30 HOMILÍAS PARA EL III DOMINGO DE PASCUA
16-23

16. FE/DUDAS 

QUERER CREER
por qué surgen dudas en vuestro interior?

Lucas pone en boca del resucitado estas palabras dirigidas a los discípulos: «¿Por qué os alarmáis? ¿Por qué surgen tantas dudas en vuestro corazón?»

Cuántos hombres y mujeres de nuestros días responderían inmediatamente enumerando un conjunto de razones y factores que provocan el nacimiento de innumerables dudas y vacilaciones en la conciencia del hombre moderno que desea creer.

Antes que nada, hemos de recordar que muchas de nuestras dudas, aunque tal vez las percibamos hoy con una sensibilidad especial, son dudas de siempre, vividas por hombres y mujeres de todos los tiempos.

No hemos de olvidar aquello que con tanto acierto dice Jaspers: «Todo lo que funda es oscuro». La última palabra sobre el mundo y el misterio de la vida se nos escapa. El sentido último de nuestro ser se nos oculta.

Pero, ¿qué hacer ante las dudas, los interrogantes o inquietudes que nacen en nuestro corazón? Sin duda, cada uno hemos de recorrer nuestro propio itinerario y hemos de buscar a tientas, con nuestras propias manos, el rostro de Dios. Pero es bueno recordar algunas cosas válidas para todos.

Antes que nada, no hemos de olvidar tampoco hoy que el valor de una vida depende del grado de sinceridad y fidelidad que vive cada uno de cara a Dios. Y no es necesario que hayamos resuelto todas y cada una de nuestras dudas para vivir en verdad ante El. En segundo lugar, hemos de saber que para que muchas de nuestras dudas se diluyan, es necesario que nos alimentemos interiormente de «la savia espiritual cristiana». De lo contrario es fácil que no comprendamos nunca nada.

Además, hemos de recordar que el querer creer, a pesar de las dudas que nos puedan asediar sobre el contenido de dogmas o verdades cristianas, es ya una manera humilde pero auténtica de vivir en verdad ante Dios.

Quisiéramos vivir algo más grande y gozoso y nos encontramos con nuestra propia increencia. Quisiéramos agarrarnos a una fe firme, serena, radiante y vivimos una fe oscura, pequeña, vacilante.

Si en esos momentos, sabemos «esperar contra toda esperanza», creer contra toda increencia y poner nuestro ser en manos de ese Dios a quien seguimos buscando a pesar de todo, en nuestro corazón hay fe. Somos creyentes. Dios entiende nuestro pobre caminar por esta vida. El resucitado nos acompaña.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 169 s.


17.

1. «Todo tenía que cumplirse».

En su aparición a los discípulos reunidos, Jesús les quita en primer lugar el miedo -creían ver un fantasma-, haciéndoles reconocer su corporeidad del modo más tangible posible: deben ver -las llagas en sus manos y en sus pies-; deben palpar -para convencerse de que no se trata de un fantasma, sino de su propio cuerpo-; y deben finalmente verle comer un alimento terrenal el pez asado-. Pero todo esto no es más que la introducción a su auténtica enseñanza: los discípulos deben comprender que las declaraciones que Jesús hizo durante su vida mortal sobre el cumplimiento de toda la Antigua Alianza (según la clasificación judía: «La Ley, los Profetas y los Salmos»), se han cumplido ahora en su muerte y resurrección. Este acontecimiento, dice Jesús, constituye la sustancia de toda la Escritura, y esta sustancia, que tiene su centro en el «perdón de los pecados», debe ser anunciada en lo sucesivo por los testigos, por la Iglesia, «a todos los pueblos». Los lectores del Antiguo Testamento, si se atienen a los pasajes particulares, difícilmente descubrirán esta sustancia; sin embargo, toda la dramática historia de Israel con su Dios no tiene otra finalidad y por tanto tampoco otro sentido que lo resumido en el testimonio que Jesús da aquí de sí mismo. El continuo y puramente terreno «descenso» de Israel al abismo (a las puertas del «infierno») y su liberación «de la perdición» por obra y gracia de Dios (1 S 2,6; Dt 32,39; Sb 16,13; Tb 13,2) es la iniciación a la inteligencia de la definitiva muerte y resurrección de Jesús por el mundo entero. Pero Jesús debe primero «abrir el entendimiento» de sus discípulos para que puedan comprender todo esto.

2. "Lo hicisteis por ignorancia".

Pedro lo ha comprendido muy bien en su predicación en el templo (primera lectura). Por eso puede reprochar al pueblo de forma tan drástica su crimen («matasteis al autor de la vida»), pero añadiendo que el pueblo y sus autoridades lo hicieron por ignorancia. No habían comprendido la enseñanza de los profetas, según la cual el Mesías tendría que padecer mucho; los profetas sufrientes y todo su destino eran ya quizá la mejor predicción de ello. Pedro no se pregunta si los judíos eran culpables o inocentes de semejante ignorancia; como dirá Pablo, «hasta hoy, cada vez que leen a Moisés, un velo cubre sus mentes». Un velo que sólo «se quitará» cuando Israel «se vuelva hacia el Señor» (2 Co 3,14-16). Por eso Pedro exhorta a los judíos en estos términos: «Arrepentíos y convertíos para que se borren vuestros pecados». Las dos cosas son correlativas: la misteriosa «ignorancia» de Israel (Pablo hablará de ceguera, de dureza de corazón) y la exhortación a la conversión. No se habla de una superación de Israel mediante la Iglesia, pero tampoco de una doble vía de salvación: para Israel su Mesías esperado (cf. Hch 3,20ss) y para la Iglesia Jesucristo. No: esperar al Mesías y convertirse.

3. «Tenemos un abogado ante el Padre».

Jesús dice a sus discípulos en el evangelio que su muerte y resurrección han operado el perdón de los pecados. Estas palabras se celebran en la segunda lectura como un acontecimiento sumamente consolador y lleno de esperanza para nosotros, pecadores. Todo hombre, cuando peca y se convierte, puede tener parte en la gran absolución que se pronuncia sobre el mundo. Pero para ello se requiere la conversión, porque el mentiroso que se confiesa cristiano y no cumple los mandamientos de Dios persiste en la ignorancia precristiana; más aún: vive en la contradicción y no en la verdad.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 153 s.


