30 HOMILÍAS PARA EL III DOMINGO DE PASCUA
1-7

1.

-LA EXP-PASCUAL

Nadie piense que tenemos periodistas o historiadores que dan fe de la Resurrección de Jesús como pudieran atestiguar cualquier otro hecho histórico. La Resurrección trasciende la historia. Por eso la fe pascual de discípulos abatidos, dispersos y desorientados nace de unas experiencias fuertes. San Pablo, en 1 Co 15 nos las narra sobriamente. Los evangelios, con una redacción más tardía, nos la trasmiten llenas de detalles, ricos en teología y aptos para la catequesis. Pero, en todo caso, queda claro esto: creer en Jesús resucitado no es algo que se prueba, que se argumenta, es el don de un encuentro, es la sorpresa de una experiencia, es una confesión de fe. Quien acude a la resurrección de Jesús para evitarse la fe no ha entendido nada, puesto que es el dato central de nuestra fe lo que supera todas nuestras posibilidades racionales e históricas.

Si hoy la Iglesia se atreve a proclamar la Pascua, no es por puro recuerdo nostálgico de unos hechos pasados, es porque confía y cree que le sale al encuentro Jesús, como Señor, y que de mil maneras sorprendentes los cristianos pueden vivir esta experiencia.

-LOS RASGOS DE UN ENCUENTRO

¡Qué difícil les fue a los discípulos trasmitir la manera cómo Jesús les salió al encuentro! En dos palabras: se quedaron convencidos de que era "él mismo", pero no era "el mismo" (J/RSD/OTRO). Era él mismo, reconocieron a Jesús, con quien habían convivido, que les había formado, a quien habían seguido, que había fracasado, a quien habían abandonado. No cabía duda, era Jesús. Pero no era el mismo, estaba transformado, se le entendía mejor, les llegada más al corazón, irradiaba paz y gozo, se imponía su señorío. Por el eso el encuentro dejaba a la vez una impresión de agradable sorpresa y de un cierto temor a lo nuevo y desconocido. Lo conocían tan bien..., era Jesús, pero ahora era como si no le conocieran, les desbordaba.

El evangelista quiere que nos metamos en su piel, con una serie de detalles aparentemente narrativos, pero en realidad teológicos. Lucha para que no nos perdamos ninguno de los dos aspectos: era él mismo, pero sin ser el mismo.

"Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona". La persona de Jesús, con toda su historia. Nada de la plus valía de su pasión y cruz se ha perdido, está unida indisolublemente a él, se hace presente.

Además, un rasgo típico de la vida de Jesús fue la importancia de sus comidas fraternales, muy especialmente con los pecadores y con las personas marginadas de la sociedad. Jesús ahora vuelve a pedir algo de comer para establecer de nuevo la relación de fraternidad que crea la mesa compartida.

-¿COMO NO EVANGELIZAR?

Quien hace una experiencia pascual, antes o ahora, no sólo reconoce a Jesús, en su identidad y en su novedad, sino que se siente impulsado inequívocamente a dar a otros esa Buena Noticia.

La misión es tan invasiva cuanto lo ha sido el encuentro con Jesús.

Pero así es como Jesús utiliza una pedagogía en su aproximación, tampoco hay evangelización sin pedagogía. La predicación no puede caer como una lluvia de palabras y buenos deseos, sino que debe ser la respuesta a un interrogante. La primera lectura, así como otros discursos apostólicos de Hechos, lo ejemplifican. La evangelización sólo puede ser respuesta a una sorpresa. Admiración porque alguien es curado, o porque se ponen los bienes en común en un mundo egoísta, o porque, siendo tan diferentes en nuestras lenguas, nos entendemos... Gestos que suscitan sorpresa son los que predisponen a escuchar el mensaje pascual. Gestos de vida y fraternidad.

Porque, cuando los hombres ayer quisieron matar a Jesús y hoy a los hermanos de Jesús, Dios es el que crea vida. Y sigue creando vida tantas veces cuantas los hombres nos empeñamos en transmitir muerte.

