30 HOMILÍAS PARA EL III DOMINGO DE PASCUA
8-15

8.

-CRISTO JESÚS VIVE Y SIGUE ACTUANDO

También hoy sigue el tema central del anuncio pascual: Cristo vive. En la tarde del día de Pascua se presenta en medio de los suyos: "soy yo en persona". Una experiencia inolvidable, que llena de alegría a la comunidad.

No nos extraña que Pedro -mostrándose un testigo libre y valiente- proclame ante el pueblo: "Dios le resucitó de entre los muertos". Y en su nombre han curado al enfermo: Cristo sigue presente e irradia la salud que posee en plenitud. Vive y contagia vida.

-EMPEZARON A ENTENDER LAS ESCRITURAS.

Pero hoy este anuncio tiene diversos matices que vale la pena destacar en la homilía. Y el primero es que la Resurrección de Jesús se presenta como el cumplimiento de las promesas hechas ya en el A.T.: "todo lo escrito en la ley de Moisés y los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse".

Pedro, en su discurso, llama significativamente a Dios: "Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob". Y afirma que, al resucitar a Jesús, "Dios cumplió lo que había dicho por los profetas: que su Mesías tenía que padecer".

AT/NO-SE-LEE/PAS: Es una buena ocasión para hacer ver a la comunidad cristiana el valor que tiene el que cada domingo leamos las Escrituras, sin dejar el A. T. (precisamente en Pascua no se lee, porque Pascua no es promesa, sino plenitud; pero el resto del año siempre hay una lectura del A.T.). También se puede aludir a la experiencia de la Vigilia Pascual: la larga serie de lecturas de los libros históricos y proféticos, sin olvidar los Salmos, todos ellos preparando el acontecimiento de Cristo... Es el A.T. el que nos da las claves para entender el misterio de Cristo: el "Siervo", el "Mesías", el "Justo", la "nueva Pascua". También a nosotros nos conviene que nos "abran el entendimiento" para "comprender las Escrituras", y así darnos cuenta de que toda la historia de la humanidad es Historia de Salvación. Y dentro de ella todo se refiere a Cristo como a su punto central.

-PASCUA, CONVERSIÓN Y PERDÓN DE LOS PECADOS

Otro filón que aparece hoy, íntimamente ligado a los dos anteriores -y en las tres lecturas- es el del pecado como realidad nuestra y su perdón como la victoria de Cristo Resucitado.

PAS/VICTORIA/P: La Pascua no es sólo la alegría por la resurrección. Tiene consecuencias muy dinámicas en nuestra vida. Celebrar la Pascua es aceptar la victoria de Cristo: su muerte y resurrección son el gran juicio de Dios contra el mal. El pecado sigue existiendo, también en nosotros, como una realidad anti-pascual siempre reincidente. Pero Cristo Resucitado es el vencedor, el abogado defensor (2a. lectura: más aún, el que ha pagado por nosotros, la "víctima de propiciación"). "En su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos" (evangelio). "Jesús" significa, precisamente, "Dios salva".

¿Qué nos toca hacer a nosotros, los que celebramos esta pascua de Cristo? Convertirnos: o sea, aceptar esta victoria, dejarnos liberar del mal por el Resucitado. El cristiano que cree y celebra la Pascua "no peca", cumple sus mandamientos, se compromete a vivir la Vida Nueva de Cristo (2a. lectura).

Por eso Pedro invitará a todo el pueblo: "arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados".

Y eso no sólo de palabra, sino en la verdad de la vida: "quien dice: yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso". Si la Pascua fuera cantar aleluyas, sería lo más fácil. Pero la verdadera Pascua cristiana es dejarse ganar por la Pascua de Cristo, que es vida nueva, vida de gracia; comprometerse a ese nuevo orden de cosas que ha inaugurado el Señor en su existencia de Resucitado.

Por tanto, podemos preguntarnos una vez más: ¿qué está cambiando en mi vida, en nuestra vida, en esta Pascua 1982? ¿celebramos sólo un aniversario de la resurrección, o está siendo también Pascua nuestra?

-LA EUCARISTÍA COMO EXPERIENCIA PASCUAL: Un último pensamiento de la homilía podría ser la valoración de nuestra Eucaristía dominical:

-es aquí, en la Eucaristía, donde experimentamos la presencia viva del Resucitado, y precisamente en medio de la comunidad reunida, como los apóstoles en el Cenáculo;

-es aquí donde El nos abre el entendimiento con la Palabra de las Escrituras;

-donde nos da el alimento de la salud y la vida, su Cuerpo y Sangre;

-y es la Eucaristía la que más nos provoca hacia una vida más pascual, vida de testigos del Resucitado, tras el ejemplo de aquella primera comunidad, en particular de la valentía de Pedro.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1982/09


9. P/TEMA-PASCUAL

-El pecado. Aunque parezca extraño y que uno tenga la sensación de que se trata de un tema de Cuaresma, resulta que hoy las tres lecturas hablan de pecado. Lo que pasa es que hablan de pecado en un tono que no es el que habitualmente se acostumbra a utilizar, este tono que se centra en estimular el sentimiento de culpabilidad y la necesidad de conversión. Aquí no, aquí habla de pecado de forma pascual. Y será bueno, quizá, destacarlo hoy en la homilía. Ciertamente que en los textos kerygmáticos de la primera lectura y del evangelio se habla de la conversión necesaria para recibir el perdón, pero esta conversión (CV-PASCUAL/QUE-ES) no quiere decir primordialmente "mejoramiento personal": quiere decir volver los ojos y el corazón hacia JC muerto y resucitado, adherirse a él y creer que por él somos puestos ante Dios en situación reconciliada. El bautismo será la señal visible de esta transformación. Y la consecuencia será lo que dice la segunda lectura: quien se ha adherido a Jesucristo no peca; pero, aunque pecara (y aquí se refiere especialmente al pecado que rompe decisivamente la comunión con Dios), JC sigue ofreciéndose a reconciliarlo.