18. TUS SIGNOS SON TU CONTRASEÑA

¡Señor Resucitado! Te necesitábamos así: deshaciendo dudas, infundiendo ánimos, recordando cosas, y, sobre todo, repitiendo «gestos». Sí. Repitiendo gestos de tu etapa anterior. Para que, los que tendemos a «huir hacia Emaús» a las primeras de cambio, podamos reconocerte, como aquellos discípulos «al partir el pan».

Necesitamos que «nos enseñes tus manos y tus pies, para que veamos que eres tú en persona». Necesitamos verte «sentado a nuestra mesa comiendo un trozo de pez asado». Así nos convencerás de que «no eres un fantasma ya que los fantasmas no tienen cuerpo y huesos, como tú tenías». Necesitamos oírte decir: «La paz sea con vosotros, palpad y ved». Sí, te necesitamos siempre así, cercano, dispuesto a repetir tus gestos expresivos cuantas veces sea menester. Te lo diré más claro, Señor: yo -nosotros- no sabríamos prescindir ya de los «signos», de las «señales», porque todas nuestra vida ha estado y está tejida de esa mímica entrañable.

Pienso en mi infancia. Apenas habíamos cenado y ya mi madre se levantaba a llenar una bolsa de agua caliente. Aquel gesto significaba «cama acogedora, noche confortable». Una vez acostado, ella me daba un beso y apagaba la luz. Yo entendía aquel doble gesto. Quería decir: «cercanía, tranquilidad». Si por casualidad, soñando, tenía pesadillas, el apresurado abrazo que me daba mi madre simbolizaba «la huida de todos los fantasmas». Lo mismo pasaba con todos los «gestos» de mi padre. El me llevaba de la mano a la escuela. Y aquella recia mano y sus pisadas firmes eran «seguridad y garantía». Cuando, por la noche, cogía mis libros y me preguntaba mis lecciones, yo entendía que mi padre, por encima de aquellos textos, quería inculcarme otra más capital escala de valores. Sí. Los hombres necesitamos símbolos, porque «acaban realizando lo que significan». Eso es lo que hiciste, después de resucitar, con los apóstoles. Y eso es lo que seguirás haciendo, ya para siempre, con tu Iglesia: repetir tus gestos, «mostrarle tus manos y tus pieles», «sentarte a comer con ella un poco de pescado».

Por eso, me entusiasma la liturgia de la Vigilia Pascual cuajada de «signos». Bendecíamos el fuego. Y yo pensaba: «Eso tengo que ser: fuego, calor, contagio de entusiasmo»; porque «Tú viniste a traer fuego a la tierra y lo que quieres es que arda». Pusimos el «cirio pascual» en sitio preeminente. Y yo renové mi propósito de esparcir esa «luz», porque «Tú eres la LUZ DEL MUNDO y el que te sigue no anda en tinieblas». Leíamos después lecturas y lecturas. Y yo, para mis adentros, decía: «Tu palabra me da vida; confío en Ti, Señor; tu palabra es eterna, en ella esperaré».

Después, mientras estrenábamos el agua nueva y hacíamos la liturgia bautismal, yo me veía inundado por el agua de la visión de Ezequiel y comprendía que «como ciervo corre a las fuentes de agua viva, así mi alma ha de correr tras de Ti, Señor». Y cuando nos adentramos, por fin, en la eucaristía y yo tomé el pan y el vino entre mis manos, me daba cuenta de que empezaba a repetir tu signo más hermoso y definitivo: el de «partir el pan», el de reproducir «tu muerte y tu resurrección», el de saber que «tu carne es verdaderamente comida y tu sangre es bebida», el de celebrar que «el que coma de este pan, vivirá eternamente».

Sí. Te agradezco todos tus signos. Los necesito, aunque me llames «incrédulo», como a Tomás. Tus signos son tu marca de denominación de origen. Más que «tus señas», son para mí, tu «contraseña».

ELVIRA-1.Págs. 135 s.


19.

COMPRENDER LAS ESCRITURAS

1. "¿Por qué nos miráis como si hubiésemos hecho andar a éste por nuestro propio poder o virtud?" Hechos 3, 13. Los apóstoles, siguiendo la práctica judía, acudían a orar al templo, dos veces al día, una por la mañana y otra por la tarde, a las tres, en que se ofrecía cada dia el sacrificio del cordero, en el altar situado delante del Templo. Los judíos interrumpían sus ocupaciones donde se encontraran, para unirse a este sacrificio, si no acudían personalmente, como lo han hecho Pedro y Juan. En la puerta Hermosa del Templo hay un pobre tullido pidiendo limosna. Viendo el pobrecito a los dos hombres que iban al templo, les tendió su mano. Pedro lo miró fijamente y le dijo: "Míranos. En nombre de Jesucristo, el Nazareno, anda". De un salto se puso en pié y entró con los apóstoles en el templo vitoreando a Dios y saltando". Se agolpó la gente, y Pedro comenzó a anunciar el evangelio. Están cumpliendo el mandato de Jesús: "Curad enfermos y anunciad el mensaje de la buena noticia": "Dios cumplió lo que había dicho por los profetas: que su Mesías tenía que padecer". "Matasteis al autor de la vida, a quien Dios resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos". El paralítico curado seguía agarrado a sus manos sin soltarse. Este milagro prueba que Jesús es el autor de la vida, el origen de la nueva creación. El puede introducir en la Vida porque ha vencido la muerte con su resurrección y posee la vida plena.

2. "¿Tenéis algo que comer? Jesús se invita a comer. Le ofrecen un trozo de pez asado. Comió con ellos. Y le reconocieron y se dieron cuenta de que no era un fantasma. Los fantasmas no tienen manos ni pies. "Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros... Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día..." Lucas 24,35.

