30 HOMILÍAS QUE SIRVEN INDISTINTAMENTE PARA LOS TRES CICLOS DEL II DOMINGO DE PASCUA
12-19

 

12.

Frase evangélica: «Hemos visto al Señor»

Tema de predicación: LOS SIGNOS DEL RESUCITADO

1. Los que nos consideramos creyentes vivimos a menudo, como los discípulos del evangelio, «al anochecer», «con las puertas cerradas», llenos de «miedo». Estamos inmersos en la vieja creación. Nuestras comunidades están a veces replegadas, ocultas, sin dar testimonio.

2. Necesitamos que el Señor se haga presente y debemos reconocerlo por tres signos: la donación de la paz (hay que desterrar los conflictos), el soplo creador (hay que infundir aliento de vida) y los estigmas de Jesús (el sufrimiento por los otros es huella redentora). Jesús es el centro de la comunidad de creyentes testigos.

3. Pero la reunión termina cuando la misión comienza. El Señor nos invita a ser creyentes, con todas las dificultades de «ver», a ser testigos de reconciliación en un mundo dividido e injusto y a compartir la «vida» donde se dan sombras de muerte.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Somos capaces de ver y experimentar los signos de Jesús?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993
.Pág. 195


13.

-El miedo los tiene paralizados

El texto que vamos a comentar es una catequesis sobre la resurrección. Una catequesis muy actual. Nos presenta la aparición de Jesús a los suyos el mismo día de su resurrección (Lucas y Juan), y de nuevo "a los ocho días" (Juan). Las dos -una sin Tomás y la otra con él- tienen lugar estando reunidos los discípulos y en domingo. Jesús no puede ser visto ni reconocido fuera de la comunidad reunida en su nombre (Mt 18,20).

El mismo día de la resurrección de Jesús, sus discípulos están reunidos en una casa. La situación en que se encuentran -"al anochecer..., con las puertas cerradas, por miedo a los judíos"- muestra su desamparo en medio de un ambiente adverso. El miedo los tiene paralizados. Es un grupo que se ha reunido para encerrarse y aislarse de los demás. Mutuamente se consuelan por el fracaso de sus ilusiones y esperanzas. El miedo es fruto de su inseguridad, de su falta de fe en Jesús resucitado. El mensaje de las mujeres no les ha liberado todavía de él. Quieren pasar desapercibidos, no llamar la atención, no establecer relaciones con nadie. Es la actitud que parecen tener muchas comunidades cristianas laicas y religiosas en la actualidad, desconocedoras de que si cerramos las puertas a los demás, las cerramos a Jesús vivo y presente en los otros. ¿Qué puede hacer una comunidad encerrada, sino vegetar? Al poco tiempo muere en sus miembros el sentimiento, el afecto, las iniciativas, las esperanzas, el deseo de caminar y progresar. Como los discípulos del relato, estarán juntos pero no vivirán en comunidad, al no unirles la fe en Jesús resucitado. ¿Qué puede unir a un grupo de personas que ya no saben mirar hacia el futuro? Encerradas en sus cuatro paredes, su vacío será cada día más desolador. Sólo la presencia del Resucitado les dará la firmeza y la alegría necesaria en medio de la hostilidad del mundo.

-La paz de Jesús

"Mientras hablaban" los dos caminantes de Emaús (Lucas), "se presentó Jesús en medio de sus discípulos". Ya no es un hombre como los demás, puesto que pasa a través de las puertas cerradas. La resurrección le ha otorgado un nuevo modo de existencia corporal. No es un espíritu: se le puede ver y tocar. Viene a llenar el vacío de los suyos, a devolverles la ilusión y la esperanza, a abrir las puertas y las ventanas cerradas de las casas que se dicen suyas. Ya nada ni nadie podrá obstaculizar su acción. El único verdadero escollo que tendrá siempre será su propia comunidad, los que están dentro; sólo ellos pueden tergiversar su mensaje y su vida, presentarlo como no es. Y es éste el único y verdadero peligro, como ha demostrado y sigue demostrando la historia de la Iglesia.

"Paz a vosotros". Su saludo es todo un proyecto de vida. Es la paz del profeta, del inconformista, del rebelde con causa, del pobre, del perseguido por ser justo... Una paz que es fruto de la lucha por la nueva humanidad; la paz del que ha vencido al mundo (Jn 16,33) y a la muerte. En medio del temor a la persecución que domina a los discípulos, Jesús los urge a la paz. Emplea la palabra "Shalom", saludo familiar para todo israelita.

PAZ-EXTERNA: Jesús nos da su paz, que en él indica plenitud, bienestar, alcanzable solamente por medio de una íntima comunión con Dios. Como de la alegría, también de la paz podemos decir que existen dos tipos: la nuestra y la que nos proporcionan los demás. La nuestra es inalterable; la que nos dan los otros es precaria y provisional. Si alguien o algo me hacen perder la paz, es prueba de que mi paz no es mía, es prestada. La paz que no es nuestra dura mientras todo va bien. En cambio, la paz nuestra permanece también en medio de los fracasos.

PAZ/DON: Jesús nos da su paz. Es una paz diferente, porque si nosotros la acogemos se convierte en nuestra; se sitúa en las profundidades de nuestro ser. Si acogemos a Jesús, con todas las consecuencias, alcanzaremos la plenitud de nuestro ser. No nos faltará nada. Habremos conseguido la paz.

La paz es el signo más evidente de que hemos abierto nuestra vida totalmente a Jesús. Esta paz, más que una conquista, es una elección: la elección de un todo. La paz es una totalidad. No se puede tener un poco de ella. Tener un poco es no tener nada. Es un don extremadamente comprometido, como lo es el que nos la regala.

"Les enseñó las manos y el costado", signos de su amor y de su victoria. No deben temer a la muerte que puedan infligirles los enemigos de la verdadera vida, porque ya nada ni nadie podrá quitarles la única vida que merece la pena ser vivida: la que él les comunica. "Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor". No es un fantasma; es el mismo condenado a muerte. Cuando la pena es más honda y más sin futuro, la alegría se torna más desbordante. Jesús ha muerto a un modo de vida, y ahora retorna para continuar en medio de ellos. La alegría es el signo de la presencia de Jesús resucitado.

