31 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO IV DE PASCUA
26-31

 

26.

Nexo entre las lecturas

¡El Buen Pastor! Éste es el símbolo de Jesucristo que la liturgia de hoy resalta. Es el Buen Pastor, que conoce a sus ovejas y da la vida por ellas (Evangelio). Es el Buen Pastor que a todos quiere salvar, tanto a las ovejas judías como a las paganas, y a todos ofrece su vida (primera lectura). Es el Buen Pastor, que apacienta a sus ovejas no sólo en esta tierra, sino también en el cielo, conduciéndolas a las fuentes de aguas vivas (segunda lectura).


Mensaje doctrinal

Las mirabilia del Buen Pastor. En la historia de Israel se habla mucho de las mirabilia Dei, de los grandes portentos que Dios hizo en favor de su pueblo. Es legítimo hablar también de las mirabilia Boni Pastoris. Veamos algunas que nos señalan los textos litúrgicos.

1. Yo conozco a mis ovejas. El carácter comunitario y social de la fe, no disminuye para nada el carácter personal de la relación del Buen Pastor con cada una de sus ovejas. Porque el conocer, en la lengua hebrea, implica además el amar, el desear el bien de la persona, el sentir afecto por ella. Es decir, sólo se puede llegar a conocer a una persona en el ámbito de la relación íntima y personal. Cuando el hombre es conocido de esa manera por Jesucristo, en virtud del carácter recíproco de toda relación personal, entra también en el mundo de la intimidad de Jesucristo, le escucha con atención y le sigue con fidelidad, alegría y agradecimiento. En el Evangelio de san Juan, por otra parte, el conocer casi se identifica con el creer. Jesucristo tiene confianza, se fía de sus ovejas, porque las ama y se siente amado por ellas. Y, sobre todo, las ovejas confían en Cristo, y le confiesan como su Salvador y Señor.

2. Yo les doy la Vida Eterna. El don más grande que Dios nos ha concedido es el de la vida. Pero esta vida dura unos años y luego... ¿Reinará la muerte sobre el hombre? ¿Volverá a la nada de la que Dios lo sacó al crearle? Es una pregunta que encuentra respuesta en Cristo resucitado. Él es el Señor de la vida, el Viviente. Siendo Señor de la vida, puede disponer de ella y darla a los que ama y confían en Él. Cristo nos hace partícipes de su misma vida, la que no está sometida al dominio de la muerte, la vida eterna. En el Apocalipsis leemos: "El Cordero (Cristo muerto y resucitado) que está en medio del trono los apacentará y los conducirá a fuentes de aguas vivas". La vida eterna es la misma vida de Cristo, que ya está presente en nosotros por el bautismo y por la gracia, y que adquirirá forma plena en el más allá de la existencia terrena. Como la vida terrena es un don precioso del Padre, la vida eterna es un don estupendo de Cristo resucitado.

3. Nadie puede arrabatármelas. Ningún poder, humano, angélico, diabólico, está por encima del poder de Cristo resucitado. Un poder que Cristo ha recibido del Padre omnipotente. Querer arrebatar a Jesucristo sus ovejas, equivaldría a arrebatárselas a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo. ¡Algo absurdo! Los hombres pueden cortar el hilo de esta vida, pero no pueden arrancar de las manos del Padre el disponer de la vida eterna. Los ángeles, como nos enseña el catecismo, están al servicio de Dios: "Con todo su ser, los ángeles son servidores y mensajeros de Dios" (CEC 329) y del hombre: "Desde la infancia a la muerte, la vida humana está rodeada de su custodia y de su intercesión" (CEC 336). El demonio, finalmente, aunque sea una criatura poderosa, por el hecho de ser espíritu puro, no puede impedir la edificación del Reino de Dios, no puede arrebatar de las manos de Cristo a sus ovejas, porque "el poder de Satán no es infinito" (CEC 395). Sólo y únicamente el hombre en su libertad puede escaparse del rebaño de Cristo y sustraerse de las manos bondadosas del Padre. El texto de los Hechos de los Apóstoles da fe de ello: "Los judíos se pusieron a rebatir con insultos las palabras de Pablo". ¡Qué poder tan tremendo el de la libertad, que puede hacer inútiles las mirabilia del Buen Pastor!


Sugerencias pastorales

1. ¡No tengáis miedo al Buen Pastor! El misterio de Cristo sobrepasa la mente humana. Por este motivo, el Nuevo Testamento recurre a tantas figuras y símbolos para expresar algo de su infinita riqueza. Se nos habla de Cristo maestro y profeta, Dios y Señor, luz y vida, alfa y omega, Salvador y Enmanuel, y así otros muchos. Uno de los más dulces nombres de Cristo es el de Buen Pastor. Es un nombre que gusta mucho a los niños, y que de ninguna manera desagrada a los adultos, porque la alegoría del Buen Pastor en el Evangelio de san Juan es el equivalente de la parábola del hijo pródigo en el Evangelio de san Lucas. ¿Quién hay que pueda tener miedo de Cristo, Buen Pastor, si lo único que busca y por lo que se desvive es por nuestro mayor bien? Es verdad que algunas verdades de nuestra fe pueden parecernos difíciles, pero no tengas miedo a las dificultades, el Buen Pastor te ayudará a entenderlas un poquito más, a aceptarlas con amor y alegría, como un regalo magnífico, y sobre todo a vivirlas con pasión y entrega. Puede ser que algunas enseñanzas morales del cristianismo sean costosas, duras, contra corriente, pero el mismo Buen Pastor, que te alimenta con estas verdades, te dará la fuerza para asimilarlas y llevarlas a la práctica en tu vida cotidiana. Puede ser que alguna vez te extravíes o desfallezcas en el camino de la vida, pero no tengas miedo en volver a Cristo, que Él te pondrá sobre sus hombros y será feliz de haberte recuperado. ¡No tengas miedo! El Buen Pastor está dispuesto a todo, a todo, por amor a ti, por tu bien.