Por eso el kerygma o evangelización termina siempre con una invitación a la conversión: Dios está dispuesto a perdonar, nuestros pecados quedarán borrados, si aprendemos de Dios a dar vida y renunciar a quitarla. Ya no es para nosotros sólo el Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob, del Astete, de Belarmino..., sino el que dio nueva vida a Jesús y está dispuesto a darla tantas veces cuantas los hombres la neguemos. Esta es la gran, sensacional Buena Noticia.

J.M. ALEMANY
DABAR 1985/24


2.

-PAZ A VOSOTROS

En las apariciones de Cristo resucitado esa frase se repite casi constantemente. Es como un regalo espléndido que Cristo quiere dejar a los suyos para que éstos lo vayan transmitiendo de generación en generación.

Después de tanta zozobra, de tanto miedo, de tanto escondite, de tanta inquietud y de tanta duda, el gran regalo de Cristo a los suyos se resume en una palabra: PAZ. Es el gran ideal del hombre y la gran ausente de nuestro mundo.

PAZ-PERSONAL: El hombre actual apenas vive en paz. Aparece permanentemente agitado, alienado, frustrado, decepcionado. Aparece siempre en actitud acechante, desconfiando del otro al que intenta, si puede, desbancar y del que no puede esperar, por consiguiente, fidelidad. Aparece hastiado de todo, desequilibrado. Aparece en una palabra, sin paz. Y aparece así porque su armonía interior se ha desorganizado, porque persigue insistentemente valores y realidades que no son tan importantes como se le aparecen y en cuya consecución está dejando, hecha girones, parte de su vida interior, esa vida interior que es la que califica al hombre como tal, esa vida interior que lo define, que lo equilibra, que le hace dominar los acontecimientos en lugar de ser vapuleado por ellos. Los resultados de la pérdida de la paz personal no pueden ser más funestos, el hombre no está satisfecho de sí mismo, no vive contento, no disfruta con las pequeñas cosas que jalonan la existencia y le dan luz y color ni es capaz de embarcarse en las grandes aventuras que la puedan convertir en algo sublime.

Y junto a la pérdida de la paz individual nuestro mundo conoce desde antiguo la pérdida de la paz /colectiva (PAZ-SOCIAL). Hoy también. El mundo suspira por la paz y ella se aleja del horizonte del modo más lamentable. Y todo porque predomina el egoísmo sobre el amor, la intransigencia sobre la comprensión, el odio sobre la misericordia, la injusticia sobre la justicia. Y todo porque el hombre no quiere ver en el hombre a su hermano sino a su enemigo.

Por eso resulta entrañable y alentador el gran regalo de Cristo a los suyos: la Paz. Es curioso que si hemos hecho alguna experiencia de vivir con un poquito de sinceridad el cristianismo, hayamos experimentado inmediatamente que la paz comenzaba a enseñorearse de nuestra vida. Es curioso que si hemos dejado de tener como valores fundamentales el dinero, el poder, el prestigio y un largo etcétera de posibilidades semejantes, hayamos experimentado que la paz nos invadía y que una especie de agilidad nos hacía pasar por encima de tanto desasosiego e intranquilidad como la persecución excesiva de tales valores comporta al hombre que sólo vive para ellos. Es curioso que si nos hemos comprometido en el trabajo atento y cariñoso con el "otro" y hemos puesto a su disposición lo que somos y lo que tenemos, hayamos experimentado inmediatamente que la paz se colaba en nuestro interior y que la armonía de nuestro ser se restablecía poco a poco. Es curioso que cuando hemos dejado de contemplar al prójimo como un enemigo en potencia para catalogarlo como un hermano en acto haya desaparecido ese aguijoneamiento permanente que se instalaba en lo más profundo de nuestro ser en otras ocasiones. Es curioso que cuando hemos pretendido vivir un poquito como cristianos hayamos descubierto que no entendemos cómo el hombre pueda estar permanentemente inquieto, alienado, frustrado y traumatizado.