Es en comunidad donde podemos palpar la presencia de Jesús como un bien común. También nos da su paz y su alegría como dones comunitarios. Quien no comparta su vida con los demás, no podrá alcanzar la paz y la alegría de Jesús resucitado, siempre presente en medio de los que comparten la paz, la alegría y la unidad del Espíritu. La alegría de la comunidad cristiana es fruto de la victoria de la vida sobre el pesimismo y la tristeza de la muerte, la expresión de una profunda paz interior.

La alegría, como la paz y la unidad, son virtudes que brotan de la pascua. Salen de dentro de nosotros mismos, del interior hacia afuera. No es producida por lo bueno que hay en el exterior, sino por el bien que tenemos dentro: la presencia de Cristo. Así lo entienden los discípulos, que se llenan de alegría a pesar del ambiente hostil que seguirá fuera. Muy pronto comenzará contra ellos la abierta persecución del sanedrín, como nos cuenta detalladamente el libro de los Hechos. La alegría que depende del exterior es muy limitada, porque no suprime la cobardía ante la vida ni tiene nada esencial para fundamentarla. Su alegría brotaba de la presencia del Señor, que jamás abandonaría a los que creyeran en él.

A partir de la resurrección de Jesús, contemplada desde la fe, todo cristiano tiene la obligación de ser optimista, porque no se puede ser creyente sin esa alegría profunda que brota de una fe consecuente. Si la fe no nos sirve para los momentos difíciles, ¿para qué la queremos?

-Los detalles de Lucas: /Lc/24/36-49

¿Ha resucitado Jesús y ha sido visto por sus discípulos? ¿Es real su triunfo personal sobre la muerte? Para responder a estas preguntas, Lucas utiliza el recuerdo de las apariciones del Resucitado, tal como se transmitían dentro de las comunidades. Sin embargo, su exposición tiene algo nuevo: al darse cuenta del peligro de interpretar estas apariciones como fenómenos psicológicos -"fantasmas", según el texto-, resalta la corporalidad de Jesús y la realidad física de su encuentro con los discípulos. Y así, quiere que le palpen las señales de los clavos y come delante de ellos.

La descripción es realista, pero impregnada también de un cierto misterio. ¿Por qué dice que Jesús "comió delante de ellos" y no con ellos?; ¿por qué los discípulos permanecen "atónitos" tanto tiempo?; ¿por qué no dice el texto que le tocaron, cuando se les invita a hacerlo? Lucas refleja el descubrimiento progresivo que hace la comunidad a medida que su fe en el Resucitado se va haciendo más profunda. Lentamente van comprendiendo los acontecimientos, hasta que llegan a descubrirlos llenos de una coherencia insospechada hasta entonces. Lo importante para el evangelista es que admitamos la realidad de la resurrección de Jesús, su valor como principio de la nueva humanidad, su función de comienzo de la historia verdadera de los hombres.

"No acababan de creer por la alegría". La resurrección es algo que sobrepasa la capacidad de comprensión humana. No acabamos de creer una pena que nos supera -la muerte de un padre, o de un hermano, o de un hijo, por ejemplo-. Lo mismo una gran alegría -la resurrección de los muertos-. ¡Qué difícil es al hombre abrirse a la vida eterna, incluso a los que hablan tanto de ella! Pero no podemos olvidar nunca que la esperanza de los cristianos se concentra en la verdad de la resurrección de Jesús y de toda la humanidad. Creer en Jesús resucitado significa cambiar toda la propia vida. Para ello necesitamos unos ojos abiertos por Dios.

Después de comer "delante de ellos", les explicó "todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de él", como había hecho con los caminantes a Emaús. Este pasaje debe ser como una síntesis de las conversaciones de Jesús con los discípulos durante los cuarenta días que, según Lucas (He 1,3), se les apareció para hablarles del reino de Dios. Les hace comprender que el plan del Padre sobre él no tenía nada que ver con el mesianismo ambiental, nacionalista y político; que todo lo que le ha sucedido está anunciado en las Escrituras; que "en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén".

Los discípulos serán "testigos de esto". Serán preparados por el Espíritu Santo para esta misión universal. Serán -seremos- verdaderos testigos en la medida en que anuncien su mismo mensaje. Responsabilidad que nunca reflexionaremos bastante.

-Su misión tiene que continuar

Mientras Lucas presenta a Jesús vuelto hacia el pasado con el fin de probar que su resurrección estaba prevista, en Juan está más bien orientado hacia el futuro y enviando a sus discípulos al mundo para que continúen su misión. Misión que supone una oferta de vida para siempre, de salvación-liberación para todos, fruto del Espíritu Santo. Es el Espíritu, fuente de esa vida, el que llevará a la humanidad a la comunión con Dios, con los hombres, con nosotros mismos y con toda la creación.

Para introducir la misión, repite Jesús su saludo de paz. Una paz que abarca el presente y el futuro, y que permanecerá en medio de las dificultades y enfrentamientos con el mundo. "Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo". Los discípulos deben continuar la obra comenzada por Jesús, realizarla como él: por medio del amor hasta la entrega de la propia vida. Después de la experiencia que tienen de su resurrección, están ya preparados para continuar su tarea. Por eso, haciendo uso de su cualidad de resucitado, les transmite todos sus poderes. El envío de los discípulos es prolongación del que el Padre le hizo a él. Deben continuar su obra comenzada, y nosotros debemos continuar la obra de los apóstoles. ¿Lo hacemos? ¿Estamos contagiando a alguien nuestra fe? ¿Sentimos la Iglesia como algo propio? No anunciamos bien a Dios si no lo hacemos apasionadamente, vivencialmente, si su anuncio no es fruto del propio convencimiento y de la propia vida. "Exhaló su aliento sobre ellos", símbolo de la vida que concede Dios (Gén 2,7; Sab 15,11; Ez 37,9-14). Con él les infunde el Espíritu, la vida que supera la muerte y que les capacita para enfrentarse a ella.

"Recibid el Espíritu Santo". Jesús lo había prometido en varias ocasiones a sus discípulos, insistiendo que sólo él les llevaría a la verdad plena, a la nueva vida de hijos de Dios. Juan narra la venida del Espíritu sobre los apóstoles el mismo día de la resurrección de Jesús. Lucas, en pentecostés, cincuenta días después (He 2,1-11), haciéndola coincidir con la fiesta que celebraban los judíos para conmemorar la entrega de las tablas de la ley por Dios a Moisés en el Sinaí, lo que explica la gran cantidad de peregrinos que había en Jerusalén de todas las partes del mundo. Se lo da para que continúen su misión, comprometiendo toda su vida en la lucha contra el mal-pecado del mundo.