2. ¡El martirio posible: don y libertad! La vocación cristiana por fuerza propia lleva ínsita en sí la vocación al martirio. Es por tanto, una posibilidad, a veces muy real y hasta cercana, para todo cristiano, allí donde esté. Y no pensemos que los mártires son posibles sólo en América hispana, Asia, África y Europa del Este. Cada año no son pocos los que han confesado su fe con el martirio en diversos continentes. En el mundo hay muchos que mueren violentamente, pero no son mártires; esto es un don de Cristo crucificado y exaltado a la derecha de Dios. Si el Crucificado no nos atrae hacia el martirio, no nos otorga esta semejanza suprema a Él, ni siquiera tendremos la posibilidad de ser mártires. Al don divino se añade la libertad humana, porque el martirio es un acto de soberana libertad. Nadie es coaccionado a morir mártir. Se llega a ser mártir, sólo si se es libre y se ama de veras. Existe el martirio cruento, posible para todos, efectivo sólo en algunos. Y existe el martirio incruento, posible y efectivo para todos: el martirio del deber cumplido, de la coherencia entre la fe y la vida, del testimonio constante, de vivir siempre en la verdad, de amar a los enemigos (políticos, ideológicos, religiosos, parroquiales...). Cualquiera que sea tu martirio, bebe el Cáliz por Cristo y con Cristo.

P. Antonio Izquierdo


27. DOMINICOS 2004

Si bien, en el anterior domingo se nos recordaba que la resurrección es el núcleo de la predicación cristiana, la palabra de este domingo nos propone meditar acerca de este hecho en sí y de lo que puede llegar a significar para nosotros los cristianos.

En estos últimos días, alguien, comentando la película “La pasión”, que durante esta cuaresma y semana santa ha saltado a la actualidad, decía que lo peor de la película es que se sabía el final: que el protagonista muere. Sin embargo, otra persona puntualizaba: “al final no muere, resucita”.

Los hechos están encima de la mesa. De nosotros -los cristianos-, de nuestra fe, del eco que ella tiene en nuestra vida,… depende la valoración y las consecuencias que la resurrección de Jesús va tener para cada uno de nosotros.

Este tiempo pascual es el mejor para plantearnos si en verdad somos ovejas del buen pastor.

De la respuesta que cada uno de nosotros nos demos, dependerá que la resurrección sea un hecho misterioso y hasta poco creíble; o, por el contrario, que sea el hecho que sale a nuestro paso cada día de nuestra vida y que nos acrecienta en la creencia de que el Reino de Dios es posible.


Comentario Bíblico
El Buen Pastor es quien da la vida

Iª Lectura: Hechos (13,43-52): La gracia de Dios es para todos los hombres
I.1. La primera lectura de este cuarto domingo de Pascua es la consecuencia de otro discurso axial, kerygmático, de los que aparecen frecuentemente en el libro de los Hechos. Pero esta vez es Pablo su artífice y ante un auditorio judío, si bien con presencia de paganos que se habían hecho prosélitos o temerosos de Dios. Ya se han rotos las barreras fundamentales entre cristianismo y judaísmo. Los seguidores de Jesús han recibido un nombre nuevo, el de “cristianos”, en la gran ciudad de Antioquía de Siria, y esta comunidad ha delegado a Bernabé y Pablo para anunciar el evangelio entre los paganos. Es una opción muy determinada y determinante de dicha comunidad.

I.2. Todavía son tímidas estas iniciativas, pero resultarán concluyentes. Ahora, en la otra Antioquía, en la de Pisidia, se nos ofrece un discurso típico (independientemente del de Pedro en casa de Cornelio, c. 10). El sábado siguiente, el número de paganos directos se acrecienta, y los judíos de la ciudad no lo podrán soportar. Sobre el texto de Is 49,6 se justifica que los cristianos proclamen el evangelio de la vida a aquellos que la buscan con sincero corazón. El evangelio es ese juicio crítico contra nuestras posturas enquistadas en privilegios que son signos de muerte más que caminos de vida. La consecuencia del primer discurso de Pablo en los Hechos de los Apóstoles no se hará esperar. El autor, Lucas, le ha reservado este momento en que ya se dejan claras ciertas posturas que han de confirmarse en Hch 15, sobre la aceptación definitiva de los paganos en el seno de la comunidad judeo-cristiana.


IIª Lectura: Apocalipsis (7,9.14-17): Dios enjugará las lágrimas de la muerte
II.1. La visión de este domingo, siguiendo el libro de Apocalipsis , no es elitista, es litúrgica, como corresponde al mundo simbólico, pero se reúnen todos los hombres de toda raza, lengua y lugar: son todos los que han vivido y han luchado por un mundo mejor, como hizo Jesucristo. Los vestidos blancos y la palma de la mano denotan vida tras las muerte violenta, como la victoria del mismo Señor resucitado.

II.2. Si en su vida cada uno pudo luchar por una causa, el iluminado de Patmos ve que ahora todos viven en comunión proclamando y alabando la causa del Señor Jesús como la suya propia. No habrá más hambre, ni sed, y todos beberán de la fuente de agua viva. Es toda una revelación de resurrección. Eso es lo que nos espera tras la muerte, por eso merece la pena luchar aquí por la causa de Jesús.