3. Que Jesús podía vencer a la muerte lo había demostrado al resucitar a Lázaro, al hijo de la viuda de Naím y a la hija del jefe de la sinagoga, Jairo. Estas resurrecciones eran signos, indicios, anticipaciones de la suya. Pero muriendo él y resucitándose a sí mismo como Cabeza, nos mata la muerte, que nos ha matado, y la vence en su propio terreno, en su mismo dominio, y donde había muerte pone resurrección, que es lo único que puede vencer a la muerte, como la salud a la enfermedad y el movimiento a la parálisis. Para curar, para resucitar, Jesús pide fe, como le dice a Marta: "¿Crees esto?". Quiere que le miremos a los ojos, como Pedro le ha mandado al paralítico.

4. "Todo lo escrito tenía que cumplirse. El Mesías tiene que padecer". El padecer no es decisión divina, sino condición humana y social. Para que una idea nueva se abra paso en una costumbre vieja, es necesario padecer. ¿Es voluntad de Dios que los padres hoy sufran como sufren? ¿Que el Papa, los Obispos, los sacerdotes, sufran lo que tienen que sufrir? No. Pero sí que es voluntad de Dios que todos sean fieles, y la fidelidad comporta sufrimiento y dolor. Si Jesús hubiera contemporizado, si cuando le preguntó el Sumo aacerdote: ¿Eres el Hijo de Dios?, para no chocar, hubiera dado una respuesta ambigua, no le habrían crucificado. Si a los fieles a quienes se les anuncia con caridad pero con libertad la palabra, como Pedro: "A quien vosotros crucificasteis", en vez de ese anuncio se les halagaran los oídos, se evitarían muchos sufrimientos.

5. "Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras". Para comprender el sentido de la interpretación de la Escritura y aceptarla es necesario que el Jesús pascual, la Iglesia, nos abra el entendimiento. Sin esa visión nueva en profundidad no tiene sentido el camino de Israel. Abraham, Moisés, David y los profetas, la esperanza y el destierro, todos los detalles de la historia de la salvación reciben un encuadre y un valor que culmina en Cristo. Sólo abriéndoles el entendimiento podían entender los acontecimientos salvíficos en su contexto. Cuando se entiende la Escritura, que nos presenta el designio de Dios sobre el hombre y sobre la historia, y nos relata la muerte en la cruz y la Resurrección de Jesús, como clave de la historia, todo el engranaje de la vida cobra significado. Como Jesús, todo cristiano tiene que padecer, trabajar, ser incomprendido, perseguido, unos más, otros menos, sufrir la enfermedad, las deficiencias de la decadencia, la agonía de la muerte.

6. "En su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos". Lucas nos refiere que Jesús quiere que palpen su carne. Es muy importante que admitamos la realidad física de la pascua de Jesús, su función de comienzo de la historia verdadera de los hombres, pues en la resurrección se funda la nueva humanidad de los hombres salvados.

7. Nos cuesta entender la vida cristiana, que es reproducir la vida de Cristo, vivir su Pascua, que comenzó en el Bautismo, donde fuimos muertos al pecado y sepultados con él. En la Escritura descubrimos las diversísimas experiencias humanas y en ellas nos sentimos interpretados y comprendidos. La Palabra de Dios de la Escritura nos dice lo que deseamos y lo que tememos, y nos ofrece la llave de la esperanza y de la consecución de nuestros deseos.

La Escritura es el espejo del hombre que busca a Dios, la verdad, el sentido de la vida humana. Ofrece la solución al hombre que quiere escapar de la desesperación y del miedo, que lo dominan cuando se apaga la fe y los ideales se marchitan. La comprensión de las Escrituras puede impedir que el hombre caiga. La escucha de la Palabra puede detener al hombre que siente la tentación de buscar experiencias que de momento satisfacen, pero después lo lanzan al vacío, a la tristeza, a la depresión, a la desesperación.

Es la Escritura la que revela el hombre a sí mismo y le hace comprender que la predicación del Resucitado es el sello de Dios sobre todo lo que se ha ido obrando en la historia de la salvación del mundo. Pero, como Jesús, hemos de explicarla, ampliarla y aplicarla a la concreta vida de hoy del hombre.

8. Jesús se presentó en medio mientras ellos hablaban (Lc 24,13). En la misa, cuando oímos la explicación de la Escritura y comemos el pan, recibimos la iluminación y la fuerza. "Donde hay dos o más reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio" (Mt 18,20). "A estas conversaciones estoy yo siempre presente".

Recibieron fuerza para creer y testificar la fe en el Resucitado, la Vida para el mundo. Para predicar en su nombre la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos.

9. Como los dicípulos vieron a Jesús resucitado, nosotros estamos viendo a la Iglesia, que es su prolongación, cómo muere en Ruanda, en el Zaire, en Albania. Y la hemos de ver denunciando y oponiéndose al pecado personal y colectivo, incluido el de la corrupción, que estos días conmueve al pueblo entero. Y hoy la Iglesia, anunciando al Resucitado, nos previene cómo utilizar críticamente los medios de comunicación, especialmente la TV.

10. "Haz brillar sobre nosotros el resplandor de tu rostro, si no ¿quién nos hará ver la dicha?". Así es "como me acuesto en paz, porque tú solo, Señor, me haces vivir tranquilo" Salmo 4.

11. Participemos ahora en la fracción del pan, llevando al altar nuestros gozos y tristezas, nuestros planes y fracasos. Que es participar en el sacrificio de Cristo, que es también el sacrificio de la Iglesia, con el sacerdote que le representa a él y es ministro de ella, y tener los mismos sentimientos de alabanza y expiación al Padre por nuestros pecados y por los del mundo entero, y comer la víctima sagrada otra vez inmolada y reparadora y curadora de nuestras dolencias.

J. MARTI BALLESTER


20. DOMINICOS 2003

Este Domingo

La Resurrección presencia de la salvación

En este tercer domingo de Pascua,  Jesús Resucitado nos invita a acercarnos a él, a tocar sus heridas y convencernos de que no es un fantasma. Igual que los discípulos, también nosotros nos sentimos “aterrados y llenos de miedo”, habitados por las dudas y asustados, atemorizados por el futuro incierto de nuevas guerras, nuevas masacres, nuevas malas noticias, sobrecogidos por el dolor de nuestros hermanos y hermanas que, en muchas partes del mundo, sufren las consecuencias de la miseria, la violencia, la violación de los Derechos Humanos... En otras ocasiones, la duda y el miedo nos rondan y se hacen presentes en el interior de nuestra propia vida, de nuestro corazón herido por los golpes y desgarros que recibimos.

