que estaba ya previsto desde siempre que de Israel debía salir una luz que llegara «hasta el extremo de la tierra», que este viraje hacia los paganos se produce por tanto en el espíritu del verdadero Israel. El pueblo de Israel no debía querer poseer la salvación para él solo, pues ésta estaba destinada para todos los hombres: desear la salvación de una manera egoísta significa autoexcluirse del cielo. Pero también de los gentiles se dice: «Los que estaban destinados a la vida eterna, creyeron», no en el sentido de una predestinación limitada -semejante predestinación no existe-, sino en el sentido de que también los gentiles deben aceptar personalmente la fe y vivir conforme a ella.

3. «El Cordero será su pastor».

Finalmente -en la segunda lectura- se nos ofrece una visión del cielo, donde se cumple la promesa que el Señor hace en el evangelio y donde todos los que lo han seguido en la tierra como «sus ovejas» aparecen como una muchedumbre inmensa de todos los pueblos delante del Cordero, su pastor, porque han sido rescatados por la sangre de su cruz y ahora son apacentados y conducidos por él «hacia fuentes de aguas vivas». La vida que se les promete no es un estancamiento, sino algo que fluye eternamente; por eso los que pertenecen al Señor «ya no pasarán hambre ni sed».

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 245 s.


17.

-Entrada y situación en el tiempo litúrgico

Estamos en pleno coraz6n del tiempo pascual. Nuestra asamblea está de fiesta. mantenemos la alegría y la ornamentación y los aleluyas. En este cuarto domingo de Pascua, en cada uno de los tres ciclos de lecturas litúrgicas, contemplamos a Jesús que es nuestro guía y nuestro acceso hacia la plenitud. Un año se subraya que Jesús es la puerta de las ovejas, otro que es el buen pastor, y en este ciclo la solicitud que el buen pastor tiene por sus ovejas. La primera lectura nos ha proporcionado el testimonio de cómo Pablo y Bernabé, aquellos pastores de la primera Iglesia, anunciaban a Jesús a partir de la sinagoga. El Apocalipsis, segunda lectura, nos ha mostrado el término de esta pastoreo: la plenitud de Cristo.

-Contemplamos el evangelio

El pasaje del evangelio, muy breve pero muy rico, nos invita a "reconocer la voz del pastor", Jesús. Éste es el único camino de acceso a la fe, en medio del griterío de los mercenarios que anuncian todo tipo de espejismos engañosos. Todos tenemos en mente (incluso los que somos de ciudad) qué quiere decir "escuchar la voz del pastor". Todos comprendemos qué quiere decir "ponerse en camino" como las ovejas queridas; qué quiere decir "seguir" como los discípulos íntimos y entrañables. No se trata de un bucolismo fácil. Con estas imágenes tan vivas, tan de todos los tiempos, tan nuestras, Jesús asumía la condición de pastor. -Un título de resonancias tan ricas para los judíos que conocían las páginas del Antiguo Testamento-. Y. a la vez, anunciaba una relación personal, singular, individualizada de cada uno con él, relación basada en el seguimiento y el conocimiento. Seguimiento que quiere decir: con la comunión en el pensamiento, el sentimiento, la acción, la pasión... entre el discípulo y el Maestro; conocimiento que quiere decir: contacto personal-vital, afectivo, unificante... de las personas que se aman.

A continuación Jesús lleva la imagen al límite de su expresión al anunciar el don de la vida: "Yo doy la vida eterna a mis ovejas: y nadie las arrebatará de mi mano". Jesús muriendo por amor realizó el anuncio de la imagen de pastor bueno que se había atribuido. Finalmente, todavía, Jesús anuncia su identidad con el Padre: "Yo y el Padre somos uno". Está hablando de su divinidad y quienes le escuchaban así lo entendieron cuando se dispusieron a apedrearle.

-Hemos contemplado a Jesús y escuchamos sus llamadas

Hemos contemplado el amor de Jesús que le convierte en Maestro y amigo, compañero y pastor solícito de cada uno de nosotros y de nuestra comunidad. -De hecho hablamos mucho de pastoral y de nuestros pastores cuando, en realidad, el único y auténtico pastor de la Iglesia es Jesucristo-.

Después de esta contemplación de Jesús ¿qué podemos hacer sino acoger sus llamadas que resuenan en nuestro interior? Por eso, podemos preguntarnos: ¿A mí, quién me pastorea? ¿Cuál es la voz que reconozco? Es decir: ¿quién me dice de qué o de quién he de fiarme? ¿qué debe agradarme? ¿por qué debo suspirar? ¿qué debo hacer? ¿a quién debo agradar?... Malo si una única respuesta, "al mundo", puede contestar a tantas preguntas. Y, todavía, podemos preguntarnos: ¿qué podría hacer para dejarme pastorear por Jesús? ¿Para reconocer más cordialmente su voz? Es decir: ¿qué debo hacer para que verdaderamente sea él mi, nuestro, único pastor?

PERE FARRIOL
MISA DOMINICAL 1995, 6


18.

Las personas que habitamos este mundo y hacemos esta sociedad vivimos entre el desencanto y la esperanza. El desencanto ante la pobreza impuesta y la riqueza indigna, ante la intolerancia y el todo da igual porque nada tiene valor, ante las palabras políticas del bien común y los hechos políticos del aprovechamiento ante las proclamas pacifistas de los gobiernos y la venta mortal e indiscriminada de armamento, ante una Iglesia que anuncia la libertad de los hijos de Dios, pero se somete, con más frecuencia que la conveniente, a la norma y organización.

Pero la esperanza también nos llama y nos atrae; nos llama el deseo profundo de no resignarnos al desencanto y de encauzar la vida por el camino de la entrega servicial a los hermanos. Nos encontramos con la esperanza y los esperanzados que hacen la paz y trabajan por la justicia, con los que superan su tranquilidad egoísta y se "mojan" en la solidaridad con el pobre y el que sufre; valoramos a los que no se someten porque aman la vida y la dignidad de todos los que viven.

Por eso, porque necesitamos elegir entre el desencanto y la esperanza, "el hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros, cree más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y los hechos que en las teorías" (·JUAN-PABLO-II, Redemptoris missio, 42). Cree más y espera más. En medio del desencanto, la esperanza nace y se robustece cuando la verdad se hace vida, porque para la persona de hoy -¿y la de siempre?- identifica la verdad con la vida. Si no hay vida, compromiso, no hay verdad De ahí que el Señor nos envíe a ser sus testigos, testigos "hasta los confines de la tierra" y «hasta el fin del mundo». Testigos ayer, hoy y mañana. Siempre. Testigos en todo lugar, en toda situación. Testigos siempre. Porque el Padre se nos ha dado a conocer en Cristo -¡gracias le sean dadas!- como la esperanza que se encarna en medio de nuestro desencanto, de nuestro desamor, de nuestros miedos, porque esta esperanza es viva dentro de nosotros por el Espíritu que se nos ha dado, somos enviados a ser testigos de esta luz descubierta, de esta esperanza sembrada. Somos enviados los los cristianos a vivir y decir que nada ni nadie nos «puede arrebatar de la mano» del Padre.

