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H O M I L Í A

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FIESTA DEL
BAUTISMO DEL
SEÑOR

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-ALGO MAS QUE UN EJEMPLO DE HUMILDAD.

De acuerdo con una interpretación moralizante y legalista, el bautismo de Jesús no sería más que un gran ejemplo de humildad y de sumisión a los ritos instituidos por las autoridades religiosas. Realmente, causaba dificultad a los primeros cristianos el hecho de que Jesús se hubiese hecho bautizar por Juan. Ya san Mateo quiso obviar esta dificultad por medio del diálogo que nos narra. Decía Juan: "Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú vienes a mí?" Y Jesús le responde: "Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere".

Es una consecuencia moral que, efectivamente, se desprende del ejemplo de Jesús. Sin embargo, a la luz que la Epifanía que acabamos de celebrar, y especialmente este año en que leemos la narración del episodio según el evangelio de Lucas, el bautismo de Jesús se nos presenta primordialmente como una epifanía o revelación de la gloria del Verbo hecho hombre. Antes que un ejemplo moral o una catequesis, es un misterio de salvación, es una fiesta que debemos celebrar con gozo exultante.

-EL BAUTISMO DE JESÚS Y NUESTRO BAUTISMO.

Dice san Lucas que cuando todo el pueblo se hacía bautizar por Juan, también Jesús acude a hacerse bautizar. El justo se mezcla con los pecadores y se sumerge con ellos en las aguas del Jordán.

¿No es acaso lo que ya había hecho por el propio misterio de su Encarnación: mezclarse con los hombres y entrar en la corriente de su historia? Había venido a hacerse solidario de los hombres en todo, no en el pecado, pero sí en las consecuencias del pecado: la muerte. Con el mismo impulso de amor a los hombres con que por la encarnación había entrado en nuestra historia, baja ahora al Jordán, confundido con aquella multitud que se confiesa pecadora.

Sube después del agua y con él son elevados todos los penitentes del Jordán, y con ellos todos los hombres de buena voluntad que a lo largo de los siglos buscan a Dios en la oscuridad. Para todos ellos ora Jesús. Y estando en oración se abre el cielo. Ha sido escuchada aquella plegaria mesiánica que leemos al final del libro de Isaías (63, 11-12,19): "¿Dónde está el que los sacó de las aguas, el pastor de su rebaño? ¿Dónde el que puso en su interior su santo espíritu? (...) ¡Oh, si rasgaras los cielos y descendieras!".

La voz del Padre y una manifestación sensible del Espíritu dan testimonio de que Jesús de Nazaret es el Hijo amado, el gran profeta prometido a Israel, el Mesías, o sea, el ungido por el Espíritu de Dios; y no de manera ocasional o en parte, como lo eran reyes y sacerdotes, sino plenamente y para siempre. Se ha cumplido, en efecto, el oráculo de Isaías que escuchábamos en la primera lectura: el anuncio del siervo o hijo en quien Dios se complace, a quien llena de su Espíritu -es decir, de su amor- para que se compadezca de la caña cascada y del pábilo vacilante; que debe llevar luz a las naciones y libertad a los cautivos.

Este Espíritu, que ya poseía desde el principio y que ahora se manifiesta, Jesús, una vez muerto y resucitado, lo comunicará a todos los que, por la fe y el bautismo, bajen con él al Jordán y sean elevados con él a una vida de santidad y de gracia.

Incorporados a Cristo, podrán sentir como dirigida personalmente a cada uno de ellos la voz que hoy resuena en el Jordán: "Tu eres mi hijo. En ti me he complacido. Hoy te engendré".

-BAUTISMO Y PASCUA.

Pero el bautismo de agua sólo podrá convertirse en bautismo en el Espíritu por medio del bautismo en la sangre. A él se refería Jesús cuando anunciaba su Pasión a los discípulos: "Tengo que pasar por un bautismo, ¡y que angustia hasta que se cumpla!" (Lc/12/50). O cuando el jueves santo anticipaba sacramentalmente la Pascua: "He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros antes de padecer" (Lc 22, 15). BAU/PAS:También nuestro bautismo es Pascua, puesto que nos ha sumergido, como dice san Pablo, en la muerte de Cristo; porque nos hace desear ardientemente la Pascua de Cristo en su memorial eucarístico; y, aún, porque nos empuja poderosamente hacia otra Pascua, la de la vida concreta, en la que debemos pasar continuamente de muerte a vida, de las tinieblas a la luz, del egoísmo al amor, del pecado a la gracia. Por eso los bautizado sentimos, no digamos la obligación, sino la necesidad de reunirnos el domingo, día memorial de la Pascua del Señor, para celebrar la Eucaristía.

Cada domingo al proclamar nuestra fe, decimos que creemos en un solo bautismo. Hay muchos bautizos, pero un solo bautismo: el de Jesucristo. Creemos que al bajar a las aguas del Jordán y al derramar por nosotros su sangre alcanzaba a las fuentes bautismales de las iglesias de todos los lugares y de todos los tiempos. No se hizo bautizar para purificarse él, sino para santificar el agua de nuestro bautismo; no comunicándole un poder mágico, sino haciendo de ella signo sensible de la paternidad de Dios y de la conversión transformadora de los hombres que con fe se acercarán a ella.

HILARI  RAGUER
MISA DOMINICAL 1980, 2


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