Sin embargo, “el autor de la vida”, al que mataron y Dios ha resucitado de entre los muertos, como proclama el apóstol Pedro en la primera lectura, se pone insistentemente, una y otra vez, “en medio”. En el centro de los suyos, de la comunidad cristiana, el Señor Resucitado nos ofrece su saludo de paz, nos  invita a preguntarnos por la razón de nuestros sustos y temores, nos muestra en sus pies y manos las llagas de su amor, nos anima a acercarnos a él, a tocar su cuerpo herido y a caer en la cuenta de que “es él”, el mismo que por los caminos se empeñó en suscitar vida, curar a los enfermos, liberar a los oprimidos, anunciar la bendición y ternura de Dios a todos los hombres y mujeres con los que se iba encontrando y, especialmente, a los más pobres y marginados.

Ante las “resistencias” de los discípulos para creer, muy semejantes a las nuestras, el Evangelio de este domingo va desgranando una serie de signos cotidianos: comer, explicar, recordar, ser testigos... Con estos signos, el Resucitado intenta ablandar la dureza de nuestro corazón y nuestra mente para que, desde él y con su gracia, podamos “conocerlo” y llegue a nosotros “el amor de Dios a su plenitud”, como afirmará Juan en la segunda lectura.

 

Comentario bíblico:

La Resurrección de Jesús presencia de salvación

 

1ª Lectura: Hechos (3,13-19): Anunciar que el crucificado vive, ¡sin miedo!

I.1. La primera lectura de hoy es el segundo discurso de Pedro en los Hechos de los Apóstoles, el segundo discurso kerigmático, después del de Pentecostés, porque «proclama» con claridad la fuerza del mensaje pascual: la muerte y resurrección de Jesús. La ocasión es la curación extraordinaria de un cojo, alguien que está impedido de andar, como si el evangelista Lucas, que tanto interés ha puesto en el camino, en el seguimiento, quisiera decirnos que la resurrección de Jesús hace posible que todas las imposibilidades (físicas, psíquicas y morales), no fueran impedimento alguno para seguir el camino nuevo que se estrena especialmente por la resurrección de Jesús.

I.2. Pedro, pues, el primero de los apóstoles, es el encargado de este tipo de discursos oficiales en Jerusalén para ir dejando constancia que ahora yo no tendrán miedo para seguir a Jesús, el crucificado, ni ante las autoridades judías, ni ante las autoridades romanas. Al contrario, deben anunciarlo ante el pueblo, para poner de manifiesto que ellos están por este crucificado que es capaz de dar un sentido nuevo a su existencia. Es un discurso en el que se pone de manifiesto que el Dios de los «padres», el Dios de la Alianza, el Dios de Israel, es el que hace eso, no otro dios cualquiera. Que si quieren ser fieles a las promesas de Dios, el único camino es el de Jesús muerto y resucitado.

 

2ª Lectura: 1Juan (2,1-5): La muerte redentora frente al mundo

II.1. La segunda lectura, al igual que el domingo pasado, insiste en los mandamientos de Jesús para vencer al pecado. La comunidad joánica se enfrenta con el “pecado del mundo”, le abruma, y el autor pone ante sus ojos la muerte redentora de Jesús como posibilidad excepcional de la victoria sobre el mismo.

II.2. Es verdad que no debemos entender la expiación de Jesús en un sentido jurídico, como una necesidad metafísica para que Dios se sienta satisfecho, ya que Dios no necesita la muerte de su Hijo. Pero su muerte es un sacrificio por nosotros, porque en ella está la fuerza que vence al mundo y el pecado del mundo, el pecado en el que se estructura la historia de la humanidad y que los cristianos deben vencer desde la fuerza de la muerte redentora de Jesús.

 

Evangelio: Lucas (24,35-48): Una nueva experiencia con el Resucitado

III.1. La lectura del texto lucano quiere enlazar, a su manera, con el del domingo pasado (el evangelio de Tomás), ya que todo el capítulo lucano es una pedagogía de las experiencias decisivas de la presencia del Viviente, Jesús el crucificado, en la comunidad. El que se mencione en esta escena el reconocimiento que hicieron los discípulos de Emaús al partir el pan, viene a ser una introducción sugerente para dar a entender que el resucitado se «presenta» en momentos determinados entre los suyos con una fuerza irresistible. El relato de hoy es difícil, porque en él se trabaja con elementos dialécticos: Jesús no es un fantasma, enseña sus heridas, come con ellos... pero no se puede tocar como una imagen; pasa a través de las puertas cerradas. Hay una apologética de la resurrección de Jesús: el resucitado es la misma persona, pero no tiene la misma “corporeidad”. La resurrección no es una “idea” o un invento de los suyos.

III.2. Esta forma semiótica, simbólica, de presentar las cosas, pretende afirmar una realidad profunda: el Señor está vivo; las experiencias que tiene con los discípulos (aunque exageradas por la polémica apologética de que los cristianos habían inventado todo esto) les fascina, pero no para concebirlas en términos de fantasía sobre la resurrección, sino para convencerles que ahora les toca a ellos proseguir su causa, anunciar la salvación y el perdón de los pecados. Creer en la resurrección de Jesús sin estas consecuencias sería como creer en cosas de espíritus. Pero no se trata de eso, sino de creer en la realidad profunda de que el crucificado está vivo, y ahora les envía a salvar a todos los hombres.

III.3. No podemos olvidar que las apariciones pertenecen al mundo de lo divino, no al de las realidades terrestres. Por lo mismo, la presentación de un relato tan “empirista” como este de Lucas requiere una verdadera interpretación. Lo divino, es verdad, puede acomodarse a las exigencias de la “corporeidad” histórica, y así lo experimentan los discípulos. Pero eso no significa que, de nuevo, el resucitado da un salto a esta vida o a esta historia. Si fuera así no podíamos estar hablando de “resurrección”, porque eso sería como traspasar los límites de la “carne y de la sangre”, que no pueden heredar el reino de Dios (cf 1Cor 15,50). Los hombres podemos aplicarle a lo divino nuestras preconcepciones antropológicas. Está claro que tuvieron experiencias reales, pero el resucitado no ha vuelto a la corporeidad de esta vida para ser visto por los suyos. El texto tiene mucho cuidado de decir que Jesús es el mismo, pero su vida tiene otra corporeidad; no la de un fantasma, sino la de quien está por encima de la “carne y la sangre”.