Testigos de Cristo es, por eso:

- el que escucha su voz. Como discípulo que contempla y oye. El que no escucha las voces del desencanto, del bienestar insolidario, del sálvese quien pueda... Escuchar al que nos llama en medio de tantas llamadas. Guardar, como María, la Palabra escuchada, Palabra de salvación. Darle vueltas de contemplación para hacer nuestra la Palabra que se nos ha dirigido en Cristo. La Palabra que es Cristo. Hacer silencio para poder escucharla. Pobres de tantas cosas, enriquecidos por la escucha atenta que nos llena de luz, de esperanza y de vida para dar.

- el que le conoce. No el que sabe cosas de Él. Sólo el saber no transforma la vida. Conocer, sí. Cuando conocer es experimentar su presencia y su fuerza. Cuando conocer es entender qué razón profunda le sostiene: el amor al Padre y a los hermanos; descubrir cuál es su causa, el motivo para el que vive: llevar a todos a gozar del Padre y a vivirlo ya en la fraternidad trabajada hoy; coincidir con su estilo de vida: acogida sin condiciones, perdón sin cargas, ternura, comprensión, rechazo de toda mentira y opresión, alegría que anima y comunión en el dolor. Lo conocemos cuando nos identificamos con su persona y su vida. Conocerle a Él para poder conocer a todos.

- el que le sigue. Lo escuchado, lo conocido se hace verdad en el camino, en el seguimiento. El seguimiento, la vida según Cristo, es lo que nos hace testigos. La palabra escuchada y después anunciada se muestra en el seguimiento. El conocimiento se hace verdad en el seguimiento. Seguirle hasta entregar la vida, la existencia, la propia persona a los demás. Porque sólo el seguimiento, recordémoslo una vez más y siempre, nos hace testigos. Obedecer a Cristo para entregarnos en obediencia a los demás.

Ser testigos como Iglesia, juntos. La muchedumbre inmensa de los llamados. Llamados para anunciar unidos que «Él enjugará las lágrimas de nuestros ojos»; mostrarlo ya aquí con nuestro servicio unidos en Iglesia. La Iglesia, que es testigo de Cristo cuando se entrega toda ella a la misión de Jesús según el estilo de Jesús. Llamados a construir la gran comunidad del amor y de la esperanza porque creemos en el amor trinitario de Dios al que El mismo nos llama y del que nadie nos puede alejar.

Dedicar toda la vida, sin divisiones, a esta misión llena totalmente la existencia de muchas personas. Es la vocación consagrada. En medio de la Iglesia: para animar, para reunir, para recordar y estimular, para entregar todo y siempre a la comunidad, para proclamar y mostrar que sólo Jesús es el Señor y que seguirlo es encontrar la vida y el amor para darlos a todos. Consagrados en medio del mundo: para presentar a todos que, en la búsqueda del amor y de la felicidad compartidas, Dios, el Siempre Nuevo, es fuente inagotable.

Alimentados nosotros con el Pan y la Palabra que abundantemente se nos regalan para ser sus testigos «hasta los confines de la tierra» y «hasta el fin del mundo».

La manifestación pública de nuestra fe ¿demuestra que apostamos por la esperanza en contra del desencanto? ¿Qué signos damos?

¿Qué tenemos que ver los fieles, los miembros, de la comunidad, con la promoción de las vocaciones religiosas y sacerdotales?

¿Qué tiene que ver nuestra vocación de cristianos a ser testigos de Jesucristo con la vocación a la vida consagrada?

EUCARISTÍA 1995, 22


19.

No sé si alguno de vosotros se siente entusiasmado por ser comparado a una oveja. La oveja no parece un animal especialmente inteligente. Hoy, en nuestro mundo y en nuestra sociedad, cuando el ideal parece ser el del ejecutivo agresivo, seguro, convincente -o la mujer liberada, también segura y sin complejos-, proponer el ejemplo de la oveja como animal dócil que en manada obedece al silbido o a la voz del pastor... ciertamente no sé si es muy sugestivo. Pero es la comparación que hemos escuchado en el evangelio ¿Qué significa, qué se nos quiere decir? El salmo 99, dice: "sabed que el Señor es Dios -él nos hizo y somos suyos- su pueblo y ovejas de su rebaño".

Esta es la primera característica que nos afecta como cristianos y que esta comparación del rebaño quiera hacer resaltar. Parece casi un insulto decir que formamos parte de un rebaño, porque vivimos en una sociedad que se pretende individualista, de afirmación personal. Pero lo cierto es que el cristiano forma parte de un rebaño. No es un individualista que hace la guerra por su cuenta. Dicho de otro modo más comprensible: forma parte de un pueblo, de una comunidad. No se puede ser cristiano sin aceptar que formamos parte de una Iglesia aunque haya en nuestra Iglesia cosas que no nos gusten.

Este tiempo de Pascua no es solamente celebración alegre de la resurrección de Cristo, anuncio de vida nueva y eterna para todos. Es también celebración del vivir en la comunión que es la Iglesia, la comunidad de los seguidores de JC. Es lo que nos recuerda siempre, todos los días de Pascua, la primera lectura, tomada de los Hechos de los Apóstoles, la historia de la Iglesia naciente, de la primera comunidad cristiana.

Hoy nos dice precisamente, que a los miembros de esta comunidad, en Antioquía, donde Pablo y Bernabé, son enviados por los apóstoles, se les comienza a llamar cristianos. "Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco". Jesús habla de unas ovejas muy personalizadas. No como un número más en el rebaño, sino como alguien -hombre o mujer- que tiene una relación muy personal con Jesucristo: "Escuchan mi voz y yo las conozco y ellas me siguen". No basta formar parte del rebaño (multitudinariamente, rutinariamente).

Lo que Jc dice exige una relación personal: escuchar su voz. Cada uno de nosotros no puede contentarse con ser miembro de la Iglesia, sino que hay algo mucho más importante, también más difícil. pero también más humano, más enriquecedor: saber escuchar personalmente la voz de JC, su palabra de vida, su llamada a reconocerlo vivo y actuante en nuestra vida de cada día.


20. «¿DONDE VAIS, QUE HACE FRÍO?»