Se trata, pues, de proclamar que nos reconocemos débiles y poco fieles, pero a la vez experimentamos que más fuerte que esta debilidad es la gracia que viene de la cruz. Y juntamente con esta, señalar también -esto vale la pena decirlo de vez en cuando- que nosotros, normalmente, no pecamos hasta el punto de romper la comunión con Dios...: normalmente nuestar vida quiere ser un seguimiento del estilo de JC. Y además sabemos que si alguna vez alguien rompe con esta opción fundamental, no hay nada definitivamente perdido.

APARICIONES/Lc:

-Palpar a Jesús. El texto evangélico de hoy es el relato de apariciones más "materialista" de todas. Lucas parece tener un especial interés en destacar que la resurrección es verdad, que no es ninguna imaginación ni ninguna extraña presencia fantasmal o reencarnatoria: es JC quien vive, quien se hace presente, quien quiere estar cerca de los suyos, quien hace el gesto amical de comer ante ellos. Y ellos "no acababan de creer por la alegría". Porque parece mentira que de la muerte pueda salir vida. Y parece mentira que este mundo nuestro tan lleno de muerte pueda ser vivido como fundamento lleno de vida. Y es verdad: JC, el crucificado, vive para siempre; y su vida fecunda toda muerte de manera que, si queremos, nosotros podemos también palpar que la vida vence. Hoy, en la homilía, podríamos invitar a darnos cuenta de cómo nosotros podemos palpar a JC vivo: dentro de nosotros mismos, en la oración; en aquél grupo de reflexión donde nos ayudamos en el crecimiento de la fe y compartimos los esfuerzos de fidelidad; en nuestras celebraciones de la Eucaristía (¿y si nos propusiéramos hacerlas más llenas de la vida de JC?); en aquellos momentos relajados y amicales; en tantos ejemplos de honestidad y de generosidad que podemos ver si queremos mirar; en el impulso liberador de muchos cristianos y muchos hombres de buena voluntad en los países del Tercer mundo; en...

TESTIGO/CR:

-"Vosotros sois mis testigos". Poco sentido tendría nuestra fe si no escucháramos como hecho a nosotros mismos el contundente encargo de JC a sus discípulos. Y valdrá la pena recordar cosas ya muy dichas pero ahora a veces olvidadas: el testimonio no es la imposición, ni la exigencia de que se nos faciliten espacios para poder testificar; el testimonio comienza como JC lo comenzó, es decir, dedicando su vida a humanizar la vida de los demás en todas partes donde había posibilidad de hacerlo; el testimonio es una oferta amable, dirigida a gente por la cual sentimos cariño y desearíamos que pudieran compartir el gozo de la fe...

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1988/09


10 PAZ/FELICIDAD  EU/DESPEDIDA

Con el "paz a vosotros", fórmula de saludo habitual, Jesús se hace presente en medio de sus discípulos. Aunque, seguramente sería forzar la exégesis comentar aquí con más detalle el sentido bíblico de la palabra "paz", lo cierto es que se trata de un bello saludo. Este vocablo no significa la simple carencia de guerra, sino un deseo para el saludado bastante más profundo: "que seas feliz". Si tenemos en cuenta que "la paz del Señor" es un giro usado en la eucaristía y que no siempre es bien comprendido por los fieles, no estaría de más su explicación. Tal vez, entonces, ese "podéis ir en paz", tan ambiguo en su significado, tuviese una acogida más cordial al entenderse "que seáis felices".

Se trata del mismo Jesús histórico y, sin embargo, distinto. Los discípulos dudan. ¿Jesús vivo? Demasiado bueno para ser verdad. Las narraciones pascuales parecen querernos recordar que es diferente para cada persona el camino que va desde la incredulidad hasta la fe.

Pero, en aquella habitación, se reproduce algo que ellos habían vivido muchas veces: el Señor come con ellos. Obviamente en la eucaristía celebramos las comidas con el Señor y no sólo su última cena. Es muy importante no olvidar que "donde hay dos o más reunidos en mi nombre, allí estoy yo". Así lo expresamos al comienzo de la misa: reunirnos "en el nombre del Señor" nos convierte en la "comunidad del Espíritu Santo" El grupo de los que quieren guiarse por el Espíritu de Jesús. Porque no es la estructura externa lo que define a la Iglesia de Cristo, sino el Espíritu que la guía.

El Maestro invita a reconocerle tomando contacto directo con su cuerpo, que presenta las heridas ocasionadas por la tortura de la crucifixión. Con estas palabras, se nos invita también hoy a experimentar y reconocer la presencia de Dios en el cuerpo dolorido de los hermanos. Así lo entiende Teresa de Calcuta. Ese "mirad y palpadme", salido de la boca de Jesús, parece indicarnos un camino especialmente seguro para reconocerle. Son muchas las llagas del hombre moderno que necesitan ser cicatrizadas por esa luz que proviene de la resurrección. El paro, la droga, el cáncer, la superficialidad, la vanidad, el hedonismo, la violencia, el hambre, la explotación económica y tantas otras. Es sumamente interesante para nosotros el tomar contacto directo con ese dolor y no limitarnos a verlo en la pantalla o en las fotos como un espectáculo más. Quienes han pasado por esa experiencia confiesan unánimes que "no es lo mismo". De cualquier modo, no podemos ser como analfabetos que no saben leer el dolor del mundo.