III.4. Hoy está planteado en el evangelio la realidad y el sentido de las apariciones del resucitado y debemos ser valientes para “predicar y proclamar” que las apariciones de Jesús a los suyos no pueden ser entendidas como una vuelta a esta vida para que los suyos lo reconocieran. Se hizo presente de otra manera y ellos lo experimentaron tal como eran ellos y tal como sentían. Esto es lo que pasa en estas experiencias extraordinarias en las que Dios interviene. Jesús no podía comer, porque un resucitado, si pudiera comer, no habría resucitado verdaderamente. Las comidas de las que se quiere hablar en nuestro texto hacen referencia a las comidas eucarísticas en las que recordando lo que Jesús había hecho con ellos, ahora notan su presencia nueva. En definitiva: la “corporeidad” de las apariciones de Jesús a sus discípulos no es material o física, sino que reclama una realidad nueva como expresión de la persona que tiene una vida nueva y que se relaciona, también, de forma nueva con los suyos. Esta capacidad nueva de relación de Jesús con los suyos y de éstos con el resucitado es lo que merece la pena por encima de cualquier otra cosa.

Miguel de Burgos, OP

mdburgos.an@dominicos.org

 

Pautas para la homilía

 

A pesar de lo que habían contado los peregrinos de Emaús, su encuentro con Jesús Resucitado y cómo lo habían reconocido al partir el pan, los discípulos siguen encerrados en ellos mismos, en su incredulidad y miedos. De nuevo, el Señor se aparece en medio de ellos para disipar sus temores y dudas. Y Jesús les muestra sus manos y sus pies llagados, signos elocuentes de que es él mismo, el Crucificado. Pero no sólo les invita a mirar sus manos y pies, sino a tocar y palpar su cuerpo para que logren convencerse de que no están ante un fantasma, fruto de su imaginación turbada por el miedo.

Las heridas del Resucitado son las marcas de su muerte injusta y violenta y en ellas se prolongan los sufrimientos y dolores que golpean brutalmente a las víctimas de todos los lugares y de todos los tiempos de la historia. Esas huellas se convierten para los creyentes en un recuerdo permanente de todo atentado contra la dignidad humana no sólo en lo que concierne a la realidad corporal de las personas: pena de muerte, tortura y malos tratos, asesinato, genocidio y exterminio, violación... sino también lo que supone un daño para su espíritu: la privación de libertad, la manipulación, la explotación, el desprecio, el expolio de sus sueños, de sus tradiciones y valores religiosos...”Todo lo que hagáis al más pequeño de los míos, a mí me lo hacéis”. 

Pero, las heridas de Jesús son también fuente de vida “sus heridas nos curaron”(1 P 2, 24). En ellas descubrimos la fuente del amor. Las marcas del Crucificado-Resucitado se convierten en cauce de gracia, de perdón, de paz. 

 

Incluso después de la invitación de Jesús para que toquen su cuerpo herido, los discípulos “no acababan de creer”. Esta es la pertinaz cuestión que vuelve, una y otra vez, a nuestras vidas de creyentes: no terminamos de creer, nuestra existencia avanza en un claroscuro con zonas de fe y zonas de duda.  

La resurrección del Jesús no consistió para las primeras discípulas y discípulos en la simple afirmación: “El Señor ha resucitado”, como podemos decir: “hoy hace buen tiempo”, sino que es una confesión de fe que brota de la honda experiencia de un encuentro, de una aventura que afecta y trastoca la existencia y requiere tiempo, que es larga, difícil, progresiva.  Se trata de un itinerario, un recorrido que hay que llevar a cabo  dejando que la Vida del Resucitado se vaya adueñando de nuestra vida  hasta penetrar en el hondón de nuestro ser.

Y como a sus amigos, también a nosotros Jesús tendrá que abrirnos una y otra vez el entendimiento para comprender las Escrituras sobre todo, cuando el fracaso, la maldad echen por tierra la imagen triunfante y gloriosa del Mesías omnipotente, piedra de escándalo para los creyentes de todos los tiempos.

 Quizás  lo que la Resurrección puede obrar en nosotros –y no sería pequeño milagro-  es que logremos situar nuestra historia personal y la historia de la humanidad en una visión de esperanza sostenida, confiados en que los límites siguen estando ahí, pero que ya no pueden encerrarnos.

 

 El encuentro de Jesús con sus discípulos termina en el evangelio de este día, igual que en los demás relatos de las apariciones, con el envío a ser testigos de  la resurrección: “Vosotros sois testigos de esto”. Ser testigos de la resurrección no es afirmar su simple vuelta a la vida sino que, por vivir como vivió, tuvo que padecer el suplicio y muerte destinado a los malhechores. Sin embargo, la muerte no tuvo en él la última palabra porque Dios confirmó definitivamente y para siempre la verdad de la vida de su Hijo. Este es el testimonio que Pedro nos ofrece en la lectura de los Hechos de los Apóstoles.

Y en nombre de Jesús  somos invitados también nosotros a prolongar este testimonio hoy,  afirmando la  vida de cada  persona,  hijos e hijas del mismo Padre. 

 

Carmina Pardo O.P:
Congregación Romana de Santo Domingo.


21.

En la lectura de los Hechos encontramos de nuevo a Pedro, que se dirige a todo Israel y lo sigue siendo invitado a la conversión. Pedro tranquiliza a sus oyentes haciéndoles ver que todo ha sido fruto de la ignorancia, pero al mismo tiempo invita a acoger al Resucitado como al último y definitivo don otorgado por Dios. La muerte de Jesús se convierte para el creyente en sacrificio expiatorio. No hay asomo de resentimiento ni de venganza, sino invitación al arrepentimiento para recibir la plenitud del amor y de la misericordia del Padre, que se concreta en la confianza y en la seguridad de haber recuperado aquella filiación rota por la desobediencia.