«Zagalejo de perlas - hijo del alba..., Pastor y Cordero sin choza y lana-, ¿dónde vais, que hace frío, tan de mañana?» Así de bellamente se expresaba Lope de Vega, presintiendo, en aquel desvalido Niño de Belén, su doble figura de Pastor y Cordero. Y todos los años la liturgia de Cuaresma y Pascua nos presenta también sucesivamente la doble figura. Primero, la Cuaresma, pincelada a pincelada, nos bosqueja a Jesús Cordero: «He ahí el cordero de Dios que quita el pecado del mundo» proclamaba ya Juan». E Isaías, tratando de explicar de qué modo «quitaría el pecado del mundo, aclaraba: Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca, como cordero llevado al matadero; como oveja ante el esquilador, enmudecía».

Sí, la Cuaresma deja bien clara esa reflexión. Pero Jesús no es un cordero desdibujado, perdido en la manada, sin personalidad ninguna. «Se ofreció en oblación porque quiso». Y su oblación nos liberó. Leed la carta a los hebreos: «Cristo -como cordero inmaculado-, ofreció, por los pecados, un único sacrificio y para siempre».

Del mismo modo, la Pascua nos presenta cada año a Jesús Pastor. Ese es su papel: «Ha venido a rescatar las ovejas dispersas de Israel». Y lo proclamó bien claramente: «Yo soy el buen pastor, y conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a mí». Añadiendo además: «Y como hay otras ovejas que no están en mi aprisco, es necesario traerlas, para que se forme un solo rebaño y un solo pastor». Sí, hacía muy bien Lope de Vega en extasiarse ante la doble figura del Niño de Belén:

-«Pastor y Cordero,
sin choza y lana,
donde vais, que hace frío,
tan de mañana?»

Pues, atención, amigos, porque este Jesús vino igualmente a conseguir que yo, «servatis servandis», sea también «cordero» y «pastor».

CORDERO.-Cordero de Jesús. Oveja de su rebaño. Y no me entendáis la palabra «rebaño» en su sentido más pobre y peyorativo, por favor. Cristianos masificados, pertenecientes sociológicamente, y sin más, a la estadística de la Iglesia. Aquello que aprendíamos de la Iglesia «discente» no quiere decir, ni mucho menos, que se trate de un «ver, oír y callar», en un cristianismo descafeinado. No. Hemos de ser ovejas conscientes, responsables y comprometidas. Ovejas «que oyen la voz del pastor y la distinguen de otras voces». Ovejas que saben que pertenecen a un «cuerpo» que ha de desarrollarse hasta llegar «a la medida de la edad adulta».

Y PASTORES también. Porque todos -y perdonadme el lenguaje de escuela-, unos, de una manera directa, por su «sacerdocio ministerial», y otros, en otro grado, por su «sacerdocio real», pero todos, hemos adquirido la tarea de ir pastoreando esa inmensa grey que es la Iglesia de Cristo. A todos se nos han encomendado, bajo el único cayado de Jesús, porciones de ese gran rebaño, al que tenemos que alimentar con los mejores pastos, que tenemos que librar de los posibles lobos que por ahí acechan y por el cual tenemos que ir desgastando día a día nuestra propia vida.

Que San Juan de Ávila, patrono de los sacerdotes, aliente y estimule a los sacerdotes de un modo especial en este empeño. Yo, por mi parte, pienso dedicar un rato del domingo a releer algunas de las bellísimas páginas que, sobre tal tema, escribió.

ELVIRA-1.Págs. 219 s.


21.

Frase evangélica: «Mis ovejas escuchan mi voz»

Tema de predicación: Los FIELES CRISTIANOS

1. Los judíos celebraban la fiesta de la dedicación del templo como aniversario político de liberación, al recordar la resistencia heroica de los macabeos contra la profanación del templo. La escena del evangelio se desarrolla en la fiesta judía de la dedicación o consagración del templo. En el contexto de esta fiesta se enfrenta Jesús con los dirigentes judíos. Según Juan, Jesús es el nuevo templo consagrado por el Padre. Frente a los dirigentes que no sirven ni pastorean, Jesús se muestra como el Mesías, bajo la figura del buen pastor. Así lo prueban sus obras. Jesús es el «gran pastor» (Heb 13,20) o el «supremo pastor» (I Pe 5,4). Delega el ministerio en sus discípulos. En el discurso de Juan (cap. 10) los temas centrales son la puerta, el pastor y las ovejas.

2. Los primeros forjadores del pueblo de Dios fueron nómadas. De ahí que la imagen del pastor con su rebaño pasase a expresar las relaciones de Dios con su pueblo. De ordinario, el pastor no suele ser dueño de las ovejas, sino líder y compañero; las conduce a los pastos (las alimenta), las defiende de los peligros (las protege) y se entrega totalmente a su misión (da la vida). Su autoridad proviene de la dedicación que presta al pastoreo. Todas las grandes figuras de Israel (como David y Moisés) fueron pastores, para indicar que Dios elige la debilidad de este mundo para llevar a cabo sus maravillas.

3. Los discípulos de Jesús se reconocen por tres cosas: 1) escuchan la voz de Cristo, a saber, creen, prestan atención, se adhieren personalmente; Cristo, a su vez, los conoce; 2) le siguen, entendiendo por «seguimiento» adhesión de conducta y compromiso; Cristo les da, en correspondencia, la vida eterna; 3) no perecerán, porque Cristo los sostendrá junto a sí. Jesús se describe como Hijo de Dios: consagrado por el Padre, por medio del Espíritu, para una misión salvadora. El pueblo de Dios escucha la voz de Cristo, acepta su seguimiento y se siente protegido. En relación a esta triple afirmación, Jesús conoce a sus discípulos, les da vida y los defiende. Creer es escuchar la voz de Dios y demostrarlo con los hechos, no algo meramente verbal; en el fondo, equivale a seguir a Cristo.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Cómo son nuestras relaciones con los principales encargados del pastoreo en la Iglesia?

¿Participamos, a nuestro modo, en el pastoreo de Jesús?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 269 s.

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22.

1. EL BUEN PASTOR DA LA VIDA ETERNA

Dentro de los domingos de Pascua, es tradicional contemplar el Resucitado como el Buen Pastor. Es una imagen muy sugerente, escogida por el mismo Jesús, que resume elocuentemente la misión que él asumió mientras estaba entre nosotros y que, glorificado a la derecha del Padre, continúa cumpliendo para con la Iglesia peregrina: velar por su rebaño y conducirlo al Reino, como dice la poscomunión de este domingo.