Escribía el teólogo De Lubac: "Si yo falto al amor o falto a la justicia, me aparto infaliblemente de Ti, Dios mío, y mi culto no es más que idolatría. Para creer en Ti tengo que creer en el amor y en la justicia. Vale mil veces más creer en estas cosas que pronunciar tu nombre. Fuera de ellas es imposible que te encuentre". Deberíamos comprender que rehusar comprometerse con los desheredados de cualquier especie es una herejía más anticristiana que rechazar algún artículo de la fe. Ser testigo de la resurrección es potenciar la vida.

La fe en la resurrección de Jesús ha de ayudarnos también a creer en la capacidad de resurreción del hombre. Hemos construido un sistema socio-económico que funciona generando injustas desigualdades. Es cierto que no tenemos algo que pueda servir de alternativa global a esta situación, pero podemos y debemos ir reformando sus más graves consecuencias de funcionamiento. Tiene mucha importancia la divulgación y el apoyo a todo lo bueno que emerge en estos tiempos de novedades.

El Maestro les explica las Escrituras. En el lenguaje de hoy, diríamos que les presenta el sentido cristiano del Antiguo Testamento. Es evidente que no se entiende esa parte de la Biblia del mismo modo desde el simple pensamiento judío que desde la fe en Jesús. En la interpretación cristiana queda claro que el Dios del que hablan esos textos interviene con finalidad salvadora en la historia de la humanidad. El, respetando la libertad humana, lleva el agua a su molino, es decir, a la plenitud del hombre. Es el Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob. No el de los filósofos o el de los sabios. Con Jesús, Dios no ha cambiado sus designios, sino que inicia otra etapa de la pedagogía divina. Dios ya amaba paternal y maternalmente a los hombres desde el principio.

Las celebraciones de Pascua alimentan nuestra esperanza, no sólo confirmando nuestra certeza en un "más allá", sino sobre todo proporcionándonos energía para caminar en este complicado "más aquí". Es verdad que vivimos en el tiempo, pero estamos infectados de eternidad. En definitiva, se trata de concienciarnos de que no estamos amenazados de muerte. Estamos amenazados de resurrección. La resurrección es la muerte de la muerte.

-¿Qué concepto de Iglesia predomina en mí: el institucional o el espiritual?

-¿En qué medida el sufrimiento humano me hace ver en esas personas a Cristo sufriente?

-¿Hasta qué punto confío que el hombre pueda corregir el injusto funcionamiento de nuestro mundo?

-¿En qué se concreta para mí la vivencia de la resurrección?

EUCARISTÍA 1994/21


11. PAN/FRACCION:

«Reconocieron a Jesús en el partir el pan»

-Signo de entrega

La fracción del pan es un signo de la Pascua, una prueba de Cristo resucitado. Fue el argumento decisivo para los discípulos de Emaús. A Cristo se le reconocía, no porque ofreciera en el Templo o enseñara en la sinagoga. sino porque partía el pan. En sus divinas manos el pan se multiplicaba y se partía. Este gesto de sus manos era inconfundible y lleno de sentido. Quería decir: os lo entrego todo, me entrego todo. Este pan es mi cuerpo, deseoso de entregarse y gastarse por vosotros, por todos. Este pan es mi vida. La he recibido para darla. Como la lámpara, que sólo tiene sentido cuando se quema. Este pan soy yo. Yo soy un pan que se parte y se deja comer. Acercaos todos los hambrientos y los pobres. Así, Jesús partía siempre el pan dándole una significación profunda y poniendo una tremenda carga espiritual, porque el pan, en sí no es nada, «el espíritu es el que da vida» (Jn 6, 63).

La fracción del pan es el núcleo de nuestra celebración eucarística. En la última cena Jesús partió el pan, dándole un significado profundo de presencia y entrega. Cada vez que vosotros lo hagáis, anunciáis mi entrega hasta la muerte. El pan que se parte soy yo.

-Experiencia de presencia

Pero no sólo signo de entrega y de muerte, también de resurrección. «Proclamamos su resurrección». «Hasta que vuelva», decía San Pablo; «hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios» (Lc 22,16), decía Jesús. En nuestras eucaristías vamos dando cumplimiento al Reino de Dios. En nuestras eucaristías hacemos presente a Cristo, pero no muerto, sino vivo; no sólo cuando se entregaba, sino cuando resucitaba, es decir, cuando amaba con ese amor que vence a la muerte.

Sin la Resurrección no podía haber eucaristía, es claro. Sin la Resurrección podríamos acordarnos de Jesús pero no podríamos hacerlo presente. De hecho, cuando Jesús resucita, se hace presente a los discípulos en el marco de una comida gozosa que es para ellos la mejor prueba de su realidad viva. En el evangelio de hoy vemos que Jesús trata de convencerles con su palabra y la experiencia de sus manos y pies. «Palpadme». Ni por esas; peor que Tomás. «Y como no acababan de creer... Y seguían atónitos, les dijo: ¿Tenéis algo que comer?. . .». Es la prueba de la comida, de la fracción del pan.