Y es curioso que sabiendo todo esto no nos decidamos de verdad a aceptar con todo generosidad el regalo de Cristo en su Pascua: la Paz y hacer traslado de ella al mundo que la espera con toda impaciencia, harto ya de tanta mentira como escucha y de tanta tomadura de pelo como se reparte con toda seriedad por los cuatro puntos cardinales del planeta que nos cobija y al que los cristianos estamos obligados a cambiar en un sitio habitable, donde los hombres pueden sentirse orgullosos de serlo y estén convencidos de que la vida es algo que merece vivirse con toda la ilusión del mundo.

DABAR 1982/26


3.

-SIGNOS DE LA PRESENCIA DE JESÚS

En el Evangelio de Lucas la presencia de Jesús es real, directa, viva. En persona, sin signos intermediarios. Alguien de carne y huesos a quien se puede tocar, alguien que está comiendo el trozo de pez asado que le acaban de ofrecer. Sólo el miedo les ha podido hacer pensar en un primer momento en fantasmas, ahora están viendo todos con sorpresa que es el mismo Jesús que murió en la cruz. Sigue vivo y presente entre ellos. De este hecho van a ser ellos testigos.

Aquella presencia fue única, excepcional. Algunos versículos más adelante, Lucas habla de la Ascensión de Jesús y de cómo se "separó de ellos".

Y, sin embargo, todos los cristianos seguimos creyendo que de diversas formas Jesús sigue presente entre los hombres. Vamos a intentar rastrear y detectar, siguiendo el texto de Lucas, la presencia de Jesús hoy entre nosotros. O, si prefieres, dicho de otra forma: cómo buscar y encontrar hoy a Jesús, qué pistas o signos hay que seguir.

PAN/PARTIR: En primer lugar, a Jesús se le reconoce y encuentra al partir el pan. Aquí tenemos el sentido de su vida: se parte y entrega a los demás como el pan. Allí donde se parte y comparte el pan está Jesús. Allí donde un hombre se parte por los hermanos hay un cristiano y está Jesús. A Jesús, que según el Evangelio no es muy amigo de ritos y ceremonias, le encanta este gesto de partir el pan y lo convierte en eucaristía. Allí donde se comparte el pan, donde se hace justicia y nadie pasa hambre, está Jesús. Allí donde hay amor y alegría como en toda comida amical y fraterna, está Jesús. De esta realidad cotidiana hace Jesús un signo y un sacramento.

Jesús se hace presente en medio de sus discípulos. Nadie refleja mejor a Jesús que un buen cristiano. Encontrarse con un buen cristiano es el mejor modo de encontrarse con Jesús. Jesús, al aparecerse, está echando los cimientos del Reino de Dios y de la Iglesia. El Concilio Vaticano II asegura que "El Espíritu habita en la Iglesia" y, por otra parte, se oye a muchos decir que creen en Jesús, pero no en la Iglesia y en sus discípulos de hoy. No tenía que ser así, ya que Jesús hace a sus discípulos testigos de su presencia.

DABAR 1982/26


4.

Todavía se nos proclaman hay apariciones del Señor (a partir del domingo que viene, serán otros los "temas" pascuales).

Apariciones que prolongan la gran experiencia de la Pascua, que transformó a la primera comunidad: pasaron del miedo a la valentía, de la tristeza a la alegría. Eso se debió a un hecho fundamental: vieron al Señor, que se les apareció desde su nueva existencia, que comió con ellos....

También nosotros nos deberíamos llenar de nueva energía tras la experiencia de pascua y, semanalmente, del encuentro eucarístico con la comunidad y con el Señor.

Hay un matiz importante hoy: los discípulos empezaron a entender las Escrituras y cómo Cristo es el cumplimiento de las promesas y anuncios del AT.: "todo lo escrito en la ley de Moisés y los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse". Pedro llama en su discurso a Dios "Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob", y afirma que "Dios cumplió lo que había dicho por los profetas: que su Mesías tenía que padecer".