El lenguaje eclesial de hoy insiste en calificar como pastorales diferentes actividades de la Iglesia. Si no se abusa del término ni se estropea su sentido, que al fin y al cabo lo aclara bastante bien el evangelio de este domingo, es bueno pretender que toda la actividad de la Iglesia se comprenda y se desarrolle a imitación y bajo la inspiración del único buen Pastor.

Este año, el evangelio de Juan (el fragmento del capítulo décimo que leemos) destaca lapidariamente la relación vital, íntima, de las ovejas con el buen Pastor: ellas reconocen su voz, el Pastor las reconoce, ellas lo siguen, el Pastor les da la vida eterna: no caminan hacia la perdición sino hacia la Vida. Éste es el designio del Padre, que el Hijo lleva a cabo.

Igualmente, y desde otra perspectiva, la lectura del Apocalipsis nos presenta el Cordero glorificado, que desde el trono guía y conduce a las ovejas a las fuentes de agua de la vida. Es la visión final, escatológica, de los prados eternos del Reino donde prosigue el pastoreo de Cristo.

La resurrección del Señor se celebra, pues, este domingo en una vertiente muy profunda, vital. El Resucitado nos apacienta proporcionándonos el alimento de la Vida para siempre. Compartimos, sobre todo por el alimento de la Eucaristía, su vida, escuchamos su voz, lo reconocemos y él nos reconoce, lo seguimos y la meta del seguimiento es alcanzar los "prados eternos", el Reino de la vida.

2. LA LLAMADA A SEGUIR AL BUEN PASTOR

VOCACIONES-DÍA: Hoy es el día de las vocaciones al ministerio ordenado y a la vida religiosa. La vocación parte de la voz del Buen Pastor. Él es quien llama a través del Espíritu, que distribuye sus dones, carismas, a los miembros del único Cuerpo del Señor. Vocación es toda llamada que realiza Jesucristo por el Espíritu a los cristianos, y a los demás hombres para que recorran el camino de la vida en un determinado sentido. Hay, pues, que valorar, antes que nada, todas las llamadas del Señor, las diversas vocaciones. Pero hoy, singularmente nos fijamos en la vocación al ministerio presbiteral, diaconal y a lo que denominamos específicamente la vida consagrada.

La vocación a ser ministro ordenado (sacerdote o diácono) viene del Señor a través de los que ya son pastores de la Iglesia. El ministerio eclesial es un servicio prestado a la comunidad de los fieles, en nombre del único Buen Pastor, para representarlo a él, para ser su imagen viva entre los cristianos. Reclama disponibilidad, generosidad, fidelidad; sobre todo imitación constante de la actitud de Jesús que no vino a ser servido, sino a servir y dar la vida por todos (Mc N, 45).

El religioso y la religiosa son aquellos que se consagran, desde diversos carismas y servicios, al Reino de Dios para extenderlo y para ser testimonios de él de palabra y de obra, viviendo en castidad, pobreza y obediencia, para seguir e imitar a Jesús de cerca. La comunidad de los seguidores de Jesús siempre necesitará hombres dedicados al ministerio de ser imágenes del Buen Pastor y hombres y mujeres consagrados totalmente al Reino de Dios. Es necesario rezar al amo de los campos que envíe más segadores (Mt 9, 38). Hoy es el domingo para hacerlo especialmente, sin caer en pesimismos ni en juicios apresurados sobre la causa de la escasez de vocaciones. Las condiciones socioculturales en las que vive la sociedad de hoy en tantos aspectos no son las de tiempos pasados. Las causas de sequía de vocaciones son muchas y diversas. Frente a ellas, no hay que perder la esperanza y sobre todo hay que propiciar la búsqueda de un nuevo modelo de presbítero, del nuevo camino del diaconado, de una nueva manera de ser religioso y religiosa, que haga surgir vocaciones en nuestras Iglesias.

3. EVANGELIZAR ENTRE CONTRATIEMPOS Y OPOSICIONES Hoy también la consideración del deber pastoral de la Iglesia nos lleva a reflexionar sobre la primera lectura. La palabra de Dios ha de ser predicada a todo el mundo, sin fronteras. Pero anunciarla siempre cuesta. No es un camino de rosas. Hoy, más que nunca descubrimos la increencia como el problema más grave que la Iglesia afronta en la sociedad actual. Se da una resistencia al Evangelio: como la que experimentaron Pablo y Bernabé en los comienzos. El servicio de predicar el Evangelio está lleno de dificultades. Pero, a pesar de todo, somos llamados a vivir nuestra conversión y nuestra fe en Jesucristo llenos de alegría y del Espíritu Santo. Esto nos tiene que llenar de optimismo en nuestro quehacer pastoral, del que todos somos corresponsables dentro de la comunidad: como seguidores del Buen Pastor o como imágenes de él que, resucitado, está presente en la Iglesia para conducirla constantemente.

P. LLABRÉS
MISA DOMINICAL 1998, 7, 5-6


23.

-El Buen Pastor

Jesús, en este evangelio de san Juan, se sirve de la imagen del buen pastor para hablar de si mismo. Y cada año lo leemos en este cuarto domingo de Pascua. En esta ocasión se trata de un fragmento muy breve, pero muy elocuente: "Yo les doy la vida eterna". En el estallido de vida que comporta este tiempo de Pascua, la imagen del buen pastor nos quiere ayudar a centrar la atención en aquel que es la fuente de la vida: Jesucristo muerto y resucitado. Para que no nos quedáramos con la experiencia primaveral, con las flores, los frutos, los signos de vida que durante este tiempo usamos y que podrían significar para nosotros sólo una experiencia superficial o temporal de la vida. Jesucristo es quien nos da aquella vida que nos permite vivir también en pleno invierno. Esto es, cuando las cosas no son a primera vista bonitas o cuando parece que el ambiente no nos es propicio y adivinamos que no vamos bien y que damos pasos hacia atrás. De hecho, también en la naturaleza hay vida en invierno. Y la semilla que se siembre en invierno, ya lleva dentro de si la vida que estallará y dará sus frutos en verano. La vida que nos da el Buen Pastor es interior y ha de manifestarse tanto en invierno como en verano. Podría ser bueno recordar cómo Jesús, en otros evangelios, utiliza la imagen del buen pastor para hablarnos del amor del Padre, que no quiere se pierda ninguno de nosotros: se comporta como un pastor que sale al encuentro de la oveja perdida. Se trata de alguien que cura con su amor. Da nuevas oportunidades. La vida que viene de Dios, por la muerte y resurrección de Jesucristo, es la vida que nos sale al encuentro, no espera que vayamos a buscarla. Experimentamos así cómo somos amados, y se nos hace factible corresponder a ese amor. Por eso la vida que de Dios procede siempre es nueva. Porque para Jesús, valemos más que cualquier otra cosa.