Evangelio: Juan (10,27-30): Dios da su vida a los hombres en Jesús
III.1. Siempre se ha considerado éste el domingo del Buen Pastor a causa del evangelio del día que habla de las ovejas, retomando el comienzo de Jn 10,1-10. El texto del Apocalipsis que se ha leído como segunda lectura también apunta a este simbolismo. Está situado en el marco de la fiesta de la dedicación del Templo de Jerusalén y le acosan a preguntas sobre si es verdaderamente el Mesías. Jesús, aparentemente, no quiere contestar a esa pregunta intencionada, pero en realidad no desvía la cuestión, sino que les habla con un lenguaje más vivo, más radical y en consonancia con una forma de entender el mesianismo en clave distinta de los judíos.

III.2. No viene para ser un personaje nacionalista, sino como el que sabe bien la necesidad que tienen los hombres de vida y de vida verdadera; es una forma nueva de comprender a Dios, y por ello va a dar la vida. Los judíos nunca esperaron un Mesías que sufriera y que fuera, por tanto, capaz de dar la vida como Jesús se empeña en hacer. El evangelio de Juan, pues, pretende desmontar una concepción equivocada de mesianismo y nos descubre la opción radical tomada por Jesús. El verdadero Mesías es el que sabe dar “la vida por las ovejas”, es decir, por el pueblo.

III.3. Esta polémica, pues, de Jesús con los judíos, revela el sentido ejemplar, global, del buen pastor, símbolo de la gracia y del juicio que se opera en el seno de su pueblo. La altura desde la que Juan nos presenta a Jesús, “uno con el Padre”, es una provocación teológica, sin duda; pero es una realidad incuestionable. Tenemos que reconocer que el Jesús histórico no habló así, de la forma que lo hace en Juan; ni siquiera hablaba de sí mismo, aunque siempre de Dios y del Reino de Dios. Pero el evangelio de Juan tiene otro tono, menos histórico, si bien más teológico. No entramos en la cuestión de la conciencia personal de Jesús, no es el caso. Decir que “el Padre y yo somos uno” es alta cristología, sin duda. Pero es verdad que Jesús nos reveló al verdadero Dios, y es eso lo que le discuten los adversarios.

III.4. Es un escándalo, porque toda la vida de Jesús es un juicio contra los que pensaban que el mismo Dios debía ajustarse a su dogmática. Así, pues, lo que decide de un modo definitivo el sentido de este evangelio es la actitud que debemos tener ante la verdad que Jesús propone: quien se encuentra de verdad con Él, se encuentra con Dios. Si Él escucha nuestras súplicas, Dios hace lo mismo. Si Él da la vida por nosotros, eso es lo que hace Dios por nosotros. No estamos ante una ficción teológica con estas palabras de Jesús, sino que estamos ante el “dador de vida”.

Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org


Pautas para la homilía


¿Ovejas de un pastor?

En la actualidad, como en cualquier etapa de la historia, nos vemos abocados a afrontar nuestras vidas incardinados en el tiempo que nos ha tocado vivir. Las situaciones políticas, demográficas, socio-económicas,… que nos rodean muy a menudo nos hacen navegar por la vida sin poder o querer oponer resistencia a la corriente que nos arrastra.

En este contesto muchas veces vemos surgir a determinados políticos, personajes de moda, o líderes espirituales que se erigen en el eje de nuestras vidas. Otras veces y no son pocas, ni siquiera es una persona, el eje ante el que giramos sino el poder, la ambición y la apariencia social u otras -más tristes aún si caben- como son la subsistencia, el placer inmediato o la comodidad.

Ante este escenario, y aunque sólo sea en busca de la libertad y la determinación personal, cabe plantearse: ¿De verdad queremos ser ovejas de un pastor?


Ovejas, no borregos.

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

A menudo se escuchan o empleamos en clave de broma o chiste preguntas trascendentes como son ¿cuál es el origen, no ya del mundo, sino de mi propia vida? ¿cuál es su sentido? ¿de dónde vengo y adónde voy?

Se puede decir más alto, pero no más claro de lo que lo hace fray Miguel en el comentario bíblico de este domingo, y es que Jesús se hace conocedor de la necesidad que los hombres tienen de vida verdadera.

Pero no hay nada que se dé por sí solo, antes de nada debemos ser conocedores de las más profundas aspiraciones de nuestro corazón. ¿Qué y quién da respuesta a esas preguntas, que tan a menudo no tomamos en serio?

La diferencia entre el borrego que sigue al que le precede por seguirle y la oveja que reconoce en su pastor la fuente de su ser es paradójica: a nivel teórico es fácil de distinguir, pero en la práctica puede no ser difícil el confundirla.

La clave para la distinción, entre una visión y otra del seguimiento, está en la afirmación que san Juan pone en boca de Jesús: “Yo y el Padre somos uno”. Es esta afirmación la que nos hace ver que el seguimiento de Jesús está en función de lo que Dios quiere de y para nosotros.

Es responsabilidad nuestra, como cristianos, el mantener nuestra vida en una clave de cuestionamiento desde la oración y la formación, en una tensión constante que no nos aparte de esta dinámica de vida. Dinámica que nos haga plasmar en nuestra vivencia comunitaria y en nuestras acciones, los pasos avanzados, vividos y gozados.