Es una buena ocasión para llamar la atención sobre la renovada importancia que la Iglesia, a partir sobre todo del Concilio, ha dado a la celebración de la Palabra como primera parte de todo sacramento. A partir del AT, y pasando por las cartas apostólicas, y sobre todo en el anuncio central del evangelio, cada vez somos invitados a profundizar en el misterio de salvación que Dios ha cumplido en Cristo. Dios mismo nos habla.

J/PD: Cristo se nos hace presente en las lecturas (cf. IGMR 9, 33), porque El no sólo "dijo" palabras, sino que ES LA PALABRA, de una vez por todas, la Palabra que Dios ha dirigido y dirige a la humanidad. También a nosotros nos conviene que nos "abran el entendimiento para comprender las Escrituras".

-NUESTRA RESPUESTA A CRISTO RESUCITADO

La Pascua no sólo es poesía y gozo. El aspecto de la alegría está muy presente hoy en la oración colecta, la de las ofrendas y el prefacio. Pero Pascua es también compromiso. Y por eso habría que hacer resonar en la homilía las varias llamadas de las lecturas a la victoria sobre el pecado.

La Pascua tiene consecuencias en nuestra vida: aceptar la Pascua de Cristo como victoria contra el pecado y el mal de este mundo.

El pecado es una realidad dentro y fuera de nosotros, como elemento antipascual, reincidente en nuestra debilidad. Cristo es presentado en la segunda lectura como el que ha vencido, el que ha dado su vida en nombre nuestro (J/VICTORIA-P). Ahora, como dice el evangelio, "en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos".

Reconciliados con Dios por la entrega pascual de Cristo, esta cincuentena nos está invitando a vivir en la novedad de la existencia pascual, sin dejarnos vencer otra vez por el pecado.

El cristiano que cree en el Resucitado y celebra la Pascua "no peca", cumple sus mandamientos, se compromete a vivir su Nueva Vida (2. lectura). Y eso no con palabras y cantos sólo, sino en la verdad concreta de las obras: "quien dice: yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso". Si la Pascua fuera cantar aleluyas y cambiar los cantos o encender el Cirio, sería muy fácil. Pero la verdadera Pascua del cristiano es dejarse conquistar por la pascua de Cristo y comprometerse a un nuevo orden de cosas, a un estilo de vida.

Cuando nos faltan todavía cinco semanas de Pascua, es conveniente que la celebración, mirando a la experiencia pasada de la Pascua, como a sus raíces, mire también hacia adelante, preguntándonos todos si esta fiesta, y esta Eucaristía dominical en concreto, experiencia también del encuentro con el Señor Resucitado, nos están haciendo cambiar en algo que se vea. Porque la Pascua no es un aniversario. Es una gracia nueva y un camino que compromete.

Es dejar actuar al Espíritu del Resucitado en nuestras vidas.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1991/07


5. APOSTOL/TESTIGO-RS:

-LOS DISCÍPULOS, TESTIMONIOS DE JESÚS:

"Vosotros sois testigos de eso", dice Jesús a los discípulos reunidos, que viven henchidos de gozo, con toda la alegría del mundo, la presencia viva del Señor, la presencia viva del crucificado. "Vosotros sois testigos de eso".

Y Pedro, el primero de los apóstoles, cuando el pueblo se encuentra congregado a su alrededor en la explanada del Templo, admirados porque él y Juan han curado a un pobre inválido que se sentaba allí, pidiendo limosna, explica el por qué de aquella curación y recuerda, como hemos escuchado en la primera lectura, quién es aquel Jesús en nombre del cual ellos liberan de su mal a aquel hombre. Pedro, recogiendo el encargo de Jesús, afirma: "Nosotros somos testigos".