¿Cómo imaginarnos la venida del Espíritu Santo sobre los discípulos -unos ciento veinte (He 1,15)-? Jesús marchó, y ellos vivieron reunidos, compartiendo la oración, las mutuas experiencias y recuerdos de Jesús. Y fueron descubriendo detalles de su vida y obra que hasta ese momento les pasaron desapercibidos. Y así, poco a poco, se fueron llenando del Espíritu de Jesús, de las profundas razones de su actuar..., y comprendieron..., y se vieron impulsados irresistiblemente a comunicarlo.

ES/EFECTOS: El Espíritu, que es Dios, está en el mundo desde su principio (Gén 1,2). Espíritu que se revela constantemente en los logros de los pueblos, en el amor y en el valor de cada hombre y cada generación. Espíritu que se ha embarcado en la misma historia de los hombres y que es para todos revelador de la palabra de Dios. Espíritu que llevará a su plenitud a la creación y a cada uno de nosotros.

¿Cómo conocer hoy al verdadero Espíritu? ¿Cómo seguirlo sin vacilaciones? Sólo un fruto revela con claridad al Espíritu de Jesús: un amor como el suyo. Todo lo demás será verdadero en tanto refleje ese amor: la institución, el culto, las palabras... P/PERDON/PAS: "A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos". Van a ser sus enviados y tendrán el poder de perdonar los pecados. Algo insólito: "¿Quién puede perdonar pecados fuera de Dios?" (Mc 2,7). Es el fruto principal de su resurrección, el núcleo de la enseñanza que deben transmitir a los hombres. Se necesita una victoria de la magnitud de la resurrección para arrancar el mal del corazón del hombre. Allí donde la conversión-perdón se extiende entre los hombres, allí donde existe una vida fraternal..., allí tiene sentido y puede comprenderse el triunfo pascual de Jesús. Fuera de este campo de conversión-perdón sin límites y de vivencia comunitaria, la resurrección de Jesús se presenta como un problema mítico o como un dato nunca demostrado ni demostrable en la historia de los hombres. La muerte-resurrección de Jesús es el gran juicio de Dios contra el mal. En estas palabras de Jesús sobre el perdón ha visto la tradición católica el origen del sacramento de la penitencia.

El pecado consiste en integrarse voluntariamente en el orden injusto. "Los pecados" son las injusticias concretas a que conducen la adhesión al montaje mundano y a sus principios. A los que involuntariamente han aceptado la situación de mal de la sociedad deben mostrarles el proyecto de Dios sobre ella y ayudarles a abandonarla y a convertirse, como hizo él con sus curaciones. Con los que se nieguen a ponerse de parte del hombre y se obstinen en su conducta opresora adoptarán una clara postura de denuncia, sin temer a las consecuencias que les puedan venir.

Juan no concibe el pecado como una mancha o un acto malo concreto, sino como una actitud del individuo. Para él, pecar es ser cómplice de la injusticia encarnada en la opresión y explotación de unos hombres sobre otros. Cuando el hombre cambia de actitud y se pone en favor del hombre. cesa el pecado. El perdón se hace imposible para el que no reconoce su pecado o no quiere salir de él. En éstos, el pecado persiste.

-Faltaba Tomás

"Tomás, uno de los doce, no estaba con ellos cuando vino Jesús". No comprendía que la muerte no era el final, sino el encuentro con el Padre; no concebía una vida después de la muerte. Separado de la comunidad, está en peligro de perderse por no haber participado de la experiencia común. No sabía que no existe verdadera adhesión a Jesús mientras no se crea en la victoria de la vida; que mientras considere a la muerte como el final no logrará la libertad de los hijos de Dios ni le será posible cumplir el mandamiento de Jesús: amar como él ha amado. El miedo a perder la vida lleva a defenderla incluso con la violencia.

"Hemos visto al Señor". La frase jubilosa de sus compañeros formula la experiencia que tienen de Jesús, experiencia que los ha transformado al infundirles el Espíritu. La existencia de tal comunidad es la prueba de que Jesús vive.

Tomás no acepta el testimonio de sus compañeros. No se dejó contagiar por la vivencia que invadía los corazones y las bocas de todo el grupo, que proclamaban que habían visto a Jesús. Exige una prueba individual y extraordinaria: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo". Con sus palabras subraya Tomás su testarudez. Su postura no es de creyente. Aceptará la resurrección únicamente cuando se le muestre su evidencia. Sólo se fía de su propia experiencia, de lo que pueda tocar y palpar. Y eso ya no es fe.

Tomás sólo cree lo que ve, lo que toca. ¡Como si la única realidad existente fuese la sensible! No quiere vivir de ilusiones; no se atreve a creer en la dicha, en la alegría, en la felicidad. Parece que para él lo peor es siempre lo más seguro. Es la tercera vez que interviene en este evangelio (las otras dos: Jn 11,16; 14,5). Demuestra ser un hombre pesimista y práctico. Son duras las condiciones que pone a su rendición. Una dureza tan grande no puede provenir más que de un gran sufrimiento. Ha sufrido por la pasión y muerte de Jesús, se ha dolido de no haber estado a su lado. La consecuencia ha sido su falta total de esperanza.

¡Es todo tan actual! Tomás está muy cercano a nosotros: el camino de la fe no es fácil; requiere mucha sinceridad con nosotros mismos y salir de todo tipo de espiritualismo. ¿Creemos, o decimos que creemos? ¿Ahondamos en nuestra fe para saber si es nuestra, o es ambiental? La fe, como el amor, exige desprendimiento, pobreza de espíritu, ponerse en camino, trabajar por el reino de Dios. La fe no pide pruebas; se fía del Otro. Los cristianos no tenemos pruebas, sino signos. Y los signos máximos son los sacramentos y nuestra propia vida.

La duda de Tomás no está sólo en el hecho y en la posibilidad de la resurrección, sino también en que Dios se complazca precisamente en un hombre que sufrió semejante muerte. ¿Cómo es posible que aquella muerte tan ignominiosa sea realmente una victoria? La muerte de Jesús en la cruz es la prueba evidente de su fracaso, la señal más clara de que Dios no estaba con él. No es posible que Dios esté de su parte. Los cristianos afirmamos que creemos y aceptamos esta muerte ignominiosa de Jesús. Pero con nuestro modo de vivir estamos demostrando que nuestro mesianismo es otro. ¿No buscamos el éxito? ¿En qué se distingue nuestra vida de la vida de los no creyentes? ¿En meras palabras y algunos ritos sin compromiso?