-Desbordamiento de gozo

Podríamos decir que las primeras experiencias pascuales se realizaban eucarísticamente, comentando las Escrituras y partiendo el pan. «Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras". O, si se prefiere, cuando los discípulos se reunían para comentar las Escrituras y partir el pan, Cristo resucitado se hacía presente. Estas comidas pascuales son el germen de nuestras eucaristías. Fijémonos, por ejemplo, en una de las características de estos encuentros: «Partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría" (/Hch/02/46). ¿De dónde sacaban aquellos primeros cristianos este desbordamiento de gozo? No podía ser sólo el recuerdo de la última cena o el recuerdo de la cruz terrorífica en la que murió el Maestro. Estos recuerdos estaban teñidos de tristeza y melancolía. La razón no puede ser otra que la de una fuerte experiencia de Cristo resucitado, que los dejaba a todos llenos de alegría, fuera de sí «por la alegría» (cf. Jn 20, 20); «a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de entre los muertos» (Hch 10, 41).

-Pascua prolongada EU/PAS 

Nuestra eucaristía es, debe ser, una experiencia de Cristo resucitado, que resucita y nos hace resucitar, que vive y nos hace vivir, que nos llena de ese amor que es más fuerte que la muerte, que nos convierte en sembradores de vida y testigos de resurrección. Toda eucaristía se celebra como «en un rayo de gozo pascual. Todo el culto cristiano no es más que una celebración continua de la Pascua; el sol que no cesa de levantarse sobre la tierra arrastra tras sí una estela de eucaristías que no se interrumpe en un solo instante; y toda misa celebrada es la Pascua que se prolonga» (·Bouyer-L).

2. Reconocen a los cristianos en el partir el pan

Los cristianos aprendieron de Jesús a partir el pan. Lo hacían «el primer día de la semana», con emoción y alegría. Pero éste no era un simple gesto rutinario. Querían evocar y concentrar en él toda la realidad y todo el misterio de Cristo. Si el partir el pan significaba mucho para Cristo, también tenía que significar para sus discípulos.

Siguiendo esta tradición ininterrumpidamente, nuestras comunidades cristianas siguen celebrando la fracción del pan. Este gesto hace presente la Pascua de Cristo, como acabamos de decir, pero además nos compromete con el mundo .

La comunidad que celebra la fracción del pan debe aprender a compartir. Los panes partidos son los bienes compartidos. Hay que compartir el dinero. el tiempo y los talentos. Hay que compartir los ideales y la fe. Hay que compartirlo todo, imitando la generosidad de Dios, manifestada en Cristo Jesús. Cuando nos apropiamos de algo, no está en nosotros el Espíritu de Dios. Pero, si compartimos, no permitiremos "que haya pobres junto a nosotros" (Dt 15, 4).

La comunidad que celebra la fracción del pan debe aprender a convivir. Este es el pan de la solidaridad. Los que participan del pan partido se hacen amigos y hermanos, concorpóreos y consanguíneos. Este es el pan de la unidad. Los granos dispersos se funden en uno; los hombres divididos se congregan en el amor. «El pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque no hay más que un pan, todos formamos un solo cuerpo, pues todos participamos del mismo pan» (/1Co/10/16-17). Los que comulgan con el cuerpo de Cristo se capacitan para comulgar con todos los cuerpos de Cristo. Si comulgas así no consentirás que haya junto a ti extranjeros despreciados o personas marginadas. Nadie debe ser para ti distante o enemigo. Todos estamos llamados a formar parte de la misma comunión.

La comunidad que celebra la fracción del pan debe aprender a servir. Cuando comulgamos recibimos fuerza para lavar los pies a los hermanos, para curar a los heridos del camino, para cuidar y acompañar a los enfermos, para trabajar y luchar por la justicia. Si después de comulgar seguimos siendo cómodos e insolidarios, si sólo nos seguimos preocupando de nuestros problemas e intereses, si ni siquiera vemos al hermano necesitado, tendremos que preguntarnos si nuestras comuniones no sirven más de escándalo que de provecho. La comunión nos convierte a todos en presencia viva de Cristo. Yo serviré a mis hermanos como lo haría Cristo y como lo haría con Cristo. Yo lavaré los pies de mis hermanos como lo hizo Cristo y como lo haría con Cristo. Yo me arrodillaré antes mis hermanos los pobres, porque son otros Cristos.

La comunidad que celebra la fracción del pan debe aprender a comprometerse. Desde la comunión se debe luchar por devolver a las personas toda su dignidad. Este pan tiene energías liberadoras. Nadie puede quedar indiferente viendo cómo Cristo sigue siendo expoliado y masacrado. Toda comunidad que come del pan partido debe convertirse en fermento de una nueva sociedad. No se puede comulgar y quedar ensimismado y pasivo. La eucaristía nos lanza al mundo para que demos testimonio del evangelio, para que alentemos en él el Espíritu de Jesús.

La comunidad que celebra la fracción del pan debe aprender a entregarse. Quien come el pan partido tiene que dejarse partir. Quien come el pan del amor debe dejarse comer. Es necesario hacerse pan y dejarse partir en rebanadas. La eucaristía es un amor nuclear que se nos mete por los ojos y en la boca. Por eso. la comunidad eucarística es la que inicia un movimiento de entrega, una reacción de amor en cadena, que llega hasta el fin. Cuando Cristo partía el pan. decía que lo que en verdad se partía era su cuerpo. Por eso, los que comulgan, anuncian la muerte de Cristo y también la propia. Así, los que comulgan se la juegan.