Este planteamiento de vida exige respuestas personales ineludibles para cada cristiano y sólo, desde esta perspectiva, tiene sentido el relato del Apocalipsis, que perfila la esperanza de una vida futura triunfante en comunión con Dios, nuestro creador.


Yo te haré luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el extremo de la tierra.

Las horas estrictas de las clases en colegios y universidades, las responsabilidades en el trabajo, la liturgia de las horas en los monasterios y conventos, el mismo camino repetido día tras día de la casa al trabajo y del trabajo a la casa,… ¿Quién no ha pensado alguna vez que nuestra vida no esta limitada por la rutina?

Sin embargo el texto de los Hechos de los Apóstoles nos resalta la vocación de ir a los extremos del mundo.

Al hablar de los extremos del mundo, lo primero que se nos puede pasar por la cabeza es la imagen de los misioneros. Ellos verdaderamente sintieron la vocación de ir a los extremos del mundo a consta de prescindir de su familia, comodidad y hasta de la salud y la vida.

Pero, el ir a los extremos del mundo ¿es una exclusiva para misioneros? Este pasaje evangélico nos da la oportunidad de plantearnos cuales son, verdaderamente, los extremos de nuestros mundos.

Los estudiantes, deben estudiar; los trabajadores, producir; frailes y monjas, deben ser fieles al carisma que un día les llevo a la vida religiosa; …pero cumplir con nuestras obligaciones no debiera nublar nuestra visión, impedir el ensanchar nuestros horizontes, o el no implicarnos en nuestros entornos. Ir, desde donde estamos, más allá, siempre más allá, no tiene porque ser necesariamente en un sentido físico o geográfico.

Viviendo este compromiso, quizá, nos podremos dar cuenta que la salvación que llevamos a esos extremos no es únicamente la de los “gentiles” que nos rodean, sino la nuestra propia. Seguro que este hábito de vida también oxigenará nuestros pulmones y hará desechar de nuestras vidas las costumbres y creencias más rancias, como les pasó a Pablo, Bernabé y a todos aquellos que quisieron escucharles.

Lola Bueno López
lbl@dominicos.org

Nacho Peiro Alba
npa@dominicos.org

Movimiento Juvenil Dominicano


28.

El tiempo de Pascua es como un domingo prolongado. Un domingo es el día del Señor. El día del Señor es el día de su triunfo, de su victoria. De la ESURRECCIÓN

Pero a ella no se llega sin luchas, sin contradicciones, ni adversida- des.

Dar testimonio de nuestro talante de salvados, de resucitados a un nuevo modo de concebir la vida, supone lucha, pelea, sacrifico para superar y dejar de lado tradiciones y costumbres llenas de errores, que son un impedimento serio, porque con frecuencia tienen  aspectos de superstición y magia, totalmente contrarios a la verdad revelada.

Superar y dejar de lado también, tradiciones y costumbres llenas de aspectos degradantes, obscenos y libertinos, bajo capa de tejido cultural de costumbres y tradiciones que no tienen fundamento en el pasado ancestral, sino en el pasado reciente de una mal llamada modernidad. Así se camina entonces,  por un camino que no es la Verdad de Dios, sino la mentira de los hombre. Solo Jesucristo es el Camino, quien de verdad nos hace libres y santos.

Los apóstoles por predicar esta verdad, esta victoria, la de Jesucristo resucitado, recibieron castigo y azotes. Y ellos se sintieron contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús, se nos manifestaba esto el domingo pasado.

Hoy también, se nos dice en el relato de los Hechos de los Apóstoles, que Pablo y Bernabé se vieron perseguidos y expulsados del territorio por predicar este nuevo modo de vivir la vida. Predicación de una fraternidad universal frente al particularismo ramplón y al sórdido egoísmo de los judíos.

Pero todos aquellos que sufren persecución por dar un tal testimonio, verán trasformadas sus vidas, como nos ha revelado en visión profética el libro del Apocalipsis: “vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos están ante el trono de Dios, que acampará entre ellos. Y ya no pasarán hambre, ni sed; no le hará daño el sol, ni el bochorno. Porque el Cordero que está delante del trono será su pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas. Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos”.

Hoy se nos ha presentado al Resucitado como cordero y pastor. El buen Pastor que da la vida por sus ovejas. No como el mercenario, cuyo interés es la merced, el salario, el dinero, no las ovejas.. Y es buen Pastor, porque conoce a sus ovejas. Las ha sacado del anonimato. Tienen nombre para él. Las conoce por su nombre. Tú puedes ser ignorado incluso, por los que te rodean.  pero no para Él. Y su conocimiento está al nivel supremo de cómo Él conoce al Padre. Es un conocimiento creador de vida, realizador de mi propio ser.

Conocer es amar y el amor da vida. Eso significa amor. Viene de la composición de estas dos partes: A, que es partícula privativa, que significan: sin. Y MOR, que viene de la palabra latina: mors, que significa muerte. Así, pues: A – MOR, es lo mismo que decir: sin-muerte. Sin muerte es lo que está vivo, la vida misma. Amor es, pues, vida.

En reciprocidad, las ovejas deben conocer y reconocer al Pastor. A ello se llega en la intimidad del diálogo amoroso de la oración y meditación contemplativa. Donde esto falta hay fracaso de vida, porque no hay diálogo y nos quedamos en el frío monólogo de una existencia fallida. Nos quedamos solos, nos sentimos solos.