El creyente, expuesto a las tentaciones, rupturas y caídas no tiene por qué sentirse condenado eternamente al fracaso o a la separación de Dios. San Juan nos da hoy en su Primera Carta el anuncio gozoso del perdón y de la reconciliación consigo mismo y con Dios. El cristiano está invitado por vocación a vivir la santidad; sin embargo, las infidelidades a esta vocación no son motivo de rechazo definitivo por parte de Dios, más bien son motivo de su amor y su misericordia, al tiempo que son un motivo esperanzador para el cristiano, para mantener una actitud de sincera conversión.

En el evangelio nos encontramos una vez más con una escena pospascual que ya nos es común: los Apóstoles reunidos comentado los sucesos de los últimos días. Recordemos que en esta reunión que nos menciona hoy san Lucas, están también los discípulos de Emaús que habían regresado a Jerusalén luego de haber reconocido a Jesús en el peregrino que los ilustraba y que luego compartió con ellos el pan.

En este ambiente de reunión se presenta Jesús y, a pesar de que estaban hablando de él, se asustan y hasta llegan a sentir miedo. Los eventos de la Pasión no han podido ser asimilados suficientemente por los seguidores de Jesús. Todavía no logran establecer la relación entre el Jesús con quien ellos convivieron y el Jesús glorioso, y no logran tampoco abrir su conciencia a la misión que les espera. Digamos entonces que “hablar de Jesús”, implica algo más que el simple recuerdo del personaje histórico. De muchos personajes ilustres se habla y se seguirá hablando, incluido el mismo Jesús; sin embargo, ya desde estos primeros días pospascuales, va quedando definido que Jesús no es un tema para una tertulia intranscendente.

Me parece que este dato que nos cuenta Lucas sobre la confusión y la turbación de los discípulos no es del todo fortuito. Los discípulos creen que se trata de un fantasma; su reacción externa es tal que el mismo Jesús se asombra y corrige: “¿por qué se turban... por qué suben esos pensamientos a sus corazones?”.

Aclarar la imagen de Jesús es una exigencia para el discípulo de todos los tiempos, para la misma Iglesia y para cada uno de nosotros hoy. Ciertamente en nuestro contexto actual hay tantas y tan diversas imágenes de Jesús, que no deja de estar siempre latente el riesgo de confundirlo con un fantasma. Los discípulos que nos describe hoy Lucas sólo tenían en su mente la imagen del Jesús con quien hasta un poco antes habían compartido, es verdad que tenían diversas expectativas sobre él y por eso él los tiene que seguir instruyendo; pero no tantas ni tan completamente confusas como las que la “sociedad de consumo religioso” de hoy nos está presentando cada vez con mayor intensidad. He ahí el desafío para el evangelizador de hoy: clarificar su propia imagen de Jesús a fuerza de dejarse penetrar cada vez más por su palabra; por otra parte está el compromiso de ayudar a los hermanos a aclarar esas imágenes de Jesús.

Es un hecho, entonces, que aún después de resucitado, Jesús tiene que continuar con sus discípulos su proceso pedagógico y formativo. Ahora el Maestro tiene que instruir a sus discípulos sobre el impacto o el efecto que sobre ellos también ejerce la Resurrección. El evento, pues, de la Resurrección no afecta sólo a Jesús. Poco a poco los discípulos tendrán que asumir que a ellos les toca ser testigos de esta obra del Padre, pero a partir de la transformación de su propia existencia.

Las expectativas mesiánicas de los Apóstoles reducidas sólo al ámbito nacional, militar y político, siempre con característica triunfalistas, tienen que desaparecer de la mentalidad del grupo. No será fácil para estos rudos hombres re-hacer sus esquemas mentales, “sospechar” de la validez aparentemente incuestionable de todo el legado de esperanzas e ilusiones de su pueblo. Con todo, no queda otro camino. El evento de la resurrección es antes que nada el evento de la renovación, comenzando por las convicciones personales. Este pasaje debe ser leído a la luz de la primera parte: la experiencia de los discípulos de Emaús.

Las instrucciones de Jesús basadas en la Escritura infunden confianza en el grupo; no se trata de un invento o de una interpretación caprichosa. Se trata de confirmar el cumplimiento de las promesas de Dios, pero al estilo de Dios, no al estilo de los humanos.

De alguna forma conviene insistir que el evento de la resurrección no afecta sólo al Resucitado, afecta también al discípulo en la medida en que éste se deja transformar para ponerse en el camino de la misión. Nuestras comunidades cristianas están convencidas de la resurrección, sin embargo, nuestras actitudes prácticas todavía no logran ser permeadas por ese acontecimiento. Nuestras mismas celebraciones tienen como eje y centro este misterio, pero tal vez nos falta que en ellas sea renovado y actualizado efectivamente.

Para la revisión de vida
«Para ver si conocemos a Dios, veamos si cumplimos sus mandamientos», dice la carta de san Juan. ¿Cómo va mi «conocimiento de Dios» según este indicador? ¿Rebosa mi vida «conocimiento de Dios», o sea, conformidad con su voluntad? 

Para la reunión de grupo
Lean detenidamente el cap. 24 de san Lucas, tratando de descubrir el esquema pedagógico que según el evangelista emplea Jesús para instruir a sus discípulos. Miren atentamente cómo comienza, como continúa y cómo termina. Complementen –si se puede- este pequeño estudio con la lectura de la Introducción que nos presenta el documento de Santo Domingo (“Mensaje a los Pueblos de América Latina, nº 12-27). Confrontar este esquema con nuestros métodos y esquemas de evangelización.

.. Para la oración de los fieles
Oremos a Dios Padre que en Jesús ha querido acercarse a cada uno de nosotros y supliquémosle diciendo: Escucha, Padre nuestras súplicas.
Por todas las Iglesias y confesiones cristianas, para que muestren siempre la veracidad de su conocimiento de Dios en la autenticidad de su compromiso de solidaridad para con los más necesitados. Escucha...
Por la sociedad civil, para que con el influjo de la fuerza renovadora del Evangelio a través de la aportación de os cristianos y cristianas, se involucre con gozo en la construcción de esa Utopía que nosotros llamamos «Reino». Escucha...
Por nuestras comunidades cristianas, para que en el continuo ejercicio del compartir seamos cada vez más signo de amor, de bondad y fraternidad en nuestras sociedades. Escucha...
 