Atentos. La fracción del pan es provocadora. No se puede partir el pan y quedar ilesos. La eucaristía siempre nos debe tocar: o el corazón o las manos o el bolsillo. Porque eucaristía y amor son la misma cosa.

CARITAS
VEN.../CUARESMA Y PASCUA
1994.Pág. 215-219 s.


12.

Frase evangélica: «Les abrió el entendimiento»

Tema de predicación: EL TESTIMONIO DE JESÚS

1. La crisis religiosa lleva consigo el sentimiento de la ausencia de Dios. A veces estamos llenos de «dudas» o de «miedos». Las señales evangélicas de Jesús no parecen eficaces en este mundo. Incluso en los relatos evangélicos pascuales, Jesús no es inmediatamente «reconocido»: María lo confunde con el «hortelano»; los de Emaús, con un "caminante": los apóstoles, con un «fantasma».

2. Los discípulos reconocen a Jesús cuando escuchan su palabra viva, palpan sus señales de caridad y comparten la comida fraterna. La iniciativa es del Señor, pero la respuesta es de los discípulos. Con un nuevo entendimiento se comprenden «las Escrituras», y viceversa: con la palabra de Dios se obtiene un verdadero reconocimiento.

3. Para que la fe sea reconocimiento, es preciso que se acepte la nueva presencia del Señor y la condición de una nueva existencia. Jesús como Señor está en la humanidad doliente que busca nueva vida, en la comunidad creyente que escruta las Escrituras y en el banquete de hermanos que comparten la mesa y el cuerpo de Cristo.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Reconocemos a Cristo en los hermanos?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 195 s.


13.

COMPRENDER LAS ESCRITURAS

Cualquier día un joven "descubre", de pronto, una idea que le entusiasma. Y el caso es que esa idea no es nueva. Puede que la viniera oyendo, durante años, de unos y de otros. Pero ese día le ha sonado a nueva: la ha hecho suya, la ha comprendido.

Como sucede tantas veces que alguien nos resulta nuevo -a pesar de que lo veíamos a diario en el trabajo, o en el colegio- el día en que, tras una larga conversación, lo "descubrimos": entramos de alguna manera en él.

Como a nueva nos sabe una persona -¡y de qué manera!- el día en que comenzamos a quererla: es que hemos empezado a verla con los ojos del corazón...

Algo así -pienso yo- pasaría a los discípulos el día en que Jesús «les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras». De pronto, "descubrieron" verdades por las que habían pasado infinidad de veces; comprendieron palabras que habían oído al Maestro en cantidad de ocasiones. Y se dieron un golpe en la frente: ¡qué ciegos estábamos!; ¡ahora comprendemos por qué hizo aquello...!, ¡con razón decía...! Muy sencillo, habían empezado a ver la vida y las palabras de Jesús bajo una luz nueva: la luz de la Pascua. Al aceptar plenamente a Cristo Resucitado, habían empezado a verlo todo con unos ojos diferentes, muy parecidos a los ojos de Dios. Ahora sí, empezaron a comprender cosas que antes, por más que Jesús se las explicaba, no acababan de entenderlas: como la razón de la cruz y de la muerte, el sentido profundo de tantas parábolas, el por qué de algunas actitudes extrañas del Maestro.

Así le ocurre a Pedro: al mirar hacia atrás con esos ojos nuevos, ve que sus hermanos judíos estaban ciegos cuando mataron «al autor de la vida». "Sé que lo hicisteis -les dice- por ignorancia, y vuestras autoridades lo mismo". Pedro ha aprendido a comprender. Descubre que la ignorancia es como una venda en los ojos. («El que no sabe -dice nuestra gente- es como el que no ve»). Y empieza a verlos con los mismos ojos de aquel Jesús que dijo: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen".

Todo, completamente todo el Evangelio de Jesucristo está escrito bajo esta luz de la Pascua. Toda la vida de Jesús está contada, y comprendida, desde la certeza de su victoria sobre la muerte. Por eso no podrán jamás comprenderla quienes la lean en una clave diferente. Nunca podrán tener una imagen completa de Jesús de Nazaret: se quedarán en el guerrillero o en el idealista, en el "hippy" o en el "superstar"; y las medias verdades no pasan de ser mentiras disfrazadas.

Toda la vida cristiana hay que mirarla también bajo esta luz. Esa manera diferente de trabajar, de amar y de sufrir, que Jesús pide a quienes le sigan, sólo se puede comprender en esta clave del Señor resucitado. Si no, no tiene sentido, por más vueltas que le demos. Pero todo eso, después. Sólo después de que Él nos haya abierto el entendimiento para "comprender las Escrituras". Sólo cuando lo veamos todo bajo la luz, recién nacida, de este Señor resucitado.

JORGE GUILLEN GARCIA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas de domingos y fiestas
ciclo B. GRANADA 1993.págs. 62 s.


14.

NO NOS CABE TANTA LUZ

Los relatos posteriores a la resurrección de Jesús son, posiblemente, la parte más desconcertante de los Evangelios. Si los leemos despacio, o los cotejamos entre sí, resultan muchas veces incoherentes. Parece como si el relato de la vida de Jesús, que hasta su muerte discurría por cauces de alguna manera lógicos, de pronto se hubiese salido de madre.

¿A qué se debe este cambio? ¿Qué ha ocurrido?