Conocer al Pastor supone leer y releer su Palabra revelada, que se encuentra en la Biblia y de modo privilegiado en el Nuevo Testamento o Alianza. Este conocimiento me llevará a un diálogo con contenido y no a una oración vacía de la realidad de Dios, si no le conozco y llena de mis sentimentalismos estériles y de mis sueños o deseos interesados. Porque ¿cómo voy a dialogar y qué voy a decir, si no sé, ni conozco lo que piensa, lo que quiere, lo que siente y lo que hace la persona que está junto a mi? Seguro que hablarás, entonces con un fantasma, con una quimera que te has forjado, pero  no con Jesucristo, el buen Pastor.

María Magdalena reconocerá a Jesucristo, no mediante la mirada de sus ojos, ni su figura, sino al oír su nombre: “¡María!”. Lo reconoce por el verbo; por su Palabra conoce al Verbo, hecho carne, reconoce al buen Pastor de su alma.

Al misterio de la persona de Jesucristo no se llega por las formulaciones o declaraciones de los teólogos, por claras que sean, sino por la fe, que compromete a mi  persona. “Le rodearon los judíos y le decían: ¿hasta cuándo vas a tenernos en vilo? Si eres el Mesías, dínoslo claramente”. Pero toda declaración es vana, porque hace falta ser oveja de su rebaño. “Vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco y ellas me siguen.

¿Qué hago yo por despertar en mi ese talante de hombre nuevo para seguir a Jesucristo en ese nuevo modo de concebir, ver y vivir esa NUEVA VIDA?. Porque la salvación ya no es objeto de esperanza, sino que es ofrecida a quienes invocan el nombre del Señor.

La Pascua es una visión nueva de la vida y del mismo cosmos, que llena de alegría y de esperanza. ¿Qué hago para conseguir este talante de salvado, de resucitado, de hombre nuevo, de oveja de este buen Pastor?

En la cuaresma ponemos algún interés, incluso, a veces, bastante, para luchar contra nuestros egoísmos y particularismos, que eso es el pecado. Hemos trabajado en nuestra “metanoia” o conversión. Para ello hemos hecho nuestros ayunos, abstinencias y limosnas, que ese era el programa cuaresmal. Hemos sacado a Cristos crucificados, a Nazarenos doloridos y coronados de espinas, a Dolorosas cuajadas de lágrimas. Hemos asistido a conferencias o ejercicios. Hasta nos hemos llegado a confesar.

Pero todo eso era solo el andamiaje para este gran monumento  de la Pascua, esta obra de arte, que celebramos en todo este tiempo pascual de siete semanas. ¿Lucho ahora con denuedo por estar alegre y llevar toda esa alegría a los demás, por la experiencia que he hecho en mi corazón y en mi vida, de Jesús resucitado? o ¿los abrumo con mis tristezas y desesperanzas? ¿Tengo al menos, la esperanza de los más de un millón de españoles que semana tras semana llenan con ilusión su quiniela del 1 – X – 2?

Que la Eucaristía que vamos a celebrar, encienda la actualización que Jesucristo realizará sobre nuestro altar de su pasión y muerte, para confirmarnos y llenarnos de esperanzas y alegrías, de que “el Buen Pastor da su vida por las ovejas”. Lo acaba de actualizar de nuevo. Gracias, Señor Jesús.

             AMEN

Eduardo Martínez Abad, escolapio

    edumartabad@escolapios.es


29. FLUVIUM 2004

Libertad pero no indiferencia

Celebra hoy la Iglesia la Jornada Mundial de oración por las vocaciones. Vocación significa llamada y, cuando en el seno de la Iglesia nos referimos a la vocación, queremos expresar concretamente la llamada que Dios hace a cada hombre. Nuestro Creador nos llama y, en este sentido, todos los hombres tenemos vocación, puesto que debemos ser santos por especial designio de Dios. Dios llama al hombre de un modo singular, puesto que escuchamos su voz en el acontecer diario, al descubrir ciertos modos de actuación más conformes con su querer.

Partimos en nuestra conducta moral de la realidad innegable de nosotros mismos. Tenemos una determinada configuración personal y colectiva, que no hemos decidido, y se nos presenta como una tarea a llevar a cabo, en un mundo que tampoco es obra nuestra, que tampoco hemos decidido. Sobre estas evidencias, la fe nos muestra a un Dios, Padre de los hombres, que nos ama y espera nuestro amor. El hombre es el único ser de este mundo, creado para participar de la intimidad divina. Como afirma el Concilio Vaticano II en la Constitución "Gaudium et Spes", el hombre es la única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo: he aquí la verdadera razón de la dignidad humana. Corresponder al amor de Dios con el nuestro es la santidad, la vocación a la que Dios nos llama.

Podría también pensarse en el deber de ser santos como si fuera una tarea onerosa arbitrariamente impuesta. Esta peculiar visión de la existencia la tienen los mismos que sólo ven aspectos negativos en lo que no les complace de su vida. Enseguida hablan de sufrimiento y de una vida indigna si no pueden eludir lo que les disgusta; cuando, más bien, esas circunstancias –que cuestan, desde luego– son ocasiones únicas de reconocer a Dios, de adorar su inmenso misterio incomprensible por esencia, y de confiar en su amor infinito. Son las oportunidades que nos ofrece para que podamos mostrarle un amor sin condiciones, y manifestación asimismo de su absoluta grandeza.