"Nosotros somos testigos". Nosotros somos testigos del camino de Jesús, de su entrega, de su palabra capaz de renovar los corazones y levantar los espíritus abatidos, de su firmeza en combatir todo lo que daña al hombre, de su atención constante a los pobres, a los débiles, a los enfermos, de su llamada decidida a cambiar de manera de vivir y pensar, de su confianza, sin fisuras, en Dios el Padre.

Nosotros somos testigos de su fidelidad hasta la muerte, y somos testigos de la dureza de aquellos momentos. Lo detuvieron, lo ultrajaron, lo torturaron, prefirieron dejar libre a un asesino y matarle a él. Y lo clavaron en la cruz.

Nosotros somos testigos. De todo eso, nosotros somos testigos, dicen los apóstoles. Pero somos testigos, ahora, por encima de todo, de una experiencia que nos ha transformado y nos ha hecho revivir. Nosotros somos testigos de que Dios lo ha resucitado de entre los muertos. Nosotros somos testigos de que El, Jesús, el crucificado, vive ahora por siempre. Y vive aquí, con nosotros, en nosotros. Y nos ha dado su mismo Espíritu. Y nos ha empujado a andar su mismo camino, porque su camino es el camino de Dios.

-EL TESTIMONIO DE LOS PRIMEROS DISCÍPULOS

Así empezaron los apóstoles a cumplir el encargo que Jesús les había hecho.

Al principio, todo consistió en darse a conocer, dar a conocer aquella llamada de vida nueva que ellos habían sentido y que no podían dejar de compartir con todos aquellos que quisieran. En Jerusalén, y en todo el mundo.

Pero no únicamente se trató de hacer oír la llamada. Los apóstoles, los primeros discípulos, ofrecían algo más. Ofrecían añadirse al grupo que ellos formaban, entrar a formar parte de aquella comunidad de gente que quería vivir de verdad el seguimiento de Jesús y que mostraba, más con sus obras que con sus palabras, que Jesús realmente les había transformado, que valía la pena seguir su camino.

Y así fue extendiéndose el testimonio de Jesús. Con el empuje inicial de los primeros evangelizadores, y después, sobre todo, con el estímulo y el atractivo que tenían aquellas primeras comunidades, y con el trato personal que cada creyente establecía con sus familiares y amigos y con la gente de su entorno, a los que transmitía la fuerza y el gozo que para él significaba seguir el camino de Jesús, a pesar incluso de las persecuciones.

-NOSOTROS TAMBIÉN SOMOS TESTIGOS.

Este tiempo de Pascua que ahora estamos celebrando, este tiempo de fiesta en el Señor resucitado, resuena también de una manera especial para nosotros, más que en cualquier otro tiempo del año, el encargo de Jesús a sus amigos, a sus discípulos: "Vosotros sois testigos de esto". Nosotros, como los apóstoles, también somos testigos de la llamada que hemos recibido, de la Buena Nueva que nos ha transformado. Nosotros, como los apóstoles, también somos testigos de Jesús, de su palabra, de su manera de vivir, de su muerte por amor, de la certeza que Dios nos ha dado, con su resurrección, de que su camino es el camino que da vida.

¿Y cómo hemos de ser, nosotros, testigos de Jesús? Estamos en un mundo que ya ha oído muchas palabras, un mundo en el que el mismo anuncio de Jesús se da como algo ya sabido, como algo de poco interés, como algo que tiene muy poco que aportar. Incluso nosotros a veces lo vivimos así.

Por eso, en este momento, lo único que puede constituir una llamada interesante, fuerte, viva, al seguimiento de Jesucristo, es nuestro propio seguimiento (TTNO/SEGUIMIENTO). Si nosotros vibramos convencidos de que Jesús es nuestra vida, si nosotros vivimos sin reticencias el amor a los demás y nos ponemos al servicio de los pobres sin miedo y sin preocuparnos por nuestros intereses, si nuestra comunidad de creyentes es una comunidad de gente que realmente se ama y se estimula en la fidelidad al Evangelio y en la confianza en el Padre, entonces sí que cumpliremos de verdad el encargo de Jesús, y nuestra fe será una verdadera oferta de vida para nuestros hermanos los hombres.