-"A los ocho días"

Al domingo siguiente "estaban otra vez dentro los discípulos, y Tomás con ellos". Se refleja la costumbre de celebrar en ese día la reunión comunitaria.

"Llegó Jesús" y les saludó con las mismas palabras que el domingo anterior: "Paz a vosotros". Después invita a Tomás a que verifique en él las condiciones que ha puesto a sus compañeros para creer en su resurrección. Quiere que penetre en el profundo significado de su muerte y de su resurrección, y que sea consecuente. Acepta sus exigencias porque lo ama, porque conoce sus sufrimientos. Sabe que debe consolarlo, animarlo, abrirlo de nuevo a la vida, a la esperanza...

Pero no se le aparece a él solo. Porque se unió con sus compañeros, pudo Tomás experimentar la presencia de Jesús y sentirse miembro de la comunidad. La respuesta de Tomás es tan extrema como su incredulidad: "¡Señor mío y Dios mío!" Confesar a Jesús como Señor es aceptarlo como lo absoluto, como aquel por el que todo adquiere su verdadero sentido y sin el que nada tiene valor. Ha llegado también a descubrir la total identificación de Jesús con el Padre: "Dios mío". Reconoce en Jesús al Hombre-Dios; al Hombre pleno y al verdadero Dios. Confiesa al Jesús total: el de la muerte y el de la resurrección. Es la más clara y contundente profesión de fe de todo el Nuevo Testamento. "¿Porque me has visto has creído?" Jesús le reprocha el no haberse fiado de la comunidad y exigir una experiencia individual, separado de ella. "Dichosos los que crean sin haber visto", porque el futuro no se puede "ver"; se cree en él, se espera en él, pero no se le puede "tocar". El que cree en este futuro ofrecido por Dios en Jesucristo es creyente. Hemos de creer desprendidamente, sin buscar pruebas de ningún tipo, fiados en las palabras de Jesús. El evangelio queda así abierto al futuro. No pidamos pruebas. Un día lo veremos y tocaremos; un día nos convenceremos de la verdad de sus palabras y de su vida. Ese día ya no podremos negarnos a la dicha, al amor y a la presencia de Dios, porque le veremos cara a cara (1 Jn 3,2). Aquel día descubriremos que lo sabíamos desde siempre, que nuestro mayor sufrimiento había consistido en aparentar no haberlo creído.

Dichosos los que creen, porque serán libres. ¿Debería dejar Jesús de decir su verdad por ser demasiado luminosa? ¿Somos menos hombres porque creemos en el Hombre pleno, porque nos fiamos de las promesas del Padre? Racionalizamos demasiado la fe; por eso surgen tantas crisis.

-¿Cómo entrar hoy en contacto con la resurrección de Jesús?

¿Cómo podemos ahora aceptar y vivir un hecho tan insólito, tan sin precedentes? No por el camino del tocar, porque Jesús resucitado ya no es objeto de los sentidos. Hay unos ojos de la fe, una mirada profunda, contemplativa, especial del creyente, que es la que le lleva al encuentro con el Cristo glorioso.

REALIDAD/CONOCERLA: Juan es el evangelista que más profundiza en estas dos clases de ver, sobre estas dos fuentes de conocimiento: el conocimiento empírico, cientifista, que funciona mecánica y automáticamente y que se aplica a la técnica; y el conocimiento interior, personal, intuitivo, contemplativo, que es fruto de la fe, del riesgo, del amor, del compromiso, de la libertad, de la lucha por la justicia. Todos sabemos que quien no ama no opta, no confía, no se decide, no se arriesga; y vive cerrado a las realidades más sublimes y densas de la vida, porque se le escapan, le resbalan, le superan. Cuanto más sutil e importante es la realidad vital, más necesidad tenemos de aplicar ese mirar profundo del conocer interior, personal. Dios Padre y Jesús resucitado son las realidades vivientes y supremas que reclaman un especial esfuerzo para purificar nuestra mirada. De aquí arranca todo lo demás.

Nuestra fe en la resurrección no se apoya en los sentidos. Se fundamenta en la palabra del Padre. Para el israelita, la palabra significa la fuerza de la persona que se comunica y suscita en el interior del que escucha una transformación. La Palabra, que es Jesús (Jn 1,14), nos llega hoy a través de otros hombres como nosotros. Y sabemos que es la suya porque va acompañada de hechos, de signos, de Espíritu, de un amor que vence todas las dificultades. Son estas señales las que nos lo muestran vivo, compañero y hermano en nuestra vida.

J/RSD/H-AUTENTICO: La resurrección es un acontecimiento personal y social, que afecta decisivamente a la lucha que libramos los hombres por la libertad, la justicia, el amor, por la humanización y transformación de la sociedad, por encontrarnos a nosotros mismos como individuos y como comunidad. Es el anuncio de que él sigue siendo en cada época el hombre pleno, el hombre llegado a la plenitud, la meta de todas nuestras esperanzas, ilusiones y utopías; el Hombre que nos brinda a cada uno de nosotros la posibilidad del encuentro personal y absoluto con el Padre; el Hombre de la transparencia, del amor fraternal y universal, que nos empuja y nos reta diariamente; el Hombre vencedor de todo mal y de toda muerte. Es el triunfo de la humanidad utópica, "increíble", imposible de edificar con nuestras manos; el triunfo de las esperanzas de los pobres, porque el Pobre perseguido, Jesús, ha vencido el odio de los poderosos.

Después de la resurrección de Jesús no tenemos derecho a perder nunca la esperanza en el triunfo final de nuestra lucha liberadora en favor de la fraternidad universal. La victoria es segura..., pero -como le sucedió a Jesús- después de nuestra muerte. Esa muerte que sigue siendo hoy ley de vida para todos.

La fe en la resurrección de Jesús tenemos que vivirla como experiencia de un amor no manipulable, subversivo. Al hombre que nunca le ha sonado el mensaje de Jesús como intolerable y delictivo, no está preparado para creer en él. Desde el edicto de Milán -año 313- la fe está en rebajas, y la Iglesia se ha ido convirtiendo en unos grandes almacenes donde todos podemos entrar y apuntarnos, al resultarnos muy útil para vivir tranquilos y sin riesgos, dado su bajo precio.