Los pocos versículos del Evangelio de san Juan que hoy nos ofrece la Iglesia en la Liturgia de la Palabra, expresan muy claramente el sentido vocacional de la vida del cristiano. Una vida con un destino, determinado por Quien nos ha creado para llamarnos a la santidad. No es entonces nuestra existencia algo indiferentemente abierto a la iniciativa de cada uno, como si poco importara la orientación que se le dé con tal de que sea manifestación de la propia libertad. Jesucristo indica con las palabras que hoy consideramos lo que espera de los hombres, en concreto de los hombres que quieren vivir de acuerdo con el plan creador de Dios: mis ovejas (...) me siguen, nos dice.

A los "suyos" les aguarda la vida eterna. Se trata de una vida que no le corresponde propiamenta la criatura. Pero el Señor, a los que Él ha llamado y le siguen, les da la vida eterna; es decir, les hace participar de su misma vida. Seguirle –claro está– requiere primero oir su voz: mis ovejas escuchan mi voz. Es un buen momento hoy para preguntarnos sinceramente: ¿Escucho a Dios, me interesa lo que me dice y lo que ha dicho ya para todos? ¿Busco con interés sus huellas para seguirlas: sus modos de ser para imitarlos? ¿Considero mi vida ante todo como una ocasión de seguir a Cristo hasta llegar con Él –por Él– a la vida eterna?

No se nos escapa que será duro seguir a Cristo. Él mismo lo advirtió: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame; pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará. No nos saca el Señor del misterio. Nos promete su vida que es eterna, y perfección de toda perfección; una delicia mayor de lo que podemos soñar, pero por el camino de la renuncia –como Él– a todo lo personal. Nos pide renunciar a nosotros mismos por Él. Nos pide fe, confianza, y nos anuncia dolor.

El Señor llama, indica, sugiere, pide. No es la llamada de Dios algo excepcional ni que sólo escuchan algunos. En cada momento, todos tenemos una oportunidad de escucharle, de contemplarle esperando nuestra respuesta. Nos llama con ocasión de las mil incidencias de la jornada, aguardando de cada uno el comportamiento que, en esas circunstancias, es más agradable a sus ojos. Pasando revista a nuestro día descubriremos algunos detalles en que mejorar, porque así le amamos más: momentos en los que nos habla como al oído, pero claramente, momentos vocacionales de santidad. Deseamos, Señor, escucharte, atenderte, a pesar de la algarabía interior en la que el vivimos tan a menudo.

Tal vez con frecuencia relacionamos "vocación" con esa peculiar inquietud que sienten algunos, y que a veces les lleva a dejar todas las cosas, como los discípulos de Jesús, para dedicarse con mayor libertad a la extensión del Reino de Dios. Es un buen momento hoy para elevar nuestra oración suplicante a Dios, pidiendo que suscite entre sus hijas e hijos las vocaciones necesarias para que su Reino crezca más y más cada día, en el número de sus fieles y en el amor que le tenemos. Nos lo dice el mismo Jesús: La mies es mucha pero los obreros son pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies que envíe obreros a su mies.

Nadie como Santa María ha respondido a la llamada de Dios en cada instante. Su deseo: Hágase en mí según tu palabra, manifiesta un querer, siempre eficaz, de responder con santidad a su vocación. Hagamos nuestras sus palabras de modo que lleguen a ser como una canción de fondo en nuestra vida, en cada jornada; especialmente en este mes más suyo. Pidámosle, ya que es la Reina de los Apóstoles, que nos haga apóstoles: apóstoles de apóstoles.


30. CLARETIANOS 2004

¿Un solo Pastor? El fracaso y la utopía

La imagen bíblica del "buen Pastor", propia de la cultura agraria, podría hoy traducirse con otras imágenes: "el buen entrenador", el "buen médico de cabecera", "el buen abogado", "la buena madre o el buen padre de familia", "el buen líder político", el "buen líder religioso" o "maestro espiritual", el "buen cura", el "buen obispo". El adjetivo "buen" tiene no solamente un sentido moral o ético, también estético. La bondad es bella, irradiante, esplendorosa. Todas estas figuras o imágenes nos indican cómo el ser humano y cómo las comunidades humanas también, y la sociedad, están necesitados de ayuda, acompañamiento, orientación, dirección, cuidado. Si todo eso no funciona bien, llega el desconcierto, el caos, la perdición. Cuando esas instancias de gobierno, acompañamiento, educación etc. funcionan bien la sociedad, la comunidad, la persona, crecen, se desarrollan, gozan de tranquilidad y capacidad creadora.

Jesús se sintió conmovido al ver al pueblo de Israel perdido, "como ovejas sin pastor". Esta situación le apenaba y le conmovía hasta lo más profundo de su ser y le arrancó una de sus acciones simbólicas más estremecedora: la multiplicación de los panes y los peces. Cuando Pedro se arrepintió de su falta de amor, Jesús le encomendó el cuidado pastoral de sus ovejas u ovejitas, tal como sugiere el texto bíblico.

Una mirada a la humanidad hoy, a las diferentes naciones, a los diferentes grupos religiosos y comunidades, a las personas, a las iglesias particulares y grupos eclesiales etc. puede producir en nosotros un sentimiento de compasión y desgarro semejante...

Por eso, añoramos al "Buen Pastor", a aquel que nos conozca por nuestro nombre, aquel con quien podamos transmitirle lo que pasa en el corazón. ¿Quién nos guiará? ¿Dónde está el buen Pastor?

El Buen Pastor es ¡uno solo! Es título reservado a Dios, "el Pastor de Israel": "el Señor es mi Pastor". Jesús es el "Buen Pastor", imagen del Pastor "invisible". ¡Esa es su gloria y no la cede a nadie! Por eso, ¡no nos confundamos! No busquemos pastores "alternativos", no dejemos que nadie se presente como "pastor alternativo".