Un hecho, sencillamente: la resurrección. Un hecho que rompe nuestros moldes, porque trasciende toda experiencia humana. Un hecho real, ciertamente, como la vida misma: no una creación del deseo, o la plasmación de una ilusión largo tiempo alimentada. Pero un hecho que, a la vez, rebasa la dimensión de nuestro espacio y nuestro tiempo: por eso no cabe en nuestros esquemas. La vida que ahora tiene Jesús no es ya como esta torpe vida nuestra, quebradiza y tan mezclada con la muerte. La vida de Cristo resucitado es la misma que Él tuvo, como Dios que era y es, desde siempre, desde antes de que se encerrara un tiempo en nuestro tiempo, y se llamara Jesús, y tuviese por madre a María. Y este cuerpo que ahora lleva -es un decir- no es ya aquel cuerpo nuestro vulnerable, esclavo del espacio y del dolor, destinado a morir. El cuerpo de Jesús resucitado ha roto ya todas las cadenas: no tiene por qué ser visible, ni ocupar un lugar, ni dejar de estar aquí para estar allí, ni conocer el tope de su fuerza, ni sentir el acoso del sufrimiento o de la fiebre. El cuerpo de Jesús es ya...

No lo sabemos del todo. Por eso tenemos que dar el salto: desde lo que vemos y sentimos, hasta lo que deducimos, imaginamos, recomponemos -a partir de lo que Él anunció-, suponemos. Por eso Jesús, para ayudar a sus discípulos a dar este salto, les tiende la mano desde esa otra orilla en que se encuentra. No sabemos qué apariencia de cuerpo habrá tomado. De algún modo semejante a la de antes, para que puedan reconocerlo; pero con una dosis también de diferencia y de misterio, para ir potenciando en ellos una nueva manera de verlo: con los ojos del corazón, con la luz nueva de la fe.

Dejando pistas suficientes, para que los suyos comprendan que es el mismo de antes -«soy yo en persona»-: el pez asado, las llagas, el tono de su voz, sus gestos característicos, su manera peculiar de caldearles el corazón, las mismas palabras de aliento o de reproche; pero dejando, al mismo tiempo, que asomen datos nuevos, indicios suficientes para que se vayan haciendo a la idea de que su modo de estar entre ellos va a ser, a partir de ahora, diverso.

Es demasiado grande lo que ha pasado en estos días: de ahí que nos encontremos todavía embobados, acorchados, como cuando nos ha golpeado un inmenso dolor, o una noticia inesperada nos ha puesto los ojos en blanco. Más tarde, todo se irá serenando, la luz se irá haciendo menos cegadora, la ilusión más tangible.

Pero, sobre todo, es necesario que la vida nueva de Jesús vaya tomando cuerpo en nuestra nueva manera de vivir, se vaya traduciendo poco a poco en obras nuestras. Sólo así se irá haciendo más legible para tantos que, fuera todavía, aguardan su turno para creer.

JORGE GUILLEN GARCIA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas de domingos y fiestas
ciclo B. GRANADA 1993.págs. 63 s.


15.

1. El juicio de la Resurrección

El relato evangélico de este domingo vuelve a insistirnos en algunas ideas que ya hemos reflexionado en oportunidades anteriores. Jesús se hace presente en medio de la comunidad, pero no debemos tomar dicha presencia como la de un fantasma en una sesión espiritista.

Es una presencia real y distinta, pero sólo perceptible cuando los hermanos reunidos alejan de sí el temor y se sientan para comer juntos. Como comenta Lucas: «Era tanta la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer.» Como vemos, se trata de los mismos elementos que ya encontramos el domingo pasado en el relato de Juan: discípulos reunidos -esta vez están los dos de Emaús que se habían separado de la comunidad porque creían que todo estaba perdido-, alegría por el encuentro, comida fraterna en la que se comparte el único trozo de pescado, etc.

Procuremos hoy interiorizar el concepto de resurrección para no quedarnos en una hermosa fraseología pascual. En este sentido, los textos bíblicos de hoy nos obligarán a aterrizar más de la cuenta...

Señalemos de paso que nosotros, generalmente. decimos que Jesús «se apareció» a los discípulos, pero esta expresión no es ni tan correcta ni tan feliz -a pesar de que es empleada en alguna oportunidad por los mismos evangelistas-, ya que no se trata de una «aparición» como si un fantasma llegara de pronto ante el estupor de los presentes.

Es algo muy distinto: es descubrir por parte nuestra una presencia permanente de Cristo allí donde estamos reunidos los hermanos de la comunidad. A cada hermano lo podemos ver, tomar de la mano, descubrirlo cerca de nosotros, darle el saludo de la paz, preguntarle qué necesita, darle de comer, compartir su alegría o su tristeza...

Y en esos gestos, tan simples y tan humanos, reconocemos la presencia del Señor, de "nuestro" Señor.

Mas los textos de este domingo avanzan otro paso para que comprendamos mejor el sentido de esta presencia de Cristo resucitado.

Observemos que el mismo Jesús, después de hacernos descubrir que su muerte y resurrección son el cumplimiento de todo lo anunciado en el Antiguo Testamento, nos urge a vivir y a anunciar la resurrección como una «conversión para el perdón de los pecados». Debemos ser testigos de todo esto: la resurrección no es una palabra hueca que suena a fantasmas aparecidos, sino que es el levantarse o resucitar de un estilo de vida para caminar en un nuevo estilo.

El mismo Lucas explicita más esta idea en el discurso de Pedro. Pedro comienza su alocución recordándoles a los presentes que ellos habían entregado a la muerte a Jesús, al que después Dios había resucitado. Pero en seguida explica en qué consiste aceptar su resurrección, y lo hace con ideas contrapuestas:

--por un lado dice: «renegasteis del santo y del justo», o sea, rechazasteis la santidad y la justicia de Dios. O bien: «matasteis al autor de la vida»;

--por otro lado, ahora debéis «hacer penitencia y convertiros para que vuestros pecados sean perdonados».