Oración comunitaria
Oh Dios, Padre-Madre de todos: que tu pueblo universal se regocije al saber de tu fidelidad, que nosotros vemos manifestada en su intervención en la resurrección de Jesús; y que la alegría de saber que Tú estás tan fielmente de parte del Amor y de la Vida, nos ayude a todos/todas a continuar sin desfallecimiento en la construcción del proyecto de Vida y Salvación que quieres para todos los pueblos; tú que vives y haces vivir, por los siglos de los siglos. Amén.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


22.

Nexo entre las lecturas

El núcleo del mensaje de este tercer domingo pascual lo encontramos en el evangelio. Las profecías debían cumplirse. Es decir, todo aquello que había sido escrito en la ley y Moisés acerca del Mesías, acerca de sus sufrimientos y de su muerte, debía tener cabal cumplimiento en Cristo (Ev). En la primera lectura Pedro muestra la continuidad entre el Dios de Abraham, el Dios de Issac, el Dios de Jacob y el Dios que ha glorificado a Jesús. Ninguna ruptura entre las promesas hechas por Dios y la realidad actual; por el contrario: un cumplimiento cabal y perfecto del plan de Dios, de su pacto de amor con los hombres llevado hasta el amor extremo (1L). Gracias a la muerte de Jesús y a su resurrección tenemos el perdón de los pecados. Él es propiciación por nuestros pecados nos dice san Juan en la segunda lectura (1L). Allí donde se anuncie el misterio de Cristo, el misterio de su muerte y su resurrección, debe anunciarse el perdón de los pecados y la necesidad de la conversión. Así, pues, nos encontramos ante un mensaje con una doble valencia: por una parte el gozo de saber que todas las profecías se han cumplido en Cristo Jesús, en su muerte y su resurrección; por otra parte, la necesidad de arrepentimiento y conversión por nuestros pecados.


Mensaje doctrinal

1. Dios es fiel a sus promesas. En este domingo leemos el texto del segundo discurso de Pedro en el que el apóstol anuncia la resurrección del Señor. La resurrección de Jesús nos dice que Dios es fiel a sus promesas. La resurrección es el culmen hacia el cual tendía la historia de la salvación desde el principio, se trata del cumplimiento pleno de la revelación divina de Dios y de su amor, y la liberación definitiva prefigurada en la liberación de la esclavitud de Egipto. En el evangelio san Lucas comenta que Cristo resucitado abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras. _Abrir el entendimiento_ significa comprender que toda la historia de Israel encuentra su sentido cuando culmina en la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Abraham y Moisés, David y los profetas, la esperanza y el exilio, todo recibe su lugar y encuadramiento a la luz del misterio pascual de Cristo. Dios ha cumplido todo su plan de salvación y lo ha cumplido de un modo misterioso que supera todos nuestros cálculos humanos.

Dios que había hecho al hombre por amor, quiere devolver al hombre la vida que éste había perdido pecando. Dios quiere restaurar en el hombre la imagen primitiva. Para realizar esta obra de redención, de restauración elige un camino largo y penoso: su encarnación, su nacimiento, su vida, su pasión, muerte y resurrección. Dios quiso salvar al hombre mediante el misterio inescrutable de la encarnación. ¡Misterio de Dios! ¡Maravilloso misterio de Dios que nos rescató haciéndose hombre e incorporándonos a la naturaleza divina! De forma bella y profunda dice san Gregorio de Nisa:

«Aquel que es eterno no toma sobre sí el nacimiento carnal porque necesita la vida, sino para llamarnos nuevamente de la muerte a la vida. Puesto que era conveniente que se hiciese la resurrección de toda nuestra naturaleza, (Cristo) tendiendo la mano al caído, y mirando a nuestro cadáver, se acercó tanto a la muerte cuanto supone haber asumido la mortalidad y haber dado a la naturaleza el principio de la resurrección, al haber resucitado con su propio poder a todo el hombre». Or. Cat. XXXII, PG 45, 80 A

Así pues, que la fidelidad de Dios a sus promesas y a su amor por el hombre, sea aquello que nos dé seguridad en el camino. El Señor no nos ha abandonado. Podrá una madre olvidarse de su hijo, que Dios no lo hará con nosotros, porque en su Hijo muerto y resucitado nos ha dado todo. Nos ha dado su amor.


2. Arrepentimiento y conversión de los pecados. Cristo resucitado anuncia a sus apóstoles que en su nombre (el nombre de Cristo) se predicará la conversión y el perdón de los pecados. Esto también estaba contenido en las Escrituras. Y así, vemos a Pedro mismo ante Israel predicar este arrepentimiento y este perdón. Y así escuchamos a Juan en su primera carta proclamar que, si alguno peca, sepa que tiene un abogado ante el Padre, Cristo el Señor.

Las fiestas pascuales son un momento de reflexión para hacer una conversión en la vida. El que ama a Dios no puede seguir pecando. El que conoce a Dios no puede seguir pecando. Quizá caerá por fragilidad, pero entre él y el pecado se ha dado una lucha que no conoce fin, pues el pecado lleva a la muerte, a la muerte segunda, a la pérdida definitiva de Dios.

«Dios, en su amorosa disposición al perdón -nos dice el santo Padre el 1 de enero de 1997-, ha llegado a darse a sí mismo al mundo en la Persona de su Hijo, el cual vino a traer la redención a cada individuo y a la humanidad entera. Ante las ofensas de los hombres, que culminan en su condena a la muerte de cruz, Jesús ruega: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen _ (Lc 23, 34). El perdón de Dios es expresión de su ternura como Padre. En la parábola evangélica del _ hijo pródigo” (cf. Lc 15, 11-32), el padre sale corriendo al encuentro de su hijo apenas lo ve que vuelve a casa. No le deja siquiera presentar sus disculpas: todo está perdonado (cf. Lc 15, 20-22). La inmensa alegría del perdón, ofrecido y acogido, sana heridas incurables, restablece nuevamente las relaciones y tiene sus raíces en el inagotable amor de Dios». Juan Pablo II, Mensaje por la paz 1 de enero de 1997

Quizá sea esta la invitación que a todos nos hace hoy la liturgia pascual.