El ejercicio pastoral solo se justifica si es "sacramento" de la misión pastoral del Hijo de Dios. Si tiene los rasgos del buen pastoreo del Señor: "las ovejas me conocen, yo las conozco, escuchan mi voz, me siguen, nadie las arrebatará de mi mano". Se da entre ovejas y pastor una relación de seducción y de intimidad. Los bautizados y bautizadas que colaboran en la acción pastoral de la Iglesia, tenemos la responsabilidad de ex-poner a través de nuestra acción y pasión al único Pastor-Pastora de su Pueblo, nuestro Padre-Madre Dios, nuestro Señor Jesús.

Lo peor que nos puede suceder -tanto en la acción pastoral de la Iglesia como en los liderazgos de nuestro mundo-, es que quienes ejercen esa función, poco a poco suplanten al Buen Pastor, al único Pastor; pierden identidad representativa y ganen en identidad usurpadora o suplantadora. Esto sucede cuando después de las declaraciones iniciales de buena voluntad se van separando del pueblo, de la comunidad, se encierran en su mundo y deciden más desde sus ideas e intereses que desde la atención real a las necesidades y problemas de la gente; cuando al alejarse del pueblo, de la comunidad, se alejan de buen Pastor que está siempre con sus ovejas. La "burocratización" excesiva del ministerio pastoral lleva a esto. Cuando no se tiene fácil acceso al Pastor, cuando está cargado con mil tareas burocráticas, o actos oficiales, cuando pasa más tiempo en viajes que en residencia, cuando tiene que delegar tantas funciones, porque no llega a todo... ¿a qué queda reducido el servicio pastoral? Hace poco apareció el resultado del Sínodo "Pastores Gregis": ¿traerá este sínodo y su correlativo documento una seria metamorfosis del servicio pastoral?

La liturgia de este domingo nos habla en término utópicos de lo que sería una humanidad pastoreada por el Cordero (lectura del Apocalipsis), o liderada por Jesús, el Bello Pastor. La liturgia de este domingo nos indica también cómo el Buen Pastor puede ser re-presentado en la diversidad de ministerios pastorales de la Iglesia y puede ejercer su protagonismo.

Cuando Dios Abbá es reconocido como el único Pastor y Jesús es el único Pastor, cuando los ministros ordenados se sienten de verdad servidores del único Pastor y no de sus ideas personales-individuales y sus proyectos, no habrá planteamientos tan contrapuestos entre unos y otros. Si todos transmitieran la misma imagen (no la de ningún otro pastor, sino la del único Pastor, Jesús-Abbá), ¿no sentiríamos de nuevo la experiencia del Buen Pastor que nos habla, nos entrena, nos acompaña, nos dirige? ¿No acabaríamos cantado el gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo y no aplaudiendo a un personaje como nosotros?

El día en que acaben los protagonismos, los egos presuntuosos, aparecerá el Buen Pastor y nos guiará hacia fuentes tranquilas. El día en que ningún agente de pastoral se crea imprescindible -sea al nivel que sea- ese día entenderá la gente, que quien guía nuestras iglesias es el Buen Pastor.

JOSÉ CRISTO REY GARCÍA PAREDES?
 


31. 2004

LECTURAS: HECH 13, 14. 43-52; SAL 99; APOC 7, 9. 14-17; JN 10, 27-30

YO LES DOY LA VIDA ETERNA.

Comentando la Palabra de Dios

Hech. 13, 14. 43-52. El anuncio de la Palabra de Dios debe ayudar a que cada uno de los que la escuchan se haga responsable de su respuesta a la misma. El auténtico evangelizador no se proyecta a sí mismo, no quiere que se vaya tras sus huellas y sus proyectos, sino tras las huellas y el plan de salvación de Dios. Esto lleva a que, si queremos ser fieles a Dios, debemos vivir en una relación amorosa con el Señor para conocer su Palabra y vivirla guiados por su Espíritu Santo. Quienes viven encerrados en sus planes personales al margen del Plan de Dios, cuando ven que no se trabaja conforme a sus expectativas se levantan para perseguir y acabar con quienes llegan a considerar sus enemigos y un peligro para la sociedad. Nosotros no vamos a nombre propio a llevar la salvación al mundo entero. Es Dios quien nos ha elegido y enviado en su Nombre. Si somos fieles al Señor no podemos devaluar su Palabra con visiones personalistas con las que más que servir al Señor quisiéramos sacar provecho buscando nuestra gloria personal. Tratemos de no diluir la Palabra de Dios, ni de silenciar su fuerza salvadora que sólo procede de Dios. Y si alguien no nos escucha no hagamos acomodos de la misma Palabra para lograr la amistad de quienes quisieran incluso manipular al mismo Dios. Volvamos la mirada y veamos: Hay muchos hombres de buena voluntad que están dispuestos a escuchar la voz de Dios y a vivir comprometidos con su Evangelio de salvación y de vida eterna.

Sal. 99. El Señor es nuestro Pastor, y nosotros somos su Pueblo y su Rebaño. Pero el Señor no es un pastor que quiera suplirnos en nuestras decisiones, y, por tanto, en nuestras responsabilidades. Dios nos dio la libertad y cada uno de nosotros se convierte en el constructor de su propio destino. Dios nos quiere con Él eternamente y nos ha enseñado el camino que nos conduce a Él: su propio Hijo que nos amó hasta el extremo, dando su vida para salvarnos; por eso ahora vive eternamente. Ese es el camino que siguen quienes tienen a Cristo como su propio pastor: saben amar, perdonar, entregar su vida por los demás. Al final, efectivamente, sólo el amor será lo que cuente ante Dios. Ojalá y seamos cada día más maduros en el amor que decimos tener a Dios y a nuestro prójimo. Unidos a Cristo seamos un signo de su amor y de su entrega para nuestros hermanos.