-El Pastor que es, a la vez, Cordero

La lectura del Apocalipsis que hemos escuchado hace una mezcla curiosa: atribuye al que denomina "el Cordero" las cualidades del pastor: "Acampará entre ellos, ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño ni el sol ni el bochorno, los conducirá hacia fuentes de aguas vivas". Se trata, por tanto, de un pastor que se da a si mismo. El pastor que es fuente de vida porque entrega su propia vida, no se la reserva para sí.

Así esta segunda lectura nos ayuda a no olvidar la cruz del viernes santo, siempre íntimamente unida al resplandor del amanecer del domingo. Sólo quien da la vida, la recupera. Y esto lo han experimentado muchos que han seguido la misma experiencia de Jesús, la "muchedumbre inmensa" de "toda nación, raza, pueblo y lengua" que han seguido de cerca al pastor, hasta el punto de dar la propia vida como él y con él, y ahora "están de pie ante el trono de Dios".

Buen estimulo para potenciar nuestro testimonio. ¿Por qué sentimos temor al dar la cara por el más débil? ¿Por qué nos dejamos llevar por la corriente de la sociedad de consumo y por el placer, enemigos que, por otra parte, tanto criticamos? ¿Por qué para muchos de nosotros el ser cristiano se reduce a la práctica religiosa? ¿Por qué tememos la involución, o a los que gustan de dar pasos hacia atrás, si en la noche de Pascua dijimos "Sí, creo"?

-La misión

Y con el estimulo de ser testigos, la Pascua nos empuja a la misión. El libro de los Hechos de los Apóstoles que durante este tiempo escuchamos en la primera lectura, es el testimonio de los inicios. Pero el ansia de evangelizar continúa y ha de continuar en nuestros días. El Buen Pastor quiere serlo en bien de todos. Quiere que su palabra sea de todos conocida y así pueda de nuevo repetirse aquello que decía la primera lectura: que "los discípulos quedaron llenos de alegría y de Espíritu Santo".

Ea, pues. No esperemos más. Seamos conscientes de que ya hemos recibido el Espíritu Santo. Dejémosle actuar; que aflore la alegría que él infundió en nuestros corazones, a pesar de los motivos de angustia y tristeza que podamos tener. Y seamos fieles testigos.

EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1998, 7, 9-10


24.

La experiencia de la Resurrección no conoce fronteras. Ni la religión, ni la cultura, ni el idioma son impedimento para que los hombres y las mujeres descubran al resucitado a la luz de la fe. Los miembros de la comunidad de los primeros cristianos se dirigen a anunciar el acontecimiento de la resurrección a los judíos, pero entre éstos no encuentran sino un pequeño grupo que acepta el mensaje de liberación que ellos anuncian. Encuentran más bien grandes opositores de la nueva forma de vida que ha surgido a raíz de lo sucedido con la persona de Jesús, asesinado por Roma pero resucitado por Dios.

Los discípulos, dentro de la lógica judía de la que provenían, pensaban que primero debían predicar el amor de Dios a los judíos pero, debido a la postura de éstos, no pudieron hacerlo de la mejor manera. Los judíos, aferrados a sus legislación a una esperanza ciega en un Mesías nacionalista, no aceptaron que Jesús fuese el hijo mismo de Dios a quien el Padre había enviado como ungido, como el pastor que venía a reunir a las ovejas dispersas y a instaurar el Reino de Dios.

La resistencia que ofrecieron ante la predicación del evangelio, manifestada en persecuciones y hasta martirios, hizo que los discípulos se vieran obligados a dirigirse a los llamados "gentiles" y aceptarlos también como ovejas bajo el cuidado del Pastor Jesús.

Los Apóstoles abrieron el círculo de la predicación y anunciaron a los no judíos que también Dios los había amado desde siempre, y que la salvación manifestada en Jesucristo era para todos sin distinción alguna. Los Apóstoles salieron a predicar fuera del ámbito judío como Jesús les enseñó, sacudiéndose el polvo de los pies.

La visión apocalíptica que Juan nos describe en su libro, no se limita a un simple sueño nacionalista judío. La visión de Juan tiene la intencionalidad de hacer conocer la nueva idea que el Nuevo Testamento tiene de Dios. El Dios que Jesús nos revela en el Nuevo Testamento es el Dios Padre de todos los hombres y mujeres sin excepción alguna. Todos son recibidos en la nueva realidad instaurada por el cordero, ya que fueron superadas todas las fronteras que los humanos fueron construyendo para vivir separados y divididos. Ya no habrá división ni rechazo, porque en Jesucristo hemos sido todos recibidos como hermanos.

El Cordero inmolado será el pastor que conducirá a todos los elegidos -venidos de todas las naciones, porque asimilaron el proyecto del Padre- a fuentes de Aguas vivas, y allí será donde Dios enjugará sus lágrimas (Ap 7, 17).

Cristo asume las dos funciones, de pastor y de víctima que se inmola. En el Nuevo Testamento Cristo hace un llamado a todos como Pastor, para que comprendan que lo que él propone en esencia es una realidad de unidad y de hermandad que no es posible de destruir ya que con la fuerza del espíritu podemos todos los bautizados trasparentar a Jesús resucitado y ser en el mundo instrumento de paz y de unidad.

La liturgia nos propone el relato de el Evangelista Juan en el que Jesús se presenta como el Pastor que cuida a sus ovejas. Jesús ha anunciado su misión como el Pastor que no sólo cuida las ovejas de su aprisco sino también que las de otros rediles, los no-judíos. La figura del pastor que Jesús asume es la del pastor que busca a la oveja descarriada, a la perdida, y cuando la encuentra se alegra, la recoge y la trae de vuelta al aprisco. Por eso su gozo y su alegría está en que los hombres y mujeres de buena voluntad acojan y asuman su proyecto de vida eterna.

Jesús se diferencia de los pastores mercenarios, que cuando ven el peligro corren y huyen, abandonando su redil y dejando a las ovejas a merced del peligro.

Jesús es un Pastor universal, que llama incluso a los que no pertenecen al judaísmo para que venga a formar parte del rebaño escatológico, el de los que asumen como él la esperanza del Reino de Dios.

Para la reunión de la comunidad o del círculo bíblico

-El pueblo de Dios no está vinculado a una raza, por eso el mensaje cristiano se abrió a los gentiles, más allá de los judíos. Cabe preguntar: ¿el pueblo de Dios, está vinculado a una Iglesia?, ¿o es más grande que cualquier Iglesia? Matizar.

-¿Cómo vemos la organización ministerial de la Iglesia en la actualidad? ¿Qué problemas tiene? ¿Qué "nuevos" ministerios necesitaríamos en nuestra comunidad, en el ambiente donde vivimos?