Jesús resucitado vive entre nosotros, está en nosotros, sobre todo en nuestra lucha denodada contra todas las formas de muerte que siguen oprimiendo al hombre de hoy. Creemos en él si estamos presentes allí donde la muerte ha clavado sus garras. Si nuestra fe no nos lleva a luchar contra toda clase de muerte, ¿cómo podremos creer en la vida? Con esta apertura al futuro termina Juan el relato de los hechos de Jesús. Todo lo que sigue fue añadido después.

-Juan sólo ha contado algunos signos

"Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre".

Es el primer epílogo o colofón del cuarto evangelio. Después de la escena del lago de Tiberíades, el libro tendrá su segundo colofón final. El autor ha hecho una selección de los acontecimientos vividos por Jesús. La experiencia de los discípulos fue mucho más amplia de lo que está contado en el evangelio. Ellos son testigos de todo. Lo escrito tiene como finalidad conseguir la fe de los lectores y, con ella, la vida definitiva.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET- 4
PAULINAS/MADRID 1986
./Pág. 354-364


14.

-UN ERROR FRECUENTE

Afortunadamente van siendo cada vez menos quienes conservan la vieja imagen de que los judíos contemporáneos de Jesús eran "demonios con piel humana". La formación religiosa de los creyentes -e incluso de los no creyentes- va avanzando y ciertas cuestiones, muy claras para teólogos y biblistas, van estando claras también para la gran mayoría. Con todo, aún quedan muchos convencidos de que los judíos fueron unos hombres "malísimos", con un grado de maldad que jamás se volverá a dar en ningún otro ser humano.

Por eso vemos importante comenzar nuestras notas para la homilía de hoy con una constatación: Jesús, su actividad, su mensaje, su especial filiación divina, su resurrección..., no fueron realidades tan evidentes como, con frecuencia, hemos pretendido.

-LA "AMBIGÜEDAD" DE JESÚS: J/OPINIONES Todo lo referente a Jesús fue mucho más ambiguo, mucho menos evidente, mucho menos fácil de comprender y asimilar de lo que ha podido resultar para quienes hemos nacido en un ambiente cristiano y cristianizado; así, leyendo con detenimiento los Evangelios descubrimos cosas como éstas:

-Unos consideraron a Jesús como un profeta y otros afirmaron de él que estaba endemoniado.

-Hubo quienes afirmaron de él que tenía palabras de vida, mientras que para otros estaba loco y había que aislarlo.

-Otros lo tomaron por el Mesías, el Hijo de Dios, pero no faltaron quienes lo acusaron de blasfemo.

-EL JESÚS DE LOS EVANGELIOS

Si hacemos un sencillo trabajo de "limpieza" y liberamos a Jesús del mucho ropaje "mítico" con el que el paso del tiempo y el folklore popular lo han revestido, redescubriremos la imagen genuina que de Jesús nos transmiten los Evangelios; y, probablemente, muchos serían los que, al encontrarse frente a él, sin folklores ni deformaciones, ya no les sería tan fácil tomar una opción ante él, como también es muy probable que quienes se declarasen discípulos suyos lo hiciesen con más convicción, con más seriedad, con más conocimiento de causa.

En definitiva, si hiciésemos ese esfuerzo de acercamiento a Jesús, muchos tendrían el mismo problema que tuvieron sus contemporáneos: ¿quién es Jesús?

-LA FE, MAS ALLÁ DE LAS EVIDENCIAS: FE/EVIDENCIA:

Muy relacionado con esto está la postura de quienes se preguntan por qué Dios nos deja notar su presencia en el mundo con claridad, para que todos lo vean y lo acepten; que a todos les pudiese suceder, más o menos, lo que le sucedía a Tomás en el Evangelio que hemos leído hoy.

Sin embargo, ahí mismo deja claro Jesús que, sin menosprecio de los testigos oculares, lo esencial de la fe no se mueve en el plano de las evidencias, sino en el plano de las convicciones íntimas y profundas; la fe es una opción que se realiza ante un Jesús que aparece como Salvador, pero que también puede ser percibido por el hombre como otro hombre más.

-JESÚS Y LA LIBERTAD DEL HOMBRE:
J/LIBERTAD: Jesús nunca se ha impuesto; ni entonces ni ahora. Jesús es una oferta gratuita que respeta la libertad del hombre; éste, libremente, debe conocer los "signos" realizados por Jesús e interpretarlos:

-Como actos más o menos valientes y valiosos de un hombre muy especial, íntegro, quizás un utópico soñador.

-O como la Palabra de Dios hecha carne, que viene a asumir plenamente nuestra condición y a darle, desde el misterio, un sentido. Pero elegir una postura u otra pasa por el respeto a la libertad del hombre. Y esto le da a la fe su aspecto doloroso y su aspecto grandioso.

-LA FE, ESFUERZO DOLOROSO:
FE/ESFUERZOFE/DUDA:

La fe no es, con frecuencia, cosa fácil; solemos olvidar que está apoyada sobre una duda no resuelta, aunque sí asumida y superada; solemos olvidar que la fe no es aceptación de una evidencia porque tal evidencia no es existente (so pena de que consideremos, a los no creyentes, o muy tontos o muy "malos").

Y esto hace de la fe una realidad que, en ciertos momentos, se percibe y se vive como una cuestión profunda y vitalmente dolorosa; porque hay momentos en los que las "evidencias" parecen estar en contra de la fe; y hay momentos en los que Dios parece guardar silencio; hay momentos en los que el creyente tiene la sensación de estar haciendo el ridículo, de estar nadando contra corriente, de estar fuera de onda.

Hay momentos en los que, como han afirmado muchos teólogos y místicos, el creyente se siente como desterrado de su mundo, como expatriado, como fuera de sitio.

-LA FE, ESPERANZA DEL HOMBRE

Pero no es menos cierto que, quien recorre ese doloroso camino, termina por conseguir la verdadera experiencia de fe; una experiencia más allá de toda teoría, una experiencia que se vive en los más hondo del ser del hombre y que termina por ser la más fuerte de las convicciones.

Es la experiencia de haber encontrado, de forma vivencial antes que teórica, el sentido de la vida; o mejor: que Jesús da sentido a la vida del hombre. Y cuando la vida encuentra sentido, ésta brota con fuerza. Pero, atención: no se trata de un sentido cualquiera, ni de un sentido para la vida muy valioso: se trata del máximo sentido de la vida porque es el único realmente pleno, el único realmente válido. Porque es el sentido de la vida toda, incluida la muerte, que queda superada y vencida.