Apoc. 7, 9. 14-17. Purificados en la sangre del Cordero. Bautizados en Él, hechos uno con Él. Él será quien nos conduzca a las fuentes del agua de la vida. Ya desde ahora en Él hemos sido hechos criaturas nuevas, hijos de Dios. Servirlo significará escuchar su voz y vivir conforme a ella, especialmente cuando nos pide que nos amemos los unos a los otros como Él nos ha amado. Si queremos ser signos de Cristo Buen Pastor para nuestros hermanos, no lo seremos en cuanto a que nos sentemos como maestros infalibles, sino en cuanto a que nos pongamos a servir a aquellos a quienes, con amor y con el ejemplo de una vida recta y justa, debamos conducir hacia Cristo para que encuentren en Él el perdón de los pecados y la vida eterna.

Jn. 10, 27-30. La Iglesia no es nuestra sino de Dios, nosotros sólo le ayudamos como sus siervos fieles. Y Dios nos ha tenido la suficiente confianza como para poner en nuestras manos el servicio a su pueblo, para ayudarle a encontrarse con Él y disfrutar de su salvación. Por eso no podemos convertirnos en opresores del Pueblo de Dios; no podemos explotarlos buscando nuestro propio beneficio; no podemos servirnos del pueblo para lograr nuestros intereses personales de poder o de dinero. El Señor nos envió a servir y no a ser servidos. Por eso debemos aprender a dar vida eterna a aquellos que debemos amar con el mismo amor de Cristo. Conocer las ovejas significará tener una apertura real a toda clase de personas para procurar su bien, aún a costa de la entrega de nuestra propia vida por aquellos que Dios nos confió, no para que los perdiéramos sino para que, al final, los podamos presentar libres del pecado y de la muerte, en el gozo de la Vida eterna, a la que no podemos entrar solos, sino unidos al Pueblo del que el Señor nos constituyó pastores. La Iglesia, toda la Iglesia, unida a sus legítimos pastores, debe también ser un signo de Cristo, Buen Pastor, pues todos tenemos la gravísima responsabilidad de trabajar para que el Reino de Dios llegue hasta el último rincón de la tierra.

La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo.

El Cordero inmaculado de Dios, que quita el pecado del mundo, nos ha reunido en torno suyo para que celebremos su Misterio Pascual. Hemos venido a escuchar su voz para vivir conforme a su Palabra de Vida eterna. Hemos venido a alimentarnos de Él para que, viviendo en comunión de vida con Él, seamos sus testigos en el mundo no sólo con nuestras palabras, sino con nuestra vida misma. Quienes nos alimentamos de Él tenemos asegurada la resurrección y la vida eterna, pues nada ni nadie podrá arrancarnos de las manos de Cristo. Pero todo esto sólo será realidad en la medida en que en verdad tengamos la apertura suficiente al amor que Dios nos ha manifestado en Jesús su Hijo, y si escuchamos su voz y si en verdad vamos tras sus huellas. Si a pesar de encontrarnos con Cristo cerramos los oídos de nuestro corazón a su voz y cerramos nuestra ser para no recibir la vida que Él nos ofrece, de nada nos servirá el habernos encontrado con Él, pues tal vez estaríamos cumpliendo con una costumbre, con una tradición cristiana, pero no estaríamos dispuestos a enrolarnos en un auténtico acto de fe, que tenga como consecuencia trabajar por el Reino de Dios entre nosotros.

La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida del creyente.

La Iglesia completa está al servicio del Evangelio. Por eso debemos escuchar al Señor para que podamos vivir no haciendo de la Iglesia una comunidad de malvados, que buscando sus propios intereses, destruyen a los demás; sino una Iglesia que, amando y buscando dar vida eterna a todos, está dispuesta a entregar su propia vida por el bien de todos. El Señor se ha convertido en el Cordero que ha entregado su vida por nosotros. El Pastor debe también ser parte del pueblo, cordero que, junto con su pueblo, sepa dar su vida para que los demás tengan vida y la tengan en abundancia. Cristo ha venido a caminar junto con nosotros para conducirnos al Padre. Ojalá y hagamos nosotros lo mismo, pues si nos desligamos de nuestra comunidad tal vez hablemos científica y teológicamente de un modo preciso, pero habremos fallado en cuanto a hacer cercano a Dios a los demás con actitudes de amor y de servicio. Esto no puede ponernos en contra de una auténtica preparación para poder ayudar a la gente de nuestro tiempo, con su propio lenguaje y cultura, a entender el mensaje de salvación; pero no podemos desligar el anuncio de la Palabra con los labios, del anuncio que debemos hacer también con el ejemplo, con el testimonio personal de nuestra vida totalmente comprometida con Dios y con su Evangelio, y con el hombre y el servicio a él en el amor fraterno.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir de tal forma unidos a Cristo, Buen Pastor, que podamos colaborar para que todos encuentren en Él la Salvación a la que aspiramos todos los hombres, y que se inicia ya desde ahora cuando en verdad los demás experimentan que les amamos al darles vida nueva, la vida que procede de Dios, y de la que nosotros somos portadores aún a costa de nuestra propia entrega. Amén.

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