Reflexionemos acerca de lo que esto implica.

Los evangelios consideran la resurrección de Jesús como una especie de juicio de Dios. Comúnmente nosotros pensamos que el juicio de Dios se realizará el día de nuestra muerte o al fin del mundo. Sin embargo, los textos sagrados nos hacen descubrir que el juicio de Dios ya está en marcha, sobre todo desde el momento en que Jesús murió y resucitó. ¿Por qué? Por una parte, desde el momento en que Dios le da la nueva vida, reconoce con esto que Jesús era «el justo», el inocente. Dios, entonces, hace justicia con Jesús -como dice el mismo Pedro en su primer discurso-, no permitiendo que su cuerpo se corrompiera como el de cualquier malhechor.

Pero, por otra parte, hay una segunda idea sobre la cual queremos insistir hoy: cada uno de nosotros es permanentemente juzgado en la medida en que acepta la nueva vida de Dios -la santidad- o, por el contrario, decide permanecer en el pecado, que incluso puede llegar al homicidio.

Jesús resucitó porque cumplió fielmente la palabra del Padre. Si resucitar significa literalmente «levantarse, salir de, ponerse de pie», Jesús entonces se levanta desde la situación de egoísmo y de orgullo para caminar por el sendero de la santidad. Y ésta es la opción que debe hacer cada cristiano; y en esa opción somos juzgados como justos o como injustos.

Si, por ejemplo, optamos por el amor contra el egoísmo en un momento dado, en ese instante sufrimos interiormente una tremenda y dolorosa muerte. Sentimos que muere algo de nosotros, algo a lo que estamos muy aferrados: nuestro yo, nuestro orgullo, nuestra vanidad, etc.

Pero también, y acto seguido, sentimos dentro un nuevo aire, la sensación de ser distintos a lo que éramos antes, de haber nacido a una experiencia que, si fue dolorosa, ahora nos deja esa sensación de auténtica paz y alegría. Es la experiencia de haber renacido, de haber resucitado..., como enseña con tanta claridad la Primera carta de Juan. Como vemos en este ejemplo, en nosotros se hizo un juicio porque ante esa opción tuvimos que elegir y exigirnos hasta el máximo para dar una respuesta por el amor o por el egoísmo. No existe disyuntiva. Es un juicio interior, cuya sentencia también la vivimos interiormente. En efecto: si vence en nosotros el egoísmo, la sentencia la vivimos como tristeza, vacío y amargura porque hemos fallado. Si la opción fue, en cambio, la de despojarnos de nuestro yo para abrazar «lo nuevo» que nos presenta el evangelio, la sentencia es la paz interior, la alegría de haber muerto por los otros. Por eso los evangelistas nos dicen que Jesús fue reconocido como justo en ese instante supremo en que optó por la muerte redentora, a pesar de la fuerte tentación a la que fue sometido... ¿qué significa, entonces, creer en la resurrección de Jesucristo?

2.Resucitar por medio de la conversión

Ante todo, significa creer en nuestra resurrección interior, en que es posible nuestro cambio de vida, más aún: en que debemos cambiar de vida.

El Reino de Dios -la resurrección- comienza a ser realidad desde el mismo momento en que se inicia nuestro proceso de conversión.

Supongamos este otro ejemplo: en algún lugar determinado le decimos a la gente que "Jesús resucitó de la muerte". ¿Qué pasaría después? Posiblemente alguno creerá que pertenecemos a algún grupo espiritista o algo parecido. Pero esa misma gente podrá, a su vez, preguntarnos: ¿Qué cambia en la vida, en la sociedad, en la familia, en la política, por el hecho de que ese señor Jesús haya resucitado de la muerte? En efecto, nos podrán decir: «Allá él y aquí nosotros. ¿Para qué preocuparnos del tal Jesús y de lo que le pasó después de la muerte, si eso no me importa nada a mí, que estoy todavía vivo?» Si esa gente pensara así, tendría toda la razón del mundo. Todos estamos viviendo esta vida, dura y dramática, como para que todavía agreguemos el problema del tal muerto... Y de esto hace ya dos mil años...

Que nadie crea que el ejemplo propuesto es de ciencia ficción. No hace más que reflejar el pensamiento, consciente o inconsciente, de muchísima gente. Todos conocemos, en efecto, a mucha gente «incrédula» o hemos leído sus libros, y todos nos dicen lo mismo: «Vosotros, los cristianos, que decís creer en Dios y la resurrección de Jesús, sois iguales a todo el mundo y, a veces, peores. Matáis, robáis, explotáis, mentís, os quejáis por vuestros fracasos o vuestra pobreza... y no vemos qué significa para vosotros creer en algo en que nosotros no creemos. Ni tampoco sois más felices que nosotros, ni tampoco os vemos mejores...»

Lamentablemente, esa crítica es muchas veces justa. Y esto nos sucede porque, como los discípulos, nosotros tampoco «comprendemos las Escrituras». Hemos interpretado la fe en la muerte y resurrección de Jesús como un hecho -importante o espectacular si se quiere-, pero que le sucedió a él, a Jesús. «El fue bueno, después murió, y el Padre lo resucitó... »

Sin embargo, tanto Jesús como Pedro en su discurso, nos dicen algo muy distinto: las Escrituras no solamente dicen que Jesús murió como hombre justo y alcanzó por gracia del Padre la vida nueva, sino que cada uno de nosotros está urgido -le guste o no le guste- a elegir entre uno solo de estos dos posibles caminos en la gran encrucijada de la existencia: o por la vida o por la muerte, o por el amor o por el egoísmo, o por la luz o por las tinieblas, o por la verdad o por la mentira, o -dicho con un lenguaje más anacrónico -por la santidad o por el pecado.