Esta Eucaristía de Pascua, este banquete que hacemos con Jesús como los discípulos el día en que se les apareció resucitado, debe hacernos sentir como nunca deseos de compartir y transmitir la fe y el amor que vivimos.

JOSÉ LLIGADAS
MISA DOMINICAL 2001/07


6.

Los discípulos entendieron el sentido de la vida y muerte de Jesús y el alcance de las Escrituras después de la resurrección.

Pero esto no hay que dejarlo como un simple dato histórico-teológico. Hay que conseguir que nuestras comunidades cristianas tengan hoy una experiencia semejante a la de los discípulos. Que interpreten la totalidad del misterio de Cristo a la luz de la Pascua. 

a. El Jesús de la resurrección no es un fantasma. Así lo percibieron los Apóstoles y así deben percibirlo hoy los fieles.

Por eso les dice Jesús: "Mirad mis manos y mis pies. Palpadme. Daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos como veis que yo tengo" (Evangelio). El Jesús que vive presente, glorioso, en medio de los suyos, no es una invención de los discípulos ni un producto de su imaginación. Tampoco es una idea abstracta forjada por la comunidad. El Jesús manifestado glorioso a los Apóstoles es el mismo que nació de María, que recorrió los caminos de Palestina anunciando la Buena Noticia y que padeció en la Cruz bajo Poncio Pilato.

b. Reconocerlo al partir el pan. Así le reconocieron los dos de Emaús. Los Apóstoles le reconocieron igualmente al compartir con él la comida (Evangelio). Con razón la tradición posterior vio en el pez un símbolo de la eucaristía. Estos datos nos llevan a la convicción de que el reconocimiento y la experiencia de que Jesús vive glorificado tiene lugar precisamente en el marco del banquete eucarístico. Pero esta experiencia no fue exclusiva de los Apóstoles, sino que se repite también hoy en la iglesia.

c. Las huellas de la Pasión en el Cristo de la gloria. San Lucas, en el evangelio de hoy, nos dice que Jesús les mostró sus manos y sus pies. En el fragmento evangélico del pasado domingo Juan hacía alusión al agujero de los clavos y a la herida del costado. En el pasaje de su primera Carta, que leemos hoy, el mismo Juan nos atestigua que Jesús se ha convertido en nuestro abogado permanente ante el Padre, ofrecido en la Cruz como víctima propiciatoria por nuestros pecados. Todos estos datos nos hacen pensar que el acontecimiento de la Pasión y Muerte del Señor ha quedado definitiva y eternamente asumido -cristalizado- por la humanidad glorificada de Jesús. Por eso, su entrega en la Cruz, realizada una vez para siempre, permanece eternamente, por encima del tiempo, como el acontecimiento salvador que libera al hombre y le regenera. Por eso también, nuestra comunión sacramental con el Cristo de la Pascua nos vincula al acontecimiento pascual de su muerte y resurrección.

JOSÉ MANUEL BERNAL
MISA DOMINICAL 1985/09


7. CV/RS/NEXO 

No sé si, en pleno tiempo pascual, sorprenda un poco oír hablar con tanta insistencia de arrepentimiento, conversión y perdón de los pecados. Esta misma insistencia, sin embargo, es una invitación a fijar nuestra reflexión en esta conexión entre Cristo resucitado y la conversión.

-DENUNCIA DEL PECADO; ANUNCIO DE VIDA

Pedro presenta a Cristo ante los judíos como el "autor de la vida". Los judíos lo mataron, "pero Dios lo resucitó de entre los muertos". En el resucitado, pues, se desvela el misterio del mal y, a la vez, se desvela el misterio del bien: resucitando a Jesús, el Padre revela que su bondad es más fuerte que todo el mal del mundo; da la razón a Jesús y pone al descubierto el mal de los hombres.