Para la conversión personal

-¿Soy "buen pastor" de las personas que tengo a mi cargo o bajo mi dependencia (en mi familia, en mi trabajo, en mis relaciones sociales...)?

Oración comunitaria

Dios Padre nuestro, que enviaste a tu Hijo Jesús como Buen Pastor que dio su vida por la ovejas: te pedimos nos des muchos pastores según tu corazón, para que, animados por el ejemplo de Jesús, conduzcan a tu pueblo con decisión por los nuevos caminos que los tiempos actuales requieren. Por J.N.S.

Para la oración de los fieles

-Para que la comunidad cristiana mundial se abra hoy a los nuevos "gentiles", los hombres y mujeres de tantas otras religiones que también buscan a Dios; para que afrontemos decididamente el tema y la práctica del diálogo interreligioso, roguemos al Señor...

-Por todos los que ejercen en las comunidades cristianas un ministerio "pastoral", de atención a los demás; para que lo hagan como ejercicio del amor que sirve y se entrega, y nunca como un ejercicio de poder o dominio...

-Para que la comunidad cristiana revise y adecúe los ministerios eclesiales a la situación del mundo actual, así como la comunidad cristiana primitiva tuvo creatividad para ordenarlos según sus necesidades y las exigencias de la evangelización de entonces...

-Para que sean muchos los y las jóvenes que descubran el llamado de Dios a entregar su vida al servicio de la comunidad, y para que las comunidades encuentren cauces adecuados de pastoral vocacional...

-Para que la mujer alcance en la Iglesia el puesto que le corresponde... -Por nuestros pequeños círculos de los que cada uno de nosotros somos pastores de las personas que están a nuestro cargo: hijos, ancianos, enfermos, alumnos... roguemos al Señor...

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


25.

"MIS OVEJAS ESCUCHAN MI VOZ"

1. Ya Pablo ha sido elegido por Jesús resucitado, -¡qué adquisición!-, y viaja con Bernabé a la patria de éste, Chipre. Desde allí, llegan a Antioquía de Pisidia, en Anatolia, lo que hoy es Turquía asiática. Pablo y Bernabé van el sábado a la sinagoga. Después de la lectura, los jefes les invitaron a hablar. Tomó Pablo la palabra, e hizo una rápida síntesis de la historia de la salvación. Los judíos les invitan a que vuelvan a hablar el próximo sábado: "Permaced fieles, les despiden, a la gracia de Dios". Lleno impresionante el siguiente sábado: "Casi toda la ciudad se congregó para oir la palabra de Dios" Hechos 13,14. Los Apóstoles rebosan de alegría. Los judíos se recomen de envidia. Contradicen su predicación y les insultan. Así acontecía el rechazo general de los judíos al Evangelio. Pablo decide: "A vosotros había que anunciar antes que a nadie la palabra de Dios; pero ya que la rechazáis y no os juzgáis dignos de la vida eterna, nos vamos a los gentiles". 

2. El rechazo del evangelio en la sinagoga, se extiende a la ciudad, incitado por los judíos que sublevaron a las mujeres distinguidas y devotas, y promovieron un motín contra Pablo y Bernabé. "Ya comienza a alborotarse el demonio, algo le trae", decía Teresa de Jesús. Pero esta oposición es providencial. Dios escribe con renglones torcidos, que no son torcidos. De hecho la palabra del evangelio comienza a abrirse paso entre los paganos. Es su destino. La universalidad. "Dios quiere que todos los hombres se salven" (1 Tim 2,4). No escucharon porque no eran ovejas de Jesús. 

3. Lo mismo había ocurrido con Jesús. Los judíos que no aceptaban su palabra, murmuraban, como el antiguo pueblo de Israel. Murmurar es no querer creer. Con la murmuración, con el rechazo a la palabra, se impide el movimiento de atracción del Padre hacia Jesús, su revelador. Mientras Jesús atrae exteriormente con sus palabras y signos, el Padre atrae actuando en el interior por la gracia de su Espíritu. Las tres lecturas de hoy nos hablan del gran don de la Pascua: la vida eterna, vida que ya poseemos ahora y que esperamos conseguir plenamente en el cielo. Decía Santa Teresita: “No sé qué poseeré más en el cielo. Todo lo tengo ya aquí”. Le falta la plenitud en la visión y en el gozo del amor. Por eso al morir dice: “Yo no muero. Entro en la Vida”. Proclamemos que la vocación del cristiano es la vida eterna, vocación que no sólo no excluye, sino que implica con mayor ahinco y tenacidad nuestra lucha en la tierra para construir un mundo mejor donde reine la justicia, la paz, el amor, como frutos de santidad. 

4. Los convertidos de Antioquía de Pisidia aceptaron llenos de alegría la palabra de Dios que los llamaba a “la vida eterna”, conquistada y prometida por el buen Pastor: “Yo doy a mis ovejas la vida eterna”. El Apocalipsis nos dice poéticamente la realidad de esta vida eterna, la bienaventuranza final. San Juan nos presenta su visión de una muchedumbre inmensa, marcados en la frente con “el sello del Dios vivo” significando que están bajo su protección. El número de los marcados es de 144.000, o sea, 12.000 por cada una de las 12 tribus del nuevo Israel. No es un número cerrado, como pretenden algunas sectas, sino un número convencional de la totalidad del pueblo de Dios, según el simbolismo de las cifras, constante en el Apocalipsis. 