-Y DE ESTO SOMOS TESTIGOS

A partir de todo esto, ser creyente ya no se puede entender, en ningún momento ni bajo ningún sentido, como una simple aceptación de verdades, sino como un testigo vivo de las mismas.

Estamos en Pascua, el tiempo de la fiesta y de la alegría que nace en nosotros porque Jesús ha resucitado; y, si queremos transmitir este gozoso anuncio a los hombres, el mejor camino es vivir conforme a lo que creemos; lo demás servirá de bien poco. Y en este testimonio ocupa un lugar importante la humildad y la sencillez de quienes estamos convencidos de que el camino para llegar a la fe no es, normalmente, fácil. A esta fe, nos recuerda la exégesis, llegaron los apóstoles por medio de un signo: el sepulcro vacío; un signo que, para muchos otros, no significa nada especial. Pero ese pequeño grupo de amigos de Jesús supo leer aquel signo, supo ver con otros ojos que los de la cara y supo lo que aquello significaba.

Hoy día sigue habiendo signos, pero éstos siguen necesitando que alguien los llene de sentido, que alguien los sepa interpretar, que alguien los desvele apostando en ello su vida.

CR/TESTIGO:Ser testigos de Jesús muerto y resucitado es poner toda la vida al servicio de la causa de Jesús; ser testigos de Jesús no es participar de una tradición social y de unas costumbres ancestrales, sino tener la experiencia de que Jesús está vivo, dando sentido a mi vida personal y concreta, como da sentido a la vida de todos los que formamos la comunidad de los creyentes.

Ser testigos es vivir juntos, como hermanos, mostrando ante los hombres que nos sentimos y somos hermanos, porque todos tenemos un Padre común que nos llama a vivir una vida en plenitud.

L. GRACIETA
DABAR 1986, 23


15.

EL MILAGRO DE LA PASCUA

Enseguida, después de la Pascua, empezaron a florecer los milagros. Todos estaban asombrados y se «hacían lenguas» del poder carismático de los apóstoles. Sobre todo, Pedro: su energía curativa alcanzaba a todos, incluso a distancia; no hacía falta que tocaran su cuerpo, bastaba pisar su sombra. Nadie puede dudar de que Pedro tenía «buena sombra». Y nadie puede dudar de que se cumplía la palabra del Señor: «El que crea en mí, hará las obras que yo hago, y aún mayores» (Jn 14,12).

Y, sin embargo, el mayor milagro pascual no es el que surgía de la palabra o el toque de los discípulos, sino el que se realizaba en los mismos discípulos. La transformación realizada en ellos a partir de la Pascua fue realmente milagrosa. Veamos lo que nos cuenta el evangelio.

-«Al anochecer de aquel día»

Una pincelada oscura. La oscuridad, el frío y el miedo envolvían el espíritu de aquellos que habían creído y habían seguido a Jesús. ¡Qué desilusión! Se sentían realmente avergonzados. Les quedaba la pena, el recuerdo, la querencia de Jesús. Habían llegado a quererle. Pero les quedaba también el amargo sabor de su dolorosa y humillante derrota. Y les quedaba también un miedo terrible. ¿Quién sabía hasta dónde llegaban las intenciones de las autoridades? A lo mejor intentaban, no sólo aplastar a Jesús, sino aplastar todo su movimiento. Por eso. "estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos".

Aquellos discípulos, aquella pequeña comunidad seguidora de Cristo, se encontraba herida de muerte. Podríamos distinguir cinco grandes heridas:

--Desilusión y falta de fe. Habían seguido a Jesús, pero nunca acabaron de entender su mesianismo. Su pasión y muerte supuso para ellos un verdadero escándalo, "piedra de tropiezo". Y todos tropezaron. Y eso que Jesús les había advertido de muchas maneras: "Os he dicho esto para que no os escandalicéis" (Jn 16. 1). Pero se escandalizaron. «Todos os vais a escandalizar» (Mc 14, 24). Quizá esperaban un gesto glorioso de Jesús a última hora. Mas no ocurrió nada. Y perdieron la fe en Jesús. El mismo Señor lo prevenía: «¡Simón, Simón! Mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo; pero yo he pedido por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando te recobres, confirma a tus hermanos» (Lc 22, 31-32). A pesar de esta oración, la fe de todos desfallecía.

-- Tristeza. La de Pedro era clara, porque no dejaba de llorar. Los demás tampoco levantaban cabeza. Tenían todos una losa encima que les pesaba más que la del sepulcro. ¡Y pensar que a estas horas las mujeres ya sabían lo de la losa y la tumba vacía! Estos discípulos miraban al pasado. No hacían más que recordar. ¡Qué días más hermosos habían vivido siguiendo al Maestro! Pero cada recuerdo les punzaba el alma. ¡Qué mal había terminado todo!

--Cobardía. Ya hemos señalado cómo se cuidaban de cerrar bien todas las puertas. ¿Y qué podían hacer? Antes se las prometían muy felices con dos espadas. Pero es que, claro, tenían el invencible escudo del Maestro. Privados de este escudo, ni doscientas espadas hubieran sido suficientes. Y cerraban bien las puertas, claro.

--Desunión. Dicen que la unión hace la fuerza, aunque poca fuerza puede hacer la unión de los cobardes. A lo mejor se desanimaban más unos a otros. Pero es que ni siquiera estaban unidos. Se cumplía una vez más la palabra del Señor: «Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas» (Mc 14, 27).

¿Dónde estaban las ovejas cuando mataron a su pastor? Y ahora mismo ¿dónde estaban los discípulos?: Tomás, por una parte; los de Emaús, por otra, y otros muchos que no sabemos dónde se habían metido, porque no sólo los doce seguían a Jesús.

--Desesperanza. Mirando al futuro, las cosas estaban muy oscuras. Real- mente. ¿qué se podía esperar? ¿A dónde iban a ir? ¿Quién iba a liderar movimiento alguno? ¿Acaso Pedro, que había recibido promesas especiales? Ya sabemos cómo se encontraba. Lo mejor era, pues eso, volver cada uno a su casa y a su trabajo; tratar de olvidar y curar las heridas; atender a la propia familia que los estarían echando de menos, y, por fin, volver al lago querido. Todavía no se les había olvidado pescar.

Como vemos, se trata de una situación de muerte. En esta situación no hay persona ni comunidad que pueda durar mucho tiempo.