Cristo, el resucitado, es pues una llamada al arrepentimiento -alejarnos del pecado- y a la conversión -girarnos hacia el Señor de la vida-. Porque el resucitado es un viviente que nos habla de una muerte anterior, una muerte que ha sido fruto de la maldad humana; y nos habla, también de una vida nueva a la que , gracias a él, que es "víctima de propiciación por nuestros pecados", tenemos acceso. Por eso el mensaje pascual incluye la necesidad de que se predique en su nombre "la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos". Cristo es denuncia de nuestro pecado; pero sobre todo es vida nueva que se nos ofrece a todos.

-EL CAMINO: UNA RELACIÓN VIVA CON CRISTO

P/ARREPENTIMIENTO: Todo eso nos muestra que el reconocimiento de nuestro pecado y nuestro esfuerzo de conversión se vive como una relación personal con Cristo. No es colocándonos ante nosotros (nuestras leyes, nuestros exámenes, nuestras revisiones...) que reconoceremos el pecado. Por este camino de la introversión llegaremos, quizás, al fariseísmo de creernos justos o a la angustia de creernos culpables sin remedio, pero no conseguiremos la conciencia cristiana del pecado. En cambio, ante aquél que Dios ha resucitado de entre los muertos, nos sentiremos pecadores -cómplices del pecado del mundo- y a la vez, atraídos hacia aquél que es el autor de la vida.

De esta manera todo el proceso del arrepentimiento y la conversión se ilumina con la luz radiante de una persona y se anima con el color de una relación personal. ¿No es falta de esta relación viva con Cristo lo que provoca muchos intentos de conversión flojos e ineficaces? ¿Puede la exigencia de un ideal o de una norma, o la frialdad de un programa equipararse a la fuerza cautivadora de Cristo? Animados por él, el largo camino de la conversión no nos será menos costoso, pero sí nos será más factible.

-ADENTRARSE EN LA VIDA, INSPIRÁNDOSE EN LOS HECHOS Y PALABRAS DE CRISTO

La tarea incesante de conversión deviene prácticamente "seguimiento de Cristo" (CV/SEGUIMIENTO). Un seguimiento que debemos realizar en nuestra sociedad de hoy, tan diferente de la de Jesús, y que por tanto nos exige una continua creatividad. Es el camino que empezaron a recorrer los apóstoles, inmediatamente después de Pentecostés. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos los presentan totalmente sumergidos en la vida de su pueblo: predicando a Cristo, animando a la comunidad, curando enfermos, pasando entre la admiración de unos y la oposición y persecución de otros. De este modo nos hacen ver que entrar en el camino del seguimiento de Cristo es adentrarse profundamente en la vida, inspirándose en los hechos y palabras de Cristo.

En esta experiencia sentiremos, como los discípulos del evangelio de hoy, el miedo o la duda; quizá a veces nos parecerá creer ver fantasmas. Pero Jesús -también a nosotros- nos iluminará mediante las Escrituras, nos dará la paz, nos devolverá la alegría. Además debemos contar siempre con nuestra fragilidad o nuestro pecado, porque nadie puede atreverse a recorrer el camino del seguimiento sin tropiezos. Pero, también en estos momentos de debilidad, es Cristo resucitado quien debe centrar nuestra mirada: "si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre, a Jesucristo, el Justo".

Las lecturas de hoy nos recuerdan, pues, que Jesús resucitado -precisamente porque se encuentre en relación muy real con nosotros, en nuestras vidas que, a pesar del nuevo "nacimiento" bautismal, están todavía marcadas por la debilidad del pecado- precisamente por eso, pone al descubierto el mal de nuestro corazón, pero a la vez nos atrae a la conversión hacia la nueva vida que él nos ofrece. Nos muestra que hablar de conversión ¡es hablar de vida!

JOSÉ RAMBLA
MISA DOMINICAL 1985/09