5. Después, el águila de Patmos nos traslada al cielo y nos muestra la muchedumbre de señalados llegados ya a la meta después de haber combatido victoriosamente en la tierra. Y describe su felicidad con el único lenguaje posible, el de las imágenes alegóricas. Enumera los signos de la bienaventuranza de “los que vienen de la gran tribulación”. Es el contraste entre las penalidades de esta vida y la felicidad de la otra. Los salvados visten “túnicas blancas”, símbolo de pureza, limpieza y santidad. Esta preferencia por el color blanco se explica por el carácter litúrgico del libro, pues la túnica blanca o “alba” era de uso común en la liturgia hebrea y cristiana. Llevan “palmas en sus manos”, emblema de triunfo y de alegría, típico en la fiesta judía de las Tiendas o Tabernáculos. Están “ante el trono de Dios”. La visión de Dios es el elemento esencial de la bienaventuranza, el objetivo supremo de la esperanza cristiana. “Le dan culto en su santuario”. En el santuario del templo de Jerusalén únicamente podían entrar los sacerdotes. En el cielo, todos los salvados están dentro del santuario porque son un pueblo sacerdotal (Ap 5,10). “Y Dios acampará entre ellos y desplegará su tienda sobre ellos”, como el jeque beduino que acoge bajo la sombra de su tienda al peregrino que cruza el ardiente desierto. ¡Seremos Huéspedes de Dios bajo su tienda en comunión de vida y de amor, espirando al Espíritu Santo, en las mismas acciones de la Vida Trinitaria! Allí estará inmortalmente reunida la familia de los hijos de Dios en la casa del Padre celebrando permanentemente las bodas de amor de su Hijo con su esposa la Iglesia: “¡Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero!” (Ap 19,9). El amor es festivo. Allí ya no existirán aquellos sufrimientos que atormentaron al pueblo de Dios en su travesía por el desierto, pues, “ya no pasarán hambre ni sed, ni les hará daño el sol ni el bochorno”. Jesucristo, el Buen Pastor: “El Cordero que está delante del trono los apacentará”. Cordero convertido en Pastor. Con esta misma imagen expresa Jesús en el evangelio su solicitud amorosa por los suyos: “Como pastor pastorea su rebaño: recoge en sus brazos los corderitos, los lleva en su regazo, cuida las madres” (Is 40,11). Busca la oveja perdida y la carga sobre sus hombros y se compadece del pueblo, pequeño rebaño, a quien ve como ovejas sin pastor. “Yo soy el buen Pastor. Yo conozco mis ovejas y les doy la vida eterna”. En Europa apacientan los toros y las vacas para comer su carne. En Israel pastorean las ovejas para aprovechar su leche y su lana, y por eso permanecen mucho tiempo con el pastor, que les toma cariño, conoce su carácter y hasta las llama por el nombre que el mismo pastor les ha impuesto. El Buen Pastor sabe quién somos cada uno, nuestro carácter y temperamento, nuestra vida y nuestros trabajos, defectos y también nuestras cualidades positivas. Nos tiene en cuentra. Previene, envía a nuestros ángeles con conocimiento de nuestra situación habitual y de cada ocasión. Y el buen Pastor los conduce hacia “fuentes de agua viva”. Y “Dios enjugará las lágrimas de sus ojos que las tribulaciones les hicieron derramar”.

6. Somos un pueblo peregrino en marcha hacia la meta final, donde la fe se convertirá en visión, la esperanza en posesión, el dolor en gozo, el destierro en patria. Pero bajo la tienda de Dios “no pasarán hambre ni sed” los que en este mundo hayan apagado el hambre y la sed de sus hermanos; y “Dios enjugará las lágrimas” de los que en este mundo hayan enjugado las lágrimas de sus hermanos con la práctica de las obras de misericordia: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; estaba enfermo, y me visitasteis... En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis... E irán los justos a la vida eterna”.

7. Nos narra San Juan que los judíos estaban inquietos por el origen de Jesús y se lo manifiestan: - "Si eres el Cristo, dínoslo claramente de una vez". - "Os lo he dicho con toda claridad y no me habéis creído". Tenéis ante vuestros ojos mis credenciales, mis obras. Pero no me creéis porque no sois de las ovejas de mi rebaño, pues "Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen" Juan 10, 27. Los que escuchan su voz están abiertos al proyecto de Dios y lo miran con simplicidad, sin condicionarlo ni prejuzgarlo. Para comprender a alguien es necesario sintonizar con él, poseer una mínima afinidad con él, simpatizar con su persona y escucharle atentamente para poder comprender lo que nos dice o intenta transmitirnos. Poco a poco, contando con el factor tiempo, el que así escucha, acaba no sólo por entenderle, sino por identificarse con él.

8. Ocurre en Palestina donde hay muchos y distintos rebaños. Cuando llega el pastor por la mañana al redil, donde la noche anterior diferentes pastores han encerrado sus propios rebaños, comienza a llamar a las ovejas, y cada una reconoce la voz de su pastor. ¿Es fácil reconocer la voz del pastor? Para las ovejas sí lo es. El timbre de una voz queda grabado en el oído de las ovejas a fuerza de tanto oirlo y de sentir una querencia por él. Nosotros tenemos a nuestro alcance la posibilidad de oir cuantas veces queramos la voz del Pastor.

9. "Las ovejas oyen y conocen su voz". Escuchan la palabra de Dios, que levanta el alma caída, desinfla la hinchada, corta lo supérfluo, suple lo defectuoso y sana las almas. Porque es espada de dos filos (Hb 4,2), que corta lo que estorba y lo que impide el crecimiento. No nos cansemos de oir su palabra. Cuando leemos la Escritura es la voz de Jesús la que nos habla, es su misma palabra la que escuchamos. Por eso quien desconoce la Escritura desconoce a Cristo (ambos Testamentos) dice San Jerónimo. Pero hay que conocerla genuinamente, e integralmente, no leerla ni funtamentalísticamente, ni selectivamente y a retazos, discriminando y eliminando los más exigentes, teniendo en cuenta el género literario y la cultura en que se escribió. Para captar el mensaje de la Escritura, es necesario oir su explanación o éxegesis. Y, sobre todo, orar la Escritura: "El Espíritu os enseñará toda la verdad" (Jn 16,13). Un paso más será conocer a los Santos Padres, que gozaron de un carisma especial para su interpretación: "Dios les dio una sabia perspicuidad para penetrar en el valor de la palabra revelada" (Card. Herrera). Y conocer a los místicos, a los nuestros sobre todo: San Juan de la Cruz y Santa Teresa. Y escuchar el Magisterio de la Iglesia. En el Sínodo del Concilio, afirmaron los Padres sinodales: "La Iglesia se prepara para el año 2000 celebrando los Santos Misterios de Cristo bajo la Palabra de Dios para la salvación del mundo". 

10. Las hagiografías de los grandes cristianos que vivieron con heroismo la Palabra, son un espléndido manjar y sustancioso, que no podemos despreciar: La Iglesia ha puesto en el candelero a Santa Teresita del Niño Jesús, Nueva Doctora de La Iglesia, luz para la modernidad. Y a otros muchos, innumerables.

11. Pero hay que oir su voz también en los acontecimientos y en las vicisitudes por las que estamos pasando, o por las que hemos de vivir. También le hemos de escuchar en lo que nos dice un hermano o la comunidad, o en el consejo que cualquiera pueda darnos. No nos creamos portadores seguros y únicos de la verdad, que nos estrellaremos y sembraremos de sal el campo de la Iglesia, queriendo acaparar y apagaremos el Espíritu.

12. "Yo las conozco". El nos conoce a fondo, tal como somos y sin las caretas que nos ponemos para vivir en sociedad. "Y ellas me siguen". No se trata pues de tener un conocimiento conceptual y teórico de Jesús, sino de seguirle vitalmente, caminando con él, rastreando sus huellas: "El que quiera venir en pos de mí, tome su cruz cada día, y que me siga" (Mt 10,38). Los oyentes de Jesús, todos oían, pero no todos escuchaban, ni menos, no todos practicaban. Por eso dijo: "No todo el que dice: "Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos; sino el que cumple la voluntad de mi Padre" (Mt 7,21). 