«Y en esto entró Jesús»

Es la experiencia de la resurrección. Entró Jesús y fue la luz. Entró Jesús y la noche se convirtió en día. Entró Jesús y las puertas se abrieron. Entró Jesús y el miedo salió temblando. Entró Jesús y la alegría les sonrió a todos. Entró Jesús y todos se renovaron. Entró Jesús y se pusieron a hacer proyectos. Entró Jesús y la fe les desbordaba. En la presencia de Jesús se curaron todas sus heridas. Este fue el gran milagro de la Pascua. A partir de ese momento, los acobardados se llenan de audacia, los tristes se encienden de gozo, los desencantados se entusiasman, los desunidos logran una profunda comunión. Esto es lo que se dice una resurrección espiritual; los que estaban muertos resucitan. Algo inexplicable según las leyes naturales. Y algo que, desde luego, todo el mundo podía verificar.

Autodonación

Esta presencia de Jesús significa una autodonación del Resucitado a sus discípulos, verdaderamente generosa. Es una presencia:

--Curativa. Les cura de miedos y tristezas. Les alienta la fe y la esperanza. Les perdona todos sus pecados. La experiencia del Resucitado es inicialmente una experiencia de perdón y sanación. Por eso, los discípulos se capacitan para continuarla: «Recibid el Espíritu Santo, a quienes les perdonéis los pecados...». Es el triunfo de la misericordia.

--Pacificadora. Va unida a la anterior. Jesús les saluda y les reitera su paz: «Paz a vosotros». Paz es reconciliación y es gozo. Paz es sentirte bien contigo mismo y con Dios. Paz es escuchar interiormente: «Tú eres aceptado». Paz es ausencia de remordimientos y temores.

-- Vivificadora. Ilumina y entusiasma. Restablece la fe y enciende la esperanza. Es la vida del Espíritu. Es el Espíritu de vida: «Recibid el Espíritu Santo». No cabe donación mayor. El Espíritu que vivificó a Jesús se comunica a los discípulos para que vivan.

Es impresionante el gesto que hizo Jesús: "Exhaló su aliento sobre ellos". Está recordando el primer soplo divino que creó y vivificó al hombre. Ahora este soplo de Cristo recrea a sus discípulos por medio del Espíritu, "el aliento" de Dios.

-- Comunitaria. Crea comunidad. Los dispersos se reúnen. Los reunidos se integran en comunión de fe, de sentimientos y de bienes. Y, por otra parte, así como la presencia de Cristo crea la comunidad, la comunidad hace presente a Cristo. Es lo que sucede en la eucaristía y cada vez que nos reunimos en su nombre.

CARITAS
UN DIOS PARA TU HERMANO
CUARESMA Y PASCUA 1992.Págs. 198-201


16.

-«Exhaló el aliento sobre ellos»

He aquí nuestra primera estampa pascual. Graba bien la imagen de Jesús exhalando su aliento sobre los discípulos. Era como una nueva creación, como una nueva resurrección. Los discípulos estaban muertos: por el miedo, por la tristeza, por la duda. Jesús estaba rebosando Espíritu, lleno de vida y de poder, transmitiendo alegría y paz. Habían arrebatado a los discípulos la ilusión y el sentido, habían matado su esperanza. Pero Jesús era la vida resucitada.

A pesar de las puertas cerradas, entró Jesús donde estaban los discípulos. La casa se llenó del perfume de la Pascua. Y al ver Jesús a sus discípulos tan muertos, a sus discípulos a quienes tanto quería, en un nuevo gesto creador, «exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo». Recibid la fuerza y la alegría del Espíritu, recibid la vida nueva del Espíritu. ¡Vivid! Vivid de mi misma vida, de mi energía liberadora. Y desde entonces los discípulos resucitaron. El gesto y las palabras de Jesús fueron eficaces, como en un sacramento. Aquella tarde, Pascua fue Pentecostés. Los discípulos se llenaron del Espíritu de Jesús y se sentían identificados con Jesús. No tardarían en abrir todas las puertas y empezar a dar testimonio de aquella experiencia de fuego.

No dejes de exhalar tu aliento sobre nosotros, Jesús resucitado, porque también nuestro espíritu se acobarda y se entristece. Sopla tu aliento sobre nosotros, para que se disipen nuestras dudas y temores. Alienta tu Espíritu sobre nosotros, para que nos contagiemos de tu vida resucitada y vivamos ya de ti.

-Las llagas, puertas del Templo

Las llagas son como el velo del Templo rasgado después de la muerte de Jesús, la puerta de la divinidad de par en par abierta. Esas llagas son la apertura del Santuario. En adelante, el templo de Dios quedará enteramente abierto .

Abierto por parte de Dios. A través de esas benditas aberturas, Dios se nos comunica y nos hace llegar sus abundantes misericordias. Fuentes inagotables de gracia y bendición. Abierto para el hombre, que ya tiene el acceso fácil para encontrarse con el mismo Dios. «Yo soy la puerta», afirmaba Jesús, y ya vemos qué puerta más hermosa, más transparente y más abierta. Puedes entrar en el Santuario divino siempre que quieras, y aun poner allí la morada, diciendo aquello de «¡qué bien se está aquí!». Penetrando por las llagas de Cristo, puedes llegar a las mismas entrañas de Dios y acercarte a la intimidad de su misterio.

CARITAS
RIOS DEL CORAZON
CUARESMA Y PASCUA 1993.Págs. 208 s.


17.COMUNIDAD.PASCUA

-La comunidad, fruto de la Pascua

La comunidad cristiana, tal como se manifiesta sobre todo en la asamblea dominical, se ve a sí misma como una comunidad pascual, nacida de la Pascua ("del costado abierto de Cristo muerto y resucitado"). Los documentos que leemos en este tiempo nos muestran cómo en torno a Cristo resucitado se empieza a congregar una comunidad: de su Persona se desprende una fuerza que reúne y aglutina a los discípulos, que el vendaval de la Pasión había dispersado. La 1a lect. es un canto (probablemente idealizado) a la comunión que el impacto de la Resurrección ha generado: "vida común", "vivían todos unidos y lo tenían todo en común", "lo repartían entre todos", "acudían todos unidos", "comían juntos".

-Una comunidad de fe pascual

Los seguidores del Resucitado forman una comunidad de "creyentes (1a lect.). La fe pascual (la fe en Cristo muerto y resucitado, núcleo del kerigma) está en el origen de esta comunidad: una fe que se alimenta de "escuchar la enseñanza de los apóstoles", porque son gente que "cree sin haber visto" por haberse fiado del testimonio de los apóstoles. La 2a lect. y el evangelio subrayan con fuerza la importancia y el valor de la fe para la "vida" y la "salvación" de los seguidores de Cristo.