Sugerencias pastorales

1. ¿Por qué os alarmáis? ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior? La paz de Cristo. Hemos de confesarlo: surgen dudas en nuestro interior. Dudas sobre el mundo y su bondad; dudas sobre el hombre y su fragilidad para el bien; dudas sobre uno mismo: sobre el sentido de la propia vida, de la propia tarea, de la propia vocación. En fin, a veces, nos surgen dudas sobre Dios y su plan. Pues bien, Cristo resucitado, nos repite como a aquellos apóstoles atemorizados: ¡La paz sea con vosotros! ¿Por qué os alarmáis? ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior? ¡¡Soy yo!! Es preciso hacer experiencia de Cristo resucitado para caminar sin sospechas por esta vida. Si bien esta vida está transida de dudas, dolores íntimos e insospechables, sin embargo, es también una vida que merece vivirse. El testimonio reciente de la vida íntima de la Madre Teresa de Calcuta es algo muy instructivo. Ella, que era la imagen de la caridad y de la alegría, que predicaba a todos que había que servir a Dios en el prójimo con amor y con una sonrisa en los labios, precisamente ella, experimentaba una honda oscuridad en su alma. -Le venían dudas en su interior sobre el amor de Dios-. ¡Qué noche habrá sido aquella en una alma que no era sino caridad! Ahora entendemos mejor lo que dice santa Teresa de Jesús acerca de las sequedades y obscuridades del alma: “no le conviene al alma refugiarse en sí misma, ni abandonar sus obras de caridad; por el contrario que continúe donándose y entregándose que Dios sabrá sacar provecho de ello para ella y para sus almas”. Así pues, ante las dudas en nuestro interior: que sea la paz y la caridad de Cristo lo que prevalezca en el corazón y a seguir hacia adelante que la eternidad está a la puerta.

2. Predicar la conversión y el perdón de los pecados. Predicar el perdón y la conversión de los pecados es tarea principalísima del sacerdote, pero no sólo de él. Todo cristiano es apóstol, es enviado en misión, tiene una responsabilidad en el establecimiento del Reino de Cristo. Todo cristiano debe anunciar con sus palabras y sus obras que Dios nos ha perdonado en Cristo y que todos debemos convertirnos. ¿Cómo hacer esto? Los caminos son múltiples cuando se tiene el interés. Mencionemos sólo algún ejemplo:

- El consejo sabio y prudente. De frente al misterio del tiempo y la eternidad, el cristiano sabe dar consejo prudente a quien le solicita. Consejo respecto a una vida moral, respecto a una elección difícil, respecto a la enfermedad, la muerte, una desgracia personal... todas éstas son situaciones que nos deben recordar la necesidad de la conversión y del amor de Dios que perdona nuestros pecados. Examinemos todo a la luz de la eternidad.

- La catequesis. Ésta es de muchos tipos. Existe la catequesis en la propia familia, donde se transmite la fe y los valores; existe la catequesis de la parroquia, donde los adultos y jóvenes pueden ofrecer una ayuda insustituible al párroco; existe la catequesis de adultos y aquí cabe decir que los movimientos que suscita el Espíritu Santo hacen un bien incalculable. Pero existe también la catequesis en Internet, en revistas, en periódicos, en asociaciones juveniles, en congresos de diverso tipo. Todo esto es también catequesis que nos debe interesar como responsabilidad primaria.

- La huida de las ocasiones de pecado. Éste es un tema de gran importancia al que no se le presta mucha atención. La conversión del pecado nos impone huir de las ocasiones de pecado. Nadie puede creerse ingenuamente seguro si se expone a una ocasión de pecado. Formemos una conciencia delicada, que sepa descubrir con detalle lo que ofende a Dios y repita con Domingo Savio: primero morir que pecar. Que esta convicción nos lleve a vivir alertas y a vivir en la presencia de Dios.

P. Octavio Ortiz


23.

EL TEXTO

Seguimos escuchando los encuentros de Jesús con sus discípulos; en este encuentro Jesús aparece muy cercano y buscando que sus discípulos crean que Él ha resucitado. Jesús les muestra de varias maneras que Él ha resucitado: primero mostrándoles sus heridas para que creyeran que Él era el mismo que había muerto; después pidiéndoles de comer para que entendieran que no era un fantasma; y por último, hace uso de las Escrituras y les prueba a través de ellas que el Mesías habría de morir y resucitar para lograr la conversión del mundo. Sin embargo, todos estos intentos se topan con unos discípulos temerosos, desconcertados, incrédulos que no saben si creer lo que sus sentidos les estaban mostrando. Por eso es necesario que Jesús LES ABRA SU ENTENDIMIENTO, a través de su Espíritu, para que ellos creyeran y dieran testimonio que Él era el Mesías, el Hijo de Dios que permanecía vivo después de su muerte.

ACTUALIDAD

¿Cuántas veces nos ha pasado que nos damos de topes porque no encontramos la voluntad de Dios en los que nos está sucediendo? A todos nos ha sucedido que aun teniendo fe y buscando encontrar a Dios, no lo podemos palpar con certeza y claridad en nuestras vidas. Tal vez, Jesús se ha acercado a nosotros y nos ha mostrado sus manos en los seres queridos que nos han querido acompañar; incluso podríamos decir que hemos "comido" con Cristo en la Eucaristía, sin embargo, todavía no podemos comprender la voluntad de Dios en esto que nos está sucediendo. Pidámosle a Jesús que abra nuestro entendimiento, que ilumine nuestros corazones para poder comprender lo hasta ahora incomprensible, para aceptar lo inaceptable o tal vez para perdonar lo "imperdonable". Es la luz de su Espíritu la que nos permitirá reconocer que Él ha resucitado y está vivo amándonos y guiándonos para que demos testimonio del amor de su Padre.

PROPÓSITO

Esta semana, busquemos a Jesucristo vivo entre nuestros hermanos, pidámosle a Cristo que ilumine nuestro entendimiento y así lo podamos reconocer en la situación o problema en el que tanto hemos batallado.

Pbro. Héctor M. Pérez V.