13. "Y yo le doy la vida eterna". Quiere que vivamos para siempre con él. Cuando dos se aman sienten horror de tener que separarse algún día. Cuentan los días y los minutos. A Jesús nadie podrá arrebatarle de la mano al que él conoce y ama y le da la vida. Imaginad una mano grande. Imaginad que cada uno de nuestros nombres están tatuados en esa mano: "En mis manos te llevo tatuada" (Is 49,16). Cuando alguien quiere quitarle nuestro corazón de su mano El nos aprieta más fuerte y no nos suelta. Y da como la razón de esa unión con él: "que mi Padre me las ha dado". Es la respuesta de un niño, cuando queremos quitarle algo de su mano, aunque sea jugando: Me lo ha dado mi padre. Y como yo y el Padre somos uno, tampoco nadie podrá arrebatarlas de la mano de mi Padre. Fieras salvajes, lobos y hienas, causaban espanto a los pastores. Esa era la hora de conocer al pastor genuino y auténtico. Al que apacentaba por el salario y al que lo hacía por amor. Aquél huía ante la fieras, éste las defendía con la honda, el báculo, a brazo partido. Jesús, el Buen Pastor no deja a sus ovejas en las garras del león. Muere en la cruz por salvar sus ovejas, nosotros. Jesús nos comunica su unión íntima e inefable con el Padre, llena a rebosar de cariño y de ternura. Y con ese amor, la mano de los dos nos tienen aprisionados con afecto inenarrable, que hemos de agradecer y pedir que crezca para nuestra fidelidad y gloria de los dos.

14. Como "ovejas de su rebaño" Salmo 99, esperamos, pasada la gran tribulación, lavados y blanqueados nuestros mantos en la Sangre del Cordero, ser conducidos hacia fuentes de aguas vivas. "Allí Dios enjugará las lágrimas de nuestros ojos" Apocalipsis 7, 9. A esa fuente de aguas vivas venimos hoy a beber en la Eucaristía, "donde hace el universo nuevo".

6. "Las ovejas oyen y conocen su voz". Escuchan la palabra de Dios, que levanta el alma caída, desinfla la hinchada, corta lo supérfluo, suple lo defectuoso y sana las almas. Porque es espada de dos filos (Hb 4,2), que corta lo que estorba y lo que impide el crecimiento. No nos cansemos de oir su palabra. Cuando leemos la Escritura es la voz de Jesús la que nos habla, es su misma palabra la que escuchamos. Por eso quien desconoce la Escritura desconoce a Cristo (San Jerónimo). Pero hay que conocerla genuinamente, e integralmente, no leerla ni funtamentalísticamente, ni selectivamente y a retazos, discriminando y eliminando los más exigentes, teniendo en cuenta el género literario y la cultura en que se escribió. Para captar el mensaje de la Escritura, es necesario oir su explanación o éxegesis. Y, sobre todo, orar la Escritura: "El Espíritu os enseñará toda la verdad" (Jn 16,13). Un paso más será conocer a los Santos Padres, que gozaron de un carisma especial para su interpretación: "Dios les dio una sabia perspicuidad para penetrar en el valor de la palabra revelada" (Card. Herrera). Y conocer a los místicos, a los nuestros sobre todo: San Juan de la Cruz y Santa Teresa. Y escuchar el Magisterio de la Iglesia. En el Sínodo del Concilio, afirmaron los Padres sinodales: "La Iglesia se prepara para el año 2000 celebrando los Santos Misterios de Cristo bajo la Palabra de Dios para la salvación del mundo".

7. Las hagiografías de los grandes cristianos que vivieron con heroismo la Palabra, son un espléndido manjar que no podemos despreciar: Este año la Iglesia ha puesto en el candelero a SAnta Teresita del Niño Jesús, Nueva Doctora de La Iglesia, luz para la modernidad.

8. Pero hay que oir su voz también en los acontecimientos y en las vicisitudes por las que estamos pasando, o por las que hemos de vivir. También le hemos de escuchar en lo que nos dice un hermano o la comunidad, o en el consejo que cualquiera pueda darnos. No nos creamos portadores seguros y únicos de la verdad, que nos estrellaremos y sembraremos de sal el campo de la Iglesia.

9. "Yo las conozco". El nos conoce a fondo, tal como somos y sin las caretas que nos ponemos para vivir en sociedad. "Y ellas me siguen". No se trata pues de tener un conocimiento conceptual y teórico de Jesús, sino de seguirle vitalmente, caminando con él, rastreando sus huellas: "El que quiera venir en pos de mí, tome su cruz cada día, y que me siga" (Mt 10,38). Los oyentes de Jesús, todos oían, pero no todos escuchaban, no todos hacían. Por eso dijo: "No todo el que dice: "Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos; sino el que cumple la voluntad de mi Padre" (Mt 7,21).

10. "Y yo le doy la vida eterna". Quiere que vivamos para siempre con él. Cuando dos se aman sienten horror de tener que separarse algún día. Cuentan los días y los minutos. A Jesús nadie podrá arrebatarle de la mano al que él conoce y ama y le da la vida. Imaginad una mano grande. Imaginad que cada uno de nuestros nombres están tatuados en esa mano: "En mis manos te llevo tatuada" (Is 49,16). Cuando alguien quiere quitarle nuestro corazón de su mano El nos aprieta más fuerte y no nos suelta. Y da como la razón de esa unión con él: "que mi Padre me las ha dado". Es la respuesta de un niño, cuando queremos quitarle algo de su mano, aunque sea jugando: Me lo ha dado mi padre. Y como yo y el Padre somos uno, tampoco nadie podrá arrebatarlas de la mano de mi Padre. Jesús nos comunica su unión íntima e inefable con el Padre, llena a rebosar de cariño y de ternura. Y con ese amor, la mano de los dos nos tienen aprisionados con afecto inenarrable, que hemos de agradecer y pedir que crezca para nuestra fidelidad y gloria de los dos.

11. Como "ovejas de su rebaño" Salmo 99, esperamos, pasada la gran tribulación, lavados y blanqueados nuestros mantos en la Sangre del Cordero, ser conducidos hacia fuentes de aguas vivas. "Allí Dios enjugará las lágrimas de nuestros ojos" Apocalipsis 7, 9. A esa fuente de aguas vivas venimos hoy a beber en la Eucaristía, "donde hace el universo nuevo".

J. MARTI BALLESTER

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