-Una comunidad animada por el Espíritu

A la escena narrada en la primera parte de la perícopa evangélica se le ha sólido llamar el Pentecostés de Juan. El Espíritu aparece aquí como el don pascual del Resucitado a su Iglesia. Con su poder de anular la fuerza disgregadora del pecado, es el principio que da cohesión y unidad al cuerpo de la Iglesia. Sería acaso el momento de hablar también de la presencia y actividad del Espíritu a lo largo de toda la celebración eucarística. Aun antes de que llegue la última semana, el tiempo pascual tiene que aparecer como "el tiempo del Espíritu" a título especial.

-Una comunidad misionera

La relación Resurrección-misión está presente, de una manera explícita o implícita, en casi todas las narraciones de las apariciones del Resucitado: la experiencia pascual lleva al compromiso misionero (Pascua-Pentecostés). La misión de la Iglesia es la misión del Hijo por el Padre. "Las puertas cerradas" y "el miedo a los judíos" no encajan bien con este envío al mundo. La comunión fraterna tiene ya por sí sola una gran fuerza evangelizadora: "Eran bien vistos y día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando".

-Una comunidad en tensión escatológica

La perspectiva de la Resurrección y la espera del Resucitado imprimen al tiempo pascual una fuerte tensión escatológica. "Buscad las cosas de arriba...". Esta dimensión está insistentemente sugerida en la 2a lect. "...para una esperanza viva, para una herencia que os está reservada en el cielo... para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final... la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación".

I. OÑATIBIA
MISA DOMINICAL 1990, 9


18. RS/PERDON 

LA AMNISTÍA DEL RESUCITADO

La paz con vosotros

Ha sido E. Schillebeeckx quien nos ha recordado recientemente que el encuentro con el resucitado ha sido una "experiencia de perdón". Los discípulos han experimentado al resucitado como alguien que los perdona y les ofrece paz y salvación.

Ninguna alusión al abandono de los suyos. Ningún reproche por la cobarde traición. Ningún gesto de exigencia para reparar la injuria. Las apariciones significan una verdadera «amnistía» en el sentido etimológico de esta palabra: olvido total de la ofensa recibida.

Los relatos insisten en que el saludo del resucitado es siempre de paz y reconciliación: "Paz a vosotros". Y es precisamente este perdón pacificador y esta oferta de salvación los que ponen una alegría y una esperanza nuevas en la vida de los discípulos. Vivimos en una sociedad que no es capaz de valorar debidamente el perdón. Se nos ha querido convencer de que el perdón es «la virtud de los débiles» que se resignan y se doblegan ante las injusticias porque no saben luchar y arriesgarse.

Y, sin embargo, los conflictos humanos no tienen nunca una verdadera solución, si no se introduce la dimensión del perdón. No es posible dar pasos firmes hacia la paz, desde la violencia, el endurecimiento y la mutua destructividad, si no somos nadie capaces de introducir el perdón en la dinámica de nuestras luchas.

El perdón no es sólo la liquidación de conflictos pasados. Al mismo tiempo, despierta la esperanza y las energías en quien perdona y en aquel que es perdonado. El perdón, cuando se da realmente y con generosidad, es, en su aparente fragilidad, más vigoroso que toda la violencia del mundo. La resurrección nos descubre a los creyentes que la paz no surge de la agresividad y la sangre sino del amor y el perdón.

Necesitamos recuperar la capacidad de perdonar y olvidar. La verdadera paz no se logra cuando unos hombres vencen sobre otros, sino cuando todos juntos tratamos de vencer las incomprensiones, agresividades y mutua destructividad que hemos desencadenado. La paz no llegará a nuestro pueblo mientras unos y otros nos empeñemos obstinadamente en no olvidar el pasado. La paz no será realidad entre nosotros sin un esfuerzo amplio y generoso de mutua comprensión, acercamiento y reconciliación. En una sociedad tan conflictiva como la nuestra, los creyentes estamos llamados a reivindicar la fuerza social y política que puede tener el perdón.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 49 s.


19. PAZ/VIOLENCIA 

LA PAZ

Paz a vosotros

El máximo deseo del resucitado para todos los hombres es la paz. Ese es el saludo que sale siempre de sus labios: «la paz con vosotros». La vida de los hombres está hecha de conflictos. La historia de los pueblos es una historia de enfrentamientos y guerras. La convivencia diaria está salpicada de agresividad. La gran opción que hemos de hacer para superar los conflictos es la de escoger entre los caminos del diálogo, la razón y el mutuo entendimiento o los caminos de la violencia.

El hombre ha escogido casi siempre este segundo camino. A lo largo de los siglos ha podido experimentar una y otra vez el sufrimiento y la destrucción que se encierra en la violencia. Pero, a pesar de ello, no ha sabido renunciar a ella. Y ni siquiera hoy que siente la amenaza de la destrucción y el aniquilamiento local, parece capaz de detenerse en este camino.

El resucitado nos invita a buscar otros caminos. Hemos de creer más en la eficacia del diálogo pacífico que en la violencia destructora. Hemos de confiar más en los procedimientos humanos y racionales que en las acciones bélicas. Hemos de buscar la humanización de los conflictos y no su agudización.

Nos hemos acostumbrado demasiado a la violencia, sin reparar en los danos actuales que produce y en el deterioro que introduce para el futuro de nuestra convivencia. Aun los que justifican la violencia, tienen que reconocer que la violencia es un mal. La violencia daña al que la padece y al que la produce. La violencia mata, golpea, aprisiona, secuestra, manipula las mentes y los sentimientos, deforma los criterios morales, siembra la división y el odio.

La violencia nos deshumaniza. Busca imponerse, dominar y vencer, aunque sea atentando contra los derechos de las personas y los pueblos. Los hombres no tenemos la vocación de vivir haciéndonos daños unos a otros.

El que vive animado por el resucitado busca la paz. Y busca la paz no solamente como un objetivo final a alcanzar, sino como que busca la paz ahora mismo, utilizando procedimientos pacíficos, caminos de diálogo y negociación.

El seguidor de Jesús no busca sólo resolver a cualquier precio los conflictos. Busca también humanizarlos. Lucha por la justicia, pero lo hace sin introducir nuevas injusticias y nuevas violencias.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág.167 s.