La muerte principal de Jesús no fue la muerte de la cruz; fue la de todos los días. Ya había recordado él que su cruz hay que tomarla todos los días. No fue la muerte física a manos de los soldados lo importante, sino esa muerte interior a su ego por la que tuvo que optar entre la pobreza o la riqueza, entre la humildad o el poder, entre el mando de ejecutivo o el servicio de esclavo. Y si murió en la cruz, y libremente, fue precisamente porque toda su vida fue un aprendizaje de este permanente morir. Si Jesús no hubiera muerto interiormente a su egoísmo, ¿acaso no hubiera podido escapar de sus enemigos o negociar con ellos o agredirlos con la espada, como le sugería Pedro? Por eso pudo decir: «Nadie me arranca la vida; soy yo quien la entrego» (Jn 10,18). Por todo ello, como ya consideramos en anteriores oportunidades, su resurrección no fue un hecho aislado, sino la coronación de una nueva vida de obediencia al Padre y de amor a los hombres.

Por lo tanto, aceptar como importante a este Cristo muerto y resucitado es aceptar como importante en nuestra vida concreta, la de ahora, la de todos los días, que necesitamos cambiar de vida, morir en la renuncia a las riquezas, al poder, al placer narcisista, a las malas relaciones con los demás, para resucitar a otra forma de existencia. La Biblia llama a esta forma nueva de vida: santidad o justicia.

Bien sabemos que todos miramos con recelo esta palabra «santidad», pues pensamos que el santo es un bicho raro, que se pasa el día rezando, que no sabe vivir, que no es capaz de sentir alegría ni sentarse a la mesa con un grupo de amigos.

Pero si tan sólo consideramos los textos bíblicos de este domingo, nos encontramos con otra concepción sobre la santidad. Para Jesús, ser santo es reunirse con la gente, sentirse miembro de una comunidad, interesarse por los problemas de los demás, ayudar a los necesitados, compartir la alegría de una mesa bien servida, curar la llaga de un enfermo, o, como dice Juan, vivir plenamente el amor, que es la síntesis de la perfección.

En su discurso, Pedro nos trae un detalle muy interesante: nos dice que, al pecar, «matamos al autor de la vida», es decir, a la vida misma. El pecado del que debemos salir o resucitar, es el que mata la sonrisa y la alegría, mata el amor, mata la relación afectuosa de pareja, mata a los hijos, mata la armonía social. Así, permanentemente vivimos matando la vida. Ya no sabemos saludar al vecino ni jugar con nuestro hijo pequeño, ni dar un beso cariñoso a la esposa, como tampoco sabemos admirar una puesta de sol o extasiarnos ante una flor, o sentarnos tranquilos ante el mar o contemplar la altivez de una montaña... Y todo eso es santidad, al menos la santidad que surge de la Pascua.

Hoy se nos invita a vivir en esa santidad, o como también la llama el evangelio, Justicia; o como gusta de definirla el Evangelio de Juan: Vida; o Lucas: liberación.

Resucitar es vivir ahora un nuevo modo de afrontar la pareja, la familia, la política, la relación comunitaria, el trabajo. El que solamente espera resucitar al final del mundo, no va a resucitar nunca, como le recordó Jesús a Marta, la hermana de Lázaro, que acongojada le había dicho a Jesús: "Sé que mi hermano resucitará en el último día". Y Jesús le replicó con energía: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá, y el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?» (Jn 11,25-26).

Quizá muchos de nosotros hemos dejado de creer en la vida y solamente la arrastramos, como arrastramos la familia, los hijos, el trabajo, y arrastramos el país. ¡Cómo lloramos glorias o tiempos pasados, mientras no movemos ni un dedo para que esto mejore con nuestro esfuerzo y trabajo !

Un auténtico cristiano que dice creer en la resurrección, ya no llora (lloraban las mujeres que iban al sepulcro sin esperanza alguna...): allí donde está, sea cual fuere la condición por la que atraviesa, lucha por la vida y pone vida donde otros juegan a la muerte.

Concluyendo...

¿Qué pasaría si analizáramos nuestra vida familiar o laboral, la marcha del país o de la Iglesia desde esta perspectiva de la Pascua?

¿Hemos comprendido que la fe en la resurrección es cambiar todos los días un enfoque cerrado, torpe, rutinario, burgués, egoísta, por un esquema de renovación, de lucha, de esfuerzo, de dinamismo, de esperanza?

Hoy la palabra de Cristo nos ha hablado claramente y sin titubeos. No hay resurrección sin cambio de vida. Y la carta de Juan subraya por si quedaran dudas: "El que dice: Yo conozco a Jesús, pero no cumple su palabra, es un mentiroso, y la verdad no está con él». No esperemos, por tanto, resucitar en el último día si no resucitamos ya hoy, mañana y pasado. Si hasta ahora nuestro cristianismo dio testimonio de amargura y somnolencia, "hagamos penitencia para que nuestro pecado sea perdonado"...

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B.2º
EDICIONES PAULINAS
MADRID 1978.Págs. 211 ss.